La desnacionalización de la Burguesía.
A partir del desmembramiento de México, en
América Latina empezó a desarrollarse una conciencia nacional
antiexpansionista que se correspondía cabalmente con el fenómeno
que la había provocado la creciente expansión territorial
de los Estados Unidos a la costa de los países próximos y
el desembozado intento de los gobernantes norteamericanos por anexar a
su país algunos territorios del Caribe.
Esa emergente conciencia nacional se profundizó
en las décadas siguientes, especialmente al calor de las acciones
filibusteras de Walker en Centroamérica, que mostraban un desarrollo
cualitativo del expansionismo yanqui, que ya no se limitaba a irrespetar
las fronteras de sus vecinos o ambicionar la posesión de las restantes
colonias españolas en América -como Cuba y Puerto Rico- sino
que atentaba contra la soberanía de países independientes
y formalmente constituidos, pretendiendo recolonizarlos y convertirlos
en países vasallos, sometidos a su dominio y explotación.
Ese carácter de franca agresión internacional
que poseían las agresiones expansionistas norteamericanas en aquel
periodo, determinó que la oposición a la misma revistiesen
en nuestros piases un carácter "nacional", es decir que, aunque
sea limitadamente, participaran de ellas las oligarquías locales,
temerosas de que el audaz expansionismo anglosajón afectara sus
intereses de dominación interna. Así se explica el hecho
de que prominentes líderes oligárquicos -algunos tan notoriamente
antinacionales- como el ecuatoriano Gabriel García Moreno, que aplaudió
la intervención francesa en México y solicitó un protectorado
francés para el Ecuador- hayan participado en la denuncia y activa
oposición al expansionismo norteamericano.
Por otra parte, el carácter embrionariamente
nacional de esa conciencia expansionista se manifestaba en los valores
históricos-culturales que la sustentaban, y que eran expuestos como
prueba de la superioridad de la "alma latina" sobre el rudo y utilitarista
"espíritu anglosajón".
Con la emergencia histórica del imperialismo,
iniciada en las últimas décadas del Siglo XIX, la expansión
norteamericana en el continente adquirió un carácter cualitativamente
distinto. En vez de la clásica guerra de agresión -como las
efectuadas contra México y Canadá- o las expediciones colonialistas
-como las de Walker- los estados Unidos desarrollaron mecanismos de penetración
económica y sojuzgamiento político, destinados a adquirir
el predominio económico y político sobre los demás
países del continente sin recurrir a la guerra y a la ocupación
territorial.
Esos mecanismos eran, fundamentalmente, una audaz
política de exportación de capitales hacía los países
latinoamericanos y un ambicioso proyecto de "integración panamericana".
La exportación de capitales, a su vez, se
ejercitaba de dos formas paralelas y complementarias: mediante inversiones
directas de los monopolios yanquis en los países latinoamericanos,
que buscaban controlar sectores claves de su economía (especialmente
la producción de materias primas requeridas por las industrias norteamericanas),
y a través de empréstitos públicos y privados, otorgados
casi siempre a cambio de otras concesiones económicas o políticas
por parte del país receptor: tierras para plantaciones, facilidades
aduaneras, bases carboníferas o navales, derechos de tránsito
por el territorio, ect.
Por su parte, la política "panamericanista"
-iniciada en 1888, por el Secretario de estado James Blaine- buscaba la
creación de una "Unión comercial de la Repúblicas
Americanas", destinada a "asegurar mercados más extensos para los
productores de cada uno de los referidos países"(1)
Si bien es evidente que todos estos mecanismos tendían,
como se ha dicho antes, a imponer el predominio económico-político
de los estados Unidos sobre el resto del continente, había también
en ellos un implícito "contenido de clase", en tanto que buscaban
vincular con el proyecto imperialista -desde luego, de modo subsidiario-
a las oligarquías latinoamericanas.
Esta vinculación revestía variadas
formas: establecimientos de lazos mercantiles entre los monopolios yanquis
y la burguesía comercial latinoamericana; asociación de poderosas
familias oligárquicas a los negocios e inversiones norteamericanas
en sus respectivos países; creciente dependencia de los propietarios
de plantaciones con relación a los precios y cuotas fijadas por
el mercado mundial; otorgamiento de empréstitos extranjeros a determinadas
empresas de la oligarquía nativa, etc.
