La cuestión de fondo
de la reforma palestina: democracia y lucha nacional
Loles Oliván*
31 de julio de 2002. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
'¿Es
posible afrontar con garantías una reforma interna que,
habiendo sido reclamada durante los últimos siete años
por la mayoría de la población palestina, se promueve
sólo ahora -cuando la injerencia estadounidense e israelí
lo impone y en una coyuntura de asedio militar sin precedentes-
por la misma elite palestina cuya gestión ha resultado
abiertamente perniciosa para los intereses palestinos en los
últimos diez años? Este es el debate que emerge
en el interior de los Territorios y entre los palestinos de la
diáspora tras el discurso de Bush y que, a diferencia
de la 'visión' de EEUU y de Israel, conecta indisolublemente
democratización con lucha contra la ocupación israelí'
El pasado 15 de mayo, Arafat anunció ante el Consejo
Legislativo Palestino (CLP) la apertura de un periodo de reformas
en el seno de la Autoridad Palestina (AP), que además
de avanzar en el establecimiento de un proceso electoral para
principios del 2003, se asoció directamente con el cambio
inmediato de gobierno de la AP y con la reestructuración
de las fuerzas de seguridad palestinas. Este anuncio de Afarat
se producía inmediatamente después del asalto militar
israelí a las Áreas Autónomas en Cisjordania
y tras reiteradas exigencias manifestadas informalmente por Washington
e Israel en tal sentido.
Previamente, y como señalaba la prensa estadounidense
el 16 de mayo [1], la Administración Bush habría
propuesto un paquete de ayudas de 70 millones de dólares
para garantizar la reconversión de los 12 cuerpos de seguridad
palestinos (que suman un total de 30.000 efectivos) en una única
agencia, y financiar su entrenamiento y sus sistemas de seguridad.
La ayuda estaría condicionada al compromiso palestino
en la reforma de la estructura de las fuerzas de seguridad, la
eliminación de la corrupción y la confiscación
de las armas palestinas en las Áreas Autónomas.
Igualmente, a comienzos de mayo, el denominado Comité
de Gastos del Congreso estadounidense aprobó la concesión
de 50 millones de dólares de ayuda humanitaria para los
palestinos, si bien en proyectos de destino no especificados.
Contrariamente a lo que pudiera parecer, la concesión
de estas ayudas en este momento (por lo demás nada relevantes
si se comparan con las que EEUU dona a Israel anualmente [2])
no están destinadas a reforzar a las instituciones palestinas.
Por el contrario, tienen un significado político preciso
en el marco de la actual "política antiterrorista"
de EEUU, así como una repercusión concreta en la
cuestión palestina: el Congreso estadounidense ha propuesto
legislar a favor de la imposición de sanciones a la OLP
que incluyen la congelación de sus activos financieros
y la prohibición a Arafat y a sus asistentes directos
de entrar en EEUU. La aplicación de esta legislación
implicará asimismo la obligación de que el presidente
Bush informe al Congreso cada 90 días sobre el compromiso
de la OLP en su "lucha contra el terrorismo".
Semanas más tarde de producirse este anuncio, en su
discurso oficial del 24 de junio [3], el presidente Bush
fijó formalmente las bases de la Administración
de EEUU para reabrir el proceso a un arreglo de la cuestión
palestina, que esbozaba el apoyo estadounidense a la creación
de un Estado palestino provisional a condición de que
"los palestinos acepten la democracia, hagan frente a la
corrupción y rechacen el terrorismo con firmeza".
Previamente, ya el 4 de junio el director de la CIA, George Tenet
había remarcado ante Arafat que la reforma de la AP pasaba
prioritariamente por la transformación de las fuerzas
de seguridad palestinas, poniendo fin a la resistencia armada
palestina -desmantelando a las milicias, en suma-, procediendo
a la unificación del mando de los diferentes cuerpos de
seguridad palestinos y sometiéndolo a un Consejo de Seguridad
Nacional de nueva creación, supervisado directamente por
EEUU, la UE y Egipto.
