El Martinete - Número 21 Septiembre de 2008 |
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Respuesta a un camarada |
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Camarada Zapador331: Nunca estuvo más indicado comenzar una intervención con el tópico de “me alegro de que me haga esta pregunta” como en esta ocasión; y es que los interrogantes que plantea en su postit son muy interesantes y oportunos, y tan adecuados que nos permitirán intentar explicar más y mejor nuestra concepción sobre la línea general proletaria y el lugar que en ella ocupa la legalidad burguesa como recurso táctico de su línea de masas en lo que toca a algunos elementos que, con seguridad, no pudieron exponerse debidamente en toda su extensión en el documento que publicamos recientemente con motivo de las elecciones generales del 9-M. Las posiciones del comunismo revolucionario, que nosotros defendemos, son tan minoritarias e incomprendidas, incluso entre la vanguardia, que es preciso iniciar su definición y esclarecimiento desde sus planteamientos generales, quedando a veces los aspectos concretos y de matiz velados en un plano secundario, de manera que se precisa de su ulterior explicación. Y sus atinadas preguntas, oportunamente, nos prestan la ocasión para ello, al mismo tiempo que hablan muy en su favor e informan de la grata noticia de que sí existe entre la vanguardia de la clase obrera un sector que no sólo busca respuestas en esta especie de travesía del desierto que es la época que nos ha tocado vivir, sino que también conoce el sentido y el cometido de las preguntas que es preciso realizar. Por otro lado, sin embargo, hay otras cosas que ya están claras y que han sido, a nuestro entender, sobradamente demostradas. Usted desea saber si nos referimos al PCN(m) cuando aludimos a los “maoístas de la guerra popular que ahora ven la bondad de las elecciones”. Pues, efectivamente, a ellos nos referimos, principalmente. Pero esta idea no sólo está explícita de manera clara en el documento cuando decimos, literalmente, que “de las gélidas cumbres himalayas y andinas descienden vientos de aceptación fría y resignada del parlamentarismo, vientos que aquí propagan los acólitos de Prachanda y la LOD”, sino que nuestra posición oficial en lo que se refiere al PCN(m) ha sido publicada y reiterada en sucesivas ocasiones. A nuestro entender, la deriva oportunista-revisionista de este partido ya no admite controversia; sobre todo, después de los últimos acontecimientos, con la claudicación pacífica del rey, que deja expedito el camino hacia la república parlamentaria y que demuestra que la temible monarquía semifeudal, ese supuesto gran escollo para el desarrollo de Nepal, era tan sólo un tigre de papel, cuyo puntal y sostén principal eran, precisamente, las fuerzas políticas, sociales y económicas con las que ahora se ha aliado el PCN(m). La retirada de su apoyo a la monarquía –en cualquiera de sus versiones, autocrática o constitucional–, por parte de la burguesía, ha supuesto la debacle del viejo Estado nepalí, y ha sido el acercamiento de esta clase al PCN(m) la única salida plausible para ella para superar la crisis del sistema; al mismo tiempo, el partido maoísta ha experimentado una deriva convergente que le ha acercado a las posiciones de la burguesía, a costa, naturalmente, de su alianza con las masas campesinas y al precio de los objetivos estratégicos originales, del método de la guerra popular y del abandono del camino de la revolución de nueva democracia. El MAI ha insistido siempre en que lo que se estaba decidiendo en Nepal no era la conservación del viejo sistema frente a la implantación de uno nuevo (revolucionario, en principio), no se trataba, simplemente, de reacción o revolución. Esto es lo que, finalmente, ha querido hacernos creer la dirección del PCN(m) quien, rompiendo con su planteamiento de 1996, ha pasado a decir que la contradicción principal en Nepal se da entre monarquía y democracia. Pero, como ya hemos dicho, el modo como ha caído la monarquía refuta por sí solo tal tesis y demuestra su naturaleza liquidacionista. Lo que se dirimía en Nepal era cuál de las dos vías burguesas de solución de las crisis del sistema semifeudal terminaría