En torno a los sucesos en
Gamonal e Hidum
La inevitable necesidad de la
construcción
consciente de todo el proceso revolucionario
“sí, nuestro movimiento
realmente se encuentra
en su infancia y, para que llegue con mayor celeridad a la
madurez,
debe precisamente hacerse intransigente con aquellos que frenan su
desarrollo prosternándose ante la espontaneidad”.
V. I. Lenin
"Antes del estallido de una guerra,
todas las
organizaciones y luchas tienen por finalidad prepararla. Después del
estallido de una guerra, todas las organizaciones y luchas se
coordinan de modo directo o indirecto con la guerra".
Mao Tse-tung
Cuando Marx dijo
que el capitalismo vino al mundo
chorreando sangre y lodo, logró
condensar en una frase la esencia
rapaz y criminal que desde el principio han contenido las relaciones
sociales capitalistas, así como el mundo que sobre éstas se ha
construido. Cada día que la humanidad atraviesa como sociedad
escindida en clases es un cruento y sanguinario sacrificio de un
sinfín de parias y desposeídos sobre cuyas espaldas se sostiene el
capitalismo: cuando no es un terremoto o un huracán el que arranca
casas de cartón y siega miles de vidas proletarias, son bombarderos
silenciosos, escuadrones de la muerte o el cotidiano y llano paso del
hambre. La infecta y parlamentaria democracia burguesa española es
un buen ejemplo de ello: a la noticia de una manifestante con la
cabeza medio aplastada a golpe de goma
le sucede la última muerte en
prisión de un joven vasco. Mientras a un lado del estrecho de
Gibraltar recalan buques destructores de la Marina norteamericana,
jaleada expresivamente por los representantes turnistas del capital
financiero patrio, al otro,
las fuerzas de seguridad en suelo
africano ejecutan gustosamente la última de las masacres contra las
masas del proletariado que ni tiene patria, ni falta que hace.
Son estos mismos asesinos (tanto
dan ejecutores
como gestores, plumillas o beneficiarios pasivos
del régimen) los
que elevan agriamente la voz para tildar de “barbarie” y “crimen
salvaje” cualquier acto protagonizado fuera de sus estultos
intereses de clase: sea una simple huelga, una acampada pacificante o
la simbólica quema de unas decenas de contenedores de basura.
Denunciar el carácter criminal del capitalismo en todas sus
concreciones es tarea de todo proletario consciente. Sin embargo las
tareas centrales que en estos momentos tiene el movimiento
revolucionario, la reconstitución de la ideología comunista
(resoluble sólo desde
fuera del movimiento espontáneo de la clase),
nos obligan a priorizar el desempeño de nuestra actividad política:
no en la lucha propagandista entre las grandes masas sobre las
maldades del capital, tan infinitas como la misma sociedad burguesa;
sino en el estudio de los acontecimientos que nos rodean y que nos
permiten clarificar la línea revolucionaria (junto al
desenvolvimiento del Balance del Ciclo de Octubre) en el desarrollo
de la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia teórica de la
clase obrera. La cual ya conoce sobradamente la miseria y la muerte
inherente a la sociedad actual, pero que sin embargo sigue atrapada
mayoritariamente entre todo tipo de corrientes ideológicas burguesas
que impiden el avance de la reconstitución del comunismo, única
premisa que puede insuflar vitalidad a esa denuncia de la barbarie
capitalista, con la construcción del movimiento político que la
derribe.
Partiendo entonces de que poco
tenemos que
discutir con la clase dominante, suscribiendo la declaración
consciente, que emana de la historia de la lucha de clases, de que a
esta sociedad basada en el terror de la reacción sólo puede
oponerse el terror revolucionario de las clases oprimidas; creemos
pertinente analizar algunos de los acontecimientos protagonizados por
las masas a inicios de este año (en Burgos y en Melilla) y que son
esclarecedores cara a la comprensión del estado de la lucha de
clases (en general, aunque fundamentalmente nos centraremos en
cuestiones de vanguardia) para así abordar los puntos de inflexión
sobre los que han de (re)apuntalarse los principios teóricos y
políticos de la Revolución Proletaria.
Paz social
en tiempos de crisis
En 2011 surgió
el primer gran movimiento
contestatario de masas en el Estado español contra la presente
reconfiguración política y económica implementada por el capital
monopolista. El movimiento, surgido en el actual impasse
de la
Revolución Proletaria Mundial, consecuencia del final del Ciclo de
Octubre, sólo podía reproducir la inercia resistencialista
del
momento, por el cual toda lucha social que aparece en nuestra época
está marcada por la iniciativa de la reacción. En el Estado español
esta situación global se especifica en base al estado concreto de la
lucha de clases marcado, no sólo por la ausencia de referente
revolucionario, sino por un largo período de “paz social”, con
la excepción marchita de Euskal Herria, impuesto por las clases
dominantes con el asentamiento de la transición del fascismo al
parlamentarismo, dos formas de dictadura de la burguesía, cuyas
características imponen una distinta correlación de fuerzas en la
composición del espacio democrático de la dictadura del capital.