La relevancia de esta imposición estadounidense no
es baladí:
a. En primer lugar, porque -como si nada hubiera ocurrido
en los últimos meses de la reocupación israelí
de las Áreas Autónomas- la posición de la
Administración Bush sigue descansando en lo que han sido
las exigencias de EEUU y de Israel desde septiembre del 2000,
formuladas ya en el Informe Mitchel y después en el Plan
Tenet [4]: poner fin al levantamiento popular palestino,
disolver o -llegado el caso- aniquilar a las milicias palestinas
y aceptar el imperativo israelí de someter sin fisuras
a las fuerzas de seguridad de la AP al control de la CIA y del
ejército de Israel... todo ello sin que se exija ninguna
contrapartida a Israel.
b. En segundo lugar, porque las exigencias de Washington,
al asociar la reforma a la transformación de las fuerzas
de seguridad y a la salida de escena de Arafat, afirma la pauta
establecida por Israel de forzar una nueva interlocución
palestina que se pliegue a las propuestas israelíes.
Por todo ello, el discurso de la Administración Bush
acerca de la urgencia de reformar democráticamente
la AP y acabar con la corrupción en su seno no puede ocultar
el verdadero interés estadounidense e israelí de
crear un nuevo liderazgo palestino más favorable a sus
intereses. Con ello, EEUU e Israel no solo pretenden suprimir
de un plumazo a quien ha representado durante décadas
la existencia de la lucha nacional palestina, sino que sustraen
y pervierten el verdadero significado de una reforma profunda
y democrática de las instituciones palestinas tan necesaria
y reivindicada desde hace años por el conjunto de su sociedad.
Además, merece la pena no olvidar que esta exigencia
de reforma interna palestina se ha producido en un momento en
que la ofensiva militar israelí ha creado una situación
catastrófica desde el punto de vista humanitario y asistencial
en las Áreas Autónomas, que hace imperativo tomar
decisiones inmediatas y concretas para atender las necesidades
básicas de la sociedad palestina [5]. Siendo
ello prioritario, su resolución práctica y, sobre
todo, eficaz, parece compleja habida cuenta de que Israel ha
creado una nueva realidad en la que la AP, con sus infraestructuras
desmanteladas, ya no tiene capacidad de actuar ni siquiera en
los parámetros más limitados que le otorgó
en su día los Acuerdos de Oslo. La ayuda que las instancias
internacionales -particularmente la UE- deberán facilitar
para la reconstrucción de la infraestructura civil palestina,
mediante ayudas institucionales directas o vía ONG, exige
la definición previa de un marco institucional en el que
los gestores palestinos sean reconocidos y legitimados esencialmente
por la Administración Bush. [6]
¿Reforma democrática
o reajuste interno de poder?
La institución de la AP como autoridad política,
administrativa y militar surgió de los Acuerdos israelo-palestinos
de Oslo con un carácter de soberanía limitada y
duración transitoria que, según el calendario establecido
en su día, debería haber durado tres años,
hasta el término del periodo interino que debía
dar paso a la constitución del Estado palestino. En las
elecciones presidenciales y legislativas de enero de 1996, la
AP refrendó su competencia institucional en las Áreas
Autónomas, siendo Arafat respaldado como presidente con
un 87,1% de los votos de los electores palestinos. De las elecciones
legislativas celebradas paralelamente surgió la composición
de un CLP mayoritariamente integrado por diputados de al-Fatah,
la formación política mayoritaria que preside Arafat.
En 1997 el CLP elaboró un borrador de Ley Básica
o Constitución palestina, que, al igual que los proyectos
que debían regular la separación y funcionamiento
democrático de los tres poderes (ejecutivo, legislativo
y judicial), ha estado paralizado para su aprobación por
el gobierno de Arafat desde 1997. Este hecho, se ha venido denunciando
reiteradamente en los últimos años y desde muchos
sectores del CLP y de otras organizaciones palestinas como sintomático
del nulo interés del presidente Arafat por favorecer un
sistema realmente democrático en la AP, mientras en su
seno se instalaban prácticas autoritarias de poder.
