PONENCIA DEL MAI
Algunas
cuestiones sobre la
Internacional Comunista[1]
En este texto, y en el marco de
nuestro compromiso con el necesario Balance de la experiencia histórica de
la Revolución
Proletaria
Mundial (RPM), base necesaria e ineludible para encaminarnos hacia un nuevo
asalto sobre la fortaleza capitalista, nos vamos a centrar, usando como hilo
conductor algunas de las principales concepciones teóricas e ideológicas que guiaban a la vanguardia revolucionaria, en varios puntos que, a nuestro entender,
resultaron decisivos en el malogrado devenir del organismo más alto del que
históricamente se ha dotado el proletariado en el empeño de su lucha por la
emancipación.
Una lección universal
Así pues, la Internacional
Comunista (IC) se nos presenta como el exponente más elevado
de organización del proletariado, de su potencialidad revolucionaria y de su
naturaleza internacionalista.
Desde la perspectiva de la
experiencia histórica concreta y de las lecciones universales que nos ha legado
la Komintern, podemos establecer, en primer lugar,
que la IC
representa la expresión de madurez del proletariado como clase revolucionaria
en la época del imperialismo y la Revolución Proletaria.
Asimismo, en segundo lugar, esa experiencia nos muestra que la base para la
constitución de esta organización superior es, necesariamente, una práctica
social revolucionaria cualitativamente más elevada, como en este caso es la
toma del poder y su mantenimiento continuado por parte del proletariado ruso y
el inicio de la experiencia de construcción del socialismo. De
este modo, y al igual que el Partido Comunista, la IC no se forma desde una
voluntariosa unidad de los comunistas
a nivel internacional, sino que la experiencia demuestra que el inicio de la
formación del movimiento revolucionario no se realiza desde la unidad de los
que se autodenominan “socialistas” o “comunistas”, sino desde la escisión de la izquierda. Como señala
elocuentemente Lenin en mayo de 1917:
“(…) que Zimmerwald se ha convertido
definitivamente en un freno y que debemos romper con él lo antes posible (…).
Hay que empeñar esfuerzos para acelerar la celebración de una conferencia de la
izquierda, una conferencia internacional y exclusivamente
de la izquierda.
(…)
Si celebrásemos en breve una conferencia internacional de la izquierda, ello
supondría fundar la III
Internacional.”
O también:
“Nuestro partido no debe ‘esperar’
sino fundar inmediatamente una III
Internacional (…) una Internacional irreductiblemente hostil a los traidores
socialchovinistas y a los vacilantes del ‘centro’.”
Así pues, en 1917-19, periodo de
preparación para la fundación de la
IC, y época en la que Lenin redactó las referencias que hemos
extractado, tenemos dos elementos fundamentales. En primer lugar, una
vanguardia internacional reconocida y sancionada por su praxis revolucionaria,
esto es, el Partido Bolchevique, el proletariado revolucionario ruso. En
segundo lugar, la base sobre la que va a actuar esta vanguardia, un movimiento
de masas en efervescencia por la combinación de los horrores de la guerra
imperialista y el ejemplo de la
Revolución de Octubre; efervescencia que va a cristalizar en
la fundación de partidos comunistas en todo el mundo sobre la base de la escisión del ala izquierda de la
socialdemocracia.
De este modo, tenemos que, de nuevo de
la misma manera que sucede con el Partido Comunista en otro nivel, la fusión de la vanguardia con las masas se
nos muestra como el mecanismo
universal que activa el movimiento comunista. De esta fusión de la
vanguardia (el proletariado revolucionario ruso) con las masas (escisiones
izquierdistas de la socialdemocracia y auge del movimiento espontáneo de masas)
nace la Internacional
Comunista, que se nos presenta como algo superior a la mera
suma de sus partes (a diferencia de la II Internacional, más un
gabinete de coordinación entre movimientos socialistas nacionales), y que
sanciona orgánicamente la escisión del movimiento obrero en dos alas, una
revolucionaria y otra reaccionaria.