Irrumpió así el 15-M (como
expresión de la
descomposición de una de esas fuerzas que componen la corporación
de intereses de clase constituida en el 78, la aristocracia obrera y
parte de la pequeña burguesía), con la impronta de su época:
pacifismo, fe decadente en las instituciones columna vertebral del
régimen (los cuerpos represivos, convertidos en mártires de la
propaganda oficial por su ensañamiento con la pequeña burguesía
democrática vasca), “apartidismo” y desconexión respecto de los
estandartes de la representación: sindicatos y partidos
tradicionales. Al año siguiente los sindicatos mayoritarios,
desbordados por movilizaciones que no seguían sus cauces y ante el
ataque concreto que los monopolios lanzaron contra sus posiciones en
la cogestión de su dictadura, se recompusieron: convocaron dos
huelgas generales y crearon las corporativas mareas de colores. No
lograron sortear el golpe del gran capital financiero, pero sí se
reapropiaron de la calle tomada por los indignados.
El 2013 se convirtió en la resaca
de todo lo
anterior. Aumentaron las huelgas puntuales, pero se multiplicó su
dispersión. Los escraches
anti-desahucios (nicho parcial en que
acabaron los indignados)
tendieron a repolitizar la sociedad, pero
nada comparable a los años inmediatamente anteriores. Sin embargo,
la calma de 2013 tampoco tenía parangón con la conocida años
atrás. Los mismos escraches,
que tenían por fin publicitar una
iniciativa legislativa popular, eran en palabras de Ada Colau una
reconducción del ánimo político en que se encuentran muchos
sectores sociales:
la siempre histérica pequeña burguesía, en proletarización y que
no alcanza a comprender que la jerarquía social capitalista es un
tobogán con duras y enrevesadas escaleras de subida llenas de
obstáculos que contrastan con una bajada limpia y sin misterios. A
lo que se unen cientos de miles de familias asalariadas que han
pasado en un breve período de vivir “ciudadanamente” a no tener
que llevarse a la boca, integrándose en ese tradicional 20% de la
población que siempre vivió excluida y bajo el umbral de la pobreza
en el Estado español.
La calma
tensa define al 2014, con una sociedad
queriendo estallar aun sin saber cómo ni para qué. En este mar
revuelto, las representaciones políticas radicales de esas
fracciones privilegiadas en proletarización (anarquistas,
izquierdistas posmodernos o
revisionistas-sindicalistas) siguen en su
letargo crónico, soñando con que alguna de esas luchas parciales
realice lo que ellos son incapaces de hacer, con crisis o sin ella,
desde sus inofensivas trincheras
que agrupan siglas y más siglas
para la batalla sindical y/o electoral: “encender la llama de la
rebelión”.
Es en estas que ha entrado en
escena el proletario
barrio de Gamonal, en Burgos,
donde una obra pública, de las que la
administración acomete en su función de fomento y salvaguarda del
“interés general”, ha sido capaz de aglutinar en torno a sí la
ira popular. Lo cierto es que la operación quirúrgico-especulativa
que los “servidores públicos” pretendían realizar sobre una de
las principales arterias de Burgos, y a su vez del barrio de Gamonal,
reunía todos los elementos políticos que la hegemonía existente,
que incluye al revisionismo, ha depositado sobre el imaginario del
público para explicar la crisis social: una obra faraónica no
reclamada por la población, un gasto multimillonario en una zona
especialmente exasperada por el desempleo y un constructor envuelto
en todas las tramas corruptas imaginables.
Pero el mero hecho de que estos
acontecimientos se
repitan en un barrio que para el periodista mesetario ya fue “zona
de guerra” antes de que Lehman
Brothers se desvaneciese en las
tinieblas de las subprime,
pone cota a la oportunista explicación
que lega todos los problemas de la clase obrera y las masas a la
crisis, que más que causa fundamental de la “austeridad” que
“asola Europa”, es la catalizadora de un amplio proceso de
reestructuración política de los poderes monopolistas que conforma
la alianza inter-imperialista europea. Pues las mismas escenas de
enfrentamiento con la policía que hemos visto en enero de 2014, las
vimos en agosto de 2005 a consecuencia de un proyecto similar.
Aunque entonces pasaron desapercibidas y no tomaron la dimensión que
este año, en tanto los segmentos sociales que políticamente podían
encauzar esa lucha (los que hoy son proletarizados por la ofensiva
del capital) hace nueve años tenían a sus radicales
representantes
buscando el modo de congeniar el parlamento burgués con el legado de
los obreros y campesinos revolucionarios de los años 30.
La violencia exuda política
La primera gran
concentración a inicios de 2014
en contra de las reformas urbanísticas en Gamonal, el viernes 10 de
enero, convocó a 300 manifestantes. Tras ella se produjo la primera
noche de disturbios, saldada con numerosos detenidos (sólo ese fin
de semana fueron 40 en Burgos). Al día siguiente hubo más de mil
manifestantes. Después de otra jornada de lucha contra la policía,
eran ya varios miles los que salieron a la calle, extendiéndose
solidariamente la respuesta por todo el Estado español, en forma de
concentraciones de apoyo en las que participaron un total de varias
decenas de miles de personas. Estos hechos, como ya ocurriera en 2012
con la primavera valenciana o
en 2011 con la represión a los que
acamparon en la puerta del Sol, muestran la facilidad con que la
clase dominante politiza hasta la más “despolitizada” de sus
intervenciones, de forma y modo que Gamonal se convirtió en un
barrio tomado por los antidisturbios en donde tácitamente se impuso
el toque de queda. Esto, por sí solo, delata que la violencia es la
política por otros medios, lo que implica que no puede existir una
violencia etérea sobre la cual pueda configurarse una conciencia
pacifista general que ahuyente
obligatoriamente a la masa.
