EL PERSPECTIVISMO
Dado que, para Nietzsche, la verdad no está contenida
en los objetos, el acto de conocer no puede pasar de ser una mera
interpretación, no una explicación sobre la verdadera
naturaleza del objeto. Y al acto de interpretar —que
no de explicar las cosas de la vida— Nietzsche
lo designa con el vocablo perspectivismo. Observar cualquier
objeto desde una perspectiva, significa percibirlo en determinadas circunstancias
que influyen sobre lo que se observa. Perspectiva: tomado del latín tardío
perspectivus, “relativo a lo que se mira”, es decir, un mirar relativizado
por el sujeto que observa. Este vocablo deriva de perspicere, que significa,
“mirar a través de algo”, que no puede sino ser la propia
subjetividad del observador que así, en vez de explicar interpreta, sin
poder saber “a ciencia cierta” lo que observa. “En
este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color,
del cristal con que se mira”. El autor de este breve poema
fue Ramón de Campoamor, coetáneo de Nietzsche, quien coincidió
con él no en ser perspectivista, sino por pura observación de
la vida social en su tiempo. En fin, que:
<<Por consiguiente, lo necesario es que algo deba ser tenido por verdadero, no que algo sea verdadero.>> (F. Nietzsche: “La Voluntad de poder” Libro III-2 § 506)
Según Nietzsche, no hay, pues, verdad objetiva sino ilusión y engaño, porque la vida del sujeto, según le va en la feria, se encarga de engañarse a sí mismo cuando no engañar deliberadamente a los demás, como vinieron haciendo todos los sofistas a lo largo de la historia.
En “Verdad y mentira en sentido extramoral”,
el perspectivismo agnóstico, relativista y pragmático de Nietzsche,
llega al punto de reprochar al científico no sacar las debidas consecuencias
filosóficas de la distinta perspectiva —a su parecer igualmente
legítima— desde la cual un insecto o un pájaro perciben
el mundo, dado que, para él, la medida de la percepción correcta
no está disponible, ¡bendito sea Dios!:
<<Le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido, ya que para decidir sobre ello tendríamos que medir con la medida de la percepción correcta, es decir, con una medida de la que no se dispone.>> (Op. Cit. §1)
Desde los tiempos Nietzsche es sabido que el mundo percibido
por animales como los insectos o los pájaros, es otro bien distinto al
de los seres humanos. Y es que, con su percepción, los animales en general
no pudieron ni pueden pasar el umbral de su instinto de conservación
y reproducción, sea como individuos, como colonia o manada. Por tanto,
tampoco los animales pueden saber qué mundo percibimos los seres humanos.
Pero los seres humanos sí hemos podido saber qué mundo perciben
los insectos y los pájaros. El origen de la entomología que tiene
por objeto el estudio de los insectos, data del siglo XVI. Y en cuanto a la
ornitología, ya en época de Aristóteles se comenzaron a
clasificar todos los animales, tarea que siguieron los árabes y que,
en el caso de las aladas, esta ciencia cobró un gran impulso en México
tras el descubrimiento de América.
Todos los insectos disponen de órganos sensores distribuidos
en distintas partes de su anatomía para su orientación y defensa,
compuestos por sus ojo, antenas y una especie de botones (sensores) diminutos
de colores brillantes y cristalinos encima de sus ojos. Los grillos de matorral
ejecutan sus llamadas nupciales emitiendo ondas sonoras intermitentes frotar
las alas, que son captadas por una especie de hendidura en forma de oreja que
las hembras tienen cerca de las rodillas de sus patas delanteras.
Los órganos sensoriales de los insectos están
capacitados para percibir el menor roce, vibración o movimiento, así
cómo las mas leve onda producida próxima en el ambiente donde
reposan, de ahí la dificultad de cazar una mosca al acercar la mano para
atraparla. Los insectos nos ven como formas borrosas y con colores extremadamente
brillantes como si poseyeran rayos ultravioleta, sus ojos pueden estar capacitados
para abarcar unos ángulos de visión increíbles, próximos
a cubrir los 360º como es el caso de las libélulas, los ojos compuestos
están formados por cientos de celdillas llamadas facetas, cada faceta
está compuesta por dos lentes que captan la luz y envían señales
a través de fibras nerviosas a su cerebro.
