Otro
14 abril de la mano del imperialismo
Otro 14 de abril. Y van ya 80
desde que se proclamase la II República española. Prestas a celebrar la
efeméride todas las organizaciones de izquierdas, autoproclamadas a su vez comunistas, emiten pomposos comunicados
y quitan, con encomiable gallardía,
las telarañas a la vieja bandera de Gasset, de Alcalá-Zamora y de Manuel Azaña.
Pero en esta pantomima no sólo los PCE, PCPE, PCE (M-L), UP… sienten morriña de
los hechos acaecidos hace ocho décadas. Empresas de comunicación, “tan alejadas” de la propagandaburguesa, como el diario Público
o RTVE, también se visten de gala tricolor en este mes de abril, rememorando
aquellos años en que la burguesía española hubo de colocar una franja malva en
su trapo nacional para poder seguir ejercitando su dictadura de clase.
Y es que la línea política y argumental
del republicanismo comunista sobre
la II República
no varía en absoluto respecto del discurso oficial de medios y académicos
burgueses. La manida legalidad
republicana, las consignas de libertad,
igualdad y fraternidad, y como tema estrella la elección “democrática” del Jefe del Estado,
parecen ser los puntos de los cuales deben asirse quienes pretenden proclamar
la III República
en el Estado español. Y para nada debe extrañarnos que estas singulares banderas sean enarboladas sin
rechistar por la pluralidad orgánica
del revisionismo pues su misión en esta sociedad es encadenar los ideales
revolucionarios y enclaustrarlos en los dominios de la vieja sociedad burguesa,
ahogando las ansias de independencia ideológica y política del proletariado y
supeditándolo a los intereses de esta o aquella fracción de la burguesía
monopolista.
Pero vayamos al meollo del 14
abril. ¿Qué fue
la
II República
?
A finales del segundo decenio del
siglo XX la crisis del sistema político nacido de
la Restauración
borbónica era ya insostenible. Empantanada en la guerra colonial de Marruecos,
con una industria en crisis por una Europa que empezaba a levantarse tras
la IGM
, con unas burguesías
nacionales que empezaban a reclamar una posición de privilegio dentro del
Estado y, sobretodo, con un proletariado dispuesto para el combate y curtido ya
en la lucha de clases, que dio el primer gran susto en
la Semana Trágica
de Barcelona y que atemorizó seriamente al capital con
la Huelga General
Revolucionaria de 1917 y durante todo el Trienio
Bolchevique (1918-1921), cuando los vientos del Octubre Soviético hicieron
poner a los burgueses patrios sus barbas a remojar, la estructura política que
había servido a la clase dominante española hasta entonces hacía agua por todos
los lados.
La burguesía se corroía por sus
contradicciones internas y no era capaz de consensuar un sistema político
acorde con las aspiraciones de su sector imperialista y con las de los pequeños
burgueses que bregaban por constituirse en una clase social con cuota de poder
a nivel estatal. Los gobiernos se desmoronaban uno tras otro y la burguesía
tuvo que tirar de dictadura militar, encabezada por Primo de Rivera, para
asentar la situación. Este puso cierto orden en las colonias africanas, aceleró la economía, vía estatal, para contentar a los burgueses, aplastó al
proletariado revolucionario organizado en el PCE y
la CNT
, y enseñó a la burguesía
monopolista los suculentos réditos que se podían extraer del pacto con la
aristocracia obrera, representada ya en ese período por
la UGT
y el PSOE. Lección
magnífica para los capitalistas españoles que no tardaron mucho en poner en
práctica como estrategia del futuro Estado republicano.
Pero el parche militar, duró lo
que duró. La crisis mundial de finales de los 20 llegó pronto a la paupérrima
economía española y todos los males para el sistema burgués aliviados por la
dictadura de corte fascista se reprodujeron. Era por tanto necesaria una
reconfiguración del Estado para que fuese reflejo fiel de la correlación de
fuerzas de las clases sociales existentes en el país, que se habían desarrollado
desde finales del siglo XIX. Con la victoria republicana en las municipales de
abril de 1931 tamaña tarea por fin podía llevarse a cabo.
