Israel, en punto muerto
Edward W. Said*
Texto publicado en Al-Ahram Weekly
On-line, núm. 565, 2026/12/2001
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
Arafat siempre ha tolerado
y de hecho apoyado a una pluralidad de organizaciones que manipula
de diversas maneras, contraponiéndolas unas con otras
de modo que ninguna descuelle por encima de su propia organización,
Fatah. Sin embargo, están empezando a surgir nuevas organizaciones:
laicas, comprometidas, que trabajan duro, y comprometidas con
una política democrática por una Palestina independiente.
La Autoridad Palestina no controla a ninguno de estos grupos
"La tierra se cierra sobre nosotros, empujándonos
a través del último paso, mientras nos arrancamos
las extremidades para atravesarlo". Así describía
Mahmud Darwish la salida de la OLP de Beirut en Septiembre de
1982. "¿Dónde iremos después de la
última frontera? ¿Hacia dónde volarán
los pájaros después del último cielo?"
Diecinueve años después, lo que les ocurrió
a los palestinos en el Líbano les está ocurriendo
en Palestina. Desde el estallido de la Intifada de Al-Aqsa el
pasado septiembre [de 2000], los palestinos han sido secuestrados
por el Ejército israelí en no menos de 220 pequeños
ghettos discontinuos, sujetos a toques de queda intermitentes
que a menudo se prolongan durante varias semanas. Nadie (jóvenes
o viejos, sanos o convalecientes, muertos, embarazadas, estudiantes
o médicos), puede moverse sin tener que pasar horas delante
de los controles vigilados por soldados israelíes bruscos
y deliberadamente humillantes. Mientras escribo, 200 palestinos
no pueden recibir un tratamiento de diálisis renal porque
"por razones de seguridad" el Ejército israelí
no les permite viajar hacia los hospitales. ¿Acaso alguno
de los incontables miembros de los medios extranjeros que cubren
el conflicto han escrito alguna historia sobre estos jóvenes
reclutas israelíes embrutecidos, entrenados para cumplir
con la función principal de sus obligaciones militares,
que es la de castigar a los civiles palestinos? Creo que no.
Yasser Arafat no pudo salir de sus oficinas en Ramallah para
acudir a la reunión de la Conferencia Islámica
de ministros celebrada el 10 de diciembre en Qatar; uno de sus
ayudantes leyó su discurso. El aeropuerto, situado a poco
más de 20 kilómetros de distancia (en Gaza) y dos
viejos helicópteros habían sido destruidos la semana
anterior por aviones y bulldozers israelíes, sin
que nadie comprobara, ni mucho menos evitara que se produjeran,
las incursiones diarias de las que esta particular hazaña
militar era parte. El aeropuerto de Gaza era el único
puerto de entrada directo en territorio palestino, el único
aeropuerto civil destruido en todo el mundo desde la Segunda
Guerra Mundial. Desde el pasado mes de mayo, F-16 israelíes
(generosamente suministrados por EEUU) han bombardeado con regularidad
ciudades y pueblos palestinos. Al estilo de Gernica, destrozando
propiedades y asesinando a civiles y oficiales de los cuerpos
de seguridad (recordemos que no hay un ejército palestino,
ni una Marina o fuerza aérea que proteja a la población
palestina); los helicópteros de ataque Apache (nuevamente,
suministrados por EEUU) han disparado sus misiles para asesinar
a 77 líderes palestinos por supuestos crímenes
terroristas (pasados o futuros). Un grupúsculo de oficiales
de los servicios de inteligencia israelíes tiene autoridad
para decidir la ejecución de estos asesinatos, presumiblemente
con el visto bueno, en cada ocasión en que se producen,
del gabinete israelí, y ya con carácter más
general, de EEUU. Los helicópteros han hecho también
un trabajo eficaz bombardeando las instalaciones policiales y
civiles de la Autoridad Palestina. Durante la noche del 5 de
diciembre, el ejército israelí invadió las
oficinas del Instituto de Estadística Palestino en Ramallah
(Palestinian Central Bureau of Statistics), llevándose
los ordenadores así como casi todos los archivos e informes,
y barriendo por completo prácticamente cualquier evidencia
de la vida colectiva palestina. En 1982, ese mismo ejército,
comandado por el mismo individuo, había invadido Beirut
Oeste y se había llevado todos los documentos y archivos
del Centro de Investigación Palestino antes de derribar
el edificio hasta los cimientos. Pocos días después,
se produjeron las masacres de Sabra y Chatila.
