10.
La Traición de los mencheviques al marxismo:
1905-1912
<<La gran burguesía,
siempre antirrevolucionaria, ha concertado una alianza ofensiva y defensiva con
la reacción (aristocrático-feudal)
por miedo al pueblo, es decir, a los obreros y a la burguesía
democrática>> (K. Marx en: “La
Gaceta Renana” 18/03/1848. Texto
citado por V. I. Lenin en: “Dos
tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”. Cap. III: El
punto de vista burgués vulgar y la concepción de Marx acerca de la dictadura
democrática. Junio-julio de 1905. Lo entre paréntesis nuestro)
En este pasaje de su artículo —citado por Lenin—, Marx entendió por
“burguesía democrática” refiriéndose a los campesinos arrendatarios, interesados
en sacudirse la explotación y opresión de que eran objeto por parte de la
minoría aristócrata-terrateniente rusa a
cargo del aparato estatal zarista, a través de la renta territorial y las cargas
tributarias del Estado a su cargo. Esas exacciones de carácter parasitario,
despilfarradas por aquellos acaudalados parásitos sociales en el poder, evitaban
la mecanización del campo y el consecuente desarrollo de las fuerzas productivas
en el conjunto de la sociedad rusa.[1]
La revolución francesa de 1789 consistió, precisamente, en la alianza
entre el proletariado de Paris y los campesinos sin tierra que demandaban sus
derechos. La confiscación de la tierra a la nobleza y su distribución en
propiedad privada entre la mayoría social campesina en Francia, al combinarse
con la libertad de comercio, acabó con el feudalismo y estimuló el desarrollo
capitalista en el campo. Como consecuencia de tal revolución agraria, la
diferenciación social en el agro entre propietarios de los medios de producción
y asalariados rurales, combinada con el normal progreso de la productividad del
trabajo, determinó que buena parte de esa población rural acabara siendo
expulsada del campo y pasara a engrosar las filas del proletariado urbano al
servicio de la burguesía industrial
incipiente, según la Ley general de la acumulación capitalista[2].
Para ilustrar acerca del distinto curso de la revolución burguesa
en Francia respecto de Alemania, Lenin sigue citando a Marx en otro
artículo suyo, publicado por la Gaceta
Renana fechado el 29 de julio de 1848, donde dice:
<<El 04
de agosto de 1789, tres semanas después de la toma de la bastilla, el pueblo
francés, en un solo día, acabó con todas las cargas impositivas
feudales.
El 11 de julio de 1848,
cuatro meses después de las barricadas de marzo, las cargas tributarias feudales
vencieron al pueblo alemán. Teste Gierke
cum Hansemanno[3].
La burguesía francesa de 1789 no abandonó
ni por un minuto a sus aliados, los campesinos. Sabía que su dominación se
basaba en la liquidación del feudalismo en el campo, en la creación de una clase
campesina de propietarios libres.
La burguesía alemana de 1848 (más débil
y cobarde que la francesa en 1789), traicionó sin ningún escrúpulo a los
campesinos, sus aliados más naturales, que son carne de su carne y sin los
cuales es impotente contra la nobleza”. (Op. cit.)
Pues bien, tal como para Marx y Engels a mediados del siglo XIX, para
Lenin y los bolcheviques a principios del siglo XX en modo alguno se trataba de implantar el socialismo en
Rusia, sino la República burguesa
democrática basada en la alianza entre el proletariado urbano y los
campesinos que aspiraban a la propiedad de las tierras sobre las que trabajaban,
todavía en manos de la nobleza terrateniente:
<<El
éxito de la insurrección campesina, la victoria de la revolución democrática,
solo desbrozará el camino para una (futura) lucha decidida y auténtica por el
socialismo sobre la base de la república democrática. Los campesinos como clase
poseedora de tierras, desempeñarán en esas luchas el mismo papel de traición, de
inestabilidad, que ahora desempeña la burguesía en la lucha por la democracia.
Olvidar esto es olvidar el socialismo, engañarse a sí mismo y engañar a los
demás respecto a los verdaderos intereses y objetivos del proletariado>>
(V. I.
Lenin: “Dos tácticas de la
socialdemocracia en la revolución democrática”. Epílogo. Punto III: El punto
de vista burgués vulgar y la concepción de Marx acerca de la dictadura
democrática. Pp. 312)
La diferencia entre mencheviques —precursores del stalinismo— y los
bolcheviques, aparece aquí meridianamente clara. Los mencheviques jamás se
interesaron estratégicamente por enlazar la revolución burguesa con la
revolución socialista, en una dinámica de revolución permanente. Su
interés pasó siempre por la imposible tarea de eternizar al capitalismo,
pensando que, para eso bastaba con asumir la representación política del pequeño
y mediano explotador de trabajo ajeno. Como si la reproducción cíclica de tal
sistema de vida, fuera históricamente
incompatible, con la concentración del capital global
en cada vez menos
propietarios. Tal es el
andrajoso concepto con que los socialdemócratas residuales de hoy, siguen
engañando a sus clientelas electorales de extracción asalariada, que todavía se
dejan embaucar con el cuento del capitalismo perfectible.
Para confirmar la identidad de propósitos entre los socialdemócratas a
principios del siglo XX con los de hoy, basta con remitirse al segundo Congreso del por
entonces “Partido Obrero
Socialdemócrata” ruso (POSDR),
celebrado entre los meses de julio y agosto de 1903. Aquí es donde la pequeñoburguesía política plantó
la semilla de la discordia que dividió al partido entre dos tendencias, la
tradicional o reformista —liderada por Georgii
Plejanov—, y la efectivamente revolucionaria liderada por V. I. Lenin,
que rompió con aquella tradición al incorporar las enseñanzas de la revolución
europea en 1848, al proceso revolucionario ruso de principios del siglo XX.
