Tiempo para la honestidad
intelectual
Edward Said
Counterpunch,
16 septiembre 2001
(Texto inédito en castellano traducido por CSCAweb)
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"Todos aseguran
que esto es una guerra contra el terrorismo, pero la pregunta
es dónde, en qué frentes, y con qué fines
concretos. No hay respuestas a ninguna de estas preguntas, excepto
la vaga sugerencia de que somos 'nosotros' los que nos enfrentamos
al Próximo Oriente y al Islam, y de que hay que acabar
con el terrorismo"
El horror espectacular que ha golpeado a Nueva
York (y en menor medida a Washington) nos ha introducido en un
nuevo mundo de asaltantes invisibles y desconocidos, de misiones
terroristas carentes de mensaje político alguno, de destrucción
sin sentido.
Para los habitantes de esta ciudad herida, sentimientos
de consternación, miedo, y un continuado sentimiento de
furia y shock seguirán estando presentes sin duda durante
mucho tiempo, al igual que un sentimiento de dolor y pena genuinos
por la crueldad que semejante carnicería ha impuesto sobre
tanta gente. Los neoyorquinos tienen suerte de que el alcalde
Rudolf Giuliani, tradicionalmente sobrado de palabras y desagradablemente
combativo, incluso retrógrado, haya alcanzado rápidamente
un estatus similar al de Churchill. Con tranquilidad, de un modo
carente de sentimentalismo, y mostrando una extraordinaria compasión,
[Giuliani] se ha mantenido al frente de la heroica policía
de la ciudad, así como de los servicios de bomberos y
de emergencias de un modo admirable, con enormes pérdidas
humanas. La voz de Giuliani fue la primera voz que avisó
del peligro de caer en ataques de pánico y patrioterismo
dirigidos contra la importante comunidad árabe e islámica
de la ciudad, y fue el primero en manifestar con sentido común
el sentimiento de angustia, el primero en obligar a todo el mundo
a reanudar sus vidas cotidianas después de tan terribles
atentados.
Pero eso no es todo. Las retransmisiones televisivas
han traído el horror de estos terribles kamikaces con
alas a todos los hogares, sin pausa, insistentemente, y no siempre
de un modo edificante. La mayor parte de los comentarios se han
centrado, magnificando incluso, los sentimientos que previsiblemente
anidan en las mentes de los norteamericanos: la terrible pérdida,
la cólera, la furia, un sentimiento de vulnerabilidad
violada, un deseo de venganza y castigo sin límites...
Más allá de las fórmulas habituales de pesar
y patriotismo, todos los políticos y supuestos expertos
han repetido (como les corresponde) cómo no seremos derrotados,
cómo no nos detendrán, cómo no nos detendremos
hasta exterminar cualquier forma de terrorismo (hasta acabar
con el terrorismo). Todos aseguran que esto es una guerra contra
el terrorismo, pero la pregunta es dónde, en qué
frentes, y con qué fines concretos. No hay respuestas
a ninguna de estas preguntas, excepto la vaga sugerencia de que
somos "nosotros" los que nos enfrentamos al Próximo
Oriente y al Islam, y de que hay que acabar con el terrorismo.
Lo que resulta aún más deprimente,
sin embargo, es el poco tiempo que se dedica a intentar comprender
el papel que EEUU juega en el mundo, su implicación directa
en la compleja realidad de fuera de nuestras fronteras, realidad
que durante tanto tiempo ha mantenido al mundo extremadamente
distante y virtualmente fuera de la mente del norteamericano
medio. Cabría pensar que "América" es
un gigante adormecido más que un superpoder casi siempre
en guerra, o al menos involucrado en algún tipo de conflicto,
por todo el mundo islámico. El nombre y la cara de Osama
bin Laden se han convertido en familiares hasta la saciedad para
los norteamericanos que efectivamente han hecho olvidar cualquier
pasado que tanto él como sus sombríos seguidores
hayan podido tener antes de convertirse en símbolos de
todo lo despreciable y odioso para el imaginario colectivo.
Inevitablemente, las pasiones colectivas están
siendo canalizadas hacia un deseo de ir hacia la guerra que misteriosamente
se parece a la persecución del Capitán Acab contra
Moby Dick, más que lo que en realidad está pasando,
o sea, que un poder imperial ha sido herido en su propia casa
por primera vez al tiempo que sistemáticamente se dedica
a perseguir sus propios intereses en lo que de repente se ha
convertido en una geografía reconfigurada del conflicto,
sin frontera claramente delimitadas ni actores visibles. Símbolos
maniqueos y escenarios apocalípticos circulan por ahí.
Lo que hace falta ahora es comprender la situación
de un modo racional, no ir tocando los tambores. Bush y su equipo
han optado claramente por la segunda opción, no por la
primera. Aún así, para la mayor parte de los habitantes
del mundo árabe e islámico la oficialidad norteamericana
es sinónimo de un poder arrogante, conocido por el apoyo
que santurronamente brinda no sólo a Israel, sino también
a muchos regímenes árabes represivos, así
como por su la poca atención que presta a la posibilidad
de dialogar con movimientos laicos y con gente que tiene auténticos
motivos de queja. En este contexto, el anti-americanismo no se
basa en un odio hacia la modernidad o envidia tecnológica:
está basado en una narrativa de intervenciones concretas,
formas de depredación muy específicas, y en el
caso del sufrimiento del pueblo iraquí, por un régimen
de sanciones impuesto por EEUU, así como por el apoyo
que durante 34 años los EEUU han brindado a la ocupación
israelí de territorios palestinos.