Del régimen fascistizante de
Primo de Rivera se pasó al Estado democrático republicano. La dictadura del capital tomaba nuevas características, se
ampliaba la democracia incorporando a la pequeña burguesía, a nacionalistas y a
la aristocracia obrera, que si bien ya habían estado presentes en labores de
Estado, ahora lo iban a hacer con plenos derechos, expuestos
constitucionalmente.
Sustancialmente apenas hubo
cambios. El carácter de clase del Estado era el mismo. Los obreros, si bien
gozaban de mayores libertades rebotadas por la ampliación de la democracia
burguesa, sufrían tanta explotación y
represión como bajo la monarquía. El aparato represivo del Estado se iba a
modernizar: se creó
la Guardia
de Asalto y el excesivo burocratismo del Ejército colonial iba a pasar la criba
de la reforma democrática pero manteniendo, lógicamente, su carácter
clasista de exterminador de los proletarios y los pueblos. De hecho este mismo
ejército republicano que aplastó sin miramientos a
la Comuna
de Asturias, fue el
que se alzó en el 36 sin cambiar un
ápice de su estructura interna. La política imperialista del Estado español no
iba a variar ni en África ni en
la Península
, a pesar de la conformación de
la Generalitat Catalana
que era, como son hoy las CCAA, una concesión de autogobierno dentro de la
unidad inquebrantable de España, que el poder central otorgaba a los burgueses
catalanes.
En aquellos años el débil Partido
Comunista de España (SEIC) mantuvo en alto la bandera roja del Socialismo y
la Dictadura
del
Proletariado. Su visión economicista y espontaneísta de
la Revolución
, como
reproducción de la línea oficial del Comintern en los años 30, le enajenarían su
papel de vanguardia como conductor de las masas hacia la imposición de su
dictadura de clase. Esta línea estratégica de
la IC
se conformó como intentona de la vanguardia
revolucionaria para escapar del período de repliegue a que se vio sometida
la Revolución Proletaria
Mundial tras las derrotas que sufrieron las distintas revoluciones en Europa
(Hungría, Alemania, Finlandia…). Todo pasaba entonces por la acumulación de
fuerzas en torno a las reivindicaciones concretas de las masas, que se
derivaban de los virajes económicos y políticos del capital, dejando de lado la
iniciativa de la vanguardia comunista y convirtiendo a ésta en combatiente por
las luchas parciales de las masas, que apuntalaban la situación de éstas como
clase subalterna y permitían a la verdadera vanguardia del resistencialismo y
el espontaneísmo, la aristocracia obrera, acumular fuerzas de cara a luchar por sus
intereses de clase insertos de lleno en la perpetuación de la dictadura del
capital. No obstante respecto de los principios marxistas sobre el carácter de
clase del Estado, el PCE y
la IC
aún los mantenían claros y
entendían que la reciente República Española era tan sólo el modo en que los
burgueses iban a eternizar su dictadura de clase contra los proletarios y los
pueblos oprimidos, siguiendo así la estela roja de Lenin que tan solo unos años
antes había expresado, al mostrar el
carácter de clase del Estado, que:
“La omnipotencia de la "riqueza" es más
segura en las repúblicas democráticas, porque no depende de la mala
envoltura política del capitalismo. La república democrática es la mejor
envoltura política de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el
capital, al dominar (…) esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su
Poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas,
ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática
burguesa, hace vacilar este Poder.” (El
Estado y
la
Revolución
)
Comparemos las palabras del
bolchevique con las de los actuales republicanos del PCE, en su empeño por ocultar que el Estado es un arma de
opresión entre las clases y que
la Tercera República
solo significará, dictadura del
capital: “
La República
, no es otra cosa que la gestión democrática del
Estado y de lo Público en base al interés general.”(Manifiesto del PCE para el 14 de Abril. 2011) Este aserto republicano, que hoy enarbolan los autodenominados
comunistas, bien podría haber sido extraído
de cualquier manual de derecho administrativo de
la Unión Europea.