predominando: la vía reformista, encabezada por la burguesía nacional, bajo la forma de sistema representativo parlamentario (con o sin monarquía), o la vía revolucionaria, encabezada por el proletariado y apoyada en las masas campesinas, bajo la forma de Estado de nueva democracia. Es decir, el asunto no se ventilaba entre reacción o revolución, sino entre reforma o revolución; no se trataba de elegir entre monarquía o democracia en general, sino entre democracia parlamentaria o democracia popular. Lo que ha hecho el PCN(m) ha sido abandonar esta segunda vía para incorporarse a la reformista y asumir el dilema que la burguesía había establecido entre reacción o reforma. Esta rectificación es tanto más vil por cuanto no es consecuencia de una derrota o del fracaso en la marcha general del proceso revolucionario; al contrario, en diez años de guerra popular, avanzó vertiginosamente en Nepal hasta alcanzar la etapa de ofensiva estratégica. Abandonar las armas alcanzado este punto, cuando se está a las puertas del triunfo final o de abrir una fase decisiva y definitiva –y, por ello, también más peligrosa– del enfrentamiento bélico entre las clases, como ha hecho la camarilla encabezada por Prachanda, es traición o cobardía. ¿Cómo puede influir en el seno del movimiento comunista internacional este giro brusco de los acontecimientos en Nepal, este sofocamiento repentino de la lucha revolucionaria por los mismos revolucionarios, esta rectificación tan radical como sorprendente de la línea política basada en guerra popular para pasar a una nueva línea basada en lucha legal, elecciones y parlamento? Para los que defendemos la revolución violenta desde la lucha armada de las masas y, en particular, desde la guerra popular, esto no puede traer más que decepción y desmoralización. Para los que defienden vías pacíficas desde la reforma del Estado y, en particular, para nuestros comunistas republicanos, supone un espaldarazo a su política, sin lugar a dudas. Si en Nepal es posible el correlato Monarquía–República burguesa–República popular, ¿por qué aquí no va a ser válida también la fase de transición?, ¿por qué no perseverar en el proyecto de la III República, del Estado burgués verdaderamente democrático como antesala del Estado socialista? Por lo demás, ¿hay mejor argumento contra la revolución armada que la deserción de los mismos que con mayor éxito y más lejos la condujeron? Y por lo que se refiere a las masas, en esta época de contraofensiva general del imperialismo, con su bombardeo ideológico constante que persigue el desprestigio de las naturales reacciones violentas contra su ignominia, identificándolas como terrorismo, en una época en que es preciso demostrar la idoneidad de la violencia revolucionaria y la legitimidad del principio de que la rebelión se justifica, de que la lucha armada de las masas es la única solución de sus problemas, ¿adónde conduce el testimonio de Nepal? ¿A favor o en contra de esta corriente? Creemos que es demasiado evidente como para insistir más en ello. Desde el punto de vista estrictamente teórico, la rectificación política del PCN(m) implica el relegamiento de la guerra popular a la esfera táctica, su reducción a instrumento táctico, igualándolo con el frente electoral y haciéndolo intercambiable con él. Estamos, pues, ante una revisión en toda regla de la línea general de la revolución proletaria, de la que cae uno de sus pilares fundamentales (Recuerde que, para nosotros, los pilares básicos de la línea general, tal como los definíamos en nuestra carta abierta, titulada El debate cautivo, venían definidos por la siguiente correlación: Ideología–Partido Comunista–Guerra Popular–Nuevo Poder), el cual, en su caída, arrastra a otros, en particular, al nuevo poder, que, como poder de las masas armadas, es impensable sin guerra popular. De este modo, la lucha armada ya no es un índice del grado alcanzado por la lucha de clases, ya no se diferencia estratégicamente de cualquier otro frente de la lucha política: la guerra de clases ya no se diferencia de la lucha de clases, ni la línea militar es ya la línea de masas del partido, porque, sencilla y sinceramente, en el fondo no se pretende llegar a dar la batalla