El históricamente rápido establecimiento
de esta red de intereses sobre el imperialismo y los sectores más
"modernos" de la burguesía latinoamericana provocó, entre
fines del siglo pasado y las primeras décadas del actual, lo que
Ricurte Soler ha denominado como una mutación cualitativa en el
seno de la sociedad latinoamericana... Lo que podríamos llamar una
fractura en la historia de su desarrollo. (2)
En la práctica, esa mutación significó
un cambió de actitud de la burguesía latinoamericana en su
conjunto -al menos, de sus sectores más desarrollados- con relación
al imperialismo. Así, la clase que antes había liderado la
resistencia nacional al expansionismo yanqui, por el carácter de
"agresión internacional" que revestían las acciones de éste,
devino en la nueva coyuntura histórica en aliado y agente local
de los intereses imperialistas, asumiendo un carácter cada vez más
antinacional.
Al amparo de esa nueva "alianza internacional de
clases" establecida en el continente y en el marco de un nuevo equilibrio
mundial, resultante de la primera guerra mundial, la penetración
económica norteamericana cobró especial vigor en América
latina. En el corto lapso transcurrido entre 1914 y 1924, las inversiones
directas e indirectas de los Estados Unidos en el área pasaron de
3513 a 10.753 millones de dólares (3), lo que equivale a decir que
crecieron en más del 300%, mientras que las inversiones británicas
apenas crecieron un 5,6%, pasando de 756 a 800 millones de libras esterlinas
(4).
Un fenómeno parecido ocurría en el
comercio exterior latinoamericano, los Estados Unidos avanzaron firmemente
hacía el papel de principal socio comercial de América Latina
ente 1910 y 1923, relegando a Inglaterra a un distante segundo lugar. En
efecto, en el plano enunciado, las importaciones latinoamericanas provenientes
de los Estados Unidos subieron del 23,5% al 36,6 en tanto que las británicas
bajaron del 20,02% al 19,42% (5).
Más notorios fueron aún el crecimiento
de los Estados Unidos y la declinación de Gran Bretaña como
compradores de las exportaciones latinoamericanas. En el mismo periodo
señalado, los Estados Unidos pasaron a adquirir el 34,46% de esas
exportaciones, a adquirir el 45,64% de las mismas. Entre tanto, Gran Bretaña,
que en 1910 compraba el 28,87% de esas exportaciones, pasó en 1923
a adquirir apenas el 16,43% de ellas (6).
En síntesis: en 1923, los Estados Unidos
vendían a los países latinoamericanos casi el doble que Inglaterra
y les compraban casi el triple que ésta. Es más: superaban
ligeramente en ventas, en el mercado latinoamericano, a Gran Bretaña,
Alemania y Francia juntas; y compraban a América Latina un 69% más
que el conjunto de esos países europeos (7).
Detrás de estas cifras, ya de por sí
impresionantes, se escondía la brutal realidad de la creciente dominación
imperialista sobre nuestros países, una dominación que en
los países de América Central y el Caribe (excepto las colonias
británicas) era ya hegemonía absoluta.
Así, Honduras estaba en manos de los monopolios fruteros
de United Fruit, Standard Fruit y Cuyamel, y la Rosario Mining Co.; Nicaragua
era controlada por la United Fruit, la empresas mineras de Vanderbilt y
el trust financiero de Brown and Co.; Costa Rica tenía enajenado
su ferrocarril central y su producción bananera a la United Fruit,
empresa que controlaba también controlaba la producción bananera
y todo el sistema ferroviario de Guatemala, y que poseía el más
grande latifundio de Colombia; la banca y la producción azucarera
de cuba, la república Dominicana y Haití estaban en manos
de Rockefeller y los monopolios azucareros yanquis, respectivamente; el
canal, el ferrocarril, la banca y el comercio exterior de Panamá
estaban controlados por el gobierno y las empresas norteamericanos; y en
México, pese a la revolución, los monopolios norteamericanos
eran dueños del 35% de la producción petrolera, del 80% de
la minería, del 50% del servicio telefónico y de grandes
porcentajes de otras ramas de la economía.
Vista en la perspectiva de los intereses latinoamericanos,
esa creciente penetración económica norteamericana constituía
no sólo una pérdida del control de nuestros países
sobre sus recursos naturales, su aparato productivo y su comercio exterior,
sino también una amenaza implícita contra su soberanía,
dado el estrecho contacto existente entre los intereses monopólicos
yanquis y la política intervencionista de los gobiernos norteamericanos.