Por ello precisamente rescatamos de
Gamonal la
antigua y universal enseñanza de la lucha de clases, de que la
adhesión de las masas a la violencia no depende de un dilema moral
y
abstracto sino de cuestiones de índole político (por supuesto, para
nosotros la moral es estrictamente un asunto político, determinado
por la lucha de clase). Lección fundamental para la vanguardia
comunista cuya tarea reside, en términos históricos, en
entrelazarse con las masas proletarias para entretejer el movimiento
político que necesariamente habrá de transformar la línea política
en línea militar para adecuarse a los requerimientos del proceso
revolucionario: es decir, cuando los cambios cualitativos provocados
en el movimiento revolucionario abran el paso de la acumulación
de
fuerzas de vanguardia (reconstitución del Partido Comunista) a la
acumulación de fuerzas de las amplias masas (desarrollo de la Guerra
Popular). Por tanto que las masas se identifiquen o no con la
violencia (revolucionaria) es una cuestión que atañe a la
vanguardia, a cómo se constituyen las mediaciones sociales
necesarias que permitan elevar a cada vez capas más amplias de masas
dotándolas de conciencia revolucionaria.
Por supuesto, la identificación de
las masas con
la violencia inmanente al proceso revolucionario no hace referencia a
que éstas se posicionen favorablemente sobre un proceso externo a
ellas, con su consentimiento plebiscitario-representativo, sino que
exige que ellas mismas sean las que validen esa política con su
propia acción imperativa, a través de los instrumentos que ponga a
su disposición el Partido Comunista, significante en que se concreta
materialmente la fusión del sujeto y el objeto de la Revolución
Proletaria. Incipientemente Lenin, tan pronto como en el balance del
ensayo general de 1905, ya
pergeñó, sin titubeos de ningún tipo
cuál es la política de la vanguardia con respecto a la cuestión de
la violencia y de cómo ésta, en práctica de esas masas proletarias
que no tienen nada que perder,
es la que constituye el motor de la
Revolución:
“La socialdemocracia debe
admitir e incorporar a
su táctica ese terror de masas, naturalmente organizándolo y
controlándolo, supeditándolo a los intereses y condiciones del
movimiento obrero y de la lucha revolucionaria general y, al mismo
tiempo, eliminando y suprimiendo sin piedad esa deformación
“rufianesca” de la guerra de guerrillas (…) Las masas deben
saber que emprenden una lucha armada, sangrienta y encarnizada. El
desprecio a la muerte, que debe difundirse entre ellas, ha de
asegurar la victoria. La arremetida contra el enemigo debe ser lo
más
vigorosa posible; ataque, no defensa: debe ser la consigna de las
masas; exterminio implacable del enemigo (…)”
En los sucesos
de Gamonal las acciones de
violencia
han servido para agrupar a la clase trabajadora y convertir un
problema de barrio en un,
aunque fugaz, problema de Estado.
Cabe
entonces a la vanguardia preguntarse cuál es el aglutinante político
en torno al cual “explotó” el barrio de Gamonal y, en
consecuencia, qué tipo de conciencia alimenta la contienda y cuáles
son las cotas a que puede aspirar un movimiento de este tipo.
Los derroteros violentos de la
lucha en Gamonal
son, lo esgrimieron sus propios protagonistas en cada entrevista
realizada, el resultado de la desatención por parte de los
representantes del orden. A lo que se une la propia violencia
institucional que al menor alboroto mandó a sus perros de presa,
siendo la policía, organismo ejecutivo de los límites de la
democracia burguesa, grandilocuente ejemplo de la relación directa
entre política y violencia. Efectivamente, las consignas que
iniciaron las luchas vecinales contra el proyecto urbanístico han
seguido siendo las mismas que cuando han intentado conversar con los
funcionarios institucionales de turno, a saber, la “paralización
de las obras” para, si es posible, que las instituciones destinen
el dinero “público” a “equipamiento social” para el barrio.
Bien es verdad que el breve espacio temporal en que esta lucha se ha
desviado de los trámites establecidos, enseguida ha derivado en el
ataque a varias sucursales bancarias, síntoma de la potencialidad de
la situación general de las masas (para que se produzca una
movilización de resistencia,
que no revolucionaria, sobre cuestiones
de índole general) y a la vez de la facilidad con que ésta se
diluye, como causa política, entre las distintas vicisitudes
económicas y concretas que acucian a la clase asalariada.