Confrontación cuya deriva natural culminaría, con la ruptura orgánica definitiva del
movimiento político marxista ruso entre mencheviques y bolcheviques en 1912.
En ese Congreso de 1903, esas dos fracciones dirimieron sus discrepancias
estratégicas durante la discusión para definir los estatutos del Partido, en el
sentido de si debía orientar su accionar político según pautas de acción
política científicamente
fundamentadas y, por tanto, inamovibles, o si debía primar
en ella la plena “libertad de crítica” sin límites. Los mencheviques se
abrazaron a esta última posición. Los bolcheviques, por el contrario,
sostuvieron que allí donde un colectivo de personas se proponen revolucionar una sociedad decadente y con tal fin
se organizan, si allí se
permite que prevalezca la “libertad de expresión y crítica individual” sin límites, es inevitable que tal organización
acabe diluyéndose, hasta
desaparecer en el caos de la múltiple diversidad de “libres” opiniones, donde finalmente
acaban fatalmente gravitando las ideas de la sociedad todavía dominante.
Para comprender estas discrepancias, es necesario distinguir entre lo que
debe ser un partido político y lo que es un Estado nacional. A un partido
político pertenecen quienes,
por deliberada voluntad propia y pleno conocimiento de causa, adhieren a
determinados principios ideológicos y orgánicos. Unos principios que le
caracterizan y no pueden ser objeto de revisión, sin perder su identidad como
tal partido. Por tanto, la libertad de pensamiento y acción política democrática en
su interior, está condicionada por esos principios
políticos y organizativos inamovibles. A un Estado
nacional, por el contrario, pertenecen todos los sujetos nacidos en su territorio,
independientemente de sus ideales políticos, de modo tal que allí, tanto la
libertad de pensamiento y expresión, como de acción política, deben ser
rigurosamente irrestrictas, y esto es lo que distingue a un Estado democrático
de otro que no lo es.
Pues bien, lo que por entonces palpitaba cada vez con más fuerza en el
centro de esta disputa aparentemente
estatutaria dentro del Partido Socialdemócrata ruso, era precisamente,
que los mencheviques seguían
abrazados a la tesis evolucionista del capitalismo,
que Marx y Engels habían sostenido en el “Manifiesto” hasta la Revolución europea de 1848.
Tesis que, tras haber hecho el balance de aquellos acontecimientos, ambos
acordaron en revisar
autocríticamente en 1850 formulando los principios de la “revolución permanente”, es decir, que el proletariado debería ser quien
asumiera el poder político,
para garantizar que se
complete el proceso de la revolución social burguesa sin
nuevas interrupciones por parte de la reacción aristocrático-feudal, como
condición ineludible de asegurar el
control de la posterior transición del capitalismo al
socialismo.
En ese Segundo Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata ruso (POSDR Ver
Pp. 247), los mencheviques —futuros stalinistas en el poder
soviético desde 1924 hasta 1989—, optaron por ignorar esa lección
de la historia que Marx y Engels aprendieron en el curso de su experiencia personal durante los
acontecimientos de 1848, muy especialmente los sucesos de junio. Y esta
enseñanza es, en el fondo, precisamente la que Lenin y los bolcheviques
trasladaron a las deliberaciones de ese Segundo Congreso a propósito de los
estatutos del partido, que giró en torno de los requisitos para considerar a una
persona miembro del
partido.
Los bolcheviques sostenían que para discernir sobre esta cuestión, había
que trazar una línea divisoria entre
charlatanes y obreros
conscientes. Por el contrario, los mencheviques propusieron abrir las
puertas de la organización tanto a unos como a otros. En la votación los
mencheviques ganaron por 28 votos a 22. En el fondo, lo que reprochaban
estatutariamente a los bolcheviques, era su propósito político que calificaron
de “conspirativo”, acusándoles de pretender consumar la revolución social proletaria sin
esperar a que la burguesía lidere y supuestamente complete por sí y ante sí
su desarrollo económico, como
condición no menos presuntamente
necesaria, para recién entonces encarar la realización del socialismo.
Esto mismo es lo que había venido sosteniendo el alemán socialdemócrata Eduard Bernstein
desde 1898, en: “Las premisas del
socialismo y las tareas de la socialdemocracia”, que fue seguramente quien
reforzó las posiciones mencheviques en aquél congreso de 1903.
Por tanto, de lo que —según los mencheviques— había que convencer a los asalariados
rusos, es que apoyasen a la
burguesía en su “lucha” contra la autocracia zarista en manos de la
nobleza terrateniente. Como si no hubiera quedado ya suficientemente demostrado,
que para garantizar
políticamente el desarrollo
del capitalismo incipiente en Europa desde 1789, la gran burguesía liberal europea
no hizo más que retardarlo
políticamente, buscando apoyo —una y otra vez— en los residuales
aristócratas reaccionarios feudales todavía dominantes, contra la pequeñoburguesía democrática y
el proletariado:
<<...La revolución
alemana de 1848 no es sino una parodia de la revolución francesa de
1789>>. (K. Marx: “Nueva Gaceta del Rin” 29/07/1848)
<<La
gran burguesía, antirrevolucionaria (rusa)
desde el comienzo mismo, concertó una alianza defensiva y ofensiva
con la reacción (aristocrático
feudal) por miedo al pueblo, es decir, a los obreros y a la burguesía democrática
(encarnada
en los campesinos medios)>>
(V. I. Lenin: “Dos Tácticas de la socialdemocracia en la revolución
democrática” Epílogo III: La vulgar exposición burguesa de la dictadura y el
concepto de Marx sobre ella. Junio-julio de 1905). Versión
informática Pp. 311)
Volver a representar la misma parodia, tal es lo preconizado por los
mencheviques en Rusia desde principios del siglo XX. Tres años antes de aquél
congreso de 1903 y como resultado del proceso capitalista expansivo en la década
de 1890, había estallado una crisis seguida de una grave depresión económica que
generó protestas obreras ante sus pésimas
condiciones de vida. Por tales circunstancias atravesaba Rusia, cuando los Zares
decidieron invadir el territorio chino de Manchuria que había pasado a manos del
imperio Japonés, todo ello mientras sesionaba el tercer Congreso del Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR).
