02. El contexto internacional en la
transición a la “democracia”
La
transición política de la dictadura a la “democracia” iniciada en España, lejos
de haber tenido su causa en la cama donde murió Franco, se consumó inducida por el contexto más
amplio de la dialéctica en el plano internacional. Y pudo ser posible a
instancias de la ruptura al interior
del bloque histórico de poder político “comunista” , la China de Mao Tse
Tung y el Pacto de Varsovia
liderado por el stalinismo ruso, que la burguesía internacional llamó despectivamente
“social-imperialismo soviético”.
El cisma
político entre estos dos gigantes geográficos que habían tomado cierta
distancia con el imperialismo burgués, tuvo su base económica en el mayor desarrollo que había logrado
Rusia respecto de China en la pasada década de los años sesenta. En ese momento
China seguía siendo un país eminentemente agrario, en tanto que la URSS había
llegado a ser una potencia industrial de primer orden. En la China de Mao
Tse-Tung seguían siendo absoluta mayoría los campesinos, un sector subalterno de clase capitalista,
incapaz por naturaleza de superar el sistema económico basado en la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, con el cual sus líderes políticos
chinos —oportunistas— se negaron desde siempre a romper. Y en cuanto al bloque internacional de poder
liderado por la Rusia soviética, también estaba influenciado por la misma
política stalinista, que convirtió el anti-capitalismo proletario de Marx,
Engels y Lenin, en un antiimperialismo
pequeñoburgués o de medio pelo. Pero, a diferencia de china, con poder
económico y militar suficiente, como para disputarle al imperialismo liberal-burgués
puro, la supremacía política en el terreno internacional de la lucha de clases.
Y el
caso fue que, a principios de la década de los setenta, durante lo que se conoció
por “diplomacia del ping-pong”, la China de Mao hizo palanca sobre el
imperialismo de la OTAN en contra del Pacto de Varsovia. Y así fue cómo al
mismo tiempo que la selección norteamericana se veía las caras en Pekín con la
representación China de ese deporte, el Secretario de Estado yanky, Henry Kissinger,
pudo jugar sobre otra mesa con Mao, para lograr que ambos acuerden instrumentar
una política internacional conjunta contra la Rusia de Kruschev.
En 1972, entre el 21 y el 28 de febrero, el presidente norteamericano Nixon se volvió a reunir en China con Mao en presencia del primer ministro Chou Enlai, donde se consolidaron las bases de las futuras relaciones bilaterales entre ambos países, que se mantendrían durante veinte años más:
Este
cisma entre el Pacto de Varsovia y China a instancias de los EE.UU, se agravó y
jugó su papel en el marco más restringido de los acontecimientos al sur de
Europa, a raíz de la Revolución portuguesa llamada “de los claveles” en abril 1974,
que acabó en ese país con la dictadura de António de
Oliveira Zalazar, un déspota fascista contumaz y ferviente
anticomunista, que asumió el poder
en 1932 como primer ministro, creador del que bautizó como “Estado Novo”: un régimen
nacionalista burgués corporativo en un país atrasado y sin recursos, al que
gobernó con mano de hierro durante 42 años, guiado por el principio decadente
de la autarquía económica. Durante la segunda guerra mundial simpatizó con las
fuerzas del Eje, pero se declaró neutral y sin abandonar su política exterior de
dominio colonial, tanto en el sur de África como en el archipiélago indonesio y
en China, para mantener el estatus de su país como “potencia” sub-imperialista
de ultramar, permitiendo a su burguesía medrar económicamente y jugar algún
papel en el escenario internacional.
El declive político del régimen dictatorial
portugués, comenzó durante la segunda postguerra mundial, cuando en la década
de los años 60 estallaron en todo el mundo
subdesarrollado las guerras anticoloniales, sin que Portugal hubiera podido
superar su atraso económico relativo, incluso respecto de países imperialistas
de segundo orden, como España, de modo que la sublevación en sus colonias
aumentaba sus gastos militares agravando el deterioro económico y social del
país, hasta el punto de trasladarse al plano político donde recrudecieron
peligrosamente las luchas reivindicativas del movimiento asalariado.
En ese crítico
trance y a raíz de un accidente doméstico, Salazar sufrió una grave afección
cerebral que le obligó a dejar su cargo, pasando a ser ejercido por su
correligionario, Marcelo Caetano,
a quien cupo la responsabilidad de resolver la situación, apelando al recurso
represivo de la PIDE (Policía Internacional y de
Defensa del Estado), caldo de cultivo en el que floreció la “Revolución
de los claveles” el 25 de abril de 1974.