Los suicidas de Hamas y el Jihad Islámico, por supuesto,
no han dejado de trabajar, y Sharon lo sabía perfectamente
bien cuando, después de un respiro de diez días
a finales de noviembre, ordenó el asesinato del líder
de Hamas Mahmoud Abu Hanoud: una acción planificada para
provocar la venganza de Hamas y permitir así al Ejército
israelí seguir masacrando a los palestinos. Después
de ocho años de infructuosas negociaciones de paz, el
50% de palestinos no tiene trabajo y el 70% vive por debajo del
umbral de la pobreza, con menos de dos dólares diarios.
Cada día se producen nuevas demoliciones de casas y confiscaciones
de tierra a las que nadie puede oponerse. Los israelíes
ponen además mucho énfasis en destruir incluso
los árboles y huertos situados en tierras palestinas.
Pese a que la proporción de palestinos e israelíes
asesinados en los últimos meses es de cinco o seis a uno,
el viejo belicista tiene el descaro de decir que Israel ha sido
víctima del mismo tipo de terrorismo que el de Ben Laden.
Pero lo más importante es el hecho de que Israel mantiene
una ocupación militar ilegal desde 1967; es la ocupación
más larga de la historia, y la única que se mantiene
vigente en el mundo actual. Contra esta violencia original y
continuada se han dirigido las acciones de violencia palestina.
Por ejemplo, el 10 de diciembre dos niños de tres y trece
años de edad fueron asesinados por bombas israelíes
en Hebrón, mientras una delegación de la UE exigía
a los palestinos que pusieran fin a la violencia y a las acciones
terroristas. Cinco palestinos más, todos ellos civiles,
fueron asesinados el 11 de diciembre, víctimas de los
bombardeos de los helicópteros sobre los campamentos de
refugiados de Gaza. Para empeorar aún más las cosas,
y como resultado de los ataques del 11 de septiembre, la palabra
"terrorismo" se emplea ahora para desacreditar cualquier
acto de resistencia legítima contra la ocupación
militar, y tampoco está permitido establecer ninguna conexión
causal o incluso narrativa entre los odiosos asesinatos de civiles
(a los que yo siempre me he opuesto) y los más de 30 años
de castigo colectivo.
Cualquier lumbrera u oficial de esos que pontifican
sobre terrorismo palestino debería preguntarse cómo
van a acabar con el terrorismo olvidándose de la ocupación.
El gran error de Arafat, consecuencia de la frustración
y los malos consejos, fue intentar llegar a un acuerdo con el
poder ocupante cuando autorizó la celebración de
conversaciones de "paz" entre miembros de dos importantes
familias palestinas y el Mossad en 1992, en la Academia Americana
de las Artes y las Ciencias en Cambridge [Massachussets]. En
aquellas discusiones, se trató exclusivamente de seguridad
israelí; no se dijo nada de la seguridad palestina, nada
en absoluto; la lucha de su pueblo por alcanzar un Estado independiente
se dejó a un lado. De hecho, el tratamiento de la seguridad
israelí a expensas de todo lo demás se ha convertido,
con el reconocimiento internacional, en prioridad absoluta, lo
cual ha permitido al general Zinni y a Javier Solana predicar
a la OLP al tiempo que guardan silencio sobre la ocupación.
Pero Israel apenas ha obtenido más ganancias que los palestinos
de estas conversaciones. El error israelí ha consistido
en imaginar que engañando a Arafat y su camarilla con
discusiones interminables y concesiones diminutas, conseguiría
que los palestinos se estuvieran quietos. Todas las políticas
emprendidas en el ámbito oficial por Israel han empeorado
las cosas para los israelíes. Háganse la siguiente
pregunta: ¿cuenta hoy Israel con mayor seguridad y aceptación
de las que tenía hace 10 años?