final al enemigo. La lucha armada se convierte, así, en recurso del reformismo, es reformismo armado. Toda esta subversión del comunismo es lo que ha tenido lugar en Nepal. Por lo que se refiere, finalmente, a la teoría maoísta en particular, la rectificación política del PCN(m) supone la revisión, la liquidación, de la doctrina de los tres instrumentos de la revolución proletaria –Partido, Ejército y Frente–, ya que la guerra popular es la argamasa que los mantiene unidos, sobre todo a los dos últimos, pues exige, precisamente, que el frente político sea concebido como nuevo poder y no como frente electoral. En cuanto al Perú, aunque las circunstancias que rodean al caso son bien distintas, las consecuencias que depara la actitud de varias de las fracciones en que se ha dividido el PCP son similares: empujan en la dirección contraria a la de la aplicación de la línea general de la revolución proletaria. El abandono de Artemio de la guerra popular para continuar la lucha armada no se distingue en nada del sector que pide un acuerdo de paz inmediato con el Estado peruano; sólo se diferencian en que, mientras el primero busca alcanzar una posición de fuerza lo más favorable posible para el partido de cara a esa negociación, los otros permanecen a expensas de que el Estado se muestre sensible a sus reclamos desde la cárcel apelando a los derechos humanos, el derecho internacional y las leyes peruanas. La rebaja en el discurso de esta fracción del PCP, por alarmante, es harto elocuente. Sus documentos están plagados de fórmulas pequeño burguesas sobre la paz, la democracia en general y la “reconciliación nacional”. Un lenguaje demasiado familiar y demasiado sospechoso para quienes hemos conocido y padecido el eurocomunismo y sus consecuencias. En la fracción que, para nosotros con todo merecimiento, ha sido calificada de línea oportunista de derecha (LOD) todo objetivo revolucionario ha sido relegado y, en su lugar, se ofrece la diligente disposición para colaborar en la “democratización amplia y generalizada de la sociedad peruana” con las fuerzas del viejo Estado. En otras palabras, la misma vía burguesa reformista de transformación de la sociedad semifeudal por la que ha optado el PCN(m), el mismo abandono de las masas populares. No hace falta ser muy lince para deducir adónde conduce la lógica política en la que se ha embarcado este sector del PCP, siempre y cuando exista la mínima posibilidad, que lo dudamos, de que se le presente alguna oportunidad de jugar algún papel en la vida pública peruana: un escenario político de estabilización institucional burguesa en la que un PCP refundado pueda integrarse y participar como oposición legal extrema. Éste es el sentido que tiene la convocatoria del II Congreso que quiere realizar esta fracción. Por lo tanto, no afirmamos, como usted inquiere, que “la llamada LOD pide participar en elecciones” ahora –pues su situación no se lo permite, todavía–, pero sí que ella misma ha escogido un camino que, a medio o largo plazo, no ofrece otra salida. Los
partidarios de proseguir la guerra popular, en cambio, quieren un II
Congreso para dotarse de dirección central y culminar el
trabajo de recuperación del partido, del EPL y de las bases de
apoyo que han estado realizando durante los últimos años.
Reconocemos que nuestras simpatías se inclinan más por
este sector del PCP, aunque sólo sea por cuidarnos de las
consecuencias de ese paralelismo que puede establecerse en la lucha
de dos líneas dentro de la vanguardia entre el caso peruano y
el español, paralelismo que los oportunistas de aquí no
dudarían en situar en un tema –el de los medios y los
objetivos inmediatos del proletariado: república y legalidad o
socialismo y guerra popular– que es, hoy por hoy, principal
elemento de deslinde con el oportunismo. Sin embargo, no podemos
dejar de señalar que también mantenemos serias
diferencias con este grupo, relacionadas principalmente con la
doctrina de la jefatura y del pensamiento guía.
Para el MAI, estas teorías suponen no un desarrollo, sino la
revisión del marxismo-leninismo. Éste pone en el centro
al partido de nuevo tipo y a su línea política como
expresión colectiva del ser y del pensamiento revolucionarios.
