¿Elecciones palestinas?
Edward Said*
Al-Ahram Weekly Online, núm. 590, semana 13-19 de junio 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
'¿Quién sino
el pueblo palestino podrá construir la legitimidad necesaria
para gobernarse a sí mismos, y luchar contra la ocupación
con armas que no maten a inocentes y nos hagan perder más
apoyos de los que hemos perdido con anterioridad? Una causa justa
puede verse fácilmente subvertida cuando se emplean métodos
inadecuados o corruptos. Cuando antes nos demos cuenta de ello,
más oportunidades tendremos de salir por nosotros mismos
del impasse en el que nos encontramos'
Hasta ahora, se han hecho seis llamamientos distintos para
que se celebren elecciones palestinas y comience el proceso de
reformas; desde una perspectiva palestina, cinco de ellas son
tan inútiles como irrelevantes. Sharon quiere una reforma
como medio para desarticular aún más si cabe la
vida nacional palestina, esto es: como una extensión de
su persistente y fracasada política de intervención
y destrucción. Quiere librarse de Yaser Arafat, dividir
Cisjordania en cantones rodeados de alambre de espino, volver
a establecer un régimen de ocupación (preferiblemente
con algunos palestinos que le ayuden en esta tarea), seguir construyendo
asentamientos, y mantener la seguridad de Israel tal y como ha
venido haciéndolo hasta ahora. Sharon está demasiado
cegado por sus propias alucinaciones y obsesiones ideológicas
como para ver que todo esto no traerá ni paz ni seguridad,
y que desde luego no traerá la "calma" de la
que tanto parlotea. Las elecciones palestinas según el
esquema trazado por Sharon carecen, en suma, de importancia.
En segundo lugar, EEUU quiere una reforma que sirva, fundamentalmente,
para combatir el "terrorismo", panacea terminológica
que no se detiene en consideraciones históricas, de contexto,
sociales, o de cualquier otro tipo. A George Bush le desagrada
Arafat de un modo visceral; Bush no entiende en absoluto la situación
palestina. Decir que tanto él como su casposa Administración
"quieren" algo es dignificar toda una serie de esfuerzos
de última hora, ajustes, comienzos, retractaciones, denuncias,
y de giros bruscos totalmente contradictorios, queriendo hacer
ver que demuestran una voluntad que, evidentemente, no existe.
La política de Bush, incoherente de por sí salvo
cuando se trata de las presiones y los programas del lobby israelí
y de la de la derecha cristiana de la que actualmente es jefe
espiritual, consiste en realidad en pedir a Arafat que acabe
con el terrorismo y, cuando quiere calmar los ánimos árabes,
que alguien, en algún lugar y de algún modo, se
saque de la manga un Estado palestino, una gran conferencia y,
finalmente, que Israel siga recibiendo el apoyo total e incondicional
de EEUU, lo cual probablemente incluiría el poner fin
a la carrera de Arafat. Más allá de eso, la política
de EEUU sigue esperando a que alguien, en algún lugar,
y de algún modo, la formule. No debemos olvidar que Oriente
Medio es, en EEUU, una cuestión de política interna
y no de política exterior, y que por lo tanto está
sujeta a las dinámicas de la propia sociedad norteamericana,
difíciles de predecir.
Todo lo anterior casa a la perfección con las exigencias
de Israel, que no quiere más que hacer que la vida colectiva
palestina sea más miserable, que cada vez sea más
difícil seguir viviendo, bien sea mediante las incursiones
militares, o mediante la imposición de condiciones políticas
de imposible cumplimiento que convengan a la delirante obsesión
de Sharon de acabar con los palestinos de una vez por todas.
Por supuesto, hay israelíes que desean la coexistencia
junto a un Estado palestino, al igual que hay judíos norteamericanos
que quieren algo similar, pero ninguno de los dos grupos tienen
un poder decisivo en estos momentos. Sharon y la Administración
Bush dirigen la orquesta.
En tercer lugar, nos encontramos con la demanda de los líderes
árabes que, por lo que yo puedo decir, es una combinación
de varios elementos, ninguno de los cuales ayuda en nada a los
propios palestinos. En primer lugar está el temor que
les inspiran sus propias poblaciones, que han sido testigos de
la destrucción masiva y virtualmente sin oposición
de los territorios palestinos por parte israelí, sin que
se haya producido ninguna interferencia seria por parte árabe
ni haya habido intentos disuasorios. El plan de paz presentado
en la Cumbre de Beirut ofrece a Israel precisamente lo que Sharon
ha rechazado: paz por territorios. Es una propuesta débil,
además de no tener siquiera un calendario para su aplicación.
