¿Por qué
EEUU sí quiere ahora un Estado palestino?
Comité de Solidaridad con
la Causa Árabe
CSCAweb, 19 de octubre de 2001
La creación de un
Estado palestino no puede surgir como resultado de una coartada
publicitaria de EEUU para ampliar y profundizar su control hegemónico
del conjunto de Oriente Medio, y mucho menos para así
poder emprender una nueva guerra de devastación contra
Iraq u otros Estados árabes cuando concluya la agresión
a Afganistán.
Después de diez meses de abandono formal del proceso
de negociación entre Israel y la Autoridad Palestina (AP),
la Administración Bush ha hecho pública una nueva
posición al respecto, declarando a principios de octubre
que EEUU respalda la creación de un Estado palestino independiente.
Tras diez años de Pax Americana y uno de Intifada,
el entramado en el que se articula esta posición inédita
en la postura norteamericana respecto al conflicto palestino-israelí
requiere ser examinado y contextualizado a la luz de los últimos
acontecimientos internacionales y regionales; en concreto, los
ataques del 11 de septiembre contra ciudades de EEUU, la posterior
intervención anglo-norteamericana de represalia contra
Afganistán y el reforzamiento del hegemonismo norteamericano
que de todo ello se deriva. Así, tan llamativa "reaparición"
diplomática y política norteamericana en el escenario
del conflicto palestino-israelí es una más de las
repercusiones de los sucesos del 11 de septiembre.
La nueva iniciativa norteamericana quizá salve a corto
plazo la figura de Yaser Arafat y de la AP como recompensa por
su alineamiento con EEUU en su agresión a Afganistán
, pero no garantiza en absoluto la satisfacción de las
aspiraciones nacionales palestinas: su diseño y sus objetivos
responden exclusivamente a los intereses geoestratégicos
de EEUU y regionales de Israel.
El 'Nuevo Orden Regional', en crisis
El diseño y la aplicación del Nuevo Orden
Regional impuesto por EEUU a Oriente Medio tras la guerra
contra Iraq de 1991 permitió inicialmente asentar las
bases para afianzar la hegemonía norteamericana en una
zona de máximo interés geoestratégico:
a) aseguró el acatamiento de los dictados norteamericanos
por parte de los regímenes aliados más importantes
(Egipto, Jordania y Arabia Saudí) a cambio de recibir
su reconocimiento y legitimidad;
b) sometió al liderazgo palestino de la OLP mediante la
creación de una Autoridad Palestina (AP) convertida en
interlocutor reconocido del proceso de negociación con
Israel;
c) desactivó el potencial estratégico regional
de Iraq por medio de las sanciones económicas y reiteradas
agresiones militares;
d) y, finalmente, afianzó el proceso de penetración
económica capitalista que aseguraría a EEUU el
control de los recursos, la mano de obra y los mercados árabes.
Ello implicaba, primero, lograr la "normalización"
política y -sobre todo- económica de los Estados
árabes con Israel y, segundo, la aplicación de
las medidas económicas liberalizadoras dictadas por el
FMI y el Banco Mundial.
Pese a todo ello, al cabo de diez años, la Intifada
palestina y el desmoronamiento de los Acuerdos de Oslo de 1993
y la paulatina recuperación de relaciones regionales e
internacionales de Iraq -pese al mantenimiento del embargo-
situaban en una precaria situación a EEUU antes del 11
de septiembre. EEUU no puede sino aprovechar la oportunidad que
le brinda la nueva coyuntura para fortalecer la arquitectura
de ese Nuevo Orden Regional político, económico
y militar hoy en crisis.
Reconstruir Oslo
Basta con examinar el contenido de la propuesta filtrada por
la oficina del secretario de Estado Collin Powel para comprobar
cómo el compromiso norteamericano en la creación
de un Estado palestino se sustenta en la misma dinámica
que dio paso a los Acuerdos de Oslo. La iniciativa retoma los
postulados de la Administración Clinton donde ésta
los dejó y es, por ello, una marcha atrás que pretende
anular el nuevo escenario impuesto por la Intifada:
- Negociación palestino-israelí sobre la base
de la creación de un Estado palestino -se añade
ahora "viable"- en las fronteras previas al 6 de junio
de 1967 (es decir, en Gaza y Cisjordania, sin contar Jerusalén)
menos una indeterminada extensión de áreas que
se excluirían para ser anexionadas a Israel con el fin
de alojar al 80% de la población de colonos judíos
que en la actualidad habita ilegalmente en Cisjordania. Áreas
que representarían, en total, un 4% del actual territorio
aún bajo ocupación.