Por supuesto, los terroríficos y, en mi opinión,
estúpidos atentados suicidas contra civiles en Haifa y
Jerusalén ocurridos durante el fin de semana del 1 de
diciembre deben ser condenados; pero para que dicha condena tenga
algún sentido, los atentados deben ser examinados en el
contexto del asesinato de Abu Hanoud esa misma semana, junto
con el asesinato de cinco niños víctimas de una
bomba trampa israelí en Gaza; eso, por no hablar de las
casas destruidas, los palestinos asesinados en Gaza y Cisjordania,
las continuas incursiones de los tanques [israelíes],
o la constante reducción de las aspiraciones palestinas,
minuto a minuto, durante los últimos 35 años. Al
final, la desesperación da siempre malos resultados, y
nada peor que la luz verde que George W. y Colin Powell parecen
haber dado a Sharon después de que éste visitara
Washington el 2 de diciembre pasado (todo ello, demasiado próximo
en el recuerdo a la luz verde dada por Alexander Haig a Sharon
en mayo de 1982.) El apoyo de Bush y Powell vino acompañado
de las usuales declaraciones que convertían a un pueblo
sometido a un régimen de ocupación y a su desventurado
e inepto líder en agresores a escala global que debían
"sentar ante la justicia" a sus propios criminales,
al tiempo que los soldados israelíes destruían
sistemáticamente y por completo las estructuras de la
policía palestina ¡que supuestamente debía
encargarse de las detenciones!
Arafat está cercado por todas partes, resultado irónico
de su insondable deseo de representar todo lo palestino ante
todos, amigos o enemigos. Es, al mismo tiempo, una figura trágicamente
heroica e inútil. Ningún palestino a día
de hoy va a rechazar su autoridad, por la sencilla razón
de que, a pesar de su palabrería y sus errores, está
siendo humillado y castigado precisamente por ser un líder
palestino y, como tal, el mero hecho de existir ofende
a los puristas como Sharon y sus soportes norteamericanos (si
es que "purista" es la palabra adecuada). Salvo los
ministerios de Sanidad y Educación, que han llevado a
cabo un trabajo bastante bueno, la Autoridad Palestina (AP) de
Arafat no ha sido un éxito brillante. La corrupción
y la brutalidad de la AP son fruto del modo en apariencia antojadizo,
pero en realidad bastante meticuloso, que tiene Arafat de hacer
depender a todo el mundo de su generosidad. Él solo controla
los presupuestos, y él solo decide cuáles serán
los titulares de los cinco periódicos del día.
Pero por encima de todo, Arafat manipula y enfrenta entre sí
a los 12 o 14 servicios de seguridad independientes (hay quien
habla incluso de 19 o 20), cada uno de ellos estructuralmente
leal a sus propios líderes y a Arafat al mismo tiempo,
sin ser capaces de hacer mucho más por su propio pueblo
que detener a la gente cuando Arafat, Israel, o EEUU les obligan
a ello. Las elecciones de 1996 fueron diseñadas para que
tuvieran una vigencia de tres años, pero Arafat ha estado
titubeando a la hora de convocar unas nuevas elecciones que ciertamente
constituirían un reto muy serio para su autoridad y popularidad.