Se abrió
así un periodo constituyente liderado por el llamado “Movimiento de las Fuerzas Armadas” (MFA) claramente ubicado a la
izquierda del sistema, cuyas decisiones se adoptaban directamente en reuniones asamblearias, emulando a la “Comuna de Paris” tan elogiada por Marx,
Engels y Lenin. Así fue cómo se procedió inmediatamente a descolonizar las
posesiones de Portugal en África, todas ellas estratégicamente decisivas en el
África austral, en el archipiélago indonesio, y la posesión de Macao, en China.
Semejante
deriva de los acontecimientos, alarmó en Washington a la plana mayor del
gobierno todavía presidido por Nixon, cuyo Secretario de Estado por entonces,
Henry Kissinger, ese mismo mes de abril
de 1974 barajó incluso la posibilidad de una intervención militar, dado que
Portugal había sido miembro fundador de la OTAN en 1949 y seguía formando parte
de ella, lo cual le llevó a pensar que los sucesos de Lisboa estaban siendo
directamente liderados por el KGB soviético. Más aun tras ser informado de la
evidente simpatía que algunos jóvenes oficiales en ese Movimiento de la fuerzas
Armadas portuguesas (MFA) sentían por el Partido Comunista de ese país. Y más
todavía sabiendo que el teniente coronel Otelo de Saraiva Carvalho, jefe del
Comando Operacional do Continente (COPCON), con cuartel general en Lisboa, era
partidario de una alianza entre el ejército portugués y los partidos obreros, para
proceder a un cambio social de gran profundidad bajo la consigna del “poder
popular”:
<<A
tal efecto se llegó a sondear la disponibilidad del Gobierno español para una
acción militar por la espalda. Una incursión desde Badajoz a cargo de la
División Acorazada Brunete. No estoy hablando de una fantasía. El Gobierno de
Carlos Arias Navarro fue sondeado al respecto en 1975. Arias se mostraba
favorable. España, ayudando a restablecer el orden en Portugal, al lado de
Estados Unidos. Una ocasión de oro para la continuidad del Régimen. Franco, muy
mayor, parece que no se mostró tan entusiasta. “Mejor será esperar. Si
atacamos, los portugueses, que son muy orgullosos, se pondrán al lado de su
Gobierno”, habría dicho el dictador en un rapto de inteligencia. La cuestión llegó
a ser tratada en un Consejo de Ministros>>. (Enric Juliana: “Palabras de
Mao para entender a Suárez”
Mientras
tenían lugar estos acontecimientos, el 8 de agosto de 1974 el presidente
norteamericano, Richard Nixon, debió
presentar su renuncia acusado de haber ordenado el espionaje al Partido
Socialdemócrata, en su sede del edificio Watergate.
En diciembre le sucedió en el cargo Gerald Ford, quien hasta
ese momento había sido vicepresidente. Lo primero que hizo una vez asumido su
cargo, fue indultar a Nixon de su delito. Seguidamente, ese mismo mes viajo a
Pekín en compañía de Kissinger para entrevistarse con Mao, a fin de reforzar
los vínculos políticos forjados entre los dos países en 1972. Las actas de ese
encuentro fueron desclasificadas en 2.000.
Según
reporta Enric Juliana, en esa reunión se abordó la situación en el sur de
Europa:
<<Ford le dice a Mao que Estados
Unidos está muy preocupado por la sucesión de crisis políticas y sociales en el
flanco mediterráneo.
Ford: “Hay que reforzar el ombligo
euro-mediterráneo, porque esa puede ser una de las zonas de expansión de la
URSS”. Mao: “Pero ustedes no
condenaron a Franco en España”. Ford: “Sí,
es verdad. Pero ahora apoyaremos al Rey Juan Carlos y conseguiremos que España
entre en la OTAN”. Mao: Sería bueno que España entrara en el mercado común.
¿Por qué no la acepta la Comunidad Económica Europea?
Interviene
entonces Kissinger, presente en la reunión junto al número dos chino, Chou En-Lai,
y explica que los cambios en España todavía son considerados insuficientes por
los europeos. España debe madurar>> (Op. cit.)
Acta desclasificada de la reunión Mao-Ford>>. “Palabras de
Mao para entender a Suárez”
Nosotros
pensamos que —más que “entender” a Suárez— es necesario comprenderlo[1].
Y para eso no basta con ubicarlo en el marco de la Guerra fría y la ruptura del
bloque histórico de poder “comunista” entre la ex URSS y China. Es preciso,
además, conocer su praxis política en el marco de lo que se dio en llamar “transición
hacia la democracia” en España, poniendo énfasis en el rol que le cupo desempeñar
durante ese proceso al personaje, más allá de los lugares comunes apologéticos
del régimen electoral, tan al uso por la burguesía internacional y que no
escapó al aparato propagandístico español.
