Historia universal y globalización capitalista
Por: Rafael Cervantes Martínez - Felipe Gil Chamizo Roberto Regalado Alvarez - Rubén Zardoya Loureda
La
literatura al uso desborda en signos de admiración por las trascendentes
modificaciones que se operan en la sociedad contemporánea. Una multiplicidad
aparentemente inconexa de términos -recién lanzados al mercado,
resucitados o beneficiados por la coyuntura- da cuenta de esta admiración:
"cambio civilizatorio", "sociedad posindustrial", "sociedad posburguesa",
"sociedad del postrabajo", "revolución de los gerentes", "era tecnocrática",
"era del vacío", "postmodernidad", "fin de la historia", "mundialización",
"globalización" son algunos de ellos.
¿Qué les confiere
unidad y los convierte en momentos unilaterales de una misma concepción
burguesa? Por lo general, el desplazamiento o eliminación de las
determinaciones de clase, modo de producción y formación
económico-social; en una palabra, el rechazo a la concepción
marxista de la historia.
Con muy diversas acepciones, el término
globalización -muy discreto antes de la desaparición del
campo socialista- es el más frecuentemente utilizado para hacer
referencia a la metamorfosis por la que atraviesa el modo de producción
capitalista.
Aunque es posible clasificar
las teorías de la globalización a partir de las diferencias
en los criterios analíticos utilizados, no existen explicaciones
siquiera mínimamente consensuales de este término; a lo sumo,
se encuentran diversas elaboraciones que combinan -y, con frecuencia, confunden-
las causas, expresiones y consecuencias del proceso histórico que
se intenta designar con su ayuda. No pocos autores renuncian a ofrecer
una explicación coherente de la transfiguración del mundo
contemporáneo que vaya más allá de calificativos tales
como "complejo", "paradójico" o "contradictorio". A ello suele asociarse
la idea de que nos hallamos ante varias "globalizaciones simultáneas",
lo cual induce a la búsqueda de una "definición general"
mediante la combinación ecléctica de "definiciones parciales".
Estas definiciones no sólo ponen arbitrariamente el acento sobre
un momento unilateral de las transformaciones que tienen lugar a ojos vistas
en el capitalismo contemporáneo, asociadas al desarrollo de la ciencia
y la tecnología, el papel del mercado mundial, los flujos de capitales,
la flexibilización del proceso productivo, la erosión del
poder del Estado-nación o la "porosidad" de las fronteras, sino
también proyectan la imagen de un proceso inexorable en su forma
capitalista, fuera de la comprensión y el control de las naciones,
las sociedades y los seres humanos. Si diéramos crédito a
buena parte de la literatura contemporánea, tendríamos que
llegar a la conclusión de que la civilización de entre milenios
se encuentra postrada ante la Globalización: le rinde culto como
a un dios, o invoca a otros dioses para que protejan de ella a los mortales
comunes. La mayoría de las definiciones en boga conllevan la noción
de que existe una tendencia hacia la constitución de algún
tipo de gobierno o autoridad capitalista universal, dan por sentado que
para consumar este proceso sólo se requiere la conformación
de un Estado mundial.
La "globalización", nos
aseguran, ha hecho perder sentido a todos los aparatos categoriales -económico,
político, social e ideológico- que articulaban el pasado
inmediato, y ha desplazado al ser humano del papel de protagonista de la
historia. "El mundo ya no es exclusivamente un conjunto de naciones, sociedades
nacionales, estados-naciones, en sus relaciones de interdependencia, dependencia,
colonialismo, imperialismo, bilateralismo, multilateralismo"; su centro
"ya no es principalmente el individuo, tomado singular y colectivamente,
como pueblo, clase, grupo, minoría, mayoría, opinión
pública (…) De ahí nacen la sorpresa, el encanto y el susto.
De ahí la impresión de que se han roto modos de ser, sentir,
actuar, pensar y fabular". Las teorías sobre la "globalización"
generalmente aluden a ella como a un proceso que comienza con la súbita
explosión del desarrollo económico, científico y tecnológico
experimentado por el capitalismo durante las últimas décadas.
Al comparar esta explosión con "las drásticas rupturas epistemológicas
representadas por el descubrimiento de que la Tierra ya no es el centro
del universo según Copérnico, el hombre ya no es hijo de
Dios según Darwin, el individuo es un laberinto poblado de inconsciente
según Freud",(1) Ianni -y no sólo él- va aún
más allá: renuncia de manera explícita a considerar
al capitalismo de nuestros días como resultado de un proceso histórico
susceptible de ser comprendido científicamente.
En uno de los estudios más
representativos de los puntos de vista predominantes sobre el capitalismo
contemporáneo, Los límites a la competitividad, publicado
por el Grupo de Lisboa, se identifican en la literatura existente siete
"tipos de globalización", con sus correspondientes teorías.
Vale la pena enumerarlas: 1) la "globalización
de las finanzas y del capital", que supone la desregulación de los
mercados financieros, la movilidad internacional del capital y el auge
de las fusiones de las empresas multinacionales; 2) la "globalización
de los mercados y estrategias, y especialmente de la competencia", basada
en la unificación de actividades empresariales, el establecimiento
de operaciones integradas -y de alianzas estratégicas a escala mundial;
3) la "globalización de la tecnología, de la investigación
y desarrollo y de los conocimientos correspondientes", a raíz de
la expansión de las tecnologías de la información
y la comunicación -consideradas como "enzima esencial"- que facilitan
el desarrollo de redes mundiales en el seno de una compañía
y entre diferentes compañías (la globalización como
proceso de universalización del 'toyotismo' en la producción);
4) la "globalización de las formas de vida y de los modelos de consumo"
(globalización de la cultura), asociada a la transferencia y el
trasplante de formas de vida dominantes, la "igualación" de los
medios de consumo, la transformación de la cultura en "alimentos
culturales" y en "productos culturales", la aplicación del GATT
a los intercambios culturales y la acción planetaria de los medios
de comunicación, (5) la "globalización de las competencias
reguladoras y de la gobernación", vinculada a la disminución
del papel de los gobiernos y parlamentos nacionales y a los intentos de
diseño de una nueva generación de normas e instituciones
para el gobierno del mundo; 6) la "globalización de la unificación
política del mundo", asentada en la integración de las sociedades
mundiales en un sistema político y económico liderado por
un poder central; y (7) la "globalización de las percepciones y
la conciencia planetaria", derivada del desarrollo de procesos culturales
centrados en la idea de "una sola Tierra" y de movimientos que promueven
el concepto de "ciudadano del mundo". Como colofón, los autores
declaran que "ninguno de los anteriores tipos de globalización ilustra
del todo satisfactoriamente la naturaleza del proceso; de ahí que
ningún especialista pueda pretender estar más cerca de la
verdad que los demás".(2) A diferencia de estas visiones insatisfactorias,
el Grupo de Lisboa declara que su definición de globalización
está muy cerca de la que proponen McGrew y sus colegas:
La globalización hace
referencia a la multiplicidad de vínculos e interconexiones entre
los Estados y las sociedades que construyen el actual sistema mundial.
