Charla-Debate
sobre la Internacional Comunista
PRESENTACIÓN
El 14 de noviembre de 2009 el MAI
participó en una Charla-Debate sobre la Internacional
Comunista organizada por la Juventud Comunista
de Zamora (JCZ) en dicha localidad y a la que también fueron invitados otras
organizaciones como el Colectivo Comunista 27 de Septiembre (CC-27S) o el PCPE,
aunque finalmente sólo participamos la
JCZ, en calidad de organizadores y con una ponencia propia,
el CC-27S y nosotros mismos. No sabemos las razones para no participar del
resto de invitados, aunque nos consta que no fueron comunicadas ni a los
propios organizadores.
Antes que nada, nos gustaría
agradecer a la JCZ
su invitación a participar, así como reconocer la labor de este joven colectivo
comunista en la lucha por la entronización y reconocimiento del
marxismo-leninismo, abriendo espacios de debate, tan necesarios hoy al
movimiento comunista (aunque algunos los desprecien), y en el estudio riguroso
de los clásicos revolucionarios, como puede apreciarse en su publicación local,
el Espacio Rojo.
Como decimos, el motivo de la charla
era la celebración del 90º aniversario de la fundación de la Internacional
Comunista (IC), siendo una excelente oportunidad para que las
organizaciones invitadas presentaran sus ideas sobre la naturaleza de este
organismo fundamental para el proletariado internacional, la experiencia de su
andadura histórica (1919-1943) y los requisitos para su reconstitución. El MAI
presentó una ponencia, que, sin ánimo, ni mucho menos, de agotar el balance
sobre esta cuestión crucial, se centraba en algunos puntos clave para el
devenir de la IC
histórica y algunas lecciones fundamentales que ésta nos legó y que, a nuestro
entender, siguen plenamente vigentes. Publicamos a continuación un texto basado
en dicha intervención.
La primera ponencia corrió a cargo
del representante de la JCZ. Publicamos
también el artículo aparecido en el Espacio
Rojo nº 16, titulado “La lucha por la Internacional
Comunista”, y en el que se basó en gran parte la intervención
del camarada zamorano. Aunque, en nuestra opinión, el artículo tiene algunas
deficiencias, que comentaremos un poco más abajo, nos parece en general un
texto positivo, pues en él pesan más los aciertos, y como tal nos parece
correcto contribuir a su difusión entre el movimiento comunista. Estos aciertos
se pueden nuclear fundamentalmente en la importancia que los zamoranos otorgan
a la lucha de dos líneas, al papel decisivo que juega la ideología en la
conformación del sujeto revolucionario, y en la crítica resultante de la
llamada unidad de los comunistas,
como método de construcción de éste, que se deja entrever en su texto.
Asimismo, nos parece que el breve análisis de las carencias de las secciones de
la IC y del
devenir de la política de Frente Popular es esencialmente correcto. También nos
gustaría resaltar el esfuerzo por darle una perspectiva histórica al análisis
político, buceando en la experiencia de nuestro movimiento para encontrar las
líneas de comunicación entre los problemas que hoy aquejan al comunismo y
fortalecen al revisionismo (espontaneísmo, sindicalismo, parlamentarismo, etc.)
y sus manifestaciones “clásicas”, y que, sin esa cultura histórica, arrastran
fácilmente a los militantes menos avisados tras tal o cual tendencia “de moda”,
debajo de las cuales suelen reproducirse tales males endémicos. Tal vez lo
único que podría añadirse a esto es que, en efecto, representan “viejos” males,
pero, y ahí radica lo inaudito de nuestra época, por primera vez, y salvo
rescoldos puntuales, han conseguido liquidar al movimiento comunista como
fuerza social efectiva.
Respecto a los comentarios críticos
que podemos hacer al texto de la
JCZ, se refieren esencialmente a dos puntos. En primer lugar,
una comprensión del marxismo que bascula hacia el positivismo y se aleja, por
tanto, de la dialéctica. En descargo de los camaradas zamoranos hemos de decir
que en su texto, más que estar explicitada, esta tendencia se intuye, y, por
otro lado, esa forma de entender el marxismo es hegemónica en la actualidad y
dominó también la tradición de nuestro movimiento. Así, el texto de la JCZ señala que la II Internacional y su partido
valedor, el SPD, “del marxismo solo reconocían su aspecto negativo, el
revisionismo, que es la antítesis del marxismo revolucionario. (…) estaba
basado en innumerables desviaciones oportunista respecto de la línea
revolucionaria. La lucha del proletariado era concebida por Kautsky, Bernstein…
como una lucha de reformas …”. La propia JCZ concibe el revisionismo,
correctamente, como la “antítesis” del marxismo, es decir, si aplicamos la
dialéctica y somos consecuentes con sus concepciones, como la contrapartida
dialéctica necesaria e inseparable
de su tesis, del “marxismo revolucionario”. Ha sido un error recurrente de los
revolucionarios hacer dejación del propio marxismo a la hora de aplicárselo a
sí mismos o a su propia teoría, lo cual no es de extrañar, pues la dialéctica
fue una de las primeras víctimas de la codificación política del marxismo y de
su maridaje con una ciencia absolutizada como forma neutra y superior de
conocimiento, servidumbre que el marxismo arrastra desde sus mocedades. Y es
que, efectivamente, la contradicción, esencia intrínseca de todo lo real,
también afecta a la ideología proletaria. Ésta se puede concebir como una
unidad de contrarios donde el marxismo coexiste con el revisionismo y lucha
contra él, lucha interna que le permite su desarrollo como teoría, de la misma
manera que ocurre con el resto de la realidad material. Así pues, es un error
concebir una teoría revolucionaria pura
e inmaculada en la que las
desviaciones aparecen como adherencias externas.