A
principios de 1904, la disputa por Manchuria, desencadenó la guerra entre Rusia
y Japón que se saldó con la humillante derrota de los Zares. En esa sangrienta
batalla que acabó en 1905, los 350.000 hombres y 1.200 cañones rusos
no pudieron con los 550.000 hombres y 1.500 cañones del victorioso ejército
japonés. Aquél rotundo fracaso militar actuó como detonante de la Revolución rusa
en enero 1905.
Producida
la matanza de obreros
moscovitas sublevados el día 9 de ese año ante el Palacio de Invierno —a
manos del ejército zarista y con
bayonetas empuñadas por campesinos—, el movimiento revolucionario ruso
fue cobrando fuerza durante la primavera y el verano, alcanzando su punto
culminante en octubre con una ola de huelgas y manifestaciones, momento en el
que el Zar prometió promulgar una constitución liberal.
En esos momentos y al calor de las movilizaciones, se constituyeron los
primeros Soviets de diputados obreros en Rusia, emulando a la Comuna de París.
El primero de ellos se creó en la ciudad industrial de Ivanovo-Voznesensk,
llamado “el Manchester ruso”, en alusión a que esa conocida urbe inglesa fuera
la primera ciudad industrial del Mundo. Pero el soviet más importante y de mayor
trascendencia política, fue el de Petersburgo
constituido el 14 de octubre, que duró 50 días con 550 delegados en
representación de 250.000 obreros, donde para ejercer la presidencia
democráticamente se designó al —todavía por entonces— menchevique, Trotsky.
Fue aquella una revolución eminentemente obrera en lucha contra un
ejército que, al estar integrado casi exclusivamente por campesinos, el zarismo
pudo controlar aplastando al movimiento obrero. Esto demuestra que, el recurso a
las armas por los sublevados en aquella emergencia, fue una táctica equivocada aunque como
parte de una estrategia
correcta que pasaba por la alianza obrero-campesina.
Pero el problema de la
revolución a raíz de las discrepancias al interior del Partido
Socialdemócrata ruso en 1905, no estaba en la definición de su carácter: si
burgués o socialista. Había unanimidad en que la revolución
era de carácter burgués, el
mismo que durante la revolución francesa de 1789. Las diferencias radicaban en
que los bolcheviques sostenían —tal como Marx y Engels a partir de junio de
1848— que la clase dirigente de esa
revolución debía ser el proletariado, mientras que los
mencheviques pensaban, de acuerdo con Eduard Bernstein, que debía ser la burguesía.
Por tanto, los mencheviques distinguían dos etapas temporalmente compartimentadas, por las que
debía discurrir la revolución desde su situación semifeudal hasta la victoria
del socialismo. Una primera
etapa caracterizada como revolución burguesa y democrática dirigida por los grandes capitalistas
liberales con el apoyo del campesinado. Posteriormente, cabía esperar
una segunda etapa
caracterizada como revolución socialista, dirigida por el proletariado. En
este proceso, los mencheviques preveían que las dos etapas revolucionarias
estarían forzosamente separadas por
un lapso de tiempo indefinido más o menos largo, durante el cual el
proletariado debía permanecer expectante.
Semejante planteo llevado mecánicamente al terreno de la lucha de clases
en Rusia, suponía que durante la primera etapa, la Socialdemocracia rusa debía
apoyar al partido Liberal-burgués constitucionalista (KADETE). Ya hemos visto
unos párrafos más arriba, por qué Lenin —en coincidencia con Marx y Engels—
sostenía que, dada la relativa menor
cadencia o ritmo del
curso hacia la revolución socialista en países capitalistas relativamente atrasados —como lo
fue Alemania hasta mediados del siglo XIX y Rusia todavía en la primera década
del siglo XX lo era—, ese atraso económico determinaba que la revolución democrático-burguesa
no pudiera concretarse bajo la
dirección política de la burguesía liberal. ¿Por qué? Pues, porque tal
atraso se manifestaba en el poco peso
social relativo de la burguesía, lo cual se traducía en debilidad política frente al
peligro que suponía para ella, el posible bloque histórico de poder
obrero-campesino de mayoría social abrumadora. Y bajo las condiciones de
semejante situación, no es
que a la burguesía liberal rusa le impidiera romper políticamente
con la aristocracia feudal
terrateniente atrincherada en su sistema autocrático de gobierno.
En realidad fueron sus propios intereses e instinto de conservación, los que le obligaron objetivamente a mantener su alianza política con ella. Por
tanto, Lenin y los bolcheviques concluyeron que, bajo tales condiciones económicas y
sociales, la revolución democrático-burguesa en Rusia sólo podría ser realmente posible, a instancias
del bloque político revolucionario
obrero-campesino, dirigido por el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso
(POSDR), en lucha contra el bloque
político aristocrático-burgués. Y precisamente por esta necesaria instancia
revolucionaria científicamente
aconsejada, los mencheviques se negaron a
pasar.