Premisas de la Komintern
y el paradigma de Octubre
Por supuesto, de estos dos aspectos el fundamental es
el que se refiere a la vanguardia. Así, la historia de la Komintern
va a ser esencialmente la historia del proletariado revolucionario ruso y de su
gloria y miseria.
El bolchevismo es un movimiento
adscrito a la II Internacional,
que en todo momento se sitúa en el ala más izquierda de la misma, pero que en
esencia bebe de los mismos presupuestos teóricos que la codificación
socialdemócrata del marxismo. El contexto histórico-material que da lugar a
esta codificación es el de la época de la revolución burguesa y de la formación
del proletariado como clase en sí. Este
singular e irrepetible contexto histórico había encumbrado una serie de
concepciones políticas particulares. Sucintamente, podemos caracterizar las
principales como un determinismo económico gradualista, según el cual el
desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismo habría inevitablemente el
camino al socialismo. El colofón necesario de esta concepción es el
espontaneísmo revolucionario, fruto de esa confianza en fuerzas impersonales y
que minusvaloraba el papel del sujeto consciente (Kautsky, principal ideólogo
de la II Internacional,
habría dicho que más que hacer la revolución la tarea era gestionarla). Finalmente,
tocando el ámbito de este acto, una visión de la revolución que se desarrollaba
de manera inmediata en un marco internacional (influencia, sin duda, no sólo de
una comprensión voluntarista del internacionalismo, sino del impacto en la
conciencia revolucionaria de la experiencia de las revoluciones de 1848).
Precisamente, la forja del Partido
Bolchevique como partido de nuevo tipo se va a producir en la lucha contra las
consecuencias políticas de estas
concepciones, hegemónicas en el movimiento socialista internacional y cuya fiel
representación en Rusia era el menchevismo, en tanto que suponían un obstáculo
al desarrollo de la revolución rusa. Sin embargo, no se va a dar un sistemático
combate de fondo, contra el sustrato filosófico que alimenta dichas
concepciones. El resultado va a ser un genuino partido de nuevo tipo, mucho más
maduro y consistente, pero que aún comparte muchas de las premisas del marxismo
socialdemócrata.
Este complejo contradictorio que
forma el bolchevismo es clave para entender el balance que los bolcheviques y
Lenin harán de su propia experiencia inmediata, de la experiencia de la
revolución rusa (síntesis de la práctica que les ha encumbrado como
incontestada vanguardia de la RPM),
y es fundamental para comprender el devenir de la
IC. Así, Lenin, en el I Congreso de la IC en 1919 mostraba, a la luz
de la experiencia rusa, una visión general del desarrollo de la revolución, que
se pronosticaba inminente en Occidente:
“Esto revela, una vez más, que el
curso general de la revolución proletaria es igual en todo el mundo. Primero la
formación espontánea de los Soviets, luego su extensión y desarrollo, más tarde
se plantea prácticamente la cuestión: Soviets o Asamblea Nacional, o Asamblea
Constituyente, o parlamentarismo burgués; completo desconcierto entre los
líderes y, por último, la revolución proletaria.”
Además del esfuerzo de Lenin de
desarrollar una visión general y universal de la revolución en sus grandes
rasgos, aproximándose a lo que hoy llamaríamos Línea General, aunque en este
caso se limita a un cierto decurso político, es de resaltar la certera visión
del líder bolchevique sobre la incompatibilidad, antagónica e irreconciliable,
entre los soviets (lo que hoy llamaríamos Nuevo Poder) y el parlamentarismo
burgués en sus más diversos pelajes, ¡y todavía hoy hemos de aguantar a ciertos
leninistas sermoneándonos sobre
“programas mínimos” en torno a una asamblea constituyente!
