La economía egipcia: Aplicando
las recetas del FMI
Las incertidumbres sobre el futuro político
del régimen si se cumplen las medidas liberalizadoras condicionan
la transición económica egipcia
(Artículo publicado en Nación
Árabe, núm. 41, Primavera de 2000).
Pedro Rojo
Arabista
La nueva economía egipcia tutelada por
el Fondo Monetario Internacional ha ido desarrollándose lentamente,
haciendo frente a las reticencias internas que se oponen a cualquier cambio
que pueda hacer peligrar el status quo actual, y a las críticas que
le acusan de ser un programa enfocado estrictamente a hacer posible el pago
de la deuda a los acreedores extranjeros, olvidándose del pueblo
egipcio. Los progresos de la nueva economía egipcia pasan por haber
creado dos sistemas paralelos en contradicción constante. Por una
parte sobrevive, aunque mermado, el antiguo sistema de Estado rentista y
por otro aparece el capitalismo occidental cuyo referente es el Mercado.
El acercamiento de Egipto a EEUU en busca de un
tratado de paz con Israel tras la guerra de 1973 no sólo significó
un giro en lo político, sino también en lo económico.
Los primeros pasos hacia el librecambio los dio, tímidamente, Anuar
el Sadat a finales de los años setenta con el Infitah o política
de puertas abiertas. La teoría de esta nueva orientación económica
defendía el aumento de las exportaciones, la inversión extranjera,
el papel del sector privado y la liberalización del comercio. Si
a estas medidas se le añade la estabilidad macroeconómica
tenemos la receta que el Fondo Monetario Internacional (FMI) viene recomendando
a Egipto desde mediados de los ochenta.
La herencia de veinte años de socialismo
y el miedo a los cambios sociales y en las estructuras de poder que podrían
derivarse del nuevo orden económico fueron losas demasiado pesadas
que malograron los cambios necesarios para avanzar hacia el librecambio.
Tampoco su nuevo aliado veía como una prioridad la reforma económica,
ya que su principal objetivo era el mantenimiento del acuerdo de paz firmado
con Israel en 1979 y la estabilidad del régimen egipcio. Estos dos
factores explican buena parte del lento y a veces contradictorio camino
que recorrerán las reformas económicas hasta nuestros días.
La dualidad del sistema económico
Las medidas parciales que se tomaron dieron como
resultado la convivencia de dos sistemas. Por una parte la gigantesca maquinaria
del Estado seguía dando trabajo a la mayoría de la población
activa, subsidiando alimentos y servicios, mientras que paralelamente surgía
una nueva clase de comerciantes dedicados principalmente a la exportación
e importación de bienes de consumo, al amparo del levantamiento parcial
de las restricciones que existían sobre el sector privado y de sus
buenas relaciones con el régimen. Posteriormente los más importantes
de estos hombres de negocios darían lugar a los grandes imperios
económicos de los noventa.
Otro fenómeno de los primeros años
del Infitah fueron las empresas islámicas de inversión. Se
trataban de empresas especulativas que atraían el floreciente dinero
que provenía del boom del petróleo y de las remesas de inmigrantes
egipcios, ofreciéndoles unas ganancias de hasta el 34 por ciento.
En 1988 estas empresas se desmoronaron dejando a cientos de miles de trabajadores
sin el fruto de varios años de trabajo y a varios bancos al borde
de la bancarrota. Esta quiebra sería el preámbulo del colapso
del ambiguo sistema económico. La apertura al comercio privado aumentó
el déficit por cuenta corriente de los 5 mil millones de dólares
en el año fiscal 1983-84 a 7,5 mil millones en 1988-89. La deuda
exterior alcanzó en 1990 los 50 mil millones de dólares. El
descenso de los precios del petróleo de mediados de los ochenta (junto
al textil los principales bienes exportables del país) y la caída
de las exportaciones no tradicionales, carentes de competitividad en el
mercado internacional, unido al citado incremento de las importaciones tuvieron
como resultado la ruina de las cuentas del Estado. La inflación subió
por encima del 20 por ciento, el programa de ajuste estructural presentado
por el FMI en 1986 no fue cumplido, por lo que no se aprobó el acuerdo
sobre la moratoria de la deuda en un momento en el que Egipto ya no podía
hacer frente al pago de su deuda exterior.
En 1990 el gobierno egipcio, acuciado por todo
tipo de presiones y desequilibrios económicos, necesitado de nueva
financiación exterior para poder mantener el ritmo de sus importaciones
de las que dependía su seguridad alimentaria, acepta un nuevo Programa
de Ajuste Estructural (PAE). Desde este momento hasta la actualidad la relación
del ejecutivo egipcio con los organismos financieros internacionales irá
pasando por distintas fases de tensión coincidiendo con las negociaciones
sobre la aplicación y cumplimiento de las medidas recetadas por el
FMI y el Banco Mundial (BM).
Las líneas maestras del PAE presentado a
Egipto siguen las directrices de la ortodoxia librecambista exportada por
el sistema económico dominante, allí donde aterriza sin variar
sus exigencias y soluciones en función de las características
de cada caso concreto, lo que debe solucionar los problemas de un pequeño
país centroamericano como Guatemala, sirve para un gran país
norteafricano como Egipto, o uno del África Negra como Mozambique,
o asiático como la India. Los pasos a seguir están claros:
Estabilización macroeconómica. Prioridad
absoluta a los números que reflejan la inflación, la cuenta
corriente, el déficit presupuestario y los tipos de interés.
