Consideraciones sobre el agosto inglés
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Durante cuatro días de agosto, el corazón del
imperialismo británico, la capital y muchas otras urbes inglesas, ha ardido en
medio de una auténtica revuelta de masas, escenario que empieza a ser habitual
en
El detonante fue otra muestra de
despotismo policial, forma como el capital gestiona la vida de los suburbios
más degradados de las grandes urbes,
que esta vez se cobró la vida de Mark Duggan, joven de 29 años y padre de
cuatro hijos, a sumar a las más de 330 personas muertas, según cifras
oficiales, impunemente a manos de la policía en el Reino Unido desde 1998 (en
el Estado español se cuentan por casi 800 los muertos bajo custodia policial y
carcelaria desde 2001, cifra que, no sólo nos recuerda la materialización de
ese despotismo en estas tierras, sino el tributo de sangre que la máquina del
Estado burgués se cobra indefectiblemente, aún en tiempos de funcionamiento
“normal”, “pacífico” y “democrático”).
La severa miopía del revisionismo
La chispa del asesinato del joven Duggan caía sobre un
terreno bien abonado, que no es otro que el de la decadencia del capitalismo,
la época de su crisis general e histórica, el imperialismo, que ha generado
hace ya mucho tiempo por todo el orbe las condiciones objetivas para la
consecución de
No nos corresponde a nosotros marcar la diferencia
étnica, nacional o cultural, como hace la prensa burguesa y liberal, pues la
revuelta inglesa nos ha mostrado gráficamente el mejor mentís a este tipo de
campañas propagandísticas disgregadoras, como son las imágenes de los millares
de rebeldes en los que se apreciaban todas las tonalidades de piel, abundando
significativamente la blanca. Lo
interesante es, llanamente, señalar cómo esta inmigración va haciendo cada vez
más clara, empírica y palpablemente, esa realidad sobre el carácter
internacional de la clase proletaria.
Precisamente, eso es lo que hace que cada vez más la
vanguardia deba comenzar a prestar atención y a pertrecharse para la lucha por
rebatir y contrarrestar la propaganda imperialista sobre la “multiculturalidad”,
que, junto a las variadas “identidades” sectorializadas e individualizadas (la
“identidad” de género, la generacional, etc.), pretende trocear en múltiples
problemáticas parciales y en miles de sujetos fragmentados y enfrentados entre
sí, lo que no es sino una sola clase que reclama una sola solución universal a
su único problema, el capitalismo imperialista, aunque éste se manifieste
fenoménicamente de multitud de formas. Divide
et impera es la consigna que resuena tras la cándida expresión de la
multiculturalidad, lo cual, por supuesto, no implica que la vanguardia proletaria
no deba ser sensible a las problemáticas culturales del proletariado
inmigrante, pues éstas no son otras que sus
propias problemáticas, ya que no existe el proletariado en general, sino que éste, internacional por naturaleza, se expresa
a través de los distintos marcos culturales en que se genera. No se trata,
pues, de enfrentar un supuesto multiculturalismo
proletario al multiculturalismo burgués, sino comprender la diversidad
cultural para, desde la misma, a la vez que facilitará nuestra fusión con los
distintos sectores que conforman el hondo y profundo de las masas proletarias,
avanzar hacia ese crisol universal de culturas en que cristalizará el
Comunismo.
Como decimos, el suelo es fértil para la rebelión. No
se trata aquí tampoco de la crisis económica puntual, por importante que sea,
ni de los recortes, pues incluso el Estado
benefactor, sin recortar, nunca ha
gestionado de otra forma que no sea policialmente la esclavitud asalariada y el
expolio imperialista, así como el reparto de las prebendas que ese mismo
expolio generaba. La actual crisis y la proletarización creciente de un
importante sector de la aristocracia obrera y la pequeña burguesía son
cuestiones cuantitativas que en nada afectan a la cualidad esencial del
problema, esto es, esa esclavitud asalariada y ese expolio imperialista. Por lo
tanto, es puro oportunismo y convergencia con el capital, en su forma social-liberal
y socialdemócrata, burguesa y pequeño-burguesa, el focalizar la causa de las
revueltas en la cuestión de la reducción del gasto público, pasando por alto
ese problema central que señalamos: la existencia histórica de la explotación
capitalista que, junto a la deslumbrante acumulación de capital, va generando
una creciente muchedumbre de desposeídos que, obligada a abandonar sus países
expoliados (expolio que sucedía durante esos años dorados del capitalismo y del bienestar que van hasta la década de los 70, y que explican mucha
de su pujanza), se acumula ahora en las rapaces metrópolis. Que esa miseria
acumulada se colme y se desborde, por ejemplo desde Jamaica a Bristol, es algo
natural y que está en la lógica de las relaciones de producción capitalistas
mundializadas. Es decir, tanto la plenitud del bienestar, como su crisis y recorte,
tienen una única base: el imperialismo.
