POR UNA VERDADERA REVOLUCIÓN
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En los últimos tiempos un gran movimiento de masas se
ha activado en el Estado español. Importantes sectores de la población,
espoleados por cómo está el capital reestructurándose con la crisis, han
despertado, tras un prolongado letargo, a la vida política. Naturalmente, una
de las características de este heterogéneo movimiento es la falta de un
referente claro respecto a qué contraponer al sistema capitalista vigente.
Como no podía ser de otra manera, espontáneamente el
movimiento, huérfano de bagaje y experiencia política y rehuyendo cualquier
adscripción a alguna corriente revolucionaria histórica, dejado a su solo
impulso, no ha conseguido articular una alternativa sólida que oponer al
capitalismo. El movimiento, en general, no ha hecho otra cosa, con todos los
méritos y defectos que le son propios, que navegar a la contra, a la defensiva
de los ataques, difamaciones y medidas impulsadas por el enemigo, es decir, la
burguesía articulada a través de su Estado. Precisamente, esa posición
defensiva y la negación de cualquier reflexión histórica que lo situara respecto
al sistema al que busca oponerse, ha sido la causa de que, en general, la
ideología, los métodos y las propuestas que ha engendrado el movimiento no
hayan escapado a la lógica del sistema, sino que se ha movido siempre a través
de sus coordenadas, matizadas, claro está, por un reformismo radical. De este
modo, el interclasismo, el pacifismo, el parlamentarismo y el parcialismo han
sido los ejes en torno a los que se ha nucleado el discurso indignado.
Así, a falta de otro referente o reflexión, ha sido la
llamada “revolución” islandesa la que
ha atraído la atención de los indignados. Y es que en ella se plasman todos
esos elementos políticos: una revuelta ciudadana,
que pretende ir más allá de clases sociales, pacífica, que ataca sólo algunas
consecuencias parciales del capitalismo (su aspecto especulativo o neoliberal)
y que busca la participación de esa misma ciudadanía
en las instituciones vigentes, fundamentalmente el parlamento, a las que se
busca regenerar pero no destruir, como por ejemplo está sucediendo con la
reforma de
Todo ello está sucediendo en un país integrado, aunque
periférico, en los centros del imperialismo, esos países en los que el relativo
bienestar de una parte de la
población es una consecuencia del expolio y la rapiña que sufre la inmensa
mayoría de la humanidad, ésa que habita el denominado tercer mundo.
Esto nos señala la característica esencial de la “revolución” islandesa, que no es sino
la panacea de las llamadas clases medias,
esos sectores sociales que gustosamente decidirían en asamblea quedar al margen
de la historia y sus ajetreos. Islandia es, pues, la utopía pequeñoburguesa de
quienes no cuestionan las relaciones de explotación que gobiernan el mundo y
pretenden alzar la voz sólo cuando alguna consecuencia les afecta a ellos,
realizada en un país diminuto y periférico del centro imperialista. Además, por
ello mismo, está siendo utilizada como escaparate de cómo debe hacerse una
“revolución ejemplar”… ejemplarmente inofensiva para el capital, como vemos,
para dificultar la conformación de una alternativa auténticamente
revolucionaria a la crisis permanente que es el capitalismo en su fase
imperialista.
Frente a esta “alternativa” de privilegiados, se abre
paso hoy en el mundo, y mucho más silenciada por los media, una auténtica revolución que tiene por escenario una de las
principales potencias llamadas emergentes,
India. Aquí, las aspiraciones de gran potencia y la voraz expansión de las
relaciones capitalistas se entremezclan con la sumisión de centenares de
millones de personas a las ataduras y discriminaciones del sistema de castas y
a una brutal pobreza. Allí, donde, a diferencia de la fría Islandia, sí se
concentran las contradicciones de nuestro mundo, como la emergencia de nuevas
potencias imperialistas en medio de la crisis de los centros tradicionales del
imperialismo, o la colusión de las relaciones sociales capitalistas con formas
de producción anteriores; allí se está dando el mayor proceso revolucionario
que estremece al mundo en la actualidad.