- El plan incluiría asimismo compartir la soberanía
sobre Jerusalén sobre la base de "lo que es árabe
para el Estado palestino y lo que es judío para Israel".
Ello significa, a efectos reales, que las colonias de asentamientos
ilegales -auténticas ciudades-dormitorio- que se han construido
desde 1967 en torno a la Jerusalén ocupada permanecerían
bajo soberanía israelí.
- El plan, además, no hace mención alguna de
la cuestión de los refugiados, si bien algunos medios
mencionan que la propuesta de la Administración Bush asegura
la preservación de la "naturaleza judía"
del Estado de Israel y, por ello, excluiría el retorno
de los más de tres millones de refugiados palestinos al
Estado de Israel. Por el contrario, se favorecerían programas
económicos de compensación o de absorción
en los países en los que se alojan en la actualidad los
refugiados, o dentro de las fronteras del futuro Estado palestino.
Todo esto se adoptaría a través de la negociación
bilateral palestino-israelí en una primera fase de cinco
años. Nada se dice sobre la soberanía del Estado
ni sobre la planificación de su desarrollo económico.
En suma, los fundamentos que inspiran esta nueva tentativa
de solución del problema palestino se contradicen abiertamente
con el sacrificio y la lucha del pueblo palestino desarrollado
en este año de segunda Intifada, y prefiguran un nuevo
fraude en la aplicación de proyecto democrático
de soberanía nacional que reclaman desde hace décadas.
Ariel Sharon ha aceptado a regañadientes la iniciativa
norteamericana, si bien el asesinato por parte del FPLP de un
ex ministro ultraderechista israelí el día 17 de
octubre le ha permitido volver a su retórica belicista
contra el pueblo palestino y la AP.
Por el contrario, la difusión de este nuevo plan de
paz ha recibido el apoyo del líder laborista y ministro
de Asuntos Exteriores Simon Peres. El impasse creado por
un año de Intifada ha supuesto el retraso en la ejecución
del proyecto de "normalización" de relaciones
políticas y, sobre todo, económicas, de Israel
en la región árabe, que es el objetivo central
del proceso de paz árabe-israelí iniciado hace
diez años, especialmente para el laborismo israelí,
que representa los intereses de los sectores económicos
israelíes que más beneficio pretenden sacar de
ello. El relanzamiento de la opción negociadora con los
palestinos, frente a la estrictamente represiva de Ariel Sharon,
puede facilitar el retorno del partido Laborista al poder, tal
y como ocurriera tras la convocatoria en Madrid de la Conferencia
de Paz árabe-israelí de 1991. Los escasos resultados
prácticos del gobierno de coalición que preside
Sharon tras un año de Intifada palestina y la iniciativa
de Bush favorecen esta perspectiva.
Intervenir contra Iraq
Pero, más allá de su viabilidad y contenido,
la propuesta norteamericana ha de inscribirse en la necesidad
que EEUU tiene de consolidar el respaldo de la mayoría
oficial árabe cara a la ampliación de su ofensiva
militar a otros Estados tras Afganistán, muy probablemente,
a Iraq u otros países árabes (quizás, Líbano).
Debido a la oposición de Rusia, la
Administración Bush ha fracasado en su intento de
que el Consejo de Seguridad aprobara este año un nuevo
mecanismo de sanciones estratégicas para Iraq, las llamadas
"sanciones inteligentes", dejando la vía abierta
para el reforzamiento de las opciones militares e intervencionistas
contra Iraq que, dentro de la Administración Bush, representa
el secretario de Defensa Rumsfeld. La oportunidad ahora es única
para EEUU, al poder justificar un ataque demoledor contra Iraq
-quizá definitivo- amparándose en la nueva consigna
de "lucha internacional contra el terrorismo".