'Entente' entre Arafat y Hamas
Arafat y Hamas han mantenido una especia de entente
bien publicitada desde los atentados del pasado mes de junio:
Hamas no atacaría a civiles israelíes a cambio
de que Arafat dejase en paz a los islamistas. Sharon destruyó
el pacto con el asesinato de Abu Hanoud: Hamas se vengó,
y ya nada impedía a Sharon ir a por Arafat con el apoyo
de EEUU. Después de haber destruido la red de seguridad
de Arafat, las cárceles y sus oficinas, y de haberle encarcelado
físicamente, Sharon ha impuesto una serie de peticiones
que sabe que no podrán recibir la respuesta requerida
(a pesar de que Arafat se las ha arreglado, con unas cuantos
ases en la manga, para obedecer a medias). Sharon se cree, tontamente,
que deshaciéndose de Arafat, podría llegar a una
serie de acuerdos con los "señores de la guerra"
locales y dividir el 40% de Cisjordania y la mayor parte de Gaza
en cantones discontinuos, con fronteras que quedarían
bajo control del ejército israelí. A la mayoría
de la gente, menos a los que detentan el poder, se nos escapa
cómo esto contribuirá a la seguridad de Israel.
Pero todavía nos quedan tres jugadores, o grupos de
jugadores, dos de los cuales (en una muestra de racismo) no son
siquiera considerados por Sharon. En primer lugar, los propios
palestinos, muchos de los cuales son demasiado intransigentes
y están demasiado politizados como para aceptar algo menos
que una retirada incondicional por parte de Israel. La política
israelí, como todas las políticas agresivas, tienen
el efecto contrario al que pretende conseguir: reprimir es dar
pie a que surja una mayor resistencia. Si Arafat desapareciese,
la ley palestina contempla un periodo de 60 días en los
que gobernaría el portavoz de la Asamblea (un personaje
impopular y poco impresionante próximo a Arafat, llamado
Abu Ala y bastante admirado por los israelíes por
su "flexibilidad") Después, daría comienzo
una guerra sucesoria entre otros compinches de Arafat, como Abu
Mazen y dos o tres de los más importantes (y capaces)
jefes de seguridad principalmente, Jibril Rajoub en Cisjordania
y Mohamed Dahlan en Gaza. Ninguno de ellos tienen la talla de
Arafat ni nada que les aproxime siquiera a niveles de popularidad
de éste último (quizás ahora perdidos).
Lo más previsible sería el caos temporal: enfrentémonos
al hecho de que la existencia de Arafat ha sido el foco que ha
organizado la política palestina, en la que muchos millones
de árabes y musulmanes también se juegan algo.
Arafat siempre ha tolerado y de hecho apoyado a una pluralidad
de organizaciones que manipula de diversas maneras, contraponiéndolas
unas con otras de modo que ninguna descuelle por encima de su
propia organización, Fatah. Sin embargo, están
empezando a surgir nuevas organizaciones: laicas, comprometidas,
que trabajan duro, y comprometidas con una política democrática
por una Palestina independiente. La Autoridad Palestina no controla
a ninguno de estos grupos. También debe mencionarse el
hecho de que nadie en Palestina está dispuesto a ceder
ante la exigencia israelí-norteamericana de poner fin
al "terrorismo", a pesar de que, mientras Israel continúe
con sus bombardeos y siga oprimiendo a los palestinos, jóvenes
y viejos, será muy difícil trazar una línea
divisoria en la mente de la opinión pública entre
las aventuras suicidas y la resistencia contra la ocupación.
El segundo grupo lo componen los líderes del resto
del mundo árabe que tienen interés en que Arafat
se mantenga donde está, a pesar de que están evidentemente
exasperados con él. Arafat es más listo y persistente
que ellos, y conoce el arraigo que tiene en la mentalidad popular
de los países árabes, donde ha cultivado el apoyo
de dos ámbitos separados: el islamista, y el laico nacionalista.
Islamistas y laicistas se sienten atacados, pese a que el segundo
campo apenas haya recibido la atención de los orientalistas
y expertos occidentales que toman a Ben Laden como el prototipo
del musulmán, en lugar de fijarse en el gran número
de musulmanes y árabes laicos no musulmanes que odian
lo que Ben Laden defiende y lo que ha hecho. Por ejemplo, en
Palestina, las encuestas más recientes muestran que Arafat
y Hamas gozan de niveles de popularidad similares (ambos entre
el 20 o 25 por ciento), si bien la mayoría de los ciudadanos
no muestran preferencia por ninguno de los dos (aunque mientras
ha estado arrinconado, la popularidad de Arafat se ha disparado).