La ineficacia de unas instituciones excesivamente burocratizadas
-asociadas en muchos casos a la corrupción y al clientelismo
de sus responsables- ha contribuido a consolidar el centralismo
de Arafat y de su estrecho círculo de colaboradores dentro
la AP. Ya en su día, el manifiesto "La Patria nos
llama" (27 de noviembre de 2000), firmado por diferentes
personalidades de la sociedad palestina [7], hizo trascender
abiertamente en las Áreas Autónomas y en el exterior
la abierta crítica de amplios sectores palestinos contra
el funcionamiento de la AP. Varios diputados palestinos han dimitido
a lo largo de estos últimos años, y muchas personas
han sido enjuiciadas y condenadas por denunciar públicamente
los desmanes autoritarios y corruptos de algunos representantes
de la AP. A nadie se le escapa que es el mismo sistema judicial
controlado por la AP y que ha rechazado afrontar las reformas
imperantes promovidas por el CLP y reclamadas por las organizaciones
palestinas, el que ha servido para condenar y encarcelar, a través
de procedimientos sumarios en el Tribunal de Seguridad del Estado
-demasiadas veces sin garantías- a las figuras críticas
palestinas que se han pronunciado contra el poder de la AP y/o
contra su papel en el proceso de Oslo.
Todo ello ha de sumarse al papel político de la dirección
palestina en la medida en que la doble legitimidad de Arafat
-la que ostenta como depositario histórico de las aspiraciones
nacionales palestinas, refrendada en las únicas elecciones
presidenciales de 1996, y la que le otorgaron las instancias
internacionales, EEUU e Israel fundamentalmente en el marco del
proceso de Oslo- se ha revelado abiertamente contradictoria y
excluyente, pues no se puede ceder permanentemente ante Israel
procurando mantener, al mismo tiempo, el apoyo popular en el
interior de las Áreas Autónomas y en la diáspora
palestina.
Cambio de gobierno en la AP y pugnas
internas
A la exigencia de EEUU e Israel sobre una reforma interna,
Arafat ha respondido con un cambio de gobierno el pasado 12 de
junio en el que se han eliminado algunos ministerios (se pasa
de 30 a 21) y aparecen cinco nuevos nombramientos. La nueva formación
de la AP se ha evaluado como un "gobierno de transición"
en tanto se producen las anunciadas elecciones presidenciales,
parlamentarias y municipales a comienzos del próximo año.
De su composición destaca el nombramiento como ministro
de Finanzas de Salem Fallad, reconocido en la sociedad palestina
por su determinación en la lucha contra la corrupción
económica de la AP, y cuya designación debe entenderse
como una muestra pública del compromiso de Arafat por
poner control a los desmanes del clientelismo palestino que tantas
críticas internas le ha acarreado en los últimos
años. Junto a Fallad, 20 nuevos ministerios han pasado
a ser dirigidos por figuras vinculadas a al-Fatah y a independientes
leales a Arafat, como es el caso de Ghasan Jatib, nombrado ministro
de Trabajo.
Por lo que tiene de relevante dentro de las exigencias de
EEUU, en el ámbito de la seguridad destaca igualmente
el nombramiento de Abedl Razzaq Yahya como ministro de Defensa,
que contraviene las expectativas de acceso al control de las
fuerzas de seguridad de Mohamed Dahlan, ex responsable de la
Fuerza de Seguridad Preventiva en Gaza y quien ha tenido una
implicación directa en los acuerdos alcanzados con Israel
y con la CIA en materia de seguridad en el marco de Oslo. Tras
dimitir de su cargo, y en el corto proceso que condujo al cambio
de gobierno de la AP, Dahlan rechazó la designación
de Arafat como ministro de Defensa aduciendo no contar con el
respaldo del liderazgo político en los cambios de los
funcionarios propuestos por él en dicho ministerio. Dahlan
bien pudiera haber optado por renunciar a formar parte del gobierno
transitorio a cambio de poder situarse en una posición
más ventajosa si, de prosperar la idea de EEUU e Israel,
Arafat quedase marginado en el proceso reformista y el vacío
de poder le puede situar como nuevo interlocutor palestino ante
estadounidenses e israelíes.