Pero la política del Partido Comunista en los primeros
años de
la II
República
no puede ser rememorada atendiendo sólo a los
principios. Deberían ser nuestros pragmáticos revisionistas, tan pegados a lo
concreto, los primeros que atendiesen a la práctica del P.C. entre 1931 y 1934.
Cuando las masas revolucionarias se alzaron en Asturias contra
la República
burguesa y se lanzaron, aunque con resultado infeliz, a establecer la dictadura
revolucionaria del proletariado. Y es que
la Revolución
de
Asturias, gesta gloriosa del proletariado español, es, como la cuestión republicana
en su conjunto, explicada como una revuelta en la que no importaban las clases
ni su organización política, sino sólo las malvadas “derechas” que gobernaban
la República
y las utópicas “izquierdas” que pretendían salvarla. Y quienes
dicen esto cometen un crimen contra la memoria de los bravos mineros rojos de
Asturias, pues los convierten de revolucionarios armados en los pepito grillo de la legalidad burguesa,
engañando a la clase obrera e idealizando, para perpetuarlo, el régimen de
explotación capitalista, eso sí, en su versión republicana.
Porque los primeros años del Estado republicano
muestran que las masas revolucionarias estaban en contra de este régimen
político que ejecutaba los designios de la burguesía monopolista: en el campo
fueron numerosas las revueltas anarquistas en lucha por socializar los campos
hasta tal punto que para
la Revolución
de 1934, el movimiento anarquista
estaba agotado y no pudo engrosar las filas del movimiento huelguístico y
revolucionario. Las bases más profundas del PS y de
la UGT
, como en Asturias, apenas
coincidían con el grueso de la organización que cogestionaba la dictadura
republicana del capital. Y el PCE y las
organizaciones a su izquierda (ICE, BOC), con escasa incidencia entre las
masas, se oponían por igual a
la República.
Situación ésta que demuestra que las masas de obreros
y campesinos se oponían al “nuevo” Estado porque en él cristalizaban los mismos intereses de clase que en el “anterior”
y unas relaciones sociales que los mantenían encadenados. Igualmente el que las
masas estuvieran organizadas pero no lograsen alcanzar sus objetivos muestra
las taras que tenía el movimiento revolucionario en el Estado español,
principalmente, la inexistencia de vínculos entre la vanguardia revolucionaria
y las masas, esto es la inexistencia del Partido Comunista de nuevo tipo que
desplazase el núcleo de
la
Revolución
de la espontaneidad y el resistencialismo de las
masas a la conciencia revolucionaria y su imbricación con el movimiento obrero,
con el ser social. Algo que ya se estaba gestando, como ocurriera en Rusia con
el bolchevismo, en el Partido Comunista Chino que, desatendiendo los consejos
del Comintern, experimentó exitoso
la Guerra Popular
como forma de unir vanguardia y
masas en un todo social conformado por una suma de organizaciones generadas por
y entorno a la vanguardia comunista con el severo objetivo de destruir el
Estado burgués a través del Nuevo Poder en que las masas revolucionarias
experimentaban su dictadura de clase.
En nuestro tiempo, como ya hemos dicho, se referencia
la II República
como ejemplo para
la
Tercera. De
ahí su idealización por parte de un gran sector
de la burguesía, que sólo pretende secar la ya maltrecha conciencia de las
amplias masas proletarias describiendo al Estado como forma en que se gestiona
el interés general de toda la ciudadanía.
Y de esta cantinela interclasista bebe
todo discurso republicano, hasta el más comunista
de ellos.
Porque a lo máximo que llega el republicanismo comunista, es a presentar
la III República
como una necesidad objetiva e indispensable en el camino hacia el Socialismo. Pero nada más lejos de la
realidad. Hoy la reverberación del republicanismo en los programas políticos de
las organizaciones revolucionarias es
el reflejo de su postración ante los intereses de clase de la burguesía, es la
constatación del grado de descomposición al que ha llegado el movimiento
comunista tras el cierre del Ciclo Revolucionario de Octubre.