Esta forma de entenderlo, paradójicamente, lo único
que ha permitido es el fortalecimiento del revisionismo y que los oportunistas
puedan escurrir el bulto a la hora de
explicar los fracasos recurriendo a la manida teoría de la conspiración (verbigracia, el XX Congreso del PCUS, la
revolución modélica traicionada por
una camarilla –curiosamente, lo mismo que aducen los trotskistas al hablar de
Stalin-, y que lo explica todo al no explicar nada), nunca a un problema
interno, como enseña la dialéctica, para la que los factores externos sólo
actúan a través de los internos. Sin embargo, las “desviaciones” que los
camaradas zamoranos señalan son el producto necesario de la época histórica que
vio conformarse el marxismo y que facilitó la hegemonía de estas concepciones:
como hemos explicado más ampliamente en numerosas ocasiones, es la época de los
últimos coletazos de la revolución burguesa y de la acumulación de fuerzas del
proletariado y de su conformación como clase en sí sobre la base de sus
reivindicaciones económicas. Ése es el contexto que sirve de plataforma al
“espontaneísmo” y al “tradeunionismo” de la socialdemocracia, así como al
maridaje de la teoría revolucionaria con el positivismo y la absolutización de
la ciencia, expresión ideológica de la alianza del proletariado con la fracción
democrática de la burguesía contra la reacción feudal. Ésta es la base
histórica necesaria e indesligable del nacimiento del marxismo y cuyos
productos ideológicos (espontaneísmo, economicismo, sindicalismo, positivismo, etc.)
conviven contradictoriamente con el núcleo de la concepción materialista
dialéctica desde el principio. Será esta lucha interna, reflejo necesario de la
división de la sociedad en clases, la que permita el desarrollo del marxismo y
de la Revolución Proletaria,
como ejemplifica magníficamente el bolchevismo. Significativamente, los
camaradas de la JCZ
colocan a Kautsky junto a Bernstein en la tradición revisionista, lo cual, por
supuesto, está justificado con la perspectiva; pero en aquel momento Kautsky
era un ortodoxo revolucionario que se opuso y dio batalla ideológica a las tesis
bernsteinianas cuando aparecieron. Es algo que dice mucho de la unidad histórica
y contradictoria que forma el marxismo en todo momento.
En segundo lugar, la JCZ considera correcta la táctica de Frente
Único, que ven como “una fusión de la vanguardia ideológica con el movimiento
obrero, con la práctica de las masas y pudiendo conformarse en un verdadero
Partido Comunista”. Es de aplaudir ese esfuerzo por resaltar la sustantividad
de la vanguardia ideológica, el estrato social que debe ser el depositario de
la teoría revolucionaria, y esa comprensión del PC como el resultado de la
fusión del socialismo científico con el movimiento obrero, que coloca a la JCZ, a despecho de la mayoría
de autoproclamados leninistas, por la
auténtica senda del pensamiento de Lenin. Sin embargo, en su aplicación
histórica, el Frente Único nunca se considero como un método para completar la
constitución del PC, para fusionarse con lo que hoy denominaríamos vanguardia
práctica, sino que el Partido se concibe como constituido en forma de
organización de la vanguardia, siendo lo que se persigue, como señalan los
zamoranos, “ir a las masas”, a las amplias y grandes masas, pero a las que ya se encuentran
organizadas al margen de la actividad comunista, acumulando fuerzas sobre la
base de sus reivindicaciones inmediatas. Y ahí está el callejón sin salida por
el que esta táctica acabó enrumbando a la
IC y a quienes, honestamente, han intentado aplicarla
después. Porque la acumulación de fuerzas de masas sobre la base de sus
reivindicaciones inmediatas, de su movimiento espontáneo de resistencia a las
consecuencias del dominio del capitalismo, y entre sus organizaciones
parciales, formadas desde instancias ajenas a la actividad comunista y sin
influencia de ella, sólo puede apuntalar la causa última de ese dominio y
privilegiar a los sectores más elevados de las masas, esos que ya tienen
capacidad de organización y encuadramiento permanente (la aristocracia obrera).
Ese camino yermo sólo puede llevar a la vanguardia, si desea traducir inmediatamente de forma política esas
reivindicaciones de las masas, por el camino del programa mínimo reformista, antesala de la plataforma
parlamentaria, o del terrorismo, intentando excitar
ese movimiento.
