ACERCA DEL TRABAJO DE ROLANDO ASTARITA:
“Valor, mercado mundial y globalización”
1. El intercambio desigual entre capitalistas y asalariados
2. El intercambio desigual de mercancías en los albores del capitalismo
3. Concepto de valor en Marx
4. Fuerza productiva del trabajo y magnitud de valor
5. Concepto general de circulación, valor de cambio, dinero y capital
6. Valor y precio
7. Concepto materialista histórico de “fuerza económica
combinada”
8. Esencia del dinero y tipos de cambio
9. Trabajo complejo, derechos de patente e intercambio entre equivalentes
10. Progreso técnico y prolongación de la jornada colectiva de
labor
11. Progreso técnico e intensificación del trabajo
12. El supuesto metodológico introducido por Marx en “El Capital”,
de que las mercancías se intercambian por sus respectivos
equivalentes y la realidad del capitalismo
13. Conclusión
El intercambio desigual entre capitalistas
y asalariados
Marx sostiene —con toda razón científica—
que la circulación es el fundamento
absoluto de la producción capitalista.
Con esto quiere significar, primordialmente, que la condición de existencia
de la sociedad burguesa es el intercambio de equivalentes entre el dinero
de la patronal y la fuerza de trabajo de los asalariados.
Sin este requisito que se verifica en la circulación de la riqueza social
(oferta y demanda), no puede haber creación de plusvalor y acumulación
de capital.
Pero, si en la sociedad capitalista se intercambian mercancías de la
misma magnitud de valor, ¿de dónde procede el plusvalor, la ganancia
de los patronos? Marx dice que, para dilucidar este problema, el originario
burgués comercial encontró en el mercado
una mercancía M encarnada en los originarios
artesanos y campesinos expropiados, convertidos así en modernos
proletarios, cuyo uso crea más valor que el que cuesta comprarla.
Este plusvalor como diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio de
esa mercancía, es lo que al burgués comercial le permitió
convertirse en moderno burgués industrial, dando
pábulo a la forma social del capital.
Esta mercancía peculiar o singular es la fuerza de trabajo
o trabajo virtual, la única entre las demás
que circulan en el mercado, con lo cual, la sociedad dio el salto histórico
desde el intercambio mercantil simple hasta el intercambio
capitalista. ¿Qué encierra este intercambio mercantil
singular o específico bajo el capitalismo? Marx lo explica en el punto
3 correspondiente al capítulo IV de “El Capital”.
Allí define el concepto de fuerza de trabajo
diciendo que:
<<Por fuerza de trabajo entendemos el conjunto de las facultades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce valores de uso de cualquier índole>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV punto 3)
Y para que estas capacidades naturales de todo ser humano puedan cumplir su cometido de transformarse en capital, es necesario que la persona —a la que por naturaleza pertenezcan esas propiedades físicas y mentales—, pueda venderlas en el mercado, es decir, enajenarlas, pasando así a ser algo social, esto es, mercancía susceptible de convertirse en capital variable no bien el obrero la ofrece a cambio de cierta cantidad de dinero en poder del burgués comercial, convertido desde ese mismo momento en capitalista industrial(1). Pero esto supone que quien ofrece esa mercancía —tanto como el que la demanda— deben ser ambos considerados propietarios jurídicamente libres e iguales; libres porque pueden disponer irrestrictamente de lo que es suyo; iguales, en tanto ambos aceptan los términos de la ley que les define así como tales, y cuya igualdad formal resulta de la relación de intercambio entre valores iguales o equivalentes contenidos en sus respectivas mercancías. Como se ve, es éste un supuesto de carácter formal netamente jurídico burgués, en tanto que la relación de intercambio entre personas jurídicamente iguales está consagrada por ley, y los objetos que se intercambian contienen el mismo valor. La forma económica originaria y preexistente del intercambio de equivalentes entre personas libres e iguales, es, pues, el fundamento material del derecho burgués. Pero al consagrar ideológicamente la ficción jurídica de la igualdad entre personas realmente desiguales, y al organizar el funcionamiento de sus relaciones en la sociedad civil arbitrando en la resolución de sus conflictos de interés, el derecho burgués viene a ser la condición de existencia —hasta cierto punto pacífica y “civilizada”— de la forma económica basada en el supuesto del intercambio de equivalentes:
<<El (virtual) asalariado y el poseedor del dinero se encuentran en el mercado (esfera de la circulación) y traban relaciones mutuas en calidad de poseedores (en realidad, propietarios) de mercancías dotados de los mismos derechos, y que sólo se distinguen por ser el uno vendedor y el otro comprador; ambos, pues, son personas jurídicamente iguales…>> (Op. cit. Lo entre paréntesis y el subrayado son nuestros)
De aquí se desprende que este presupuesto jurídico
como reflejo de la igualdad económica formal,
permite consagrar el derecho a la propiedad que hace a los sujetos formalmente
“libres” e “iguales”. Tal es la premisa jurídico-formal
del intercambio económico entre equivalentes materializado en las mercancías
objeto de intercambio dentro de la esfera de la circulación, que se supone
en equilibrio entre la demanda y la oferta de la fuerza de trabajo.