Realizar una política macroeconómica
que fomente la iniciativa privada, se abra a la inversión extranjera,
y genere el marco adecuado de seguridad y eficacia para que la libre competencia
pueda funcionar a pleno rendimiento, sin interferencias.
Privatización de las empresas públicas;
reformar las relaciones entre las empresas públicas, los bancos y
el gobierno; y liquidar las empresas públicas económicamente
no-viables.
Liberalización de los precios locales en
tres años, lo que significaría eliminar los subsidios del
Estado a artículos de primera necesidad (pan, azúcar, te,
etc.), fuentes de energía populares (queroseno, gasolina, etc.) hasta
que sus precios alcancen los niveles internacionales.
Liberalización del comercio exterior, eliminado
las distorsiones creadas por el sistema económico controlado (aranceles
y otras medidas proteccionistas) y dejando que sea el mercado internacional
y el sector privado quienes marquen los precios y las empresas que sobrevivirán
en él.
Creación del Fondo Social para el Desarrollo
para paliar en lo posible los costes sociales del PAE, sobre todo dirigido
a ayudar a los trabajadores que serán despedidos de las empresas
públicas que sean privatizadas. Los fondos con los que debería
nutrirse este programa procederán de los donantes internacionales,
principalmente UE y EEUU.
Reformas económicas y democracia
Una de las premisas bajo las que el FMI y el BM
venden sus programas de ajuste estructural y que en el caso egipcio parece
olvidado es que las reformas económicas traerán por si solas
una mayor democratización del país donde se implanten. Si
algo ha caracterizado el panorama político egipcio de los últimos
diez años ha sido todo lo contrario.
Aunque este artículo se centre en la realidad
de la aceptación del camino hacia el librecambio que ha decidido
tomar Egipto no queremos dejar de recordar, aunque sea brevemente, la creciente
corriente de economistas y pensadores que ofrecen alternativas al modelo
económico que exportan las autoridades con sede en Washington. La
base de las críticas está en que precisamente los países
que más esfuerzos tienen que hacer para adaptar sus economías,
y por lo tanto más costes les representa la nueva economía,
son los que menos tienen, y los que menos participan en la toma de decisiones
del nuevo sistema en formación. Este nuevo sistema de intercambios
comerciales se está construyendo según los intereses de los
países más ricos que exigen a economías infinitamente
más débiles que se abran para poder exportar sus productos
y su capital, cuando la historia del librecambio en occidente se ha ido
forjando durante más de un siglo de luchas proteccionistas y perfeccionamiento
del sistema. El caso más claro de esta desigualdad de intereses es
la disputa en torno a la agricultura. Si el librecomercio se aplicase tal
y como se supone que es Europa y Japón dejarían de producir
alimentos para dejar que fuese el Sur, con ventajas comparativas en este
sector, quien exportase y abasteciese estos mercados. Pero en realidad ocurre
todo lo contrario. Los excedentes agrícolas europeos subvencionados
son exportados al resto del mundo sin que en la Ronda de Uruguay de 1993
se abordase la problemática del dumping en los productos agrícolas
que merman no sólo la posibilidad de exportación, sino de
producción de los países tradicionalmente agrícolas.
Algo parecido, aunque en vías de solución, ocurre con las
exportaciones textiles limitadas voluntariamente por los países en
desarrollo. Dado que el desarrollo de este tema necesita uno o varios artículos
más vamos a limitarnos a citar algunas soluciones propuestas como
alternativa al desarrollo de las sociedades (no sólo de la economía)
por esta otra corriente de pensadores. La idea principal sería devolver
al ser humano al centro de atención del modelo, descendiendo al Mercado
de su encumbración de deidad. Desarrollo endógeno, un reparto
de tierras que las haga productivas para sus trabajadores, un mayor acceso
a la educación, un sistema de tarifas arancelarias preferentes que
permitan a las empresas de países en desarrollo tener alguna posibilidad
de competir en el mercado mundial, fomentar el comercio regional entre países
con características económicas parecidas como motor de arranque
hacia el comercio exterior, la aplicación de la tasa Tobin, o el
comercio equitativo que favorezca "las relaciones directas entre productores,
en primer lugar del Sur y consumidores, sobre todo del Norte".
El Programa de Ajuste Estructural
Desde la aceptación del ejecutivo egipcio
del PAE las discusiones sobre el ritmo de aplicación del mismo han
sido constantes. A lo largo de estos 10 años las peticiones egipcias
para rebajar las exigencias y los plazos del Programa se han visto respaldadas
en muchos casos por EEUU, que considera a Egipto como una pieza clave para
la seguridad y estabilidad de la región. Para Washington, como ya
ocurrió con el Infitah, la estabilidad del régimen de Mubarak
tiene prioridad por encima de cualquier otra consideración, ya sea
en el desarrollo democrático o la profundidad y ortodoxia de unas
reformas económicas que puedan desencadenar desencanto social. El
otro gran actor en el seno los organismos financieros internacionales es
la Unión Europea, cuyos intereses en la zona son similares, estabilidad
por encima de cualquier otra premisa. Las exportaciones europeas a Egipto
son cuantiosas, siendo su balanza comercial muy favorable. La eternamente
pospuesta firma del tratado de Asociación Euro-Egipcia sigue sin
efectuarse, lo cual no es óbice para que los intercambios comerciales
sigan creciendo y se siga manteniendo la fecha de entrada en vigor de la
Zona Mediterránea de Libre Comercio en el 2010. Las medidas que habían
de traer cambios profundos en Egipto (en el sistema de trabajo, salarios,
hábitos de consumo y de vida, empeoramiento de las condiciones de
vida de gran parte de la sociedad) fueron administradas en dosis más
livianas de lo que ha ocurrido en otros puntos del mundo, pero como veremos
sus efectos serán profundos en la sociedad egipcia.