Describe el proceso a través del cual los acontecimientos, decisiones
y actividades en cualquier lugar tienen repercusiones significativas en
muy alejados rincones del mundo. La globalización se manifiesta
en dos fenómenos diferentes; el del alcance (o extensión)
y el de la intensidad (o profundización). Por un lado, define una
serie de procesos que abarcan la mayor parte del globo o que operan a escala
mundial; el concepto tiene, pues, una connotación espacial. Por
otro lado, también implica una intensificación en los niveles
de interacción, de interconexión o interdependencia entre
los Estados y sociedades que integran la comunidad mundial.(3)
Aunque, según estos autores,
"globalización no significa que el mundo venga a estar políticamente
más unido, ni que económicamente se haga más interdependiente
o culturalmente más homogéneo",(4) no cabe duda de que, también
en este caso, nos hallamos ante una de las tantas definiciones sincrónicas
y asépticas de la globalización "en general", que hacen caso
omiso de la historia del modo capitalista de producción, desligan
el proceso en cuestión de las necesidades de la reproducción
del capital en cada etapa histórica concreta de su desarrollo y
se regodean en consideraciones abstractas acerca de la "interacción",
la "interconexión" y la propia "interdependencia", con el consiguiente
escamoteo de las relaciones de dominación, subordinación
y aplastamiento características del proceso de expansión
del capitalismo.
Según el Grupo de Lisboa,
"un nuevo credo recorre el mundo": el de la competitividad, "un medio convertido
en fin y dotado del devastador sentido de confrontación y aniquilación
de los rivales", "una ideología que se instala, aún más
allá, en el santuario de lo incuestionable". La competitividad,
se nos dice, es una deformación grotesca y evitable de la competencia
(capitalista), considerada esta última como "una de las primeras
causas de movilización, creatividad e, incluso, de convivencia…"(5)
La esencia del problema radica en que la inexorable globalización
capitalista de la economía desatará fuerzas destructivas
incontrolables hasta tanto la humanidad no sea capaz de construir un "gobierno
mundial eficaz" que imponga límites a los desenfrenos de la competitividad.
La tarea consiste en alcanzar mediante la negociación, cuatro "contratos
sociales globales"(6) entre los representantes de los gobiernos, las empresas
transnacionales y la "sociedad civil mundial" (sic.), capaces de sentar
las bases de la institucionalidad global por construir, a saber, "el contrato
con las necesidades básicas", que garantice el suministro de agua
a 2500 millones de personas, alojamiento a 1500 millones y electricidad
a 4000 millones; "el contrato cultural", que promueva la tolerancia y el
diálogo entre las culturas; "el contrato democrático", que
elimine "la creciente discrepancia entre un poder económico organizado
a escala mundial mediante redes globales de empresas y un poder político
que sigue anclado en el marco nacional", y "el contrato con la Tierra",
llamado a "acelerar la puesta en marcha de los compromisos y preceptos"
adoptados en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro
en 1992.(7)
No es nueva en la historia esta postura
teórica y práctica que explica el origen de las instituciones
sociales a través del establecimiento de "pactos" entre los hombres
y apela sin descanso a las buenas voluntades y las buenas razones, sin
tomar en cuenta las leyes inmanentes del proceso histórico, en este
caso, de la producción capitalista (en particular, la ley de la
plusvalía). Los espectros de Hobbes continúan haciendo de
las suyas entre los intelectuales burgueses, ahora "de forma globalizada".
En condiciones en que, bajo los efectos de una libertad incontrolada, el
hombre continúa siendo "el lobo del hombre" y la vida en sociedad
se presenta aún como una "lucha de todos contra todos", los individuos
y grupos sociales no tienen otra opción que la de ceder una porción
de su soberanía a una autoridad superior capaz de garantizar, aún
a costo de la tiranía, las condiciones indispensables para que los
unos no terminen devorando a los otros. El quid del asunto radica en la
capacidad de negociación, de lograr un consenso, pactar, suscribir
compromisos (tanto más efectivos si son refrendados por las leyes),
de modo tal que se pueda alcanzar una forma de organización social
en la que, según palabras de Lenin, los lobos estén hartos
y las ovejas intactas.
En el caso que nos ocupa, son enteramente
aplicables las célebres palabras del Manifiesto del Partido Comunista
referidas al socialismo burgués:
Los burgueses socialistas quieren
perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas
y los peligros que surgen fatalmente en ellas. Quieren perpetuar la sociedad
actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la
burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural,
se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos.
El socialismo burgués hace de esta representación consoladora
un sistema más o menos completo. Cuando invita al proletariado a
llevar a la práctica su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén,
no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad
actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se
ha formado en ella.(8)
Una idea clave constituye el
cimiento de todas estas construcciones: el derrumbe del socialismo eurosoviético
ha devuelto a la historia su "cauce natural": el de la ampliación
indetenible -y deseable- del "área geográfica del mercado"
o, sin eufemismos, el de la universalización del capitalismo. La
globalización, se nos instruye, constituye el fundamento inexorable
del nuevo orden" "poscomunista" mundial. Vivimos en una "aldea global",
vale decir, en una comunidad capitalista mundial en proceso de armonización
y homogeneización, poblada por toda suerte de aparatos electrónicos
que acortan tiempos y distancias y univerzalizan las condiciones de vida
y las "fabulaciones" humanas. La aldea global viste, calza, come y sueña
las mercancías producidas en una "fábrica global", un universo
de relaciones capitalistas de producción cualitativa y cuantitativamente
nuevas, que no conoce departamentos estancos y ha recibido de una deidad
ignota el mandato de absorber los restantes modos de producción
y organización social. Las economías nacionales y los diversos
sectores económicos se convierten en talleres de esta fábrica,
se "entrelazan" progresivamente y revelan su carácter "complementario".
Esta interpenetración favorece la "movilidad de hombres y capitales",
con los consecuentes beneficios en términos de "libertad individual".
Supuestamente, la apertura de
la competencia internacional es justamente lo que beneficia al mayor número
de empresas y de consumidores, independientemente de su procedencia nacional,
clasista o de cualquier otra índole. La "interconexión" de
los mercados financieros logra, incluso, cubrir el déficit de capital
en los países en que existe "un excedente de fuerza laboral", lo
cual -repárese en ello- favorece su desarrollo. La prosperidad y
estabilidad del mundo capitalista desarrollado "se derrama" en las economías
de los países subdesarrollados que comercian con ellos, con lo cual
se confiere un mayor equilibrio al balance económico mundial. La
producción y la circulación de la riqueza se libran de las
ataduras territoriales y de la soberanía de los Estados nacionales,
y un nuevo tipo de soberanía, basada en la "cooperación",
la "interdependencia", la "reciprocidad", la "cohesión" y la "solidaridad",
renace bajo la forma de la supranacionalidad. La globalización,
en fin, fomenta una significativa ampliación del "área de
la modernidad" y un aumento de la "sintonía" entre el mundo desarrollado
y el subdesarrollado. Parecería que el imperialismo -ese sujeto
al que debíamos y podíamos derrotar- se ha esfumado y, en
su lugar, ha aparecido un sujeto nuevo e invulnerable, "la globalización".