Una prueba palmaria de que precisamente no son los recortes la causa de la revuelta, sino
que ésta es expresión del agotamiento del capitalismo y de su descomposición
histórica, que va dejando, como subproducto, un reguero de desestructuración
social entre los desposeídos, arrancados de su hábitat y de sus formas
colectivas de agregación (proceso que también, con otras características, está
en la génesis de formación del capitalismo, como sucedió con la destrucción de
la primitiva comunidad campesina); una prueba palmaria, decimos, la tenemos en
esa característica peculiar de esta revuelta y que tanto horroriza y
escandaliza a burgueses y revisionistas por igual, a saber, la violencia de destrucción material que
ha acompañado a la revuelta unida a la absoluta
ausencia de cualquier reivindicación material concreta por parte de los
rebeldes.
Este sólo hecho ya demuestra que no son los sectores
instalados en el sistema, partícipes del mismo, los que han protagonizado la
revuelta, sino lo hondo y profundo de las masas, el proletariado parado, precarizado, inmigrante y sin papeles
(el propio gobierno británico ha dispuesto ya la deportación de cientos de
extranjeros participantes en la rebelión), que no busca ni puede querer buscar
alguna petición concreta de mejora material parcial, pues su lugar son las
aplastantes alcantarillas del bienestar,
donde los códigos y las convenciones políticas, sociales y morales de la
democracia burguesa se disipan.
Nos resultará útil acercarnos a alguna categoría
acuñada por la intelectualidad burguesa para comprender mejor este fenómeno,
que empieza a ser habitual en
“Cuando quienes se encuentran fuera del campo social
estructurado golpean ‘a ciegas’, exigiendo y
ejerciendo la justicia/venganza inmediata, eso es la ‘violencia divina’ (…)
Como la langosta bíblica, castigo divino por los pecados de la humanidad, esa
violencia golpea desde cualquier sitio, es un medio sin fin…”[1]
El origen de este concepto está en Walter Benjamin,
que abunda en la caracterización del mismo:
“La violencia divina constituye en todos los puntos la
antítesis de la violencia mítica. Si la violencia mítica funda el derecho, la
divina lo destruye; si aquélla establece límites y confines, ésta destruye sin
límites (…) si aquélla amenaza, ésta golpea (…) La primera exige sacrificios;
la segunda los acepta.”[2]
Poco importa ahora, a efectos de caracterización y
comprensión del fenómeno, que estos autores que se han acercado a él se hallen
más o menos próximos al marxismo. Lo importante es que en estas definiciones
nos dan algunas características que hemos visto manifestarse real y
materialmente en las calles de Londres y otras ciudades inglesas.
En primer lugar, efectivamente, hemos visto a los que
se “encuentran fuera del campo social estructurado”, es decir, aquellos para
los que ayuntamientos, ONG’s, parlamentos, sindicatos, convenios o partidos
burgueses (liberales, fascistas o revisionistas), etc., no son un lugar de
confluencia política. Y les hemos visto ejerciendo la “justicia/venganza
inmediata”, desde “cualquier sitio”, como “medio sin fin”, “destruyendo los
límites y el derecho sin buscar fundar uno nuevo”, es decir, una violencia que
acaba en sí misma, sin pretender que sea un medio para una serie de
reivindicaciones que configuren un nuevo contrato
social. Por definición, esas reivindicaciones
concretas que los revisionistas exigen confeccionar a los rebeldes,
presuponen al Estado burgués como contraparte aceptada y legítima, con la que
negociar y acordar un nuevo marco social o político consensuado, es decir,
dentro de los límites de ese mismo Estado fundado sobre las relaciones
capitalistas.
Así pues, tenemos una violencia que golpea, se venga,
como fin, que no busca cualquier tipo de acuerdo o pacto social. Ignorar ese
cauce es precisamente lo que aterroriza a burgueses y revisionistas por igual,
lo que les resulta irracional[3], y
muestra su fondo de clase común. Y es el indicador de que no ha sido la
aristocracia obrera o la pequeña burguesía la que ha guiado con sus
concepciones, códigos y objetivos la revuelta, aunque haya elementos de estos
estratos que se hayan sumado a la misma (y es que la crisis económica puntual,
aunque no sea causa de fondo, siempre es un factor que ensancha el flujo de los
que se unen a la revuelta, es decir, aparece como factor cuantitativo y no como
detonante), como muestran los variados perfiles sociológicos de los detenidos
por participar en esta revuelta plebeya
que la prensa burguesa ha publicado (que van desde profesores y trabajadores
sociales a parados).
