Ante el 9-N en Cataluña
Un
posicionamiento por la unidad internacionalista del proletariado
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“Y cuanto más decrecía el movimiento de liberación,
más esplendorosamente florecía el nacionalismo.”
STALIN
“Se nos dice que Rusia se disgregará en repúblicas aisladas,
pero no debemos temerlo.
Por muchas que sean las repúblicas independientes no
tendremos miedo a eso.
Lo importante para nosotros no es por dónde pasa la
frontera del Estado, sino mantener
la alianza de los trabajadores de todas las
naciones para luchar contra la burguesía,
cualquiera que sea la nación a que
pertenezca.”
LENIN
“En Rusia y en el Cáucaso han trabajado juntos los socialdemócratas
georgianos + los
armenios + los tártaros + los rusos, en una organización
socialdemócrata única, más de diez años. Esto no es una frase, sino la solución
proletaria del problema
nacional. La única solución.”
LENIN
Desde el Movimiento
Anti-Imperialista (MAI), conscientes de nuestro compromiso como destacamento de
vanguardia del proletariado y de las responsabilidades que esta posición exige,
consideramos necesario posicionarnos ante un acontecimiento de tan profundo
calado como es la convocatoria el día 9 de noviembre de un referéndum sobre la
autodeterminación de Cataluña. A pesar de toda la incertidumbre que pende sobre
su realización efectiva debido a la reaccionaria y chovinista cerrazón del
Gobierno español y los titubeos de la Generalitat,
dado el carácter de este evento, las circunstancias en las que se va a celebrar
y la trascendencia de la cuestión tratada, hemos decidido hacer una excepción
en nuestra tradicional postura de boicot ante los llamamientos de participación
por parte de la burguesía, en cualquiera de sus fracciones. Por ello, convocamos
al proletariado y al pueblo de Cataluña a la participación, apoyamos el SÍ-SÍ y
llamamos al proletariado y al pueblo del conjunto del Estado español a que respalden
el resultado que salga de las urnas ese día, que previsiblemente se situará por
la independencia nacional. A continuación, pasamos a detallar las razones de
nuestro posicionamiento.
El comunismo ante el problema nacional
Sin
embargo, con anterioridad a la exposición de las razones concretas de nuestro
posicionamiento, es necesario referirse brevemente a las premisas teóricas de
la posición del marxismo ante el problema nacional de cara a la plena
inteligibilidad de nuestra postura.
Como
se sabe, las bases marxistas de tratamiento de la cuestión nacional terminaron
de asentarse y sistematizarse en los debates en el seno de la socialdemocracia,
especialmente la rusa, en los años inmediatamente anteriores a la Primera
Guerra Mundial, siendo los bolcheviques los que más contribuyeron a esta labor.
Toda la polémica giró en torno a la cuestión del derecho de autodeterminación
de las naciones y su inclusión en el programa del Partido, con las
consiguientes implicaciones respecto a la forma en que debía organizarse el
proletariado. Fundamentalmente, los bolcheviques se enfrentaron a dos
desviaciones, la austríaca derechista
y la polaca “izquierdista”. La
primera absolutizaba la nación y encomendaba al proletariado tareas positivas
de construcción nacional, mientras que la segunda la negaba mecánicamente de
forma doctrinaria, desarmando al proletariado para enfrentarse con la cuestión
nacional. Hay que decir que evidentemente, dada la naturaleza del marxismo, el
conocimiento de estas dos desviaciones no tiene un carácter conmemorativo,
reducido a la mera erudición, sino que la experiencia demuestra que, adaptadas
a cada época y lugar, se nos aparecen recurrentemente como los dos principales
peligros que amenazan el establecimiento de una justa línea proletaria en esta
cuestión.
A
través de esta lucha ideológica se asentó el carácter del problema nacional y
la consecuente perspectiva comunista del mismo, así como la dialéctica que el
proletariado revolucionario debe manejar a la hora de encararlo. De este modo,
se estableció que la cuestión nacional
es un problema de carácter fundamentalmente democrático-burgués, resoluble
en las condiciones del capitalismo con la aplicación consecuente de los
principios democráticos. Para ello fue necesario combatir la desviación polaca que sustituía el problema de la
opresión e independencia políticas de las naciones por la independencia
económica bajo el imperialismo (“economismo imperialista”). Asimismo, frente a
la desviación austríaca derechista
que prescribía el desarrollo de las naciones por y durante el socialismo hasta
imaginarse una sociedad sin clases en la que pervive esta forma de agrupamiento
humano, se consagró el horizonte del
Comunismo como disolución y fusión de las naciones, como liberación de la
Humanidad de todas las trabas y estrecheces sociales culminado en su unificación. Es decir, el marxismo se
pronuncia a favor de la asimilación nacional, tendencia objetiva del progreso
histórico, siempre y cuando sea dada sin ningún tipo de privilegio ni coacción.
De
la misma manera, en esta discusión quedó asentada la dialéctica del tratamiento
proletario revolucionario del problema nacional. En síntesis, esta dialéctica
tiene en cuenta los dos aspectos del problema nacional desde el punto de vista
de la revolución proletaria. Por un lado, el democrático (la efectiva y real división del proletariado, la forma inmediata que éste adopta, en compartimentos nacionales,
fruto del desarrollo y desenvolvimiento histórico del capitalismo y que es la
base de partida que debe considerar toda posición materialista), que se
concreta en la firme propugnación del derecho
a la autodeterminación y la igualdad nacionales. Y, por otro, el revolucionario-socialista (el contenido esencial del proletariado
como clase universal con intereses fundamentalmente idénticos en todo el
mundo), expresado en la defensa de la unidad
internacional de su lucha de clase. Estos dos principios, democracia e internacionalismo
revolucionario, se articulan dialécticamente de tal manera que permiten el
despliegue de la esencia universalista del proletariado desde las condiciones
materiales inmediatas de fragmentación nacional que impone el capitalismo.
Esta
dialéctica se expresa en que la democracia, la inequívoca defensa de la
autodeterminación e igualdad de todas las naciones, permite atenuar, limar y
desactivar los roces y desconfianzas nacionales, allanando y permitiendo la
implementación práctica de la unidad internacionalista esencial del
proletariado en su lucha revolucionaria[1]. Así
es como debe entenderse la íntima relación entre la democracia y la unidad
internacionalista en el problema nacional. Aunque, evidentemente hay, como en
toda contradicción, una relación de mutua interpenetración, en líneas
generales, la primera es la condición,
la base (el reconocimiento de la disgregación nacional existente y su
tratamiento democrático) que permite el despliegue de la segunda y su
potenciación.
Ante ello, la desviación derechista (nacionalista) sólo
atiende al primer aspecto, el formal, la multiplicidad de revestimientos
nacionales con que el proletariado aparece en primera instancia, y busca su
desarrollo como tarea “revolucionaria”. La desviación “izquierdista”
(anarquizante), por su parte, niega mecánicamente la forma material inmediata y
busca el despliegue de la esencia universalista del proletariado de forma
abstracta, idealista, sin tener en cuenta las mediaciones dialécticas
necesarias para la concreción y desenvolvimiento del internacionalismo desde la
realidad impuesta del valladar nacional.
De todo ello se
desprenden dos cuestiones. La primera es la obligación de apoyar todo
movimiento democrático-burgués nacional en lo que tiene de progresivo como
lucha general contra la opresión. La segunda, y ésta es una cuestión cardinal
de fundamental trascendencia, el
proletariado, empezando por sus elementos más conscientes, debe encuadrarse inmediatamente en
organizaciones internacionales de clase únicas. El espacio político que en
primera instancia se establece para la lucha de clases no es algo que pueda
determinarse aleatoriamente a voluntad, y aquí el marco fundamental impuesto
por la realidad objetiva es, en un primer momento, el Estado. Él es el punto de
referencia objetivo básico, por ser el Estado burgués la determinación
material de mayor peso que expresa una correlación de clases determinada y
corporiza la opresión política de clase, estableciendo un contexto social
característico. En este caso, las posiciones derechistas-nacionalistas suelen
aferrarse a la flexibilidad del marxismo para proponer el fraccionamiento
nacional del proletariado dentro de un Estado determinado. No obstante, también
debemos prevenirnos del error contrario, “izquierdista”, que convierte a este
Estado en un fetiche, en un elemento cosificado, inamovible e incuestionable,
del que hacen derivar la unidad del proletariado. En ambos casos, el error
proviene de hacer derivar las correlaciones, alineamientos y agrupaciones del
proletariado de un principio extrínseco al grado de su desarrollo
subjetivo-consciente y de su lucha de clase revolucionaria, factor absoluto de
progreso social en nuestra época.
