09. La Comuna de París
<<Con el ejército alemán a las puertas de París, en la noche del
4 de septiembre de 1870 los delegados de la Cámara Federal de las Sociedades
Obreras francesas, reunidos con los delegados de las secciones de la
Internacional en la Corderie du Temple 3, redactaron un llamado al pueblo alemán, publicado al día
siguiente en ese idioma y en francés, donde dicen: “La Francia republicana te
invita, en nombre de la justicia, a retirar tus ejércitos; si no, nos será
preciso combatir hasta el último hombre y derramar ríos de tu sangre y de la
nuestra. Te repetimos lo que declaramos a la Europa coligada en 1793: el pueblo
francés no hace la paz con un enemigo que ocupa su territorio. Vuelve a cruzar
el Rhin. Desde las dos orillas del río disputado, Alemania y Francia,
tendámonos la mano. Olvidemos los crímenes militares que los déspotas nos
hicieron cometer unos contra otros… con nuestra alianza, fundemos los Estados
Unidos de Europa”>>. (Eduard Dolleans: “Historia del Movimiento Obrero”. 1969
Lo hemos dicho ya e insistimos en ello aquí,
porque parece que nunca será suficiente: Desde los tiempos de la llamada “Ilustración”, al
proletariado se le ha instruido de modo tal, que no sepa más de lo necesario para
ganarse la vida con su trabajo, disciplinado a la empresa que lo emplea; esto
es, generando ganancia para sus patronos. En todo lo demás que exceda a esta “sagrada”
finalidad para los explotadores burgueses, su precepto dominante ha sido y todavía
es, que prevalezca en el espíritu colectivo de los explotados la confusión más absoluta. Tal ha
venido siendo, invariablemente, la filosofía
política de los capitalistas en materia educativa.
Así las cosas y desde tal perspectiva utilitaria
y pragmática, lo primordial que debe interesar a los asalariados es su causa
final, lo que les sostiene como individuos en esta sociedad, es decir, su
salario. Nada más. Pero según el pensamiento de Aristóteles —tal como lo enseñó
en su “liceo”—, por encima de la finalidad útil que hace a la mera
existencia de cada especie de
cosas inertes y seres animados, destaca y prevalece la
causa
formal que determina lo que son, por su propia esencia, atributo, carácter o razón de ser, que les distingue de las demás especies de seres
vivos y cosas. Y la causa formal que distingue a los seres humanos radica en el
pensamiento racional.
Ésta es la causa que ha venido incordiando a los filósofos de la burguesía.
En efecto. Porque, ¿en qué consiste la
esencia o razón de ser y existir distintiva
de los seres humanos, sino en su capacidad
de comprender o hacer inteligible, lo que las cosas y ellos mismos son
en realidad, su razón fundamental
de existencia, así como la de los demás seres vivos y distintas cosas de su
entorno? Pero no sólo esto, porque también pueden prever idealmente la razón de ser y finalidad de cosas todavía inexistentes, que conciben antes de crearlas
enriqueciendo así su propia esencia como seres
humanos genéricos. Ver: Pp.62, cualidad que les distingue de los demás
seres animados y objetos de su entorno natural:
<<Una araña
ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la
construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección,
a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras
aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de
ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del
proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzarlo existía ya en la mente del obrero; es decir, un
resultado que tenía ya existencia ideal. El
obrero no se limita a que cambie de forma (y esencia) la materia que le brinda la naturaleza,
sino que, al mismo tiempo, realiza en
ella su fin, fin que él sabe que
rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente
que supeditar su voluntad>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I
Cap. V. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
¿No quiere decir esto que sin causa formal no
puede haber causa final posible a la que pueda aspirar cualquier sujeto humano?
¿Y no radica en esa causa formal, de tal modo preconcebida, su propia y
distintiva verdad como ser humano genérico (sin
distinción de razas, credos y clases sociales), la misma que le permite actuar sobre
las cosas materiales de su entorno natural, para transformarlas poniéndoles su esencia específica y así potenciando
la suya propia como ser humano? ¿Puede alguien probar fehacientemente, que desde Aristóteles a nuestros días esta
verdad científica haya podido declinar, aun cuando fuera, una vez más, política y deliberadamente censurada?[1]
Pues bien, el criterio filosófico modélico que
la burguesía vino imponiendo desde los tiempos de la ilustración hasta nuestros
días, ha consistido en dar al traste con aquél descubrimiento de Aristóteles.
Ha invertido por completo la razón de existir del ser humano genérico poniendo
al Mundo patas arriba. Los filósofos pro-burgueses de la ilustración invirtieron
el sentido de la relación entre causal formal y causa final, privilegiando a
esta última en detrimento de la primera. Y lo hicieron para poder abrazarse sin
molestias a éste tan falso como utilitario
criterio del “para qué” de las cosas, aplicado por extensión a sujetos humanos
como es el caso de los asalariados, así tratados por sus patronos como cosas de
usar y tirar, como objetos de uso y descarte según su ocasional conveniencia, cuya
finalidad propia como tales patronos excluye la de los demás, de tal modo enfrentados
en competencia unos con otros.
Así, aquella verdad universal del ser humano genérico que tan genialmente
concibió Aristóteles para los esclavistas “libres” de su época, en la sociedad
capitalista moderna desaparece,
diluida en la “verdad” particular de cada individuo, entendiendo por verdad lo
que a cada cual le interesa que llegue a ser “su causa final” y/o sirva a “su propósito
particular” exclusivo. Donde
la mayor o menor satisfacción del personal interés y servicio que —para su
propio fin— cada cual consiga de cosas y terceras personas con quienes se
relaciona, está en función de la propiedad
que detente sobre determinadas cosas, de modo que, cuanta más propiedad material disponga, más
poder y dominio ejercerá sobre sus semejantes, y más peso tendrá “su verdad”
ante jueces y fiscales. He aquí el resultado
de la cosificación en
las relaciones sociales e
interpersonales, sobre cuyas fatales consecuencias ha venido girando la filosofía educativa basada en la
causa final impuesta por la
burguesía, según la pudo ir convirtiendo en pensamiento
único.