Las presiones del FMI para que diesen comienzo
las primeras medidas para recortar subsidios y privatizar el sector público
tenían como contraparte la reestructuración de parte de la
deuda. En mayo de 1990 fue presentado el "Programa de los 1.000 días",
en el que se recogían vagas intenciones sobre las medidas a tomar.
Las primeras se tomaron sin previo aviso: el aumento de precios de elementos
de primera necesidad en un 40%, o los productos farmacéuticos en
un 20%. El FMI exigía la total eliminación de subsidios en
cuatro meses. Las clases más desfavorecidas, las principales afectadas
por esta subida, provocaron disturbios en varias ciudades lo que frenó
momentáneamente las siguientes subidas hasta mayo de 1991, cuando
le tocó el turno a los carburantes. La apuesta por el sector privado
se apoyó en una serie de medidas entre las que destacan la liberalización
del crédito, la reorganización de la bolsa y el esfuerzo por
desdolarizar la economía unificando los distintos tipos de cambio
frente al dólar. La apuesta exportadora se basaba en la iniciativa
privada, intentando diversificar la gama de productos, apoyando otras exportaciones
distintas a las materias primas, como los productos semi-elaborados.
La participación egipcia en la Guerra del
Golfo en el bando occidental significaría un cambio radical en la
estructura de su deuda externa. EEUU perdonó los 7,1 mil millones
de deuda militar bilateral que Egipto tenía contraída, como
contraprestación al apoyo egipcio en la campaña contra Iraq.
En pleno conflicto, en noviembre de 1990, el Club de París decidió
condonar el 50% de la deuda externa egipcia. Estas medidas, sumadas a las
nuevas ayudas aprobadas por el Grupo Consultivo para Egipto de 8 mil millones
de dólares para los años 1991-92 y 1992-3, le concedió
un respiro y un mayor margen de maniobra al gobierno egipcio, frente a las
acuciantes demandas del FMI para que siguiese avanzando en las reformas.
La ayuda financiera a Egipto durante los primeros años del PAE siguió
siendo un apoyo fundamental las finanzas egipcias. La ayuda total que el
Grupo Consultivo concedió durante los primeros cinco años
fue de 6 mil millones de dólares en ayuda no militar, a lo que hay
que sumar los 2,1 mil millones anuales de ayuda estadounidense. En septiembre
de 1994 los beneficios del alineamiento de Egipto durante la Guerra del
Golfo siguieron llegando en forma de reducción de su deuda bilateral
con Kuwait en 2,8 mil millones de dólares. La ayuda proveniente de
los países del Golfo ha sido siempre difícil de cuantificar,
debido al secretismo con que circula, pero se estima que la ayuda económica
de esta zona a Egipto en los últimos 20 años es de unos 16,4
mil millones de dólares.
Tras casi tres años de negociación
en mayo de 1991 se llega a un acuerdo con el FMI por el cual se concede
el primer crédito (372 millones de dólares) para hacer frente
a las reformas económicas, lo que al mismo tiempo le abrió
el acceso a otro crédito de 500 millones de dólares del Banco
Mundial para ayudar a implementar la liberalización comercial. Este
conjunto de ayudas permite a Egipto mirar a los siguientes tres años
sin la ansiedad del pasado ya que el servicio de la deuda se redujo a algo
menos de la mitad de los 3.000 millones de dólares de los años
anteriores.
En junio de 1991 se aprueba la Ley 203, con la
que se desvinculaba a las empresas públicas de cualquier injerencia
por parte de los ministerios, colocando al mando de ellas a hombres de la
élite dominante, que más adelante serían unos de los
beneficiados de su privatización. En estos primeros momentos se puso
en marcha el mencionado Fondo Social, aunque no sería hasta 1993
cuando se le dota de contenido financiero (368 millones) destinado a suavizar
los aspectos negativos de las reformas que abarcan desde ayuda sanitaria
elemental hasta ayudas a las PYMEs, o en infraestructuras. En diciembre
de 1994 había recibido otros 1,2 mil millones que ayudaron a crear
230.000 puestos de trabajo, si bien parte de estos eran eventuales. Para
el año fiscal 1995-96 su presupuesto fue de 762 millones de dólares.
A pesar de la importante función desarrollada por este fondo, no
se salvó de las acusaciones de ineficacia y corrupción que
recorren constantemente la administración egipcia. También
es generalizada la opinión de que los recursos económicos
con los que cuenta el fondo están lejos de las necesidades reales.
Durante 1992 el gobierno egipcio volvió
a dar prioridad a las soluciones a corto plazo, sacrificando parte de las
medidas exigidas a cambio de una momentánea mayor estabilidad. A
pesar de esta ralentización, posible gracias al alivio ofrecido por
el Club de París sobre su deuda externa, ya no era urgente la activación
de la segunda parte del crédito del FMI. Pero el camino comenzado
en 1990 ya no tenía marcha atrás. Las reformas se podían
retrasar unos meses como consecuencia de una determinada coyuntura, como
la menor presión sobre el vencimiento de la deuda o sobre el cumplimiento
de otros requisitos de estabilidad macroeconómica, pero el gobierno
egipcio se halla en un camino en la que estos retrasos son sólo un
respiro en una carrera de fondo con una meta cuanto poco incierta.