Si bien no estaría mal que la propuesta quedase registrada
como contrapeso frente a la beligerancia israelí, no debemos
hacernos ilusiones sobre sus verdaderas intenciones que, al igual
que los llamamientos a la reforma palestina, son en realidad
un gesto simbólico que se ofrece a una población
árabe furiosa que ya está harta de la mediocre
inacción de sus gobernantes. Parece que estos no tienen
ningún problema ideológico con la idea de un Israel
como Estado judío sin fronteras definidas, que durante
35 años viene manteniendo una ocupación ilegal
sobre Gaza, Cisjordania y Jerusalén, o con el desahucio
del que es víctima el pueblo palestino a manos de Israel.
Estarían gustosamente dispuestos a hacer un hueco a todas
esas terribles injusticias si Arafat y su pueblo se comportaran
como es debido o simplemente desaparecieran sin hacer ruido.
En tercer lugar, por supuesto, nos encontramos con el deseo de
los líderes árabes de congraciarse con EEUU y entre
sí, para hacerse con el título de mejor aliado
de EEUU. Quizás se les escapa hasta qué punto la
mayor parte de los norteamericanos les desprecia, o la escasa
comprensión y aprecio que su estatus cultural y político
tiene en EEUU.
En cuarto lugar, en el coro de reformistas nos encontramos
a los europeos, que simplemente se dedican a ir correteando por
ahí, enviando a sus emisarios para que se entrevisten
con Sharon y Arafat; emiten enérgicas declaraciones desde
Bruselas, financian algún que otro proyecto, y ahí
se queda la cosa, porque siguen estando a la sombra de EEUU.
La reforma palestina
En quinto lugar tenemos a Yasser Arafat y su círculo
de asociados, que de repente han descubierto las virtudes (al
menos teóricamente) de la democracia y la reforma. Sé
que hablo a una distancia enorme del campo de batalla, y también
conozco todos los argumentos planteados sobre la figura de un
Arafat cercado como un potente símbolo de la resistencia
palestina frente a la agresión israelí; pero he
llegado a un punto en el que creo que todo esto ha dejado de
tener sentido. A Arafat le interesa, llana y sencillamente, salvarse
a sí mismo. Ha disfrutado de diez años de libertad,
dirigiendo un reino insignificante, y ha logrado con bastante
éxito atraerse el oprobio y el desdén sobre sí
y sobre la mayor parte de sus colaboradores; la Autoridad se
ha convertido en sinónimo de brutalidad, autocracia, y
una corrupción inimaginable. Se me escapa por qué
razón puede haber alguien que crea que en la etapa actual
Arafat sería capaz de hacer algo diferente, o que su nuevo
gabinete, dominado por los mismos rostros derrotados e incompetentes
de siempre, va a dar paso a una verdadera reforma. Arafat es
el líder de un pueblo que lleva sufriendo mucho tiempo,
un pueblo al que en el transcurso del último año
él mismo ha expuesto a unos niveles de dolor y privaciones
inaceptables; todo ello, resultado de la combinación de
la falta de un plan estratégico de su parte y de su imperdonable
dependencia respecto de los tiernos actos de compasión
ofrecidos por Israel y EEUU vía Oslo. Un líder
de un movimiento de liberación nacional e independentista
no tiene que exponer a su pueblo desarmado a las salvajes embestidas
de criminales de guerra como Sharon, contra el cual no hay defensa
posible ni preparación que valga. ¿Por qué
entonces provocar una guerra cuyas víctimas van a ser,
en su mayor parte, gente inocente que no tiene ni la capacidad
militar de librar esa batalla ni la influencia diplomática
necesaria para poner fin a la misma? Después de haberlo
hecho en tres ocasiones (en Jordania, en Líbano, y en
Cisjordania), no debe darse a Arafat la oportunidad de que sea
el causante de un cuarto desastre.
Arafat ha anunciado que las elecciones se celebrarán
a comienzos de 2003, pero su verdadera preocupación es
la reorganización de sus servicios de seguridad. Hace
ya mucho tiempo que vengo apuntando la idea de que el aparato
de seguridad de Arafat fue diseñado para servirle tanto
a él como a Israel, puesto que los acuerdos de Oslo se
basaban en el trato que Arafat había hecho con la ocupación
militar israelí. A Israel solamente le preocupaba su propia
seguridad, responsabilizando a Arafat de la misma (postulado
que, por cierto, Arafat aceptó ya en 1992). Entretanto,
Arafat utilizó los 15 o 19 o el número que sea
de los grupos encargados de su seguridad para enfrentarlos unos
contra otros, táctica que perfeccionó en Fakahani
y que, por otro lado, es una táctica estúpida al
menos en lo que al interés general se refiere. Arafat
nunca controló realmente a Hamas ni al Jihad, cosa que
por otra parte a Israel le convenía a la perfección:
contaba así con la excusa perfecta para utilizar los ataques
suicidas perpetrados por los denominados "mártires"
(ataques que, más que actos de martirio, son acciones
estúpidas) para ningunear y castigar a todo un pueblo.