Se trata, insistamos, de un proceso inexorable; todo intento de resistirse
a él u orientarlo en un sentido diferente constituye una quimera.
Una "nave espacial" sin piloto transporta a los habitantes del planeta
hacia un sitio desconocido y perdido en el cosmos.
Las construcciones científico-tecnológicas
-basadas en el amontonamiento factográfico de los más inverosímiles
descubrimientos e innovaciones- constituyen el fundamento más generalizado
de estas explicaciones. Ha llegado a convertirse en un lugar común
la deducción de todos los cambios que se producen en la "aldea global"
a partir del desarrollo de la ciencia y la tecnología, consideradas,
como norma, al margen del análisis de las leyes sociales, en particular,
económicas. De ciencia y tecnología se habla independientemente
de la reproducción del valor del capital y de las clases sociales
en pugna, en una palabra, de su forma específicamente capitalista.
Apenas se toma en consideración el hecho de que, en las condiciones
del modo de producción capitalista, la ciencia y la tecnología
no son otra cosa que capital en una de sus formas de existencia, ya sea
como mercancía o como capital productivo. Este determinismo científico
tecnológico omite el paso de la reproducción del capital
por las esferas mercantil y financiera, y ni siquiera atisba que, en lo
fundamental, son las contradicciones que se verifican en estas esferas
las que determinan la dinámica del desarrollo de la ciencia y la
tecnología. Parecería que ambas figuras mitológicas
van andando con sus propios pies y que asistimos boquiabiertos a una carrera
desenfrenada en pos de ellas. Así las cosas, no sólo el individuo
común y corriente debe ajustar sus normas de conducta y su vida
al poder impersonal de la ciencia y la tecnología, sino también,
y en no menor medida, los grandes dueños de este planeta: los monopolios
transnacionales.
Esta consideración abstracta
de la ciencia y la tecnología --es decir, su consideración
por sí mismas-- hace pasar el crecimiento de la productividad del
trabajo por crecimiento del valor, otorga los atributos del valor de uso
a la dialéctica del valor y resulta incapaz de distinguir el proceso
de trabajo del proceso de valorización. No pasan de ser referencias
externas las escasas alusiones al hecho de que el desarrollo científico
tecnológico se encuentra monopolizado -y, por consiguiente, determinado-
por un número reducido de corporaciones fundidas con los Estados
nacionales de las principales potencias imperialistas. La ciencia y la
tecnología se presentan como algo distinto de las fuerzas productivas,
y la idea del agravamiento de la contradicción entre estas últimas
y las relaciones capitalistas de producción queda como una noción
antediluviana.
No se trata de que los hombres
y mujeres de carne y hueso deban cruzarse de brazos ante lo inexorable.
Si bien es cierto, nos dicen, que la globalización implica un "mayor
bienestar generalizado" y entraña un amplio ramillete de "oportunidades",
no cabe duda que también comporta determinados "riesgos" y "retos",
a saber: puede provocar cierta asimetría en los niveles de desarrollo,
no procurar a todos las mismas "ventajas", destruir vetustas redes de solidaridad
y lazos sociales y territoriales, provocar pérdidas de seguridad
y crisis de identidad por parte de diversos sectores de la población,
poner en jaque la cultura y la tradición histórica de los
pueblos, conducir al aumento de las migraciones y al resurgimiento de fundamentalismos
nacionales y religiosos, dificultar la determinación precisa de
los "límites de desigualdad aceptables". Al nivel de Estado -y aquí
comienzan las recetas-, se impone la creación de estructuras "capaces
de afrontar la competitividad", "burocracias eficaces", el establecimiento
de "un rigor financiero muy severo", "flexibilidad laboral", "revisión
del estado social". Se impone, asimismo, alcanzar un "pacto de gobernabilidad
global", encontrar normas adecuadas para "gobernar el mundo globalizado",
"reglas legitimadoras" de las decisiones a escala mundial, congruentes
con la globalización económica,(9) en cuya formulación
participen por igual los "países del Norte" y los "países
del Sur", gobiernos y organizaciones no gubernamentales, comunidades locales
e instituciones internacionales. Estos y otros retos y riesgos deben ser
afrontados de consuno por todos los "actores" mundiales, so pena de que
se reproduzcan las condiciones que provocaron las conocidas "revueltas
contra el mercado" que agitaron todo el siglo XX.
En particular, los países
del Tercer Mundo han de poner todo su celo en la observancia de un pequeño
número de imperativos ineludibles: garantizar la "apertura económica",
privatizar y liberalizar "con espíritu pragmático", crear
espacios económicos sin fronteras capaces de generar riqueza y "amortiguar
los riesgos de la globalización", ingeniárselas para obtener
la "colaboración" de socios capaces de asegurarles ganancias; "adaptar"
los Estados de forma tal que resulten aptos para la competencia, consolidar
las "instituciones democráticas", promocionar las "libertades fundamentales"
y los "derechos humanos"; reanudar el "diálogo" con los países
desarrollados e incrementar su "participación" en las organizaciones
internacionales; aceptar someterse a "controles de eficacia, de democracia,
de competitividad"; renunciar al nacionalismo y a las posturas "antioccidentales",
asumir el modelo de las naciones desarrolladas, sustentado en el espíritu
empresarial, la innovación tecnológica y la capacidad de
dirección, trabajar "de conjunto" con ellas y ofrecer la misma respuesta
que ellas a la globalización. Aprender, en fin, a "medirse con el
mundo moderno". Las "peculiaridades" nacionales y regionales no interfieren
con las tendencias generales. Ha terminado la era de un mundo subdesarrollado
no homologable con los países del Primer Mundo.(10) Los teóricos
de la globalización neoliberal --que suelen presentarla como un
dios caído del cielo en las postrimerías del siglo XX-- apenas
recuerdan el largo camino de la noción de una historia universal
("global"), asociada por los iluministas franceses y, posteriormente, por
el idealismo clásico alemán, a la noción del progreso
y de la humanidad como un todo único, con orden, significado, sentido,
fuerzas motrices y finalidad -externa o inmanente-, como sucesión
de formas que constituyen momentos de un devenir absoluto. En efecto, a
diferencia de la concepción medieval clásica de la historia,
basada en la idea de una providencia divina que se expresa en ella y la
dirige, la Ilustración tenía como una de sus premisas fundamentales
la existencia de leyes históricas naturales. A través de
la obra de Condorcet, Herder, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y otros tantos
pensadores del "siglo de las luces", la historia humana comenzó
a ser vista como un progreso único sin desviaciones de lo inferior
a lo superior, que no sólo involucra los acontecimientos políticos,
sino la cultura toda, entendida en sentido amplio mediante la aplicación
temprana del método comparativo. Los idealistas clásicos
alemanes -Kant, Fichte, Schelling, Hegel- partían de premisas análogas:
en su filosofía, el desarrollo social se presentaba como un proceso
necesario y sujeto a leyes, bien que esta necesidad no fuera deducida de
la propia historia, considerada como un movimiento de realización
paulatina de determinadas ideas abstractas. A pesar de que, por lo general,
esta filosofía de la historia se hallaba divorciada de los acontecimientos
constatables empíricamente y de que, en no pocos casos, subrayaba
su desprecio por ellos, partía de la idea de que sólo el
estudio de la historia universal hace posible comprender la racionalidad
del proceso histórico. No se trataba de meras especulaciones, sino
de expresiones parciales y, como norma, unilaterales e hiperbolizadas,
de las transformaciones en la vida económica, política y
cultural que se iban verificando en la sociedad europea con el desarrollo
y el afianzamiento del capitalismo y de su política colonial.