Para ello, Dahlan ya habría neutralizado previamente
-en el contexto de la reocupación israelí de Cisjordania-
la competencia que le enfrentaba con Yibril Rayub, jefe de la
Seguridad Preventiva en Cisjordania y, al igual que aquél,
fiel servidor de los intereses de EEUU e Israel. La ofensiva
israelí iniciada en marzo en Cisjordania ha desencadenado,
a diferencia de en Gaza, un duro golpe militar contra las fuerzas
de seguridad de la AP dependientes de Yibril Rayub y contra él
mismo. Debilitado en esta coyuntura, Rayub ha tenido que hacer
frente, sin éxito, a una segunda ofensiva, esta vez de
carácter interno, promovida por Dahlan para favorecer
la desactivación total de su control y garantizarse un
puesto ventajoso y diferenciado en el reordenamiento del poder
interno palestino. Ello permite a Dahlan avanzar en la carrera
a la sucesión de Arafat, haciéndose candidato a
la interlocución con estadounidenses e israelíes
una vez que, desaparecido Arafat o condenado a un puesto meramente
honorífico, se aplique el plan de la Administración
Bush para el futuro de las Áreas Autónomas -la
instauración de un protectorado en una porción
limitada de los Territorios.
A pesar de la determinación con la que Arafat ha respondido
al rechazo estadounidense e israelí de que permanezca
en la dirección palestina (anunciando su candidatura a
las presidenciales del 2003), la llamada reforma de la AP -y
el reconocimiento y legitimación norteamericano e israelí
de una nueva dirección- parece abocada a definirse exclusivamente
en el marco de la pugna interna abierta en los círculos
de la propia AP y la elite al-Fatah, la formación política
de Arafat bajo cuyo paraguas diferentes nombres e intereses han
forjado durante el periodo de Oslo su influencia.
Así, desactivada la dirección de las maltrechas
organizaciones políticas palestinas que han retomado el
protagonismo en la Intifada (incluido el sector minoritario de
al-Fatah que lidera el hoy encarcelado por Israel, Marwan Barghouti)
por medio de las detenciones o de las ejecuciones extrajudiciales
israelíes, y anulada durante años la capacidad
de regeneración democrática de la dirección
palestina, no se ocultan los enfrentamientos de los diversos
sectores de al-Fatah mantenidos soterradamente en estos años
entre el llamado clan de Túnez (en alusión
a aquellos dirigentes que se instalaron junto con Arafat en las
Áreas Autónomas surgidas de Oslo y a los que el
presidente ha situado en posiciones de influencia dentro de la
AP) y los sectores de los Territorios, a quienes la AP les hizo
el vacío y que sin embargo, como se ha demostrado en esta
Intifada, también aspiran a ocupar un espacio de poder,
como es el caso del propio Barghuti.
Ante la previsión electoral y los cambios sustantivos
que ratifiquen una nueva configuración del poder palestino,
los candidatos de las elites vinculados a Arafat habrían
comenzado a tomar posiciones para fortalecer su situación
ante la reforma del poder palestino. Así, a la mencionada
competencia entre Rayub y Dahlan, hay que unir los nombres de
otras figuras históricas, como la representada por Mahmoud
Abbas, Abu Mazen, fundador de al-Fatah, secretario general
del Comité Ejecutivo de la OLP desde 1996 y arquitecto
del Acuerdo de Oslo I (1993). Abu Mazen mantiene unas
privilegiadas relaciones con EEUU y Jordania y ha sido un reconocido
negociador con los israelíes, pero, al igual que los anteriores,
está extensamente señalado por la corrupción
desde la instauración de la AP y carece de apoyos a nivel
popular. Otra figura señalada es la de Ahmad Qria, Abu
Ala, presidente del CLP, quien dirigió las negociaciones
palestino-israelíes que culminaron con la firma del Acuerdo
de Oslo I y condujo las negociaciones sobre el estatuto final
hasta su quiebra en 2000. Abu Ala cuenta con el respaldo
de la elite comercial de Cisjordania y Gaza, así como
de la comunidad internacional, aunque es difícil que su
candidatura pudiera tener un amplio respaldo popular por carecer
de carisma y de respaldos sólidos dentro de la OLP.
