Muchos ciudadanos vascos asistimos,
desconcertados, al alineamiento incondicional de la
mayoría de nuestros políticos
con la criminal ofensiva bélica contra Yugoslavia.
Particularmente, pensaba que los
prebostes que nos representan en las instituciones serían
consecuentes, al menos de cara a
la galería, con el rotundo rechazo que Euskal Herria dio a la
Alianza Atlántica en el referéndum
del 86. Suponía que eran conscientes de que la implicación
en este conflicto entraña
una violación de las cláusulas de aquella histórica
consulta, así como
una vulneración del acuerdo
adoptado por el Parlamento estatal en 1995, por el que toda
intervención de tropas españolas
en el extranjero debía contar con el respaldo explícito del
Congreso. Creía, de veras,
que cincuenta años no es nada y que ningún hijo de esta tierra
brindaría apoyo a otro bombardeo
sobre poblaciones civiles, a otro Gernika.
Asimismo, resulta sorprendente que
nuestra clase política se posicione casi unánimemente del
lado de quienes han suplantado a
la ONU (único representante legítimo de la comunidad
internacional), convirtiéndonos
en cómplices de este atropello. Con todo, lo que más me ha
llamado la atención ha sido
la escasa perspicacia de la mayoría de líderes nacionalistas
a la
hora de analizar esta compleja crisis.
Todo parte de un error inicial de planteamiento,
seguramente inducido por un instinto
de identificación con la propia naturaleza del conflicto: la
lucha del UCK por la autodeterminación.
Sólo que el caso de Kosovo, lejos de asemejarse al
de Euskal Herria, podría
encajar mejor con las maquinaciones secesionistas de un Adem
Mosquerha cualquiera en el escenario
futuro de una Euskadi independiente. Como bien decía
Eduardo Haro-Tecglen, Arzalluz y
compañía "creen que el pueblo kosovar, que no existe
(albaneses refugiados en Kosovo
porque la historia fue siempre cruel con ellos), es como el
suyo: oprimido por un poder central".
El segundo gran error de muchos políticos
abertzales radica en no haber tenido en cuenta que
la OTAN actúa siempre en
función de los intereses de sus miembros y en una escala
directamente proporcional al peso
específico que ostenta cada uno de ellos. En semejante
contexto, las aspiraciones del pueblo
vasco de alcanzar su plena soberanía se verían
aplastadas por la importancia estratégica
y económica que para la Alianza tiene el Estado
español. A este respecto,
no conviene menospreciar la advertencia de los mandamases
occidentales durante la cumbre de
Washington, donde manifestaron su intención de poner
freno al "peligro de los nacionalismos
excluyentes", justo el mismo estribillo que usan Aznar y
González para calificar el
sentir político de los abertzales.
A estas alturas, nadie con un mínimo
de higiene mental puede poner en duda que el ataque
aliado ha agravado drásticamente
las consecuencias del enfrentamiento civil que sufre Kosovo.
De momento, la "humanitaria" ofensiva
de estas fuerzas de "paz" se ha saldado con un éxodo
masivo, al tiempo que ha arrasado
numerosos "objetivos militares" yugoslavos entre los que,
por lo visto, figuran también
hospitales, escuelas, canales de televisión (esa es su libertad
de
expresión), monasterios,
trenes, autobuses, aldeas, zonas residenciales e, incluso, caravanas de
refugiados, con el fatal balance
de varios centenares de víctimas civiles que han pasado a
engrosar las frías estadísticas
de los llamados "daños colaterales".
Que nadie se engañe. El hecho
de que las potencias occidentales hayan decidido hacer oídos
sordos a las tres propuestas de
alto el fuego, aparentemente razonables, realizadas por
Belgrado revela las verdaderas ambiciones
de los aliados. No en vano, lo último que se puede
hacer en política es negarse
a dialogar, y considerando que lo que está en juego es la suerte
de
miles de personas, cualquier ser
humano bienintencionado ha de convenir en que dichas
propuestas deberían haber
merecido, al menos, el beneficio de la duda.
De todo ello se infiere que la OTAN
antepone la victoria militar y sus propios intereses a la
paz y al sufrimiento de las víctimas.
Como apuntaba un responsable de la ayuda humanitaria en
Kosovo, Occidente "está jugando
con los refugiados porque sus problemas no son
prioritarios. Interesa hablar de
ellos porque justifica la intervención militar ante las opiniones
públicas de los países
implicados". Y es que, lo que en realidad persigue la NATO es imponer
su hegemonía en la región,
lo que incluye el control del rico subsuelo de Kosovo y del
oleoducto que proviene del Cáucaso,
y forzar la rendición del régimen "rebelde" de
Yugoslavia, un país políticamente
incorrecto en ese nuevo orden internacional diseñado por
EEUU.
Del mismo modo, esta arrogante cruzada
ha puesto de manifiesto, una vez más, la doble vara
de medir que utilizan los capos
de la comunidad mundial, que han lanzado un ataque de castigo
contra Yugoslavia mientras siguen
cerrando los ojos a los abusos de sus compinches en
Kurdistán, Palestina o el
Sahara Occidental. He ahí la legitimidad moral de la OTAN, una
organización militar capitaneada
por una superpotencia de pistoleros que masacró a miles de
indios para colonizar sus tierras
(eso sí que fue limpieza étnica), que arrojó la bomba
atómica
sobre dos poblaciones civiles, que
convirtió Vietnam en una carnicería, que invadió Granada
y
Panamá, que apoyó
a Pinochet y a la contra nicaragüense, que sigue ahogando a varios
países
mediante prepotentes bloqueos, que
aplica la pena de muerte a menores, que contamina más
que nadie y que es el principal
moroso de la ONU. Claro que todas estas "menudencias"
pasan casi siempre desapercibidas
por obra y gracia de la poderosa maquinaria de
propaganda occidental, volcada en
intoxicar a la opinión pública con informaciones
tendenciosas (a propósito,
ya se ha desvelado que las imágenes aéreas de las supuestas
fosas
comunes eran burdas manipulaciones),
a fin de satanizar la figura del rojo Milosevic y, por
extensión, del pueblo serbio.
La historia se repite en los Balcanes.
En vez de mediar, Occidente ha insistido en avivar el
fuego de la discordia con injerencias
interesadas y amenazas inadmisibles que, en última
instancia, se han materializado
en esta repugnante agresión militar. Y, para colmo, la tendremos
que pagar a escote.