La insurrección obrera de 1871 en Francia, fue
la primera gran ruptura con semejante filosofía
social y política del aprendizaje, cuando la burguesía era todavía una
clase incipiente, solo aspirante
a constituirse como clase minoritaria sustituta, absolutamente dominante, que tuvo por precedente económico causal
a la crisis de superproducción de
capital en 1870:
Aquél grandioso y premonitorio acontecimiento
protagonizado por el proletariado francés, tuvo su antecedente político inmediato
en las disputas entre distintas estirpes de la nobleza decadente, que
condujeron a la guerra Franco-Prusiana en julio de 1870. Un movimiento
revolucionario que se inició cuando, a
propuesta del General español Juan Prim y Prats —conde
de Reus, marqués de los castillejos y vizconde de Bruch—, el príncipe Leopoldo
de Hohenzollern —primo del rey de Prusia, Guillermo I—, aspiró a la
corona de España, vacante por el destronamiento
de Isabel II.
Una
iniciativa a la que, en Francia, se opuso la casa de los Bonaparte todavía en
el poder, personificada en el Príncipe Luis
—ungido como Napoleón III. Precisamente para evitar el peligro emergente de que
ese país burgués naciente, quedara
entre otras dos naciones, al norte y al sur, dominando en ambas la nobleza
prusiana. En aquellos tiempos, las guerras eran el producto de disputas entre
familias dinásticas, cuyo estrato social más bajo, el populacho, servía como
carne de cañón[2]. Un anacronismo
político salvaje injustificable, que la burguesía hizo suyo entre países como
medio para concretar la tendencia capitalista irresistible a la centralización de los capitales
y como medio eficaz para superar lo más rápidamente posible, sus crisis periódicas
de superproducción de capital.
En
medio de este contencioso, Napoleón III
acabó por declarar la guerra contra Prusia, pretextando que Guillermo I
había desairado al embajador francés negándose a recibirlo en su palacio. Pero
la nobleza prusiana, anticipándose a los sucesos, había ya movilizado un
poderoso ejército de 500.000 soldados al mando del general
Moltke, quien tras aplastar a los franceses en las batallas de Froeschwilier, Rezonville
y Gravelotte-Saint
Privat, consiguió finalmente que capitularan en Sedán el 02 de setiembre.
Estos hechos acarrearon terribles
condiciones de pobreza que se cebaron sobre los estratos sociales más bajos de
la sociedad francesa, de modo que la humillación de la derrota a manos de las
tropas alemanas, provocó que el proletariado de París se sublevara el 4 de
setiembre de 1870, dando al traste con el II Imperio napoleónico que se
derrumbó como un castillo de naipes, cuyo vacío de poder político fue cubierto
nuevamente por la República burguesa (III República).
Mientras tales
acontecimientos sucedían, el ejército alemán estaba en trance de ocupar París,
y la Guardia Nacional francesa era el único baluarte militar para impedirlo, integrada
hasta ese momento por soldados de extracción social campesina e ideología pequeño
burguesa, donde asalariados inexpertos, mal entrenados y hambrientos, pasaron a
enrolarse hasta llegar a ser mayoría.
En todas las crónicas de la
época y los relatos históricos posteriores hasta el día de hoy, se describen
los hechos refiriéndose a la resistencia del “pueblo” de París contra los
invasores alemanes. La verdad histórica es que, tras 131 días de asedio, parte
de ese “pueblo” doblegado por el hambre, capituló, y la burguesía a cargo en ese momento del gobierno francés,
firmó un vergonzoso y humillante cese de hostilidades con el ejército prusiano,
lo cual supuso que los fuertes fueran rendidos, las murallas desarmadas, las
armas de las tropas de línea y de la Guardia Móvil entregadas, y sus hombres
considerados prisioneros de guerra.
Una traición en toda regla a
los proclamados ideales de “libertad” e “independencia” de la todavía flamante
República francesa, donde los
intereses de la coalición aristocrático-burguesa eran los mismos que
prevalecían en Alemania y se confabularon, ante el peligro que suponían los obreros de París armados en los
cuarteles de la Guardia Nacional, políticamente unificados en la Comuna:
<<En este conflicto
entre el deber nacional y el interés de clase, el Gobierno francés de Defensa
Nacional, no vaciló un instante en convertirse en un gobierno de traición
nacional>> (K. Marx: “La
Guerra civil en Francia” Cap. I. Lo entre paréntesis nuestro)
Por lo tanto, en esa guerra
la lucha del proletariado de París en defensa de la soberanía, tuvo un carácter
internacionalista, porque de hecho combatió contra la burguesía de esos dos
países, coaligada con sus respectivas noblezas:
<<Una de las formas de
mistificación de la clase obrera es el pacifismo y la propaganda abstracta de
la paz. En régimen capitalista, y particularmente en su estadío imperialista,
las guerras son inevitables.
Pero, por otra parte, los socialdemócratas (revolucionarios) no pueden negar el valor positivo de las guerras revolucionarias, es
decir, de guerras no imperialistas, tales como las llevadas adelante de 1789 a
1871 por el derrocamiento de la opresión nacional y la creación, a partir de
Estados divididos, de Estados capitalistas nacionales, o incluso eventuales guerras tendentes a
salvaguardar las conquistas de un proletariado victorioso en su lucha contra la burguesía>> (Op. cit.
Lo entre paréntesis nuestro)
Seguidamente, Louis
Adolphe Thiers, en ese momento Presidente provisional de la IIIª República francesa, el 18 de marzo de 1871 ordenó desarmar a los obreros parisinos al mando de la Guardia Nacional. Lo intentó enviando tropas a la colina de Montmatre,
para quitar de allí 200 cañones con el pretexto de que eran propiedad del
Estado, cuando en realidad habían sido comprados por suscripción
popular. Pero la tentativa fracasó ante la decidida resistencia de una
multitud de soldados mal preparados, mal alimentados y mal equipados, que
contaron con la solidaridad del pueblo trabajador de París.