Pero precisamente comprender el porqué en un momento
dado esta línea de Frente Único tiene un predicamento hegemónico y necesario
entre la genuina vanguardia revolucionaria, para pasar a convertirse, con el
desarrollo de la lucha de clases revolucionaria, en su contrario, es lo que
separa un entendimiento positivista del marxismo de su correcta concepción
dialéctica e histórica. La táctica del Frente Único tiene su sentido en una
época en la que sólo se ha empezado a transitar por la época de decadencia del
capitalismo, el imperialismo, cuando se viene en el inmediato pasado de la
época de acumulación de fuerzas y conformación de la clase en sí, cuando el
marco de actuación de la vanguardia aún es ese movimiento formado desde la
resistencia espontánea que caracteriza a esta etapa, lo que ejemplifica la II Internacional. El Frente
Único representa ese momento de transición en el que la vanguardia se
independiza del medio y proclama su vocación revolucionaria, lo que es lo mismo
que decir que el proletariado se autoniega como sujeto explotado, pero que,
falta de la suficiente experiencia en este actuar independiente, tiende constantemente
a regresar a los viejos modos de entender el movimiento revolucionario, su
génesis y su naturaleza. Así, la organización de la vanguardia, cohesionada por
el ejemplo de Octubre, se escinde del gran movimiento de masas que formaba la
socialdemocracia internacional, escisión alentada por la IC (las 21 condiciones), pero tiende constantemente a ir a buscar de nuevo
a las masas donde ya se encuentran encuadradas y donde ella misma como
vanguardia se ha formado (las secciones europeas de la IC se forman como escisiones
izquierdistas de la socialdemocracia). Además, hay que añadir a esto la
experiencia bolchevique, vanguardia de la
IC, en Rusia, donde las revoluciones burguesa y proletaria se
entremezclan en el plano político y donde el relativamente escaso desarrollo
económico hace que la aristocracia obrera sea, a diferencia de Occidente, un
estrato social escuálido, por lo que su forma genuina, el movimiento
sindicalista, es más fácilmente reconducible para el partido de la revolución,
que, como decimos, cabalga entre las tareas democráticas y socialistas. Todo
ello son factores que debemos tener en cuenta al valorar el lugar histórico del
Frente Único y su validez actual, y escapar del mimetismo dogmático con el que
se adopta esta táctica, tan propio del comunismo
actual, cegado, en el mejor de los casos, por el comprensible prestigio
histórico del bolchevismo, pero incapaz de la menor crítica histórica, primer
requisito y momento de toda vanguardia que se pretenda digna de tal nombre.
Sin embargo, nada de eso ocurre en el Occidente
plenamente imperialista, donde el Frente Único nunca consiguió su objetivo de
atraer a las masas que seguían al oportunismo hacia la revolución, y sus éxitos
siempre fueron a costa de principios y del programa revolucionarios, dándonos
como resultado, en su progresiva degeneración de un siglo, un comunismo que es el fiel lacayo de la
aristocracia obrera, alérgico a la teoría y a la propia idea de revolución. Si
en ese momento y ese contexto, hace casi una centuria, el Frente Único se nos
aparece como necesario –en el sentido de inevitable- y comprensible, seguir
insistiendo en él con la perspectiva y condiciones actuales es un crimen
contrarrevolucionario.
Pero continuemos con la crónica de la charla. Tras la
intervención de la JCZ,
tomó la palabra el representante del CC-27S que, lejos de realizar una
exposición sobre sus ideas acerca de la
IC, consideró que la intervención de la JCZ había sido suficiente, y
retomó el tema desde la escisión chino-soviética (tema que también había tocado
la JCZ). Pero
lejos de hacer una valoración histórica de esa controversia o cualquier mínimo
análisis de la misma, lo que ciertamente hubiera sido interesante, la utilizó
para enlazar directamente con la actual situación de la vanguardia. De este modo,
para el representante del CC-27S, la división del movimiento comunista a raíz
de la Gran Polémica se mantenía
tal cual, como si nada hubiera ocurrido desde entonces, con el añadido del posterior
antagonismo chino-albanés, y en el Estado español podíamos encontrar esos
mismos bloques: así, el PCPE representaría la facción pro-soviética, los
agrupados alrededor de la
Conferencia de Quito –el PCE (m-l)-, la tendencia
pro-albanesa, y, finalmente, en opinión de nuestro interlocutor, el MAI bien
podría representar la tendencia maoísta. A partir de aquí el representante del
CC-27S se mostró más interesado en buscar las posibles coincidencias políticas
con el resto de las organizaciones asistentes que por el debate ideológico.
Consideró que coincidíamos en la necesidad de reconstituir partidos comunistas
y la propia IC, pero le parecía que la reconstitución del PCE como partido
único del proletariado era poco factible, debido a la falta de una buena voluntad para llegar a la unidad de los comunistas, lo que unido a
que, para él, todavía el PCE revisionista seguía apoyado por sectores de la
clase obrera “poco formados”, hacía aún más difícil la existencia de ese
partido único. Finalmente, y de forma reiterada, alabó a la JCZ por crear estos espacios
de debate, aunque en su opinión se debía pasar de ese modelo de charla-debate a
una “jornada de debate comunista” amplia y con vistas a esa unidad, aunque para ello, de nuevo, era
necesaria esa buena voluntad que
tanto echaba en falta.
