El crecimiento real de la economía argentina
durante la etapa menemista
Queremos
acabar esta parte de nuestra exposición haciendo una necesaria y obligada observación
autocrítica. En nuestro anterior documento titulado: "Práctica política espontaneísta y teoría
económica estancacionista", hemos dicho que el proceso económico argentino
entre 1992 y 1998 fue de carácter productivista y nos reafirmamos en ello.
Pero en dicho trabajo también hemos caído en las trampas teóricas del enemigo
de clase dando por buenas las estadísticas oficiales del gobierno argentino,
según las cuales el crecimiento económico de este país durante ese mismo período,
alcanzó los mayores índices del mundo. Ahora acabamos de recibir un trabajo,
donde el compañero Íñigo Carrera parece demostrar que esos índices de desarrollo
han sido sobrevaluados. El problema se deriva de que cada país calcula su PBI
en base al tipo de cambio oficial. De este modo, resultó que al tipo de cambio
del peso respecto del dólar artificialmente fijado por el gobierno en la proporción
1:1, el valor del PBI argentino fue calculado como si el poder adquisitivo del
peso fuera igual al dólar.
Así, de acuerdo con las cifras
oficiales, en la década del ‘90 la Argentina creció a un promedio anual superior
al 26 por ciento respecto del período de estancamiento ‘75/’89, llegando a representar,
en el 2000, 285 mil millones de dólares. Según destaca Iñigo Carrera, “el ritmo
de crecimiento en los ‘90 llegó incluso a ser más rápido que el de los Estados
Unidos, en una década caracterizada por una fuerte expansión de éste”. El resultado
de un crecimiento de semejantes proporciones determinó que la Argentina tenga
una economía de tamaño similar al de las más avanzadas del mundo, como señalamos
en el cuadro de nuestro documento anterior, donde este país aparece sólo dos
puntos por debajo del mayor índice de crecimiento correspondiente a China con
8,6, con ingresos per cápita similares a los de los de las economías asiáticas
más dinámicas, como Corea del Sur, todos países que son reconocidos en el mundo
por sus productos industriales.
No se trata, pues, de que las
cantidades producidas se traduzcan a dólares, de que se midan en términos de
un misma moneda y a precios constantes respecto de un año base. Este fue el
procedimiento que siguieron las autoridades argentinas para obtener en los años
‘90 un crecimiento del PIB del 26 por ciento con respecto al período ‘75/’89
y del 73 por ciento con respecto a la etapa ‘60/’74. De lo que se trata es de
homogeneizar el poder adquisitivo de esas distintas monedas, según el poder
adquisitivo de la moneda respectiva que se calcula por la inversa del nivel
de precios, dado que el valor del PBI se calcula en base a un precio determinado.
De este modo, si una fábrica duplica su producción, al tiempo que el precio
de sus productos se reduce lógicamente a la mitad, el valor de su riqueza final
será el mismo. Otra fábrica que produzca lo mismo que la anterior pero no proceda
según este criterio, parecerá haber duplicado el valor de la anterior. Esto
último es lo que ha pasado con Argentina, que calculó su PBI a un peso sobrevaluado
por la decisión política discrecional de calcular su producción ponderada por
el poder adquisitivo del dólar.
La solución al problema consiste,
por tanto, en calcular los precios del PIB argentino utilizando una serie estadística
depurada de la inflación, es decir “en dólares de paridad y poder adquisitivo
homogéneo” a nivel internacional. Para esto, Iñigo Carrera ha recurrido al instrumental
de medición proporcionado por la OCDE, la cual compara internacionalmente los
PIB mediante un “índice de paridad de poder adquisitivo de las monedas nacionales”.
Como las valuaciones de los PIB se hacen al tipo de cambio oficial de cada país,
la OCDE utiliza una comparación entre cantidades físicas homogéneas. Para este
fin construye una canasta compuesta por 2900 bienes y servicios de consumo,
34 servicios gubernamentales, educativos y de salud, 186 tipos de equipos y
20 tipos de construcción.
De tal modo, el valor del PIB
argentino, que durante el período 60/74 alcanzó para comprar 18 millones de
estas canastas de bienes y servicios (en términos de los precios internos al
consumidor), y en el ‘75/’89 24 millones de canastas, en los años ‘90 sólo alcanzó
para comprar 22 millones de canastas. En términos totales, ha resultado una
fuerte caída de los precios implícitos del PIB que determinaron un estancamiento
durante los ‘90 y sitúan su valor para el año 2000 en 161 mil millones de dólares.
Un 43,5% menos que las cifras proporcionadas por el gobierno.
En síntesis, durante los ‘90,
el valor del PIB, no creció aceleradamente como se vino diciendo y nosotros
dimos por cierto, sino que fue un 10 por ciento menor respecto al promedio del
período ‘75/’89. El volumen físico de la producción se ha incrementado, pero
la riqueza social, esto es, su valor, ha disminuido. Según Iñigo Carrera, “en
el mejor de los casos el valor producido anualmente por la economía argentina
ha permanecido estancado, y más bien en retroceso, durante el último cuarto
de siglo”. En términos de comparación internacional esto significa que si en
1960 la economía argentina representaba el 3,1 por ciento de la estadounidense,
en el 2000, esa proporción cayó al 1,6 por ciento. Esta crisis ha puesto de
manifiesto, pues, que “la escala de la economía argentina choca contra una limitación
estructural que no logra superar”.
Ciertamente, esta precisión no deja del todo intangible la razón de nuestros
argumentos, pero la reajusta en el sentido de que fue el producto de una economía
netamente productivista, típica de un país de desarrollo dependiente relativamente
atrasado, donde la crisis y consecuente reestructuración del aparato productivo
del país, que caracteriza el desarrollo espasmódico del capitalismo, determina
un proceso de marchas y contramarchas -como su reflejo en la lucha de clases-
que oculta (a los cortos de vista) pero al mismo tiempo muestra la tendencia
secular hacia mayores tasas de productividad y crecimiento futuro, justamente
porque la naturaleza productivista (de plusvalor) del capitalismo, determina
que una parte siempre creciente de la creciente masa de capital adicional sobrante
en las metrópolis, vaya a reforzar cada vez más los aparatos productivos de
su periferia, confirmando aquél aforismo marxista "decimonónico",
en el sentido de que:
<<El
país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado
la imagen de su propio futuro>> (K.
Marx "El Capital" Prólogo
a la primera edición)
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