Basora, Iraq
'Pequeña
galería de gente victoriosa'
Fotos de Eva Máñez y textos de
Santiago Alba
Mayo de 2002. CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
Estas imágenes y los textos que las acompañan
han sido tomadas y redactados, respectivamente, por Eva Mañez
y por Santiago Alba Rico, ambos participantes de la delegación del
Estado español que visitó Iraq en enero de este
año, ella residente
en Valencia, y él ahora, con su familia, en Túnez.
Todas las imágenes fueron captadas en Basora, la ciudad
de Simbad, la ciudad mártir de Iraq, la que más
abnegadamente carga con el duro legado de la guerra de 1991 -la
llamada eufemísticamente Guerra del Golfo-, esa
herencia de destrucción sistemática e intencionada
por parte de EEUU y sus aliados de los medios de subsistencia
de un pueblo (como ahora la de Sharon contra el pueblo palestino),
de contaminación radiactiva derivada de las 300 toneladas
de residuos de las bombas revestidas con uranio empobrecido empleadas entonces y esparcidas aún por todo
Iraq, pero sobre todo en torno a Basora.
En el comentario con que Santiago Alba presenta a
la autora de la fotos sus textos, indica que, frente a las habituales
-y también necesarias- imágenes de las víctimas
del embargo a Iraq, "es mejor, más eficaz, más
impactante este repertorio de dignidades diversas, que invita
a corregir el punto de vista un poco arrogante que solemos adoptar
frente a las víctimas". Santiago Alba denomina a
este repertorio de magníficas imágenes "pequeña
galería de gente victoriosa": ojalá sea así.
Guerra sobre guerra: sirvan estas fotos y estos textos
como homenaje a los niños y a las niñas, a los
hombres y a las mujeres de Basora e Iraq, quienes, erguidos sobre
las ruinas dejadas por la una década de sanciones y guerra,
ven como se aproxima por el horizonte de sus vidas el asalto
final contra su país. [CSCAweb]
El viento
El viento no sale en las fotografías. "¿Cómo
sabes que el viento existe?", pregunta Latifa. "Porque
se ha llevado mi vestido y ha arrancado mi geranio", responde
Fardush. Un viento furioso, silencioso, está peinando
las cabezas de estas niñas y sopla invisible entre sus
cuerpos. "¿Cómo sabes que Estados Unidos existe?",
pregunta Zainab. "Porque se ha llevado mis lápices,
mis golosinas y a mi hermano Alí", responde Leyla.
Y levanta el puño para que el aire no le dé en
la cara.
Cinco dedos
Cinco niños idénticos a éstos posaron
en Iraq ante la cámara. Son precisamente éstos.
Sobrevivieron al disparo y salieron corriendo sin dejar de reír.
Que nadie diga después que no existieron. Porque mirándolos
ahora y pensando en otros disparos ya anunciados en negro y negro,
me sobrecoge el recuerdo deformado de una vieja canción
infantil: "Este risueño encontró un huevo,
éste más alto lo tocó, éste le dio
la vuelta, éste jugando lo pisó y éste chiquito
chiquito... bum... estalló". ¿Desde
cuando queremos que las manos tengan sólo cuatro dedos?
Atlas
Atlas soportaba el mundo sobre su cabeza. Esta mujer también.
"¡Derribadlo de ahí!", reclama a gritos
un 75% de los norteamericanos. "¡Derribadlo de ahí!",
exigen también millones de europeos. Contra una torre
tan alta y tan fuerte, tan perfecta, tan peligrosamente pura,
no bastarán un boeing ni cien misiles: habrá que
recurrir -se comprende- al armamento nuclear.
'Miss' Basora
Si los concursos de belleza, en lugar de medir vanas glorias
y falsos bultos, midiesen la anchura abierta a la ternura de
los besos y la distancia entre dos tedios y la cintura del coraje
y la estatura de la paciencia (¡y la utilidad de las manos!),
miss Universo sería elegida siempre en la cocina
humilde de un país bombardeado. ¿Por qué
me parece tan bello el rostro de esta mujer? Porque no pide nada:
ni atención ni alhajas; ni siquiera más justicia
o más arroz. Tampoco le falta nada: tiene exactamente
dos ojos bien lavados y una nariz centrada y una boca al nivel
de las estrellas (que corren alrededor de su falda). Por no serlo,
este mundo no es justo ni con las caras.
Victoria
Víctima y victoria, que empiezan por la misma sílaba,
podrían tener también la misma raíz. Con
los dedos se puede señalar, lo que no es de buena educación,
o hacer la higa o mimar de forma agraviante unos cuernos; o también
se puede sencillamente decir: "estoy vivo". A un niño
se le puede robar, violar, asustar y disparar, pero no se le
puede derrotar. Por eso mismo, frente a ellos, podemos sentirnos
alguna vez mejores, pero nunca victoriosos. La victoria
sobre un niño se llama crimen; y ensombrece el universo
tanto como deshonra a sus autores. ¿Por qué está
tan contenta esta niña prieta en primer plano? Le hace
feliz ser inocente. ¿Por qué se ríe? Del
alivio de no estar del otro lado. ¿Por qué está
tan orgullosa? Porque no ha matado a nadie. Estos niños
han vencido a sus verdugos: son las víctimas.