Sin embargo, el genial
revolucionario incurre en un importante error en este pasaje, y es que los
soviets sólo se formaron
espontáneamente por el impulso del movimiento huelguístico en la revolución de
1905, movimiento que, precisamente por esa espontaneidad, será derrotado con
relativa facilidad. En 1917, durante la Revolución de febrero, los soviets se forman por
la iniciativa de los oportunistas, mencheviques y eseristas, como “gobierno de
reserva”, como reserva estratégica del Gobierno Provisional, sostenido por los
oportunistas. De hecho, la experiencia de la Revolución de febrero
es un elocuente ejemplo de la enorme capacidad de reconducción de la burguesía,
por mediación del oportunismo, del impulso espontáneo de las masas, incluso,
como en este caso, cuando se trata de los organismos más genuinamente obreros.
Si de algo nos habla la experiencia revolucionaria de 1917 es precisamente de
la importancia fundamental e insustituible del elemento revolucionario
consciente, del partido de nuevo tipo, que será capaz de reconducir hacia la Revolución Socialista
una situación de crisis social y política que se había formado de manera
externa a él. Será precisamente la actividad consciente bolchevique entre los
soviets, los órganos de poder de las masas armadas, en los que éstas están
recibiendo la experiencia política que las hace receptivas al discurso y
programa revolucionarios (tomen nota, adalides leninistas de la república democrática burguesa: no vale cualquier
tipo de experiencia política, sino que la clave es la contraposición de
dictaduras de clase), la que abra el camino a Octubre y evite que 1917 acabe en
un 1905 remozado.
Esta apreciación errónea de Lenin se
puede explicar, desde el punto de vista teórico, en gran parte porque la
experiencia y su traducción consciente no son un reflejo inmediato de la
realidad objetiva en un sujeto externo, como defiende por ejemplo la teoría del
reflejo, defendida equivocadamente por algunos como la doctrina marxista del
conocimiento, sino que este sujeto está inmerso y forma parte de esa realidad,
por lo que la experiencia práctica es recibida siempre de forma mediatizada por el propio bagaje del
sujeto (por síntesis teóricas previas), en el caso de Lenin, por su formación
en el seno del marxismo socialdemócrata. Es eso lo que explica muchas de las contradicciones
de los bolcheviques y de su líder y principal teórico, que van a ser
fundamentales en el devenir de la III
Internacional.
Someramente, podemos señalar tres de
estas contradicciones, que entran claramente en conflicto con alguna de las más
fundamentales y universales lecciones que los bolcheviques nos legaron con su lucha
teórica y su actividad práctica.
En primer lugar, y lugar común en la
época, fruto de las condiciones históricas que vieron nacer el primer marxismo
y que todavía, a diferencia de hoy, se mostraban vigentes entonces, a pesar de
que sus consecuencias políticas ya habían mostrado sus limitaciones para la
cabal consecución de la Revolución
Proletaria, es el peso y la importancia fundamental que se le
otorga al factor espontáneo, a pesar de que, en sus condiciones, la Revolución de Octubre,
como hemos señalado antes, era una prueba palmaria del insustituible rol que
jugaba el factor consciente, la actividad creadora del Partido Comunista. A
pesar de ello, en Europa la IC
sigue esperando y elaborando táctica en función de un auge revolucionario
siempre externo a la actividad comunista.
Continuemos, los dos ejemplos que
exponemos a continuación son especialmente paradigmáticos de estas
contradicciones que señalamos, pues ambos se muestran incoherentes con tesis
teóricas justas que el propio Lenin había explicitado y aplicado con éxito en
Rusia.