Por nuestra
parte, defendemos que en las actuales circunstancias, el Estado español es el
marco de actuación básico de todos los proletarios que sufren su yugo, que
tienen la obligación de unirse inmediatamente
de la forma más estrecha posible en organizaciones internacionales de clase únicas
para hacer frente a la alianza, también internacional, de la burguesía que
conforma el Estado, al menos mientras dure su unidad. De hecho, la Línea de
Reconstitución (LR) tiene ya un amplio bagaje en la lucha por la consolidación
de esta posición, principalmente contra la desviación de corte
derechista-nacionalista. El último episodio de esta lucha fue el debate que
sostuvieron el pasado año los camaradas de Revolución o Barbarie con un tal ReDRuM[2]. Allí, éste,
encuadrado de lleno en esta desviación derechista-nacionalista, nos criticaba y
proponía un nacionalismo proletario,
cuya tarea era la homogenización nacional, además de, coherentemente con
ello, proponer la fragmentación y división nacional del proletariado y entonar
un salmo a la nación como virtuoso reducto de resistencia al imperialismo, en
la línea de la pequeña burguesía nacionalista. Por lo que se deduce de las
líneas de este texto y de nuestra identificación con el bagaje
internacionalista de lucha contra el nacionalismo de la LR, nos oponemos a esas
concepciones y denunciamos el carácter abiertamente reaccionario y
anti-proletario de ideas como la homogeneización
nacional y la dictadura de la lengua, cualquiera que sea (ReDRuM se refería específicamente a la catalana), como tareas
“revolucionarias”.
No obstante, esta necesidad de encuadramiento internacional de
los proletarios desde, en primera instancia, el marco estatal no puede nublar nuestro juicio a la hora de enfrentarnos a las
circunstancias concretas de la lucha de clases y determinar las posturas a
tomar desde la perspectiva de las exigencias de desarrollo revolucionario e
internacionalista de nuestra clase.
En este sentido,
Lenin señaló que el proletariado sólo tiene una reivindicación negativa en cuanto a la cuestión nacional atañe. Con
ello, el revolucionario bolchevique no se refería fundamentalmente a que los
comunistas se deban limitar a una propaganda general de los principios
democráticos en torno a la problemática nacional, necesaria pero insuficiente, sino
a que el proletariado no tiene tareas positivas de construcción nacional, no le
corresponde a él sostener o apoyar las exigencias de construcción nacional práctica
y de nacionalización de las masas que reclama toda burguesía nacionalista, no
le atañe a él trabajar a favor de tal cultura o tal idioma, etc., sino que su
tarea es oponerse a la opresión de unas características nacionales por otras y
trabajar por su igualdad, como mediación necesaria para evitar el encastillamiento nacional, la
desconfianza y el choque entre naciones, y dar continuidad al progreso
histórico que apunta a su disolución y fusión.
El propio Lenin
señaló que no se puede educar a las masas desde la propaganda de los principios
generales del comunismo, sino que para ello es necesaria la acción política
específica de la vanguardia. En estos momentos, privados de las condiciones
necesarias (el Partido Comunista) para implementar el tipo de aprendizaje más
consecuente, la experimentación de las masas con el Nuevo Poder, hemos de
intervenir, cuando las exigencias de la lucha de clases lo reclamen
imperiosamente, como es el caso, desde un posicionamiento político concreto,
que amplíe en lo posible el radio de acción de la vanguardia, aunque éste se
limite aún a los sectores más avanzados de nuestra clase, con la única
perspectiva de impulsar el desarrollo revolucionario del proletariado. Ése es
el espíritu que anima nuestro presente posicionamiento.
Nuestra
época, situación y exigencias
El
fin del Ciclo de Octubre ha supuesto la derrota temporal del único programa
emancipador universalista e internacionalista consecuente, con la consiguiente
pérdida de referencia social de ese horizonte. Ello ha conllevado la
potenciación y el auge de todas las tendencias exclusivistas que el proceso de
reproducción capitalista genera, manifestándose de forma diversa en las
distintas partes del globo de acuerdo con las condiciones históricas concretas
de cada lugar. En la vieja Europa en general, y en el Estado español en
particular, por gracia de ese bagaje histórico, esto se ha expresado como un
auge de los nacionalismos de todo tipo. En el Estado español la cuestión nacional
ha ocupado el centro del tapete político durante los casi cuarenta años de
parlamentarismo que hemos padecido desde 1977. Precisamente, dada la docilidad
con que la aristocracia obrera ha aceptado hasta la fecha los golpes recibidos,
incluyendo el previsiblemente escaso recorrido rupturista de su última apuesta,
Podemos, el principal foco de la
crisis política que vive el Estado, propiciada por el crash económico, ha estallado por ese flanco, retomando Cataluña
su protagonismo histórico en esta cuestión.
Como
no podía ser de otra manera, este ambiente general se ha reflejado en el seno
de una vanguardia obrera desnortada, dominada desde hace ya mucho tiempo por el
revisionismo, con el predominio en ella de concepciones nacionalistas de todo
tipo. El revisionismo, inevitablemente, implica el destierro del
internacionalismo, el pase y acomodamiento en el marxismo del nacionalismo y su
justificación. No obstante, como señalaba Lenin, el oportunismo toma
características diferentes en la nación opresora y en la oprimida. Así, en las
naciones oprimidas el revisionismo ha tomado habitualmente la forma de independentismo “comunista”, que
legitima y se somete al marco ideológico y político-organizativo que impone el
movimiento nacional burgués de la nación de que se trate, teorizando e
impulsando el fraccionamiento nacional del proletariado. Igualmente, se
responsabiliza y asume tareas positivas de construcción nacional, tomando parte
en el programa de nacionalización de masas de la burguesía nacionalista, y
establece la independencia como punto estratégico y programático, sin atender a
más circunstancias, siendo ésta la forma que adopta en la nación oprimida el periodo democrático previo de transición a la dictadura
revolucionaria del proletariado, común a todo el revisionismo. Como decimos, la
LR tiene ya un recorrido en el combate contra este tipo de revisionismo.
Por su parte, en
la nación opresora este nacionalismo generalmente ha tomado la forma de desdén
y minimización de la cuestión nacional, vaciando de contenido el tratamiento
marxista del problema. Con motivo de la proximidad del 9-N ha arreciado la
expresión de este tipo de concepciones. Veamos sumariamente un par de ejemplos.
Empecemos por Reconstrucción
Comunista (RC). Aunque este grupo presenta una mezcolanza ecléctica en sus
concepciones respecto a la cuestión nacional, sin duda por la influencia en la conformación
de sus ideas de un sector minoritario de la pequeña burguesía española
radicalizada (Izquierda Castellana), muy influenciada por la ideología del Movimiento
de Liberación Nacional Vasco (MLNV) en un contexto de ausencia de referente
proletario revolucionario y ascendente entre los movimientos de resistencia del
nacionalismo radical, el posicionamiento de RC acaba favoreciendo al
nacionalismo de la nación opresora, a pesar de que, en supremo acto de maquillaje,
se niegue incluso la existencia de ésta[3].