En esta dirección en 1992 se continuó
con la liberalización del comercio reduciendo la lista de productos
que no podían ser importados (algunas tarifas arancelarias seguían
estando por encima del 80% permitido por el GATT), y se aprobaron dos leyes
que serían fundamentales en el camino hacia la nueva economía.
La primera en aprobarse fue la Ley 95 que reformó el funcionamiento
de los mercados financieros egipcios dándoles una mayor transparencia
y agilidad reduciendo trabas e impuestos, a la vez que se creaba un organismo
de vigilancia de los mercados financieros. Algunos detractores de esta reforma
la ven como un intento de favorecer a las grandes corporaciones financieras
y excluir a los pequeños brokers, al tiempo que critican la eliminación
de los impuestos sobre beneficios, lo que merma la capacidad de recaudación
del Estado y fomenta la especulación. Lo cierto es que a raíz
de estos cambios la Bolsa de El Cairo ha crecido a un fuerte ritmo.
Reforma de la ley agraria
La otra ley importante aprobada en 1992 fue la
controvertida ley agraria (Ley 96), que reformaba las relaciones de la tierra
vigentes desde la revolución naserista de 1952, inadecuadas para
el nuevo sistema económico. Las propiedades habían reducido
su tamaño máximo a 50 feddanes, la condición hereditaria
del arrendamiento de la parcela, y la imposibilidad por parte de los propietarios
de las tierras de desalojar a los arrendados mientras pagasen la renta estipulada,
que se había mantenido inalterada desde 1952 al 1975, cuando se decidió
que subiría, pero sólo al mismo ritmo de los impuestos que
tenían que pagar los terratenientes. Este sistema propició
una mayor fragmentación de las parcelas, hasta el punto de que ya
no eran suficientemente productivas para mantener a una familia. Al imposibilitar
la venta de las granjas, y por lo tanto la concentración de la propiedad,
la modernización del campo egipcio ha sido imposible.
La nueva ley libera los precios de arrendamiento
de las parcelas, dejando que sea el mercado (o los propietarios) los que
fijen la nueva renta a pagar (se calcula que un 315% más cara). Se
barajan tres soluciones para el arrendado: llegar a un acuerdo sobre la
nueva renta con el propietario de las tierras; comprar la tierra al propietario
según el precio que éste establezca, para lo que contaría
con la financiación de un banco estatal, el Banco Principal para
el Desarrollo Agrícola; o ser recolocados en una de las parcelas
de nueva creación en el Sinaí o en el Nuevo Valle (al sudoeste
del país), esta última opción parece diseñada
ex profeso para reclutar nuevos colonos para las nuevas e inhóspitas
tierras de cultivo que el gobierno egipcio tiene planeado crear, dado que
las dos primeras opciones parecen inaccesibles para la mayoría de
la clase agrícola egipcia pauperizada por los bajos precios de los
alimentos y la baja productividad. Ante el previsible descontento que esta
ley iba a desencadenar entre los agricultores la fecha de entrada en vigor
de la ley se situó en el 1 de octubre de 1997, dando tiempo a que
se desarrollasen las negociaciones pertinentes para establecer la nueva
relación terrateniente-arrendado.
Durante los primeros meses de 1997 se produjeron
serios enfrentamientos entre campesinos y la policía cuando los primeros
protestaban por la inminente entrada en vigor de la ley con el resultado
de 18 campesinos muertos y cientos heridos. Finalmente la temida fecha del
1 de octubre de 1997 no fue causa de nuevos enfrentamientos graves. La masiva
presencia policial allí donde el propietario decidió desalojar
a los arrendados y su familia, o los acuerdos a los que llegaron (multiplicando
entre dos y tres veces la renta antigua) o la inmovilidad de los terratenientes
que atrasaron la revisión de las rentas por miedo a un enfrentamiento
evitaron problemas más graves. El aumento de la renta producida por
sus tierras genera a los propietarios unos ingresos mayores que pueden,
teóricamente, invertir en mejorar sus tierras con nuevos regadíos,
más maquinaria, o comprar más tierras.
Es todavía pronto para hacer balance de
la nueva situación que puede emerger del encarecimiento de la tierra
agrícola, pero hay dos factores que si parecen claros: por una parte
se abre la posibilidad a la modernización del campo egipcio siguiendo
el criterio occidental de fuerte inversión de capital, aplicación
de tecnología y ampliación del tamaño de las explotaciones
a grandes latifundios, con lo que se incrementarán macrocifras como
el rendimiento agrícola por hectárea o la producción
total.
La segunda consecuencia derivada de esta primera.
Si este modelo de producción se impone, hay que recordar que en países
desarrollados el tanto por ciento de la población activa dedicada
a la agricultura es muy bajo: en el Estado español, por ejemplo,
está cerca del 8% y se considera que debe reducirlo; actualmente
en Egipto el 40% de los trabajadores están ocupados en el sector
agrícola y si la modernización de la agricultura egipcia se
lleva a cabo en los próximos diez años, como espera el FMI,
significaría tener que buscar un nuevo empleo para cerca de 5 millones
de campesinos que no tendrían cabida en este nuevo sistema de explotación.