En Gamonal estamos, en definitiva,
ante un
estallido en sí de la clase obrera. Ante una lucha que ha desbordado
involuntariamente los cauces de la burguesía pero en la que las
masas aún se observan así mismas como ciudadanas,
como portadoras
de una serie de derechos y libertades
que el Estado, el de sus
explotadores, debe proteger. Por supuesto, no seremos los comunistas
quienes caigamos en la mezquindad de criticar a las masas en la
legítima y digna defensa de sus intereses más inmediatos como
clase. Huelga decir, al contrario, que Gamonal representa a la
perfección: primero, la capacidad que las masas obreras tienen por
sí mismas para defenderse del capital sin la mediación de los
entramados burocráticos del revisionismo, cuya visión paternalista
de la clase obrera ha sido una vez más puesta en ridículo; y
segundo la impotencia del revisionismo y su incontestable bancarrota
por dos cuestiones que Gamonal vuelve a dejar cristalinas como el
agua:
a) el esquema político por el cual
la lucha de
resistencia torna en lucha “revolucionaria” está encerrado en el
paradigma que prevé que la clase obrera, desde la defensa política
de su posición económica, puede tomar una conciencia distinta de la
sindical. Esto pone en segundo plano la conciencia revolucionaria y
olvida que todo movimiento social que
no está dirigido por el
proletariado revolucionario está dirigido por la burguesía, revista
ésta la forma que sea. Es por tanto la existencia del Partido
Comunista, como relación objetiva entre la vanguardia y las masas,
la que transforma en revolucionarias las demandas de la clase, al
crear los medios para que ésta ejerza conscientemente su dictadura
política desde los organismos del Nuevo Poder. Que, por ejemplo, la
organización “revolucionaria y marxista” Red Roja
tenga que retrotraerse al paradigma de la revolución burguesa, la
toma de la Bastilla en 1789, para explicar la conexión entre una
lucha de resistencia y la “revolución”, es la prueba más
palmaria de que el revisionismo está anclado en ese fatalismo
determinista que contempla la conciencia como producto mecánico de
la situación del proletariado y la revolución como desarrollo
político de esas fuerzas económicas,
siendo incapaz de comprender
el papel central que ocupa la conciencia en la Revolución
Proletaria:
“La realización de este acto que
redimirá al
mundo es la misión histórica del proletariado moderno. Y el
socialismo científico, expresión teórica del movimiento
proletario, es el llamado a investigar las condiciones históricas y,
con ello, la naturaleza misma de este acto, infundiendo de este modo
a la clase llamada a hacer esta revolución, a la clase hoy oprimida,
la conciencia de las condiciones y de la naturaleza de su propia
acción.”
b) Con ese punto
de partida, las consecuencias
prácticas de la quimera sindicalista están claras (agotado el Ciclo
de Octubre, al perderse el comunismo como perspectiva de cambio entre
las amplias masas, los intereses de clase que representa
políticamente el revisionismo pueden ser perfectamente asumidos e
implementados por otros sectores reformistas sin que la
hoz y el
martillo les penalice
en sus laborales sindical/electoreras): el
discurso teórico de la práctica
desde las reformas del medio en que
el proletariado es explotado hace que el revisionismo quede
completamente a expensas de las fluctuaciones políticas que el
propio capitalismo genera. El revisionismo carece de iniciativa y no
participa de la política (tanto en general como en lo concerniente a
los asalariados) más que externamente. Sus
escarceos con el
movimiento tan sólo son para empujar hacia abajo a la clase obrera,
pues la desvían de los problemas políticos generales y encierran en
el marco parcial en que se desarrollan, proyectando en sus
análisis
y su “puesta en práctica” toda la impotencia que atesoran (que
no obstante aún le permite mantener su hegemonía
social en lo
referente a “comunismo”). Que, por ejemplo, el PCPE,
con treinta años a sus espaldas de “práctica marxista-leninista”,
no haga más que retar a las masas para que vuelvan al puesto de
trabajo con los “Comités de Unidad
Obrera” y se contenten con la
teórica creación de unos
reformistas “Comités Populares en cada
barrio obrero bajo reivindicaciones concretas a favor de la clase
obrera y el pueblo”, en el momento que éstas logran alzar la
vista
e intentar procurarse objetivos más amplios (aunque se mantengan
dentro de los límites de la reforma), no hace sino sentenciar la
caducidad de esa rancia fe en el espontaneísmo, producto del esquema
sindicalista, que ha de ser barrida sin contemplaciones de nuestro
movimiento. Además indica lo obtuso de la mente del “comunista”
típico, incapaz de aprender, por más que el marxismo haya dejado
sentado hace ya mucho tiempo y la realidad cotidiana se lo señale
diariamente, que la movilización general de las masas se produce no
por cuestiones parciales, sino por los acontecimientos atravesados
por la alta política. Son siempre una múltiple maraña de factores
los que condicionan el nacimiento de un movimiento amplio de masas
espontáneo. Pero como se ha analizado no pocas veces, sin ese
elemento político general es imposible que una situación social
detone: en 2003 y en 2011 se desataron sendos movimientos de protesta
que lograron protagonizar el conflicto social en el marco estatal. El
primero fue producto de la intervención militar en la guerra de
Irak, el segundo, crisis económica y social de por medio, se acogía
a una consigna eminentemente política, “democracia real”, que,
más allá de las graves taras que arrastrara el movimiento, giraba
en torno al poder. Las masas
se identifican con una lucha cuando
sienten que tiene relación directa con sus condiciones de vida. Las
luchas concretas y parciales, por más que puedan crear un ambiente
de simpatía y solidaridad, caso de Gamonal (que se da en una
situación general que a priori
tiene mayor potencialidad conflictiva
que lo anteriormente citado), no enraízan, a falta de esos otros
factores, más que en el lugar y el momento concreto en que nacen,
languidecen y mueren, hasta la próxima ocasión en que el capital
vuelva a cometer alguna de sus tropelías fuera del guión
acostumbrado.