Ya hemos
hecho alusión a la vertiginosa promoción política de Suárez en el aparato de
Estado, tan rápida como efímera. Más de lo que él se pudo imaginar al ver lo
fácil que le resultó llegar a esa cima del poder. En este sentido, cabe afirmar
que haya sido el político más fugaz en la historia de España. Con seguridad el
único que no solo ha dimitido, sino que teniendo derecho a una pensión, también
renunció a ella. Y además, fue quien mucho antes de su Alzheimer y para poder
hacer carrera sin complejos, decidió pragmáticamente borrar de su memoria la filiación
republicana y antifranquista ejemplarizante de sus dos progenitores.
Desde
1974 en que se creó la “Junta democrática”
por iniciativa del Partido Comunista de España, la plana mayor del poder falangista
—incluido el propio Suarez— comprendió que ese hecho era el principio de una
ofensiva de la oposición política, que apuntaba en dirección al cambio “democrático”
en las estructuras políticas del Estado, con la intención de ir solo un poco más allá de la mínima reforma política que Luis Carrero Blanco
—en su por entonces función de presidente del consejo de ministros—, acordara
durante su reunión con Henry Kissinger en 1973, meses antes de ser asesinado
por ETA. Se trataba de perpetuar a la dictadura franquista, bajo el disfraz de
una Monarquía parlamentaria. Para ello su propósito consistió en conseguir que
la “oposición democrática” aceptara ser ese atractivo ropaje, a cambio de lo
cual el régimen permitiría la participación de sus distintos partidos en las
futuras instituciones del Estado. En esto consistió la reforma “democrática” franquista.
En
diciembre de 1975, el Rey Juan Carlos trasladó a Santiago Carrillo el mensaje
de que pretendía iniciar el proceso, pidiéndole paciencia y que diera por
finalizados los ataques del Partido Comunista español a la reciente Monarquía.
Seis meses después, en junio de 1975, el PSOE creó la “Plataforma de Convergencia Democrática”. En el breve preámbulo de su
“Manifiesto”, las 14 fuerzas políticas que lo
suscribieron, se pronunciaron por “el firme rechazo del Régimen y de su prevista
continuidad en la Monarquía establecida por las leyes sucesorias”. Y acaba diciendo:
<<La
Dictadura no es reformable. La Libertad no se puede negociar>>
En el
cuerpo del documento, los firmantes comienzan volviendo a reiterar su compromiso
de “lucha
por acabar con el Régimen dictatorial”
del franquismo y la “apertura de un proceso constituyente”; se pronuncian por el “establecimiento de un régimen
democrático y pluralista, con un Estado de “estructura federal”, donde la forma de gobierno deba “quedar
sujeta a la decisión popular expresada en elecciones”; propugna que
se adopten “con urgencia medidas de cambio de estructuras
socio-económicas y culturales, a fin de lograr una mejora de las condiciones de
vida y de trabajo del pueblo y constituir una sociedad progresiva y justa”; declaran ser “conscientes
de la existencia de nacionalidades y regiones con personalidad étnica,
histórica o cultural propia en el seno del Estado Español”, y “reconocen el derecho de autodeterminación de
las mismas”, así como al interior del
Estado plurinacional proponen la formación de formas de autogobierno. Finalmente y a los fines de la lucha por estos
logros, consideran necesaria la formación de un organismo político único[2].
Las
organizaciones firmantes de ese manifiesto, fueron: el Partido Socialista
Obrero Español (PSOE), el Movimiento Comunista de España (MCE), Izquierda
Democrática, la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), Reagrupament
Socialista i Democràtic de Catalunya, el Consejo Consultivo Vasco, Unió
Democràtica del País Valencià, Unión Socialdemócrata Española, el Partido
Carlista, el Partido Galego Social Demócrata y la Unión General de Trabajadores
(UGT), junto con independientes democristianos y socialdemócratas.
El 26 de
marzo de 1976, la “Junta Democrática” se
fusionó con la Plataforma de convergencia
democrática”, dando lugar a la “Coordinadora
democrática”, más conocida como “Platajunta”,
cuyo gestor fue el
republicano consecuente Antonio García-Trevijano Forte. En ese
momento, esos partidos hasta entonces clandestinos, firmaron un compromiso que
consistió en no aceptar constitución alguna, de no estar
precedida por un período de plenas libertades cívicas, cuyo texto fuera
aprobado
por el pueblo tras ser expuesta al debate público.
Pero en julio de ese año, todo ese
tinglado comenzó a irse al garete, cuando el Monarca Juan Carlos le confió al
todavía falangista Suarez González, que presidiera el segundo gobierno de su
reinado, periodo en el que decidió disolver las cortes franquistas y legalizar a
los partidos de la oposición, acabando así por reciclarse personalmente, a una
“democracia” controlada en la sombra
por el antiguo régimen franquista residual subsistente. Una maniobra
totalitaria que, como tal ya consumada, fue denunciada públicamente solo por García Trevijano.