Primeras macrocifras positivas
Poco a poco los progresos del PAE empezaban a trasladarse
a los macroindicadores: el déficit presupuestario descendió
del 20% del PNB en el año 1990-91 al 6,4% en el 1991-92; los subsidios
a productos de primera necesidad habían bajado un 6,2%; nuevos impuestos
se habían introducido; en marzo de 1993 los aranceles oscilaban,
salvo excepciones, entre el 5 y el 80%, tal y como pedía el Banco
Mundial; importadores privados podían comerciar con productos que
antaño eran monopolio de empresas estatales. Estos datos dieron lugar
en marzo de 1993 a la liberación de la segunda fase del crédito
del BM de apoyo al programa de liberalización auspiciado por el FMI,
que tenía que haber sido concedido en julio de 1992, pero que las
discrepancias atrasaron más de medio año.
De nuevo estas buenas noticias servían de
estímulo para animar a Egipto a continuar profundizando con las reformas.
El presidente Mubarak, tras reunirse en EEUU con el director general del
FMI Michelle Camdessus y con Bill Clinton, declaró su disposición
a continuar las reformas. El nuevo acuerdo con el FMI debía servir
de marco para que se aprobase la segunda fase de la condonación de
la deuda por parte del Club de París que debía ponerse en
marcha el 1 de julio de 1993, condicionada al cumplimiento de las reformas
presentadas por el FMI. Con el apoyo de Washington y aduciendo el riesgo
de levantamiento popular que podía significar la aplicación
excesivamente acelerada de las reformas, los organismos internacionales
aceptaron el nuevo acuerdo a pesar de que Egipto sólo cumplía
en parte los requisitos.
La tercera fase de la condonación de la
deuda (20% del total acordado por el Club de París) que debía
aprobar el FMI para julio de 1994 fue rechazada por considerar insuficientes
los esfuerzos egipcios de los últimos meses para cumplir con las
exigencias. El daño de esta medida fue más político
que económico ya que la presión de la deuda había dejado
de ser agobiante a corto plazo, pero la credibilidad de las reformas y la
propaganda internacional que en ese sentido había realizado el ejecutivo
egipcio se vieron cuestionadas. Es en este punto cuando las diferencias
con las imposiciones de los organismos internacionales se empiezan a hacer
más patentes.
Las clases que históricamente se habían
lucrado con el controlado e ineficiente sistema económico egipcio
y su apertura controlada formaron parte del grupo de presión que
logró que se ralentizaran las medidas que llevaban a Egipto a ser
un país realmente atractivo para el capital exterior y por lo tanto
para la posible competencia extranjera. Las tarifas arancelarias dejaron
de reducirse como exigía la Organización Mundial de Comercio
(OMC), el ritmo de las privatizaciones era desesperadamente lento y dirigido,
mientras las trabas burocráticas seguían siendo uno de los
impedimentos más importantes para la lenta afluencia de la inversión
externa.
Uno de los principales puntos de confrontación
del gobierno egipcio y el FMI ha sido y sigue siendo la política
monetaria. Una de las premisas que suelen ir incluidas en los programas
de ajuste estructural es la devaluación de la moneda. El Banco Central
de Egipto ha preferido sostener el cambio respecto al dólar manteniendo
unos tipos de interés muy altos (en la actualidad rondan el 17%)
para atraer fluidez a la libra egipcia e interviniendo directamente en los
momentos de mayor especulación contra la moneda egipcia, frente a
la petición del FMI de que dejar flotar el cambio al libre albedrío
para que sea la oferta y la demanda la que marque su valor (hay fuentes
que hablan de que de llevarse a cabo la libra egipcia podría devaluarse
hasta un 60%). El control de la inflación podría haber llevado
a bajar los tipos de interés, lo que a su vez debería actuar
como motor de crecimiento para la economía, pero la defensa del actual
cambio no permite demasiadas alegrías a este respecto. Fuentes del
FMI calculan que con el descenso de los tipos de interés se podría
llevar a cabo una devaluación controlada de la libra de un 20%. Una
libra débil apoyaría las exportaciones, aunque también
haría más costosas las importaciones que en 1998-99 multiplicaron
casi por cuatro a las exportaciones y el pago de la deuda, además
de la consecuente huida de capital de los depósitos atraídos
por el alto interés del Banco Central egipcio, con lo que se pondría
en peligro uno de los logros de las reformas, la reserva de divisas. Las
afirmaciones en defensa de la libra y contra su devaluación desde
todos los niveles políticos y económicos se han sucedido a
lo largo de los últimos diez años, siendo este el tema inabordable
para los técnicos del FMI.
Nuevo impulso a las reformas
El nombramiento de Gamal al-Ghanzouri como primer
ministro en 1996 se interpretó como un impulso a la modernización
de la economía, a la entrada de capital extranjero y a la aceleración
de las privatizaciones. A pesar de las declaraciones del nuevo primer ministro
y del presidente Mubarak sobre la aceleración del proceso de reformas,
la realidad siguió siendo la misma, un proceso controlado hasta el
último fleco, teniendo en cuenta cualquier posible riesgo tanto de
desestabilización social como de pérdida de los privilegios
de la clase dominante. Es sólo en octubre de 1996 y tras largas negociaciones
cuando se firma un acuerdo con el FMI que permitiría liberar la tercera
y última fase de la condonación de la deuda aprobada en 1991
por el Club de París. Por primera vez Egipto acepta incluir entre
los posibles temas a discutir la devaluación de su moneda, también
se compromete a acelerar las privatizaciones, liberalizar el comercio, desarrollar
los mercados financieros y la modernizar la estructura presupuestaria.