El suelo social de la revolución
Los
acontecimientos protagonizados el pasado mes
de enero por los vecinos de Gamonal coincidieron con el último amago
de estallido social en uno de los barrios más oprimidos del Estado
español, la Cañada de Hidum, en
Melilla. Allí desde hace años las
masas protagonizan de manera periódica enfrentamientos directos con
las fuerzas policiales. Barricadas, cócteles molotov
e incluso
disparos de carabina han recibido en la última ocasión al
contingente policial al acercase al barrio melillense. Similares
hechos se registraron con fuerza hace menos de un año en un suburbio
proletario de Estocolmo, en Husby. La constante rebelión en las
banlieues francesas (Amiens en
2012, Paris, etc.), el agosto inglés
de 2011, etc. dibujan como un fenómeno al alza la ruptura temporal
de la monotonía democrática en
las periferias de los centros
imperialistas por parte de sectores de las masas más profundas.
Estos estallidos van más allá del ámbito laboral. No se establecen
sobre la defensa de un derecho particularizado que eleve a sus
protagonistas a la posición de ciudadanos y, en consecuencia,
defensores de las instituciones del capital. Por norma, no reclaman
nada y arrasan sin miramientos con todo, desde comisarías policiales
a centros de enseñanza. Tal vez esto explique por qué a estos
sectores insurrectos de las masas más profundas no se le dedican
comprensivos editoriales, comunicados solidarios ni concentraciones
de apoyo por parte de esa izquierda que dentro o fuera del parlamento
trabaja empeñada en que “la crisis la paguen los ricos” y el
Estado burgués les garantice su cuota social a través de “lo
público”.
Para reformistas y revisionistas la
violencia de
las hondas masas es el resultado del “repliegue” del Estado
“benefactor”, del “recorte” de las administraciones públicas
que son de “todos” y ahora están “secuestradas” por
“mercados” y “poderes oligárquicos”. En realidad esta
situación no es más que uno de los muchos reflejos particulares, y
que toman forma en base al estado de la lucha de clases, de la
tendencia general del imperialismo a proletarizar y pauperizar a cada
vez más capas de la población, que a su vez es exponente de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia capitalista. Pero ¿cuál
es la potencialidad política de este fenómeno social en los centros
imperialistas en lo que se refiere a la Revolución Socialista?
Los estallidos intermitentes de las
banlieues
francesas o de la Cañada de Hidum, vigorizan la tesis marxista sobre
la posición que el proletariado ocupa objetivamente en el entramado
capitalista: aplasta la interpretación fetichizada del revisionismo
sobre la relación obrero-patrón en la que subsumen al proletariado
(como diría Marx la burguesía no ve
en el proletariado más que al
obrero) y destierra la idea de que el proletariado, esa clase
que no
posee más que sus cadenas, se ha difuminado entre las múltiples
contradicciones “irrepresentables” en la era globalizadora
y
postindustrial de la
posmodernidad.
Muy al contrario. Si hace mucho que
el
proletariado ya no puede agruparse en torno a su medio laboral, como
se vio necesitado a hacer en la era del capitalismo ascensional, su
fase de conformación como clase
en sí, es porque el proletariado en
la era del imperialismo sólo puede representarse a sí mismo como
clase con intereses propios independientes, negándose
dialécticamente, es decir, provocando un salto cualitativo en
términos políticos, que haga detonar los ritmos que el capital le
impone en toda su realidad vital, pues el campo de transformación de
la Revolución Socialista no acaba en los límites de la fábrica
sino que abarca todas las relaciones sociales que ocupan a la clase
proletaria (y por extensión a todas las relaciones sociales que se
dan actualmente); por esto la clase obrera ha de metamorfosearse en
clase para sí,
adquiriendo la categoría de clase revolucionaria y
elevándose a clase dominante.
En las Tesis
sobre Feuerbach, ese auténtico y
primigenio núcleo filosófico del marxismo, que muy de vez en cuando
algún oportunista cita para justificar su práctica sindical, Marx,
además de situar ordenadamente la relación que tienen teoría y
práctica revolucionaria, desnuda a ese materialismo vulgar del que
bebe el revisionismo:
“A lo que más llega el
materialismo
contemplativo, es decir, el materialismo que no concibe la
sensoriedad como actividad práctica, es a contemplar a los distintos
individuos dentro de la "sociedad civil".”