El 8 de
setiembre, Adolfo Suárez convocó a una reunión con los Consejos Superiores de
los tres ejércitos. Allí durante tres horas les expuso a generales y almirantes
lo que ellos ya sabían es decir, las líneas maestras de la reforma política (del
franquismo), sin hacer mención al PCE, un partido que todavía estaba fuera de
la ley. Al terminar su exposición, mientras los asistentes tomaban un vino
español, el jefe del Gobierno se acercó a un corrillo y uno de los generales le
preguntó por la espinosa cuestión de la legalización del partido comunista. El
presidente comentó que el partido liderado por Santiago Carrillo no sería
legalizado, aunque omitió deliberadamente aclarar que no lo haría mientras se
rigiera por los estatutos que tenía en ese momento. La ambigüedad logró su
propósito: los altos mandos salieron encantados. Hasta tal punto que Mateo
Prada Canillas, capitán general de Burgos, proclamó a voz en grito: “¡Presidente,
viva la madre que te parió!”.
El 24 de
enero de 1977 tuvo lugar lo que se conoce como la matanza de Atocha: un comando “autónomo”
de ultraderecha entró en el despacho de abogados laboralistas perteneciente al
sindicato de CC.OO y el P.C.E., en el centro de Madrid, asesinando a balazos a
cinco de ellos y dejando a otros cuatro heridos. Al entierro asistieron más de
cien mil personas y se convirtió en una multitudinaria manifestación, que
transcurrió sin incidentes. Le siguieron importantes huelgas y muestras de
solidaridad en todo el país, además de un paro general de trabajadores el día después
del atentado.
Quince
días después, el Boletín oficial del Estado publicó las normas para la
legalización de asociaciones políticas. Tras presentar la documentación
requerida, el P.S.O.E. y el P.C. fueron legalizados el 9 de febrero. Así fue
cómo la “Platajunta” se dividió en
dos sectores: los colaboracionistas y los rupturistas. Los primeros representados
inicialmente por los democristianos de Joaquín
Ruíz Giménez Cortés, el P.S.O.E. “renovado” del todavía desconocido Felipe González Márquez
—quien acabó muy rápidamente dejando en papel mojado aquél “manifiesto” de la
“Plataforma”— y el P.S.P. de Enrique Tierno
Galván[3].
Ninguno de estos personajes ni sus partidos, se habían distinguido por su lucha consecuentemente democrática
contra el franquismo. En cuanto al P.C., durante el IXº Congreso celebrado en
1978, abjuró del leninismo y pasó a definirse como “marxista revolucionario”,
abriendo un proceso de ruptura interna que acabaría en 1983 con la división entre
los soviéticos leninistas, los “carrillistas” y los renovadores.
El
sector ultra-minoritario al interior de la “Platajunta”,
estuvo liderado por el grupo de García Trevijano, el Partido del Trabajo (P.S.T.), la “Liga Comunista Revolucionaria” (L.C.R.) y la “Organización Revolucionaria de Trabajadores” (O.R.T.). Todos ellos
siguieron firmemente adheridos al principio político de la ruptura radical con
el pasado totalitario falangista del franquismo.
Juntos y
de la mano con Adolfo Suárez, la oligarquía franquista y sus FF.AA., en el P.C.
y el P.S.O.E. renovado triunfaron los colaboracionistas, quienes tiraron por la
borda todas las reivindicaciones de su “Manifiesto”
firmado un año antes. Si hoy a cualquiera de los Carrillo, Anguita, Llamazares,
Cayo Lara, Bono, Ibarra, Corcuera, Leguina o Rubalcaba, se les recuerda el
programa que sostuvieron en marzo de 1976, tuercen el semblante y miran para
otro lado.
Desde setiembre
de 1977, a la vanguardia del movimiento obrero español se había venido destacando
el sindicato anarquista minoritario de la C.N.T., cuyo comité tomó ese mes la
iniciativa de proponer a los Comités en
Catalunya de U.G.T. y CC.OO., la formación de una mesa de análisis y
discusión crítica conjunta de los “Pactos
de la Moncloa”, que durante el
gobierno de transición presidido por Adolfo Suárez, fueron firmados el
25 de octubre de 1977 por los principales partidos políticos con representación
parlamentaria en el Congreso de los Diputados, apoyados por las asociaciones
empresariales y las centrales
de esos dos sindicatos mayoritarios.