Es claro que las similitudes buscadas entre nuestra
línea y el CC-27S son más formales que otra cosa, pues evidentemente, como se
sabe, para nosotros la reconstitución del PCE está muy lejos de pasar por esa
voluntariosa unidad, que parece ser
la única vía que se les ocurre a ciertos comunistas para llegar al Partido. No
en vano, tanta insistencia en la buena
voluntad necesaria, indica que su concepción del PC es la de la unidad
intersubjetiva entre los autoproclamados comunistas, y no, como es para
nosotros, la unidad objetiva del socialismo científico con el movimiento
obrero. Por supuesto, para la primera basta con la buena voluntad de las camarillas dirigentes de los distintos
grupúsculos y un acuerdo lo suficientemente amplio en lo organizativo (cuotas
de poder y representación) y laxo en lo ideológico para dar acogida a las
clientelas que se encuentran tras dichas camarillas; es decir, basta un acto de
benigno voluntarismo (¡y aún
tendremos que aguantar como se nos tilda de “izquierdistas” a nosotros!).
Sin embargo, el representante del CC-27S, además de
los suspiros por la buena voluntad
unitaria, sí dijo algo interesante, y es que una de las principales diferencias
entre la constitución original de la
IC y el problema de su reconstitución actual, era el
prestigio del comunismo, y del marxismo añadimos nosotros, que entonces existía
y ahora no. Si se ahondara un poco más en este idea, no les sería difícil
llegar a la conclusión de que una de las principales razones de ese prestigio
del marxismo entre amplios estratos sociales, no sólo entre el proletariado, se
debía a su capacidad como teoría de vanguardia para guiar el movimiento social.
No en vano, la primigenia formulación política del marxismo, una vez asentada y
aún con todas sus limitaciones, producto del contexto histórico de su génesis, se
bastó para estremecer al mundo
durante un siglo largo. Y es ahí donde está gran parte del quid de la cuestión; tras décadas en la vanguardia de todo tipo de
luchas, a lo largo de las cuales sufrió todo tipo de añadidos, fruto de
expedientes políticos coyunturales, muchos contradictorios con su coherencia
interna (lo que nosotros denominamos desgaste del marxismo), la teoría
revolucionaria, huérfana del correspondiente balance crítico una vez pasado
cada uno de esos expedientes temporales, acabó entrando en crisis, dejando de
corresponder, como es la exigencia de toda teoría de vanguardia, al estadio más
elevado alcanzado por el conocimiento humano (lo que, por supuesto, incluye la
ciencia, aunque no se agota en ella) y la experiencia de la lucha de clases.
Ésa es la primera tarea hoy, si queremos avanzar hacia la reconstitución del
movimiento revolucionario del proletariado, a todos los niveles, nacional e
internacional, volver a colocar al marxismo, única teoría con la posibilidad de
ser un pensamiento de vanguardia, transformador, al nivel que ha alcanzado la
experiencia de la lucha de clases, fundamentalmente la experiencia de la praxis
revolucionaria del proletariado. Es esa tarea lo que nosotros denominamos
Balance, y es la primera asignatura para el levantamiento de un amplio
movimiento político revolucionario. Ésa es necesariamente la primera piedra
para que el movimiento revolucionario vuelva a ser operativo, una teoría de
vanguardia puesta al día (lo que nosotros denominamos reconstitución ideológica
del comunismo), y capaz de agrupar progresivamente en su torno a cada vez más
sectores del proletariado. Se trata, por tanto, de una problemática objetiva,
independiente de nuestra voluntad, sea ésta buena
o mala.
Pero por supuesto, si se considera al marxismo una
teoría escurrida más, una simple marca política, agitada en busca del prestigio
que aún puede ostentar entre algunos sectores sociales debido a su glorioso
pasado, no es necesaria, es más, resulta enojosa, esta insistencia en el papel
de la consciencia y de las problemáticas teóricas. Si lo que se busca no es el
horizonte de la emancipación y del Comunismo, sino un hueco en el saturado
mercado de la política posible,
entonces, por supuesto, cualquier problemática relacionada con la construcción
del nuevo mundo desde la libertad, desde la consciencia, es decir, los
cimientos del edifico de la Revolución
Proletaria, resulta aburrida cháchara de intelectuales (¡que pensaría de sus supuestos
seguidores aquel renano que dejó gran parte de su vida entre los libros del
British Museum!). Si lo que se busca no es la formación de cuadros de la
revolución, de auténticos tribunos del
pueblo, educados en el amplio campo de la historia de la lucha de clases y
de las relaciones de todas las clases entre sí, capaces de elevar a cada vez
más y más sectores de las masas hacia su posición de vanguardia, sino elevar al
líder sindical a representante parlamentario, entonces la exigencia en la
constante formación intelectual del comunista es palabrería que nos aleja de la práctica.
En fin, que mucho más eficaz que esa tediosa
teoría de la que se dice beber es el benigno
compadreo entre camarillas de cara a la confección de alguna lista electoral
por la republica, por la unidad o vaya usted a saber por qué.