Resistencia contra la ocupación
y democracia
Pero más allá de la reforma como mera sucesión
de Arafat, el debate de fondo es otro y pasa por cuestionar si
la verdadera transformación democrática palestina
que exige la mayor parte de su sociedad en el marco de su lucha
contra la ocupación puede resolverse exclusivamente con
una reforma limitada de la AP, la cual, basada en constituir
una nueva dirección y de acuerdo con las exigencias estadounidenses
e israelíes, está orientada fundamentalmente a
recrear la misma funcionalidad para la que fue concebida en el
marco ya obsoleto de los Acuerdos de Oslo, al tiempo que se pretende
obviar la nueva realidad interna palestina el mantenimiento de
la ocupación. ¿Es posible afrontar con garantías
una reforma interna que, habiendo sido reclamada durante los
últimos siete años por la mayoría de la
población palestina, se promueve sólo ahora -cuando
la injerencia estadounidense e israelí lo impone y en
una coyuntura de asedio militar sin precedentes- por la misma
elite palestina cuya gestión ha resultado abiertamente
perniciosa para los intereses palestinos en los últimos
diez años? Este es el debate que emerge en el interior
de las Áreas Autónomas y entre los palestinos de
la diáspora tras el discurso de Bush y que, a diferencia
de la visión de EEUU y de Israel, conecta indisolublemente
democratización con lucha contra la ocupación israelí.
Frente a la corriente de la oficialidad palestina que durante
el periodo de Oslo ha establecido que la democratización
de la vida política palestina debía supeditarse
al proceso negociador con Israel, amplios sectores del pueblo
palestino (buena parte de las organizaciones históricas
de la OLP y numerosas figuras relevantes palestinas) han reivindicado
que la lucha contra la ocupación, la independencia y la
soberanía se inserta en el vértice del proyecto
histórico del movimiento nacional palestino que es -por
definición- un proyecto transformador, plural y democrático.
Si la Intifada abrió el camino para reorganizar la resistencia
a la ocupación en el llamado Frente de Fuerzas Nacionales
e Islámicas (que aglutinaba a las diferentes organizaciones
políticas palestinas del interior de las Áreas
Autónomas, incluidas las islamistas Hamas y Yihad Islámica),
las presiones de EEUU, de Israel y de la comunidad internacional
tras el 11 de septiembre a la AP para que reprimiera la resistencia
a la ocupación han desnaturalizado ese derecho al pretender
diluirlo en el discurso estadounidense, israelí y de la
UE antiterrorista.
En esta coyuntura, frente a una necesaria unidad de organización
y planificación de la resistencia palestina, enmarcada
en la lucha básica contra la ocupación y por un
Estado soberano y democrático, la resistencia palestina
está sometida a las tensiones derivadas de la extrema
debilidad creada por el asedio permanente del ocupante y a las
presiones estadounidenses y de la comunidad internacional sobre
la AP. Esta debilidad extrema ha creado una falta de estrategia
organizada que ha ocasionado, junto a acciones armadas que atentan
directamente contra objetivos militares israelíes o contra
los asentamientos de colonos en las Áreas Autónomas,
acciones indiscriminadas suicidas contra población civil
en el interior de Israel, cuestionadas tanto en su legitimidad
como en sus resultados [8].
Las contradicciones internas derivadas de esta coyuntura está
creando, igualmente, un segundo debate entorno, no ya al derecho
a la resistencia, que ningún palestino cuestiona, sino
en cómo se debe ejercer este derecho. Al menos cuatro
corrientes principales se destacan:
a. Aquélla que respaldan el fin de la resistencia armada
en la Intifada y la instauración de un alto el fuego que,
adaptándose a las exigencias de EEUU, Israel y la UE garantice
la supervivencia del régimen palestino surgido de Oslo
-la corriente mayoritaria del Al Fatah, incluidos los sectores
adeptos a la AP y favorecidos por ella.
b. Aquélla que evalúa el fin de la lucha armada
en la Intifada como el preludio de la neutralización de
sus milicias y, tras ello, la ocupación del espacio político
que ocupan entre sus bases sociales de refugiados, estudiantes
y clases desfavorecidas en los núcleos urbanos palestinos
-los grupos islamistas palestinos como Hamas, Yihad Islámica.