De estas
jornadas que las delegaciones de los
tres sindicatos en Catalunya desarrollaron durante el mes de septiembre y
octubre de 1977, surgió el acuerdo de convocar a una manifestación en contra de
tales pactos, que tuvo lugar en Barcelona durante ese mismo mes de octubre, y
en la cual participaron 400.000 trabajadores. Fue éste el primer y último acto
unitario del Movimiento Obrero durante toda la Transición a la “democracia”, orientado
contra las decisiones dictadas al Gobierno de Suárez por la Trilateral
capitalista mundial, como requisito indispensable para el futuro
ingreso de España a la UE.
Y la
gravedad del asunto no estribaba en el radicalismo de la C.N.T., porque dado su
insignificante peso social relativo, lo que esta organización pudiera hacer por
sí misma no suponía ningún peligro político para el proyecto de la burguesía
representada por el gobierno provisional de Suárez. Pero el caso era que la C.N.T.
había conseguido que su razón política necesaria gravitara sobre las secciones
catalanas de U.G.T. y CC.OO, haciendo posible que esa cualidad reivindicativa
suya se trocara en cantidad de obreros movilizados, superando las limitaciones
ideológicas y organizativas de las direcciones sindicales en esa parte de
España. Y ante la manifestación de 400.000 personas recorriendo las calles de
Barcelona, saltó la alarma entre la patronal, temerosa de que lo ocurrido en
Catalunya se extendiera por el resto del país como una mancha de aceite. Fue
entonces cuando la partidocracia burguesa —a derecha e izquierda del arco
parlamentario nacional— se puso a temblar decidiendo cortar esta movida de ser
necesario a sangre y fuego, utilizando todos los medios, incluidos los
ilegales, como así ocurrió, para evitar que el Movimiento Obrero se rebelara
unido a escala nacional contra el proyecto de la burguesía y del Gobierno en
funciones.
Así fue
cómo lo primero que acordaron hacer los “demócratas” cerrando filas en torno al
gobierno postfranquista de la Unión de Centro Democrático, liderada por Adolfo
Suárez, fue aislar a la C.N.T. para conseguir que las disidentes cúpulas
catalanas de U.G.T. y CC.OO. volvieran al redil de la transición políticamente
pactada con el Régimen franquista por la partidocracia claudicante. Lo segundo,
destruir a esa organización disidente lanzando contra ella a la Unidad Móvil de
las Brigadas Político-sociales (BPS). Para ello se utilizó la infiltración de
un confidente policial en un grupo de la Federación Anarquista Ibérica F.A.I.,
en Murcia —Joaquín Gambín—, quien había vendido
a dicho grupo dos maletas de armas y explosivos, que, evidentemente, fueron
descubiertas por la policía; este hecho fue vinculado a las 54 detenciones
realizadas en Barcelona el 30 de enero de 1978, con lo cual la reunión de la
FAI pudo ser juzgada como una conspiración terrorista de la C.N.T.
En
ocasión de la manifestación de la “Confederación
Nacional del Trabajo” (C.N.T.),
la Unidad Móvil de las “Brigadas Político-Sociales”
(B.P.S.) utilizó el mismo confidente, Joaquín Gambín, quien llegó a Barcelona 3
días antes de la manifestación que tuvo lugar el día 15 de enero de 1978,
durante la cual se procedió a incendiar la sala de fiestas “SCALA”, situada en
la esquina de la madrileña calle Consejo de Ciento y Paseo de San Juan, acción
para la cual Gambín embarcó a cuatro jóvenes (tres de ellos menores de edad),
afiliados a la “Confederación Nacional
del Trabajo” (C.N.T.). En ese atentado murieron cuatro personas que
trabajaban en el local: Ramón Egea, Juan López, Diego Montoro y Bernabé Bravo.
Al
fiscal del caso le pareció del todo normal que un delincuente común de
cincuenta años, en busca y captura por varios juzgados, hubiera sentido de
repente una irresistible atracción por las ideologías libertarias. Además,
Gambín colaboró —siempre presuntamente— con los responsables directos del
atentado, llevando a esos adolescentes por Barcelona en su coche, para
enseñarles cómo fabricar cócteles molotov, dirigiéndoles de manera
experimentada.
Según
declaraciones del mismo fiscal, a las pocas horas del incendio en ese local, la
policía de Madrid ya sabía los nombres y demás señas de identidad de los
autores, procediendo a comunicarlo a sus colegas de Barcelona, curiosamente
omitiendo cualquier referencia al tal Gambín, más conocido en turbios ambientes
como “El Grillo”. El entonces
ministro de Gobernación (ahora se llama Interior) Rodolfo
Martín Villa, presentó ante los medios de comunicación la detención del
grupo anarcosindicalista (en poco más de 24 horas), como un verdadero triunfo
de las fuerzas del orden contra la barbarie anarquista. Sin embargo, dirigentes
confederales estaban seguros de que este apestoso asunto había sido un complot
para acabar con la central sindical libertaria, que iba tomando fuerza ante el contubernio
político-sindical que CCOO y UGT montaron con el gobierno de la UCD, en
colaboración con el PSOE y el PC[4].