La III República
es, como fue
la Segunda
,
la bala en la recámara que se guarda el imperialismo español en caso de que su
régimen peligre por el ascenso de un movimiento revolucionario organizado o las
contradicciones en el seno del bloque dominante alcancen tal grado de
virulencia que requieran la reestructuración del Estado burgués.
Quienes plantean hoy la democratización de la dictadura del capital, lo único que están
haciendo es renegar de la transformación radical de la sociedad, confinando las
luchas revolucionarias de las masas al institucionalismo reaccionario del que
se ha dotado la burguesía monopolista para gestionar su Estado, ya revista este
las formas de la monarquía borbónica o de
la República
tricolor. Porque toda consiga republicana pasa en nuestro tiempo por el
sacrosanto parlamentarismo. Todos los comunistas arrepublicanados sintetizan su ideal de Tercera República en un proceso Constituyente previo Referéndum democrático entre Monarquía y
República. Parecen pretender desencadenar la lucha de las masas por acabar con
el régimen político monárquico para luego volver a encadenarlas a una urna
electoral. Armar al pueblo para asestar un golpe a una facción de la clase
dominante para luego volver a
desarmarlas y acabar con ellas si es menester. Nada nuevo, es lo que hizo la
burguesía en todas sus revoluciones durante el siglo XIX. Y es lo que pretende
tener en reserva un sector de la burguesía imperialista en caso de colusión
entre las mismas clases dominantes: un ejército de proletarios al servicio de
la democracia burguesa, que pugne por la justicia
social que dicten los mercados y por las libertades de la propiedad privada, que hasta podrá ser
nacionalizada por el estado republicano-burgués en aras de proteger su independencia nacional. Enésimo trágico
final el que espera al proletariado si se haya desprovisto de sus instrumentos
de lucha, sin su Partido Comunista encabezado por la ideología de vanguardia.
Los republicanos españoles quieren rememorar la película Novecento: los proletarios pondrán los muertos, serán incluso
armados, pero una vez clarificado el
asunto las fuerzas del orden burgués les irán a desarmar en pro de
la Asamblea Constituyente
en la que confluye toda la sociedad y
el empresario monárquico mutado en republicano se reirá a carcajadas del
obrero desarmado y le dirá ¡el patrón
sigue vivo! para luego invitarlo sutilmente
a ir juntos como hermanos hacia los próximos comicios democráticos.
La claudicación ante el republicanismo, argumentada en
la necesaria etapa intermedia, tiene como consecuencia la configuración de
los programas mínimos. En ellos, y
para atraerse a sectores de la
burguesía, los arrepublicanados reúnen unas cuantas consignas democráticas que
no rompen con el capitalismo y que ni mucho menos plantean que las
contradicciones principales estén hoy entre proletarios y burgueses. No se
quieren dar cuenta que son ellos los que han sido atraídos por la burguesía y por los intereses de las clases
dominantes. Los revisionistas se sienten cómodos en la búsqueda de alianzas y unidades con la aristocracia obrera y la
pequeña burguesía y para nada se plantean que lo que necesita el proletariado es
reconstituirse como clase independiente y unirse
en torno al marxismo-leninismo como cosmovisión nueva y radical de las
relaciones sociales que tiene como objetivo dotar a los oprimidos de la
conciencia necesaria para subvertir el orden burgués y destruir la maquinaria
estatal capitalista, bien madura ya para tal circunstancia y que sólo necesita de un contrincante
ideológico y político que esté a la altura de las circunstancias.
