03. El totalitarismo político explotador de
las minorías I
Desde la fase superior de la barbarie hasta el feudalismo
Surgió sobre la base de la
técnica que permitió por primera vez la fundición del hierro y su manufactura
para distintos menesteres, ya sea en tiempos de paz sustituyendo los antiguos arados
de madera y los arneses de cuero, ya en tiempos de guerra con el uso de la
espada, de mayor dureza y filo más cortante que la de cobre. A este hecho se
sumó la posibilidad que brindaban los instrumentos de trabajo más eficaces para producir, lo
cual extendió la base territorial cultivable, creando así la necesidad de incorporar más fuerza de trabajo,
tanto en la ganadería como en la agricultura. Un requerimiento que de inmediato
solo fue posible, mediante la guerra entre tribus por el botín y el
sometimiento de los vencidos. Todo este cúmulo de sucesos determinados por el desarrollo de las fuerzas sociales productivas, dio cauce
al proceso que desembocó en la esclavitud, la nobleza hereditaria y la
monarquía. Así las cosas:
<<El jefe
militar, el consejo y la asamblea del pueblo, constituían los órganos de la
democracia militar salida de la sociedad gentilicia. Y esta democracia era
militar porque la guerra y la organización para la guerra constituían ya
funciones regulares de la vida del pueblo>> (F. Engels: “El Origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado” Ed. Progreso/1974 Pp. 339. Versión
digital Pp. 99)
Sobre este nuevo fundamento bélico
consuetudinario de la vida entre distintas tribus, la democracia como forma de
gobierno estaba llamada a desaparecer, sustituida por una férrea jerarquía social con absoluto poder de decisión vertical, despótica
y violenta en el orden cívico y el militar sobre sus súbditos. Un poder político
delegado en un escalafón de jefes
superiores e inferiores, que por el propio peso de su ejercicio profesional se
hizo vitalicio, de
suyo acompañado por privilegios materiales que más tarde, durante la sociedad feudal, se prolongó en
cada familia dinástica con la implantación del mayorazgo:
derecho del hermano mayor varón a la herencia de los respectivos patrimonios
familiares, esencialmente sobre las posesiones
territoriales, base material que pasó a ser el fundamento de la desigualdad
entre hermanos de una misma familia. Una odiosa potestad que arrasó con el derecho democrático de sus demás
miembros a participar en el reparto equitativo de dicha herencia. Un oprobioso
“derecho” del miembro familiar primogénito “elegido por el patriarca”, que la
humanidad ha venido arrastrando desde los tiempos bíblicos. (Cfr. “Génesis”
Cap. 37. Ver Pp. 65). Un
privilegio que no hizo sino sembrar el odio más profundo, cizañero y
destructivo al interior de cada familia, y que se proyectó al interior mismo de
cada tribu.
De esta forma, la etapa superior de la barbarie cedió el paso a la etapa inferior de la civilización, dando cauce por
primera vez a la constitución de la sociedad
dividida en clases sociales —geopolíticamente delimitada al interior de
un mismo territorio— entre jefes y súbditos, esclavistas y esclavos, señores y
siervos, explotadores capitalistas y explotados. Una sociedad donde la idea de tribu
fue reemplazada por el concepto de Estado, cuyas instituciones políticas dejaron así
de ser instrumentos de la libre voluntad
democrática del conjunto
de sus habitantes, para quedar convertidas en organismos a la vez explotadores y opresores, bajo el poder exclusivo
de una parte minoritaria de
la población, sobre otra cada vez más mayoritaria.
Este proceso de diferenciación social jerárquica,
tanto en las familias como en la sociedad y en las instituciones Estatales, se
vio reforzado por el creciente desarrollo de las fuerzas sociales productivas,
al permitir que los excedentes de
riqueza no consumida, dividieran
el trabajo colectivo entre las ciudades y el campo, creando así un nuevo
sector de clase social: los mercaderes, quienes
ejerciendo de intermediarios comerciales
necesarios entre distintos productores, pasaron a prevalecer económica y
socialmente sobre ellos:
<<So pretexto
de desembarazar a los productores de las fatigas y los riesgos del cambio (ante las
asechanzas de los bandoleros asaltadores de caminos), extendieron la salida de sus productos hasta mercados lejanos, llegando
a ser así la clase más útil de la población; una clase de parásitos, verdaderos
gorrones de la sociedad, que como compensación por servicios en realidad muy
mezquinos, se llevaban la nata de la producción patria y extranjera. Amasando
rápidamente riquezas enormes, adquirieron una influencia social proporcional a
su enriquecimiento y, por eso mismo, durante el período de la civilización fueron
ocupando una posición más y más “honorífica”, logrando un domino cada vez mayor
sobre la producción, hasta que acabaron por dar a luz un producto propio: las
crisis comerciales periódicas>>. (F. Engels: Ed cit. Pp. 341. Versión
digital Pp.100).
Una de las características sociales
más distintivas de la etapa esclavista derivada del derecho a la propiedad privada, fue el llamado “Ius utendi et ius abutendi”
(derecho al uso y abuso) sobre los esclavos, entendidos como simples “instrumentum vocale”. Sobre
semejante concepto cavernícola se erigió el derecho de los amos propietarios a disponer discrecionalmente de sus
esclavos, no solo de su trabajo sino incluso de su propia existencia, recluidos
en las llamadas ergástulas.
Así las cosas, el dominio
político absoluto de los esclavistas sobre los esclavos, seguido por
el dominio económico de los comerciantes
sobre los productores en la sociedad,
no hicieron más que consolidarse. Un proceso de creciente diferenciación social
y poder político jerárquico absoluto y cruel, que se profundizó con el mayorazgo en la etapa feudal. Sólo que bajo este
último sistema de vida, para moderar el goce terrenal y la soberbia de los
privilegiados —a la vez que para mitigar el odio de sus víctimas propicias—,
hipócritamente la Iglesia católica decidió apelar al temor de Dios con la
piadosa idea bíblica, de que los relegados acabarán en el cielo recibiendo
mucho más, que quienes en la Tierra hayan abusado de sus privilegios. (Cfr.
“Evangelio
de San Mateo” Cap. XX. Versículos 1 a 16.
Ver Pp. 1.544).Una moraleja que los “doctores de la iglesia”
resumieron acuñando eso de que “Dios no hace “acepción
de personas”, es decir, que todos los seres humanos son iguales ante
su voluntad “infinitamente sabia, justa y poderosa”.
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