Los
condenados, José Cuevas, Javier Cañadas y Arturo Pa, en ningún momento
aceptaron su participación directa en los hechos, aunque sí la preparación de
los cócteles Molotov. Se han sentido manipulados y dirigidos por el confidente
policial infiltrado entre ellos. El juicio oral, celebrado en diciembre de
1980, no pudo contar con el testimonio de Rodolfo Martín Villa —solicitado por
las defensas de los acusados—, ni con la presencia de Joaquín Gambín, quien
logró fugarse de la prisión de Elche en extrañas circunstancias.
A pesar
de que tenía varias órdenes judiciales de busca y captura, la policía no pudo
dar con el paradero de "El
Grillo", aunque sí lograron entrevistarlo —previo pago— varios
periodistas, que localizaron al confidente en Rincón de Seca (Murcia). En el
reportaje que apareció en una revista muy leída por entonces, Gambín dijo
—entre otras cosas— que el comisario Escudero era su jefe directo. Escudero era
un policía subordinado del comisario Roberto Conesa, por
entonces mano derecha de Martín villa. También declaró que por sus trabajos de
infiltración en la Confederación Nacional del Trabajo y/o por constituir el "Ejército Revolucionario de Ayuda al
Trabajador" (ERAT), cobraba 45.000 pesetas mensuales. Este grupo dio
varios atracos antes de caer en otra “extraordinariamente brillante” operación
policial, cuando ya no se le necesitó. Por la delación del asunto de “La Scala”, Gambín cobró 100.000 pesetas
de las de entonces.
En
diciembre de 1981, "El Grillo" fue detenido en Valencia tras un tiroteo.
Declaró que se entregó harto de que la Brigada de Información de la Policía
Nacional le hubiera abandonado a su triste suerte. La segunda vista por el caso
“La Scala” se celebró en Barcelona en
diciembre de 1983, con un solo acusado: Joaquín Gambín. La prensa llegó a decir
que era la primera vez que se juzgaba en España a un confidente policial. Fue
condenado a siete años por ir a una manifestación con armas y por preparar
explosivos.
La
presión mediática sobre las fuerzas policiales subió de tono a raíz del juicio
y de las alegaciones del indignado fiscal Del Toro, que fue incluso acusado de
simpatizar con los anarquistas. Del Toro se defendió y llegó a escribir que,
ante el escándalo judicial que representaba una vista pública sin "El Grillo" y sin Martín
Villa, su problema fundamental estribaba en no cubrir de ridículo su carrera.
Todo estaba cojo en este caso y por lo tanto era propicio a las más desaforadas
imaginaciones.
El
periodista Luis
Andrés Edo, de quien hemos recogido parte de lo que hasta aquí hemos
dicho sobre este oscuro episodio de la transición a la “democracia” en España,
agrega lo siguiente:
<<Pero el hecho más escandaloso
de este “agujero negro” que es el Caso Scala, no se limita a la utilización por
la BPS (con la connivencia del Gobierno) de un agente provocador (que ha
engañado a cuatro adolescentes). No, el
tema desborda estas chapuzas de la acción policial.
Efectivamente,
el Juez que inició el Sumario del Caso Scala (pues el incendio de esta sala se
ha convertido en “Caso”), requirió ese mismo día a un perito especializado en
catástrofes de esta índole (un tal Sr. Villalba) la misión de recoger muestras
del resto del incendio. El Sr. Villalba y su equipo de especialistas, se
presentaron con la autorización del Juez el mismo día a recoger sus muestras
(pues el Juez había decidido destruir al día siguiente las ruinas a que había
quedado reducido el edificio tras el incendio).
El Sr. Villalba sometió las muestras
recogidas a análisis de laboratorio, y el resultado es definitivo: ¡había
fósforo!
Es decir, que los cócteles de
gasolina han caído sobre un edificio que alguien había preparado con la
acumulación de fósforo, para que pudiera arder en unos minutos.
Para más INRI, uno
de los acusados, Xavier Cañadas, atestiguó públicamente, años más tarde, que en
los primeros interrogatorios policiales observó que encima de una mesa había
una carpeta con una indicación en letras mayúsculas: CASO SCALA, FÓSFORO.
Se trataba, sin
ningún género de dudas, del informe del perito Sr. Villalba.
Este hecho nuevo (la
existencia de fósforo) explicaría que un informe del Fiscal General del Estado,
Burón Barba, exigiera una investigación sobre la presunta participación de los
Servicios de Seguridad del Estado en el incendio de la SCALA.
