La nueva ola palestina
Edward W. Said*
The Nation,
semana del 4-10 de febrero de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
Las encuestas más
recientes muestran que Arafat y sus oponentes islamistas cuentan
con un apoyo popular que oscila entre el 40 y el 45 por ciento.
Lo cual significa que hay una mayoría silenciosa de palestinos
que no están a favor de la inoportuna confianza que la
Autoridad Palestina tiene puesta en Oslo -ni de un anárquico
régimen corrupto y represivo-, pero que tampoco son partidarios
de la violencia islamista
Después de 16 meses, la Intifada palestina tiene poco
de lo que presumir políticamente, a pesar de la extraordinaria
fortaleza demostrada por un pueblo sujeto a un régimen
de ocupación militar, pobremente armado y dirigido, y
aún desposeído, que ha desafiado el despiadado
saqueo de la maquinaria de guerra israelí. En EEUU, el
gobierno y, salvo algunas excepciones, los medios de comunicación
independientes, se han hecho eco mutuamente, hablando con insistencia
sobre la violencia y el terrorismo palestinos, sin prestar ningún
tipo de atención a la ocupación militar israelí
que dura ya 35 años (siendo pues la ocupación más
larga de la historia contemporánea.) Consecuentemente,
las declaraciones oficiales de condena de EEUU contra la Autoridad
Palestina (AP) de Yaser Arafat tras el 11 de septiembre por apoyar
e incluso promover el terrorismo han reforzado la absurda pretensión
del gobierno de Sharon de que Israel es la víctima y los
palestinos los agresores en la guerra que durante cuatro décadas
el ejército israelí ha librado contra la población
civil, sus propiedades e instituciones, de manera indiscriminada
y despiadada. El resultado es que, hoy por hoy, los palestinos
viven encerrados en 220 ghettos controlados por el ejército;
los tanques Merkaba y los helicópteros Apache
y aviones F-16 suministrados por EEUU acaban a diario
con personas, casas, olivares y tierras de cultivo; las escuelas
y universidades, así como los negocios y las instituciones
civiles, han visto interrumpido su funcionamiento normal; cientos
de civiles inocentes han sido asesinados, y cerca de 20.000 han
resultado heridos; Israel sigue asesinando a líderes palestinos;
y el desempleo y la pobreza llegan a niveles del 50%. Todo esto
ocurre mientras el general Anthony Zinni sigue zumbando alrededor
del desdichado Arafat hablándole de la violencia palestina,
mientras el segundo no puede siquiera salir de sus oficinas en
Ramallah porque los tanques israelíes le tienen prisionero
y sus múltiples y andrajosas fuerzas de seguridad corretean
intentando sobrevivir a la destrucción de sus oficinas
y cuarteles.
El juego de los islamistas
Para empeorar aún más las cosas, los islamistas
palestinos le han hecho el juego a la incansable maquinaria de
propaganda israelí y a su siempre preparado ejército,
con sus ocasionales estallidos de ataques suicidas bárbaros
y carentes de todo propósito que terminaron por obligar
a Arafat a enviar a sus paralizados cuerpos de seguridad contra
Hamas y el Jihad allá por el mes de diciembre, deteniendo
a sus militantes, cerrando oficinas, disparando de vez en cuando,
y asesinando a los manifestantes. Arafat se apresura en cumplir
cada una de las exigencias de Sharon, aún cuando Sharon
sigue planteando nuevas exigencias, provoca algún incidente,
o simplemente afirma (con el apoyo norteamericano), que no está
satisfecho, que Arafat (a quien de un modo sádico le prohibió
acudir a las celebraciones navideñas en Belén)
sigue siendo un terrorista irrelevante cuyo objetivo principal
en la vida es matar judíos. A toda esta suma de ataques
contra los palestinos que desafían toda lógica,
la incomprensible respuesta de Arafat ha consistido en seguir
pidiendo una vuelta a la mesa de negociaciones, como si la trasparente
campaña de Sharon contra la más mínima posibilidad
de volver a negociar no estuviera ocurriendo, como si la idea
del proceso de Oslo aún no se hubiera evaporado. Lo que
me sorprende es que, salvo un pequeño número de
israelíes (a los que últimamente se ha sumado David
Grossman), nadie dice abiertamente que los palestinos están
siendo perseguidos por Israel.