Pero no es este el único
olvido en que incurren los cultores burgueses del fetiche de la globalización:
tampoco constatan que uno de los pilares de la concepción marxista
de la historia moderna es la idea de la ruptura necesaria y objetiva de
las barreras de todo tipo, incluidas las nacionales, que obstaculizan el
libre desarrollo de las relaciones sociales. Frente a esta amnesia, es
preciso insistir en que el pensamiento emancipador marxista tiene como
premisa el reconocimiento de que, a partir del afianzamiento de las relaciones
capitalistas de producción y del surgimiento de la gran industria
y del mercado mundial, la historia de la humanidad deviene en historia
universal, se va constituyendo progresivamente como una totalidad universal
con respecto a la cual cada uno de los pueblos y naciones constituyen momentos
orgánicos.(11) "Cuanto más se destruye el primitivo encerramiento
de las diferentes nacionalidades por el desarrollo del modo de producción,
del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir
por vía espontánea entre las diversas naciones -escriben
Marx y Engels en La Ideología Alemana-, tanto más la historia
se convierte en historia universal…"(12) Y en el Manifiesto del Partido
Comunista consignan con palabras que parecen más bien una premonición:
Mediante la explotación
del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita
a la producción y al consumo de todos los países. Con gran
sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose
continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción
se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas,
por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino
materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y
cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino
en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas
con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para
su satisfacción productos de los países más apartados
y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y
la amargura de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal,
una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto
a la producción material, como a la intelectual.(13)
A diferencia de la visión que
resulta de las geniales especulaciones del pensamiento precedente, Marx
y Engels demuestran que la historia universal no existió siempre,
sino constituye un resultado del proceso histórico, a saber, el
proceso de progresiva y necesaria universalización de las relaciones
capitalistas de producción. En los marcos de las formaciones sociales
primitiva, esclavista y feudal, la historia de la humanidad se desarrollaba
como una serie de procesos locales paralelos; a pesar de que, en su decursar,
los nexos e influencias mutuas entre los pueblos (el comercio, las migraciones,
y las relaciones culturales), se hacían cada vez más estrechos
y estables, éstos tenían un carácter episódico
y, lejos de constituir una necesidad interna para su desarrollo, eran frecuentemente
destruidos por la influencia de diversas causas externas.
Las sociedades precapitalistas
se encontraban tan aisladas del resto del mundo que, con frecuencia, al
ser barridas por la historia, se llevaban consigo su cultura material y
espiritual.(14) Sólo el capitalismo, al crear un mercado mundial
único, dio origen a un proceso de universalización de la
historia en sentido estricto, es decir, transformó el nexo casual
y episódico existente entre los pueblos, en un nexo necesario y
constante, llamado a superar el enclaustramiento precedente de las diferentes
comunidades humanas.
Desde este punto de vista, la
universalización de la historia no constituye una tendencia abstracta
-per se- hacia la interconexión de los destinos humanos, inscrita
en alguna página del libro de la Providencia o en las conclusiones
de una doctrina filosófica, política o económica,
sino la forma histórica necesaria en que tiene lugar la formación,
la consolidación y la expansión del modo capitalista de producción.
Justamente este modo de producción,
desde sus propios orígenes, desató el proceso de universalización
de las relaciones humanas, al barrer con las trabas de las sociedades anteriores
y simplificar la estructura social, suprimir el fraccionamiento de las
relaciones económicas, la propiedad y la población. El agente
transformador de esta historia fue el capital -no la carabela, la brújula
o el astrolabio-, con su inmanente tendencia expansiva y su necesidad de
conquistar nuevos territorios. La formación de la historia universal
tiene lugar a través de la creación del sistema colonial
del capitalismo y la explotación -en primer término, la esclavización-
de la enorme mayoría de la humanidad por la burguesía de
un grupo de naciones europeas. Marx y Engels no sólo destacan la
decisiva significación de las colonias para la instauración
de la sociedad burguesa, sino establecen un vínculo orgánico
entre el proceso de acumulación originaria del capital y la consolidación
del modo de producción capitalista a escala universal, por una parte,
y el surgimiento y desarrollo el sistema colonial, por otra:
La manufactura y, en general,
el movimiento de la producción experimentaron un auge enorme gracias
a la expansión del trato como consecuencia del descubrimiento de
América y de la ruta marítima hacia las Indias orientales.
Los nuevos productos importados de estas tierras, y principalmente las
masas de oro y plata lanzadas a la circulación, hicieron cambiar
totalmente la posición de unas clases con respecto a otras y asestaron
un rudo golpe a la propiedad feudal de la tierra y a los trabajadores,
al paso que las expediciones de aventureros, la colonización y,
sobre todo, la expansión de los mercados hacia el mercado mundial,
que ahora se hacía posible y se iba realizando día tras día,
daban comienzo a una nueva fase del desarrollo histórico (…) La
colonización de los países recién descubiertos sirvió
de nuevo incentivo a la lucha comercial entre las naciones y le dio, por
tanto, mayor extensión y mayor encono.(15)
Sin embargo, es importante señalar
que, según Marx y Engels, la sociedad capitalista únicamente
es capaz de crear las condiciones para una auténtica universalización
de las relaciones entre los hombres, identificada por ellos con el proceso
de liberación de cada individuo concreto en la multiplicidad de
sus nexos sociales. En su opinión, la historia sólo puede
convertirse totalmente en historia universal o, lo que es lo mismo, en
verdadera historia humana, bajo las condiciones de una revolución
comunista mundial:
Con el derrocamiento del orden
social existente por obra de la revolución comunista (…), la liberación
de cada individuo se impone en idéntica medida en que la historia
se convierte en historia universal (…) Sólo así se liberan
los individuos concretos de las diferentes trabas nacionales y locales,
se ponen en contacto práctico con la producción (incluyendo
la espiritual) del mundo entero y se colocan en condiciones de adquirir
la capacidad necesaria para poder disfrutar de esta multiforme y completa
producción de toda la tierra (las creaciones de todos los hombres).