Resulta que ambos
informes, el del Sr. Villalba como el del Fiscal General, desaparecieron del
Sumario, no llegaron al Juicio Oral, celebrado en Barcelona tres años después,
en diciembre de 1980.
Para que todo esto
pudiera ser posible, no existe otra explicación: el que nos encontramos ante
una operación de Alta Política de Estado, de alcance internacional, como es la
de eliminar la movilización del Movimiento Obrero, peligro real contra la
Reforma Pactada, decidida en el marco del “Mundialismo Capitalista”, lo que
justificaba la ignominia montada por la BPS.
¿Por qué los Partidos de la llamada
izquierda y sus propios Sindicatos miraban hacia otro lado, cuando a través del
Caso Scala, el Gobierno y los mass-media machacaban a la C.N.T.?; ¿no se
imaginaban (ingenuos todos ellos) que el Poder estaba neutralizando a todo el
Movimiento Obrero, condición sine qua non para que el “Mundialismo Capitalista”
accediera a que el PSOE alcanzara el Poder en 1982 y continuara metiendo el
cerrojo a la movilización del Movimiento Obrero, ante las draconianas “reconversiones
industriales” y privatizaciones
exigidas para su ingreso en la Unión Europea?>> Luis Andrés Edo . Ver también:
Efectivamente,
Suárez fue un político pragmático. Tanto como lo sigue siendo el Rey, sus
colegas líderes de los partidos que pactaron con el franquismo su participación
en el mismo Estado español, así como los dirigentes sindicales de toda la vida,
que mentirosamente todavía sostenienen haber trascendido al franquismo. Porque
la verdad es que la España de hoy sigue siendo, esencialmente la misma cosa. La prueba está a la vista, en
la identidad política de quienes pasaron por ser los “padres
de la constitución democrática” vigente desde 1978. Han engendrado un
régimen jurídico-político esencialmente atado y bien atado a la más rancia
tradición totalitaria, que todavía campa por sus respetos con el mismo disfraz
“democrático”, como en el resto del Mundo, desfilando por el trágico carnaval
en que han convertido a la geografía humana de este país. Todos ellos supieron borrar
pragmáticamente de sus conciencias, la muerte de los jóvenes José Luis Martínez
y Emilio Montañés, ametrallados el 13 de noviembre de 1979 por las fuerzas del
“orden público” durante una manifestación de estudiantes contra el Estatuto de
los Trabajadores. Un crimen de Estado al mismo estilo de tantos otros, que la
fiscalía del nuevo gobierno “democrático” decidió dejar impunes como parte del terror selectivo al que fue
sometido el movimiento asalariado, para que cunda el pánico en sus bases
sociales con fines de control político.
Todos
los acontecimientos posteriores estuvieron condicionados por este pacto de
Estado totalitario, por esta reconciliación entre las dos Españas, después de
haber claudicado una de ellas, que comenzó a pudrirse por sus cabezas visibles,
tal como les sucede a los pescados. Sólo así se explica el voto abrumadoramente
mayoritario de una Constitución que consagró tal estado de cosas, cuya deriva
ha convertido a la monarquía parlamentaria en lo que hoy ha llegado a ser, como
sentenciara Lord Acton: un régimen corrupto y totalitario realmente representativo de una cada vez más irrisoria minoría
social, en el que los tres poderes del Estado se confunden promiscuamente unos
con otros. Como en la “Fiesta” de
Serrat.
En
definitiva, una constitución antidemocrática y oligárquica, que en esa “fiesta
de la democracia” fue votada y aprobada mayoritariamente por los españoles, la
mayoría de ellos llevada muy alegremente de las narices por el engaño
sistemático. Una traición a las ilusiones de millones, de quienes se dice que
su voluntad electoral trajo a España la libertad política y la democracia,
guiadas ambas supuestas virtudes cívicas por la mano mágica, de un no menos presunto hacedor de milagros
llamado Adolfo Suárez González, que en paz descanse.
El
resultado de esta transición totalitaria y criminal pactada, está hoy a la
vista. Ahí se ve por las calles el sufrimiento de esas mayorías electorales silenciosas,
empitonadas por la crisis más profunda de la historia, cuyo error sigue siendo echarle
la culpa al toro. Según la serie televisiva encarnada en su primer papel por el
actor Paco
Rabal, se le atribuye al torero José
Álvarez “Juncal”, el genial arrebato de lucidez y sinceridad que le
llevó a sentenciar:
<<¡El toro no tiene la culpa de nada. El toro sale de los chiqueros
para cornear”. La culpa es del torero!>>
El fatal error político de esas mayorías silenciosas que siempre acaban pagando el pato de todos los males en esta sociedad, ha venido siendo el acto propio de no querer saber nada o casi nada de política: negarse a torear poniéndose frente a los cuernos del sistema y acabar con él cuanto antes de una sola estocada. Es más cómodo delegar esa responsabilidad, una y otra vez en otros, en quienes no hacen más que montarse a lomos del toro. Como en los versos de Serrat, sumándose a la “fiesta democrática” de los comicios periódicos, donde parece que todos somos iguales en virtud de que cada elector vale un voto. Pero luego de pasada la fugaz borrachera, “vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”, ¿no?