(IX Tesis sobre Feuerbach)
Como el
“materialismo contemplativo” nuestros
revisionistas son incapaces de ir más allá de lo que la “sociedad
civil” (esto es, la posición económica que las clases tienen en
la sociedad capitalista) refleja en su superficie y por ello se
enfangan en la adulación del obrero por sí mismo y en el movimiento
espontáneo que la defensa de sus intereses inmediatos genera.
En la era del imperialismo no cabe
en forma alguna
la concepción obrerista
del proletariado, ni la revisionista
sindicalista, ni la desarrollada, partiendo de ella, por la izquierda
posmoderna y posobrerista,
anverso del dogmático oportunista
tradicional. Porque el revisionista logra, con su estrecha
concepción, proyectar sobre la lucha de clases la ficcionaria idea
liberal en que el obrero se disocia en
productor (explotado, como
forma de capital variable) y en
ciudadano burgués (como supuesto
sujeto de unos derechos fundamentados en el mismo orden que lo
cosifica como mercancía), pues al salir del tajo muta
inexplicablemente, Estado burgués
mediante, en un citoyen
ligado
fraternalmente a su explotador.
Destruyendo esta entelequia
burguesa lo que el
marxismo muestra, y está en conexión con los actuales estallidos
proletarios de las barriadas marginales, de los cinturones
de miseria
que bordean a las metrópolis, es que no cabe dentro
de la sociedad
burguesa representación posible del proletariado como clase que
pugna por subvertir su situación. Hasta la extrema izquierda de la
academia burguesa, los Zizek, Balibar, Badiou, etc., han comprendido
algo tan elemental (aunque por estar encerrados en esa academia les
es imposible traducirlo en un programa real de emancipación que
pueda ser ejecutado por las masas) cuando hablan de “los
excluidos”
que no tienen un lugar fijo en la jerarquía social y por ello son
“los únicos” que se encuentran
capacitados para representar “el
Todo” que se enfrente radicalmente al conglomerado de intereses
particulares que defiende ese orden establecido.
Y viene bien tener esto presente,
pues es donde
está la clave: en la esfera en la que
el proletariado tiene que
liquidar a su antagonista es en la esfera del Poder. Si
revisionistas
y reformistas no son capaces de desenredar el nudo gordiano del
conjunto social que oprime a la clase, es porque ese nudo es una
totalidad, representa algo superior a todas las fibras que se
entrecruzan en su composición y no puede ser liberado tratando cada
uno de esos elementos de forma particular, sino planteando
conscientemente una totalidad social radicalmente nueva, que extirpe
de raíz las causas de toda opresión. Por esto el materialismo
dialéctico de Marx da en la clave: porque para transformar toda la
realidad se necesita a la vez comprenderla en su movimiento total,
dejando de lado el empirismo y la superficialidad con que el
revisionismo pretende comprender y modificar las particulares
consecuencias de las relaciones sociales capitalistas. Así el
proletariado, descubriendo todas las conexiones subterráneas de lo
social, encuentra en el marxismo la cosmovisión revolucionaria de la
sociedad, la posibilidad de su subjetivación revolucionaria,
fusionándose así el objeto y sujeto revolucionario en aquello que
Lenin definió como el movimiento político, suma
de organizaciones,
que debe ser el Partido Comunista.
El
proletariado está obligado a construir su
dictadura revolucionaria contra las relaciones sociales
burguesas.
Porque si el Estado burgués es la cristalización de todas las
relaciones sociales que se dan bajo el capital, es la combinación
acabada, pero siempre en movimiento, de las relaciones democráticas
entre las privilegiadas clases dominantes y su consecuente forma
dictatorial para con las dominadas; el Nuevo Poder supone la
edificación de un cuerpo estatal
sobre la base de la praxis
revolucionaria del proletariado y en donde toda forma
dictatorial o
democrática de relación social que se genere no es más que
temporal y transitoria históricamente. Estas cuestiones de principio
se particularizan en la posibilidad real de imbricar estos estallidos
sociales con el plan general de la Revolución Socialista. Las
acciones de las masas en Clichy-sous-Bois, en Husby, en Tottenham, en
la Cañada de Hidum… que provocan la histeria de la burguesía y la
indiferencia, cuando no la descarada hostilidad, entre los
revisionistas, indican donde está el rico suelo en que prenderá la
Guerra Popular durante el próximo ciclo revolucionario.
Con horror señalaban los media
que para la última
revuelta en Melilla, los jóvenes proletarios habían estado durante
días haciendo acopio de material (neumáticos viejos, combustible,
etc.) para levantar barricadas y enfrentarse a los servidores armados
de las res publica. Los
estallidos espontáneos de las masas
profundas cuentan con un componente organizacional claro (que puede
responder a mecanismos sociales ya existentes o que pueden ser
generados puntualmente por las masas en la lucha por sus condiciones
de subsistencia), en donde sectores de la juventud proletaria
aprenden la táctica del enfrentamiento urbano de baja intensidad con
las huestes del capital y donde se ponen en práctica auténticas
acciones de embosque a la policía,
en las que incluso se llegan a generar temporalmente vacíos de poder
(experiencia no equiparable a la Guerra Popular, pero que no obstante
puede ser aprovechada en algún momento particular). No deja de ser
sintomático que mientras acciones como la de Hidum se saldan sin
bajas para los proletarios, haciendo gala del buen manejo táctico
del repliegue, las manifestaciones anti-recortes de las grandes urbes
(Madrid, Barcelona, Valencia…) acaban en estampidas salpicadas con
pequeños focos de resistencia en los vomitorios de las avenidas
principales, cuyo resultado es siempre el de decenas de detenidos.