Pero esa decisión contrarrevolucionaria que dividió al Partido
Socialdemócrata sin duda contribuyó a debilitar el movimiento revolucionario,
debilidad que se puso de manifiesto en el atraso ideológico del
proletariado confundido por esas discrepancias. Tanto como para impedirle liderar triunfalmente el
Bloque político de poder con el campesinado, conduciéndole así a una segura
derrota. Tal como lo rememoró Lenin desde su exilio en Zúrich al cumplirse el
duodécimo aniversario de aquél “domingo sangriento”, en el discurso que
pronunció durante una reunión de la juventud obrera suiza en La casa del Pueblo
de esa ciudad, donde comenzó diciendo:
<<Millares de obreros no
socialdemócratas, sino súbditos fieles temerosos de Dios, dirigidos por el cura
Gapón, afluyeron al
centro desde todos los rincones de la capital, a la plaza frente al Palacio de
Invierno, para entregar una petición al zar. Su jefe de entonces, Gapón, en
carta al Zar, le había garantizado su seguridad personal pidiéndole que
apareciera ante el pueblo.
Ese día fueron llamadas
las tropas. Ulanos y cosacos se lanzaron sobre la multitud con los sables
desenvainados. Hicieron fuego sobre los obreros desarmados que, de rodillas,
suplicaban a los cosacos que les permitieran ver al zar. Según el informa de la
policía, hubo ese día más de mil muertos y más de dos mil heridos. La
indignación de los obreros era indescriptible.
Éste, en líneas
generales, es el cuadro del 22 de enero de 1905, el Domingo
sangriento. Para que comprendan ustedes
mejor la significación histórica de este acontecimiento, leeré unos pasajes de
la petición de los obreros. Comienza con estas
palabras:
“Nosotros, obreros, habitantes
de Petersburgo, acudimos a Tí. Somos esclavos desgraciados, escarnecidos,
aplastados por el despotismo y la tiranía. Colmada nuestra paciencia dejamos el
trabajo y rogamos a nuestros amos nos diesen solo aquello sin lo cual la vida es
una tortura. Pero esto nos fue negado; para los patronos todo es ilegal. Muchos
miles nos hemos reunido aquí. Igual que todo el pueblo ruso, carecemos en
absoluto de derechos humanos. Por causa de los actos de Tus funcionarios, nos
hemos convertido en esclavos”.
La petición contenía
las siguientes reivindicaciones: aministía, libertades cívicas, salario justo,
entrega gradual de la tierra al
pueblo, convocatoria de una asamblea constituyente sobre la base del sufragio
universal e igual para todos. Terminaba con estas
palabras:
“¡Señor! ¡No niegues ayuda a
tu pueblo! Derriba el muro que se alza entre tú y tu pueblo. Ordena que nuestros
ruegos sean cumplidos. Promételo y harás la felicidad de Rusia; si no lo haces,
estamos dispuestos a morir aquí mismo. Sólo tenemos dos caminos: la libertad y
la felicidad o la tumba”.
Al leer ahora esta petición de obreros ignorantes,
analfabetos, dirigidos por un sacerdote patriarcal, experimentamos un
sentimiento extraño. Involuntariamente comparamos esa ingenua petición con las
actuales resoluciones de paz de los socialpacifistas, los supuestos socialistas
que en realidad son charlatanes burgueses. Los obreros no esclarecidos de la
Rusia prerrevolucionaria no sabían que el zar era el jefe de la clase dominante, precisamente de la clase de los grandes
terratenientes, ligados ya por miles de vínculos con la gran burguesía y
dispuestos a defender por toda clase de medios violentos, su monopolio (de
la propiedad sobre los medios de producción y de cambio), sus privilegios y beneficios. Los
socialpacifistas de hoy, que —no es broma— pretenden ser personas “muy cultas”,
no comprenden que esperar una paz “democrática” de los gobiernos burgueses, que
libran una guerra imperialista rapaz, es tan estúpido como creer que con
peticiones pacíficas se induciría al sangriento zar a otorgar reformas
democráticas.
Pese a todo, hay una
gran diferencia entre ambos hechos: los socialpacifistas de hoy son en gran
medida hipócritas que, mediante amables exhortaciones, tratan de desviar al
pueblo de la lucha revolucionaria, mientras que los obreros ignorantes de la
Rusia prerrevolucionaria, demostraron con hechos que eran personas sinceras que
por vez primera despertaban a la conciencia política.
Y es en este despertar
de inmensas masas populares a la conciencia política y a la lucha
revolucionaria, donde estriba la significación histórica del 22 de enero de
1905>>. (V. I. Lenin: “Informe sobre la revolución de 1905”
22/01/1917. En “Obras completas”
Ed/ “Akal”/1977 Tomo XXIV Pp. 257. Versión
informática: Pp. 2)
Lo que
todavía desconocían aquellos
obreros en movimiento —sumidos en la ignorancia por la aristocracia y la gran
burguesía terrateniente e industrial—, era la necesidad de cumplir con las tareas que su naturaleza de
clase absolutamente sometida y desposeída les exigía, a fin de ir superando los sucesivos
condicionamientos con un sentido de progreso. En ese
momento, la necesidad pasaba por superar la opresión económica y
política de las minorías sociales aristocrático-burguesas sobre
las mayorías campesinas y asalariadas
en general. Una ignorancia que se vio reforzada, por la división entre
las dos fracciones políticas al interior del partido Socialdemócrata ruso,
durante aquél congreso del partido Socialdemócrata en 1903.