Prueba de ello eran el hecho de que, desde fines
del siglo XIX, las intervenciones militares estadounidenses ya no se efectuaban
en busca de posesión territorial sino con el declarado fin de "proteger
los intereses y las propiedades norteamericanas", lo que, en el lenguaje
imperial, significaba barrer con toda oposición nacional que se
levantara frente a los desafueros del imperialismo yanqui. La única
excepción a esa política pareció ser la toma de Cuba
y Puerto rico, tras la guerra hispano-norteamericana. Sin embargo, strictu
sensu, tampoco se trato de una intervención militar al viejo estilo,
es decir de una guerra de conquista contra un país independiente,
sino el resultado de una guerra intercolonialista, en la cual el vencedor
arrebató al vencido sus posesiones coloniales. Además, no
hay que olvidar que, en el caso de Cuba -sin duda la más importante
de las posesiones adquiridas- los estados Unidos prefirieron otorgarle
una independencia mediatizada, bajo la sombra de la Enmienda Platt, antes
que mantenerla bajo su directo dominio colonial.
Por otra parte, la existencia de respaldo local
para las intervenciones yanquis, desde comienzos del presente siglo, prueba
que algunas burguesías latinoamericanas ya habían concluido
su mutación histórica, volviéndose totalmente funcionales
a la dominación imperialista.
El Proyecto Nacional del Liberalismo.
El carácter crecientemente antinacional asumido
por la burguesía latinoamericana ante la emergencia del imperialismo,
va a provocar un reajuste ideológico en la sociedad latinoamericana.
La emergente pequeña burguesía, constituida en fuerza sociopolítica
de creciente significación al calor de la reforma liberal, va a
asumir históricamente la representación ideológica
de los intereses nacionales frente al nuevo "bloque antinacional", es decir,
frente a la alianza del imperialismo y las clases dominantes locales.
Este proceso de radicalización de la pequeña
burguesía latinoamericana, iniciado ya a fines del siglo pasado,
fue sin duda uno de los más interesantes fenómenos de la
historia política de nuestro continente, pues dio lugar al surgimiento
de un vigoroso pensamiento nacional antiimperialista, que alcanzó
notable desarrollo ya en las primeras décadas del presente siglo.
Una de las matrices histórica de ese pensamiento
antiimperialista fue el liberalismo revolucionario que, entre fines del
siglo pasado y comienzos del actual, agitó los países del
área centroamericana, caribeña y bolivariana, mediante una
lucha internacionalista que tuvo sus más altos representantes en
los cubanos José Martí y Antonio Maceo, los nicaragüenses
José Santos Selaya y Rubén Darío, los dominicanos
Gregorio Luperón y Máximo Gómez, el ecuatoriano Eloy
Alfaro, los puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio
María de Hostos, los venezolanos Antonio Guzmán Blanco y
Joaquín Crespo, los colombianos Rafael , Juan de Dios Uribe y José
María Vargas Vila, el panameño Belisario Porras y el peruano
Nicolás de Piérola, los chilenos Francisco Bilbao y Santiago
Arcos.
Esa "internacional revolucionaria", asentada en
una avanzada ideológica reformista y una activa solidaridad entre
sus miembros, propició una serie de revoluciones liberales en el
área y respaldó decididamente la lucha de Cuba y Puerto Rico
por su independencia nacional. Su fuerza histórico-social se expresó
en la formulación de un vigoroso pensamiento nacional y en la ejecución
de una política de defensa de los intereses nacionales frente a
las ambiciones de las potencias extranjeras. Teniendo tuvo finalmente una
perspectiva aún más trascendental, al impulsar negociaciones
tendientes a concretar diversos proyectos de integración latinoamericana:
reintegración de la Gran Colombia, conformación de una Confederación
de Estados sudamericanos, integración de los países Centroamericanos
y grancolombianos en una gran federación política. Inevitablemente,
las diversas manifestaciones de ese impulso nacionalista debían
chocar con los intereses de ese emergente imperialismo. La lucha de los
revolucionario cubanos y portorriqueños por la independencia nacional
fue frustrada por la intervención militar de los Estados Unidos,
que declararon la guerra a España y le arrebataron sus colonias
caribeñas. Los intentos del gobierno nicaragüense de Zelaya
por ejercitar una plena soberanía sobre sus recursos naturales fueron
aplastados por otra intervención militar yanqui. Y el gobierno ecuatoriano
de Alfaro debió enfrentar poderosas presiones norteamericanas tendientes
a lograr la enajenación de las islas Galápagos.