En mayo de 1997 el parlamento egipcio aprueba tras
duros debates la Ley 8/1997 sobre Inversión, que se convertiría
desde entonces en el nuevo marco para todas las inversiones, tanto extranjeras
como nacionales. Esta ley cambió varias de las pautas bajo las que
se movían los hombres de negocios en Egipto hasta ese momento. Los
sectores de infraestructuras, hasta entonces intocables para manos privadas,
se ven favorecidos por incentivos para atraer inversiones, de esta iniciativa
saldrán varios contratos en modalidad BOOT para explotar plantas
energéticas por compañías privadas. Otros sectores
beneficiados por esta ley son el software, la ensamblación de automóviles,
el turismo o las manufacturas, así como las PYMEs y los exportadores.
Se establecen una serie de garantías para crear el clima de confianza
y tranquilidad necesario para atraer inversión extranjera entre las
que destacan la imposibilidad de nacionalizar o confiscar empresas; ninguna
agencia estatal interferirá en la imposición de los precios
de los productos o beneficios de las empresas; las empresas podrán
poseer el terreno y edificios en los que desarrollen sus actividades independientemente
de la nacionalidad de sus propietarios.
La nueva velocidad en la marcha de la privatización
del sector público (desde 1991 hasta 1996 sólo se habían
privatizado 1.500 de los 30.000 millones de dólares que se calcula
representan los activos públicos) empezó por marcar las pautas
a seguir en el proceso en el que se empezaría por aquellas empresas
públicas que tenían beneficios, y se seguiría por las
que sólo necesitaban un reajuste financiero. Estudiando las distintas
formas de privatización usadas por el gobierno egipcio en las 131
empresas vendidas se observa que los modelos en los que participa un mayor
número de accionistas queda relegado para las empresas con menor
valor bursátil, dejando el método de asignación directa
a una sola empresa, tras un concurso público, para las compañías
más grandes y apetecibles, dando así lugar al traspaso poco
trasparentes de empresas públicas a familias dominantes en el mundo
económico y político egipcio o a grandes multinacionales.
Las disputas y el cruce de acusaciones de sobornos
y corrupción son una constante en las privatizaciones, la falta de
transparencia en las adjudicaciones o los precios excesivamente altos según
los inversores extranjeros o demasiado bajos según los detractores
internos son fuente de continuas polémicas. Uno de los capítulos
más escabrosos ha sido la dimisión del presidente de la Bolsa
de El Cairo en 1998 acusado de amparar manipulaciones en los precios de
algunos valores. El boom bursátil que siguió a los 18 primeros
meses del proyecto firme de privatización (hasta septiembre de 1997)
perdió un tercio de su valor en los siguientes 12 meses haciendo
dudar de los mecanismos de privatización y sus verdaderos beneficiarios.
Se acusa a una serie de grandes conglomerados familiares de lucrarse a costa
de los precios de ganga a los que el estado les vende las antiguas empresas
públicas. Los más representativos son los grupos Osman, Bahgat
y Orascom. Detrás de cada uno de ellos se hallan familias enormemente
influyentes cuyo mayor interés en el proceso de reformas es que se
haga de tal manera que su posición de monopolio durante el régimen
socialista se perpetúe ahora en nombre del mercado. Compañías
dedicadas a la exportación e importación, construcción,
turismo o franquicias de grandes firmas occidentales como McDonald's o Microsoft
son algunos de los campos en los que su presencia es dominante.
A pesar del impulso privatizador el Estado seguía
manteniendo importantes participaciones en numerosas empresas privatizadas,
además de controlar todas aquellas cuya producción considera
estratégica. La crisis financiera que se desencadenó en 1997
en el sudeste asiático sirvió de excusa para frenar el ímpetu
privatizador que parecía envolver al ejecutivo egipcio y en el verano
de 1998 se paralizó el proceso justo en el momento en el que el FMI
estaba pidiendo que se comenzase con sectores claves como la banca, los
seguros y las telecomunicaciones. Pero el gobierno no sólo no profundizó
en estas privatizaciones sino que decidió recomprar parte de sus
antiguas participaciones en empresas públicas, como por ejemplo la
readquisición a principios de este año de las Tiendas Libres
de Impuestos tan sólo dos años después de su privatización,
tras una larga polémica por la aprobación de una ley que restringía
su actividad justo después de ser vendidas. Este es uno de los ejemplos
de la lucha interna que existe dentro del propio gobierno entre los que
apoyan el proceso de reformas y los que intentan torpedearlo desde dentro.
El primer guiño a favor de los defensores
de las reformas, que tiene su culminación en la composición
del último gobierno, fue el nombramiento de Youssef Boutros-Ghali
en julio de 1997 como ministro de Economía. Boutros-Ghali había
sido miembro del FMI y tenía buena reputación en círculos
económicos internacionales por ser un claro defensor del proceso
de reformas. También era visto como parte de una nueva generación
de egipcios bien formados técnicamente y que daría nueva fuerza
a un ejecutivo plagado de dinosaurios adeptos al viejo estilo de hacer las
cosas. En los siguientes años el entusiasmo con que se recibió
su incorporación al gobierno sería rebajado precisamente por
la vieja guardia inmovilista del ejecutivo.