Tras la matanza en enero de 1905 inducida por aquella ignorancia, los
bolcheviques siguieron insistiendo en la necesidad de ir removiendo
democráticamente los términos políticos de la relación dialéctica entre las clases
sociales antagónicas, poniendo en cada momento del proceso el motor y la
dirección del movimiento histórico-social, en su componente objetivamente
revolucionario: el proletariado. Una clase social imposibilitada de
explotar a nadie y que solo puede perder sus cadenas.
De ahí que en el III
Congreso del POSDR (Ver Pp. 67) celebrado en mayo de 1905, las
enseñanzas de experiencia de enero fortaleció la posición de los bolcheviques,
que así consiguieron aprobar por mayoría la proposición impulsada personalmente
por Lenin, de que el proletariado agrícola se organice políticamente con total
independencia respecto del campesinado pobre y medio.
Proposición basada en una realidad que, por entonces, en Rusia, era todavía inexistente, pero que,
como hemos visto, había sido científicamente prevista y
anunciada por Marx en su ya citada Circular de Marzo de 1850 a la “Liga de los comunistas alemanes”: la contradicción de intereses con
la pequeñoburguesía agraria y
el inevitable enfrentamiento político del proletariado revolucionario con ella.
Y así lo volvió a reiterar Lenin tras ese Congreso de
1905:
<<En el movimiento
campesino habrá siempre aditamentos
reaccionarios
y nosotros le declaramos la guerra de
antemano. El antagonismo de clase entre el proletariado agrícola y la burguesía
campesina es inevitable, y nosotros lo ponemos al descubierto con antelación, lo
explicamos y nos preparamos para
luchar sobre ese terreno. Una de las razones de esta
lucha puede ser muy bien la cuestión de a quién y cómo entregar las tierras
confiscadas [a los grandes
terratenientes]. Y nosotros no velamos
esta cuestión, no prometemos el reparto igualitario, la “socialización”, etc.,
sino que decimos: entonces lucharemos otra vez, volveremos a luchar, lucharemos
en un nuevo terreno y con otros aliados. Entonces estaremos al lado del
proletariado agrícola, de toda la clase obrera [agraria y urbana] contra la burguesía campesina. En la
práctica, esto puede significar el paso de la tierra a manos de pequeños
propietarios campesinos, allí donde predomine la gran propiedad opresora de la
servidumbre, y no existan aun las condiciones materiales para la gran producción
socialista; la nacionalización a condición del triunfo completo de la revolución
democrática, y la entrega de las grandes haciendas capitalistas a asociaciones de obreros, pues de la revolución democrática
comenzaremos a pasar enseguida, y precisamente en la medida de nuestras fuerzas,
de las fuerzas del proletariado consciente y organizado, a la revolución
socialista. Somos partidarios de la revolución ininterrumpida. No nos
quedaremos a mitad de camino. Si no prometemos desde ahora e inmediatamente toda
clase de socializaciones, es porque conocemos las verdaderas condiciones de esta tarea y, lejos de
velar la nueva lucha de clases que madura en el seno del campesinado, la ponemos
al descubierto. Al principio apoyaremos hasta el fin, por todos los medios,
hasta la confiscación, al campesino en general [pobre y mediano] contra el terrateniente; después (e incluso
no después, sino al mismo tiempo) apoyaremos al proletariado contra el campesino
en general. Predecir ahora la combinación de fuerzas en el seno del
campesinado “al día siguiente” de la revolución (democrática) es una utopía
vana. Sin caer en el aventurerismo, sin traicionar nuestra conciencia
científica, sin buscar popularidad barata, podemos decir y decimos, solamente una cosa: ayudaremos con todas nuestras fuerzas a
todo el campesinado a hacer la revolución democrática, para que a nosotros, a nuestro partido del
proletariado, nos sea más fácil
pasar lo antes posible a un
tarea nueva y superior; la revolución socialista>>. (V. I.
Lenin: “La actitud de la Socialdemocracia
ante el problema campesino” 14/09/1905. El subrayado y lo entre corchetes
nuestro)
Tales fueron las directrices
políticas que los bolcheviques retomaron de Marx —tal como el testigo en
una carrera por relevos—, llevándolas a la práctica entre febrero y octubre de
1917. Aquí resplandeció la verdad del precepto según el cual, la vanguardia revolucionaria se
caracteriza, por ser la continuidad política de los principios
científicos, dentro de la inevitable discontinuidad de la lucha entre
clases antagónicas. Principios cuya fuerza, a la postre, consigue abrirse paso
como resultante
neta de las fuerzas contrarias en pugna por la supremacía, entre una
experiencia de la lucha de clases y la siguiente. Al influjo de esta fuerza resultante que determina el sentido de la
historia, nació el Partido revolucionario bolchevique ruso, que tanto
incordió a Stalin y sus secuaces socialdemócratas encubiertos.
Suplemento a este capítulo
El día 12 de enero de 2015 a las 11:26 hs., anunciamos a nuestros
interlocutores la publicación de este apartado diciendo:
El presente mensaje, es para anunciar la publicación en: http://www.nodo50.org/gpm del capítulo 10 correspondiente al trabajo que vamos editando por entregas periódicas titulado: “Marxismo y stalinismo a la luz de la historia”. Allí bajo el título: “La traición de los mencheviques al marxismo” nos referimos al proceso de la lucha de clases en Rusia —todavía bajo dominación política de la aristocracia feudal—, en un contexto económico-social del capitalismo entre los años 1905 y 1912. Período en el que la personalidad política reaccionaria de Stalin, se puso por primera vez en evidencia.