Con la tesis de la jefatura, en cambio, se suplanta, de hecho,
el papel del Partido en la construcción política del
movimiento revolucionario del proletariado. Y, curiosamente, ha sido
la propia experiencia del PCP desde el batacazo de 1992 la que en la
práctica confirma esta verdad, aunque los camaradas peruanos
se empeñen en no verla: la recuperación política
y organizativa se ha realizado como defensa de la línea de
guerra popular y como reconstrucción de los órganos
políticos del partido, recuperación que culminará
y quedará sancionada de la única forma posible, con la
elección de un nuevo Comité Central en su II Congreso,
es decir, con la recomposición del máximo órgano
colectivo de dirección de la revolución. En definitiva,
la obra de reconstrucción será coronada sin el concurso
directo de la jefatura, con Gonzalo en prisión. Esto es ya de
por sí muy significativo y dice mucho sobre qué es lo
principal y lo que define la construcción orgánica de
los instrumentos para la revolución. Además, si como
estos camaradas dicen, la guerra popular no se dirige desde la
cárcel, entonces, es que la jefatura es una institución
prescindible que no forma parte consustancial de la línea
proletaria de construcción política revolucionaria. Y
no conviene olvidar, todo sea dicho, las consecuencias que ha
acarreado el lugar que la doctrina de la jefatura coloca a una
determinada personalidad dentro del organigrama del partido, cuya
detención supuso un desastre para el conjunto de la
organización, el repliegue hasta posiciones de inicio de la
guerra popular y, en definitiva, la destrucción de casi toda
la obra revolucionaria que se estaba realizando. En conclusión,
mantener la doctrina de la jefatura como eje de construcción
política seguirá suponiendo la exposición franca
de un punto débil que continuará dejando al partido
demasiado vulnerable ante el enemigo. Consideramos que los camaradas
del PCP tienen una magnífica ocasión para reflexionar
sobre todo esto y rectificar algunos errores con la celebración
de su II Congreso; aunque, por lo que sabemos, desaprovecharán
esta oportunidad. En cualquier caso, esta contradicción en la
que se debate la fracción del PCP que prosigue guerra popular
aporta algo positivo al comunismo revolucionario –todo lo contrario
que las otras fracciones a las que nos hemos referido– permitiendo
aplicar lucha de dos líneas que sirva para esclarecer
cuestiones y extraer lecciones útiles para el conjunto de
nuestro movimiento. Pero
pasemos a la cuestión que más nos interesa, la relativa
al papel de las elecciones en la política proletaria. Usted
pide mayor explicación de la siguiente cita de nuestro
opúsculo publicado con motivo de las elecciones generales del
9 de marzo, titulado ¡Boicot!: “El
parlamento sólo es y será útil para el
proletariado como instrumento de propaganda en la fase de acumulación
de fuerzas de su vanguardia, es decir, en la etapa de reconstitución
del Partido Comunista, cuando es preciso reunir y organizar el
movimiento político de la vanguardia revolucionaria del
proletariado. No es ni será útil, sino contraproducente
y contrarrevolucionario, como método de acumulación de
fuerzas de masas”. Bien, como sabrá por nuestros documentos, principalmente la carta abierta que dirigimos al conjunto de la vanguardia, en nuestra visión del periodo revolucionario anterior a la conquista total del poder hay dos etapas fundamentales bien diferenciadas: la etapa prepartidaria o de Reconstitución del Partido Comunista, y la etapa en la que éste encabeza la lucha de clases proletaria por destruir el viejo Estado e instaurar la dictadura de los trabajadores. La primera etapa es de conquista de la vanguardia para el comunismo; la segunda, de conquista de las masas para el comunismo. Por tanto, la primera consiste en acumulación de fuerzas de vanguardia, mientras que la segunda es de acumulación de fuerzas de masas. En la primera etapa, la línea de masas comunista se basa en la utilización simultánea o sucesiva, según sean las circunstancias, de todas las formas de lucha pacífica y en todos los frentes políticos, legales, semilegales y clandestinos. En la segunda etapa, la línea de masas está dominada por la línea militar del Partido Comunista, a la que se subordinarán o en virtud de la que desaparecerán