Hoy día se sabe todo o casi todo no solo sobre las más
de 800.000 especies de insectos, muchos de ellos con órganos de percepción
muy refinados, en algunos casos bastante más que los humanos. Por ejemplo,
las abejas pueden ver en el espectro ultravioleta y captar los patrones de polarización
de la luz, y las polillas macho tienen un sentido especializado del olfato que
los ayuda a detectar las feromonas de las hembras a muchos kilómetros
de distancia. Debido a la pequeñez de su sistema nervioso, el procesamiento
que puedan hacer de las percepciones es muy limitado. En cuanto a las hormigas,
resumir diciendo que el órgano de percepción sensorial son las
antenas con las que perciben olores y trasmiten mensajes. En el abdomen, además
de los órganos de la digestión y de la reproducción, están
situadas dos glándulas especiales productoras de ácido fórmico,
de característico olor y con valiosas propiedades químicas, que
utilizan para dejar a sus compañeras una huella olfativa de su paso indicando
la dirección que deben seguir. No menos meticuloso es el saber sobre
la capacidad perceptiva de los pájaros, por lo que huelga extenderse
sobre este particular.
En cuanto a los conocimientos científicos sobre la naturaleza
en general que el ser humano ha podido acreditar en la historia partiendo de
su percepción sensible, hasta llegar con el pensamiento a su concepto
—desde la ley de la gravedad universal para el espacio tiempo de la física
clásica, hasta la ley de la relatividad para sistemas de referencia espacio-temporales
extraterrestres y de la física cuántica o microfísica—
todo este progreso ha dejado fuera de su alcance al resto de las criaturas vivas
que pueblan nuestro Planeta. En tal sentido, resulta sorprendente que Nietzsche
haya desarrollado un perspectivismo tan atento para
captar, reconocer y consagrar jerarquías aristocrático-señoriales
tan específicas como históricamente transitorias entre los seres
humanos de épocas pretéritas, y al mismo tiempo haya hilado tan
grueso y con un talante tan “democrático”, al extremo de
equiparar por su diferencia, el valor de la percepción propia de los
animales irracionales con el de los seres humanos, negándoles a estos
últimos toda posibilidad de ir más allá para explicar la
realidad del mundo por medio de su pensamiento.[4]
Como veremos enseguida, al ver amputados los valores supremos
de la sociedad moderna tras el fracaso de la premonitoria revolución
proletaria europea de 1848 —seguida una docena de años después
por la Comuna de París— y a la vista de que el iluminismo racionalista
burgués y el mito cristiano habían entrado en franca decadencia,
Nietzsche tal parece que pudo prever por y hacia donde podía dirigirse
el vector del desarrollo histórico lineal típico
de la sociedad occidental. Y nosotros estamos entre quienes piensan que desde
estas directrices de la historia es desde donde puede ser posible explicar la
deriva filosófica de Nietzsche.
Esta tendencia histórica experimentada por Nietzsche, sus presentimientos y temores ante la posibilidad todavía abstracta de que los igualitarismos socialistas, anarquistas o comunistas se convirtieran en posibilidad real a instancias de la ciencia, desbaratando sus atávicas aspiraciones políticas personales como aristócrata intelectual alemán, evoca sin duda el drama de los filósofos griegos de la tardía edad clásica ante la decadencia y disolución de las ciudades-Estado, sus efectos deletéreos sobre los valores supremos de aquella deslumbrante e irrepetible civilización, así como las consecuencias sobre el movimiento filosófico de entonces, cuya deriva nihilista sobre su carácter originario, presenta un asombroso parecido con éste más reciente proceso decadente de la sociedad capitalista moderna, que desembocó en el movimiento filosófico postmoderno del que Nietzsche acabó siendo su más destacado exponente.
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