La dependencia omnímoda, forma plasmada espontáneamente de
la cooperación histórico-universal de los individuos, se
convierte, gracias a esta revolución comunista, en el control y
la dominación consciente sobre estos poderes, que, nacidos de la
acción de unos hombres sobre otros, hasta ahora han venido imponiéndose
a ellos, aterrándolos y dominándolos, como potencias absolutamente
extrañas.(16)
Esta es exactamente la perspectiva
de Lenin, quien asume como punto de partida teórico y práctico
el hecho de que Marx y Engels habían demostrado científicamente
el carácter inexorable del movimiento del capitalismo hacia una
totalidad mundial y que este movimiento sólo podría concluir
con la superación histórica de esta formación económico
social y la construcción de la sociedad comunista. Sobre esta base,
su atención se centró en la comprensión de la forma
histórica concreta en que tenía lugar el proceso de universalización
del capitalismo y de las contradicciones antagónicas que este proceso
engendraba en el período de transición del capitalismo premonopolista
al monopolista. En otros términos, su atención se centró
en el estudio del imperialismo, que inauguraba una nueva etapa en el proceso
de universalización de la historia, signada ahora por el imperio
del capital monopolista sobre los destinos humanos. El interés de
Lenin no era sólo teórico: de las conclusiones a las que
arribara dependían la estrategia y las tácticas de lucha
del partido bolchevique, orientadas a acelerar la revolución comunista
mundial o, lo que es lo mismo, a impulsar por vía comunista la universalización
del proceso histórico.
El propósito de Lenin
no era simplemente constatar de forma abstracta la nueva escalada en el
proceso de interconexión de todos los pueblos y naciones, en virtud,
digamos, de la generalización del ferrocarril, el automóvil,
la incipiente aviación u otras "maravillas" de la ciencia y la tecnología,
sino en demostrar que la concentración del capital, el monopolio
y, consecuentemente, la negación de la libre competencia, habían
conducido a que la universalización del proceso histórico
desde las primeras décadas del siglo XX tuviera lugar a través
de la expansión imperial (en "sentido moderno") de las principales
potencias capitalistas y de un nuevo reparto del mundo entre ellas, realizado
por la fuerza:
El capitalismo ha desarrollado
la concentración hasta tal extremo que ramas enteras de la industria
se encuentran en manos de consorcios, trusts, asociaciones de capitalistas
multimillonarios; y casi todo el globo terrestre está repartido
entre estos "reyes del capital", bien en forma de colonias o bien de países
envueltos en las tupidas redes de la explotación financiera. La
libertad de comercio y la competencia han sido sustituidas por la tendencia
al monopolio, a la conquista de tierras necesarias para invertir en ellas
capital, sacar de ellas materias primas, etcétera.(17)
Por supuesto, Lenin no se regodea
con palabras incoloras e indeterminadas del tipo "interacción",
"interconexión" e "interdependencia"; su exposición, por
el contrario, desborda en términos precisos y "duros", en correspondencia
con la naturaleza objetiva de los procesos históricos que analiza:
"opresión", "saqueo", "anexión", "conquista a sangre y fuego",
"maquinaria de exterminio", "explotación de las colonias", "explotación
de negros, hindúes", de "indígenas tratados bestialmente",
"conversión del mundo "civilizado" en un parásito que vive
sobre el cuerpo de los centenares de millones de hombres de los pueblos
no civilizados", "consolidación de la esclavitud en las colonias
mediante un reparto más "justo" y una explotación más
"aunada" de las mismas", "prolongación de la esclavitud asalariada".(18)
Por otra parte, aunque, como norma,
la literatura contemporánea lo ignora o se esfuerza por ignorarlo,
desde las primeras décadas del siglo, la eventualidad de una integración
supranacional del capitalismo monopolista se había situado en el
centro del debate teórico. Al revelar el carácter apologético
de la teoría del "ultraimperialismo" de Kautsky y de la concepción
del "interimperialismo" de Hobson, según las cuales el desarrollo
de los monopolios conduciría a la atenuación de las desigualdades
y de las contradicciones de la economía mundial, Lenin resaltaba
los hechos económicos, políticos y sociales que evidenciaban
la agudización de los conflictos existentes entre las principales
potencias imperialistas, y demostraba que la expansión del capital
financiero conduce a la acentuación progresiva de las contradicciones
en sus ritmos de recimiento y que las únicas vías -siempre
temporales- para la solución de estas contradicciones son la crisis
y la guerra.
Asimismo, ponía de manifiesto
que las mayores conquistas alcanzadas por el naciente imperialismo en materia
de concentración económica se verificaban, fundamentalmente,
en el plano nacional.
Aunque Lenin no descartaba la posibilidad
de una transnacionalización del imperialismo, partía del
supuesto de que esta tendencia -por cierto, sumamente abstracta en su época-
estaría condicionada por la resistencia y la oposición que
éste encontrara en su desarrollo, especialmente por los plazos históricos
en que tuviera lugar la revolución mundial contra el capital. La
forma y los límites del desarrollo transnacional del capitalismo
monopolista de Estado estarían determinados sustancialmente por
los desafíos políticos que lograran imponerle las fuerzas
del trabajo que, a su pesar, él mismo contribuía a organizar.
No cabe duda -afirma Lenin- de que
la tendencia del desarrollo es hacia un trust único mundial, que
absorberá todas las empresas sin excepción y todos los Estados
sin excepción. Pero ese desarrollo se opera en tales circunstancias,
con tal ritmo, en medio de tales contradicciones, conflictos y conmociones
--no sólo económicos, sino también políticos,
nacionales, etc., etc.-- que sin duda alguna antes de que se llegue a un
trust mundial único, a una asociación mundial "ultraimperialista"
de los capitales financieros nacionales, el imperialismo deberá
inevitablemente estallar y el capitalismo se transformará en su
contrario.(19)
Este contrario, por supuesto,
es la revolución comunista que, en una determinada fase de su desarrollo,
tendría a los "Estados Unidos del Mundo" como "forma estatal de
unificación y libertad de las naciones,(20) por oposición
a la idea de un Estado Mundial imperialista destinado a garantizar las
condiciones políticas necesarias para asegurar el imperio de un
eventual monopolio económico universal.
Rebasaría los límites
de este artículo referirnos con detalle a tres procesos históricos
que incidieron de manera decisiva en la marcha hacia la universalización
de las relaciones humanas: por una parte, la Revolución de Octubre
de 1917 y el surgimiento del campo socialista mundial tras el fin de la
Segunda Guerra Mundial -que abrieron una oportunidad, históricamente
malograda, de facilitar el avance de la humanidad hacia la construcción
de una totalidad orgánica universal comunista, por oposición
al entonces incipiente proceso de transnacionalización del capital
monopolista-; y, por otra, la desaparición de la Unión Soviética
y los Estados socialistas europeos, como proceso regresivo que sirvió
de catalizador de la metamorfosis del capitalismo monopolista de Estado
en capitalismo monopolista transnacional y constituyó el fundamento
objetivo de las más recientes apologías del modo capitalista
de producción cobijadas bajo la bata esterilizada de "teorías
de la globalización".