Pero una mirada más cercana a la realidad palestina
nos ofrece una visión más alentadora. Las encuestas
más recientes muestran que entre Arafat y sus oponentes
islamistas (que se autodenominan, injustamente, la "resistencia")
cuentan con un apoyo popular que oscila entre el 40 y el 45 por
ciento. Lo cual significa que hay una mayoría silenciosa
de palestinos que no están a favor de la inoportuna confianza
que la Autoridad tiene puesta en Oslo (ni de un anárquico
régimen, corrupto y represivo), pero que tampoco son partidarios
de la violencia islamista. Como individuo dotado de recursos
tácticos por excelencia, Arafat ha respondido delegando
en Sari Nusseibeh (presidente de la Universidad Al-Quds, miembro
de una importante familia de Jerusalén, y leal partidario
de Fatah) la responsabilidad de pronunciar discursos a modo de
prueba en los que se sugiere que si Israel fuera un poquito más
amable, los palestinos podrían abandonar la idea del derecho
al retorno. Además, un puñado de individuos próximos
a la AP (o para ser más exactos, cuyas actividades nunca
han sido independientes de la AP), ha firmado declaraciones e
iniciado giras con pacifistas israelíes que, o están
fuera de los círculos de poder, o gozan de tanto descrédito
como de falta de eficacia. Se supone que estos desalentadores
ejercicios están diseñados para demostrar al mundo
que los palestinos están dispuestos a conseguir la paz
a cualquier precio, incluso haciendo un hueco a la ocupación
militar. En cuanto al insaciable deseo de Arafat de mantenerse
en el poder se refiere, se puede decir que [Arafat] aún
no ha sido derrotado.
Aún así, a cierta distancia de todo esto, poco
a poco va surgiendo una nueva ola nacionalista y secular [en
Palestina]. Es aún demasiado pronto para hablar de un
bloque o un partido como tales, pero lo cierto es que se trata
de un grupo visible e independiente que cuenta con apoyo popular.
Entre sus filas se encuentran Haidar Abdel Shafi y Mustafa Barghouthi
(a quien no debemos confundir con Marwan Barghouthi, militante
de Fatah y miembro de la misma familia), junto con Ibrahim Dakkak,
profesores universitarios como Ziad Abu Amr, Mamdouh Al-Aker,
Ahmad Harb, Ali Jarbawi, Fouad Moughrabi, miembros del Consejo
Legislativo como Ramiya al-Shawa y Kamal Shirafi, escritores
como Hassan Khadr o Mahmoud Darwish, Raja Shehadeh, Rima Tarazi,
Ghassan al-Khatib, Nacer Aruri, Elia Zureik, y yo mismo. A mediados
de diciembre, emitimos un comunicado conjunto que recibió
una cobertura considerable por parte de los medios árabes
y europeos (en EEUU ni siquiera fue mencionado) en el que defendíamos
la unidad nacional y la resistencia palestinas y exigíamos
el fin incondicional de la ocupación militar israelí,
al tiempo que manteníamos un silencio deliberado sobre
la vuelta a Oslo. Nosotros consideramos que las negociaciones
sobre una mejora en las condiciones del régimen de ocupación
equivalen a prolongarlo. La paz solamente será posible
después de que la ocupación termine. Las secciones
más audaces de la declaración hablan de la necesidad
de restablecer la soberanía de la ley y de un estamento
judicial independiente, evitar al mal uso de los fondos públicos
y consolidar las funciones de las instituciones públicas
de manera que cada ciudadano pueda confiar en aquellos individuos
que ocupan cargos de responsabilidad pública. La última
pero más importante exigencia es la petición de
nuevas elecciones parlamentarias.
Construir la alternativa
Sean cuales sean las lecturas que puedan hacerse de esta declaración,
el hecho de que un contingente tan grande de individuos independientes
que mayoritariamente forman parte de organizaciones sindicales,
educativas, sanitarias y profesionales muy activas haya hecho
este tipo de declaraciones no ha pasado desapercibido al conjunto
de los palestinos (que han visto la declaración como la
crítica más incisiva hecha hasta el momento al
régimen de Arafat), ni tampoco al ejército israelí.