las demás formas de acción política. En la primera etapa, la forma de lucha es política; en la segunda, es militar, la guerra popular. Teniendo todo esto en cuenta, podemos definir el primer criterio de discriminación que orienta la utilización comunista de las elecciones y el parlamento burgueses: que sólo es posible durante la primera etapa del proceso que conduce a la instauración de la dictadura del proletariado, es decir, en la etapa prepartidaria o de Reconstitución; que, en consecuencia, no sirve para conquistar masas, sino para atraer a las filas del movimiento comunista a un sector determinado de la vanguardia. Somos conscientes de que este planteamiento puede resultar extraño, sobre todo para quienes se sitúan dentro de la tradición de la III Internacional y de su estrategia de masas basada en los frentes únicos o en los frentes populares. El MAI mismo procede de esa tradición y eso no ha sido óbice para que la haya considerado con sentido crítico y haya extraído sus propias conclusiones de la experiencia que trae consigo. De hecho, esto es lo que diferencia a nuestra organización de la gran mayoría del movimiento: la configuración de nuestra línea política teniendo en cuenta los resultados que del estudio de la experiencia del Ciclo de Octubre vamos obteniendo. Esto nos ha permitido eludir el cenagal en el que se ha hundido el movimiento comunista actual e iniciar, sin prejuicios y de forma creativa, la construcción de las bases políticas de reconstitución del movimiento comunista en el Estado español. Pues bien, en aquella tradición, el problema de la utilización del parlamento, así como el de la participación comunista en los sindicatos y demás frentes y organismos de masas reaccionarios, está relacionado estrechamente con el problema de la conquista de las masas. Esta línea política fue adoptada tras los debates del II Congreso de la Internacional Comunista, en 1920. Y, como se sabe, los principales argumentos en su favor los presentó Lenin, que los había reunido previamente en un libro titulado La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. En este texto, Lenin pretende extraer las lecciones de la experiencia del partido bolchevique en el trabajo de masas. Sin embargo, cuando habla de la época anterior a 1917 casi toda esa experiencia se circunscribe al ámbito de la vanguardia, al ámbito de los beneficios que reportó a la forja de la vanguardia como tal vanguardia su participación en la lucha legal y su utilización de las instituciones del Estado reaccionario, principalmente la Duma o parlamento zarista. Pero está ausente toda valoración de lo que esa experiencia de la vanguardia reportó a las masas en su elevación hacia la conciencia revolucionaria y en su contribución al movimiento revolucionario práctico. La experiencia de la vanguardia bolchevique que traslada Lenin en su libro es muy importante e interesante; sin embargo, nuestra conclusión es que todo ese periodo de aprendizaje de la vanguardia es necesario, pero se corresponde con el periodo de forja del Partido, con el periodo de constitución (o reconstitución, en nuestro caso) de la vanguardia proletaria en Partido Comunista. Respecto a las masas, lo que demuestran la historia y toda la experiencia de la revolución proletaria mundial, incluida la experiencia de la revolución bolchevique, es que el principio que establece Lenin en el segundo capítulo de su libro de que “la dirección política que ejerce la vanguardia” es correcta y efectiva “a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia” significa que el acercamiento de las masas a la vanguardia comunista –en rigor, al Partido Comunista– sólo será posible si el contenido de esa práctica, de esa “experiencia propia” de las masas es el de la aplicación de su dictadura de clase ejercida por ellas mismas; significa que las masas sólo pueden comprobar lo correcto de la política comunista, no con propaganda, promesas o programas, sino ejerciendo su poder armado contra los explotadores; significa que no es suficiente con que las masas comprendan la injusticia del capitalismo y las insuficiencias y limitaciones del sistema burgués, sino que también es preciso que sean organizadas y se organicen como nuevo poder, que experimenten por sí mismas la destrucción de lo viejo y el