De modo que "globalización"
en modo alguno constituye una nueva categoría, una nueva tendencia
o forma histórica de organización de las relaciones sociales
de producción material y espiritual, sino apenas una nueva manera
de designar un proceso histórico de larga data, intuido por la filosofía
de la historia de los siglos XVIII y XIX y explicado científicamente
por Marx y Engels. En todo caso, la idea de que la humanidad representa
un todo único, o bien progresa hacia una totalidad histórica
universal, llegó a convertirse en una plaza fuerte e, incluso, en
un lugar común para lo más avanzado del pensamiento filosófico
y social de aquella época. Por consiguiente, la tarea no consiste
hoy en demostrar por enésima vez que la humanidad avanza hacia una
totalidad mundial, mediante la sustitución del término clásico
de historia universal por el de globalización, mundialización
o cualquier otro. La reedición en nuestros días de las consideraciones
y discusiones abstractas antaño suscitadas al respecto no pasa de
ser un divertimento académico o la ejecución de una estrategia
diseñada para desviar la atención de uno de los problemas
cardinales que se alzan ante el pensamiento revolucionario: el problema
de la forma capitalista, incluida la forma imperialista, en que ha tenido
y tiene lugar la universalización (o, si se quiere, la "globalización")
de la historia, el problema de sus fuerzas motrices y de sus determinaciones
y contradicciones históricas concretas -económicas, políticas,
sociales e ideológicas. Las teorías actuales de la globalización,
como norma, no hacen más que regresar en forma vulgar al nivel de
desarrollo conceptual alcanzado por el pensamiento premarxista. La renuncia
voluntaria o involuntaria al método marxista de análisis
del modo de producción capitalista y su sustitución por un
pluralismo metodológico difuso y por una amalgama de datos empíricos
y elucubraciones de carácter general conduce, también en
este caso, a la volatilización de las determinaciones propiamente
capitalistas del proceso de universalización de la historia humana,
a la hiperbolización e hipertrofia de unos u otros momentos suyos
-supuestamente neutros con respecto a toda determinación de formación
económico social-, sobre todo de aquellos que presentan el espurio
"rostro humano" de los adelantos científico- tecnológicos.
El cuadro idílico que resulta de esta maniobra de ilusionista se
aviene en grado sumo con los intereses del sector de la burguesía
que promueve un "nuevo orden" capitalista transnacional e intenta presentarlo
como "el mejor de los mundos posibles".
Por supuesto, nada hay que objetar
a la utilización del término globalización en el sentido
de la forma actual en que tiene lugar el proceso de universalización
del desarrollo histórico de la humanidad, salvo que se pasen por
alto las sutilezas que se esconden detrás de sus resonancias cabalísticas.
Tenemos en cuenta, primero, la idea engañosa de que es posible distinguir
la "globalización como tal" (en sí o por sí) de la
globalización del capitalismo, mediante una abstracción del
proceso histórico real de reproducción del capital que constituye
su contenido; en tal caso, se supone implícitamente que las abstracciones
tienen una existencia real junto a los objetos o procesos de los cuales
constituyen un momento y, en correspondencia, que al lado o por encima
del proceso de globalización del capital, existe alguna otra globalización
en abstracto (por lo general, la globalización de la ciencia y la
tecnología consideradas como sujetos autodeterminados); segundo,
la representación de que la globalización supone una ruptura
radical con la historia precedente del capitalismo (y no únicamente
una metamorfosis de este modo de producción), de la cual se deriva
buena parte de la diversidad infinita de pseudoconceptos iniciados con
el prefijo "post" que engalana la literatura de las dos últimas
décadas y pretende desvirtuar el aparato categorial elaborado por
Marx para el análisis de la sociedad burguesa; tercero, la representación
difusa de que existen "muchas globalizaciones" yuxtapuestas, destinada
a arrojar sombra sobre la determinación esencial de este proceso
único: la forma actual en que tiene lugar la reproducción
del capital; cuarto, la hiperbolización, implícita en imágenes
tales como "aldea global" o "sociedad global", de los niveles reales alcanzados
por el proceso de universalización de la historia humana, que contribuye
a ocultar o atenuar las contradicciones y conflictos reales que gravan
este proceso; quinto, la noción desmovilizadora, promovida por el
discurso neoliberal, de que la humanidad avanza hacia una totalidad social
(capitalista) homogénea de la que todas las naciones y todos los
ciudadanos del planeta son o serán beneficiarios; sexto, la tendencia
a sustituir con el término globalización -utilizado con frecuencia
en un sentido políticamente aséptico- los conceptos de capitalismo,
imperialismo, colonialismo, neocolonialismo, dominación y otros
que expresan adecuadamente la esencia de la etapa actual de universalización
de la historia humana; séptimo, la percepción de que la expansión
global de la dominación capitalista ha cerrado toda posibilidad
a las luchas de los explotados y los oprimidos contra el capital, o, en
otros términos, el reconocimiento implícito o explícito
de la impotencia de las fuerzas revolucionarias para transformar el mundo.(21)
La mejor forma de someter a crítica la ideología imperialista
de la globalización es ofrecer un estudio del capitalismo contemporáneo
en su condición de capitalismo monopolista de Estado que avanza
hacia la transnacionalización. No se trata exclusivamente de ofrecer
una "respuesta ideológica" -necesaria, sin dudas-, al efecto desmoralizador
de semejante ideología, sino también, y ante todo, de esclarecer
las circunstancias históricas concretas en que se desenvuelve la
lucha de las fuerzas revolucionarias en la actualidad. No es indiferente
para estas fuerzas la forma en que tiene lugar la universalización
del capitalismo, sus contradicciones inmanentes, las tendencias de su desarrollo,
los espacios que reproduce y crea para la organización del proletariado
y, en general, de los sujetos oprimidos, para la lucha revolucionaria.
En nuestra opinión, la
esencia de la metamorfosis histórica que se intenta captar con el
término "globalización" puesto de moda tras la bancarrota
de la URSS y el campo socialista europeo, se expresa adecuadamente con
la idea de la transnacionalización desnacionalizadora del capitalismo
monopolista de Estado. Se trata de una transnacionalización subordinante
de la aplastante mayoría de las naciones y pueblos del mundo, no
de una internacionalización en la que cada pueblo y nación
integre su cultura material y espiritual al acervo común de la humanidad,
en pie de igualdad con los restantes. El contenido real que se expresa,
se encubre o se hiperboliza con el término globalización
es la metamorfosis del capitalismo monopolista de Estado en capitalismo
monopolista transnacional: un proceso de ruptura de las barreras nacionales
-economías, fronteras geopolíticas, Estados, códigos
jurídicos, culturas e identidades- que obstaculizan el libre desarrollo
de los monopolios transnacionales, en beneficio de una élite burguesa
que ha logrado apropiarse de la mayor parte de las riquezas del mundo.