Todo ello pone en evidencia a los oportunistas que han
“condenado” la “criminalidad” y han visto su causa en el “recorte de lo
público”, abusando hasta la náusea del concepto de lumpen y evidenciando una vez más que no representan otra cosa que
la gestión pública de la dictadura del capital, el colchón de “estabilidad y
derecho”, erigido sobre la superexplotación imperialista, para esa fracción
social burguesa que es la aristocracia obrera. Un botón de muestra:
“
Como se ve, todos los lugares comunes de
esa fracción arribista de la clase obrera que venimos denunciando. Así pues, la
cuestión no es que nosotros tomemos puntualmente algún concepto de la
intelectualidad burguesa radical para acercarnos a un fenómeno que empieza a
tomar formas novedosas y de gran magnitud, sino que lo realmente expresivo del
momento actual y de la situación del Movimiento Comunista Internacional (MCI) es
que ese sector de la intelectualidad burguesa muestre una mucho mayor
sensibilidad y dé mejores herramientas para acercarse a la comprensión real de
un fenómeno que se abre paso que toda esa pléyade de marxistas ortodoxos, supuestamente cercanos a las luchas obreras, cuyo “marxismo” no es otra cosa que
el embotamiento de la teoría revolucionaria, su reducción a justificación del
sindicalismo, para servir fielmente a los intereses de la aristocracia obrera. Es deber de los comunistas revolucionarios
retomar su confianza en la concepción proletaria del mundo y comenzar a
confrontarla con las múltiples doctrinas y “novísimas” teorías que pretenden
guiar el camino de la emancipación humana, confrontación que, sobre la base del
Balance de la experiencia del Ciclo de Octubre, la enriquecerá hasta el punto
de volver a constituirla en referente de la vanguardia y de las masas del
proletariado.
Es precisamente esa dejación y ese
desprecio por la teoría revolucionaria, su reducción a justificación del culto
a la espontaneidad, lo que, como venimos insistiendo, impide desde hace décadas
que el proletariado revolucionario se rearme para destruir definitivamente a
ese capitalismo agonizante que es el imperialismo.
De este modo, como decimos, el problema
no es que Zizek sea un intelectual burgués –que lo es—, ni que Benjamin deje
hueco al misticismo al hacer derivar su análisis de la violencia de las formas
del derecho, sino que el recetario sindicalista que algunos desvergonzados
llaman “marxismo”, como ha resultado tras el desgaste de un siglo largo de
revolución, es incapaz de hacernos retomar el pulso a la sociedad, sino que fomenta
que la reacción espontánea de muchos autodenominados “comunistas” ante sucesos
como los de Inglaterra sea el desdén, el desprecio, la mirada de superioridad
hacia la masa rebelde, y el epíteto zahiriente de “lumpen” hacia los alzados.
Todo lo que no entre en su estrecho recetario sindical, desde el 15-M hasta una
verdadera rebelión como la de Londres, no merece, por parte de nuestro sindicomunista, otra cosa que su
ignorancia y sus repugnantes aires de superioridad.
Las diferencias en el seno
de la clase obrera y el lumpemproletariado
Desde sus mocedades, el movimiento
obrero y el marxismo han tenido consciencia respecto a la heterogeneidad del
proletariado como clase, y la existencia de distintos grupos y fracciones en su
seno, tanto desde el punto de vista socioeconómico, como del político.
Seguramente, la primera división que
aparece en el marxismo sea la del conjunto de la clase con respecto a sus
sectores más bajos y degradados, ese lumpemproletariado, de cuya
estigmatización ha hecho el revisionismo uno de sus lugares comunes y uno de
sus dogmas más atemporales. El Manifiesto
Comunista lo define así:
“El lumpemproletariado, ese producto
pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a
veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo,
en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a
la reacción para servir a sus maniobras.”[5]
Ciertamente, no es una definición
laudatoria desde el punto de vista de las expectativas de la revolución
proletaria, sin embargo, aún como posibilidad secundaria, subordinada a su
tendencia a venderse a la reacción, marca la posibilidad de que se pueda ver
“arrastrado hacia el movimiento por una revolución proletaria”. Es decir, a
pesar de la absoluta maldad y el desprecio con el que el oportunismo ha querido
ver a esta fracción social, cayendo en la unilateralidad, los maestros del
socialismo no excluyen, aunque de forma secundaria, la posibilidad de que esta
fracción se pueda ver envuelta a participar en la revolución proletaria.
