La
crisis de propiedad en las corporaciones transnacionales: expresión
actual de la decadencia imperialista |
Luis Marcelo Yera
La escandalosa quiebra que asoló en octubre del 2001 a la
estadounidense Corporación Enron, una de las cinco compañías
más grandes del mundo, reveló a mi juicio algo más
que prácticas amañadas vinculadas a su control interno
- que involucró por demás a la famosa firma auditora
Arthur Andersen - y a grietas en su entorno legal.
Hechos como este, cuando pueden ser detectados por los controles
existentes, están saliendo a la luz cada vez con mayor frecuencia
en el mundo de las grandes sociedades por acciones transnacionales.
Los relativamente recientes casos de corrupción en las corporaciones
estadounidenses Worldcom, AOL-Time Warner y otras de ese país,
así como el ocurrido en el 2004 en la italiana Parmalat,
muestran actos de enriquecimiento ilícito en detrimento de
los supuestos dueños, los accionistas. Esto se une a otras
prácticas nocivas divulgadas vinculadas a determinados producciones
de estas organizaciones. Recuérdese la tragedia de Bophal
en la India.
En mi criterio, a estos símbolos económicos del imperialismo
les acompaña una fuerte propensión a las prácticas
deshonestas debido principalmente al nulo papel controlador que
no tiene más alternativa que jugar hoy el accionariado de
dichas entidades. Como se conoce, en las mismas aparece separada
la aparente propiedad de la gestión.
Veamos sobre que base sustento mi opinión.
El número prácticamente inorganizable de los accionistas
de las corporaciones transnacionales, que puede llegar a millones
en determinados casos, y la gran velocidad de transferencia de las
acciones, crea una situación borrosa en relación con
la propiedad y la democracia corporativas. Dicha cuestión
puede crear la ilusión de que la pregunta ¿De quien
es la empresa? es un asunto baladí, pues se suele dar por
descontada la cuestión principal: la salud competitiva de
estas organizaciones.
Sin embargo, estamos ante una pregunta clásica de derechos
de propiedad, cuya ausencia de respuesta está conllevando
frecuentemente a situaciones graves en el control interno de dichas
compañías.
Tengamos en cuenta para este análisis que algunos autores
apuntan que la propiedad significa esencialmente tres cosas: (a)
control de decisiones dentro de la firma; (b) derecho a la ganancia
cuando existe; (c) derecho a vender esos dos derechos.
Según Peter Drucker, desde que a inicios de la década
de los años 30 los autores Adolph Berle y Gardner Means sacaron
a la luz uno de los libros que más influyeron en los Estados
Unidos en el siglo XX, “La corporación moderna y la
propiedad privada”, se comenzó a compartir la verdad
de que los propietarios legales de las grandes corporaciones, los
accionistas, ni podían ni deseaban ejercer el control; una
dirección profesional lo ejercía por ellos.
Berle y Means observaron que era usual que una gran corporación
se financiara externamente vendiendo acciones al gran público;
había crecido demasiado para ser financiada por un sólo
individuo o grupo de ellos. Así, necesitaba sostenerse económicamente
a través de las inversiones de un gran número de confiadas
personas, ninguna de las cuales podía poseer una parte suficiente
para controlar la empresa, aunque tampoco le interesaba preocuparse
mucho por su dirección. La propiedad, señalaron los
autores, se había convertido en inversión. Hacían
entonces dos preguntas: ¿Ante quien es responsable la dirección?
¿Y de qué?
En esencia, se describía por Berle y Means el resultado
del proceso de disolución de la burguesía clásica,
ya revelado por los fundadores del marxismo, que se inició
con el surgimiento de las sociedades por acciones.
Engels había observado que “…la transformación
de las grandes empresas de producción y transporte en sociedades
anónimas, trusts y en propiedad del Estado demuestra que
la burguesía no es ya indispensable para el desempeño
de estas funciones. Hoy las funciones sociales del capitalista corren
todas a cargo de empleados a sueldo…”
Si tenemos en cuenta el significado de la propiedad expresado más
arriba, es la alta dirección quien controla las decisiones
dentro de las corporaciones, además de decidir sobre como
se va a utilizar la ganancia. Los accionistas no tienen ninguna
responsabilidad en este sentido.