Efectivamente, RC ha llamado al boicot de la consulta, oponiéndose por tanto al
ejercicio del derecho de autodeterminación[4]. Las
razones que aducen son fundamentalmente que el movimiento nacional catalán no
es revolucionario y que debilita el desarrollo del movimiento proletario.
Sazonan sus argumentos con algunas citas generales de los clásicos (Stalin,
Lenin y Engels), pero a continuación demuestran no haber comprendido el sentido
profundo de sus concepciones, cuando dicen que “dentro del capitalismo no hay forma posible de resolver los conflictos
nacionales”[5]
y que “sólo en el socialismo puede darse
la plena independencia de las naciones”[6].
Como se ve, ello
supone caer de lleno en ese “economismo imperialista” que tanto combatió Lenin
y sustituir la independencia política nacional, perfectamente posible bajo el
capitalismo, con el de su independencia económica. Reinciden en ello, además,
con la exigencia de credenciales
revolucionarios al movimiento nacional catalán, introduciendo el
condicionante del socialismo para reconocer la autodeterminación de las
naciones y vaciando de contenido el derecho de autodeterminación como principio
democrático-burgués. Así, destruyen la correcta dialéctica marxista en esta
cuestión y caen de lleno en el chovinismo de gran-nación, aunque ésta se diga
que no existe (a pesar de reconocer la existencia de un Estado que ha impuesto
ciertas características culturales y lingüísticas específicas a otras naciones),
exigiendo “condiciones especiales”, pruebas
de socialismo, a otras naciones para poder optar a su propio Estado.
Por supuesto, el
movimiento burgués nacional catalán, aunque ni proclama ni pretende la
revolución social proletaria, debe esperar a que ésta se corporice para subordinarse
a la misma. Ello es un ejemplo elocuente de cómo la negación a asumir el
carácter de la época que vivimos, de interregno entre dos Ciclos revolucionarios,
con la permanencia de esa concepción espontaneísta de la revolución inminente en cualquier momento, independiente del grado
de desarrollo ideológico y político del proletariado, distorsiona la percepción
de la situación política entre los autodenominados comunistas y determina la
imposición de exigencias que sólo pueden provocar la risa de los nacionalistas
y el rechazo de los obreros que están bajo su influencia, colaborando, por
tanto, a reforzar y acentuar la brecha nacional dentro de nuestra clase. En el
fondo, ello es, como decimos, una muestra de ese chovinismo de gran-nación que
exige que, como decía Marx, el mundo se detenga hasta que en su “nación modelo”
se den las circunstancias y la madurez para la revolución socialista, aunque
tampoco esté muy claro si el objetivo es ésta o una “república federal, popular
y obrera encaminada al socialismo”.[7]
Otro ejemplo de
esta dinámica es el del Partido Democrático del Trabajo (PTD), del que entraron
a formar parte nuestros renegados de Unión Proletaria. En su posicionamiento,
en el que llaman a votar NO[8],
dicen correctamente que la división de la lucha de los trabajadores “en cualquiera de sus vertientes, incluida la
división por regiones y nacionalidades” beneficia a los explotadores. Al
menos, a diferencia de RC, no reclaman la subordinación de los derechos
nacionales de Cataluña a una fantasmagórica revolución
en marcha o inminente, sino que,
como buenos empiristas pragmáticos, tienen al menos la virtud de ofrecer algo tangible
a lo que someterse, como son las centrales sindicales de “ámbito estatal
(CC.OO., UGT, CGT, etc.)” en las que también están encuadradas los sindicatos
catalanes. Si éste es el único panorama de “unidad obrera” que son capaces de
señalar a los trabajadores catalanes, ¡más bien pareciera un argumento a favor
de la independencia! ¡La unidad con las organizaciones de la filistea
aristocracia obrera, duchas en firmar una capitulación tras otra, con tal de
asegurar la estabilidad del Estado al que sirven, y dividir las luchas de resistencia en “mareas” corporativas! Además,
señalan, en la línea de la infame Unificación Comunista de España, que las “fricciones soberanistas en los países de la
UE sólo fortalecen la hegemonía del imperialismo alemán”, lo que sólo es
una media verdad, porque los estados de la Unión Europea (UE), grandes y no regionalizados, ¡ya están dócilmente sometidos al diktat de Berlín! Ello por no hablar de la fábula economicista, en
la línea de interpretación progre de
la cultura de la transición, con que
presentan la reforma del fascismo al parlamentarismo como una “victoria popular
frente al franquismo”. En definitiva, la unidad
de la que habla el PTD es la unidad con la aristocracia obrera, de la que es
criada fiel, sancionada en primer término por las fronteras, erigidas sobre el
privilegio y la coacción, del Estado español, cuya integridad elevan a garante
de nuestra independencia frente al
imperialismo alemán, reconociendo su renuncia a establecer otra barrera frente
a éste y las tropelías del gran capital que no sea algún elemento del statu quo actual, ya sean los
sindicatos, que, aunque marginados en los últimos tiempos, siguen ejerciendo de
cogestores de la dictadura del capital, o las fronteras establecidas.
En su
incapacidad de concebir otra alternativa para los oprimidos y explotados que no
sean las estructuras establecidas, como podría ser tal vez la revolución
proletaria, el PTD tampoco es capaz de imaginar otro horizonte con la
separación de Cataluña que no sea el debilitamiento de esa unidad de los pueblos en lo universal, que parece ser España. Pero
un escenario plausible es que esta secesión podría agravar las contradicciones
internas del imperialismo europeo, entre esos planes teutones de regionalización y otros países que, amenazados
de ésta y privados ya de independencia económica y monetaria, no podrían
garantizar ya ni la integridad de sus fronteras bajo el paraguas alemán. Sin
duda ello contribuiría a agravar la paralización de la UE, cosa que, sin duda,
sería agradecida en lugares como Donetsk y Damasco. De todos modos, la
incapacidad del PTD para elevar un poco su mirada más allá del eurocéntrico marco comunitario es otra señal de su
escaso compromiso con el internacionalismo proletario.
Podríamos
señalar más ejemplos, como el Partido Comunista de los Pueblos de España, cuya
sucursal catalana, además de realizar una oposición timorata, inconsecuente, a la
consulta, llamando al voto nulo[9]
(al menos la posición de RC tiene la virtud de ser frontal y sin ambigüedades),
coquetea con el “economismo imperialista”, mezclando la soberanía política y la
económica y deslizándose hacia el concepto, combatido por Lenin, de
“autodeterminación de los trabajadores” como sustitutivo de la
autodeterminación nacional. Pero, en definitiva, lo que demuestran estos
posicionamientos es que el revisionismo
“estatalista” ha vaciado de contenido el derecho de autodeterminación como
consigna proletaria, bien imponiendo absurdos condicionantes
“revolucionarios” a los movimientos nacionales burgueses de la nación oprimida,
condicionantes que los grupúsculos que los establecen son incapaces de llenar
de contenido, pues, efectivamente, no hay revolución proletaria positiva ni
movimiento revolucionario concreto y práctico a los que subordinar el
movimiento nacional, o bien, cuando aciertan a erigir algún elemento material
alrededor del que “unirse”, resultan ser las estructuras del stablishment, desde los reaccionarios organismos
de la aristocracia obrera a las opresivas fronteras impuestas de la hispanidad.
No deja de ser curioso que este revisionismo, en general de claro carácter
derechista (economicista y sindicalista siempre, legalista y parlamentarista
las más de las veces, y que no tiene empacho en establecer programáticamente la
necesidad de periodos democráticos de transición previos al socialismo en un
país imperialista, esa república “democrática” o “popular encaminada”), torne rígidamente “izquierdista” cuando de la
cuestión nacional se trata, negándose a considerar si quiera por un momento la
independencia como solución, efectivamente democrático-burguesa, del problema
nacional.