La concentración monopolista transnacional del capital y el poder
político, la transnacionalización del monopolio y del Estado
imperialista, constituye la esencia de la metamorfosis del capitalismo
contemporáneo y es, al mismo tiempo, el hilo conductor que nos permite
desentrañar la embrollada madeja de las "globalizaciones".
Al plantear el problema en estos
términos, el énfasis no simplemente se pone en la constatación,
hoy día trivial, de la creciente interconexión de los destinos
históricos de la humanidad contemporánea, sino, en primer
lugar, en el hecho de que el capital ha alcanzado un nivel transnacional
de concentración, cuya forma dominante y cuyo sujeto fundamental
es el monopolio transnacional, personalizado en una nueva oligarquía,
la burguesía financiera transnacional; y, en segundo lugar, en la
ley del desarrollo desigual inherente al modo de producción capitalista,
en particular, a su fase imperialista, en la constatación de la
forma antagónica en que tiene lugar el proceso de universalización
de las relaciones económicas, políticas, sociales e ideológicas,
es decir, en el reconocimiento de que este proceso transcurre bajo el signo
de la explotación del trabajo asalariado y la marginación
subordinante de franjas crecientes de la población mundial, y en
medio de agudas confrontaciones económicas y políticas entre
las diferentes clases y sectores sociales, nacionalidades, naciones y regiones,
entre los diversos espacios geoeconómicos y en el interior de ellos,
entre los diferentes sectores de las burguesías y en el interior
de estos sectores.
Lo anterior supone, en primer
término, deshacer el mito de que, desaparecido el campo socialista
eurosoviético, el mundo asiste a un proceso inexorable de universalización
y homogeneización del capitalismo, a la victoria histórica
y a la extensión lógica del sistema de relaciones sociales
basado en la compraventa del trabajo asalariado; y consignar, en segundo
término, el hecho decisivo de que la transnacionalización
del capitalismo monopolista de Estado no universaliza la relación
capital-trabajo, que constituye el fundamento del modo de producción
capitalista, sino, por el contrario, lleva aparejada la acentuación
de los efectos sociales de la ley de la población formulada por
Marx en El Capital, una colosal e insostenible superproducción de
población con respecto a las necesidades reales del capitalismo,
que no sólo crea la situación paradójica -constatable
a partir de estadísticas simples- de que, en el mundo de la fibra
óptica y las computadoras de enésima generación, casi
dos terceras partes de la humanidad nunca han levantado un teléfono,
y más del 98% de ella jamás ha visto una de las imágenes
de Internet, sino convierte en un estorbo a la mayor parte de la población
del planeta. Un modo de producción cuya condición de existencia
es la destrucción de los modos que le precedieron históricamente,
está obligado a perpetuarlos, en un proceso de inclusión
excluyente, antinatural y preñado de contradicciones escandalosas.
Notas:
1- Ver: Octavio
Ianni. Teorías de la globalización, Siglo Veintiuno Editores,
México D.F., 1995, pp. 3-4.
2- Ver: Grupo
de Lisboa (bajo la dirección de Ricardo Petrella). Los límites
a la competitividad, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, p. 52. Con este
último criterio coincide Luis Javier Garrido, quien afirma que "las
políticas llamadas "de la globalización" han constituido
un desafío al que hasta ahora los intelectuales no han sabido responder
con claridad, y la confusión sigue prevaleciendo." Luis Javier Garrido.
"Nuevas reflexiones sobre el neoliberalismo realmente existente", Introducción
a La Sociedad Global, de Noam Chomsky y Heinz Dieterich, Editora Abril,
La Habana, 1997, p. 7.
3- Citado por:
Grupo de Lisboa (bajo la dirección de Ricardo Petrella).Op. cit.,
p. 53.
4- Ibíd.
5- Ibíd,
p. 11.
6- Por "contrato
global" --escriben los autores—"se entiende la definición y promoción
de principios, fórmulas institucionales, mecanismos financieros
y prácticas conducentes a someter la asignación de los recursos
materiales e inmateriales del mundo al interés general y, más
concretamente, a la satisfacción de las necesidades esenciales de
los pueblos más pobres. El objetivo de cada contrato global "social"
es estimular el desarrollo de la riqueza mundial en la forma más
aceptable desde el punto de vista humano, social, económico, medioambiental
y político" (Ibíd, p.188).
7- Ver: Ibíd.,
pp. 186-202.
8- Carlos Marx
y Federico Engels. "Manifiesto del Partido Comunista", en: Obras Escogidas
en 3 tomos, t. I, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 135.
9- "Esa es
la gran contradicción que tendremos que enfrentar en el siglo XXI:
a la globalización del sistema productivo, del área económica,
no le siguió en la misma proporción una definición,
también global, en el plano del poder." Fernando Henrique Cardoso.
"Gobernabilidad y democracia: desafíos contemporáneos", en:
Gobernar la globalización. Ediciones Demos, México D. F.,
1997, p. 19.
10- Ver: Lamberto
Dini. Conferencia Magistral dictada en el Aula Magna de la Universidad
de La Habana el 10 de junio de 1998 (material repartido entre los asistentes)
Un plan de acción "ante la globalización" --más edulcorado
e igualmente irrealizable en los marcos del capitalismo-- es presentado
por los participantes en la "Cumbre Regional para el Desarrollo Político
y los Principios Democráticos", realizada en Brasilia en julio de
1997, quienes también parten del supuesto de la inexorabilidad de
la globalización capitalista e intentan reformarla sobre la base
de "principios éticos y democráticos": "Los principios democráticos
se expresan hoy como política de la inclusión.
Esta exige de nosotros cuando
menos ocho compromisos. El primero, desterrar la corrupción de la
política. El segundo, resolver los conflictos de intereses dentro
de los países, en democracia y por la vía del diálogo
y la negociación. El tercero, detener el armamentismo, especialmente
de alta tecnología, propiciado por los países productores
de armas, y proscribir la guerra como forma de solución de disputas
fronterizas. El cuarto, procurar la seguridad y la paz para todos. El quinto,
darle prioridad a la infancia y a la juventud en la solución de
los problemas sociales (…) El sexto, eliminar la impunidad de las autoridades
públicas y de todos los poderes fácticos, y propiciar la
capacidad de los ciudadanos para ejercer el debido control del poder. El
séptimo, impartir educación para todos a lo largo de toda
la vida, garantizando la igual calidad de la misma. El octavo, conservar
el medio ambiente, la biodiversidad y la calidad de la vida urbana". "Plan
de Acción de la "Cumbre Regional para el Desarrollo Político
y los Principios Democráticos", Brasilia, 6 de julio de 1997, en:
Gobernar la globalización, ed.cit., p. 234.