De acuerdo con Drucker, transcurrieron dos décadas para
que en los Estados Unidos se intentara responder las dos preguntas
mencionadas. En los años 50 se adujo que la dirección
corporativa era una fiduciaria que no era responsable ante nadie.
Solo actuaba para conseguir el mejor y más equilibrado beneficio
a los que hoy llamaríamos “grupos de interés”
(accionistas, empleados, etc.) y, entre otras indefiniciones, no
se hizo ningún intento por lograr que la dirección
fuera responsable ante alguien.
Así, los Consejos de Administración, legalmente el
gobierno de una corporación, se comportaron cada vez con
más formalismo, tal vez debido a una confianza técnica
desmedida en la dirección ejecutiva de las compañías
y/o a determinado grado de comprometimiento.
De igual forma, las Juntas de Accionistas, que son quienes eligen
a los Consejos de Administración, han transitado hacia una
situación donde es normal que sigan las recomendaciones de
los mismos, salvo en situaciones de evidente crisis en que pueden
enfrentarse a estos.
Drucker alertaba acerca de hacia lo que puede derivar cualquier
gobierno, el de una empresa o el de un país, si no es claramente
responsable de los resultados ante alguien. El mal funcionamiento
financiero de las corporaciones estadounidenses entre 1950 y 1980,
así lo atestiguó. El resultado de esa práctica
fue una redefinición de la razón de ser de las grandes
compañías y de la función de la dirección.
Ahora se concentrarían no “en el mejor y más
equilibrado beneficio de los grupos de interés”, sino
en “maximizar el valor del accionista”.
Pero de acuerdo con Drucker, esto tampoco funcionará ya
que obliga a que las corporaciones sean gestionadas para el corto
plazo, lo cual compromete el largo plazo.
Se conoce que hay que equilibrar los resultados en ambos períodos,
si se quiere huir por lo menos del declive. Por demás, es
de suponer que la motivación de los trabajadores se afecta
si trabajan para enriquecer a un especulador que adicionalmente
no puede ejercer como propietario.
La esperanza de Drucker para resolver esta cuestión se basa
en la vieja aspiración socialista, sin que él mismo
tenga nada que ver con esta concepción política, de
hacer dueños a los propios empleados, aunque esta vez no
por la vía de la nacionalización, sino por la del
creciente e inusitado rol inversionista que, a través de
las propias acciones, van teniendo los fondos de pensiones* en el
capital social de las grandes corporaciones estadounidenses (cerca
del 50%), lo cual ve como un modelo a seguir por los países
industrializados. Lo ha llamado indistintamente cómo “socialismo
de los fondos de pensiones” o “capitalismo de los empleados”.
En Japón también se ha planteado como grave el ineficaz
control sobre la alta dirección de sus corporaciones. Este
defecto se puso de manifiesto en la segunda mitad de los años
ochenta, con los enormes despilfarros de capital motivados por diversificaciones
e inversiones inconexas y excesivas, así como por comportamientos
ilegales e inmorales.
Tal vez las asambleas generales de accionistas en Japón
sean las menos controladoras y más formalistas de los países
altamente desarrollados. Una encuesta realizada en 1993 por la Asociación
Japonesa de Auditores Estatutarios entre 1106 corporaciones que
cotizan en bolsa, reveló que casi el 80% de dichas asambleas
concluían en menos de media hora y que en el 87% de las empresas
analizadas, los accionistas no planteaban ni una pregunta.
Parece como si las corporaciones transnacionales se comportaran
como organizaciones arrendadas por sus dueños a la alta dirección
de las mismas, pero sin que medie contrato alguno entre las dos
partes. Como en el arriendo, la decisiva propiedad económica
se ha separado de la propiedad legal, pero en el caso que nos ocupa,
esta última es inexistente.