protagonismo en la construcción de lo nuevo. Sólo desde esta práctica real, desde esta “experiencia propia” de las masas pueden ser éstas ganadas para la causa del comunismo. Hasta la propia narración de Lenin pone esta tesis en evidencia. A pesar de sus éxitos en el trabajo legal y de los avances de su influencia entre los trabajadores (por ejemplo, tal como evoca Lenin en su libro, ganando todos los escaños de la curia obrera de la IV Duma, entre 1912 y 1914), el partido bolchevique jamás estuvo en disposición de alterar la correlación de fuerzas de clase, ni de construir un movimiento revolucionario de masas subversivo contra esa legalidad. Ni siquiera en el periodo revolucionario de 1905-1907. Eso sí, los bolcheviques se forjaron como vanguardia, aprendieron a manejar todas las formas posibles de la lucha de clases y asimilaron otras muchas lecciones, avanzando enormemente en el camino de la constitución del partido revolucionario del proletariado ruso (que, dicho sea de paso, a nuestro entender culminó en 1912, y no en 1903 como se cree habitualmente), pero no fue sino a partir de Febrero de 1917, cuando aparecen los Soviets sobre la base de masas armadas (en 1905, los Soviets no tenían armas), que se crearon las condiciones para la construcción de ese movimiento: sólo en condiciones de dualidad de poderes, sólo en el contexto del enfrentamiento armado entre las dos clases principales de las sociedad, sólo ante la aplicación simultánea de las dos dictaduras de clase pueden las masas observar, comprobar por su propia cuenta la naturaleza de cada una de ellas y, finalmente, elegir, como ocurrió en Octubre de 1917 y, después, durante la guerra civil rusa. Adonde conduce todo esto es a extraer una importantísima enseñanza, que debe entrar a formar parte de la línea política comunista, a saber, que factores esenciales para la revolución que en 1917 se presentaron, por así decirlo, de casualidad, gracias a una serie de circunstancias especiales (principalmente, el hecho excepcional de que las masas estaban armadas a causa de la guerra imperialista) y que pasaron desapercibidos incluso para Lenin (los bolcheviques no tuvieron que enfrentarse ante el problema de armar a las masas), ahora deben de ser incorporados de manera consciente. Éste será el primer objetivo del Partido Comunista en la primera fase de la guerra popular (defensiva estratégica): crear las condiciones que permitan experimentar a las masas, de manera creciente, su dictadura de clase. En el estado actual de nuestros conocimientos, consideramos que fue Mao Tsetung el primero en comprender o en comenzar a comprender esta peculiaridad de la relación de la política comunista con las masas, cuestión que resolvió con la guerra popular, o sea, con el papel que asigna a la guerra en la construcción revolucionaria (que, como se ve, no es estrictamente militar, como se ha creído casi siempre, sino que incluye la ligazón, el vínculo que, para el proletariado revolucionario, existe entre la política y la guerra), siendo éste su primer aporte al desarrollo del socialismo científico. Pero, para ello, Mao hubo de romper en los hechos –pues nunca realizó una crítica abierta– con la táctica oficial de la Komintern, asentada en la dialéctica frente único–insurrección, acumulación pacífica de fuerzas–asalto violento y directo al poder, con los consabidos desencuentros que ello le acarreó con los jefes de la Internacional. Posteriormente, por lo que sabemos, sería el PCP, con el Presidente Gonzalo a la cabeza, quien recuperaría y aplicaría de manera clara y directa, sin ambigüedades ni resabios de la vieja táctica, esta nueva concepción basada en la guerra popular como método para conquistar a las masas, demostrando que es la única y verdadera vía revolucionaria, frente a la esclerosis reformista en que ha terminado degenerando la vieja política de la Komintern, fundada sobre la unidad obrera en los frentes de resistencia y la alianza con determinados sectores de la burguesía. En conclusión, no hay una fase pacífica de conquista de las masas; las masas no se revolucionan por medio de la actividad legal de la vanguardia. Como mucho, apoyarán esa actividad y hasta le darán la mayoría en alguno o algunos de los órganos del viejo poder; pero esto no convertirá a estos organismos