Por un lado, una tiene que ver con
el análisis leniniano del imperialismo y sus consecuencias en el movimiento
obrero, con la escisión de éste en dos alas. En estas tesis Lenin había sentado
las bases analíticas para la correcta comprensión de este fenómeno cardinal,
pero en las conclusiones políticas que van a servir de base a la táctica de la Komintern,
fundamentalmente a partir de su III Congreso, la táctica del Frente Único, se
dejan ver incoherencias con el materialismo, al enfrentar dentro de las viejas
organizaciones obreras a una capa de “dirigentes corruptos” (“sobornados”) y a
las masas de las mismas, ignorando la probada receptividad de estas masas –que
dura ya un siglo- a las “corrupciones” de los dirigentes (y eso era algo, a
pesar de que no contar con nuestra perspectiva de un siglo es un atenuante, que
ya podía intuirse entonces, ya que hechos como los de agosto de 1914, cuando
los dirigentes socialdemócratas y la inmensa mayoría de sus masas firmaron la unión sagrada y partieron, alegres y
entonando himnos patrióticos, a masacrarse en la guerra por el capital
financiero, prueban que gran parte de estas masas preferían y estaban
acomodadas a las cadenas del imperialismo, que la posición de su potencia en el concierto económico
internacional les resultaba ventajosa, que formaban, en definitiva, la
aristocracia obrera). Asimismo, se puede ver la contradicción entre la táctica
que establece la IC
de participar en las organismos de masas reaccionarios con la esperanza de
“desenmascarar” a esa “camarilla corrupta” y expulsarlos de sus propias organizaciones o, como había
sido la táctica bolchevique en Rusia (bolcheviques frente a mencheviques) y el
espíritu que animaba a la propia IC (III Internacional frente a II
Internacional), crear movimiento de masas revolucionario opuesto e
irreconciliable al movimiento de masas reaccionario.
Finalmente, para concluir este
somero repaso, podemos señalar que la justa tesis del socialismo en un solo país, ya teorizada por Lenin allá por 1915
(por ejemplo en La consigna de los Estados Unidos de Europa), sobre la
base del desarrollo desigual y a saltos del capitalismo, no casa, sin embargo,
con las esperanzas de los bolcheviques y de la IC que, desde 1917 esperan una revolución
generalizada en la Europa
central y occidental como esperanza de la Revolución soviética. Parece claro que el ejemplo
de 1848, marco en el que empiezan a formularse las tesis políticas del primer
marxismo, pesan más que el cabal análisis de las nuevas condiciones que genera
el imperialismo, análisis, repetimos, que Lenin ya había establecido
correctamente.
Estos ejemplos son la confirmación
práctica de lo que señalábamos teóricamente más arriba. A pesar de ser el
propio Lenin el que sienta las bases y realiza fundamentales desarrollos del
marxismo, en las consecuencias políticas sigue pesando enormemente el subconsciente político de la II Internacional y su
codificación del marxismo. Hemos ejemplificado este hecho, fundamental para
entender el devenir de la Revolución
Proletaria en el siglo XX, con Lenin, pues ahí las
contradicciones están expresadas en su más elevado nivel, pero son comunes a
toda la IC, a la
cultura política y a la época social que flanquea a Octubre.
A pesar de estas contradicciones, fruto
de la inercia histórica de un contexto ya finiquitado, pero vigente hasta hace
poco (hasta el fin del Ciclo de Octubre) –y que es imprescindible tener en
cuenta en cualquier estudio ponderado que tenga como base el materialismo
histórico-, o precisamente debido a esa inercia, la IC y sus concepciones son el
organismo genuino y necesario de la
RPM, y junto a estas viejas concepciones aparecen o se
refuerzan otras que realmente marcan el camino de la nuevo y de la Revolución Proletaria.
Con la actual perspectiva, imposible en aquel momento, podemos aplicarle a la IC lo que ella misma señalaba
en el movimiento espontáneo de masas contemporáneo:
“A menudo, entre las reclamaciones
reformistas, se entremezclan las consignas de la revolución social.”
Más que “reformismo”, nosotros
diríamos que junto a ideas y visiones propias de un contexto histórico muy
determinado, pero que en parte seguía vigente entonces, el de la revolución
burguesa decimonónica, el que vio nacer el marxismo, se entremezclaban las nuevas
concepciones políticas propias de la Revolución Proletaria
en su plenitud, cuando la fase ascensional del capitalismo ya había dejado paso
a su época de decadencia, el imperialismo.