El dominio de
este revisionismo, por supuesto, fomenta la reacción opuesta en las naciones
oprimidas, alimentando el independentismo revestido de rojo, que encuentra con comodidad multitud de argumentos para
señalar la poca seriedad del compromiso de estos grupos hegemónicos en nuestro
movimiento con la igualdad de derechos entre las naciones, facilitando su labor
de subordinación del proletariado a los movimientos nacionales burgueses a los
que sirven como correas de transmisión. Se abre así un círculo vicioso de
retroalimentación dentro del revisionismo, idéntico al que se establece
entre los nacionalismos, cuya consecuencia es la división nacional de nuestra clase y su vanguardia y el fomento de las
desconfianzas y discordias nacionales entre obreros.
Ésa es la
realidad de la que debe partir la vanguardia marxista-leninista y que el
oportunismo trata de ocultar. En el contexto general de fin de Ciclo
revolucionario, marcado por el auge y
vigor del nacionalismo y con una vanguardia proletaria sometida a décadas
de dominio del revisionismo, que ha estrangulado el internacionalismo, no
existe ni unión internacional de la clase obrera ni, por supuesto y en
consecuencia, movimiento proletario revolucionario en pos del Comunismo cuya
unidad haya que preservar, sino que el Movimiento por la Reconstitución del
mismo aún está dando sus primeros pasos, a pesar de los avances políticos de
los últimos tiempos. Es decir, el
comunismo está a la defensiva (defensiva política estratégica). Hoy día las
únicas materializaciones tangibles de esa supuesta unidad de la clase obrera,
como demuestran las apelaciones de los revisionistas, son la jurídico-formal
impuesta por el Estado español —que en las actuales circunstancias, cada día
resulta más claro, es un elemento de distanciamiento nacional en el seno de
nuestra clase—, o las estructuras reaccionarias de la aristocracia obrera,
sostenedoras de ese Estado, divisoras también de los trabajadores (tanto
corporativamente como entre obreros privilegiados y excluidos) y enemigas
juradas de cualquier reactivación revolucionaria del proletariado. Por tanto, en el terreno internacionalista, la tarea
a que se deben consagrar los proletarios conscientes no es a la preservación de
una unidad de clase inexistente, sino a la reconstrucción de esa unidad; es
decir, qué podemos hacer en las actuales circunstancias para recuperar la
confianza entre los obreros de las distintas naciones, qué hacer para aumentar
la comprensión entre ellos, empezando por sus elementos de avanzada, cómo
podemos cerrar el paso de la forma más eficaz a la perniciosa influencia del
nacionalismo entre el proletariado.
Sin embargo,
tampoco cabe un tratamiento abstracto del nacionalismo. El marxismo exige
distinguir siempre entre el nacionalismo de la nación oprimida y el
nacionalismo de la nación opresora, mucho más peligroso y embrutecedor desde la
atalaya de sus privilegios. De hecho, todos los estudios sociológicos
burgueses, así como el termómetro electoral de los últimos años, señalan que el
reciente auge del nacionalismo catalán comienza precisamente con el rechazo del
Estatut por el Tribunal
Constitucional español en 2010. A ello se ha añadido, obviamente, la situación
general de crisis económica y proletarización de amplios estratos de la
aristocracia obrera y la pequeña burguesía. Pero, no obstante, el hecho de que
un sector de la burguesía catalana haya conseguido canalizar el malestar social
bajo las banderas nacionales viene dado precisamente por el aferramiento del
nacionalismo español, parapetado en las estructuras centrales del Estado y
representando los poderosos intereses de clase del capital financiero, a sus
privilegios y su hostilidad a las demandas de las naciones oprimidas, que ha
cargado de razones y argumentos, de legitimidad, a la burguesía nacionalista
para presentar sus intereses como los intereses generales de Cataluña. Tal es
así, que los indicadores electorales señalan que el nacionalismo catalán
incluso está avanzando posiciones entre los sectores más tradicionalmente
impermeables y hostiles a él, como son los estratos menos favorecidos de la
clase obrera, lo cual es otro indicativo, por si no fueran suficientes las
impresionantes demostraciones de masas de los últimos años, de que el clamor
por la autodeterminación en Cataluña es generalizado.
Todo esto es una confirmación de la idea
marxista que señala que es el nacionalismo de nación opresora y su apego por
los privilegios el que atiza principalmente el conflicto nacional y nutre el
nacionalismo de la nación oprimida. Se inicia así una espiral de
acción-reacción que alimenta a ambos nacionalismos, para beneficio de la
burguesía en su conjunto. En este sentido, al igual que sucedía en la Inglaterra de tiempos de Marx (por cierto, no
está de más recordar la recomendación de Lenin de estudiar la posición de Marx
respecto a Irlanda y usarla como modelo del proletariado de los países
avanzados en los que existe opresión nacional) y en la Rusia zarista, el sojuzgamiento de las naciones es uno de
los principales alimentos y puntos de apoyo de la reacción española. Y aquí
es claro cómo el PP ha usado tradicionalmente el conflicto vasco, y
ahora Cataluña, para relegitimar
el más rancio nacionalismo español y que la propaganda sistemática de la
represión del MLNV (beneficiada por la cada vez mayor deriva exclusivista de
éste) ha sido uno de los principales instrumentos de embrutecimiento político
de las masas españolas en las últimas décadas.
Por cierto, hay
que decir que en los comunicados de los revisionistas “estatalistas” la balanza
de denuncia del nacionalismo está en general bastante desequilibrada, primando
las denuncias de las arteras maniobras
de la burguesía catalana y las prevenciones contra el “chovinismo catalán”,
que, aunque seguramente temible, a día de hoy carece de Estado propio con el
que dar rienda suelta a sus pretensiones exclusivistas, a diferencia de lo que
ocurre con el chovinismo español. Ello es una nueva muestra de cómo estos
grupos contribuyen a desprestigiar el internacionalismo y a dotar de argumentos
a los nacionalistas periféricos vestidos de rojo.
En estas
condiciones concretas, urge que la vanguardia marxista-leninista empiece a
articular una posición política que vaya, enmarcada en el proceso general de
reconstitución del comunismo, en la dirección de reconstruir esa unidad de clase,
intentando, en la medida de lo posible y dada la agudización del conflicto
nacional y la división y desconfianza nacionales en el seno de nuestra clase,
ampliar el radio de acción e influencia de la vanguardia en pos de la educación
internacionalista del proletariado. Como decíamos, para ello no es suficiente
la propaganda de los principios generales, sino que esta educación, para
trascender a círculos más amplios de nuestra clase, debe materializarse como
posición política específica atendiendo a la situación concreta[10].
Por nuestra
parte, no podemos obviar, a la hora de determinar nuestro posicionamiento como
organización, la percepción entre la vanguardia de que el MAI es un
destacamento radicado principalmente en la nación opresora, en la nación
española, en el sentido de tener en cuenta la indicación leninista respecto a
la división internacionalista del trabajo necesaria entre los proletarios
conscientes de la nación opresora y los de la oprimida[11].
Así pues, nos
encontramos en una situación de ausencia de un movimiento proletario
revolucionario, efectivo y con capacidad práctica, que pueda contraponerse al
movimiento nacional que dirige la burguesía catalana. El contexto es, pues, de
pujanza del nacionalismo y de ausencia de referente internacionalista, lo que
sólo puede redundar en el agravamiento del choque y los odios nacionales. Por
tanto, es imperativo para la vanguardia proletaria incidir en el primer aspecto de esa dialéctica, que exponíamos al
principio, que el marxismo establece
ante el problema nacional: el de la democracia, el factor atenuante de los choques nacionales. A ello hay que sumar
el dominio del revisionismo entre la vanguardia, correlativo a esta situación
general, que, como hemos mostrado, ha vaciado de contenido el derecho de
autodeterminación, trastocando su posición específica en la dialéctica que el
marxismo establece para el tratamiento coherente de la cuestión nacional. Por
ello entendemos que no vale con la proclamación del derecho de
autodeterminación, reducido a fetiche abstracto, y la inhibición, cuando no la
oposición, en el momento en que la cuestión de la separación estatal de una
nación oprimida se plantea en el orden del día como tema candente de la agenda
política. Pensamos, por tanto, que es necesario materializar el compromiso proletario
con la igualdad nacional, en las circunstancias concretas que hemos reseñado,
con un decidido posicionamiento político
específico que restaure y sustancie el contenido del concepto de autodeterminación
(derecho a la independencia política), demostrando a los obreros catalanes y de
otras naciones oprimidas que los proletarios conscientes españoles entienden
que la unidad internacional del proletariado empieza, más allá de las fronteras
establecidas por el statu quo, en la
esfera ideológico-política y que para ellos
antes está la fraternidad de clase que las fronteras de “su” Estado nacional.