El 21 de marzo, el Comité Central de la
Guardia Nacional, que asumió provisionalmente el poder, declaró:
<<Los proletarios de
la capital, en medio de los fracasos y traiciones de la clase gobernante, han
entendido que ha llegado el momento para ellos, de salvar la situación tomando
en sus manos la dirección de los asuntos públicos. (...) El proletariado ha
entendido que era su deber ineludible y su derecho absoluto, tomar en sus manos
sus destinos y para asegurar el triunfo asume el poder>>. [Journal officiel de la
Commune de Paris (París, Ressouvenances, 1997, 3 vols.)].
Se sintieron tan impulsados por la pasión democrática, como ungidos por el recuerdo del
“derecho a la insurrección” proclamado por la Constitución francesa aprobada en
1793, con la firme voluntad de resolver
la cuestión social de la diferencia de status y el antagonismo entre las clases. Así fue cómo los asalariados
de París inventaron y defendieron, día tras día, una forma institucional de gobierno inédita en la historia de la
humanidad. Se plantearon literalmente, “la eliminación del antagonismo de clase entre
capitalistas y obreros”, para resolver esa contradicción en la categoría genérica de:
“seres humanos”.
Acerca de esta forma en aquellos momentos aparentemente
tan confusa, de expresar la suprema
aspiración universal por alcanzar la igualdad real de los seres
humanos conviviendo en sociedad, el 18/03/1891 en su ‘Introducción’ a
la obra de Marx: “La guerra civil en
Francia”, Engels explicaba que el triunfo definitivo de la revolución
socialista, está necesariamente
jalonado por una larga sucesión de intentos que acaban en fracasos, como
condición del no menos necesario
aprendizaje en el camino por
alcanzar tal objetivo de igualdad. Ni más ni menos que como había sucedido con
la revolución burguesa, que liberó a la propiedad
privada capitalista de las trabas que suponían a su desarrollo, las ya
perimidas relaciones de producción
feudales:
<<Claro
está, nadie sabía cómo se podía conseguir esto (de la igualdad real entre
los seres humanos). Pero la
reivindicación misma, por vaga que fuese la manera de formularla, encerraba ya
una amenaza al orden social existente; los obreros que la plantearon aún
estaban armados; por eso, el desarme de los obreros era el primer
mandamiento de los burgueses que se hallaban al timón del Estado. De aquí que
después de cada revolución ganada por los obreros estalle una nueva lucha, que
termina con la derrota de éstos>>. (F. Engels: Introducción a
la obra de Marx: “La
Guerra civil en Francia”. Lo entre paréntesis y el subrayado
nuestros)
En setiembre de 1870, Marx
pensaba que la insurrección anticapitalista era todavía prematura. Esto mismo
es lo que su amigo, el Dr. Ludwig Kugelmann, le dijo en carta del 15 de abril
de 1871 acerca de los obreros de la Comuna, que se estaban por lanzar a una
lucha, en su opinión desesperada con casi ninguna perspectiva de éxito, dada la
correlación de fuerzas totalmente desfavorable. La previsión de lo que puede pasar en una eventual lucha, es el
resultado de una mera actividad del intelecto y del método de pensamiento
adecuado a las condiciones previas del probable enfrentamiento. El problema
radica en que la decisión de actuar
es política y no solo depende de la correlación de fuerzas en pugna —que se
puede conocer con toda certidumbre—, sino de las propias circunstancias diversas, algunas de ellas tan imprevisibles
como decisivas, dado que surgen durante la propia lucha. Pero, sobre
todo, depende de lo que implica el propio desiderátum de luchar o claudicar. El
heroísmo está, pues,
contenido como posibilidad de resolver la cuestión ante tal alternativa.
Teniendo en cuenta estos factores, dos días después Marx contestó a Kugelmann
el 17/04/1871 diciéndole que:
<<Desde luego, sería
sumamente cómodo hacer la historia universal, si solo se emprendiera la lucha
cuando todas las probabilidades fueran infaliblemente favorables. Por lo demás,
la historia sería totalmente mística, si las “casualidades” no desempeñaran en
ella ningún papel. Naturalmente, estas casualidades entran en el marco de
la evolución general y son, a su vez,
compensadas por otras casualidades. Pero la aceleración o lentitud del
movimiento (histórico),
dependen mucho de “casualidades” de este
tipo. Y entre ellas figura también esta otra “casualidad”: el carácter de la
gente que se encuentra a la cabeza del movimiento, al principio.
La lamentable casualidad que jugó un papel decisivo, esta vez no
debe buscarse en modo alguno en las condiciones generales de la sociedad
francesa, sino en la presencia en Francia de los prusianos, apostados a las
puertas de París. Los parisinos lo sabían muy bien. Pero tampoco lo ignoraban
los canallas burgueses de Versalles. Por eso pusieron a los parisinos ante la
siguiente alternativa: aceptar el reto y luchar o entregarse sin luchar. En
este último caso, la DESMORALIZACIÓN DE LA CLASE OBRERA hubiera sido una
desgracia MUCHO MAYOR que la pérdida de un número cualquiera de “jefes”. París
ha llevado a una nueva fase la lucha de la clase obrera contra la clase
capitalista y su Estado. Cualquiera sea el resultado inmediato, ha permitido
conquistar un nuevo punto de partida de una importancia histórica universal.
Adío>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
El día 21 de marzo los
resistentes a la invasión emitieron el siguiente comunicado:
<<Los
proletarios de la capital, en medio de las debilidades y traiciones de las
clases dominantes, comprendieron que había llegado el momento de salvar la
situación haciéndose cargo de la gestión de los asuntos públicos”>>. [Journal officiel de la Commune de Paris (París, Ressouvenances,
1997, 3 vols.)].
El 23 de marzo tuvo lugar en
París una reunión mixta entre la Internacional parisina y la Cámara Federal de
las Sociedades Obreras. Allí Leo
Frankel propuso la redacción de un manifiesto con el fin de reforzar el
Comité Central de la Comuna “con toda nuestra fuerza moral”, donde se dice:
<<Los últimos acontecimientos demostraron la fuerza del
pueblo de París; estamos convencidos de que un entendimiento fraternal
demostrará bien pronto su prudencia.