Por supuesto no queremos ensalzar
estos métodos
de lucha callejera que se dan en Melilla, las banlieues,
etc. ni
equipararlos con la Guerra Popular.
Desde su inicio, en la defensiva
militar estratégica iniciada inmediatamente después de la
reconstitución del Partido Comunista, la Guerra Popular se
caracteriza por ser instrumento partidario, lo que garantiza que la
acción de las masas tiene por núcleo la ideología revolucionaria.
Las implicaciones de esta premisa nos llevan a un escenario que hay
que matizar pues lo que para la revolución es desechable en la
fábrica también lo es en la calle: si el Partido Comunista (o en la
etapa de reconstitución política, aunque medios y objetivos sean
cualitativamente distintos entre esas dos etapas: en el proceso de
reconstitución política la vanguardia ideológica establece sus
puentes sociales con la vanguardia
práctica para elevarla, pero aún
no se han fusionado en movimiento que desarrolle praxis
revolucionaria como Partido Comunista) no puede tomar el movimiento
sindical/laboral tal y como está configurado, tampoco puede hacerlo
con la estructura social preexiste en los suburbios proletarios. En
otros espacios sociales la primera tarea de la vanguardia comunista
será enfrentarse a las organizaciones reformistas para impedir al
enemigo de clase su desarrollo y para conquistar el espacio político
desde el que proyectarse a las masas. En estos barrios oprimidos
donde hacinados y marginados se encuentran destacamentos enteros del
ejército industrial de reserva, la tarea revolucionaria tendrá una
centralidad idéntica, aunque con características propias: el
movimiento político comunista tendrá la obligación de horadar el
escabroso terreno, expulsando al enemigo de clase cuya forma atenderá
a las particularidades que compongan el terreno social, que
difícilmente estará “deshabitado” pues no existe espacio social
aséptico y éstos estarán infestados (y organizados en torno a su
funcionalidad de clase, esto es, estructurados en base a la
estratificación social burguesa a la que sirvan) por todo tipo de
mafias y movimientos reaccionarios, cuando no sean una mezcla
explosiva de todo lo anterior. Esto es, tampoco
en estos barrios
degradados, a despecho de su idealización anarquizante, cabe tomar
el movimiento tal y como se da espontáneamente, sino que exige de
los comunistas un trabajo revolucionario consciente previo, que
desarticule y barra con esas mafias y movimientos reaccionarios y
devuelva el lugar a sus moradores, organizándolos (lo que no es otra
cosa que sentar las cimientos del Nuevo Poder) como condición de la
verdadera proyección de las capacidades revolucionarias de ese rico
suelo social del que hablamos. Como ya hemos señalado en otras
ocasiones (y para enterrar esos prejuicios
hegemónicos en el
movimiento “comunista” que son una suerte de mezcolanza entre las
teorías tercermundistas y la
necedad inherente al representante
medio de la aristocracia obrera) las zonas urbanas también permiten
la implementación de movimientos políticos armados capaces de
instaurar su propio poder. Llama la atención como los movimientos
reaccionarios si tienen en cuenta estas zonas oprimidas como base
para infiltrar su política. Ejemplos del trabajo político de
movimientos reaccionarios en estas áreas los tenemos desde el
islamismo más extremo, que se torna en referente político entre
algunos de estos sectores compuestos por proletarios de ascendencia
musulmana; hasta el fascismo, que realiza labores asistencialistas
para granjearse el apoyo de un sector desfavorecido del proletariado,
caso de Grecia, cuya ascensión electoral entre la masa de los
obreros griegos desempleados dobla la media de votos que percibe en
términos generales.
El pulso de la vanguardia
revolucionaria con este
sector de la clase obrera que podemos encuadrar en la vanguardia
práctica no puede concretarse de manera concisa en tanto responde a
un problema táctico que requiere de unos dispositivos sociales
nuevos y particulares de los que hoy la vanguardia no dispone. Pues
su conquista para la revolución sólo puede ser el resultado de la
previa reconstitución ideológica (situación por la que batallamos
actualmente), momento en que la contradicción vanguardia/masas se
desplace del seno de la vanguardia ideológica del proletariado (al
lograr el ala revolucionaria, mediante balance y lucha de dos líneas,
superar dialécticamente a su contrario), hacia esa vanguardia
práctica cuya fusión con la vanguardia revolucionaria significará
la resolución de la reconstitución política del comunismo.