Primeros atisbos de crisis
El freno momentáneo de las reformas en 1998
tuvo un claro efecto negativo en la economía egipcia, involucrada
ya de manera indisoluble con la nueva economía, con lo que ello significa
en dependencia en los números, informes de instituciones internacionales
y la confianza de la nebulosa llamada inversores internacionales. El inesperado
cambio en la política económica egipcia se debió principalmente
al miedo que desencadenó la crisis financiera de 1997 y la fractura
social que produjo en los dragones asiáticos, tantas veces puestos
como modelo a seguir por el resto de países en desarrollo. Esta situación
fue aprovechada por la facción más inmovilista del régimen
para dar marcha atrás a unas reformas con las que nunca habían
simpatizado. En este marco se entiende la ya mencionada ley propuesta por
el ministro de finanzas Moheiddin al-Gharieb restringiendo la actividad
de las tiendas libres de impuestos. Este episodio, unido a nuevas restricciones
contra la importación, en un intento desesperado de frenar el galopante
aumento del déficit comercial. El problema con que se encontraron
estas nuevas medidas es que fueron tomadas en un entorno económico
en el que ya no encajaba la filosofía proteccionista que antaño
defendía este sector. El buen comportamiento de la economía
egipcia durante la crisis financiera mundial, que en contra de lo esperado
no sufrió tanto como otros países que están abriendo
su economía como Brasil y Argentina, se vio perjudicado por el retroceso
en la política aperturista.
Las presiones sobre la economía egipcia
y su inestabilidad durante 1999, que han frenado la buena marcha de las
macrocifras egipcias que amenazan con recesión, tienen su origen
primero en esta marcha atrás de las reformas dentro del ambiente
de permanente intranquilidad que genera la contradictoria toma de decisiones
del ejecutivo egipcio. Los efectos de este pequeño retroceso en un
entorno tan frágil tuvieron una rápida repercusión
en la pérdida de confianza de los inversores internacionales, pérdida
de competitividad, aumento de la presión de los acreedores y organismos
internacionales, así como la grave crisis de liquidez de la que se
especula que fue la razón última por la que Ganzouri perdió
el apoyo de Mubarak y por lo tanto su puesto de primer ministro.
El problema de liquidez, tanto interna como externa,
es el reflejo de una serie de ineficiencias del sector financiero egipcio
que intenta mantener un pie y medio en el antiguo sistema estatal, fijo
y controlado mientras coquetea con las grandes instituciones buscando la
manera más lenta de modernizar un sector vital para los dos sistemas
que actualmente conviven en Egipto. Por una parte los bancos estatales son
una fuente inagotable, o así se entiende desde el aparato del estado,
de financiación para los proyectos, subvenciones y subsidios necesarios
para mantener el actual sistema de patronazgo. Por otra los nuevos inversores
exigen un sistema financiero dinámico, que les proporcione las baratas
fuentes de financiación necesarias para emprender sus nuevos proyectos
empresariales. Respecto a la convertibilidad de la libra pasa algo parecido,
como ya hemos visto, las instituciones internacionales aseguran que la libra
está sobrevalorada entre un 25 y un 40 por ciento, defienden que
si las autoridades monetarias egipcias dejasen flotar la moneda a su valor
real las exportaciones egipcias ganarían competitividad, se podrían
bajar los tipos de interés y así activar el crecimiento económico.
Pero son los mismos exportadores egipcios los que se oponen a la devaluación
de la libra porque aseguran que la dependencia de la industria egipcia de
la importación de bienes de equipo extranjeros encarecerían
las propias exportaciones.
El centro de la polémica de la vida económica
egipcia lo ha monopolizado casi exclusivamente durante el último
año el citado problema de liquidez, sus causas y consecuencias. Una
de las causas principales es la financiación con créditos
a corto plazo de inversiones del Estado como proyectos de construcción,
o los megaproyectos en los que se haya embarcado (el Nuevo Valle en el sur
del país, el programa de desarrollo del Norte del Sinaí, el
Golfo de Suez y el nuevo puerto de Port Said) cuando su proyección
de productividad es a largo plazo. Los bancos tienen problemas para lograr
ingresos siendo cada vez más difícil y costoso lograr créditos
de instituciones internacionales. Al haber problemas de financiación
la inversión decrece, aumenta la dificultad del Estado para cumplir
sus compromisos (deuda externa e interna, salarios públicos, subsidios,
etc.), las expectativas se resienten, por lo que vuelve el peligro de recesión.
La llegada del nuevo equipo económico
La mala marcha de la economía y el aluvión
de críticas recibida por el gobierno en la búsqueda de soluciones
acabó con el primer ministro que más poder había acumulado
en Egipto desde su independencia. La caída de Ganzouri es un reflejo
de su propia ambición, de su obsesión por controlar todos
los movimientos de sus ministros, negándoles la autonomía
necesaria para poder realizar sus funciones. Al ser el último responsable
de todos los movimientos, sobre todo económicos, también se
le apuntó como el principal responsable del dubitativo momento de
la economía egipcia.