Un nuevo campo de confrontación entre el
proyecto nacional del liberalismo y los intereses imperialistas fue los
de la Deuda Externa, la que pesaba onerosamente sobre la economía
latinoamericana.
En el caso del Ecuador, una serie de manejos oligárquicos,
entre torpes y dolosos, había elevado monstruosamente la Deuda Externa
del país, al punto que en 1890, después de haber pagado durante
60 años el capital y los intereses de la deuda original de 1.424.579
libras esterlinas, la nueva consolidación oficial reveló
que aún se debía 2.246.560 libras esterlinas.
Indignado por el turbio manejo oficial del problema, Eloy Alfaro
denunció dos años después que el presidente del senado,
atribuyéndose facultades que no poseía, había nombrado
como uno de los negociadores ecuatorianos ante el Sindicato Francés
de acreedores al doctor Lorenzo Rufo Peña, que era precisamente
el apoderado de ese Sindicato ante el gobierno del Ecuador (8).
Una vez en el poder, Alfaro enfrentó decididamente
el problema: decretó la suspención del pago de la deuda (14
de marzo de 1896), afirmando que el país ha(bía) condenado
por desdorosos y perjudiciales a los intereses de la nación, los
diversos arreglos efectuados por los acreedores de la Deuda Externa y que
triunfante la revolución, el gobierno que de ella surgió
no (podía) aceptar (el último arreglo) sin manchar su honorabilidad
(9).
Otro caso de conflicto con relación a la
Deuda Externa fue el de Venezuela, donde las sucesivas suspenciones del
pago de la Deuda y otras medidas nacionalistas decretadas por el gobierno
liberal de Cipriano Castro, tuvieron como respuesta inicial una insurrección
militar, financiada por el trust yanqui del asfalto New York and Bermudéz
Company, -que fue derrotada por el gobierno- y finalmente una agresión
imperialista por parte de Alemania, Gran Bretaña e Italia, que contó
con la complicidad de los Estados Unidos.
Exigiendo el inmediato pago de 161 millones de bolívares
-por una deuda que el gobierno venezolano estimaba era apenas de 19 millones-
doce barcos de guerra europeo bloquearon en diciembre de 1902 las costas
venezolanas, bombardearon los puertos y hundieron o capturaron a los cinco
barcos d de guerra con que contaba Venezuela.
La reacción venezolana fue contundente. Castro
ordena en contestación la detención de los súbditos
agresores, a los que traslada a los muelles para que sirvan de parapeto
en caso de bombardeo. Publica también una serie de proclamas en
favor de la resistencia contra la intervención, lo que provoca una
avalancha de voluntarios hacía las oficinas de reclutamiento (10).
El periódico inglés The Times relatará una escena
caraqueña de aquellos días: hablando al pueblo desde un balcón
del palacio de gobierno, mientras se oyen gritos de "muerte a los alemanes,
muerte a los extranjeros, ingleses hijos de puta", Cipriano Castro anuncia:
que las propiedades del ferrocarril británico y alemán del
país serían embargadas para equilibrar el costo d de las
naves perdidas. La multitud marcho desde la plaza hasta la embajada alemana,
concluye la nota del periódico (11).
La agresión imperialista europea contaba,
desde luego, con el beneplácito del gobierno norteamericano y de
la prensa yanqui, que demostraban así la profunda hipocresía
que se escondía tras la "Doctrina Monroe". The Washington Post editorializaba
en tono admonitorio, el 13 de diciembre de 1902: Si Venezuela está
segura de la no enajenación de su territorio gracias a la Doctrina
Monroe ¿cómo se obligará a reconocer su responsabilidad?
Los ciudadanos de los Estados Unidos pueden sentirse seguros allí
(en Venezuela), porque en el peor de los casos nosotros podemos capturar
cada pulgada de territorio venezolano. Tenemos esta alternativa que la
Doctrina Monroe prohibe a otras naciones (12).