El principio de autoridad vigente es en lo sucesivo impotente
para restablecer el orden en la calle, para hacer renacer el trabajo en el
taller, y esta impotencia es su negación.
La división de los intereses creó la ruina general,
engendró la guerra social.
Es a la libertad, a la igualdad y a la solidaridad, a las que hay
que pedir que aseguren el orden sobre nuevas bases, que reorganicen el
trabajo que es su condición primera.
Trabajadores:
La revolución comunal afirma sus principios, suprime toda
causa de conflicto en el porvenir. ¿Vacilaréis en darle vuestra sanción
definitiva?
La independencia de la Comuna es la garantía de un contrato
social cuyas cláusulas libremente debatidas harán cesar el antagonismo
de las clases y asegurarán la igualdad social.
Hemos reivindicado la emancipación de los trabajadores y la
delegación Comunal es la garantía, porque debe proporcionar a cada ciudadano
los medios para defender sus derechos, controlar de una manera
eficaz los actos de sus mandatarios encargados de la gestión de sus
intereses y determinar la aplicación progresiva de las reformas sociales.
La autonomía de cada comuna priva de todo carácter
opresivo a sus reivindicaciones y afirma la República en su más alta
expresión.
Hemos combatido, hemos aprendido a sufrir por nuestro principio igualitario,
no podríamos retroceder cuando podemos ayudar a colocar la primera piedra del
edificio social.
¿Qué hemos pedido? La organización del crédito, del
cambio, de la asociación, a fin de asegurar al trabajador el valor integral de
su trabajo.
La instrucción gratuita, laica e integral.
El derecho de reunión y asociación, la libertad absoluta
de la prensa y la del ciudadano.
La organización desde el punto de vista municipal de los
servicios de policía, de la fuerza armada, de la higiene, de la estadística,
etc.
Hemos sido juguetes de nuestros gobernantes, nos hemos
dejado incorporar a su juego, cuando acariciaban sucesivamente a todas las
facciones cuyos antagonismos aseguraban su existencia.
Hoy, el pueblo de París es clarividente, rehúsa ese papel de
niño dirigido por el preceptor, y en las elecciones municipales,
producto de un movimiento del que él mismo es autor, recordó que el principio
que preside la organización de un grupo, de una asociación, es el mismo que
debe regir la sociedad entera, y, como rechazó todo administrador o
presidente impuesto por un poder, fuera de su seno, rechazará todo alcalde,
todo prefecto impuesto por un gobierno extraño a sus aspiraciones.
Un entendimiento fraternal demostrará la sabiduría de París… el
principio de autoridad es en lo sucesivo impotente… El trabajo es la
condición primera del orden…la independencia de la Comuna es la garantía
de un contrato cuyas cláusulas, libremente debatidas, harán cesar el
antagonismo de las clases y asegurarán la igualdad social… La delegación
comunal es la garantía de la emancipación de los trabajadores… la garantía para
el trabajador del valor integral de su trabajo… La organización del
crédito, del cambio, de la instrucción>>. Libro-comuna-2edicoin-IMPRENTA.pdf
Pp. 33 y sgtes.
El 26 de marzo fueron elegidos los representantes a cargo de
la Comuna de París. Un mandato al que se le decidió conferir un carácter político revocable en
cualquier momento por el pueblo, aplicable a cualquiera de sus
miembros. Fue esta una facultad democrática
todavía desconocida, que la burguesía jamás se atrevió a poner en vigor ni lo
hará, porque atenta contra su estabilidad
como clase dominante frente a las mayorías sociales, a las que necesita
dominar, precisamente por su interés en que prevalezca la desigualdad social que es el suelo nutricio de
su existencia como tal clase dominante[3].
A diferencia de los políticos al uso que todavía perduran, con esta medida y
aunque por un momento, la Comuna quebró esa continuidad burocrática, evitando que los aspirantes a representar los intereses generales, pudieran ocultar sus verdaderas ideas y
propósitos, tal como desde la caída de la Comuna, sí han podido seguir
haciéndolo sistemáticamente y de modo impune[4].
Dos días después, el Comité
Central de la Guardia Nacional, que hasta entonces había ejercido el gobierno,
dimitió en favor de la Comuna. El día 30, se abolió la conscripción y el ejército permanente, declarando
como única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que debían enrolarse
todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas.
La verdadera libertad y auténtica emancipación del trabajo asalariado, es
absolutamente incompatible con la propiedad
privada de los medios de producción, fundamento económico de la diferencia
de status vital entre clases sociales, y del consecuente dominio político de unas sobre otras, lo cual convierte el
trabajo de muchos en riqueza de unos pocos. Así lo comprendieron los miembros
de la Comuna y por eso se propusieron reducir los medios de producción a
“simples instrumentos del trabajo libre y asociado”
Consecuentemente y ante la deplorable
situación sanitaria y económica que afrontaba el país, la Comuna decidió la
distribución de “bonos de pan”, la apertura de “hornos económicos” y “ollas”
para alimentar a la ciudadanía todavía bajo asedio militar de las tropas
prusianas; se prohibió desalojar a los inquilinos deudores entre octubre de
1870 y abril de 1871, abonando a futuros pagos de alquileres las cantidades ya
pagadas durante ese período; estas medidas permitieron suspender el empeño de objetos
en el Monte de Piedad y la extensión de la moratoria a los títulos comerciales,
para evitar la quiebra de los comerciantes que no podían pagar sus deudas.
El 1 de abril se aprobó que
el sueldo máximo a percibir por cada funcionario de la Comuna —y todos sus
demás miembros—, no excediera los 6.000 francos (4.800 marcos). Al día
siguiente, la Comuna decretó la separación entre la Iglesia y el Estado, así
como la supresión de todas las asignaciones estatales para fines religiosos, y
la transformación de todos los bienes de la
Iglesia en propiedad pública nacional; como consecuencia de esto, el 8
de abril se ordenó eliminar de las escuelas todos los símbolos religiosos,
imágenes, dogmas, oraciones, en una palabra, "todo lo que pertenece a la órbita de la conciencia
individual", orden que fue aplicándose gradualmente.