El nuevo primer ministro Atef Obeid elegido por
el presidente Mubarak el 10 de octubre ha dado un giro al equipo económico
y de infraestructuras de su antecesor, dejando fuera del nuevo gabinete
a viejos dinosaurios que estaban presentes, en algunos casos, desde finales
de los años 70. Obeid envuelto en el proceso de reformas desde los
años 1980 es un buen conocedor del sector público del que
era responsable en el gabinete de Ganzouri y responsable del plan de privatizar
314 empresas públicas para el año 2001 que se demostró
irrealizable, entre otras razones por la fuerte oposición de algunos
de sus excompañeros de gabinete. En su primera declaración
de intenciones siguió jugando a la ambigüedad a la que ya nos
tiene acostumbrado las altas instancias egipcias. Habló para la galería
de oídos extranjeros: acelerar la privatización, acabar con
la inestabilidad financiera, atraer inversión extranjera, desarrollar
el sector bancario, eliminar los obstáculos a la exportación...,
y también para el pueblo egipcio: mejora del sistema educativo, revitalizar
el sector estatal, acabar con el problema crónico de la vivienda.
En la reestructuración de Obeid varios ministros
importantes han perdido su puesto como el de planificación y cooperación
internacional Zafer al-Bisri, comercio y suministros Ahmed Guweily, finanzas
Moheiddin al-Ghabrieb estos dos últimos acusados de ser los promotores
de las medidas antireformistas que habían dañado la imagen
internacional de la economía egipcia y la habían colocado
al borde de la recesión. En el sector de las infraestructuras dos
viejos colaboradores del régimen han perdido su cartera: Soliman
Metwalli, ministro de transportes y comunicaciones acusado de ser el responsable
del continuo retraso de la privatización del gigante egipcio de telecomunicaciones
Telecom Egypt; y Maher Abaza, ministro de energía. El imperio de
Metwalli de telecomunicaciones y transportes ha quedado dividido en dos
nuevos ministerios: ministerio de Transportes, Comunicaciones y Aviación
Civil; y el ministerio de Telecomunicaciones y Tecnologías de la
Información.
El único ministro del equipo económico
que se mantiene es precisamente el encargado de coordinar el comité
económico del gobierno y ministro de economía y comercio exterior
Youssef Boutros-Ghali. Los nuevos ministros parecen estar más próximos
a los postulados proaperturistas del ministro de economía que sus
predecesores, ya que salvo alguna excepción son tecnócratas
educados a la occidental, con una mayor proyección exterior. Otro
de los relevos significativos ha ocurrido al frente del Ministerio de Petróleo,
puesto que ha recaído en Sameh Fahmy antiguo director ejecutivo de
Midor, la primera refinería privada del país, con lo que se
espera que cambie el rumbo de su predecesor y fomente la exportación
de gas y la participación del sector privado. Lo que no ha cambiado
el nuevo primer ministro, tal y como se esperaba, ha sido al núcleo
duro del gobierno donde repiten el ministro de Asuntos Exteriores Amr Moussa,
ministro de Información Safwat el-Sharif y el ministro de Defensa
M. Hussain Tantawi.
El recibimiento entre el ambiente comercial internacional
al nuevo gabinete ha sido positivo, al igual que en la bolsa egipcia que
subió tras varias semanas de apatía. Pero cuando apenas han
transcurrido seis meses desde que el nuevo gobierno se puso en marcha no
parece que hayan cambiado mucho las cosas. El primer problema que ha tenido
que atajar ha sido la crisis de liquidez. Se han preparado una serie de
medidas para pagar en nueve meses la deuda del Estado a empresas, tanto
del sector público como privado, que asciende a 25 mil millones de
dólares a través de recursos reales, es decir evitando la
antigua práctica de imprimir moneda con el consecuente repunte inflacionista.
Los mencionados recursos deben llegar del presupuesto aprobado para el 2000/2001,
el aumento en las exportaciones de petróleo (3 mil millones de dólares),
y los ingresos por privatizaciones (5 mil millones). Los círculos
financieros han dado por buenas las intenciones del primer ministro y la
actividad empieza a revivir. Pero los problemas de Egipto en su adecuación
a los mercados mundiales siguen siendo los mismos que hace diez años
pero con una sociedad mucho más alerta y preocupada, y con grandes
retos a los que hacer frente. La llamada orientación hacia la exportación
no ha funcionado como se esperaba mientras la apertura sí ha significado
la duplicación de las importaciones. La aceleración del proceso
de privatización sigue sin pasar de la primera velocidad. La esperada
privatización del primer tramo (10%) de Telecom Egypt se ha ido posponiendo
de enero de este año a abril, y ahora pospuesto una vez más
sin fecha fija. También sin fecha se encuentran otras dos privatizaciones
muy esperadas: la de uno de los cuatro grandes bancos estatales y la de
las compañías de seguros, también está previsto
que siete eléctricas locales que sean privatizadas para mediados
del 2001. Otro de los problemas que apenas ha mejorado en los últimos
diez años ha sido la ineficaz y corrupta administración, la
justicia lenta y poco transparente, los impredecibles y arbitrarios aranceles
a la importación que frenan la llegada del necesario capital internacional.
Las luchas dentro del aparato que controla el país
entre detractores y seguidores del nuevo orden económico siguen desarrollándose,
mientras la economía egipcia ha dado pasos suficientemente importantes
para que la marcha atrás ya no sea posible. La única opción
que parece quedarle a Egipto es negociar la velocidad a la que quiere realizar
esta transición, que por lo visto hasta ahora y por los apoyos estratégicos
con los que cuenta seguirá siendo muy lenta. |