Asimismo, es necesaria una posición que
sirva como el revulsivo más eficaz posible, como auténtica “terapia de
choque”, para unas masas españolas
educadas por la burguesía y el revisionismo en la naturalidad y complacencia
con los privilegios nacionales. Es por todas estas consideraciones, que
giran exclusivamente en torno a las exigencias de desarrollo revolucionario de
nuestra clase y su vanguardia, que hemos
decidido posicionarnos por el SÍ, que es,
además, en las actuales circunstancias, la forma de solución del problema
nacional que guarda menos contemplaciones para con el statu quo establecido (lo que es también, por cierto, un elemento
de educación revolucionaria).
El
proletariado ante el 9-N y el Procés
en Cataluña
Somos
absolutamente conscientes de que esta postura específica que llamamos a apoyar
nace de un proceso extrínseco al proletariado y sus dinámicas, aún incipientes,
de reconstitución como sujeto político revolucionario e independiente. Por ello
es importante tener en cuenta el sistema de contradicciones de clase que
conforma el movimiento nacional catalán, cuyas interacciones internas, así como
su relación con el bloque de clases instalado en el aparato central del Estado,
están determinando la forma concreta que está adoptando el Procés catalán. Ello es fundamental para evitar que un apoyo,
puntual y táctico como el que proponemos, se convierta en subordinación y
seguidismo a alguna de las fracciones de la burguesía que maniobran alrededor
del Procés. Se trata también de que
la vanguardia marxista-leninista, aún naturalmente bisoña, empiece
prudentemente a dar los primeros pasos para familiarizarse con las maniobras
tácticas que exige la política de la lucha de clases a gran escala.
Lejos
del discurso patentado en Madrid, y que parecen haber comprado algunos revisionistas, de que el Procés es una maniobra orquestada por Artur Mas y sus adláteres, lo
cierto es que éste ha intentado, con escasa suerte, subirse a un torrente ya en
marcha y canalizarlo, de cara a instrumentalizarlo para sus particulares
intereses de clase. Como decimos, el viento que agita la ola independentista
empieza a soplar con fuerza a partir de 2010 con la sentencia del
Constitucional español que tumba el Estatut.
El clima de la crisis, común a todo el Estado, con la proletarización de
amplios estratos de esas clases medias
y la ausencia general de referente y horizonte revolucionarios, permiten que en
Cataluña, debido a sus específicas características y condiciones culturales y
políticas nacionales, el descontento social se desarrolle a través de canales
nacionalistas, que cuentan con una sólida implantación y estructura, además de
con una larga lista de agravios históricos más o menos legítimos. Así, las
filas de la pequeña burguesía catalanista, tradicional representante del
independentismo, han ido engrosando, reflejándose en el crecimiento de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) y,
especialmente, Esquerra Republicana de
Catalunya (ERC). Asimismo, en este sentido, para desgracia de gentes como
el PTD, la aristocracia obrera, alejada históricamente de la tradición
nacionalista catalana, ha ido mostrando una creciente comprensión y cercanía
hacia el movimiento nacional, agudizando sus propias contradicciones internas.
Muestra de ello es el hundimiento del PSC, en la línea del descalabro general
del PSOE en el conjunto del Estado, pero más acusado por ser Cataluña una de
sus bases tradicionales y existir una tradición política alternativa, el
nacionalismo catalán, que podía disputarle inmediatamente su base sociológica
(en el resto del Estado el trasvase y encuadramiento de esta base comienza a
cristalizar ahora con Podemos), los
vaivenes y titubeos de ICV y los acuerdos de CC.OO. con l’Assemblea Nacional Catalana de cara a favorecer la promoción del derecho
a decidir.
Éste es, por un lado, el manantial
de fuerzas sociales que estaban alimentando el crecimiento y asentamiento del
movimiento nacional que impulsa el Procés. Esta consolidación eclosiona
con la impresionante movilización de masas que preside la Diada de 2012.
Es en ese momento cuando en los cuarteles de Convergència i Unió (CiU)
se agudiza la necesidad de intentar encuadrar el movimiento de masas y
encaramarse a él para reconducirlo a una solución negociada con el Gobierno
central de la que obtener contrapartidas para las fracciones de clase que representaba.
Al igual que otros partidos que han formado parte de la médula central del
régimen de 1978, CiU representaba una correa que vinculaba a los sectores del
gran capital catalán, parte sustancial del bloque de clases hegemónico (cuya
representatividad era compartida con el PSC), con los estratos de la burguesía
media, nacionalista pero no independentista tradicionalmente, cumpliendo un
papel similar al del PP en el conjunto del Estado. Similar pero también contradictorio,
pues su fisonomía estaba determinada por condiciones objetivas de asentamiento
en una realidad nacional específica diferenciada. El fracaso de la maniobra de
reconducción y pacto de CiU debido a la cerrazón del Gobierno español y su
rechazo a la propuesta de reforma fiscal de Mas, agravan, en medio de la crisis
económica y de la creciente crisis política del Estado, el desencanto y la
desafección de esta burguesía media, que empieza a verse progresivamente
atraída hacia el movimiento nacional por la puerta de ERC. Ése es el fenómeno
social de clase que determina la creciente deriva independentista de Mas en los
últimos años, arrinconado por la inmovilidad del Gobierno español y obligado a
disputarse con ERC su propia y huidiza base social. Esta obligación de Mas de
no perder el suelo que pisa e ir a remolque del movimiento, estira, hasta el
punto de amenazar fractura, su propia formación, incidiendo en sus
contradicciones con el sector que más representaba la vinculación con el bloque
de clases central del Estado (encarnado en la figura de Duran i Lleida), y que
se refleja en la diferente postura tomada por Unió ante la consulta.
Estas fisuras son un indicativo más de la profundidad de la crisis política por
la que atraviesa el Estado español.
Así pues, desde diferente ámbito,
hay otro trasvase de fuerzas sociales hacia el movimiento nacional. El poderío y pujanza de éste expresa la
cristalización de la convergencia de varias fuerzas de clase, favorecida por
las diferentes crisis que sacuden el Estado, y que se expresa como una alianza de la pequeña y mediana burguesías
catalanistas bajo la hegemonía del independentismo. Otras fuerzas de clase,
significativamente un sector de la aristocracia obrera, orbitan a su alrededor.
Este conjunto es lo que le da al movimiento un carácter nacional general, permitiendo situar la cuestión de la
independencia en el orden del día candente de la agenda política. La formación que mejor representa este
movimiento y este escenario es ERC, que es el punto de convergencia de estos
flujos sociales que han confluido desde diferentes direcciones, dándole la
posibilidad cierta de protagonizar un sorpasso que materialice
institucionalmente su hegemonía política en Cataluña.
Todo este conjunto contradictorio de
fuerzas de clase en alianza y pugna, condicionadas por la presión del Estado
central, es lo que ha dado al Procés su particular fisonomía. La
exigencia de expresar a través de un referéndum de autodeterminación la
voluntad del pueblo catalán, sancionado por las elecciones anticipadas
catalanas de 2012, ha supuesto un auténtico quebradero de cabeza para un Mas
crecientemente desbordado (como se puso tempranamente de manifiesto con los
decepcionantes resultados de CiU en esas elecciones).