Posteriormente, en el debate que siguió a la
presentación de las ponencias, que referimos un poco más abajo, el
representante del CC-27S llegaría a decir que “el partido único del
proletariado era cosa del pasado” y que a lo que más se podía aspirar era a
“propiciar agrupamientos y escisiones”. Desde luego que para una concepción
organicista y empirista del partido revolucionario ése puede ser el desolador
panorama, pero cuando se comprende el leninismo y el rol que juegan los
distintos elementos (ideología y movimiento, teoría y práctica) en la
conformación del partido, la cosa cambia, y es que partido revolucionario sólo
puede haber uno, pues es la aplicación de la teoría revolucionaria y la
movilización de las masas en las condiciones concretas, unas por fuerza, de determinado
lugar. Que una situación de crisis revolucionaria se caracterice porque surgen
organizaciones “socialistas” y “comunistas” por doquier (la otra cara de esta
multiplicidad son los momentos de crisis y derrota, como el actual; aquí la
heterogeneidad no responde al prestigio y la hegemonía de las ideas y el
movimiento revolucionarios, sino a la descomposición de ese mismo movimiento) es
algo de lo que no nos cabe duda, y que la experiencia histórica confirma, pero
de ahí a comprender como “comunista” y “revolucionario” a cualquiera que se
reconozca como tal, hay un gran paso que un leninista nunca dará. Y es que ése
es el problema de comprender la formación del Partido Comunista como algo ajeno
a las masas y a su unidad con la teoría revolucionaria, como un acto de
voluntad unitaria de los
autoproclamados “comunistas”: que una vez que no se consigue agrupar a todos,
como ha pasado siempre y pasará en cada experimento recurrente de unidad de los comunistas, sólo queda el
liberalismo y la aceptación fatalista de la heterogeneidad política resultante
como el producto necesario de algunas fantasmagóricas “nuevas condiciones” que,
al parecer, no se daban en el pasado. Como quien dice, de unidad en unidad hacia la
desmoralización total… Y es que del empirismo y el positivismo al liberalismo y
el inmovilismo político sólo hay un pequeño paso.
Pero dejemos
por un momento la crítica general a los oportunistas, que tan pronto pasan del
voluntarismo “izquierdista” al más pútrido derechismo, y continuemos con la
relación del acto. La última ponencia fue realizada por nuestro representante
(a continuación, repetimos, publicamos un texto basado en dicha intervención),
tras lo cual se organizó, ya con el posicionamiento de todas las organizaciones
presentes sobre la mesa, un pequeño debate. La iniciativa la tomó el
representante del CC-27S a través de una serie de interrogantes que, en muchos
casos, lo que más ponían en cuestión era el grado de asunción y comprensión del
marxismo de nuestro interlocutor, aunque, dicho sea de paso, no es más que un
indicativo del lastimoso estado en que se encuentra la teoría revolucionaria y
de su maltrato y dejación por parte del sector mayoritario del Movimiento
Comunista Internacional (MCI). Significativamente, la mayoría de objeciones e
interrogantes del CC-27S se refirieron a la intervención del MAI. No obstante,
en relación a la ponencia de la
JCZ también planteó dudas, alguna de las cuales no carece de
enjundia.
En este sentido, el representante del CC-27S nos hizo
partícipes de las dudas que le sugería el posicionamiento claro de la JCZ respecto de la decisión de
autodisolver la IC
en 1943, grave error en opinión de los zamoranos, aunque para él no estuviera
tan claro. Aunque esta cuestión no se desarrolló mucho en el curso del debate,
es necesario hacer una referencia a la misma, pues está lejos de ser una
cuestión baladí, y toca algunos aspectos de principio y del lastimoso estado
actual del MCI, y de las tareas que exige su reactivación y la de la Revolución
Proletaria Mundial (RPM). Como el debate en este sentido no
se desarrolló y no conocemos algún posicionamiento claro a este respecto en los
documentos del CC-27S, no tenemos más remedio que “imaginar” las razones de
este colectivo para “dudar” sobre la incorrección de la decisión de disolver un
organismo como la IC. Y es
que, como se sabe, el CC-27S se inscribe en lo que podríamos denominar
tradición hoxhista del MCI, y seguramente muestren poco interés por profundizar
en el estudio crítico de un periodo que podría poner en cuestión su sacralizada
visión de la etapa en que Stalin era el principal dirigente del MCI (no en
vano, el hoxhismo, en sus diversas versiones marxista-leninistas, es uno de los principales representantes de
esa visión conspirativa de la revolución
traicionada que criticábamos más arriba). Sin embargo, para nosotros, aquí
no caben las ambigüedades, y, aún a falta de un verdadero Balance en
profundidad sobre esta cuestión, nos parece que la existencia o inexistencia de
organismos tales como la IC
o el propio Partido Comunista, son cuestiones que están lejos de entrar en el
campo de la táctica, ya que estamos hablando de las organizaciones, a nivel
internacional una, a nivel estatal el otro, que sustancian y aseguran la
independencia política del proletariado revolucionario; es decir, son la
materialización del movimiento comunista y lo que asegura la referencialidad
social y política del supremo objetivo de la sociedad comunista. Se trata de
los órganos que son premisa de una
verdadera política proletaria revolucionaria que abarque el campo de todas las
relaciones sociales y entre clases a todos los niveles. Es decir, son la
atalaya sin la cual no cabe hablar de política comunista (obviamos la fase de
reconstitución, en la que efectivamente existe una línea comunista y revolucionaria,
pero que aún no despliega la amplitud social descrita, sino que tiene que
limitarse principalmente a las relaciones sociales en el interior de una clase,
el proletariado internacional, y fundamentalmente las referidas a su vanguardia),
insacrificables a cualquier situación coyuntural, de la índole que sea. Aquí
sólo cabe la destrucción por el enemigo, destrucción que históricamente ha sido
más obra del revisionismo que de la fuerza armada de la burguesía, aunque ambos
factores hayan actuado y actúen interconectados, o su disolución en la
humanidad emancipada en el Comunismo. Por tanto, una situación en la que los
propios comunistas disuelven, en plena era imperialista, los organismos que les
dan sentido no puede quedar como un nebuloso interrogante o, peor aún,
justificada como conveniente para la revolución.