c. Aquélla que considera que la lucha armada es un
derecho y que debe aplicarse estratégicamente con todas
sus consecuencias -el FPLP, el FDLP y el sector disidente de
al-Fatah.
d. Y aquélla que, comprometido -como la anterior- en
la democratización interna palestina, apoyando igualmente
la Intifada contra la ocupación y contra Oslo y respaldando
el derecho a la resistencia, son contrarios a las acciones armadas
contra población civil israelí -un nutrido grupo
de intelectuales, profesionales y reconocidas figuras del interior
de las Áreas Autónomas (Haider Abdel Shafi o Muhamed
Barghuti) y de la diáspora (Edward Said), quienes además
podrían contribuir con su participación organizada
en el proceso electoral que la AP ha anunciado para el año
2003.
Ciertamente, ninguno de los tres últimos frentes goza
del reconocimiento de EEUU y de Israel, a quienes condenan en
igual medida.
Conclusión
La prioridad de hacer frente a la brutal agresión y
ocupación israelíes por necesidad vital y política
no rebaja, sin embargo, la clara idea que el pueblo palestino
ha mantenido históricamente asociada a su proyecto nacional
democrático. Por el contrario, es esta la base que le
legitima frente al coyuntural dictado democratizador de
la Administración de EEUU, frente al permanente proyecto
sionista de Israel y frente a la mera suplantación reformista
que pretende la AP.
Asediado desde todos los frentes posibles, el movimiento nacional
palestino afronta el reto de reevaluar su historia reciente,
transformarla de acuerdo con sus aspiraciones nacionales y reorganizar
su acción colectiva contra los planes que pretenden disolverlo
a cambio de falsas expectativas y renuncias. Siendo en la actualidad
la región árabe el epicentro en el que confluye
la devastación del intervencionismo de EEUU, el referente
palestino sigue siendo imprescindible en la formulación
de la resistencia internacionalista contra el imperialismo.
Notas:
1. "US offers to finance overhaul of Palestinian security
force", Wold Tribune.com, 16 de mayo de 2002.
2. Sobre la ayuda de EEUU a Israel véase en CSCAweb el
texto de Zunes: ¿Por
qué EEUU apoya a Israel?
3. Traducción íntegra en CSCAweb: Discurso íntegro
de George W. Bush sobre Oriente Medio
4. El texto y una valoración del Informe puede leerse
en CSCAweb: Informe
Mitchell . Sobre el
documento Tenet véase en CSCAweb: 'Documento Tenet': la CIA impone
a la AP e Israel un plan de seguridad para poner fin a la Intifada. Sobre el papel de la CIA en Palestina
véase el trabajo de Mesa e Isasi (CEAMO, Cuba) en CSCAweb:
La CIA en
Palestina.
5. Sobre la destrucción ocasionada por el asalto militar
israelí a Cisjordania entre el 29 de marzo al 29 de abril
véase el informe en CSCAweb: Informe sobre la destrucción
causada por el Ejército israelí a las institucionales,
entidades sociales palestinas y patrimonio histórico entre
el 29 de marzo y el 21 de abril de 2002 durante la reocupación
de las Áreas Autónomas.
6. Ello tiene su importancia en la coyuntura actual de exigencia
de reformas a la AP, pues la historia reciente muestra en muchos
escenarios (y también en Palestina), que las "intervenciones
humanitarias" posconflicto asociadas a los procesos bélicos
estadounidenses constituyen un elemento de enriquecimiento económico
y engrase del poder de los administradores locales a quien se
encomienda desde el exterior la gestión del nuevo ordenamiento
político. La singularidad del caso palestino, marcada
por el sometimiento invariable a un régimen de ocupación
militar respaldado directa o indirectamente por la comunidad
internacional, ha creado el caldo de cultivo idóneo para
que se haya desarrollado un sistema de corrupción que
asociado a las ayudas económicas exteriores y a un modelo
de dependencia de la potencia ocupante, se ha acomodado en beneficio
propio a los intereses ajenos del enemigo.
7. O "De los veinte", traducido en CSCAweb: Palestina: Documento de los veinte.
8. Sobre este tema véase el texto de Roni Ben Efrat en
CSCAweb: Roni
Ben Efrat: Los atentados suicidas, a debate.
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