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[1]
La diferencia entre el significado de los
vocablos “entender” y “comprender”, supone distinguir entre la filosofía de
Kant y la de Hegel. Según Kant, el ser
humano está privado no sólo de concebir y crear la esencia de las cosas,
sino incluso conceptualizarla. Puede entender pero no comprender
la realidad, apoderarse con el pensamiento de su esencia, de lo
que es verdaderamente. Por eso Hegel concluyó en que el kantismo no pasó de ser
una filosofía de la reflexión y del entendimiento.
Para Kant, la filosofía consiste en la simple y ordenada descripción a través
del intelecto, de las cosas tal y como se ofrecen a los cinco sentidos
del sujeto humano. En esto consiste el gesto de entender,
un acto reflejo y, por tanto, pasivo del
pensamiento, como si fuera un recipiente donde las sensaciones dimanantes de
los objetos se depositan en cada sujeto, tanto como para poder llegar a discernir
que son distintos, pero no en qué y por qué difieren, su carácter distintivo, lo
que son objetivamente, su esencia. Para Kant, pues, el
pensamiento no puede descubrir
lo que hay de verdad debajo de lo que las cosas parecen ser. Sólo puede saber lo que cada sujeto percibe de ellas
a través de los sentidos. Según el gusto, por ejemplo. Por lo tanto, el límite
del pensamiento humano es la sensibilidad, de modo que la verdad de cada objeto resulta ser relativa y abstracta, es decir, no absoluta ni concreta ni de
validez universal, o sea, acientífica. Pasa por ser la verdad de cada cual según la percibe —y le parece— de ella, directamente
a través de los cinco sentidos:
<<La reflexión del entendimiento —dice Hegel— pone de relieve lo abstracto, lo vacío, y lo
afirma contra lo (objetivamente)
verdadero. Llega antes a determinar hasta qué punto se oponen las cosas
diferentes unas de otras y de qué manera pueden ser comprendidas como
incompatibles unas con otras>> (G. W. F. Hegel: “Introducción
a la historia de la filosofía” Ed. Sarpe/1983 Pp. 54-55. Lo entre
paréntesis nuestro) <<A partir del malentendido de que la insuficiencia de las
categorías para alcanzar la verdad, comporta la imposibilidad del
conocimiento objetivo, se concluye la justificación del hablar y condenar
desde el sentimiento y desde la opinión subjetiva (que no de la certeza
científica)>>. (G. W. F.
Hegel: “Enciclopedia de las ciencias
filosóficas” Alianza Editorial/1999 Pp. 62. El subrayado y lo entre
paréntesis nuestro)
[2] Estas posiciones, a principios de 1976, para el “PSOE renovado” todavía seguían siendo válidas, como una reminiscencia de lo que sus dirigentes habían proclamado triunfalmente durante su clandestino Congreso de Suresnes, celebrado en el exilio corriendo el año1974.
[3] Dos años antes, en 1974, durante el congreso de Surenses, se produjo la división del partido en dos: los renovados que eligieron como líder a Felipe González (antiguo miembro de las franquistas Juventudes de Acción Católica), y los históricos que rechazaron la validez de la elección y continuaron con Rodolfo Llopis como líder del partido
[4] Rodolfo Martín Villa empezó su carrera política en el régimen
franquista, como Jefe nacional del falangista Sindicato Español Universitario.
De ahí saltó a ser Presidente del Sindicato de Papel, Prensa y Artes Gráficas.
Luego pasó a desempeñarse como Delegado provincial de Sindicatos en Barcelona y
como Director general de Industrias Textiles del Ministerio de Industria. En
noviembre de 1969 fue nombrado secretario general de la Organización Sindical,
y en 1974, gobernador civil y jefe provincial del Movimiento falangista en Barcelona.
El 11 de diciembre de 1975 pasó a ser Ministro de Relaciones Sindicales.
Finalmente, como procurador general en la Cortes, participó en las Legislaturas VII, VIII, IX y
X. Su currículum en la etapa “democrática” es tan amplio, que, explicarlo en
todos sus detalles, exigiría un ensayo sobre la entomología política en su
variedad protozoaria del tipo de los esporozoos
intraestatales, especie de la que este sujeto es de lo más paradigmático.