Porque la madurez del capitalismo español implica que
ya no quedan estados intermedios entre éste y el Socialismo. No quedan etapas
económicas por recorrer en el camino hacia la dictadura proletaria. Y los déficits democráticos que se esgrimen
para tales necesidades no son más que
los inherentes al estadio del imperialismo en que nos hayamos donde los
beneficios de la explotación capitalista han permitido a la burguesía conformar
un régimen político en que un sector del proletariado se ha unido al
monopolismo de Estado para ejercer su reaccionaria dictadura contra las masas
hondas y profundas de la clase. Y desde esta alianza, sancionada en 1978, la
burguesía puede permitirse el socavar los derechos democráticos de los
proletarios tirando de Consensos Sociales en los que participan todos los beneficiarios de la democracia burguesa y de sus
libertades. Algo que en el Estado español ya se vivió durante el período
republicano con la salvedad de que la
existencia de un movimiento revolucionario, estatal e internacional, arrancaba
derechos y libertades a la burguesía en un contexto de encarnizada lucha
interna entre las mismas clases dominantes.
El carácter imperialista de España hace que el periodo
en que la burguesía abrazó sus valores de progreso haya quedado muy lejos en la
historia y que todo movimiento que se realiza dentro del marco de la dictadura
del capital tienda a la reacción. No hay programas mínimos que permitan al
proletariado avanzar posiciones en aras de acometer
la Revolución. Sólo
la dictadura revolucionaria de las masas obreras es la que puede acumular
fuerzas, porque en el Estado español las bases objetivas, económicas, para el Socialismo están sentadas desde
inicios del siglo XX. Es del factor subjetivo del que se adolece para llevar a
buen puerto el objetivo del Socialismo.
El problema fundamental es que el revisionismo
traslada estas carencias políticas del
proletariado a la estructura y superestructura de la sociedad vigente,
ocultando las verdaderas tareas que debe encarar el proletariado revolucionario
y supeditándolo a la última fanfarronada republicana del imperialismo español.
Hoy no hay Partido Comunista. El proletariado no está
capacitado ideológica y políticamente para encabezar su Revolución. La solución
ante este problema es según el revisionismo, mantener al proletariado en tal
situación y engancharlo al movimiento burgués más progresista del momento: el republicano. Nuevamente el peso del
movimiento se pone sobre el espontaneísmo en el que las masas obreras, a lo
sumo, reaccionan una vez que ha movido ficha otra clase social. Siempre en la
retaguardia del movimiento y siempre en la trinchera como carne de cañón una
vez se ha iniciado la batalla. Así ven los revisionistas a las masas, sobre las
que por cierto, tienen bastante menos incidencia que los revolucionarios del PCE
a inicios de los años 30.
Ante el problema antedicho, el proletariado del Estado
español no necesita ningún 14 de abril,
ni rememorar junto a la burguesía imperialista una efeméride que no es de su
clase, ni corresponde a sus aspiraciones revolucionarias.
La vanguardia comunista hoy tiene que luchar por la
independencia ideológica del proletariado, por la reconstitución ideológica y
política del Comunismo para así dotar a la clase del organismo social que aúne
la ideología de vanguardia con los intereses de las masas explotadas y les permita
transformar la realidad mediante la praxis revolucionaria. Este no es un camino
fácil, como no lo es la revolución, pero es el único que parte de la realidad
de las carencias de nuestra clase y pugna por la reconstitución del movimiento
de la misma como movimiento revolucionario; de la única forma posible,
internamente, desde la concepción del mundo y la vanguardia, y no dejando la
tareas de elevación ideológica y configuración política revolucionaria del
proletariado en manos de las instituciones de la burguesía, como, por ejemplo,
una futura asamblea constituyente y un parlamentarismo, ahora sí, verdaderamente democrático. Esto último es lo que pretenden, sin ningún sonrojo,
los marxista-leninistas arrepublicanados.
Para tal labor de reconstitución revolucionaria es
indispensable hacer un Balance del Ciclo de Octubre que nos capacite para
sintetizar la experiencia de la lucha de clases en la teoría marxista y así
emprender el camino de
la Revolución Proletaria
desde una posición más
elevada, libres del pensamiento y la práctica burguesa que atraviesa las filas
del comunismo republicano y que pretende condenar a nuestra clase a ser
el Sísifo de la producción capitalista.
Movimiento
Anti-Imperialista
14 de Abril
2011