Auge y decadencia de la IC
Un par de ejemplos para ilustrar lo nuevo que se va
abriendo paso. En 1921, el III Congreso de la IC definía así lo que era la revolución:
“La revolución siempre fue y sigue siendo, un
enfrentamiento entre distintos modos de vivir en un determinado contexto
histórico.”
Junto a esta definición, el II Congreso de la IC, en 1920, nos daba esta
descripción de las masas a las que debían dirigirse los revolucionarios:
“(…) entendiendo por masa todo el conjunto de
trabajadores y de explotados por el capital, y sobre todo los sectores menos
organizados y menos esclarecidos, los menos accesibles a la organización.”
No obstante, el espontaneísmo va a ser la losa que
impida el desarrollo consecuente de estas concepciones y su puesta en práctica
en toda su amplitud. Ante el agotamiento del impulso revolucionario espontáneo,
ya evidente para 1923, sobre el que la
IC cifraba sus esperanzas y estrategia, irán ganando fueraza,
hasta dominar, las viejas concepciones socialdemócratas.
Así, el III Congreso lanzará la consigna “ir a las
masas”, pero “masas” en este caso significará ir al sindicato, es decir, a las
masas ya organizadas y encuadradas, dentro del marco del capitalismo, las bases
sociales de la II Internacional
y del oportunismo, lo que quedará sancionado oficialmente cuando la táctica del
Frente Único sea consagrada como la línea de masas de las secciones de la Komintern.
Todo ello en flagrante contradicción con las definiciones que
la propia IC había dado.
A partir de aquí, la decadencia de la IC comienza imparable.
De la consagración de la iniciativa consciente del
proletariado a la vieja acumulación de
fuerzas en el marco socioeconómico
dado y previa a cualquier actividad mínimamente revolucionaria, propia de los
viejos partidos obreros, reestableciendo así esa dualidad nefasta y tan cara a la II Internacional de que una
parte del trabajo de los revolucionarios no es revolucionario.
De las “masas menos brillantes y esclarecidas” y “más
inaccesibles a la organización”, a los estratos más elevados y ya organizados
en el marco del capitalismo, esa aristocracia obrera, que lejos de ser una
“minoría dirigente corrompida” tenía un carácter de masas y, en los hechos (por
citar algunos momentos fundamentales, agosto de 1914 y revolución espartaquista
de 1918-19), ya había demostrado su posicionamiento al lado del Estado
imperialista.
Finalmente, de la guerra civil revolucionaria y la Dictadura del
Proletariado a toda suerte de programas intermedios de transición, como la consigna del gobierno obrero, es decir la colaboración o el apoyo a los
socialdemócratas en el gobierno, ya sea nacional o regional, y que ya intuye la
transición pacífica al socialismo,
tempranamente sugerida por Radek:
“El gobierno de los consejos puede obtenerse por la
fuerza tanto en la revolución contra el gobierno burgués como en la lucha de
los obreros que se desarrolla en defensa del gobierno socialista creado por la
vía democrática, si lo hace defendiendo con honor los intereses de la clase
obrera contra el capital.”
Y aunque Radek se cuida mucho de decir que el poder se
obtendrá por la fuerza, sugiere la posibilidad de gobiernos socialistas creados
por la vía “democrática”, lo que, vista la tendencia histórica de la mayoría de
los partidos comunistas y el poder del revisionismo, proyección en las filas
del proletariado de la inmensa fuerza material (y subsecuentemente ideológica)
del capitalismo, era abrir la puerta muy tempranamente a todas las desviaciones
y degeneraciones que efectivamente acabaron teniendo lugar.