Esta dualidad de los padres de nuestra
cosmovisión al referirse a este estrato atraviesa su obra. De hecho, en 1850,
en una reseña sobre una obra literaria que retrata los ambientes conspirativos
parisinos antes de la revolución de febrero de 1848, Marx coloca entre los conspiradores
revolucionarios a “bohemios democráticos”, antiguos proletarios que, por sus
actividades conspirativas han dejado su trabajo productivo y arrastran, por
ello, las costumbres del lumpemproletariado.[6]
Así pues, aunque es conocida la precaución, la distancia y la dureza de Marx y
Engels respecto al lumpemproletariado no excluyen su participación en la
revolución e incluso la describen en una situación concreta, 1848, en base, no
sólo a la literatura, sino también a la experiencia de su estancia en París. Es
por ello que el revisionismo dominante, el que se limita a descalificar al
lumpen, utilizando incluso el argumento policíaco de la “criminalidad”, cae,
como decimos, en un error de unilateralidad. De hecho, esa posición unilateral
nunca ha sido la postura de los auténticos marxistas revolucionarios. Como
muestra, Mao Tse-Tung, al analizar las distintas clases y fracciones sociales
que se encontraban en la sociedad china al inicio de la revolución, describe
así a estos sectores:
“Existe además un numeroso
lumpemproletariado, compuesto de campesinos que han perdido su tierra y de
obreros artesanos sin trabajo. Llevan una vida más precaria que ningún otro
sector de la sociedad. Tienen en todo el país sus sociedades secretas, que
fueron en un principio organizaciones de ayuda mutua para lucha económica y
política (…). Uno de los problemas difíciles de China es cómo tratar a esta
gente. Capaz de luchar con gran coraje, pero inclinada a las acciones
destructoras, puede transformarse en una fuerza revolucionaria si se la conduce
de manera apropiada.”[7]
Como vemos, una postura alejada de la
absolutización de las características negativas de este estrato que el
revisionismo ha elevado a dogma incuestionable.
Sin embargo, en segundo lugar, desde que
Marx y Engels escribieron El Manifiesto,
la clase obrera y su lucha se han desarrollado enormemente, y han aparecido
nuevas divisiones en su seno, más determinantes y decisivas para la estrategia
de la revolución, y a las que el revisionismo, curiosamente, suele hacer poco
caso. Nos referimos a la aparición de la aristocracia obrera. De hecho, la
preocupación de los padres del socialismo científico por estos nuevos estratos,
privilegiados y arribistas, que ellos ya observan en Inglaterra debido al
monopolio industrial y colonial de que este país disfrutó a lo largo de
prácticamente todo el siglo XIX, irá eclipsando su preocupación respecto a los
estratos más bajos y degradados de nuestra clase. Significativamente, desde
1860 aproximadamente las referencias de Marx y Engels hacia las divisiones en
el seno de la clase obrera irán abundando en torno a esta aristocracia obrera,
término ya acuñado por los renanos[8],
a la par que su preocupación por el subproletariado irá decayendo.
Por supuesto, una vez el capitalismo
concurrencial devino en monopolista, dando lugar a la formación del
imperialismo, este estrato social, anteriormente una excepción inglesa, se generalizó, en mayor o menor amplitud, en
todos los países imperialistas, convirtiéndose, como ya señalara y enfatizara
Lenin, en la base social objetiva del oportunismo y el revisionismo,
determinando la escisión del movimiento obrero en dos alas, irremediable y
fatalmente enfrentadas.
Así pues, si en un primer momento el
marxismo centró su vigilancia respecto a los sectores más degradados del
proletariado, con el desarrollo de nuestra clase y su lucha fue prestando su
atención y preocupación hacia los estratos elevados y privilegiados.
Ello es natural debido a que el contexto
histórico del primer marxismo, en el momento de su primigenia formulación, no
es otro que el de la conformación de la clase obrera como tal clase, como
sujeto económico dotado de personalidad propia en el seno de la sociedad
burguesa, esto es, como clase en sí.
Como se sabe, el mecanismo de este proceso de conformación son las demandas
económicas inmediatas, la lucha obrero-patrón. Así pues, en este contexto, es
más que natural que las principales preocupaciones de aquellos pensadores que
centraban su atención en el proletariado, se concentraran en el problema que
suponían, de cara a tal fin, a esa cohesión como clase económica, necesaria y
progresiva en aquel momento, los sectores más degradados, alejados intermitente
o totalmente de la producción y que, por lo mismo, desarrollaban tendencias
disolutivas y de dispersión. Ése era el peligro del lumpen en ese momento
histórico y que justifica las advertencias y precauciones del naciente
marxismo.
Sin embargo, el desarrollo histórico y
el advenimiento del imperialismo nos van a dar una nueva división, inmensamente
más crucial, que es la que separa a la aristocracia obrera del resto de la
clase. Ahora ya no se trata de la cohesión social de clase sobre la base
económica dada, sino de la total subversión de esa base económica, de la propia
condición de clase proletaria y de la sociedad de clases. Por eso, ahora el
peligro principal ya no lo representan los sectores disolutos y degradados, pues
el proletariado ya está históricamente conformado como clase, sino la fracción
arribista y privilegiada que, gracias precisamente a esa situación de
privilegio, está conforme con su posición y busca perpetuarla (como diría
Engels, “consideran definitiva su posición desahogada”). Es decir, el peligro
principal en la era del imperialismo ya no es una posible disolución social que
impide una conformación de clase, sino precisamente esos sectores que buscan eternizar esa condición de clase.