Sin embargo, esta situación sí es indicativa del
estado actual de la vanguardia en la mayor parte del globo y en el Estado
español en particular, huérfana de todo vínculo con las amplias masas e incapaz
de retomar el camino revolucionario, se aferra con tozudez a alguna de las
corrientes que poblaron el MCI durante el Ciclo de Octubre y adopta su mística
e iconografía irreflexivamente, sin un mínimo balance crítico. Así, lo que
vemos continuamente entre la vanguardia es la reedición caótica de los viejos
debates del Ciclo, debates de nula actualidad política y que sólo interesan,
reflejo de la descomposición del movimiento revolucionario, en ese raquítico
marco social, realizados sobre la base de las mismas premisas periclitadas. No
puede por menos que resultarnos curioso que los mismos que pretenden
fustigarnos con su letanía masista,
respecto a la urgencia de un trabajo entre las amplias masas, tomen como eje
ideológico debates caducados y totalmente ajenos a las inquietudes de éstas;
debates que consiguen acentuar el desinterés de las masas respecto a las
problemáticas revolucionarias y que sólo sirven para escamotear entre la
vanguardia la necesidad de un verdadero Balance integral del Ciclo de Octubre,
que responda a los verdaderos interrogantes sobre la derrota de la Revolución
Proletaria en el siglo XX y la necesidad y posibilidad de su
reactivación. Para el MAI, sólo ese Balance, sin apriorismos y partiendo de la
constatación objetiva del fracaso de todas las corrientes en las que se fue
descomponiendo el movimiento revolucionario del proletariado en el objetivo de
superar el capitalismo, puede empezar a despejar el camino para la reactivación
del comunismo y, a través de las respuestas de nuevo tipo que dé, comenzar
también a diluir el desinterés y el desencanto entre las masas proletarias
respecto a los problemas de su emancipación.
No es suficiente, por tanto, aferrarse a alguna de las
viejas tradiciones del MCI, sino que, como vemos, puede llegar incluso a ser
contraproducente, pues, en el empeño sectario por defender a tal o cual icono
de esa tradición, se acaba distorsionando la teoría revolucionaria y la
posición que los distintos elementos políticos ocupan en la misma, despachando
asuntos de tal gravedad y magnitud como son la independencia política del
proletariado y sus objetivos, como un expediente táctico más, sacrificables en
el altar de la coyuntura política. De
este modo, y a falta de un estudio serio y profundo, no podemos considerar
nunca como correcta para la revolución una política que sacrifica alguno de los
ejes universales de la misma (la independencia política del proletariado a
nivel internacional en este caso), lo que además plantea serios interrogantes
respecto a la hegemonía del revisionismo en el MCI y la URSS ya antes de la muerte de
Stalin y del XX Congreso del PCUS.
Pero, como decimos, el blanco principal de las “dudas”
del representante del CC-27S fue la intervención del MAI. Primeramente, y ante
la referencia hecha al MAI como organización maoísta, nuestro representante
tuvo que aclarar que el MAI no se considera maoísta, si bien entiende que el
maoísmo es la expresión más elevada de la teoría revolucionaria durante el
Ciclo de Octubre, y una atalaya privilegiada desde la que comenzar el Balance
de la magna experiencia revolucionaria del siglo XX; así como, en general, los
destacamentos maoístas, por su defensa de la línea de Guerra Popular, son, tal
vez, los mejor situados para comprender el carácter de las tareas que exige la
reactivación de la RPM. No
obstante, y es algo que hemos repetido, aunque expresión más elevada de la
teoría marxista dentro del Ciclo, el maoísmo adolece de las mismas deficiencias
fundamentales que hoy aquejan a la teoría de vanguardia, precisamente al haberse formado en el interior del Ciclo y
compartir, en lo fundamental, muchas de las premisas del resto de corrientes autoproclamadas
revolucionarias. En definitiva, que las glorias y miserias del maoísmo deben
comprenderse, estudio que en el MAI estamos lejos de haber finalizado, en el
contexto de su formación al calor de lo que denominamos paradigma de Octubre.
La siguiente cuestión, ya habitual entre nuestros
críticos, es la acusación de que para el MAI el marxismo pertenece a otra
época, acusación con la que se nos intenta colocar a la altura de algunos
pretendidos “superadores” del marxismo y defensores de la obsolescencia de
éste. Nada más lejos de la realidad. El MAI defiende la finalización de todo un
periodo histórico revolucionario, fin evidente con observar el estado actual
del MCI y que también se refiere a muchas de las premisas sobre las que se
edificó un determinado paradigma político revolucionario, o forma apriorística
de entender el movimiento social y su desenlace, pero cuya conclusión está
lejos de haber agotado el marxismo como cosmovisión. Lo que ha sido finiquitado
es determinado discurso político, ese paradigma, del que beben la mayoría de
los autoproclamados marxistas en la actualidad, discurso que tuvo sentido en
determinado contexto histórico y que se bastó para cumplir su tarea de
vanguardia durante más de un siglo, pero que ya ha sido totalmente agotado.
