“La legitimación social del arte es su asocialidad. Para conseguir la reconciliación las obras de arte auténticas tienen que borrar cualquier recuerdo de reconciliación. Tampoco existiría esa unidad, en la que no faltan elementos disociativos, si no existiera la vieja reconciliación. Las obras de arte, a priori, son socialmente culpables, mientras que cada una de ellas, que merezca tal nombre, trata de borrar su culpa”[iii].
[i] Adorno, T.,
Crítica cultural y sociedad, Sarpe, Madrid, 1984, p. 248.
[ii] Adorno, T.,
Dialéctica negativa, Taurus, Madrid, 1992, pp.203 y ss.
[iii] Adorno, T.,
Teoría estética, Orbis, Barcelona, 1983, p.307.
[iv] “La obra de arte realmente conseguida es aquella cuya forma procede de su contenido de verdad; no necesita borrar de sí las huellas del devenir por el que llegó a ser, de su carácter artificial; lo fantasmagórico en cambio es la contrapartida cuando la obra se manifiesta como conseguida en lugar de soportar su carácter artificial, por el que quizá lograría el éxito; tal es la moral de las obras de arte” (Adorno,
op.cit., p. 248).
[v] La operación crítica no conduce a una
negación total, sino a lo que Adorno y Horkheimer denominan, siguiendo a Hegel, una «negación determinada». En
Dialéctica del Iluminismo (Sudamericana, México, 1997)
, Adorno, T. y Horkheimer, M., explican: “La negación indiscriminada de todo lo positivo [es] la fórmula estereotipada de la nulidad (...)” (
op. cit., p. 38). En vez de tratarse de una operación abstracta y apriorística, la
negación determinada apunta a cuestionar “las representaciones imperfectas de lo absoluto”, sin erigirse ella misma en esa posición. De lo que se trata, entonces, es de la “negación de la reificación” (
op. cit., p. 11), esto es, de negar la aceptación de lo real representado como cosa intransformable o naturaleza inmutable.
[vi] Desde una perspectiva diferente, G. Bataille también enfatiza la tesis de la autonomía relativa de la literatura, remarcando que la literatura siempre fue “movimiento irreductible a los fines de una sociedad utilitaria” (Bataille, G.,
La felicidad, el erotismo y la literatura, Adriana Hidalgo Editora, Argentina, 2001, p. 150). No se trata entonces de sustituir una utilidad económica (privilegiada por
las industrias culturales) por una utilidad política, sino de asumir la
parcial independencia de lo artístico con respecto a otros campos sociales, lo que por un lado niega la fórmula del “arte por el arte”, sin por ello caer en la negación de una lógica interna que,
necesariamente, se articula con otras dimensiones de la existencia social.
[vii] “El realismo, a causa de ese mínimo imprescindible de estilización, reconoce su propia imposibilidad y se deshace virtualmente a sí mismo. La industria de la cultura ha convertido esto en un engaño de masas” (
Teoría estética, p.325).
[viii] En un nivel más amplio, cf. la aguda crítica epistemológica realizada por H. Putnam con respecto al realismo, en
Las mil caras del realismo,
Paidós I.C.E., Barcelona, 1994.
[ix] Adorno, T.,
Teoría estética, p.337.
[x] Tomar esta estética como objeto de comentario no me compromete con todas sus premisas teóricas, entre las que sus connotaciones aristocratizantes juegan un papel nada menor. Para una crítica a la “estética pura”, cf., Bourdieu, P.,
La distinción, Taurus, 1988, Madrid. Esta estética no está exenta de algunos problemas teóricos quizás
insolubles dentro de su propio tejido. La corriente que se dio en llamar “estética de la recepción”, por ejemplo, ha cuestionado la falta de consideración de esta teoría con respecto al lugar activo del lector. Lo dicho, sin embargo, no invalida la recuperación selectiva de algunas de sus reflexiones más punzantes, que no sólo mantienen actualidad, sino que además, ponen en cuestión
cierto lirismo banal caracterizado por su amnesia con respecto al sufrimiento humano y a su relación con el orden social existente.
[xi] Me remito aquí al excepcional libro de Paul Ricoeur:
La metáfora viva, Trotta, Madrid, 2001.
[xii] Tomo el concepto de «ideología» no como «falsa conciencia» sino como «proceso de producción de ideas y significados». En general, existe dentro de la tradición marxista una
tendencia a limitar el concepto de ideología a un proceso distorsionante, presentando dificultades para comprender el proceso fundamental que es la formación de una conciencia práctica, inescindible al proceso social material. Pensarlos de forma separada conlleva la consideración de lo ideológico como instancia segunda, lo cual es erróneo ya que “(...) los vínculos prácticos que existen entre las «ideas» y las «teorías» y la «producción de la vida real» se encuentran todos dentro de este proceso de significación social y material” (Williams, R.,
Marxismo y literatura, Península, Barcelona, 1980, p. 89).
[xiii] Para una teoría de la hegemonía, cf. Williams, R.,
Marxismo y literatura; y Laclau, E. y Mouffe, Ch.,
Hegemonía y estrategia socialista, S. XXI, Madrid, 1997.