Un saludo: GPM.
A las
12:52 el señor Rafael Pla López respondió brevemente a este
mensaje según el texto siguiente:
<<Vuestro
análisis es poco serio al vincular a los mencheviques con Stalin, cosa que
supone una tergiversación histórica: Stalin estuvo desde el primer momento con
los bolcheviques, al lado de Lenin (que, por cierto, no propugnaba la
"revolución permanente"), al contrario de Trotsky, que inicialmente intentó una
"tercera vía" entre mencheviques y bolcheviques (aunque, como dijera Lenin,
cuando finalmente optó por éstos fue "el mejor bolchevique")>>.
El día 20 de enero a las 13:40 Hs.,
contestamos a este mensaje:
Señor Rafael Pla López:
Stalin jamás dejó de ser toda su vida un perezoso intelectual recalcitrante y oportunista, inconscientemente adaptativo a las condiciones vigentes. Ni más ni menos que como Ud. lo ha venido demostrando. ¿En qué puso Stalin de manifiesto su inveterada catadura ideológica y política de someterse a lo aparente, ya desde el IVº Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en abril de 1906? En que permaneció abrazado —en contra de Marx y Lenin— a la concepción agraria pequeñoburguesa del reparto de tierras en propiedad privada, entre la por entonces inmensa mayoría social de campesinos pobres.
La categoría socioeconómica y jurídica de propiedad privada se tornó históricamente necesaria, en una determinada etapa del progreso de las fuerzas productivas de la humanidad, cuando la producción de excedentes regulares respecto del consumo se hizo realmente posible como condición de existencia de los seres humanos, progreso que aun no había sido alcanzado en la etapa del comunismo primitivo. Por ese entonces, la propiedad privada no era posible, porque el trabajo sobre la tierra no permitía obtener un producto de magnitud que excediera al consumo para los fines del su intercambio habitual. No existía la categoría de mercancía. No estaban dadas las condiciones históricas materiales para el comercio. Porque el atraso histórico de las fuerzas sociales productivas en ese período respecto de la naturaleza ―que era necesario transformar sólo para subsistir― imponía integrar o diluir el trabajo individual en el trabajo comunal, aunque ya existiera una división del trabajo, como fue el caso entre los sexos al interior de cada familia:
<<Un ejemplo más accesible (y cercano a nosotros) nos lo ofrece la industria patriarcal, rural, de una familia campesina que, para su propia subsistencia, produce cereales, ganado, hilo, lienzos, prendas de vestir, etc. Estas cosas diversas se hacen presentes enfrentándose a la familia en cuanto productos varios de uso familiar, pero no enfrentándose recíprocamente como mercancías (relacionando a las distintas familias por mediación del trueque, lo cual puso de manifiesto la desigualdad entre ellas según la respectiva disponibilidad de tierra y demás medios de producción). Los diversos trabajos en que son generados esos diversos productos ―cultivar la tierra, criar ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas― en su forma natural (relación estrecha y directa del trabajo entre individuos emparentados) son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y esta practica su propia división natural del trabajo, al igual que se hace en la producción de mercancías>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Punto 4. Lo entre paréntesis y el subrayado son nuestros)
La diferencia entre la simple producción para la propia subsistencia familiar y la producción de mercancías, consiste en que, bajo esta última forma social, lo que excede al consumo se produce para el mercado, lo cual determina un cambio de carácter en la división del trabajo que, de social-natural (dentro de cada familia), pasa a ser social-mercantil, donde los productos (excedentes) resultantes en cada unidad productiva, se confrontan como valores económicos fuera de ellas, en el mercado, dando pábulo a las relaciones sociales-mercantiles entre distintos grupos familiares propietarios. En este caso, estamos ante una nueva formación social que se corresponde con un determinado desarrollo de las fuerzas productivas, conocido como “producción mercantil simple”, antecedente lógico-social, que desde el esclavismo y el feudalismo precedió históricamente al más moderno y actual modo de producción capitalista, donde los antiguos pequeños propietarios quedan inevitablemente reducidos a una irrisoria minoría, convertidos por la Ley económica del valor a la condición mayoritaria de trabajadores asalariados.
Que los “intelectuales” de raigambre populista con su “método sociológico subjetivista” —como fue el caso de Stalin—, vieran todavía en 1905 el lado bueno “ideal” de la pequeña propiedad privada sobre los medios de producción, ello se explica por su extracción de clase pequeñoburguesa, que les imponía observar la realidad desde la perspectiva inmediata “ad óculos” supuestamente inamovible, del “productor mercantil simple” más pobre. Stalin comenzó a salir de su inveterada ignorancia recién corriendo el año 1932, cuando las nuevas circunstancias le obligaron a decidir violenta y dictatorialmente la colectivización forzosa de las tierras de labor en todo el país. Saliendo de un error que recién confesó en 1946:
<<¿Sabíamos nosotros, los bolcheviques dedicados al trabajo práctico, que Lenin sostenía entonces el punto de vista de la transformación de la revolución burguesa en Rusia en revolución socialista, el punto de vista de la revolución ininterrumpida? Sí, lo sabíamos. Lo sabíamos por su folleto “Dos tácticas” (1905), así como por su famoso artículo «La actitud de la socialdemocracia ante el movimiento campesino», [también escrito ese mismo año], en el que Lenin declaraba que “nosotros somos partidarios de la revolución ininterrumpida”, que “no nos quedaremos a mitad de camino”. Pero nosotros, los militantes dedicados al trabajo práctico, no ahondábamos en este asunto y no comprendíamos su alta importancia debido a nuestra insuficiente preparación teórica y también a la despreocupación respecto a las cuestiones teóricas, propia de los militantes entregados a la actividad práctica. Como es sabido, Lenin, por algún motivo, no expuso entonces ni utilizó en el Congreso, para razonar la nacionalización, los argumentos de la teoría relativa a la transformación de la revolución burguesa en revolución socialista. ¿Acaso porque consideraba que la cuestión no había madurado aún y no esperaba que la mayoría de los delegados bolcheviques dedicados al trabajo práctico estuviesen preparados para comprender y aceptar la teoría de la transformación de la revolución burguesa en revolución socialista?