Desde que se produjeran los atentados del 11 de septiembre,
la Administración Bush ha procurado implicar a Iraq en
los ataques contra Nueva York y Washington, muy especialmente,
tras la difusión por el diario británico The
Guardian de la supuesta vinculación
de Iraq en los envíos postales de la bacteria del ántrax,
una conexión construida si prueba alguna por los servicios
de inteligencia militares y la CIA.
EEUU necesita reforzar el campo oficial árabe para
consolidar su estrategia de este asalto final contra Iraq, condición
inexcusable para garantizar el control estratégico de
la región, reservorio de las reservas estratégicas
mundiales. A fin de preparar una nueva ofensiva militar directa
contra Iraq tras la campaña contra Afganistán,
EEUU requiere, al igual que en 1991, restaurar publicitariamente
su compromiso en la búsqueda de un "arreglo"
de la cuestión palestina.
En este marco, la creación de un Estado palestino no
puede surgir como resultado de una coartada publicitaria de EEUU
para ampliar y profundizar su control hegemónico en el
conjunto de Oriente Medio, y mucho menos para poder emprender
una nueva guerra de devastación contra Iraq.
Alineamiento oficial árabe
con EEUU
Difícil será en cualquier caso -si no imposible-
que EEUU pueda hallar una fórmula para el establecimiento
de un Estado palestino que sea aceptable para Israel (al que,
como han recalcado responsables de la Administración Bush
en estos días, se le sigue considerando el "aliado
estratégico" de EEUU en la región) y que,
al mismo tiempo, ésta pueda ser presentada por los aliados
árabes a sus pueblos como la satisfacción -al menos
parcial- de las aspiraciones nacionales del pueblo palestino.
La nueva Intifada palestina -además de ser la expresión
de la ruptura popular palestina con los postulados fraudulentos
del marco de Oslo- ha puesto en evidencia la "funcionalidad"
de los regímenes árabes como meros actores que
acometen la labor para la cual han sido reconocidos y legitimados:
acatar y ejecutar las directrices políticas, económicas
y de seguridad de EEUU en la zona; legitimar la inserción
de Israel en las economías árabes, y contener toda
expresión popular árabe que cuestione el orden
impuesto, por ejemplo, la denuncia del genocidio contra el pueblo
iraquí. La única opción que les ha quedado
a estos regímenes ha sido reforzar los mecanismos de control
social y de represión política, lo que ha generado,
junto al progresivo empobrecimiento y la falta de expectativas
de amplios sectores sociales de estos países, una situación
extremadamente delicada y crítica. El nuevo alineamiento
que EEUU exige a los regímenes árabes en la guerra
contra Afganistán hace aún más perentoria
la situación.
La aceptación de la campaña lanzada por la Administración
Bush tras el 11 de septiembre por los regímenes jordano,
egipcio y saudí -al igual que los de otros Estados árabes
(los del Magreb y del Golfo pero también, más discretamente,
Líbano y Siria)- se ha producido de manera inmediata y
sin consideración de la sensibilidad con que esta cuestión
se aborda en las calles árabes. El desprestigio popular
que ya sufrían los regímenes árabes se ha
radicalizado al ponerse en evidencia, una vez más, su
nula capacidad para representar los intereses nacionales y populares
árabes frente a EEUU e Israel.
Al igual que en el caso de Jordania o de Egipto, la pauta
que ha marcado el alineamiento político de la AP con EEUU
en esta crisis internacional ha sido la debilidad. Sometido a
la presión de un año de Intifada que ha bloqueado
cualquier iniciativa de restaurar las negociaciones con Israel,
abandonado de la atención de EEUU y abocado a las peores
perspectivas por parte del gobierno Sharon (sin excluir la aniquilación
física e institucional), Yaser Arafat no puede sino aplicar
la estrategia de "huida hacia delante". La contención
de la Intifada y, ahora, la represión de toda manifestación
popular contra la guerra en los Territorios Autónomos
parte de la policía palestina (que ya ha causado la muerte
de cuatro palestinos) es un nuevo ejemplo para los árabes
en general y para los palestinos en particular -y en su forma
más decepcionante- de la divergencia entre sus sentimientos
y aspiraciones, y los intereses de sus dirigentes.
Madrid, 18 de octubre de 2001
Comité de Solidaridad con
la Causa Árabe
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