La educación pasó a ser
laica, gratuita y obligatoria. Los programas de estudios fueron confeccionados
por los propios profesores. Se creó una escuela de Formación Profesional en
donde los obreros daban clases prácticas a los alumnos. Se abrieron guarderías
para cuidar a los hijos de las trabajadoras. También en el plano educativo se
destacó la Asociación Republicana de Escuelas con el propósito de crear en las
universidades un estímulo basado en el pensamiento libre y el conocimiento
científico. En el mundo del arte y cultural aparecieron una gran cantidad de
asociaciones para la promoción del teatro y las bibliotecas
Los ciudadanos extranjeros
fueron reconocidos como nacionales e incluidos en este proceso de emancipación.
Muchos de ellos habían luchado junto a
las tropas francesas luego de la proclamación de la Tercera República el 4 de
septiembre de 1870. Por ejemplo: Garibaldi y sus “camisas rojas”, pero también
belgas, polacos, rusos, etc. Y los que de ellos fueron elegidos para integrar
el Comité central de la Comuna, el día 30 de marzo, como fue el caso de Leo Frankel, fueron todos ellos ratificados
en sus cargos:
<<Considerando que la bandera de la Comuna es
la de la república universal; considerando que toda ciudad tiene derecho a dar
el título de ciudadanos a los extranjeros que la sirven […], la Comisión
considera que los extranjeros pueden ser admitidos>>. (“Informe
de la Comisión Electoral” 30
de marzo de 1871).
En la Comuna se demostró,
además, que la lucha por la emancipación
del pueblo incluyó la emancipación de las mujeres, para elevar sus derechos al
mismo nivel que los derechos de los hombres en un solo combate. De este modo,
la distinción por sexo fue cuestionada por la Unión de Mujeres para la Defensa
de Paris, dirigida por Elizabeth Dmitrieff
y Nathalie
Le Mel, argumentando que tal discriminación jurídica:
<<…se crea y se sostiene sobre la misma
distinción y el odioso antagonismo en el que descansan los privilegios de las
clases dominantes…>> (“Programa
del 11 de abril de 1871”. Citado
por Maïté Albistur y Daniel Armogathe en: “Histoire du féminisme
français”. París, Des Femmes, 1977, tomo 2).
Los
comuneros también se ocuparon de las artes. Por iniciativa del pintor Gustave Courbet,
tras una reunión pública que congregó a más de cuatrocientas personas, el 13 de
abril se creó una Federación de Artistas de París, en cuyo “manifiesto” se
declaró que:
<<Este
gobierno del mundo de las artes por parte de los artistas” (tiene la misión de) conservar los tesoros del pasado, concretar y poner de relieve todos
los elementos del presente, para regenerar el futuro a través de la
educación>> (Citado por
Gérald Dittmar en: “Histoire de la Commune de Paris de 1871”, París, Ed.
Dittmar/2008)
Tanto la dirección de la
Comuna como la del Comité Central de la Guardia Nacional y el Consejo Comunal,
estaban integradas por una minoría
de la Primera Internacional y una mayoría
de blanquistas y seguidores de Proudhon. Louis Auguste Blanqui pensaba que las
masas del pueblo por sí mismas, eran incapaces de toda iniciativa para llevar
adelante una revolución social y que, por tanto, necesitaban de una elite revolucionaria que las
dirigiera, a través de la agitación social y la conspiración. Esta idea
conspirativa y burocrática de
la práctica política, le sugirió a Blanqui crear organizaciones secretas, como
la “Sociedad de Familias”, la “Sociedad de amigos del pueblo” y la “Sociedad de
Estaciones”. Su participación en diversas intentonas insurreccionales le
condujo durante breves temporadas a la cárcel en 1831 y 1836. Por su parte, Pierre-Joseph Proudhon, fue uno de los padres
del pensamiento anarquista junto a Bakunin y Kropotkim,
contrarios a cualquier asociación obrera o Estado. Durante los episodios de la
Comuna, a Marx y Engels les resultó irónico y curioso comprobar
que, tanto en la dirección del Comité Central de la Guardia
Nacional, como en la del Concejo Comunal, la mayoría de anarquistas y
blanquistas hubieran aceptado someterse a las directivas democráticamente
impulsadas por la abultada mayoría de integrantes en ambos organismos, a los
cuales implícitamente reconocieron en contra de sus propias ideas
elitistas y anarquistas.
La Comuna
convirtió al parlamento tradicional en una corporación de trabajo, al mismo
legislativa y ejecutiva. Tanto la policía como el ejército dejaron de ser instrumentos en
manos del poder ejecutivo de turno, para depender directamente de la Comuna,
pasando a ser responsables ante ella. Y sus mandos revocables en todo momento:
<<Lo
mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración.
Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos debieron
devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de
representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos
dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los
testaferros del Gobierno central. En manos de la Comuna, se puso no solamente
la administración municipal, sino la provincial e incluso la central ejercida
hasta entonces por el Estado.
Una vez suprimidos el ejército permanente y
la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo Gobierno, la
Comuna tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de
represión, el "poder de los curas", decretando la separación de la
Iglesia y el Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones
poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de
las limosnas de los fieles, como sus antecesores, los apóstoles. Todas las
instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo
tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo
se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se
redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder
del Gobierno
También los funcionarios judiciales debían perder
aquella fingida independencia que sólo había servido para disfrazar su abyecta
sumisión a los sucesivos gobiernos, ante los cuales iban prestando y violando,
sucesivamente, el juramento de fidelidad. Igual que los demás funcionarios
públicos, los magistrados y los jueces habían de ser funcionarios electivos,
responsables y revocables>> (K. Marx: “La Guerra civil en Francia” Cap. III Pp. 64).