Ahora, Israel explota de cínicamente la
catástrofe norteamericana mediante la intensificación
de su campaña militar y la represión sobre los
palestinos. La retórica del ámbito político
en los EEUU ha hecho caso omiso de todo esto, lanzando por ahí
palabras como "terrorismo" y "libertad" mientras,
por supuesto, semejantes abstracciones están casi siempre
escondidas bajo sórdidos intereses puramente materiales,
bajo la influencia del petróleo, los grupos de presión
sionistas consolidando su control sobre el Próximo Oriente,
o la hostilidad religiosa acompañada de ignorancia desde
hace ya tiempo afecta a todo lo relacionado con el Islam,
hostilidad que cada día toma formas diferentes.
La responsabilidad individual, sin embargo, exige
un entendimiento de la realidad si cabe aún más
crítico. Por supuesto que ha habido terrorismo, y prácticamente
todos los movimientos modernos de lucha han recurrido en algún
momento a prácticas terroristas. Esto ha ocurrido tanto
con el Congreso Nacional Africano de Mandela como con todos los
demás, incluido el sionismo. Bombardear civiles indefensos
con aviones F-16 y helicópteros de combate sigue la misma
estructura y tiene los mismo efectos que el terrorismo nacionalista
más convencional.
Lo que resulta negativo en cualquier forma de terrorismo
es que se vincule a abstracciones políticas y religiosas
y mitos reduccionistas que se desvían de la historia y
del sentido común. Es aquí donde la conciencia
laica debe hacerse sentir, ya sea en los EEUU o en el Próximo
Oriente. Ninguna causa, ningún Dios, ninguna idea abstracta
puede justificar el asesinato masivo de inocentes, sobre todo
cuando es un grupo muy pequeño de personas el responsable
de llevar a cabo tales acciones y sentir que representan así
su causa sin tener mandato alguno para hacerlo. Además,
tanto como se ha discutido sobre los musulmanes, no existe un
único Islam: hay muchas formas de Islam, lo mismo que
hay muchas Américas. Esta diversidad es cierta
en todas las tradiciones, religiones, o naciones incluso cuando
algunos de quienes se adhieren a ellas han intentado futilmente
trazar límites y fijar las fronteras de sus creencias.
La historia es mucho más compleja y contradictoria que
lo que quieren representar los demagogos que son mucho menos
representativos de lo que cualquiera de sus seguidores u opositores
afirman que son. El problema con los fundamentalistas de corte
religioso o moral es que hoy en día sus ideas primitivas
sobre la revolución y la resistencia, incluyendo la disposición
a matar y ser matado, se ven vinculadas con demasiada facilidad
a la sofisticación tecnológica y lo que aparentan
ser complacientes acciones de terrorífica venganza. Los
suicidas de Nueva York y Washington parecen haber sido hombre
educados de clase media, no pobres refugiados. En lugar de contar
con líderes que pongan más énfasis en la
educación, en la movilización de las masas y en
una organización paciente puesta al servicio de su causa,
los pobres y los desesperados se van a menudo estafados por el
tipo de pensamiento mágico y sangrientas soluciones rápidas
que les proporcionan estos espantosos modelos, envueltos en auténticos
disparates religiosos.
Por otro lado, la posesión de un inmenso
poder económico y militar no constituyen ninguna garantía
de sabiduría y ni de que se cuente con una visión
moral de las cosas. Durante la actual crisis, ha habido voces
muy humanas y bastante escépticas que no se han oído,
al tiempo que "América" se agarra a una guerra
larga que se librará por otros lares, junto con aliados
que se han visto presionados con motivos inciertos y para fines
imprecisos. Necesitamos dar marcha atrás y salir de los
umbrales imaginarios que separan a unos pueblos de otros, y volver
a examinar las etiquetas, reconsiderar los limitados recursos
de que disponemos, decidir que queremos compartir nuestros destinos
los unos con los otros como las culturas siempre han hecho, a
pesar de creencias y gritos de guerra varios.
El Islam y Occidente son, simplemente,
banderas inadecuadas para ser seguidas. Habrá quien corra
tras de ellas, pero condenar a las generaciones futuras a una
guerra y sufrimiento prolongados sin ni siquiera pararse a pensar
de un modo crítico, sin echar un vistazo a la dependencia
mutua de todas las historias de injusticia y opresión,
sin intentar al menos luchar por la emancipación de todos
y por el entendimiento mutuo, parece ahora más un acto
de testarudez que una necesidad. Demonizar al Otro no es base
suficiente para ningún tipo de política decente,
sobre todo cuando las raíces del terrorismo en la injusticia
pueden ser atendidas, y cuando se puede aislar y detener a los
terroristas. Hacen falta paciencia y educación, porque
sin duda la inversión merece más la pena que más
niveles de sufrimiento y violencia a gran escala.
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