Un referéndum, en las condiciones de la
democracia burguesa, aparece en un doble
aspecto contradictorio: por un lado representa la expresión directa de la
voluntad de las masas respecto a un asunto concreto, en el que prima el aspecto
de mandato imperativo de la soberanía popular, pero, por otro, en virtud de su
encaje en los mecanismos representativos del parlamentarismo, emplaza la
ejecución de ese mandato directo a los representantes,
irrevocables e instituidos de plenas prerrogativas. Por eso un referéndum no
puede ser asimilado simple y llanamente a unas elecciones parlamentarias al uso,
como puerilmente, en una muestra de severa ignorancia política, ha hecho RC, y
es la forma como tradicionalmente ha reclamado nuestro movimiento la solución
de un problema democrático-burgués como es la cuestión nacional[12].
De hecho, esta característica y el hecho de que algunas fracciones de la
burguesía hayan pugnado por la celebración de un evento de esta naturaleza,
donde la voluntad del pueblo podía manifestarse directamente y minimizaba la
delegación y la instrumentalización de la soberanía por los representantes, es una muestra de ese
carácter progresivo, expresión de lucha general contra la opresión, que tienen
todos los movimientos de las naciones oprimidas, por más burgueses que,
inevitablemente, sean, y que Lenin nos exhortaba a distinguir cuidadosamente y
apoyar. Precisamente por ello es un evento que los comunistas podemos apoyar
sin que ello signifique nuestra subordinación sin contrapartidas, como, con el
actual estado del movimiento revolucionario, significaría llamar a la
participación electoral convencional.
De hecho, este
carácter imperativo era el que dificultaba las aspiraciones conciliadoras y
pactistas de CiU y por eso ha intentado desde el principio rebajar su perfil,
empezando por lo ambiguo y enrevesado de la formulación de la pregunta sometida
a consulta. A ello le ha ayudado la reaccionaria oposición del Gobierno español
y las estructuras centrales del Estado a la celebración del referéndum y su
prohibición, que es el salvavidas al que se ha agarrado Mas para acabar de
vaciar de contenido la consulta. Así, el procés
se ha dividido, en sus puntos de paso político principales, entre la consulta y
unas futuras elecciones en Cataluña. Con ello Mas ha conseguido trasladar el
centro de gravedad del procés del
mandato imperativo del pueblo al mercadeo parlamentario, donde serán los
representantes políticos los que harán y desharán a su antojo en función de las
maniobras de gabinete y la compra-venta de principios y aspiraciones. Mas ha
ganado así margen de maniobra para intentar parapetar a una CiU a la baja en
medio de un virtual frente patriótico catalán. Que éste se dé y que las futuras
elecciones sean anticipadas y plebiscitarias o no, dependerá del talento mercantil
de los duchos negociantes concernidos y de la medida en que puedan valorizar su mercadería política. Por
supuesto, la pequeña burguesía independentista, de ERC hasta Endavant, pasando por la CUP, más allá
de algunos estériles quejidos, más o menos fuertes en función de su presencia y
certidumbre institucional, ha transigido con esta maniobra, aparcando su
proclamado democratismo, y sumándose a la hoja de ruta de la Generalitat, pues espera obtener pingües
réditos electorales de los titubeos y la inconsecuencia de Mas que, al menos,
tiene la virtud de ocultar la suya propia. Y es que a la pequeña burguesía
independentista, por radical que sea su compromiso verbal con la democracia
consecuente, tampoco le interesa un escenario de confrontación directa con el
Estado el día 9, que exigiría la movilización de masas y podría desbordarla,
evocándole sus peores pesadillas en forma de Rosa de Foc e incontrolats.
Por eso todos los actores políticos con presencia efectiva han transigido con
la retirada de Mas y, más o menos compungidos, se han acomodado a ella, porque
todos, aun con sus contradicciones entre ellos, están de acuerdo en diferir la
crisis política y trasladar la expresión de la voluntad popular hacia las
instituciones representativas, donde es más fácilmente moldeable y manejable,
antes que, como exigiría la democracia consecuente, tomar todas las medidas
para que el 9-N se materializara esa voluntad y tomara cuerpo inmediatamente,
por encima de cualquier ordenamiento legal o resolución judicial, de cualquier regla del juego establecida. En
consecuencia, todos plantean el 9-N como una “acumulación de fuerzas”
testimonial de cara a las futuras batallas parlamentarias donde se decidirá el
curso de los acontecimientos. Por eso todos los dirigentes del movimiento
nacional catalán, de los más decididos y radicales a los más reticentes, han
elegido parlamentarismo frente a democracia, negociación frente a movilización
y conciliación frente a ruptura.
Pero éste no era ni
mucho menos un escenario fatal e inevitable, inscrito en las estrellas. Y es
que precisamente la maniobra de Mas, dividiendo el procés en consulta y elecciones, separa claramente los dos aspectos contradictorios que, en
condiciones de democracia burguesa, conforman un referéndum, el democrático-imperativo directo y el parlamentario-representativo mediatizado.
De este modo, el aspecto progresivo de todo movimiento de la nación oprimida, lo
que supone lucha general contra la opresión y desbordamiento del orden jurídico
coercitivo que la sanciona, lo que supone democracia e implicación directa de
las masas en los asuntos públicos, en definitiva, todo lo que es un deber
comunista apoyar, es claramente separado de la vileza y el filisteo pavor de
toda burguesía nacionalista, que convierte la lucha democrática por la
autodeterminación en una mezquina disputa de cara a cerrar tratos con la
burguesía de la nación opresora.
Y aquí cabe
representarse las posibilidades de
aprovechamiento de esta crisis política que se hubieran abierto ante un movimiento
proletario revolucionario de haber existido éste en la práctica, de haber
tenido capacidad de actuación efectiva, de que se hubiera cumplido con los
requisitos para dar por reconstituido el Partido Comunista. En este escenario
de crisis política, el Partido Comunista hubiera cortado de raíz la estrategia
pactista de la burguesía y hubiera tomado medidas para asegurar la realización
del referéndum, desplegando acciones para que sus resultados fueran ejecutados
inmediatamente por las masas, rompiendo la legalidad burguesa con todas las
consecuencias. Aquí, las posibilidades de arrastrar tras la iniciativa
proletaria a un amplio sector de la pequeña burguesía y de conectar con una
estrategia de guerra popular independiente, ampliándola y desarrollándola desde
el aprovechamiento de la crisis política para la extensión de zonas de Nuevo
Poder donde las masas ejercieran directamente su soberanía recién conquistada con
la mediación de la línea del Partido, articulada y estructurada, de pasar de
masas desorganizadas a masas militarmente organizadas, hubieran sido
fecundísimas. Las posibilidades de enlazar a esta república socialista catalana
en formación con un proceso de guerra popular general en todo el Estado serían
variadas y la historia de la revolución proletaria es pródiga en tales
ejemplos, empezando por la alianza entre la Rusia y la Ucrania soviéticas
durante la guerra civil revolucionaria. Evidentemente, un horizonte como el que
describimos, con un proletariado revolucionario constituido como actor político
efectivo, con todas implicaciones ideológicas y políticas, culturales y
sociales, que presupone, hubiera supuesto de partida un escenario totalmente
diferente, donde, ante una amenaza revolucionaria realmente presente, las
distintas fracciones de la burguesía probablemente se hubieran cuidado de
llevar sus disputas intestinas hasta el punto de fricción en que están hoy
situadas. No obstante, nos parece un ejercicio de imaginación saludable en la
perspectiva de señalar cuál es realmente una estrategia revolucionaria
consecuente y cómo debe entenderse el aprovechamiento de las crisis de todo
tipo que jalonan, y jalonarán, el curso del imperialismo para la extensión y
desarrollo del movimiento revolucionario, enlazando con lo mejor de nuestra
tradición[13],
sepultada por décadas de grisáceo dominio de la estrechez economicista del
revisionismo.