Sólo pasado algún tiempo, cuando la teoría leninista de la transformación de la revolución burguesa en Rusia en revolución socialista pasó a ser la línea dirigente del Partido Bolchevique, las discrepancias en cuanto a la cuestión agraria desaparecieron en el Partido, ya que se vio claramente que en un país como Rusia, donde las condiciones especiales del desarrollo habían creado un terreno favorable para la transformación de la revolución burguesa en revolución socialista, el Partido marxista no podía tener otro programa agrario que no fuese el de la nacionalización de la tierra>> I. V. D. Stalin: “Prólogo al primer Tomo de sus Obras Completas” Enero de 1946 Pp. 4. El subrayado y lo entre corchetes nuestro)
Lo cierto es, que el proceso de concentración de la propiedad territorial en Rusia se venía dando desde la reforma agraria del Zar Alejandro II en 1861. Y en 1906 los pequeños propietarios todavía subsistían o, por mejor decir, a duras penas sobrevivían. Pero para el sistema económico capitalista, aquella situación había pasado a ser “lo indeseable”. Y hacía tiempo que esa ley económica había ya empezado a transformar la inmensa mayoría de “productores mercantiles simples” en asalariados al servicio de los terratenientes para la producción y acumulación de plusvalor. Esto de atribuir propiedades “deseables” e “indeseables” a las categorías económicas,—férreamente determinadas por leyes objetivas muy precisas— es otra de las mistificaciones teóricas de los subjetivistas, verdadero armamento ideológico que perezosos intelectuales oportunistas como Stalin, a falta de más instrucción, utilizaron en 1906 contra los revolucionarios conscientes, arrullando los deseos prejuiciosos pequeñoburgueses de los campesinos pobres, atados a la propiedad privada sobre su terruño. Tanto como para que siguieran ilusionándose con esas fantasías; lo cual impedía que conocieran la verdad de su propia situación y el aciago destino que les tenía deparado la ley económica del valor personificada en los campesinos medios y ricos.
Así fue cómo tras la estela de Proudhon en su “Filosofía de la miseria”, el sociólogo subjetivista Mijailovsky Ver: Op. Cit. Pp.3, también seguía atribuyendo a la propiedad privada capitalista un lado bueno y un lado malo, prometiendo que los populistas eliminarían de ella el lado malo “Indeseable” de la concentración en pocas manos, para conservar sólo el lado bueno “deseable” del minifundio. Todo ello como resultado de la política del reparto de tierras, revelando así que, además de subjetivista, Mijailovsky poseía la bendita virtud religiosa del maniqueísmo dualista entre lo malo y lo bueno, por completo ajena al concepto de necesidad objetiva:
<<El objetivo esencial de
la sociología ―razona, por ejemplo, el señor Mijailovsky― consiste en el estudio
de las condiciones sociales en que tal o cual necesidad de la naturaleza humana
es satisfecha”. Como se ve, a este sociólogo sólo le interesa una sociedad que
satisfaga a la naturaleza humana, pero en modo alguno le interesan las
formaciones sociales que, por añadidura, pueden estar basadas en fenómenos tan
en pugna con la “naturaleza humana” [de hoy día] como la esclavización de la
mayoría por la minoría. Se ve también que, desde el punto de vista de este
sociólogo, ni hablar cabe de concebir el desarrollo de la sociedad como un
proceso histórico natural. (“Al reconocer algo como deseable o
indeseable, el sociólogo debe hallar (sin saber a ciencia cierta
de donde sacarlas) las condiciones necesarias para realizar lo deseable o
para eliminar lo indeseable”, “para realizar tales y cuales ideales” ―razona el
mismo señor Mijailovsky). Más aún, ni hablar cabe, siquiera, de un desarrollo,
sino de desviaciones de lo “deseable” [la propiedad privada sobre los medios de producción], de “defectos” que se han producido en la
historia como consecuencia.....de que los seres humanos no han sido
inteligentes, no han sabido comprender bien lo que exige la naturaleza humana,
no han sabido hallar las condiciones para realizar estos regímenes racionales.
(V. I. Lenin: “Quienes son los amigos del pueblo y cómo
luchan contra los socialdemócratas”
Parte I. 1894. Lo
entre corchetes nuestro)
O sea, que los sucesos de la historia no son el resultado necesario de determinadas relaciones que los seres humanos establecen entre ellos en cada momento independientemente de su voluntad, sino que son deseables o indeseables según el mayor o menor grado de inteligencia con que se comportan de acuerdo a una supuesta naturaleza humana ejemplar o paradigmática.