La misma división existe en los países árabes,
donde la mayoría de la gente se ve desanimada ante la
corrupción y brutalidad de sus respectivos regímenes
o las reducidas miras y el extremismo de los grupos religiosos,
la mayoría de los cuales están interesados en regular
el comportamiento personal más que en asuntos como la
globalización o la producción de energía
y la creación de puestos de trabajo.
En el caso de que Arafat se viera asfixiado por la violencia
israelí y la indiferencia árabe, musulmanes y árabes
bien podrían volverse en contra de sus propios gobernantes.
De modo que Arafat es una pieza necesaria en el panorama actual.
Su desaparición únicamente parecerá natural
cuando emerja un nuevo liderazgo colectivo entre las jóvenes
generaciones palestinas. Es imposible pronosticar cuándo
y cómo ocurrirá, pero estoy seguro de que pasará.
El tercer grupo de jugadores que he mencionado es el formado
por los europeos, los norteamericanos, y el resto; y francamente,
no creo que sepan lo que están haciendo. La mayoría
de ellos se sentirían felices quitándose el problema
palestino de encima y, siguiendo el espíritu inaugurado
por Bush y Powell, no les disgustaría del todo ver cómo
de algún modo se hace realidad la idea de un Estado palestino,
mientras sean otros quienes se encarguen de ello. Además,
su operatividad en el Próximo Oriente se vería
complicada de no tener allí a Arafat para echarle la culpa,
desairarle, insultarle, pincharle, presionarle, o darle dinero.
La misión de la UE y del general Zinni no parecen tener
mucho sentido, y desde luego no tendrán ningún
efecto sobre Sharon y su pueblo. Los políticos israelíes
han llegado a la certera conclusión de que los gobiernos
occidentales están, por lo general, de su parte, y de
que pueden seguir haciendo lo que mejor se les da sin importarles
los ruegos de Arafat y su pueblo para sentarse a negociar.
Existe un grupo emergente de palestinos, tanto en Palestina
como en la Diáspora, que está empezando a aprender
y a utilizar las tácticas que podrían hacer cargar
a Occidente e Israel con una responsabilidad moral seria, en
referencia a la cuestión de los derechos palestinos, y
no meramente de la existencia palestina. Por ejemplo, en Israel
está Azmi Bishara, un audaz palestino miembro del Knesset
que ha visto cómo le era retirada su inmunidad parlamentaria.
Bishara será sometido
a juicio en breve por incitar a la violencia. ¿Por
qué? Porque durante mucho tiempo ha defendido el derecho
de los palestinos a resistir frente a la ocupación con
el argumento de que, al igual que cualquier otro Estado del planeta,
Israel debe ser el Estado de todos sus ciudadanos, y no solo
el Estado del pueblo judío. Por primera vez se está
dando forma a un reto planteado por un palestino, que trata sobre
los derechos palestinos, dentro de Israel (y no en Cisjordania),
mientras todas las miradas se vuelven hacia el juicio. Al mismo
tiempo, la oficina del fiscal general belga ha confirmado que
el caso por crímenes de guerra que se sigue contra Ariel
Sharon puede seguir adelante en los tribunales belgas. Poco a
poco, se está produciendo una movilización laboriosa
de la opinión palestina laica que lentamente alcanzará
a la Autoridad Palestina. Muy pronto, a Israel se le exigirá
que actúe dentro del terreno de la moralidad, al tiempo
que la ocupación se convierte en el principal foco de
atención y que cada vez más israelíes se
están dando cuenta de que no se puede continuar de manera
indefinida con 35 años de ocupación.
Por otro lado, al tiempo que se extiende la guerra norteamericana
contra el terrorismo, es seguro que aumentará la conflictividad;
lejos de calmar las cosas, lo más probable es que el poder
norteamericano las remueva de un modo que quizás resulte
imposible contener. No es ninguna ironía que se haya vuelto
a prestar tanta atención a Palestina precisamente porque
EEUU y los europeos necesitan mantener su coalición anti-talibán.
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