Para nosotros, todo lo contrario, el marxismo y el movimiento comunista siguen
siendo los depositarios del futuro de la humanidad, pero a condición, y esto es
algo que está en la mejor tradición de nuestro movimiento, de Marx a Mao, de
realizar un Balance de la experiencia revolucionaria del Ciclo de Octubre que
coloque a la teoría revolucionaria al nivel de la experiencia de la lucha de
clase del proletariado. No deja de resultar curioso que quienes nos aleccionan
con un practicismo vacuo y la eterna recurrencia de la especificidad concreta
de lo presente, no sean capaces de entender la primera característica concreta
de la época que nos ha tocado vivir, la de la derrota, de calado histórico, del
mayor movimiento emancipatorio que hasta ahora ha dado la historia. Ese Balance,
el de la experiencia de ese movimiento, será lo que permitirá dar respuestas
cabales y coherentes a los interrogantes que entre el proletariado plantea esta
derrota histórica y, con la síntesis de las lecciones que nos brinde, armar un
discurso que permita abrir un nuevo Ciclo revolucionario a un nivel
cualitativamente superior y con mayores garantías de éxito.
De todos modos, si tanto preocupa al CC-27S el
abandono del marxismo deberían ser más cuidadosos respecto a con quién se
juntan, pues en su flamante
Coordinación de Unidad Comunista (CUC), no dudan en arrimarse a quienes sí que
entierran principios universales del marxismo, como por ejemplo la necesidad de
la violencia revolucionaria (ver nuestro artículo de crítica a esta enésima
reedición de la unidad de los comunistas
en este mismo número de El Martinete).
El grueso de las cuestiones que el representante del
CC-27S planteó a la intervención del MAI se puede tratar, sumariamente, en un
solo bloque. De nuevo, aquí se evidencia el dudoso grado de asunción de la
dialéctica y del materialismo histórico por parte de la mayoría de los hoy
autodenominados comunistas.
En primer lugar, le resultó “curioso” que en el seno
del bolchevismo hubiera tendencias derechistas. Pero desde luego eso no es
ninguna invención del MAI; por poner sólo un par de ejemplos, en 1928 Stalin
advertía sobre el peligro de la derecha en el seno del Partido Comunista
(bolchevique) de la URSS
en un momento en que se estaba poniendo en marcha el Primer Plan Quinquenal y
sectores del Partido, instalados en el ritmo de desarrollo que había
establecido la NEP,
mostraban su inquietud ante la nueva política. Más importante, tal vez, por las
consecuencias que hubiera tenido para el futuro del movimiento revolucionario,
fue la oposición, de claro corte derechista, encabezada por Kamenev y Zinoviev,
a la que tuvo que hacer frente Lenin en octubre de 1917 para sacar adelante su
plan de insurrección. Basten estos dos ejemplos, uno posterior a la conquista
del poder, el otro anterior, para mostrar la permanencia de tendencias
derechistas en el seno del bolchevismo. Pero esto es algo que, lejos de causar
“sorpresa”, debería resultar de lo más natural para cualquier marxista. Que la
contradicción de clases se refleja en la organización revolucionaria del
proletariado, que no es un ente separado por murallas de China del resto de la
sociedad, y da lugar a una lucha permanente entre la línea proletaria
revolucionaria y la línea burguesa contrarrevolucionaria, en la forma de
revisionismo, independientemente de a través de qué individuos se refleje, es
algo, nos tememos, que forma parte del abecé del marxismo. Desde luego, esta
ignorancia, si no mala fe, dice muy poco de ciertas vanguardias, de la autocomplacencia con la propia posición e
historia del movimiento al que se dice pertenecer, y de su escasa disposición
para la vigilancia revolucionaria. Pero es que el miembro del CC-27S, para
perplejidad de nuestro representante, y ante nuestra defensa de la Lucha de Dos Líneas como
motor e instrumento principal para la reconstitución del comunismo y el
desarrollo del Partido, planteó la cuestión de qué pasaría “si hubiera tres
líneas”. Recuperado de su estupor, nuestro representante tuvo que explicar que
el concepto de Lucha de Dos Líneas se refiere a la lucha necesaria e inevitable
que en el seno de la organización y el movimiento revolucionarios se da entre
los intereses y las concepciones del mundo de las dos clases sociales
principales de la moderna sociedad capitalista, el proletariado y la burguesía,
y todos los conflictos y divergencias, a pesar de su aparente multiplicidad y
diversidad, son reducibles, en último término, a estas dos instancias.
En segundo lugar, le parecía raro que en nuestra
ponencia realizáramos una crítica a Lenin y a la IC y, al mismo tiempo, nos reclamáramos como sus
continuadores, amén de que para él “exagerábamos los errores” del líder
bolchevique. Pero esa no es la cuestión, no se trata de “errores”, entendiendo
por esto la decisión equivocada que se toma, pudiendo adoptarse una “correcta”.