Sin embargo, el capitalismo lucha a brazo partido por subsistir.
Vinculado a toda esta problemática, desde hace más
de 20 años la llamada Teoría de la Firma o Agencia
trata de desarrollar soluciones en lo que respecta a la armonización
de los intereses entre propietarios y gerentes, denominados al efecto
“principales” y “agentes”, respectivamente.
Igualmente, se abren paso nuevos conceptos en el control interno
como el del conocido Informe COSO para mejorar el gobierno corporativo
de las empresas, pero no ha sido posible resolver hasta ahora en
esos marcos las contradicciones de fondo aquí expuestas.
Lo abordado me hace pensar que mientras mayor es una sociedad por
acciones y su forma organizativa, la corporación, la crisis
de propiedad tiende a acentuarse. Esta crisis es más visible
en cuanto al control de las decisiones importantes dentro de la
firma, lo cual incluye la cuestión de la distribución
de los beneficios.
En tal sentido, no debe entenderse que en el presente el problema
de la propiedad por acciones en las grandes corporaciones capitalistas
es un asunto de segundo orden en cuanto a la materialización
de un buen desempeño general.
Si el capitalismo en su fase imperialista exacerbada está
en crisis, lo está no sólo por su desigualdad distributiva,
por la anarquía productiva que genera la atomización
de la propiedad privada con la consecuente carencia de un genuino
Plan general y por las contradicciones existentes entre la actual
especulación financiera y la economía real, lo cual
ya es bastante, sino también lo está por el laberinto
donde se ha extraviado la propiedad del accionariado de sus buques
insignias, las gigantescas corporaciones transnacionales.
Ello no quiere decir que los países subdesarrollados no
deban atraer selectivamente las posibilidades inversionistas de
estos colosos, pero son indispensables adecuados controles y regulaciones
estatales, así como un acotamiento temporal suficientemente
estimulante de su actividad, en el caso de las naciones con orientación
socialista.
* Los fondos de pensiones son instituciones que por medio de
las aportaciones de sus socios generan inversiones para mejorar
los sistemas de pensiones de la seguridad social.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1- Para ampliar al respecto, ver Joaquín Infante: “Las
lecciones del caso Enron”, revista Auditoría y Control,
No. 6, agosto 2002, La Habana, p. 10.
2- Ver B. Curtis Eaton, et. al.: “Microeconomics”, Prentice-Hall
Canada Inc., IV Edit., Ontario, 1999, p. 604.
3- La influyente publicación Harvard Business Review considera
a Drucker como “el más importante teórico de
la dirección empresarial de nuestro tiempo”. Ver la
contraportada del libro de Peter Drucker “La sociedad poscapitalista”,
Edic. Apóstrofe, Barcelona, 1993. Se menciona a Drucker cuando
se utilizan en este artículo sus criterios vertidos en dicho
libro.
4- Adolph A. Berle y Gardner C. Means: “The modern corporation
and private property”, Commerce Clearing House, New York,
1932.
5- Ver F. Engels: “Del socialismo utópico al socialismo
científico”, en C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas
en un tomo, Edit. Progreso, Moscú, sin fecha, pp. 443-444.
6- Ver Ramón Tamanes: “Diccionario de Economía”,
Alianza Editorial S.A, Madrid, 1988, p.160.
7- Ver Yoshimori Masaru: “¿De quien es la empresa?
El concepto de corporación en Japón y Occidente”,
Harvard DEUSTO Business Review, No. 77, marzo-abril, 1997, p. 64.
8- Ver M. C. Jensen and W. H. Meckling: “Theory of the Firm,
Management Behaviour, Agency Costs and Ownersship Structure”,
Journal of Financial Economics, USA, oct. 1976, p. 7.
9- Coopers & Librand e Instituto de Auditores Internos: “Los
nuevos conceptos del control interno (Informe COSO)”, Ediciones
Díaz de Santos, Madrid, 1997.
Instituto Nacional de Investigaciones Económicas. Cuba
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