La supuesta obsolescencia de las leyes objetivas del capital
descubiertas por Marx
Que los compañeros
del BIPR hayan dicho reiteradamente que somos unos "escolásticos"
y unos "marxistas decimonónicos" que estamos "fuera de la realidad",
lo comprendemos y no vemos ofensa en ello, porque lo que importa en todo debate
no son las adjetivaciones sino los fundamentos que se exponen al juicio colectivo.
A propósito de
este último calificativo, la imputación al "marxismo decimonónico"
deriva sin duda del infundio muy en boga entre los círculos intelectuales de
la izquierda burguesa, que, al parecer, ha hecho pie firme en el BIPR. Nos referimos
a la especie según la cual el capitalismo tardío ha dejado sin sentido las leyes
formuladas por Marx en "El Capital".
Así lo han sugerido los compañeros al juzgar nuestros argumentos acerca de la
función subrogada de la especulación en el capitalismo:
<<Si
es este vuestro punto de vista, la vuestra, más que una descripción atendible
del moderno sistema capitalista, es un encartujamiento en una visión decimonónica,
y en muchos aspectos escolástica, que no permite asir los procesos reales de
la economía capitalista y las profundas mutaciones que se han producido en su
interior en el curso del tiempo.>> (BIPR: "Directrices metodológicas
del análisis de la crisis argentina. Estancamiento económico")
Toda mutación se define por el "cambio brusco en
el fenotipo de un ser vivo", entendiendo por "fenotipo" al "conjunto
de sus caracteres constitucionales". A no ser que por "fenotipo"
de la burguesía entendamos otra cosa que no sea el hecho de apropiarse de trabajo
necesario para convertirlo en excedente a los fines de la acumulación, el capital
como ser orgánico vivo no ha mutado en absoluto la organización básica de su
materia: el trabajo social. Por tanto, el carácter de la relación social constitutiva
del capitalismo sintetizada en el contrato de trabajo, se ha mantenido tan invariable
como la ley general de la acumulación, desde su etapa infantil hasta hoy, incluido
el carácter puramente redistributivo de la especulación.
Cierto, este organismo ha experimentado cambios según
ha ido aumentando la masa del capital en funciones. Pero estos cambios cualitativos
sólo han afectado a las formas de manifestación del capital, a su organización funcional (de la empresa
individual predominante en la etapa del capitalismo temprano, de competencia
pura, se ha pasado a la empresa colectiva predominante en la etapa del capitalismo
tardío, de competencia monopólica), dejando inmutables, tanto su organización
constitutiva como su ley general de desarrollo.
Es un inveterado prejuicio que los reformistas han acuñado
y convertido en moneda corriente al interior del movimiento político del proletariado,
pensar los saltos dialécticos de cantidad en cualidad como cambios sustantivos
allí donde se producen, soslayando de que esta dialéctica opera en el ser inmediato
de las cosas, en su funcionalidad externa tal y como se las reconoce mediante
los sentidos, muy lejos aun de la dialéctica del concepto. El cambio cualitativo
es la negación de un ser "en sí mismo" a instancias de la cantidad.
De este cambio de cantidad en cualidad, resulta el "ser para sí".
En la naturaleza, el agua, por ejemplo, permanecerá en estado líquido o se trocará
en hielo o vapor según la medida o grado de temperatura a la que ese elemento
se vea sometido. Cada uno de estos tres estados físicos repele a los otros en
tanto cada uno se distingue de los demás por los sentidos, dando pábulo al "ser
para sí" de cada uno. Pero este "ser para sí" diferenciado exteriormente
no cambia por eso su naturaleza, no deja de ser en cualquiera de sus estados
inmediatamente agua. Sólo es agua bajo otra forma de "ser". Es la
forma del repelerse a sí mismo como cualidad suya, como "otros de sí mismo".
Tres manifestaciones o estados físicos del agua, por los que, no obstante, el
ser del agua permanece químicamente igual a sí mismo, con una idéntica organización
de su materia: H2O.
En la sociedad moderna, el cambio cualitativo entre las categorías del
pequeño burgués y del burgués propiamente dicho, depende de una medida socialmente
determinada de capital acumulado. El cambio cualitativo del pequeño burgués
al burgués propiamente dicho se produce, cuando la masa de plusvalor acumulado
permite al patrón independizarse de la producción directa para pasar a dirigirla.
Pero ambas cualidades tienen la misma naturaleza social constitutiva: explotar
trabajo ajeno. Igualmente, dados los límites de la jornada de labor, que por
razones biológicas no puede exceder las 24 horas diarias, su extensión tiene
que alcanzar la medida en que provoca necesariamente un cambio cualitativo en
las condiciones técnicas del trabajo, porque a partir de esa medida sólo es
posible incrementar el plusvalor reduciendo el tiempo de trabajo necesario y,
por tanto, el valor de los bienes que el trabajador colectivo necesita para
reproducir su fuerza trabajo en condiciones óptimas para su explotación. Es
lo que Marx ha dado a conocer por "plusvalor relativo". Con el salto
cualitativo de la empresa individual a la empresa colectiva y del capital nacional
al capital multinacional, pasa lo mismo, es el resultado de la masa de capital
global acumulado en cierta medida lo que provoca el cambio. Pero todos estos
cambios cualitativos no dejan ser "seres para sí" al interior del
mismo capital, diversas diferenciaciones del capital como ser "en si mismo"
que permanece idéntico a sí mismo, en tanto la constitución social de su materia
sigue remitiendo al contrato de trabajo.
En vez de dar crédito a la imaginería
de ciertos intelectuales burgueses adscriptos a una u otra fracción del capital
global, lo que la práctica teórica consciente requiere en primerísimo lugar,
es elegir el punto de vista de la racionalidad científica de clase, que permite
reproducir en el intelecto libre la realidad específica de cada momento, dejando
a un lado las interpretaciones de ideólogos burgueses, sean norteamericanos
o de cualquier otra nacionalidad. Todos estamos expuestos a perder en determinado
momento la libertad de pensamiento, lo cual también comporta enajenar la propia
acción, cualquiera sea el objeto sobre el que recaiga. De ahí la importancia
de la confrontación honesta y desprejuiciada de ideas.
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