Ante todo esto, ¿qué ofrece el comunismo dominante? La idealización del
obrero como tal obrero, las supuestas virtudes morales y de disciplina que
emanarían de la posición de los “verdaderos” obreros frente al lumpen, su “rapiña”
y su “delincuencia”. Es decir, el embellecimiento de la explotación y las
mismas retahílas de hace siglo y medio, pero en un contexto totalmente
diferente que las convierte en absolutamente reaccionarias.
Y es que desde Lenin, y aún antes, el
marxismo ha puesto la principal línea divisoria, que en el seno de la clase
obrera separa la revolución de la contrarrevolución, entre las masas hondas y
profundas del proletariado y la aristocracia obrera. Ésta última se ha
convertido nada menos que en el soporte objetivo del imperialismo y en su
principal baluarte social. Algo sobre lo que ya abundó Lenin, pero que ya
Engels percibió en Inglaterra:
“(…) [La oposición de los cartistas]
hizo comprender a los fabricantes –y cada día que pasaba se lo hacía comprender
mejor— que sin la ayuda de la clase obrera la burguesía no logrará jamás
establecer plenamente su dominio social y político sobre la nación.”[9]
Así pues, todos estos profundos cambios
históricos ¿no deberían hacer replantearse al “comunismo” hegemónico sus
gastadas concepciones? ¿No habría que calibrar mejor, a la luz de estos hechos,
las relaciones entre los distintos estratos de la clase obrera y la posición de
los comunistas hacia los mismos? Dejamos la pregunta para aquellos militantes
honestos, pues sabemos que la motivación del revisionismo no es, ni podrá ser,
otra que la de servir a la aristocracia obrera.
Más aún, la equiparación, consciente o
inconsciente, de la miseria con el lumpen, de aquellos que viven en muy
precarias condiciones, con los elementos disolutos y corrompibles, también es
ajena al marxismo y dice mucho de la posición de clase y política de quien lo
sugiere. Y esto es especialmente cierto con el primer marxismo. Veamos, por
ejemplo, la descripción que hace Engels de un barrio proletario londinense:
“En cuanto a las grandes masas obreras,
el estado de miseria e inseguridad en que viven ahora es tan malo como siempre
o incluso peor. El East End de Londres es un pantano cada vez más extenso de
miseria y desesperación irremediables, de hambre en las épocas de paro y de
degradación física y moral en las épocas de trabajo.”[10]
Y es que efectivamente, la degradación,
la pobreza, la inseguridad han sido y son generalmente las condiciones
materiales que determinan la vida de los proletarios. No hay razón desde un
punto de vista materialista para no colegir de esta degradada condición
material una igualmente degradada condición ideológica, moral y hasta
psicológica. Ésa es precisamente la causa material que explica los excesos de
las masas oprimidas en los momentos de rebelión y revolución.
Sin embargo, este mísero terreno es la
más fértil de las tierras una vez que los revolucionarios han conseguido
situarse en el momento histórico e identificar y extraer del mismo las
necesidades y las bases e instrumentos para su acción, esto es, una teoría
revolucionaria a la altura de las circunstancias y los instrumentos que
permitan que ésta prenda sobre ese terreno. Engels, refiriéndose a ese mismo
barrio nos muestra esa metamorfosis:
“(…) el despertar del East End
londinense. Este valle de infinita miseria ha dejado de ser la pocilga de agua
estancada que era hace seis años. El East End se ha sacudido la apatía de la
desesperación; ha vuelto a la vida y se ha convertido en la patria del ‘nuevo
tradeunionismo`, es decir, la organización de la gran masa de obreros ‘no
cualificados’. (…) Sus fundadores y sus dirigentes [de los nuevos sindicatos]
eran hombres de conciencia socialista o de sentimientos socialistas; las masas
que afluyeron a ellos y que constituyen su fuerza estaban integrados por hombres
toscos e ignorantes, a los que la aristocracia de la clase obrera miraba por
encima del hombro. Pero tienen la enorme ventaja de que su mentalidad es
todavía un terreno virgen, absolutamente libre de los ‘respetables’ prejuicios
burgueses tradicionales, que trastornan las cabezas de los ‘viejos
tradeunionistas’, mejor situados que ellos.”[11]
No es, por supuesto, cuestión de que la
vanguardia resucite un trasnochado sindicalismo
combativo, sino que la cuestión es que los auténticos socialistas del
momento fueron, con las mejores herramientas teóricas y políticas posibles en
el momento –por necesidad histórica—, a los sectores más profundos de las
masas, transformando un lugar de degradación y miseria, material y moral, en el
bastión del socialismo inglés de finales del siglo XIX.
Sin embargo, hoy la actitud de una
mayoría considerable de los autodenominados “comunistas” hacia estos “valles de
miseria” –y una de las grandes virtudes de todos estos movimientos y revueltas
que han sacudido Europa en los últimos años es haber puesto en descubierto esos
“valles” en el corazón del imperialismo (usando los términos de Engels, las
masas han vencido al depurado “arte burgués de ocultar la miseria de la clase
obrera”)— es la de ese mismo desprecio y actitud altanera, cuando no la
denuncia policíaca de la “delincuencia”.