Por su parte, el periódico británico
Manchester Guardian informaba, el 25 de noviembre, que las potencias agresoras
había puesto previamente en conocimiento de sus planes al presidente
de los estados Unidos, Teodoro Roosevelt, agregando que este había
dado su visto bueno para el ataque. La única condición que
puso el presidente -agrega el diario- fue que el castigo aplicado por cualquier
europeo no incluya la toma de suelo americano (13).
Contrastando notoriamente con la política
de "contubernio imperialista" seguida por Estados Unidos, varios países
latinoamericanos -Ecuador, Argentina, México, Chile, Bolivia, Panamá-
expresaron su público apoyo a Venezuela y repudiaron la agresión
de que era víctima ese hermano país. El Canciller Argentino
Luis María Drago hizo entonces una importante declaración,
condensando la indignación mundial provocada por la agresión
bélica de las principales potencias contra un pequeño país
latinoamericano: "la deuda pública no puede dar lugar a la intervención
armada y menos aún a la ocupación material del suelo de las
naciones americanas por una potencia europea. El cobro compulsivo e inmediato,
en un momento dado, por medio d de la fuerza, no traería otra cosa
que la ruina de las naciones más débiles y la absorción
de un Gobierno, con todas las facultades que les son inherentes, por los
fuertes de la tierra. Este cuerpo de ideas pasó luego a denominarse
"Doctrina Drago", influenciando a la convención sobre Limitación
del Uso de la fuerza para el Cobro de la Deuda Contratada, efectuada en
1907 (14). Finalmente, ante la real inferioridad militar de su país
frente a las potencias imperialistas europeas, Castro inició negociaciones
diplomáticas con éstas, que concluyeren en febrero de 1903,
con la firma d de los protocolos de Washington. La deuda se fijó
en un poco más de 40 millones de bolívares y se garantizó
su pago con la creación de impuestos adicionales para las importaciones
y ciertas exportaciones del país.
Pese a este forzado desenlace, el gobierno de Castro
siguió enfrentándose a los monopolios imperialistas en los
años siguientes. Continuó el juicio contra el trust yanqui
del asfalto, finalmente ganado por Venezuela. Dictó en 1904 un reglamento
al Código de Minas, prohibiendo las concesiones petroleras perpetuas,
poniendo a la explotación del hidrocarburo bajo el control directo
del poder ejecutivo y fijando en el 25% de las utilidades el tope mínimo
d de las regalías que debían pagar al Estado las compañías
petroleras. fijó para los contratos de minería impuestos
más altos que los anteriores. Sometió a registro barcos holandeses
que violaban leyes nacionales, lo que provocó un nuevo bloqueo contra
Venezuela. Encausó judicialmente a la Compañía Francesa
del Cable, que resistía el pago de sus impuestos. Y finalmente rompió
relaciones diplomáticas con Holanda y los Estados Unidos, en 1908,
dos años más tarde de haber tomado igual medida con Francia
(15).
El Pensamiento antiimperialista Latinoamericano.
El agotamiento del proyecto nacional de la burguesía
se produjo desigualmente en diversos piases de América Latina. En
algunos de ellos se extinguió en las décadas finales del
siglo pasado. En otros, se mantuvo hasta la primera década del presente
siglo y, como se ha señalado, llegó a enfrentarse a la penetración
económica (Venezuela) y a los planes estratégicos del imperialismo
(Nicaragua, Ecuador). Sin embargo, aún en estos últimos casos,
la transformación de la burguesía en una fuerza antinacional,
terminó por dejar sin base social al liberalismo revolucionario
y facilitó la penetración económica, la dominación
política y las intervenciones militares del emergente y vigoroso
imperialismo norteamericano.
Así, en el breve lapso de cuatro años
(1908 - 1911), el nacionalista gobierno de Castro fue sustituido en Venezuela
por el régimen entreguista y pro- yanqui de Juan Vicente Gómez;
Alfaro fue derrocado -y luego masacrado- en el Ecuador por una alianza
de la oligarquía y la "bancocracia"; y a la intervención
militar yanqui en Nicaragua llevó al derrocamiento del régimen
antiimperialista de Zelaya y a la instauración de los gobiernos
títeres de Juan José Estrada y Adolfo Díaz. En los
años siguientes, todas las intervenciones militares yanquis en América
Latina contarían con la complicidad activa o al menos la tolerancia
de las burguesías locales; en Chile, producto de una guerra civil
es derrocado el presidente liberal Manuel Balmaceda.