Justo cuando la Autoridad se apresuraba a obedecer las órdenes
de Sharon y Bush, deteniendo a los habituales sospechosos islamistas,
el Dr. [Mustafa] Barghouthi ponía en marcha el Movimiento
de Solidaridad Internacional, una iniciativa no violenta compuesta
por cerca de 550 observadores europeos que llegaron a Palestina
por su cuenta y riesgo (algunos de ellos eran miembros del Parlamento
Europeo). A su lado, había un conjunto disciplinado de
jóvenes palestinos que, al tiempo que alteraban el movimiento
del ejército y los colonos israelíes junto a los
europeos, evitaron que se arrojaran piedras o se disparase desde
el lado palestino. Esta iniciativa congeló de un modo
efectivo tanto a la Autoridad como a los islamistas y estableció
un orden de prioridades en el cual la propia ocupación
israelí se convertiría en el centro de atención.
Todo ello ocurría mientras EEUU vetaba una resolución
del Consejo de Seguridad de NNUU que habría puesto en
marcha el envío de un grupo de observadores internacionales
desarmados para interponerse entre el ejército israelí
y los civiles palestinos indefensos.
El resultado inmediato fue que el 2 de enero, después
de ofrecer una rueda de prensa junto con veinte europeos en Jerusalén
Oriental, los israelíes detuvieron e interrogaron por
dos veces a Mustafa Barghouthi; le rompieron la rodilla con un
rifle y le provocaron heridas en la cabeza con el pretexto de
haber alterado el orden y de haber entrado ilegalmente en Jerusalén
(a pesar de que Barghouthi nació allí y tiene un
permiso médico para entrar en la ciudad). Nada de esto
ha impedido que Barghouthi y quienes le apoyan sigan adelante
con su lucha no violenta; que en mi opinión terminará
por hacerse con el control de una Intifada que ya está
demasiado militarizada, y la harán centrarse en el fin
de la ocupación y los asentamientos para llevar a los
palestinos hacia la paz y la soberanía estatal. Israel
debe tener más miedo de alguien como Barghouthi (un palestino
dueño de sí mismo, racional y respetado), que de
los barbudos islamistas radicales, a quienes Sharon gusta de
presentar engañosamente como la quintaesencia de la amenaza
terrorista contra Israel.
¿Dónde están los liberales israelíes
y norteamericanos que tanta prisa se dan en condenar la violencia,
mientras guardan silencio sobre una ocupación vergonzosa
y criminal? Les sugiero muy en serio que se unan en las barricadas
(tanto las imaginarias como las reales) a militantes valientes
como Jeff Halpern, del Comité Israelí contra las
Demoliciones, o a Luisa Morgantini, diputada italiana en el Parlamento
Europeo, que se unan a esta nueva iniciativa laica palestina
y empiecen a protestar contra los métodos militares israelíes
que son directamente subvencionados por los contribuyentes a
costa de su silencio comprado. Durante un año, se han
quejado de que no existe un movimiento pacifista palestino (¿desde
cuándo un pueblo que sufre un régimen de ocupación
militar tiene la obligación de crear un movimiento pacifista?).
Ahora, esos supuestos "pacifistas" que pueden influir
sobre el ejército israelí tienen la obligación
política de organizarse contra la ocupación, incondicionalmente,
y sin imponer ningún tipo de exigencias impropias sobre
los palestinos.
Algunos ya lo han hecho. Cientos de reservistas israelíes
se han negado a cumplir el servicio militar en los Territorios
Ocupados, y toda una serie de periodistas, militantes, profesores
universitarios y escritores (entre los cuales destacan Amira
Hass, Gideon Levy, David Grossman, Yitzhak Laor, Ilan Pappé,
Danny Rabinowitz y Uri Avnery) ha atacado continuadamente la
futilidad criminal de la campaña que Sharon dirige contra
el pueblo palestino. Idealmente, debería existir también
un coro paralelo en EEUU donde, salvo un pequeño número
de voces judías que han hecho público su indignación
ante la ocupación israelí, todavía hay demasiada
complicidad y se oyen demasiados tambores de guerra. El lobby
israelí ha triunfado temporalmente identificando la guerra
contra Ben Laden con el asalto colectivo de Sharon contra Arafat
y su pueblo. Por desgracia, la comunidad árabe-americana
es demasiado pequeña y está sitiada, intentando
escapar de la siempre creciente operación de limpieza
de Ashcroft, la discriminación racial y el recorte de
libertades civiles.
En consecuencia, se necesita de manera urgente la puesta en
marcha de un eje de coordinación entre todos los grupos
laicos de apoyo a los palestinos, un pueblo contra cuya existencia
la dispersión geográfica parece ser (aún
más que la depredación israelí) su principal
enemigo. Poner fin a la ocupación y todo lo que dicho
régimen acarrea es un imperativo evidente. Ahora, ¡trabajemos
por ello!
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