El té
Las víctimas lo son independientemente de que lo parezcan
o no. La concesión última y más humillante
del vencido es la de avenirse a institucionalizar su dolor e
interpretar públicamente su inocencia. Esto es lo que
exige el verdugo -más allá de territorios, tributos
o desarmes- para ser clemente. Comportarse veinticuatro horas
al día como una víctima, no tener otro papel ni
más ambición que la de despertar la compasión
del universo, aceptar que la vida vale tanto como dicta el asesino,
consentir a la hipocresía nauseabunda de fingir amaneradamente
la propia superioridad moral, ¿no acaba uno por merecerse
su destino? Por eso también el último refugio de
la resistencia es éste de afirmar el derecho a parecer
un hombre, y no un guiñapo, frente a una fuerza injusta
y superior: el derecho del niño a ser travieso, aunque
le falte una pierna; de la mujer a fulminar a su rival con un
vestido nuevo, aunque haya perdido a su hijo; del hombre a fumarse
su narguilé y dar pomposamente lecciones, aunque
en casa no haya nada que comer. No queramos que los damnificados
sean además buenos. Si algo me gustó de
Iraq y me gusta de estas fotos es que allí y aquí
las víctimas no lo parecen. ¿Os habéis fijado
en esta niña? No hay nada en ella que no le pertenezca;
nada que le haya impuesto nuestra presencia. Resolución,
descaro, desafío, inteligencia, todo en su rostro delata
que es -como se dice- "de cuidado" o "de armas
tomar". Nadie le pondrá jamás la mano encima
ni la verá suplicar (aunque sí coquetear) ni renunciar
a un deseo. Ahora vuelve a casa con su bolsa de azúcar
y su té para preparar una bomba; no contra los norteamericanos,
no, no se puede estar todo el tiempo pendiente de ellos. Una
bomba contra -imaginemos- su hermano Mohsen, al que consienten
demasiado desde que está enfermo y que ayer se burló
de su afición a leer. Hoy le pondrá curcuma
en el té, para que no le salga nunca el bigote (y luego,
como siempre, le contará los chismes de la escuela y del
mercado). La vida vale mucho más que el plan de un asesino:
"mis dolores son suyos, pero mis placeres los decido yo".
Roca
Sobre un trozo de tierra o una roca, que el sol agrieta y
el viento soba, los hombres amontonan sus trastos, cuelgan su
ropa, levantan una choza. Así este viejo ha colonizado
el cuerpo en que nació, arañado también
desde el exterior: ha colgado en él su kufiya [pañuelo]
y su ceñidor, ha cultivado ahí su bigote y ha enganchado,
como de una percha, esa sobria, elegante camisa cerrada con un
solo botón. Hay rostros de agua en los que la vida no
deja la menor huella; y hay rostros de piedra en los que sólo
hacen mella las corrientes más lentas, los lugares comunes,
el aire libre. Los hombres no fueron hechos para que dominasen
el mundo sino para escribir sobre ellos, para escribirles encima,
como en la corteza de un ciprés. Son muchos los occidentales
que no quieren ya que se les escriba encima -y borran día
a día de su cara, incluso quirúrgicamente, el braille
del tiempo-; lo que no quiere este hombre, en cambio, es que
le derriben la casa, le maten al hijo, le cierren el café.
Un ejecutivo de Londres o de Nueva York despacharía esta
fotografía diciendo: "Es el típico árabe".
Eso es lo que yo llamaría una mirada de corto alcance,
la mirada en la punta de un misil. Entre montañas, sería
absurdo -si no indecente- señalar frente a nosotros y
decir: "Es la típica roca". Pero habría
que reconocerse sobrehumano o inhumano para ver la verdad más
simple y nombrarla simplemente: "Es el típico ser
humano". ¿Qué nos enseña este rostro
sobre Iraq? Que allí también abunda la cosa más
típica del mundo: humanidad -astucia, ingenuidad, bravuconería,
egoísmo, resistencia. Y generosidad: porque la Humanidad
da siempre al menos la cara (para que se la curta la intemperie).
La hora
"Ha pasado un ángel", se dice en castellano
para nombrar y conjurar el enmudecimiento repentino de muchos
hombres al mismo tiempo. El ángel -aunque no se dice-
lleva una espada. Así, el silencio de las fotografías
revela siempre una presencia extraña. Si la fotografía
es de niños, la presencia acecha en todos los rincones.
Y si los niños, además, están callados y
serios, esa presencia se refleja en sus ojos, como un cangrejo
en una botella. ¿Por qué están tan serias
estas niñas? No nos engañemos: no están
pensando ni compadeciéndose a sí mismas ni soñando
cursimente un vestido mejor. Están sencillamente sobrecogidas,
como lo estarían en cualquier otro país del mundo,
por la severidad del lugar y la solemnidad de la ocasión.
Pero por eso mismo su seriedad, tan dulce y tan limpia, tiene
una fuerza mayor y la presencia extraña se hace más
clara. Su mirada es el espejo donde vemos todo aquello que no
vemos cuando miramos: la belleza y su sombra, la eternidad y
sus límites, el bien y sus cristales. Dios es un hilo.
Estas niñas serias, es verdad, son patrimonio de todos,
están en todas partes, pero es en Iraq donde van a morir,
donde van a matarlas. La del centro, vestida de viejita y con
un pollito amarillo estampado en el hombro, cubre su cabeza con
un velo; y el velo es también el marco de la cara
-como se habla del marco de una puerta o del marco de un cuadro.
La cara de esa niña, enmarcada por el pañuelo,
es un reloj. Está dando la hora. ¿Qué
hora es en nuestro mundo? La niña en punto; las doce y
muerte. Es la hora exacta de que nos levantemos de la cama, rompamos
el silencio y gritemos "basta".
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