Fue esa circunstancia que la pequeña burguesía
asumió en nuestros países el liderazgo de la causa nacional
y generó, a partir de la propia existencia histórica latinoamericana,
un vigoroso pensamiento antiimperialista.
Como se ha dicho antes, una de las matrices históricas
de ese pensamiento fue el liberalismo revolucionario. Cabe agregar que
la otra matriz fue el pensamiento socialista, para entonces profundamente
influenciado por las corrientes anarquistas y, en menor medida, por el
comunismo.
Ampliando el pensamiento precursor José Martí
-que, tiempo atrás, había analizado ya el carácter
económico del imperialismo y denunciado la falacia del panamericanismo-
y de José Enrique Rodó -que en su libro Ariel (1900) había
combatido las tendencias pro-yanquis que emergían en nuestra sociedad-
surgió en la segunda década de este siglo una serie de importantes
pensadores antiimperialistas, entre los que se destacaron el nicaragüense
Rubén Darío, los argentinos José Ingenieros y Manuel
Ugarte, el dominicano Max Henríquez Ureña, el peruano Víctor
Raúl Haya de la Torre, el ecuatoriano José Peralta y los
cubanos Enrique José Varona y julio Antonio Mella.
En 1923, Ingenieros alzó su prestigiosa voz
para denunciar la creciente amenaza que se cernía sobre nuestros
países. Dijo entonces: En los pocos años de este siglo, han
ocurrido en América Latina sucesos que nos obligan a reflexionar
con sombría seriedad. (Estados Unidos) ha desenvuelto hasta su más
alto grado el régimen de producción capitalistas y ha alcanzado
en la última guerra la hegemonía financiera del mundo. Con
la potencia económica ha crecido la voracidad de su casta privilegiada...
Ha crecido el sentimiento de expansión y de conquista, a punto de
que el clásico "América -nuestra América Latina- para
los norteamericanos".
...Y bien, señores: sea cual fuere la ideología
que profesamos en materia política, sean cuáles fueren nuestras
concepciones sobre el régimen económico más conveniente
para aumentar la justicia social en nuestros pueblos, sentimos vigoroso
y pujante el amor a la libre nacionalidad cuando pensamos en el peligro
de perderla, ante la naturaleza de un imperialismo extranjero.
Se trata para los pueblos de América Latina,
de un caso de verdadera y simple defensa nacional, aunque a menudo lo ignoren
u oculten muchos de sus gobernantes (16).
Cuatro años después, el gran revolucionario
ecuatoriano José Peralta, que fuera Ministro de Educación
y Relaciones Exteriores durante el Régimen de Eloy Alfaro, concluís
en su autoexilio panameño el opúsculo "La esclavitud de América
Latina", sin duda la más importante obra antiimperialista producida
hasta entonces en América.
Pariendo de un estudio histórico del expansionismo
norteamericano en el continente, Peralta efectuó una cabal descripción
del intervencionismo yanqui en la época del imperialismo. Afirmó,
entre otras cosas: Es inexplicable la ceguedad con que muchas naciones
hispanoamericanas se entregan hoy en los brazos de los anglosajones, mirándolos
como factores segurísismos de engrandecimiento y ventura de los
pueblos. ¿Miopía de espíritu, desconocimiento de la
historia americana en la última canturria, falta de iniciativas
propias o traición solapada de los dirigentes de esas infelices
repúblicas? Si esos gobernantes no son traidores, hay que juzgarlos
como incapaces de medir el presente, y mucho más de vislumbrar el
porvenir. (...) El crudo positivismo anglosajón no conoce más
brújula que el interés y la ganancia; otro estímulo
de la actividad humana, que la acumulación constante y progresiva
de riqueza; otra finalidad del Estado, que la dominación y hegemonía
sobre los demás Estados, por lo menos, en nuestro Continente.
La política internacional norteamericana
es meramente económica: toda su ciencia diplomática se reduce
a la habilidad con que tiende una red pérfida, de mallas de oro,
al rededor de las naciones que desea vencer. Si la codiciada presa no se
enreda prontamente en el lazo, vienen en auxilio del cazador, el soborno,
el cohecho, que no faltan corrompidos y traidores que venden su patria
por ambición o por codicia. Con este fin, se juzga útil entronizar
a uno d de los buenos hombres que Woodrow Wilson quería enseñar
a elegir para gobernantes de los pueblos hispanoamericanos... Y el buen
hombre, elegido al gusto de yanquilandia, suele ser un Adolfo Díaz,
traidor y asesino de su propia madre. Pero, como puede haber... algún
Girardot, que prefiera el suicidio heroico a la ignominia de ver encadenada
a su patria, se cree prudente apoyar la diplomacia con la fuerza: Allá
van almirantes y generales en tren de guerra, y siembran la muerte, el
incendio, la devastación...