en bastiones de la revolución, ni por ellos las masas se pasarán a la revolución. Que las masas se sientan mejor representadas por los comunistas no las hace comunistas ni revolucionarias. Sólo se acercarán de manera real y consciente al comunismo cuando ellas mismas, por encima de cualquier representante, puedan tomar en sus manos los asuntos públicos, puedan sentir que por sí mismas pueden cambiar las cosas, que pueden ejercer el poder y transformar el mundo y que merece la pena defender esto con las armas en la mano. Pero, sólo es posible alcanzar esta posición para las masas y para su experiencia política desde la guerra popular, y la guerra popular presupone al Partido Comunista reconstituido, que es quien la inicia. Y es para este fin y sólo para este fin que tiene sentido, sirve y es útil el trabajo de masas de la vanguardia en los organismos legales, ya sean propios o del enemigo. El trabajo de masas abierto no sirve para convencer a la mayoría, sino para convencer a una minoría, a un sector de avanzada de la clase que vacila entre la reforma y la revolución, que en su lucha oscila y duda entre sobrepasar o no la delgada línea roja de la legalidad burguesa, a ese sector que dirige, organiza o respalda las luchas de resistencia de la clase, que convive con el oportunismo pero que no es oportunista, sino sincero y honesto, al sector de vanguardia más sensibilizado con los resultados de esas luchas, más exigente con los representantes oficiales de los trabajadores y más proclive a la crítica de los mecanismos institucionales de resolución de los conflictos sociales. El trabajo de masas abierto y legal de los comunistas tiene como objetivo facilitar que este sector pueda comprobar por “experiencia propia” y sobre el terreno el fraude que suponen el reformismo y la solución pacífica y concertada de los problemas sociales, tiene como objetivo posibilitar que esta vanguardia práctica bascule hacia el campo de la revolución, hacia su integración en el movimiento comunista. Con el trabajo de los comunistas en los frentes de masas y en el parlamento las masas no variarán su posición política en relación con la revolución; pero, tal vez sí –si somos inteligentes–, pueda virar hacia nosotros su sector más consciente, su legítimo representante como clase en sí, como clase con conciencia espontánea de su condición de clase económica explotada por el capitalismo, para adquirir la conciencia revolucionaria y actuar de correa de transmisión del comunismo hacia las grandes masas. Una vez conseguida y consolidada esta conquista, el proceso de Reconstitución del Partido Comunista estaría prácticamente concluido. De este modo, una vez situado el primer criterio de discriminación del uso comunista del parlamentarismo, según el cual éste no es útil para conquistar a las masas hondas y profundas de la clase, sino sólo para incorporar a un sector de la vanguardia y contribuir, así, a la Reconstitución del Partido Comunista, pasamos al segundo criterio discriminatorio: ¿debe emplearse el parlamentarismo en cualquier momento, a discreción, durante la primera etapa de la revolución, durante la fase de Reconstitución? Más aún, ¿se trata de un instrumento principal de la línea de masas comunista en el periodo de Reconstitución del Partido? La respuesta a ambos interrogantes es negativa. No existe propiamente una fase electoral en el proceso revolucionario. Ni el parlamento, ni, en general, las instituciones burguesas pueden ni deben emplearse en cualquier momento. Para ello, se precisa el cumplimiento de ciertos requisitos y el respeto de algunas condiciones. El requisito principal consiste en que es preciso que, dentro de ese universo heterogéneo y atomizado de grupúsculos enfrentados entre sí que es el comunismo actual, haya comenzado a gestarse un núcleo capaz de erigirse en depositario de unas bases políticas y organizativas mínimas, pero suficientes para iniciar un incipiente movimiento de reconstitución comunista. El contenido de este incipiente movimiento comunista será fundamentalmente de carácter teórico e ideológico y perseguirá en primer término la recomposición del comunismo como concepción del mundo revolucionaria, independiente y de clase, y la recuperación de su posición de vanguardia como teoría social (Reconstitución