La mera enunciación
de este escenario y la distancia entre él y lo que nuestros rutinarios
revisionistas, algunos de los cuales ya se consideran inconfesadamente el
Partido, han acertado a pergeñar con motivo de esta ocasión, es una elocuente
evidencia de la distancia que separa las posibilidades objetivas que nos brinda
el desarrollo del capitalismo decadente del punto donde ha situado al
movimiento comunista el largo dominio de estas gentes. Es, además, un nuevo
acta de acusación contra su estéril y monocromo “trabajo cotidiano en los tajos
y a pie de calle”, incapaz de acumular
ninguna fuerza que pueda ser
utilizada en escenarios de crisis política tan prometedores, incluso desde la
vieja perspectiva de la revolución como desbordamiento
espontáneo. Peor aún, sus anteojeras sindicalistas les han impedido
siquiera intuir si existía alguna posibilidad de actuación, más allá de la denuncia
de la burguesía de la nación oprimida y su desvelo por evitar que algún miembro
de sus reducidos séquitos se alejara del cortejo que forman en la retaguardia
de la aristocracia obrera.
No obstante, a
pesar de la distancia que aún nos separa de este tipo de escenarios, y del
paciente trabajo de reconstitución ideológica y política que aún hemos de
acometer para salvar ese largo trecho, esta división del procés que señalamos, así como la inconsecuencia del democratismo
de la pequeña burguesía independentista, sí nos permite a los comunistas
revolucionarios intervenir en la crisis política con un posicionamiento de
indudable apoyo a lo progresivo de todo movimiento nacional contra la opresión
política y al inalienable derecho de autodeterminación de la nación catalana, a
la vez que nos desmarcamos de llevar este apoyo hasta la subordinación a su
estrategia de mercadeo con la voluntad popular. Por ello, y por todas las
razones expuestas, llamamos al
proletariado catalán a votar SÍ-SÍ y a exigir que lo que salga de las urnas
el día 9 sea imperativamente ejecutado por las fuerzas que se pronuncian por la
democracia, así como denunciamos la estrategia general, de negocio y
transacción, con que las fuerzas burguesas catalanas han encorsetado el
ejercicio de autodeterminación del pueblo catalán y llamamos al boicot de las futuras elecciones catalanas, sean
anticipadas plebiscitarias o no. Con ello negamos al conjunto del bloque
dominante y a las distintas facciones de la burguesía que intervienen alrededor
del procés. Nos oponemos a la
reacción centralista y al españolismo, cosa que no puede decir la mayoría del
revisionismo, y negamos la estrategia que han acabado imponiendo las fuerzas
burguesas nacionalistas hegemónicas que están determinando el curso del procés.
De este modo, como
decimos, nos mantenemos firmemente comprometidos con los derechos nacionales
del pueblo catalán y nos situamos con la única solución, en las actuales
circunstancias, consecuente y radical, la que menos contemplaciones tendría con
el statu quo político, del problema
nacional, de la opresión política de la nación catalana por la española. Hoy,
que no hay ningún movimiento revolucionario que pueda subordinar esta lucha
nacional a una estrategia revolucionaria proletaria general, en la línea de lo
que hemos prefigurado, no hay motivo razonable para que los comunistas
regateemos nuestro apoyo a la tan anhelada por tantos catalanes independencia
de su patria. Ya hemos denunciado todos esos argumentos pseudo-marxistas que
aluden al carácter indudablemente burgués de un virtual Estado catalán
independiente, que ignoran el verdadero contenido de la autodeterminación como
derecho a la independencia política, y
que en realidad dejan entrever un chovinismo de gran-nación apenas disimulado.
La independencia política no liberará a los catalanes de las garras del capital
financiero, es cierto, como no es menos cierto que tampoco los liberará la
permanencia y unidad del actual Estado burgués español. Sí les liberaría, al
menos, de la opresión política nacional y dejaría a su burguesía nacionalista
con un elemento menos (no se trata de un mero argumento demagógico, sino que esa opresión nacional es un hecho
cierto) con el que canalizar el malestar social y facilitaría la disociación de
clases y la implementación de la lucha de clases. En el Estado español podría
ser un golpe para la reacción que se alimenta de esta opresión y embrutece a
las masas con la aceptación de los privilegios nacionales, a condición de que
derrotemos al revisionismo, que sirve de correa de transmisión de esta
complacencia y minimiza, como hemos visto, el carácter del Estado español como
cárcel de naciones. Ésa es la única manera justa de evitar que el inalienable
derecho a la independencia de Cataluña, de realizarse, desemboque en una
ruptura a la yugoslava y no se haga,
como sería lo deseable, al, en palabras de Lenin, “modo noruego”. Para ello es
imprescindible también que los demócratas catalanes impidan el crecimiento y
predominio de las tendencias chovinistas y exclusivistas inherentes a todo
nacionalismo, también al de nación oprimida, que no es virginal en su afán de
privilegios. Para ello contarán con el apoyo de los comunistas, que no se
prestarán en ningún caso a una campaña de homogeneización
nacional coercitiva, impuesta desde arriba, en la línea de esa dictadura de la lengua, propuesta por
algunos nacionalistas camuflados de rojo,
que hemos denunciado al principio de este escrito.
Sin embargo, hemos
de señalar que nuestro actual apoyo a la independencia nacional de Cataluña,
como forma de solución del problema nacional y materialización concreta del
derecho de autodeterminación de las naciones, emana de las circunstancias
concretas que hemos referido y no es
absoluto e intemporal. Si estas circunstancias cambiaran, como por ejemplo
con la constitución de un movimiento revolucionario del proletariado que ocupe
la centralidad del escenario de la lucha de clases, relegando a la cuestión
nacional de esa posición que ocupa actualmente, cabría replantearse esta
postura en función de la correlación entre el movimiento proletario
revolucionario de liberación general y el movimiento burgués de liberación de
la nación oprimida. Mientras tanto, no nos corresponde a los comunistas hacer
de apagafuegos de la crisis política del Estado español, sino preparar el
verdadero incendio que lo consumirá desde los cimientos.
En este sentido,
insistimos en que el apoyo actual a la independencia no nos hace someternos a
los estrechos marcos nacionales donde gustaría de enclaustrarnos la burguesía
nacionalista. Los proletarios conscientes tenemos tareas propias e independientes a las que encomendarnos como
función principal, como son la reconstitución ideológica y política del
comunismo. Sólo a partir de ahí, podremos avanzar de nuevo resueltamente hacia
la erradicación de todas las lacras que supone el capitalismo y hacia la
superación consecuente de todas las limitaciones que éste impone al desarrollo
integral del género humano. Por ello la labor de la vanguardia es continuar con
esta labor de reconstitución, uniéndose inmediatamente en organizaciones
internacionales únicas para su consecución. Mientras la unidad del Estado español siga vigente, y con ella la
alianza internacional de la burguesía sobre la que se sostiene, la obligación
de los proletarios de avanzada es permanecer y perseverar en la unidad orgánica
internacional para el impulso de las tareas de desarrollo revolucionario de
nuestra clase. El ejemplo de nuestros camaradas de Cataluña[14]
nos alienta e, independientemente de las fronteras que entre tanto se puedan
erigir, nos señala un horizonte de fraternidad internacional y la única
verdadera solución del problema nacional que es, como señalaba Lenin, su
superación desde la unión de los proletarios de todos los países.
¡Por la libertad nacional de Cataluña! Visca
Catalunya lliure!
¡Sin
autodeterminación no hay democracia!
¡Por la unidad
internacionalista del proletariado!
¡Proletarios de todos los países, uníos!
¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
Movimiento Anti-Imperialista
Noviembre de 2014
[1] “Luchando por el derecho de autodeterminación de las naciones, la socialdemocracia se propone como objetivo poner fin a la política de opresión de las naciones, hacer imposible esta política y, con ello, minar las bases de la lucha entre las naciones, atenuarla, reducirla al mínimo” STALIN, J.: El marxismo y la cuestión nacional. Fundamentos. Madrid, 1976, pág. 39 “El interés de la unión de los proletarios, el interés de la solidaridad de clase exigen que se reconozca el derecho de las naciones a la separación”. LENIN, V.I.: Obras Escogidas. Progreso. Moscú, 1976, tomo V, pág. 148
[2] Véase: https://revolucionobarbarie.wordpress.com/lucha-de-dos-lineas/respuesta-a-redrum-notas-acerca-la-cuestion-nacional/ Imprescindible, también, un debate fundamental en este sentido en LA FORJA (órgano del Partido Comunista Revolucionario): nº 17, junio de 2000.
[3] Así es, RC sostiene la, por ser amables, “original” tesis de la opresión nacional sin nación opresora. Esto lo tratan de fundamentar en una tentativa de análisis de la formación del Estado español en: DE ACERO, nº 3, abril 2014, Documento de Cuestión Nacional para la I Conferencia de Partido y Cuestión Nacional, cuya parte más interesante sea seguramente el tratado de vexilología ibérica “revolucionaria” con que nos obsequian al final. Por cierto, esta posición les permite proclamar, a la vez que en su comunicado sobre el 9-N hablan de un “falso sentimiento nacional infundado” en Cataluña que facilita esconder las penurias obreras, la necesidad de defender la “existencia del pueblo castellano y su cultura”, precisamente esa cultura, ese idioma, que ellos mismos reconocen que el Estado anacional español ha impuesto a otros pueblos; véase RC: Se hace oficial RC Castilla, 29 de agosto de 2014.
[4] RC: Sobre el 9N en Catalunya, 16 de septiembre de 2014.
[5] Ya que RC gusta tanto de las citas de los clásicos, aduciremos algunas en este sentido: “(…) sólo hay una solución del problema nacional (dentro de lo que cabe, en general, resolver este problema en el mundo del capitalismo, mundo del lucro, de las discordias y de la explotación), y esa solución es la democracia consecuente.” LENIN: O.E., t. V, pág. 26. “En todo caso, ¿no es indudable e indiscutible que la paz nacional se ha conseguido bajo el capitalismo (en la medida en que puede conseguirse, en general) únicamente en los países en los que hay una democracia consecuente?” LENIN: Op. cit., págs. 45 y 46.
[6]
“(…) la ‘autodeterminación
de las naciones’, en el programa de los marxistas, no puede tener, desde el punto de vista histórico-económico, otra
significación que la autodeterminación política, la independencia estatal, la
formación de un Estado nacional.” LENIN: O.E.,
t. V, pág. 103. “El
gran capital de un país puede siempre comprar a los competidores de un país
extranjero independiente políticamente, y lo hace siempre. Esto es plenamente
realizable desde el punto de vista económico. La ‘anexión’ económica es plenamente realizable sin ‘anexión’
política y se da en todo momento. (…) Se da el nombre de autodeterminación de
las naciones a su independencia política. (…) hablar de la ‘irrealizabilidad” económica de la autodeterminación en el
imperialismo es simplemente un galimatías.” LENIN: O.E., t. VI, págs. 77 y 78. Paradójicamente, a pesar de la
inclinación de RC por las citas e iconos de Stalin, esta posición que sostienen
va precisamente en la dirección del trotskismo, que defiende que “la lucha
nacional para triunfar debe convertirse en lucha por el poder obrero”, con lo
que, consecuentemente, encomienda al socialismo tareas de construcción y
realización nacional. Pero, como hemos dicho, el marxismo no busca la
realización del principio nacional, sino la plena igualdad entre naciones, como
premisa indispensable para el avance hacia su completa fusión: “El objetivo del
socialismo no consiste sólo en acabar con el fraccionamiento de la humanidad en
Estados pequeños y con todo aislamiento de las naciones, no consiste sólo en
acercar las naciones, sino también en fundirlas.” LENIN: O.E., t. V, pág. 353.
[7] RC: Sobre la abdicación del rey, 2 de junio de 2014.
[8] PTD: Ante la consulta soberanista de Cataluña, 20 octubre 2014.
[9] PCPC: Resolución de la Conferencia
Nacional del PCPC sobre la cuestión nacional, 27 de septiembre de 2014.
[10] Como decimos, Lenin señala que la actividad del proletariado en la cuestión nacional es fundamentalmente negativa, no de construcción nacional positiva, sino de oposición al privilegio y desigualdad nacionales. Pero ello no implica que el proletariado consciente no tenga que determinar una posición ante la posibilidad de una separación estatal concreta, sino que debe hacerlo en función de los intereses de desarrollo del proletariado como clase revolucionaria; valga un ejemplo: “El derecho de las naciones a la separación libre no debe confundirse con la conveniencia de que se separe una u otra nación en tal o cual momento. Este último problema deberá resolverlo el partido del proletariado de un modo absolutamente independiente en cada caso concreto, desde el punto de vista de los intereses de todo el desarrollo social y de la lucha de clase del proletariado por el socialismo.” LENIN: O.E., t. VI, pág. 420.
[11] “A gentes que no han penetrado en el problema, les parece ‘contradictorio’ que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la ‘libertad de separación’ y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la ‘libertad de unión’. Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin.” LENIN.: O. E., t. VI, pág. 45.
[12]
“El reconocimiento por la
socialdemocracia del derecho de todas las nacionalidades a la autodeterminación
requiere que los socialdemócratas: (…) reclamen que el problema de esa
separación sea resuelto exclusivamente sobre la base del sufragio universal, igual,
directo y secreto de la población del territorio correspondiente”. LENIN, V.I.:
Obras Completas. Progreso. Moscú,
1984, tomo 23, pág. 333.
[13]
“La revolución socialista
puede estallar no sólo con motivo de una gran huelga, o de una manifestación
callejera, o de un motín de hambrientos, o de una sublevación militar, o de una
insurrección colonial, sino también con motivo de cualquier crisis política,
como el caso Dreyfus, o el incidente de Saverne, o de un referéndum en torno a
la separación de una nación oprimida, etc.” LENIN: O.E., t. V, pág. 352. Aunque
la formulación del gran Lenin aún se sitúa, como no podía ser de otra manera,
en los confines del viejo paradigma de Octubre, centrando el peso en el estallido espontáneo, lo importante es
captar su espíritu, la posibilidad del proletariado revolucionario, factor
consecuente de progreso, de explotar las múltiples fallas y escenarios de
fricción de todo tipo (no sólo, ni siquiera principalmente, económicos o
huelguísticos) a que está abocado el decadente imperialismo para impulsar la
revolución. Como se ve, la LR no desprecia el factor espontáneo de desarrollo
social, sino que, en coherencia con la experiencia histórica de la revolución
proletaria, exige la existencia previa de un sujeto constituido desde bases
independientes, el Partido Comunista, que pueda presionar sistemáticamente, con
arreglo a un plan general autónomo, sobre las múltiples erupciones y grietas
que se abren y abrirán en el armazón social, aprovechándolas para el desarrollo
y extensión de la revolución, en vez de verse arrastrado y absorbido por ellas.
Es decir, el estallido y la crisis no es el origen de la revolución, que es previa y consciente (pues el
escenario es de crisis histórica general y también de madurez histórica del
sujeto revolucionario), sino que es palanca
de su ampliación y desarrollo.
[14]
Se trata de Balanç i Revolució, el más reciente
colectivo surgido hasta la fecha por la reconstitución del comunismo y que
realiza desde la nación oprimida un llamamiento a la unidad internacional del
proletariado:
https://balancirevolucio.wordpress.com/2014/11/03/parany-del-nacionalisme/
Aunque no se pronuncian por la independencia y llaman a la participación del
proletariado y la libertad de voto el 9-N, complementado muy acertadamente con
el llamamiento al boicot de las próximas elecciones catalanas, entendemos que
éste es un posicionamiento más justo si es realizado desde la nación oprimida y
que se atiene al espíritu leninista de división internacionalista del trabajo
que hemos reseñado más arriba.