¿Cómo
explicó Marx en términos generales lo actuado por la Comuna de París hasta este
punto de nuestro relato?:
<<La
clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen
ninguna utopía lista para implantarla par décret du
peuple[5]. Saben que para conseguir su propia
emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende
irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico,
tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos,
que transformarán las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que
realizar ningunos ideales, sino simplemente dar rienda suelta a los elementos
de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su
seno. Plenamente consciente de su misión histórica y heroicamente resuelta a
obrar con arreglo a ella, la clase obrera puede mofarse de las burdas
invectivas de los lacayos de la pluma y de la protección pedantesca de los
doctrinarios burgueses bien intencionados, que vierten sus ignorantes
vulgaridades y sus fantasías sectarias con un tono sibilino de infalibilidad
científica>>. (K. Marx: “La Guerra civil en Francia” Cap. III Pp. 71)
El 27 de abril, en un hipócrita y taimado gesto de
aparente intención conciliatoria, desde la tribuna de la Asamblea Nacional Adolphe Thiers pidió
a los sublevados que abandonaran su actitud prometiéndoles indulgencia:
<<…¡que aquellas manos suelten las armas infames que empuñan y el castigo se
detendrá inmediatamente mediante un acto de paz del que sólo quedará excluido
un puñado de criminales! Y como los "rurales" le interrumpieran
violentamente, replicó: "Decidme, señores, os lo suplico, si estoy
equivocado. ¿De veras deploráis que yo haya podido declarar aquí que los
criminales no son en verdad más que un puñado? ¿No es una suerte, en medio de
nuestras desgracias, que quienes fueron capaces de derramar la sangre de
Clément Thomas y del general Lecomte sólo representan raras
excepciones?>> (Op. cit.)[6].
Sin embargo, puesta a consideración de la Comuna, esta
engañosa oferta de paz de Thiers fue rechazada por amplia mayoría:
<<De los 700.000
concejales elegidos en los 35.000 municipios que aún conservaba Francia, los legitimistas, orleanistas y bonapartistas coligados no
obtuvieron siquiera 8.000. Las diferentes votaciones complementarias arrojaron
resultados aún más hostiles. De este modo, en vez de sacar de las provincias la
fuerza material que tanto necesitaba, la Asamblea perdía hasta su último título
de fuerza moral: el de ser expresión del sufragio universal de la nación. Para
remachar la derrota, los ayuntamientos recién elegidos amenazaron a la Asamblea
usurpadora de Versalles con convocar una contra-asamblea en Burdeos>> (Ibíd).
Desbaratada su maniobra, Thiers envió a
Frankfort dos delegados plenipotenciarios,
para que aceptaran sin regateos las leoninas condiciones de paz con Alemania,
impuestas por su canciller y virtual vencedor, el mariscal Otto Von
Bismarck. Se trataba de sufragar el gasto de mantener el medio millón
de efectivos militares alemanes en suelo francés, como garantía de triunfo del contubernio aristocrático-burgués frente
al más que seguro enfrentamiento con el proletariado unido en la
Comuna. Además del pago por indemnización en concepto de deuda de guerra
(siempre a cargo del perdedor) de cinco mil millones de Francos, más el 5 por
ciento de interés por los pagos aplazados. Todo ello, como una de las cláusulas
del tratado preliminar de paz concluido entre Francia y Alemania en Versalles,
el 26 de febrero de 1871. En este punto Marx pregunta y seguidamente responde:
<<¿Quién iba a pagar esta cuenta?
Sólo derribando violentamente la República (sostenida exclusivamente por la Comuna) podían los monopolizadores de la riqueza (en
Francia) confiar en echar sobre los
hombros de los productores de la misma (los asalariados), las costas de una guerra que ellos, los
monopolizadores, habían desencadenado (por conservar o conquistar
privilegios dinásticos). Y así, la
incalculable ruina de Francia estimulaba a esos patrióticos representantes de
la tierra y del capital, a empalmar ante los mismos ojos del invasor y
bajo su alta tutela, la guerra exterior con una guerra civil, con una rebelión
de los esclavistas (deliberadamente provocada)>>. (Ibíd. Cap. I. Lo entre paréntesis y el subrayado
nuestros)
Esa cuenta que no debieron
pagar pero finalmente pagaron las mayorías asalariadas francesas (además de la
sangre que derramaron sus hermanos de clase luchando hasta la muerte por
defender los ideales de la Comuna), incluyó, naturalmente, los doscientos millones de francos que Thiers
y demás secuaces suyos (Jules Favre, Ernesto
Picard, Agustín
Pouyer-Quertier y Jules Simon), se
repartieron en concepto de comisión por gestionar ante Alemania un préstamo al
Estado francés de dos mil millones de francos, bajo la condición de que tal
coima no se hiciera efectiva, hasta después de conseguirse la “pacificación de
París” por las tropas prusianas. ¿Cuántos crímenes y actos de corrupción
política desde el poder —como éste—, se han podido venir cometiendo impunemente en nombre de esa
bendita palabra: naturaleza,
cuyo significado bajo el capitalismo tanto se parece a esta otra: facilidad?
Esto demuestra que los
comuneros de Paris no solo debieron luchar por su emancipación social como asalariados contra sus patronos
franceses, sino también contra los alemanes, obligados así a convertir, por
primera vez, una guerra entre países
en una guerra entre clases sociales
de esos países. O sea que Francia negoció su capitulación ante Alemania, a
cambio de que ésta le ayude en su lucha contra el pueblo francés insurrecto, lo
cual significa que ambas burguesías
nacionales se comportaron como una
clase social de carácter internacional.