Pareciera que exigieran a las masas
miserables una actitud supermoral que trascendiera sus condiciones materiales.
No faltarán los que apelaran a una anacrónica “disciplina proletaria”. Y
decimos “anacrónica” no porque haya pasado a la historia, sino porque esta
disciplina siempre ha sido la consecuencia de la concienciación y organización
de las masas proletarias por el socialismo o el comunismo, por la actividad de
la vanguardia proletaria. No surge de una supuesta inmanencia de virtudes
“obreras” que anidaran en el explotado por el mero hecho de serlo. Por eso
exigir “disciplina” a los obreros en ausencia de movimiento revolucionario, o
peor aún, descalificarlos como “delincuentes” o “lumpen” cuando se rebelan
espontáneamente, es una banalización de la explotación y de la miseria, y de
sus consecuencias morales. Además, supone escurrir el bulto respecto a las
propias responsabilidades como vanguardia y esparcir la división entre los
obreros, que es lo que ocurre cuando la aristocracia obrera intenta imponer sus
“respetables” valores burgueses entre las masas hondas y profundas del
proletariado (algo que también se ve cada día en la obscena participación del
revisionismo de todo el festín identitario
y multicultural del imperialismo).
Ella, esa fracción social arribista, es el verdadero foco de divisionismo en el
seno de la clase obrera, muy a pesar de sus voceros y teorizadores.
Por eso, a los revisionistas se les
puede hacer el mismo reproche que Marx hacía a algunos socialistas (reformistas) de su época:
“(…) esa ilusión que no les permite ver
en la miseria nada más que miseria (en lugar de ver en ella el lado
revolucionario destructivo que ha de acabar con la vieja sociedad).”[12]
Sólo este pasaje del auténtico espíritu
marxista debería bastar para dejar en evidencia a todos aquellos
autodenominados “comunistas” que en la gran rebelión inglesa de este verano
sólo han visto la miseria de la miseria
(robos, saqueos, destrucción material incontrolada, etc.), y no la enorme
fuerza destructiva y revolucionaria que anida en lo más hondo de las sociedades
imperialistas.
Así pues, recapitulando, varios son los
pecados en los que incurre el revisionismo y su dogmática y demagógica visión
respecto del lumpemproletariado: en primer lugar, absolutización unilateral de
los aspectos negativos de esta fracción de clase; en segundo, ignorancia y
falta del adecuado análisis histórico que permita situar a estos sectores
degradados respecto a los nuevos estratos que surgen de la clase obrera,
concretamente la aristocracia obrera; finalmente, en tercer lugar, banalización
de la miseria, e ignorancia del papel de la vanguardia y del aspecto destructivo
revolucionario de esta miseria. Todo ello se puede englobar, desde el punto de
vista de clase, como un discurso articulado contra los sectores hondos y profundos del proletariado en favor de la aristocracia obrera y,
consecuentemente, la burguesía.
El mensaje de la rebelión
en Inglaterra
A pesar de
estas consideraciones sobre el lumpemproletariado, que entendemos útiles para
enfrentar algunos prejuicios que el revisionismo ha arraigado entre la
vanguardia, lo cierto, como ya venimos diciendo, es que la gran revuelta que ha
conmocionado Inglaterra este agosto no la ha protagonizado el lumpen, sino los
genuinas masas hondas y profundas del proletariado (y todos los análisis
sociológicos de los detenidos por participar en la revuelta lo confirman). Si
la forma de la acción de las masas y la absoluta ausencia de alguna
reivindicación material concreta ya nos indicaban que no eran los estratos
privilegiados de entre los trabajadores los que encabezaban la revuelta, su
mera magnitud ya indica que no ha sido el lumpemproletariado el agente
principal de este movimiento.
Y es que durante
cuatro días fue Inglaterra en su conjunto la que ardió, no sólo la capital.
Liverpool, Manchester, Birmingham, Nottingham y otras urbes también vieron
crepitar las llamas. Decenas de miles de policías movilizados (16.000 una sola
noche en Londres, traídos desde todas partes del Reino Unido), casi 4.000
detenidos, procesados sumaria y masivamente en auténticos tribunales de
excepción que dictan condenas ejemplarizantes. Incluso se llegaron a movilizar
masas, como millares de “ejemplares ciudadanos” de los estratos medios
(aristocracia obrera y pequeña burguesía), con su escoba al hombro, dispuestos
a “ocultar la miseria de la clase obrera”, o las bandas de hooligans fascistas que los mass
media se veían obligados a presentar como “respetables ciudadanos protegiendo
sus hogares”. Además, a pesar de que la
propaganda burguesa y su coro de revisionistas centraran su atención en los
saqueos, se produjeron masivos enfrentamientos contra la policía, a la que se
le disputó el control del territorio, resultando calcinadas varias comisarías.