11- "La unidad
de la economía mundial, con la integración de todas sus partes
sin excepción en un sistema de relaciones labrado por el capital
y colocado bajo la dominación de los países capitalistas
centrales, es una realidad desde hace un siglo. El 'mercado mundial' ya
estaba constituido cuando Marx escribía y había evolucionado
en su constitución sistémica cuando aparecieron los escritos
clásicos sobre el imperialismo de Rosa Luxemburgo, Rudolf Hilferding,
Nicolás Bujarin y Vladimir Lenin". Francois Chesnais. "Contribución
al debate sobre la trayectoria del capitalismo a finales del siglo XX",
en: Renán Vega Cantor (Editor), Marx y el siglo XXI, Ediciones Pensamiento
Crítico, Bogotá, 1997, p. 400.
12- Carlos
Marx y Federico Engels. "Feuerbach. Oposición entre las concepciones
materialista e idealista (I Capítulo de La Ideología Alemana)",
en Obras Escogidas en 3 tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1973,
t. I, p.36. "La gran industria -escriben más adelante los autores-
universalizó la competencia (…), creo los medios de comunicación
y el moderno mercado mundial, sometió a su férula el comercio,
convirtió todo el capital en capital industrial y engendró,
con ello, la rápida circulación (el desarrollo del sistema
monetario) y la centralización de los capitales. Por medio de la
competencia universal obligó a todos los individuos a poner en tensión
sus energías hasta el máximo. (…) Creó por primera
vez la historia universal, haciendo que toda nación civilizada y
todo individuo, dentro de ella, dependiera del mundo entero para la satisfacción
de sus necesidades y acabando con el exclusivismo natural y primitivo de
naciones aisladas, que hasta ahora existía. (…) Finalmente, mientras
la burguesía de cada nación seguía manteniendo sus
intereses nacionales aparte, la gran industria creaba una clase que en
todas las naciones se movía por el mismo interés y en la
que quedaba ya destruida toda nacionalidad…" Ibíd., p. 60.
13- Carlos
Marx y Federico Engels. "Manifiesto del Partido Comunista", en: Ed. cit.,
p.114.
14- Ver: Carlos
Marx y Federico Engels. "Feuerbach. Oposición entre las concepciones
materialista e idealista (I Capítulo de La Ideología Alemana)",
en: Ed. cit., p. 54.
15- Ibíd.,
p. 56. Véase también: Carlos Marx y Federico Engels. Manifiesto
del Partido Comunista, ed. cit., p. 112. Si bien durante el período
de la acumulación originaria del capital, el saqueo había
sido la característica fundamental de la relación de las
metrópolis europeas con sus colonias, ya hacia mediados del siglo
XVII estas últimas comenzarían a convertirse también
en mercados de consumo y contribuirían a incrementar el comercio
exterior de las metrópolis. Con el advenimiento del capitalismo
industrial, la importancia del comercio exterior con las colonias alcanza
tales proporciones éstas se convierten en eslabones imprescindibles
del mercado mundial. Ver: "Prólogo" a Carlos Marx y Federico Engels.
Sobre el sistema colonial del capitalismo, Editorial Cartago, Buenos Aires,
1964, pp. 7-25. Sustituyendo el término clásico de
historia universal por el de globalización, David Harvey escribe
con toda razón: "Ciertamente desde 1492, e incluso desde antes,
empezó el proceso de globalización del capitalismo y nunca
ha dejado de revestir una profunda importancia en su dinámica. Por
eso, la globalización ha sido una parte integral del desarrollo
capitalista desde su mismo nacimiento." David Harvey. "La Globalización
en cuestión", en: Renán Vega Cantor (Editor). Marx y el siglo
XXI. Una defensa de la Historia y del Socialismo, ed. cit., p. 420.
16- Carlos
Marx y Federico Engels. "Feuerbach. Oposición entre las concepciones
materialista e idealista (I Capítulo de La Ideología Alemana)",
ed. cit., p. 36-37.
17- Vladimir
Ilich Lenin. "El socialismo y la guerra", O. C., t. 26, p. 331-332 (el
subrayado es nuestro). "El mundo -puntualiza Lenin- está ya repartido
entre un puñado de grandes potencias, es decir, de potencias que
prosperan en el gran saqueo y opresión de las naciones. Cuatro grandes
potencias de Europa --Inglaterra, Francia, Rusia y Alemania-- con una población
de 250 a 300 millones de habitantes y con un territorio de unos 7 millones
de kilómetros cuadrados, tienen colonias con una población
de casi quinientos millones de habitantes (494,5 millones) y con un territorio
de 64,6 millones de kilómetros cuadrados, es decir, casi la mitad
de la superficie del globo (133 millones de kilómetros cuadrados
sin la zona polar). A ello hay que añadir tres Estados asiáticos
--China, Turquía y Persia--, que en la actualidad están siendo
despedazados por los saqueadores que hacen una guerra de "liberación",
a saber, por el Japón, Rusia, Inglaterra y Francia. Estos tres Estados
asiáticos, que pueden denominarse semicolonias (en realidad, son
ahora colonias en un 90%), cuentan con una población de 360 millones
de habitantes y una superficie de 14,5 millones de kilómetros cuadrados
(es decir, casi el 50% más que la superficie total de Europa). (…)
Así es cómo, en la época del más alto desarrollo
del capitalismo, está organizado el saqueo de cerca de mil millones
de habitantes de la Tierra por un puñado de grandes potencias. Y
en el capitalismo es imposible cualquier otra organización." Vladimir
Ilich Lenin. "La consigna de los Estados Unidos de Europa", O. C., pp.
375-376
18- Véase
en la Obras Completas de Vladimir Ilich Lenin, por ejemplo: "El derecho
de las naciones a la autodeterminación", t. 25; "La bancarrota de
la II Internacional", t. 26; "El socialismo y la guerra", t. 26; "La consigna
de los Estados Unidos de Europa", t. 26; "El imperialismo, fase superior
del capitalismo", t. 27; "El programa militar de la revolución proletaria",
t. 30; "El imperialismo y la escisión del socialismo", t. 30; "La
revolución proletaria y el renegado Kautsky", t. 37.
19- Vladimir
Ilich Lenin. "Prefacio al folleto de Bujarin 'La economía mundial
y el imperialismo'", O.C., t. 27, p.103.
20- Ver: Vladimir
Ilich Lenin. "La consigna de los Estados Unidos de Europa", O. C., p. 377.
21- Sobre este último
punto, Osvaldo Martínez apunta: "La globalización de la economía
mundial no es una mentira ni una perversa invención transnacional.
Es un proceso objetivo del capitalismo de nuestros días, pero en
modo alguno equivale al triunfo universal y definitivo de ese sistema,
ni a la abolición de las contradicciones entre clases sociales o
entre países o regiones, ni a la cancelación de las transformaciones
revolucionarias, ni tampoco a la inevitable adopción, como camisa
de fuerza, por todos los países, de un cierto patrón de conducta
en su política interna y externa." Osvaldo Martínez. "Globalización
de la economía mundial: la realidad y el mito", en Cuba Socialista,
N° 2, 1966, p. 13.