En abril de 1906 tras el reciente fracaso de la revolución, las peores consecuencias de la derrota recayeron sobre los miembros de la fracción política bolchevique del POSDR, muchos de cuyos miembros debieron exiliarse, fueron muertos o encarcelados. Ese año se reunió en Estocolmo el IV Congreso llamado de unificación. Allí Por la capital georgiana de Tiflis acudió Stalin como representante bolchevique, junto con otros 15 mencheviques:
<<Los
bolcheviques son minoritarios en el congreso. En la cuestión agraria, Koba
(Stalin) se enfrentó con Lenin, (quien un año
antes en “Dos tácticas de la
Socialdemocracia en la revolución democrática”, había ya explicado por qué
razón era) favorable a la
nacionalización (estatal confiscatoria) de las tierras de los grandes propietarios
y de la Iglesia. Koba es partidario del reparto (en minifundio). El tema le interesa especialmente, y en
marzo le dedica cuatro artículos firmados como Beroshvili: insiste en la
voluntad de los campesinos que “exigen el reparto de tierras […] y
debemos, pues, apoyar la confiscación total y el reparto”>>.
(Jean-Jaques Marie: “Stalin” Ed.
“Palabra” 2003/Pp. 104. Lo entre paréntesis nuestro)
Insistir en hacer seguidismo de la “voluntad mayoritaria de los pequeños campesinos propietarios”. Esto es o que preconizó Stalin desde 1906 hasta 1932. Como si esa voluntad no estuviera por entonces siendo quebrantada subrepticiamente por la Ley económica del valor Una ley que culmina en el latifundio, cuya fuerza está oculta contenida en el concepto de propiedad privada sobre la tierra, que presupone la competencia y que, como todas las demás leyes que hacen a la naturaleza de las cosas, hay que descubrirla interesándose por la verdad sobre la realidad, porque sus tendencias jamás se anuncian, piden permiso ni llevan escrito en la frente por qué causa se imponen, publicadas en el Boletín Oficial de ningún Estado nacional del Mundo, sino al contrario, proceden por vía escamoteada de los hechos consumados.
Es Ud. doctor en matemáticas y ejerciendo ese título es de suponer que se ha venido ganando la vida. Pero los aparatos ideológicos de la burguesía en todo el Mundo, están para algo más que difundir las ciencias exactas. Su propósito esencial pasa por introyectar en la conciencia de los explotados, lo que desde 1964 Erbert Marcuse al respecto de las ciencias sociales denominó pensamiento unidimensional, por no decir totalitario.
A propósito de esto último, en una carta a su amigo Kugelmann fechada el 11 de julio de 1868, Marx le explicaba que cuando a cualquier profesional del intelecto al uso en economía política se le ponía ante las conexiones internas no manifiestas del sistema capitalista, éste creía estar haciendo un gran descubrimiento al ver que las cosas tal como aparecen presentan un aspecto diferente, jactándose de su apego a la apariencia por considerarla como el único y absoluto criterio de verdad. Y seguidamente redactó el epílogo de su carta diciéndole:
<<Pero hay en este asunto otra intención. Una vez que se ha visto claro en estas conexiones internas (del sistema capitalista), cualquier creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones existentes, se derrumba antes de su colapso práctico. Las clases dominantes, pues, tienen así en este caso un interés absoluto en perpetuar esta confusión y esta vacuidad de ideas. De otro modo ¿por qué razón se les pagaría a estos psicofantes charlatanes, que no tienen más argumento científico que el de afirmar que, en economía política está terminantemente prohibido pensar?>> (Op. cit. Ed. ciencias sociales. La Habana/1975 El subrayado y lo entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada.)
A juzgar por su nueva diatriba —que ya es obsesiva contra el GPM— y sin haber demostrado fehacientemente nada de lo que nos ha venido imputado en sus mensajes, todavía hoy sigue Ud. atacando al marxismo. Pero sin arremeter directamente contra las obras de Marx, sino indirectamente contra quienes difundimos ese pensamiento aplicado a la realidad actual. Actúa Ud. con fines políticos precisos tendentes a confirmar la ideología del capitalismo en la conciencia de los explotados. Se comporta como todos sus demás colegas haciendo méritos ante la burguesía. Aferrados a la miseria filosófica de lo aparente que consagran y predican como si fuera real. Un pensamiento andrajoso con muy precisos fines pragmáticos individuales, seguidista del cultivado por vulgares intelectuales como Sismondi, Proudhon, Mijailovsky, Lassalle y tutti cuanti. Que le aproveche, señor Rafael Pla López.
Un saludo: GPM.
[1] Para comprender esto, hay que tener en cuenta que la renta territorial es una detracción parasitaria que los dueños de las tierras arrendadas, sustraen a los propietarios de la masa de capital invertida en la explotación del trabajo agrícola-ganadero.
[2] Dado que la tierra es el único factor material de la producción, geográficamente limitado por la propia naturaleza y que no se puede reproducir a voluntad, como las maquinas, por ejemplo, el desarrollo capitalista de la fuerza productiva del trabajo sobre ella, determina que la población rural disminuya absolutamente de forma creciente.
[3] <<“Testigos: el señor Gierke y el señor Hansemann”. Hansemann fue un ministro del partido de la gran burguesía (en Rusia Trubeskoy o Rodichev, etc.). Gierke: ministro de agricultura del gobierno Hansemann, elaboró un proyecto, un proyecto “audaz”, cuya aparente “abolición sin indemnización de las cargas tributarias feudales”, en realidad abolía las cargas tributarias pequeñas y sin importancia, pero conservaba las cargas tributarias esenciales o fijaba compensación para las mismas. El señor Gierke es algo así como los señores Kablukov, Manuilov y Guertsenstein rusos y similares amigos liberales burgueses del mujik (campesinado medio), que quieren la “ampliación de la propiedad territorial campesina”, pero sin perjudicar a los terratenientes. (Lenin: Op. cit.)