Norteamérica, dueño absoluto del canal
de Panamá, se ha constituido en portero d de los mares... (y) tiene
la mira puesta en más enormes negocios: persigue la hegemonía
de América, la dominación incondicional sobre nuestras pequeñas
nacionalidades (17).
Más el análisis de Peralta no se quedaba
en los aspectos políticos del fenómeno imperialista, sino
que incluía un minucioso estudio d de los mecanismos económicos
del mismo. Sin haber conocido la teoría leninista sobre el imperialismo
y partiendo de una vertiente ideológica opuesta a la de Lenín,
el ecuatoriano identificaba en la presencia del capital financiero y de
los monopolios extranjeros la punta de lanza de la penetración imperialista,
la razón promotora del intervencionismo y una de las causas de la
creciente miseria y atraso de nuestros países. Escribió al
respecto:
Norteamérica ha concebido a su modo el derecho
de conquista, y modificado los procedimientos para establecer y cimentar
su dominación sobre os pueblos conquistados (...) La vanguardia
yanqui es el dólar, en sus múltiples fases, en sus infinitas
combinaciones, en sus diversas formas. Y los zapadores al servicio del
dólar son las misiones financieras, sapientes grupos de malabaristas
que ofrecen maravillas y prodigios a las indoctas multitudes; son los expertos
en bancos y aduanas, los controladores y asesores técnicos, que
los imbéciles y ciegos yanquizantes alquilan y pagan espléndidamente
para que esclavicen a su país; son los prestamistas filántropos
que entregan sus millones a gobiernos hambreadores o ladrones, sobre la
inapreciable prenda de la independencia nacional; son los contratistas
de obras públicas, las compañías mineras, agrícolas,
comerciales e industriales en el país, las que, según el
programa de conquista, crean esos intereses americanos que la Casa Blanca
tienen el deber de proteger con la fuerza, sojuzgando a las naciones en
que han echado raíces.
...Un gobierno incauto, cuando menos lo piensa,
resulta deudor de sumas enormes, y toca en a imposibilidad de satisfacer
ni los intereses de su fabuloso crédito... Los prestamistas y empresarios
por su parte,... monopolizan gradualmente el comercio y las industrias,
sin dejarle al país ningún beneficio, positivo... Ese pueblo
sin ventura... cae a la postre en un franco tutelaje. La Gran República
termina por declararlo incapaz de gobernarse a sí mismo; la prensa
estadounidense lo desacredita, pintándole como inepto y bárbaro,
revolucionario y bolchevique, dilapidador y vicioso, en fin, como un peligro
para la paz, armonía y civilización de América. la
república modelo no puede ser indiferente a tamaña degeneración;
y, en interés d de la humanidad, asume el tutelaje de ese pueblo
salvaje...
Minas y bosques, petróleo y empresas fiscales,
fábricas y manufacturas, ferrocarriles y muelles, obras fiscales
y municipales, todo es suyo, todo está en sus manos, sin reclamo
posible, sin remuneración alguna, sin esperanzas de reivindicaciones
futuras (18).
Poco de que Peralta escribiera su opúsculo,
aparecía en Machete, órgano del Partido Comunista de México,
un vibrante artículo del revolucionario cubano julio Antonio Mella,
cuyo título era una denuncia: La conferencia Panamericana es una
Emboscada contra los Pueblos de América. En este texto, Mella desmenuzaba
las razones y objetivos del Panamericanismo, precisamente en momentos en
que los estados Unidos se hallaban preparando la 6º Conferencia Panamericana,
que había de celebrarse en La Habana, en 1828. Una Conferencia a
la que habría de llegar también, junto con las voces sumisas
de sus delegados oficiales, la alta y valiente voz del más grande
luchador antiimperialista de nuestra América: Augusto César
Sandino.
Así, la toma de conciencia latinoamericana
cedía lugar a la acción liberadora de nuestros pueblos.
Marco Seratti
(exclusivo para PRETEXTOSS)