Si hay algo que, junto con el ruinoso régimen de Arafat,
ha dañado a nuestra causa, es precisamente esta desastrosa
política de asesinar a civiles israelíes que prueba
a los ojos del mundo que, en efecto, somos terroristas y un movimiento
falto de moralidad. Nadie ha sido capaz de decir todavía
qué es lo que hemos ganado con ello.
Después de haber hecho un trato con la ocupación
tras Oslo, Arafat nunca estuvo realmente en una posición
que le permitiera llevar al movimiento a su fin. Irónicamente,
ahora intenta llegar a otro acuerdo, tanto para salvarse a sí
mismo como para demostrar ante EEUU, Israel, y otros árabes
que se merece una nueva oportunidad. A mí no me interesa
ni una pizca lo que Bush, los líderes árabes, o
Sharon digan: me interesa lo que la gente piensa de nuestro líder,
y es ahí donde debemos dejar meridianamente claro que
rechazamos por completo su programa de reforma, elecciones, y
de reorganización gubernamental y de los servicios secretos.
Su lista de fracasos es demasiado catastrófica y sus capacidades
como líder están ya demasiado debilitadas y revestidas
de incompetencia como para que Arafat vuelva a intentar salvarse...
En sexto y último lugar, está el pueblo palestino,
que clama justificadamente tanto por una reforma como por la
celebración de elecciones. En lo que a mí respecta,
este clamor es la única petición legítima
de las seis que he descrito. Es importante señalar que
la actual administración de Arafat, así como el
Consejo Legislativo, se han excedido del periodo de tiempo que
en principio les correspondía y que debería haber
concluido con nuevas elecciones en 1999. Es más: el principio
que guió las elecciones de 1996 fueron los acuerdos de
Oslo, que de hecho solamente sirvieron para que Arafat y su pueblo
se encargasen de gobernar algunos pedazos de Gaza y Cisjordania
en lugar de los israelíes, sin verdadera soberanía
ni seguridad, puesto que Israel mantuvo el control de las fronteras,
la seguridad, la tierra (doblando e incluso triplicando el número
de asentamientos), las aguas y el espacio aéreo. En otras
palabras: Oslo, en tanto que antigua plataforma para la celebración
de elecciones y el inicio de las reformas, está ahora
vacío de significado y ha perdido todo su valor. Cualquier
intento de seguir adelante sobre esa misma base es simplemente
una pérdida de tiempo, porque no traerá ni la reforma
ni unas elecciones reales. De ahí ese estado de confusión
que hace que todos los palestinos, dondequiera que estemos, nos
sintamos presa del desazón y de una amarga frustración.
Método de lucha creativo
¿Qué opción nos queda, pues, si la antigua
base de la legitimidad palestina ya no existe? Indudablemente,
no se puede volver a Oslo, al igual que tampoco se puede volver
a vivir bajo un régimen jordano o israelí. Como
persona dedicada al estudio de periodos en los que se han producido
importantes cambios históricos, me gustaría señalar
que, en aquellos casos en los que se ha producido una ruptura
significativa con el pasado (como fue el caso de la caída
de la monarquía durante la Revolución Francesa
o cuando el régimen del apartheid fue desmantelado en
Sudáfrica antes de las elecciones de 1994), la única
fuente de autoridad -es decir, el propio pueblo- debe crear una
base que legitime el proceso en cuestión. Los principales
intereses y diversos sectores de la sociedad palestina, que son
precisamente los que han permitido que la vida siga (desde los
sindicatos hasta los trabajadores de los servicios de salud,
pasando por maestros, campesinos, abogados, médicos, y
todo el personal que trabaja para las organizaciones no gubernamentales),
deben convertirse en el elemento central de la reforma palestina,
a pesar de las incursiones y la ocupación israelí.