La magnitud de los acontecimientos, el
calibre de las fuerzas movilizadas y los ensayos de enfrentamiento masas contra
masas nos hablan de que no ha sido el lumpen, incapaz de actuar masivamente por
su propia naturaleza disgregada y disolvente, el que ha inquietado seriamente a
la burguesía británica.
Así pues, estamos ante un genuino
movimiento espontáneo de rebelión del proletariado. A pesar de la vigorosa
rabia y de la violencia espontánea de los oprimidos, algo siempre digno de
elogio, y que siempre sirve para marcar líneas entre los auténticos
revolucionarios y los oportunistas de todo pelaje, el movimiento inglés no ha
dejado de padecer todos los vicios del espontaneísmo. Con un ambiente dominado
por la ideología burguesa, sin referente y horizonte revolucionario constituido
y, consecuentemente, con la hegemonía total del revisionismo y otras corrientes
pequeñoburguesas en el seno de la vanguardia, el movimiento inglés, como no
podía ser de otra manera, se ha limitado ha ser un súbito y violentísimo
fogonazo sin ningún tipo continuidad y ahogado por la represión. Ésa es la
realidad objetiva, el agosto inglés
no anuncia ningún tipo de ascenso de un movimiento de masas. Se alimentará la
conflictividad y el ambiente de tensión social, pero no será el inicio de un
movimiento de masas reivindicativo. La propia ausencia de alguna reivindicación
concreta en el inicio de la revuelta o en su curso, la experiencia de las banlieues francesas y la absoluta
desorientación de la vanguardia son los motivos que nos llevan a concluir esto.
Así, contra las esperanzas de los más
“izquierdistas” lo que hemos visto son una vez más los límites del movimiento
espontáneo de las masas en ausencia de referente revolucionario. Sólo desde la existencia
previa de éste –y de un incipiente movimiento político articulado a su
alrededor— se puede tener esperanzas de intervenir en este tipo de movimientos
con resultados fructíferos para la revolución. Es, dicho sea de paso, ese
referente el que puede influir sobre amplios estratos de la sociedad en la
lucha revolución-contrarrevolución, lo que hace, precisamente, que no se puedan
despreciar de entrada las posibilidades de atraer para la revolución a un
sector del lumpemproletariado más o menos amplio.
Sin embargo, además de la ausencia de
dirección, objetivos y continuidad, un rasgo característico del agosto inglés, como venimos diciendo, es
la ausencia de reivindicaciones parciales. Si esto es una aberración horrorosa
para el revisionismo, no debería serlo tanto para los revolucionarios, pues es
el síntoma más elocuente del alejamiento de amplios sectores sociales
proletarios respecto a todas las ilusiones burguesas de conseguir algo a través
de los mecanismos establecidos. Es la más expresiva de las pruebas de que hay
un suelo social fértil sobre el que trabajar para la revolución. Puesto que ni
las propias masas aceptan un programa de mínimos, es deber de los revolucionarios
proporcionarles uno de máximos. Por ello es fundamental la tarea de Balance,
pues sin la experiencia histórica de la revolución proletaria será imposible la
elaboración científica del programa concreto de
Por supuesto, continuando con los
límites del espontaneísmo, ha sido esto lo que efectivamente ha facilitado la
participación de elementos del lumpemproletariado. Es algo natural, y que ha
sucedido siempre en cualquier revuelta espontánea, que, precisamente por esa
espontaneidad, carece de los mecanismos para imponer una disciplina
revolucionaria. Concéntrense, “comunistas” que han condenado la “criminalidad” de la revuelta, en construir el
movimiento revolucionario que pueda imponer esa disciplina y déjense de las
monsergas moralizantes del buen filisteo. Los auténticos comunistas señalan los
límites del espontaneísmo y la inevitabilidad de que las masas cometan excesos
al levantarse tras décadas de embrutecedor sometimiento, pero jamás condenan la rebelión –o la
revolución— por sus excesos. Jamás.