Y, en efecto, estábamos en que Thiers
había designado a dos enviados de su confianza política personal: Jules Favre y Agustín Pouyer-Quertier
(cobeneficiarios de la comisión por el préstamo), para tratar con el máximo mandatario alemán las condiciones bajo las
cuales, este país apoyaría con sus fuerzas militares a la burguesía francesa,
para que pudiera resolver convenientemente su conflicto nacional con sus
propios asalariados insumisos organizados en la Comuna
en París:
<<A la llegada a Francfort de esta magnífica pareja de
delegados plenipotenciarios, el brutal Bismarck los recibió con este dilema
categórico: "¡O la restauración del Imperio (feudal napoleónico en
Francia), o la aceptación sin reservas
de mis condiciones de paz!". Entre estas condiciones entraba la de acortar
los plazos en que había de pagarse la indemnización de guerra y la prórroga de
la ocupación de los fuertes de París por las tropas prusianas, mientras
Bismarck no estuviese satisfecho con el estado (político-institucional) de cosas reinante en Francia. De este modo,
Prusia era reconocida como supremo árbitro de la política interior francesa.
A cambio de esto, ofrecía soltar, para que exterminase a París, al ejército
bonapartista que tenía prisionero y prestarle el apoyo directo de las tropas
del emperador Guillermo. Como prenda de su buena fe, se prestaba a que el pago
del primer plazo de la indemnización se subordinase a la "pacificación"
de París. Huelga decir que Thiers y sus delegados plenipotenciarios se
apresuraron a tragar esta sabrosa carnada. El Tratado de Paz fue firmado por
ellos el 10 de mayo y ratificado por la Asamblea de Versalles el 18 del mismo
mes>>. (Ibíd. Cap. IV. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
En ese momento, al mando del ejército francés
estaba otro aristócrata, el general Marie Edmé Patrice
Maurice de Mac-Mahon, conde de Mac Mahon, duque de Magenta y mariscal
de Francia, recién nombrado por Napoleón III. Todavía el día 8 de mayo,
respondiendo a la inquietud de una comisión integrada por conciliadores de
clase media, Thiers respondía:
<<Tan pronto como los insurrectos se decidan a capitular, las puertas de
París se abrirán de par en par durante una semana para todos, con la sola
excepción de los asesinos de los generales Clément
Thomas y Claude
Lecomte>>. (Ibíd)
Pocos días después, interpelado por los monarquistas
reaccionarios —llamados “rurales”—, acerca de tales promesas de reconciliación
con el pueblo sublevado de Paris, Thiers respondió:
<<Os digo que
entre vosotros hay hombres impacientes, hombres que tienen demasiada prisa. Que
aguarden otros ocho días; al cabo de ellos, el peligro habrá pasado y la tarea
estará a la altura de su valentía y capacidad>> (Ibid)
Cuando Mac-Mahón le garantizó estar en disposición de
entrar en París, Thiers declaró ante la Asamblea que:
<<…entraría
en París con la ley en la mano y exigiendo una expiación cumplida a los
miserables que habían sacrificado vidas de soldados y destruido monumentos
públicos>>. (Ibíd)
Pero llegado el proceso al
momento decisivo, se dejó de medias tintas y anunció lo que había venido
escamoteando ante la Asamblea Nacional:
<<“¡Seré implacable!”; a París, le dijo que no había
salvación para él; y a sus bandidos bonapartistas que se les daba carta blanca
para vengarse de París a discreción. Por último, cuando el 21 de mayo la
traición abrió las puertas de la ciudad al general
Félix Douay, Thiers pudo desvelar el día 22 a los "rurales", el
verdadero "objetivo" de su comedia de reconciliación, que tanto se
habían obstinado en no comprender: "Os dije hace pocos días que nos
estábamos acercando a nuestro objetivo; hoy vengo a deciros que el objetivo está alcanzado.
¡El triunfo del orden, de la justicia y de la civilización se consiguió por
fin!">> (Ibíd)[7].
Hay que leer el primer
capítulo de esta obra de Marx, para
conocer la trayectoria del señor Thiers, de cuyos émulos en estos días tenemos
ejemplares a punta de pala, ocupando los más altos cargos en la sociedad civil
y en los Estados Nacionales del Mundo entero. Todos ellos de una hechura moral y política, a la
exacta medida del sistema explotador,
corrupto y genocida que los diseñó. ¿Qué ha cambiado al respecto desde
entonces?
El 7 de abril, después de
tomar con sus tropas los fuertes de París venciendo la heroica resistencia de
la Guardia Nacional leal a la Revolución, Thiers
acordó con Bismarck que éste libere los 60 mil soldados franceses que había
hecho prisioneros en Sedán, lo cual dio al Gobierno de Versalles una
superioridad decisiva. En la primera quincena de mayo el frente sur capituló.
El 21, los Versalleses, dirigidos por el General Gastón de Galliffet,
entraron en París por el norte a través de una brecha abierta por el ejército
prusiano.
Durante ocho días, los combates
hicieron estragos en los barrios obreros; los últimos combatientes de la Comuna
cayeron como moscas en las colinas de Belleville y Ménilmontant. Pero la
represión sangrienta sobre los comuneros no paró allí. Faltaba todavía que la
clase dominante francesa pudiera disfrutar de su triunfo desatando su odio vengativo
contra un proletariado desarmado y vencido, contra esta “vil chusma” que había
tenido la audacia de rebelarse contra su dominación de clase: mientras las
tropas de Bismarck ejecutaban la orden de no dejar pasar a ningún fugitivo, las
hordas de Galliffet perpetraban masacres masivas de hombres, mujeres y niños
indefensos: cientos fueron asesinados bajo metralla incluso sin previo aviso. El balance final de la lucha entre el 03 de abril y el
31 de mayo, fue de unos 30.000 muertos o ejecutados, 7.000 deportados a penales
improvisados en Nueva Caledonia, y la ciudad de París sometida a la ley marcial
durante cinco años.
Hippolyte Prosper-Olivier Lissagaray
(1838-1901), fue un filólogo e historiador
francés, republicano y socialista independiente coetáneo de Marx y
Engels, cuyo nombre ha trascendido por su participación activa en la Comuna de
Paris y sus artículos periodísticos de oposición al II Imperio Francés, razón
por la cual debió exiliarse en Londres, donde contactó con el entorno de Karl
Marx. Su obra: “Histoire
de la Commune de 1871”, editada
en Bruselas por Henry Kistemaeckers y que se
prohibió en Francia, fue traducida al inglés por Eleonora, la hija
pequeña de Marx. A continuación presentamos el texto donde Hippolyte exhorta a
responder los siguientes interrogantes:
<< ¿He velado los actos, he ocultado las faltas
del vencido? ¿He falseado los actos de los vencedores?