En India, desde 1967, millones de campesinos y obreros
se hayan empeñados en una lucha por cambiar radicalmente y de base este injusto
y podrido mundo. Desde 2004, en que las principales organizaciones revolucionarias
indias se fusionaron, este proceso se muestra especialmente pujante y ya ha
sido declarado por el gobierno indio como “la mayor amenaza a la seguridad
interna” del Estado, que ha lanzado una vasta operación militar de represión y
exterminio, denominada Cacería Verde,
contra los revolucionarios, conocidos como naxalitas, y los cada vez mayores
sectores de la población que les apoyan; represión que los naxalitas están
enfrentando exitosamente.
Muchas son las diferencias que separan las condiciones
de India y del Estado español, pero desde luego los naxalitas nos brindan
varias lecciones universales que los que queremos transformar este mundo desde
los cimientos no podemos ignorar.
En primer lugar, que para enfrentarse a un sistema que
lleva siglos instalado y que cuenta con un ingente potencial económico, social,
cultural y militar, no son suficientes los buenos deseos, sino que se necesita
tener en cuenta toda la experiencia anterior de los oprimidos en la lucha por
su liberación, así como las leyes sociales objetivas que gobiernan este
sistema, independientemente de nuestra voluntad. Es decir, para enfrentarse al
capitalismo con garantías de éxito y evitar que nos reconduzca y asimile,
necesitamos una teoría revolucionaria. Los naxalitas, armados con un auténtico
marxismo revolucionario, forjado en la lucha contra el revisionismo, esto es,
la ideología burguesa en las filas de los explotados, nos muestran el camino.
En segundo lugar, la lucha contra un sistema
férreamente organizado, sofisticado y militarizado, requiere de la organización
de los oprimidos, precisamente esa organización que sirva de puente entre la
teoría revolucionaria, mapa de la revolución, y las masas explotadas encargadas
de llevarla a cabo. Nuevamente, los naxalitas, organizados como Partido
Comunista de India(Maoísta) –PCI(M)—, nos muestran el camino.
Asimismo, es ley histórica que cualquier cambio
revolucionario se ha producido necesariamente enfrentando la resistencia armada
de las clases dominantes. La burguesía instruye y entrena diariamente a
millares de lacayos en el manejo de las armas para la defensa de su orden
social. Es por ello que el social-pacifismo, el que propala que los problemas
sociales, fundados en la explotación y el antagonismo irreconciliable entre
clases, se pueden solucionar “pacíficamente”, simplemente es una apología del
monopolio de la violencia del Estado burgués. Otra vez los naxalitas, con
decenas de miles de hombres y mujeres en armas, dirigidos por el PCI(M) en
guerra popular, señalan la senda.
Finalmente, la transformación de la sociedad requiere
que todos los oprimidos tomen parte en ella activamente. No valen las viejas
estructuras de delegación y representación, como el parlamento, ideales para la
reproducción del viejo sistema, fundado sobre la división social del trabajo.
Es por ello que cualquier proceso revolucionario debe romper esa estructura
estatal y establecer una nueva, fundada sobre comités populares de base. Frente
a la dictadura reaccionaria de los explotadores, la dictadura revolucionaria de
los explotados se nos presenta como otra ley histórica. De nuevo, los naxalitas,
a través de la edificación de los Janatana
Sarkars (gobiernos populares), donde directamente son las masas las que
organizan su producción, sanidad, justicia, vida cultural y defensa, nos
muestran el ejemplo vivo de que efectivamente es posible organizarse al margen
de los mecanismos del capital.
Por eso, porque independientemente de la diversidad de
condiciones, esa línea que une teoría revolucionaria, organización, guerra
popular y nuevo poder, es el camino universal que necesariamente debe recorrer
cualquier auténtico cambio revolucionario, y porque los naxalitas avanzan por
esa senda, dándonos con su sacrificio ejemplo a todos los pueblos del mundo, es
nuestro deber apoyar la revolución en India, aprender de ella y difundir su
ejemplo, así como oponerla a las falsas ensoñaciones de reforma y perpetuación
de un capitalismo supuestamente “humano”, como las que vienen del gélido norte,
tan ilusas como injustas.
Comité
Proletario Internacionalista
15
Octubre 2011
cpiternacionalista@gmail.com