[xiv] En
Dialéctica del Iluminismo, Adorno y Horkheimer señalan el estado de regresión que sufrió la humanidad con la institucionalización de la Ilustración, que prometía la liberación de los humanos. Se trata de una autodestrucción del iluminismo que en vez de haber dado lugar a una fase histórica más humanizada, ha dado lugar a un “nuevo género de barbarie” (sic), del cual el nazismo y el fascismo son sus puntos cúlmines y no su negación.
[xv] Zizek, S.,
El objeto sublime de la ideología, Siglo XXI, México, 1992, pp. 56-7. Cf. también Sloterdijk, Peter,
Crítica de la razón cínica, Siruela, España, 2003.
[xvi] En un trabajo sorprendente y heterogéneo, Deleuze y Guattari remarcan que el capitalismo no se reproduce por un engaño de las masas –aun cuando vaya contra sus intereses de clase o sus posiciones objetivas- sino por cierto agenciamiento
reaccionario del deseo colectivo. “No es un problema ideológico [en el sentido de
falsa conciencia], de desconocimiento y de ilusión, es un problema de deseo,
y el deseo forma parte de la infraestructura. (...) Una forma de producción o de reproducción social, con sus mecanismos económicos o financieros, sus formaciones políticas, etc., puede ser deseada como tal, totalmente o en parte, independientemente del interés del sujeto que desea” (Deleuze, G., y Guattari, F.,
El Antiedipo, Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Barcelona, 1995.p. 110).
[xvii] Kafka, F.,
La Muralla China, Cultura, Barcelona, 2001, p. 38.
[xviii] La noción de lo político como
dimensión instituyente de la sociedad, puede consultarse en Castoriadis, C.,
Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto, Gedisa, Barcelona, 1995. También Castoriadis se refiere a lo «político» como «autoinstitución efectiva de la sociedad», diferenciado claramente de un sistema de partidos o de unos aparatos estatales (cf., VVAA,
La sociedad contra la política, Altamira, Uruguay, 1993).
[xix] Ello no supone, desde luego, olvidar que existen responsabilidades
diferentes (dependientes de las posiciones que cada uno ocupa)
, pero remarca la condición compartida de esta responsabilidad relativa a la construcción del mundo social efectivo.
[xx] De los numerosos estudios realizados al respecto, pueden consultarse al respecto Verón, E.,
La semiosis social, Gedisa, Barcelona, 1988;
y Pecheux, M.,
Hacia un análisis automático del discurso.
[xxi] La categoría de antagonismo social como estructurante de las identidades individuales y colectivas es desarrollada ampliamente en Laclau, E.,
Nuevas reflexiones sobre la revolución en nuestro tiempo, Nueva Visión, Buenos Aires, 1990.
[xxii] Paradójica situación, cuando la literatura ha sido un campo central en la reflexión teórica del marxismo y otros movimientos intelectuales de izquierda. Desde el formalismo ruso y checo hasta el estructuralismo francés, pasando por la Escuela de Frankfurt y los estudios culturales ingleses (ligados a la Escuela de Birmingham y a algunos autores afines), por mencionar algunos casos célebres.
[xxiii] “Se olvida que la lucha presupone un acuerdo entre los antagonistas sobre aquello que merece la pena luchar y que queda reprimido en lo ordinario, en un estado de
doxa, es decir, todo lo que forma el campo mismo, el juego, las apuestas, todos los presupuestos que se aceptan tácitamente, aun sin saberlo, por el mero hecho de jugar, de entrar en el juego. (...) En realidad, las
revoluciones parciales que se efectúan continuamente dentro de los campos no ponen en tela los fundamentos mismos del juego, su axiomática fundamental, el zócalo de creencias últimas sobre las cuales reposa todo el juego” (Bourdieu, P.,
Sociología y cultura, pp. 137-8)
[xxiv] “Aunque en arte no se deben interpretar sin más políticamente las características formales, también es verdad que no existe en él nada formal que no tenga sus implicaciones de contenido y éste penetra en el terreno político. En la liberación de la forma, tal como la desea todo arte nuevo que sea genuino, se esconde cifrada la liberación de la sociedad, pues la forma, contexto estético de los elementos singulares, representa en la obra de arte la relación social. Por eso una forma liberada choca contra el
status quo” (Adorno, T.,
Teoría estética, pp. 332-333).
[xxv] Cf., Hall, S., “La cultura, los medios de comunicación y el «efecto ideológico»”, en VVAA,
Sociedad y comunicación de masas, Fondo de Cultura Económica, México, 1981. Allí nos dice, recuperando las reflexiones de Gramsci sobre el sentido común: “Es precisamente su cualidad «espontánea», su transparencia, su «naturalidad», su rechazo a que se examinen las premisas en que se fundamenta, su resistencia al cambio o la corrección, su efecto de reconocimiento instantáneo y el círculo cerrado en que se mueve lo que hace del sentido común, simultáneamente, algo «espontáneo», ideológico e
inconsciente. De este modo, es su mismo «dar por supuesto» lo que lo establece como un medio en el que sus propias premisas y presuposiciones se están volviendo invisibles por su transparencia aparente” (Hall, S.,
op. cit., p. 368).