MALTRATO PSICOLÓGICO CONTRA LA MUJER
Por
Andrés Montero Gómez
Publicado
en LA RAZÓN, 7 de marzo de 2002
El dolor físico que
produce en una mujer la agresión de su pareja cesa, se mitiga cuando
los sensores somáticos apropiados dejan de enviar comunicaciones
a los centros nerviosos encargados de procesarlo. Tras el golpe, tras la
paliza, el organismo acciona mecanismos de reajuste que se encargan de
restañar las heridas, de rehabilitar en la medida de lo posible
un equilibrio que en situaciones de tortura no puede ser más que
precario, pues la exposición a la amenaza supedita la salud a la
movilización sostenida del sistema de alerta de la víctima,
siempre en tensión, agotado. Incluso, en entornos de agresión
constante el cuerpo eleva sus umbrales perceptivos y el dolor acumulado
se siente menos, se soporta más. Con todo, a pesar de las heridas
y cicatrices que los golpes dejan en la piel, el mayor impacto en las mujeres
víctimas de violencia por parte de sus parejas masculinas trasciende
los confines fisiológicos del organismo, pues es atribuible a las
repercusiones psicológicas, a
las secuelas emocionales
inherentes a las agresiones en una relación íntima.
La violencia, en cualquier
escenario, tiene un efecto bidimensional, actuando nocivamente sobre la
víctima tanto en un plano físico como psicológico.
En el ámbito de la violencia contra la mujer en contextos domésticos,
las agresiones siempre provocan
consecuencias de índole
psicológica asociadas a las lesiones físicas producto de
los golpes. Las expresiones de deterioro psicológico encontradas
en las víctimas de maltrato habitual oscilan entre la ansiedad crónica
o la depresión por desesperanza,
hasta la configuración
de cuadros psicopatológicos como el síndrome de estrés
postraumático. En este síndrome la mujer violentada es invadida
por constantes pesadillas y pensamientos interferentes protagonizados por
su agresor, se encuentra dominada por una respuesta de alarma desajustada
que la hace hipersensible al entorno, y su cuerpo y mente se convulsionan
cada vez que evocan un lugar, un recuerdo del ambiente donde sufre o sufriera
la violencia.
Todos estos efectos son generalmente
identificables a posteriori, se hacen patentes cuando se detecta la violencia.
Sin embargo, en el espectro de modos denigrantes de anular a otro ser humano,
encontramos otro tipo de maltrato no ligado necesariamente a violencia
física alguna, más lento, más sutil, más silente,
difícil de detectar, pero no menos insidioso
y a veces bastante más
destructivo: el maltrato psicológico.
La renovada legislación
penal española de abril de 1999 reconoce el maltrato psicológico
habitual como tipología delictiva en causas de violencia familiar.
No obstante, pocas son las ocasiones en que puede demostrarse judicialmente
su presencia y grave incidencia en la salud de la mujer maltratada. El
maltratador psicológico no usa de la fuerza de sus manos o piernas,
no utiliza objetos para golpear, no agrede sexualmente. Su violencia tiene
el mismo objetivo que la aplicada por medios físicos, anular y dominar
a la víctima, pero sus recursos son distintos. Prevaleciéndose
de su acceso al recinto íntimo de seguridad y confianza construido
en la pareja, el abusador psicológico pone en práctica un
repertorio diverso de tácticas inscritas en una estrategia general
de extinción progresiva de la identidad de la víctima. A
menudo enmascarado entre conductas seudoafectivas dirigidas a desorientar
emocionalmente a la mujer, el abuso psicológico se encarna en desvalorizaciones;
amenazas encubiertas; conductas de restricción de la libertad de
la mujer; críticas y ridiculización de aspecto, iniciativas
y personalidad; culpabilización y, en torno a ello, un paulatino
aislamiento que reduce las probabilidades de escape de la víctima
y la expone traumáticamente a un entorno deshumanizante. El conjunto
tiene un resultado acumulativo que debilita el sentido de la identidad
de la víctima, desposeyéndola de referentes y minando subrepticiamente
la capacidad de inserción equilibrada en su propio entorno vital.
La integridad psicológica de la mujer abusada se fragmenta y ella
comienza a sentirse insignificante, pequeña, avergonzada de ser
y
existir.
Detectar el abuso psicológico
y fijar su existencia mediante medios de prueba es un reto todavía
no afrontado con claridad por el sistema de asistencia a las víctimas.
En este sentido, el rol de disciplinas como la Psicología Forense
y el impulso de la
investigación aplicada
-en la delimitación conceptual del fenómeno y en la provisión
de instrumentos válidos de evaluación- se consideran indispensables
en la exacta determinación de las condiciones de convivencia de
una pareja donde se perpetúa un agresor. El maltrato psicológico
está subyacente, a menudo sin alcanzar el estatus de prueba, en
la práctica totalidad de causas penales por violencia doméstica
y en la mayoría de causas civiles de separaciones contenciosas.
En paralelo, unida a la apropiada instrumentación de medios
por parte del sistema de justicia, es necesario extender la concienciación
de la población en general acerca la naturaleza e implicaciones
del abuso psicológico, un área poco explorada pero cuya comprensión
es imprescindible y nuclear para desterrar ciertas dinámicas deshumanizantes
de las relaciones de pareja.
Andrés Montero es
Presidente de la Asociación Española
de Psicología de la Violencia