De todos modos, la táctica del Frente Único rindió
escasos frutos en su aplicación histórica en su objetivo de atraer a sectores
significativos de las masas que se cobijaban bajo el ala del oportunismo, y en
las pocas ocasiones en que puede considerarse que tuvo cierto éxito, siempre
fue a costa de elementos fundamentales del programa revolucionario. El apoyo a
los socialdemócratas en el poder en Alemania (campo de batalla central de la
lucha de clases en Europa en los años siguientes a 1917), especialmente
aplicada en los gobiernos regionales, para evitar su “giro hacia la derecha”, siguiendo
la consigna de gobierno obrero, no
tuvo contrapartidas y, significativamente, durante la insurrección de octubre
de 1923 en Hamburgo, junto al ejército y la policía hubo auxiliares del Partido
Socialdemócrata combatiendo contra los comunistas.
Pero concluyamos, someramente, la descripción del
camino de decadencia de la IC. El último
paso, ya dejado el peso principal en el movimiento espontáneo en el marco dado
y en una aristocracia obrera a la que no se le supo desentrañar su verdadero carácter,
será ceder la iniciativa a tal o cual fracción de la burguesía, a la que se
juzga como “progresista”. Será ésta la política de Frente Popular, cuya
inevitable tendencia irá en la dirección de hacer superfluo cualquier
organización revolucionaria independiente; tanto nacional, como se pudo ver en
el Estado español durante la república y la guerra civil con la tendencia a la
fusión del PCE con el PSOE (algo que se consumaría con las organizaciones
juveniles –JSU- y en Catalunya –PSUC) o en la Europa oriental tras la Segunda Guerra Mundial; como
internacional, con la disolución de la propia IC en 1943 como ofrenda a la
alianza de la URSS
con el imperialismo anglosajón para la derrota del imperialismo fascista.
El sendero de lo nuevo
Cortado el desarrollo revolucionario en Europa, lugar
donde la IC tenía
depositadas sus mayores esperanzas, e iniciada la convergencia teórica y
política con la vieja socialdemocracia de las secciones europeas, las nuevas
aportaciones universales al marxismo y a la Revolución Proletaria
tendrán que venir de fuera del viejo continente. Será la Revolución china y el
maoísmo los que, en su desarrollo, consagrarán de nuevo la revolución, a través
de la Guerra Popular,
como ese “enfrentamiento entre distintos modos de vivir” a través de la guerra
civil revolucionaria y el Nuevo Poder, como método universal de encuadramiento
revolucionario de las masas y de acumulación de fuerzas de éstas mediante su
organización a través de mecanismos políticos independientes del capital,
concentrando las energías y las contradicciones sociales en la guerra contra
éste, escapando de cualquier veleidad espontaneísta de pretender tal
acumulación a través de lo que, al fin y al cabo, son medios mercantiles (lucha
por un mejor precio de la fuerza de trabajo) y de la resistencia espontánea a
algunas de las consecuencias del dominio capitalista (lo que, como muchas veces
hemos señalado, no hace sino apuntalar su causa última), al modo de la vieja
socialdemocracia. Asimismo, alejará el centro de gravedad social de actividad
de la aristocracia obrera y de esas masas encuadradas y organizadas bajo el
capitalismo, dirigiéndose preferentemente a esas masas “menos esclarecidas y
más inaccesibles a la organización”, a ese “hondo y profundo de las masas”, en
expresión del Partido Comunista del Perú, todo ello a través de la mediación
consciente del socialismo científico y del Partido Comunista.
Por supuesto, este esbozo de balance crítico, muy
concentrado y resumido, de una de las principales experiencias del proletariado
revolucionario no nos impide, todo lo contrario, reclamarnos herederos de la III Internacional y del camino
que señaló. Todo lo contrario, pues sabemos que muchas de las limitaciones que
hemos señalado son el producto necesario e inevitable de determinado contexto
histórico, y que sólo ahora, con la perspectiva que nos da la finalización del
Ciclo de Octubre estamos en condiciones de desentrañar, contribuyendo a colocar
la teoría revolucionaria en un nuevo estadio, cualitativamente superior, y que permitirá
al proletariado revolucionario reiniciar su magna obra emancipadora. Como
muestra de ello, y de que el desarrollo del comunismo necesita de la ruptura
radical, sobre la base del balance de su experiencia, con los modelos y
tradiciones que inevitablemente caducan con el desarrollo de la lucha revolucionaria,
algo que los comunistas en sus momentos de mayor potencialidad siempre han
sabido, nos gustaría, a modo de conclusión, retomar la mejor tradición de la Komintern.