Que el contradictor se levante, pero con pruebas. Los
hechos sentencian: basta resumirlos para extraer las conclusiones.
¿Quién luchó constantemente, solo a menudo,
frecuentemente en la calle, contra el Imperio, contra la guerra del 70, contra
la capitulación del 71? ¿Quién sino el pueblo?
¿Quién creó la situación revolucionaria del 18 de
marzo, quién pidió la ejecución de París, quién precipitó la explosión, quién
sino la Asamblea rural y el señor Thiers?
¿Qué es el 18 de marzo sino la respuesta instintiva de
un pueblo abofeteado? ¿Dónde hay el menor rastro de complot, de secta, de
cabecillas?
¿Qué otro pensamiento que el de: ¡Viva la República!?
¿Qué otra preocupación que la de erigir una
municipalidad republicana contra una asamblea realista?
¿Es cierto que el reconocimiento de la República, la
promulgación de una buena ley municipal, la derogación de los ruinosos
decretos, en los primeros días, lo hubiera pacificado todo, y que Versalles lo
negó todo?
¿Es cierto que París nombró su Asamblea comunal con
una de las votaciones más numerosas y más libres que jamás se hayan emitido?
¿Es cierto que Versalles atacó a París sin haber sido
provocado, sin intimación, y que desde el primer choque Versalles fusiló a los
prisioneros?
¿Es cierto que los intentos de conciliación
procedieron siempre de París o de las provincias, y que Versalles los rechazó
siempre?
¿Es cierto que, durante dos meses de lucha y de
dominación absoluta, los federados respetaron la vida de sus prisioneros de
guerra, de todos sus enemigos políticos?
¿Es cierto que, desde el 18 de marzo hasta el último
día de la lucha, los federados no tocaron los inmensos tesoros que tenían en su
poder, y que se contentaron con una paga irrisoria?
¿Es cierto que Versalles fusiló por lo menos a
diecisiete mil personas, en su mayor parte ajenas a la lucha, entre ellas
mujeres y niños, y que detuvo a cuarenta mil personas por lo menos, para vengar
los muros incendiados, la muerte de sesenta y cuatro rehenes, la resistencia a
una Asamblea realista?
¿Es cierto que hubo millares de condenados
a muerte, a presidio, a la deportación, al destierro, sin juicio serio,
condenados por los oficiales vencedores, en virtud de órdenes cuya iniquidad
fue reconocida por los gobiernos más conservadores de Europa?
¡Que respondan los hombres justos! ¡Que
digan de qué lado está lo criminal, lo horrible, si del lado de los asesinados
o de los asesinos, de los “bandidos” federados o de los “civilizados” de
Versalles!
¡Que digan cuál es la moralidad, la inteligencia
política de una clase gobernante, que pudo reprimir de esta suerte una
sublevación como la del 18 de marzo!>>
La
revista “Rebelión” ha publicado este artículo con el permiso
del autor mediante una licencia de
creative commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
http://www.nodo50.org/gpm
e-mail: gpm@nodo50.org
[1] Decimos “una vez más”, porque el primero en censurar el concepto de ser humano genérico, es decir, universal, sin distinción de nacionalidad, religión, clase social o sexo, fue precisamente el propio Aristóteles, quien no habiendo podido sustraerse al pensamiento único de los esclavistas en su tiempo, concibió como seres vivos con capacidad de raciocinio solo a los amos. Los esclavos, para él, eran simples “instrumentos parlantes”, meras cosas susceptibles de uso hasta la extenuación y la muerte, sometidos a la causa final de sus “señores”.
[2]
El telegrama de Ems (en
alemán: Emser Depesche), denominado a veces como Telegrama
Ems, es el documento
que Guillermo I de Alemania envió a Bismarck la noche del 13 de julio de 1870,
tras la reunión informal que mantuvo con el embajador francés en Prusia
Vincent Banadetti, acerca de la retirada
de la candidatura al trono real de España del príncipe Leopoldo de
Hohenzollern-Sigmaringen, hijo de Carlos Antonio. La publicación de este
telegrama instigó (casus belli) la guerra Franco-Prusiana, que comenzó
el 19 de julio de 1870. El nombre del telegrama se refiere a Bad Ems, que es un
balneario spa situado al este de Coblenza sobre
el río Lahn, parte integrante por aquel entonces de Prusia, lugar de residencia
y reposo de la realeza prusiana.
[3] Así lo
permite, por ejemplo, en España, el artículo 92 de la Constitución urdido en
1976, que la ciudadanía de este país aprobó con los ojos cerrados en 1978,
consintiendo que todo referéndum deba ser convocado por el Rey, a propuesta del
Presidente del Gobierno de turno y previa autorización del Congreso de los
diputados. Un triple filtro a modo de obstáculo, para impedir el pleno
ejercicio de la soberanía popular, que es la esencia
de la democracia. Así lo denunciamos a propósito de la abdicación del Rey Borbón Juan
Carlos I a principios de junio de 2014.
[4] Sin ir más lejos, el caso del
Partido Popular en España es proverbial. Tras alzarse con la mayoría absoluta
de los votos durante las elecciones generales el 20 de noviembre de 2011,
orientó su acción de gobierno en sentido descaradamente opuesto a todo lo que prometió.
[5] Por decreto del pueblo.
[6] La Asamblea de los "rurales " es el nombre despectivo que se le dio a la Asamblea Nacional Francesa de 1871, integrada en su mayor parte por monarquistas reaccionarios: terratenientes de provincia, funcionarios, rentistas y comerciantes elegidos por los distritos rurales.
[7] Félix Charles Douay: General francés. Comandante en jefe del VII cuerpo de ejército durante la guerra Franco-Prusiana. Tras sufrir la primera derrota en la frontera con Alsacia, pasó a servir en las tropas al mando del General Mac-Mahón.