Sin embargo si pueden adelantarse
ciertos
elementos, producto de lo que va aportando a la vanguardia el balance
de la experiencia histórica (y que nos sitúan en un plano más
elevado para abordar el próximo ciclo), pues las leyes de la guerra,
como algo social, están sujetas a la transformación provocada por
la práctica de la lucha de clases y, en este sentido, son
fundamentales los aportes que el maoísmo legó en el último período
del Ciclo de Octubre. Además es perentorio tener clara la
perspectiva de los hitos sobre los que va a marchar la revolución,
pues el entrelazamiento entre unos y otros momentos (reconstitución
ideológica y política; Guerra Popular y conquista del Poder;
dictadura del proletariado y Revolución Cultural) del proceso
general son parte integral de cada etapa, alimentan políticamente la
forma orgánica que toma el movimiento revolucionario en cada fase
y determinan, entre otras muchas cuestiones, la relación entre el
trabajo legal y el que no lo es, el carácter de la propaganda, los
distintos resortes sociales que puede utilizar la revolución en cada
momento, etc.
En la Guerra Popular de los centros
imperialistas,
las zonas urbanas, es decir, donde se encuentran las masas
proletarias, serán el principal centro batalla, en donde el Partido
Comunista habrá de crear mediante su acción los vacíos de poder
donde se imposibilite a la burguesía ejercer su dictadura de clase,
donde las acciones armadas serán dirigidas por el Partido en la
perspectiva de conquistar bases de apoyo y construir comités
populares para construir dictadura revolucionaria, esto es, los
mecanismos sociales que aplican el programa de la Revolución,
amplificando el radio de acción del movimiento político organizado,
del partido de nuevo tipo dirigiendo la Guerra Popular, cerrando así
la ineluctable conexión de la ideología
con los tres instrumentos
de la Revolución: Partido, Ejército y Nuevo Poder.
Y para llegar a esta situación
objetiva, lo único
que se puede hacer es, como señalamos, avanzar en la reconstitución
comunista, creando el marco político y social, cualitativamente
superior, que permita vislumbrar a la vanguardia práctica proletaria
e incorporarla organizadamente al proceso revolucionario, poniendo al
elemento consciente como lo fundamental (pues la reconstitución no
puede postrarse ante las dinámicas espontáneas que emanan del
mercado capitalista), elevando a ese sector de vanguardia en
sí de
las masas, extirpando de su conciencia todo prejuicio burgués y toda
metodología “rufianesca” o de “insurrecto errante” ajena al
proletariado revolucionario (al igual que entre otros sectores de la
vanguardia práctica, en ese mismo proceso de reconstitución
partidaria, se habrá de actuar contra los prejuicios legalistas y
parlamentaristas), convirtiendo al oprimido al que la sociedad
burguesa rodea de miseria, a aquel que en palabras de Brecht está
llamado
a ser un dirigente, en cuadro del Partido Comunista y la
Revolución, pues el suelo social revolucionario en que tanto
insistimos no son los barrios y su organización dada, sino esas
masas proletarias que el capital engendra constantemente y que están
dispuestas a todo porque no tienen nada.
Por ello la
labor de reconstitución ideológica
del comunismo como etapa específica con la que hay que rearmar
el
proceso revolucionario, sigue siendo
el punto de partida de la
revolución, su fase embrionaria.
Porque sólo con esta tarea
práctica resuelta tendremos posibilidad de conectar a más sectores
de nuestra clase como vanguardia comunista, de ofrecerles un
horizonte colectivo, para hacer pasar, parafraseando al Lenin
iskrista del ¿Qué
hacer?, a nuestro movimiento de la infancia
a la
madurez en la clara perspectiva
de que el Partido Comunista tiene
indefectiblemente la tarea de dirigir la guerra total contra el orden
social existente.
Movimiento Anti-Imperialista
Marzo 2014
Notas
Los que el pasado enero paralizaron las
obras del bulevar y su aparcamiento subterráneo en Gamonal, hicieron lo
mismo en agosto de 2005 con un proyecto semejante. También hace nueve
años los disturbios con la policía se iniciaron cuando los vecinos
impidieron el inicio de las obras en el barrio.
V.I. LENIN: “Lecciones
de la insurrección de Moscú”, O.C., Akal t. XI, págs. 182-183.
Hemos de insistir en que denominar
“violencia” a los acontecimientos de Gamonal tan sólo es concebible por
la correlación de fuerzas de clase existentes en el actual marco
político, en que la burguesía impone cómodamente al proletariado,
desprovisto de toda referencia política y que lleva décadas sufriendo la
paz social, su concepción del mundo. Que recientemente se haya admitido
una querella contra dirigentes de la Izquierda Abertzale por “genocidio”
es, seguramente, el penúltimo acto de esta espectacular farsa que es la
era del imperialismo.
Dice Red Roja en referencia a Gamonal: “Es
la gota que colma el vaso cuando se acumula materia social altamente
inflamable. Muchas grandes transformaciones históricas han seguido
este mismo patrón; por ejemplo, la causa inmediata de la toma de la
Bastilla fue la negativa a pagar impuestos de guerra para que la
monarquía francesa continuase con sus campañas militares en los
territorios del norte de América”.
(Red Roja, “Dos, tres, muchos Gamonal”)
F.ENGELS, “Del socialismo utópico al
socialismo científico”.
C. MARX, Tesis sobre Feuerbach