Eso responde a una concepción positivista y metafísica del desarrollo
histórico, para lo cual, lo que es correcto no puede transformarse en incorrecto,
y viceversa, con el propio desarrollo del movimiento. Ya lo hemos explicado al
principio de esta presentación, y basta con leer nuestra ponencia, para darse
cuenta de que esa no es la perspectiva marxista, y no es, desde luego, la que
adoptamos nosotros. Para nosotros la posición de Lenin, por ejemplo, respecto
al Frente Único, no es que fuera incorrecta, era necesaria en el estadio de
madurez en que se encontraba la lucha de clase del proletariado en ese contexto
histórico determinado, y sólo con el desarrollo de la lucha de clases se podía
percibir, por ejemplo, con la perspectiva que nos da el Ciclo clausurado, lo
inadecuado de esta táctica en relación con las tareas revolucionarias del
proletariado y las leyes de la transformación social. Pero es que estas leyes
no preexisten, no esperan a ser “descubiertas” en algún limbo de las ideas,
sino que sólo aparecen, y se transforman, con la práctica del sujeto
revolucionario. Simplemente, si no se hubiera puesto en práctica la política de
Frente Único, con la base de experiencias, “correctas” e “incorrectas” que nos
legó, no se habría podido continuar el desarrollo de la teoría y práctica
revolucionarias. Todo ello es fundamental para una acertada comprensión del
marxismo, ya que no se trata de que la derrota del Ciclo se pudiera haber
evitado tomando alguna decisión “correcta”, sino que el cúmulo de actos y
decisiones que lo conformaron, necesarios e inevitables en el contexto
histórico que los vio nacer, es lo que ha permitido el desarrollo de la teoría
revolucionaria. Es así como se entiende el adagio
comunista de que “el camino de derrotas conduce a la victoria final”, que,
lejos de ser una consigna para la autocomplacencia, indica el modo en que se
desarrollan la teoría y el movimiento revolucionarios, pues son, precisamente,
estas derrotas, las que van perfilando el conocimiento de la naturaleza de las
tareas que exige la transformación del mundo. Sin la experiencia de la vanguardia
europea de los años 20 y 30 del pasado siglo no hubiera habido Guerra Popular y
Revolución China; sin la experiencia de la construcción del socialismo en la URSS no hubiera habido
Revolución Cultural Proletaria; y sin la experiencia del Ciclo de Octubre no
tendríamos la materia, Balance mediante, para poder disponernos a iniciar un
nuevo Ciclo revolucionario a un nivel cualitativamente superior. Por eso la
crítica y la autocrítica son herramientas indispensables de los comunistas; lo
demás es la genuflexión irreflexiva ante los iconos intocables de nuestro movimiento, a los que, en un vano intento por
mantener impoluta su efigie hierática y difunta, se les asesina en su espíritu,
aún vivo entre los revolucionarios. No buscamos el fatuo reproche a un pasado
muerto, sino la comprensión que nos permita avanzar hacia el futuro, y no nos
cabe duda de que aquí también nosotros somos los continuadores del gran Lenin y
de las mejores tradiciones de nuestro movimiento.
Finalmente, a nuestro interlocutor le “llamó la
atención” la definición de masas que nosotros transcribimos del II Congreso de la
IC. Y no es de extrañar, pues son muchos
años ya de desprecio hacia los sectores más profundos de nuestra clase, para
los que se suele reservar el epíteto malentendido de “lumpen”, mientras se le
baila el agua a la aristocracia obrera, a ese sector arribista y con capacidad
propia de encuadramiento en el sistema capitalista, que, por lo visto,
representa el súmmum de la
organización y la conciencia obreras. Y desde luego que lo son, pero “obreras”
sólo en tanto que encaje perfecto del trabajo asalariado como mecanismo del
capital. Muchos años lleva, al menos en los países imperialistas, el movimiento
comunista encadenado al servicio de esos sectores reaccionarios, hasta el punto
de habernos hecho perder el norte y haber abandonado, fraseología e iconografía
aparte, los verdaderos ejes de la concepción proletaria del mundo. Así, el servicio
a la aristocracia obrera es otro elemento, junto al vacío practicismo, el
positivismo y la alergia hacia la teoría y el debate ideológico, que forma
algunos de los principales ingredientes que sazonan el cóctel revisionista.
Por nuestra parte, nos alegramos de que el CC-27S haya
encontrado su lugar bajo el sol en el
maremágnum oportunista de nuestro movimiento tras tanta insistencia en esa
necesidad de una “jornada de debate comunista”, “debate”, como demuestran los
objetivos y la práctica de la CUC,
que se limita al sempiterno compadreo de camarillas y clientelas. Nos
alegramos, decimos, pues la formación de la CUC clarifica los posicionamientos y facilita
comprender quién es quién en el fragmentario panorama del comunismo realmente existente en el Estado español, quiénes son los
que luchan implacablemente contra el revisionismo y quiénes los que enarbolan
la necesidad de “debate” sólo para encontrar un acomodo y una mejor posición en
una realidad que han renunciado a transformar.
Movimiento
Anti-Imperialista