Me parece que de poco servirá esperar a que Arafat, Europa,
EEUU, o los árabes, actúen: son ineludiblemente
los propios palestinos quienes deben afrontar este proceso, a
través de una Asamblea Constituyente en la que estén
representados los principales elementos que componen la sociedad
palestina. Sólo un grupo así, construido por el
propio pueblo y no por lo que queda de Oslo (y ciertamente no
por los fragmentos de la desacreditada AP de Arafat), podrá
albergar la esperanza de reorganizar con éxito esta sociedad,
sacándola de la ruinosa, por no decir que inherentemente
catastrófica, condición en la que se encuentra.
La principal labor a la que debe hacer frente esta Asamblea es
la construcción de un sistema del mantenimiento del orden,
y ello con un propósito doble: por un lado, para hacer
que la vida palestina siga su curso de un modo ordenado, y con
la plena participación de todos. En segundo lugar, porque
habrá de elegir un comité ejecutivo de emergencia
encargado de acabar con la ocupación, no de negociar con
ella. Es bastante obvio que militarmente no somos un rival para
Israel. Los kalashnikof no son efectivos cuando el equilibrio
de fuerzas está tan inclinado a favor de uno de los combatientes.
Lo que necesitamos es un método de lucha creativo que
movilice todos los recursos humanos de los que disponemos para
sacar a la luz, aislar, y gradualmente hacer insostenibles los
principales aspectos de la ocupación israelí, es
decir: los asentamientos, las carreteras que conducen a los mismos,
los bloqueos en las carreteras, y las demoliciones. El grupo
de personas que en la actualidad rodea a Arafat es incapaz de
pensar en dicha estrategia, y mucho menos de ponerla en práctica:
no solamente están en quiebra y demasiado vinculados con
prácticas corruptas, sino que además tienen que
sobrellevar la pesada carga de los fracasos del pasado.
Para que una estrategia palestina así funcione, debe
existir un sector israelí compuesto por individuos y grupos
con quien puede y debe establecerse una base común en
la lucha contra la ocupación. Esa es, precisamente, la
gran lección de la lucha sudafricana: proponer una visión
de una sociedad multirracial en la que ningún individuo,
colectivo, o líder pudiera quedar al margen. La única
visión que emerge hoy en día desde Israel es la
de la violencia, la separación forzosa, y la continua
subordinación de los palestinos a la idea de la supremacía
judía. Por supuesto, no todos los israelíes lo
creen, pero nos corresponde a nosotros proyectar la idea de una
coexistencia entre dos Estados que tengan relaciones mutuas normales,
establecidas sobre la base de la soberanía y la igualdad.
La rama mayoritaria del sionismo aún no ha sido capaz
de producir una visión así, así que debe
venir dada por el pueblo palestino y por sus nuevos líderes,
cuya legitimidad ha de empezar a ser construida ahora, en el
preciso instante en el que todo se está yendo abajo y
todos están ansiosos por rehacer Palestina a su imagen
y semejanza y según sus propias ideas.
Nunca nos hemos enfrentado a un momento tan malo, y al mismo
tiempo seminal, como el actual. El mundo árabe se encuentra
en un desorden absoluto; la Administración norteamericana
está controlada de manera efectiva por derechistas cristianos
y por el lobby israelí (en un plazo de 24 horas, George
Bush dio la vuelta a todo lo que parecía haber acordado
con el Presidente egipcio Mubarak tras recibir la visita de Sharon);
nuestra sociedad se ha visto al borde de la ruptura total a causa
de un liderazgo pobre y la locura de pensar que los atentados
suicidas conducirían directamente al establecimiento de
un Estado islámico palestino. Siempre hay esperanza de
futuro, pero tenemos que ser capaces de encontrarla, y de hacerlo
en el lugar adecuado. Está claro que, en ausencia de cualquier
política informativa árabe o palestina en EEUU
(particularmente dentro del Congreso), no podemos, siquiera por
un instante, engañarnos con la idea de que Powell y Bush
están a punto de establecer un calendario real para la
rehabilitación palestina. Por eso, sigo diciendo que somos
nosotros quienes debemos hacer ese esfuerzo: por nosotros, y
para nosotros. Al menos, intento sugerir un camino diferente.
¿Quién sino el pueblo palestino podrá construir
la legitimidad necesaria para gobernarse a sí mismos,
y luchar contra la ocupación con armas que no maten a
inocentes y nos hagan perder más apoyos de los que hemos
perdido con anterioridad? Una causa justa puede verse fácilmente
subvertida cuando se emplean métodos inadecuados o corruptos.
Cuando antes nos demos cuenta de ello, más oportunidades
tendremos de salir por nosotros mismos del impasse en el que
nos encontramos.
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