Así, su II Congreso, en 1920, recapitulaba sobre la
experiencia del proletariado hasta el momento y los cambios en sus concepciones
y formas de organización que imponían las nuevas condiciones:
“La vieja subdivisión clásica del movimiento obrero en
tres formas (Partido, Sindicatos y cooperativas) pertenece ya al pasado. La
revolución proletaria en Rusia ha creado la forma esencial de la dictadura del
proletariado, los Soviets. En todas partes, la nueva división que debemos
sostener es: 1º el Partido; 2º el Soviet y 3º el Sindicato.”
Es de resaltar esa organización universal triádica,
nucleada siempre en torno a tres ejes, que es propia del proletariado
independiente. Por nuestra parte, la experiencia del Ciclo revolucionario de
Octubre concluido nos lleva a
reivindicar una nueva subdivisión del movimiento obrero que resultaría así: 1º
el Partido, 2º Ejército Popular o Rojo, 3º Organismos de Nuevo Poder (lo
que en la tradición de Octubre podría ser denominado Soviet).
Como hemos señalado, este somero repaso, hecho desde
un prisma particular, privilegiando su devenir ideológico, está muy lejos de
ser el balance completo que esta gran experiencia revolucionaria exige. A modo
de planteamiento de problemáticas para su futuro estudio y desarrollo nos
gustaría señalar algunos puntos más que, entre otros, debería incluir este
balance. Por un lado, la relación y la contradicción entre el Estado socialista
como base de apoyo de la RPM
y el desarrollo de ésta, contradicción, a nuestro entender, tradicionalmente
manejada de forma defectuosa, y cuyo balance nos permitirá su correcto
tratamiento en el próximo ciclo revolucionario. En segundo lugar, un estudio
más completo de la lucha de clases en Alemania entre 1918 y 1933, epicentro,
como hemos dicho, de la lucha de clases en Europa y foco de atención de la IC, y la posición de ésta al
respecto, así como la relación entre esta lucha y las tradiciones, no siempre
positivas, que arrastraba el proletariado alemán que, no lo olvidemos, había
sido la base fundamental de la II
Internacional. Finalmente, nos gustaría plantear la posible
conexión entre la forma de la constitución de las secciones europeas de la IC, dando por supuesta la
ideología proletaria y a través generalmente de un acto constituyente único,
atajando el largo camino de lucha teórica que forjó al bolchevismo, y el
imaginario formado entre los autoproclamados comunistas de Occidente plasmado
en concepciones como la táctica denominada de unidad de los comunistas. Aunque, el contexto de los años inmediatamente
posteriores a Octubre, con una IC en su esplendor, la guía que suponía el
Partido Bolchevique, cabeza de la Internacional y genuino partido de nuevo tipo,
como depositario de la teoría y programa revolucionarios, así como el auge de
un movimiento espontáneo de masas desatado por los horrores de la carnicería
imperialista y el ejemplo de Octubre, justificaba y daba sentido a esa forma de
constitución. Sin embargo, el contexto actual es radicalmente diferente,
huérfano del principal de esos factores, algo similar al bolchevismo y al
establecimiento de la dictadura del proletariado en un país, lo que no hace
sino reafirmarnos en la vital necesidad de ese Balance que propugnamos para
esclarecer la naturaleza de los instrumentos de los que debe dotarse el
proletariado si quiere reemprender su camino revolucionario.
Movimiento
Anti-Imperialista
Noviembre
de 2009