ideológica), para lo cual deberá aglutinar al sector más avanzado de la clase desde el punto de vista de la conciencia revolucionaria, a su vanguardia teórica. La vanguardia teórica del proletariado es el sector revolucionario de la sociedad interesado y preocupado por las cuestiones trascendentales de la lucha de clases del proletariado, por los problemas de fondo, de índole más teórica y filosófica, relacionadas directamente con los principios y la línea que fundamenta la revolución comunista (por eso el comunismo se dirige a él con propaganda). No es posible abrirse ni proyectar la labor comunista hacia otros ámbitos de la realidad social y política, ni hacia otros sectores de la clase y de las masas, mientras en el seno de la vanguardia teórica, y en virtud de la lucha de dos líneas, no haya cuajado un núcleo que haya formulado y comenzado a aplicar un plan de tareas y unas bases políticas que sirvan de base para la Reconstitución ideológica y política del comunismo. Por esta razón, decimos que no es conveniente que el comunismo se comprometa en el trabajo legal abierto (entendiendo por ello tanto el parlamentarismo como el sindicalismo, etc.) “en un primer momento, ni en cualquier etapa de la reconstitución: únicamente cuando la línea general y la línea política comunistas hayan sido definidas en sus bases fundamentales y en su torno haya cristalizado un mínimo de organización”. Esto, en cuanto a los requisitos previos a toda actuación comunista legal entre las masas. En cuanto a las condiciones que es preciso tener en cuenta en este terreno, se resumen en que, sobre todo por lo que se refiere a la participación en las elecciones y en el parlamento burgueses, “se tomará en consideración la utilidad de la legalidad burguesa” “sólo en función del objetivo de la reconstitución”, es decir, no para conquistar masas, ni en función del poder, sino para atraerse a la vanguardia, y únicamente “si la coyuntura política favorece la consecución” de ese objetivo. En resumen, las elecciones y el parlamento no sirven ni para ganar a las masas, ni para conquistar el poder, sólo sirven para reconstituir el Partido Comunista; pero tampoco son útiles para incorporar con este fin a la vanguardia teórica del proletariado, ni para la reconstitución ideológica del comunismo. Sólo sirven –y no siempre, sólo si la coyuntura es favorable– para cuando la vanguardia teórica se dirija a la vanguardia práctica del proletariado para incorporarla a su movimiento y consumar la reconstitución política del comunismo, dando culminación, así, al proceso de Reconstitución del partido de nuevo tipo proletario. Si nos permitiera presentar sumariamente en un cuadro de correspondencias los elementos que hemos ido situando aquí y sus relaciones mutuas, tendríamos lo siguiente:
1ª etapa de la revolución: Reconstitución del Partido Comunista. Primer periodo. Contenido: reconstitución ideológica. Objetivo de los comunistas: vanguardia teórica. Instrumentos tácticos: propaganda. Línea de masas: lucha de dos líneas. Segundo periodo. Contenido: reconstitución política. Objetivo de los comunistas: vanguardia práctica. Instrumentos tácticos: política (que incluye la utilización de las formas de lucha de clases admitidas por la legalidad burguesa). Línea de masas: combinación de la lucha de dos líneas y la propia experiencia práctica de la vanguardia. 2ª etapa de la revolución: Instauración de la Dictadura del Proletariado. Contenido: conquistar todo el poder. Objetivo del Partido Comunista: las masas hondas y profundas. Instrumentos tácticos: Guerra Popular. Línea de masas: la propia experiencia práctica de las masas armadas.
Camarada Zapador331, tal vez por querer despejar una duda hayamos provocado en usted otras más. No estamos seguros, sin embargo, de que esto sea malo del todo. A fin de cuentas, de eso se trata, de discutir, reflexionar y hallar las respuestas necesarias para esclarecer las cuestiones que interesan para la reconstitución del comunismo. Por lo que al MAI respecta, estamos a su disposición para continuar intercambiando pareceres y aclarando conceptos, si es que esto es preciso. Sólo esperamos no haber sido demasiado soporíferos. Reciba un saludo revolucionario.
Movimiento
Anti-Imperialista
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