Realmente lo que nos ha mostrado la
revuelta en Inglaterra, como años atrás las banlieues
francesas, es ese potencial destructivo-revolucionario del que hablaba
Marx, y que anida en las capas más profundas del proletariado de las metrópolis
imperialistas, potencial que si es correctamente movilizado puede destruir la
vieja sociedad. No obstante, no se trata de reeditar la vieja problemática
espontaneísta, tan cara históricamente al comunismo, de dirigir el movimiento tal cual es. Y ello porque difícilmente se
puede pretender esto con un movimiento, absolutamente desarticulado, como el
inglés. Esto es una muestra de la caducidad de las viejas premisas espontaneístas
y de lo oportuno de los planteamientos que buscan reconstituir el discurso y el
movimiento revolucionarios desde la conciencia, desde la independencia respecto
del movimiento espontáneo, puesto que la propia espontaneidad de las masas no
se articula ni aspira a reclamos parciales. De lo que se trata es de construir
ese movimiento revolucionario que pueda establecerse como referente social y
que sea él el que baje a esos barrios degradados y dejados por todos,
cicatrizados por esa violencia divina
de que se ha hablado: y que vaya no a organizar un movimiento reivindicativo a
la vieja usanza, sino a organizar el Nuevo Poder, a movilizar y armar masas
(para lo cual, insistimos para que nadie se cree falsas expectativas, no sólo
es necesaria una correcta línea política, sino también la existencia del Programa
revolucionario, con todo lo que ello implica de transformación del contexto
social y político respecto del actual). Eso
es lo que vociferan los hechos ingleses, que señalan, no tanto el modelo de
rebelión (aunque ésta sea saludable), sino el
suelo social sobre el que prenderá un Programa de Guerra Popular y de Nuevo
Poder. Las masas nos muestran el enorme potencial destructivo y
revolucionario que anida en ellas. Corresponde a la vanguardia la tarea constructiva, la de crear las bases y
los instrumentos que permitan a ese potencial expresarse en todo su vigor;
transformarlo y dirigirlo, mediante Guerra Popular, a la destrucción del viejo
Estado y al establecimiento de la dictadura del proletariado. Ello pasa porque
la vanguardia resuelva esas tareas constructivas
que hoy toman la forma de reconstitución ideológica y política del comunismo.
De lo contrario, contra todas las viejas esperanzas, el ardor y la rabia de las
masas se sucederán indefinida y estérilmente, entre violentos relámpagos y
entre una aún más violenta represión.
Movimiento
Anti-Imperialista
Septiembre
de 2011.
Notas
[1] Introducción de Slavoj Zizek a ROBESPIERRE: Virtud y terror. Akal. Madrid, 2010, pág. 10.
[2] Benjamin, W.: Crítica de la violencia. Biblioteca Nueva. Madrid, 2010, págs. 114 y 117
[3] A pesar que desde el punto de vista pragmático y utilitario, el de coste/ganancia, el saqueo en un contexto de revuelta de masas en las calles, sea una forma perfectamente racional de redistribución de la riqueza por parte de los escalafones más profundos de la sociedad, que se niegan a buscar cauces institucionalizados en el orden burgués para logar esa redistribución (como esos revisionistas que reclaman la restauración de lo público). Todo ello perfectamente comprensible para un marxista, sirvan estas palabras de Marx para sonrojar a todos esos oportunistas que han condenado la “delincuencia” y la “rapiña” del “lumpen” durante esta revuelta: “El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del estancamiento y, provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas productivas. El crimen descarga el mercado de trabajo de una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja del salario, y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la misma población. Por todas estas razones, el delincuente actúa como una de esas ‘compensaciones’ naturales que contribuyen a restablecer el equilibrio adecuado y abren toda una perspectiva de ramas ‘útiles’ de trabajo.” MARX, K.: Elogio del crimen. Sequitur. Madrid, 2010, págs 30 y 31 [extractado de Teorías sobre la plusvalía]. Por supuesto, Marx huye de cualquier idealización, de corte anarquizante, del delincuente, y lo sitúa como “compensación natural” intrínseca que ayuda al “equilibrado” funcionamiento del capitalismo. Es decir, no una apología, sino una apreciación objetiva del mismo, muy lejos, desde luego, del griterío histérico y de la sentencia moralizante con los que muchos de los supuestos “marxistas” se han limitado, como buenos filisteos, a estigmatizar a los rebeldes.
[4] FMJD: Con respecto a los disturbios en Londres y otras partes de Gran Bretaña. 9 de agosto de 2011.
[5] MARX, C.; ENGELS, F.: Obras escogidas. Ayuso. Madrid, 1975. Tomo I, pág.29.
[6] Desgraciadamente, no hemos podido
encontrar el pasaje en castellano, por lo que lo transcribimos en inglés a
continuación: “These democratic bohemians of proletarian origin--there are also
democratic bohemians of bourgeois origin, democratic loafers and piliers
d'estaminet--are therefore either workers who have given up their work and
have as a consequence become dissolute, or characters who have emerged from the
lumpenproletariat and bring all the dissolute habits of that class with them
into their new way of life. One can understand how in these circumstances a few
repris de justice are to be found implicated in practically every
conspiracy trial.” Reseña de la obra de A. Chenu Les conspirateurs en
[7] MAO TSE-TUNG: Obras escogidas. Fundamentos. Madrid, 1974. Tomo I, pág. 15.
[8] “[Los obreros “protegidos” del sector fabril y de las tradeuniones] Constituyen la aristocracia de la clase obrera; han logrado una posición relativamente desahogada y la consideran definitiva.” MARX; ENGELS: O. E., tomo II, pág. 417.
[9] MARX; ENGELS: Op. cit., pág. 415.
[10] Ibídem, pág. 417.
[11] Ibid., págs. 420 y 421.
[12] MARX; ENGELS: O. E., tomo I, págs 378 y 379.