Ahora bien, En los primeros capítulos del Libro I, Marx mantiene este
supuesto de la igualdad jurídica entre personas como premisa de la igualdad
económica expresada concretamente en el intercambio de equivalentes y
en el equilibrio entre oferta y demanda del mercado de trabajo. Pero lo hace
solo para demostrar que, aún bajo la vigencia de este prejuicio burgués
de la igualdad que resplandece en todo intercambio económico, se produce
la creación de un plusvalor que niega esa supuesta equivalencia e igualdad
entre los sujetos portadores de ambas mercancías. Y Marx demuestra, además,
que la inequivalencia subyacente a las formas supuestamente
equivalenciales de todo intercambio entre proletarios y burgueses, es lo que
está en la raíz de las crisis y la tendencia al derrumbe del sistema.
Por eso dice que el plusvalor, esto es, el capital, “no puede surgir de
la circulación y sin embargo surge de ella”. No puede surgir de
la circulación porque allí se pretexta que se intercambian equivalentes,
pero surge de ella porque esa forma jurídico-económica
que se manifiesta en la categoría mercantil fuerza de trabajo, encierra
—y a la vez escamotea— la contradicción entre valor de uso
y valor de cambio de la fuerza de trabajo —presente aun cuando subyacente
en el mercado laboral, esto es, en la esfera de la circulación, en el
contrato de trabajo—, forma de la cual surge precisamente el contenido
de la relación o su concepto: el trabajo
y el plustrabajo, ocultos bajo la relación de
intercambio entre equivalentes, a saber: el dinero por
parte del patrón capitalista, y la fuerza de trabajo
por parte del asalariado:
<<Hemos visto que el plusvalor no puede surgir de la circulación, que, por tanto, al formarse tiene que ocurrir algo a espaldas de la circulación, algo que no es visible en ella misma(2). ¿Pero el plusvalor puede surgir, acaso, de otro lado que no sea la circulación?>> (Op. cit. Punto 2)
Aquí Marx se inspira en Ramsay, quien tiene plena razón
cuando dice que la inequivalencia de la ganancia capitalista no se obtiene en
el momento de formalizar el contrato de trabajo, pero no es menos cierto que
si no estuviera potencialmente allí, en la esfera
de la circulación, tampoco podría existir después, en la
esfera de la producción. ¿Y donde se encuentra ese “otro
lado” de la circulación si no es en el doble prejuicio burgués
de las formas que ocultan los contenidos
de la relación entre clases sociales, esto es, en la presunta igualdad
jurídica de sujetos desiguales que permite explicar tramposamente
el intercambio económico de equivalentes?
¿Existe, en realidad, intercambio económico de equivalentes entre
capitalistas y asalariados? Esta pregunta la contesta Marx en su crítica
a la concepción de David Ricardo sobre la plusvalía, distinguiendo
entre la cantidad de trabajo contenida en dos mercancías que se intercambian,
y la cantidad de trabajo que costó a cada uno
de los dos propietarios de estas mercancías disponer del trabajo total
contenido en ellas:
<<Es evidente que la cantidad proporcional de trabajo contenido en dos mercancías A y B no resulta afectada en lo más mínimo por el hecho de que los obreros que producen esas mercancías obtengan una remuneración más o menos grande por el producto de su trabajo. El valor de A y B se determina por la cantidad de trabajo que su producción cuesta (a los asalariados), y no por lo que el trabajo les haya costado a los owens (propietarios) de A y B. Cantidad del trabajo y valor del trabajo (fuerza de trabajo) son dos cosas distintas. La cantidad de trabajo que se contiene respectivamente en A y en B nada tiene que ver con cuanto hayan pagado los propietarios de A y B ni tampoco con cuanto trabajo ejecutado por ellos mismos se contenga en estas mercancías. A y B no se cambian en proporción al trabajo pagado (salarios) que en ellas se contiene, sino en proporción a la cantidad total de trabajo contenida en ellas, tanto el pagado como el no retribuido.>> (K. Marx: "Teorías de la Plusvalía” Cap. XV – 5B1. Lo entre paréntesis nuestro)
Y esto, hablando en plata, quiere decir que lo que el burgués
intercambia con el obrero cuando se firma el contrato de trabajo, no es X
valor en cantidad de dinero por X
valor en fuerza de trabajo sino X cantidad
de dinero por X + Y cantidad
de trabajo; donde X representa el tiempo de trabajo
necesario para reponer la fuerza de trabajo del asalariado,
e Y el plusvalor o trabajo excedente
que se apropia el capitalista en cada jornada de labor. Es decir que, en realidad,
a diferencia de las demás mercancías, el trabajo vivo no se cambia
por el tiempo en que se ejecuta para producir valor durante la jornada entera,
sino por la parte de ella que constituye el coste en
salarios para el patrón, equivalente a lo que el asalariado produce y
necesita para reproducirse como asalariado, para reproducir su fuerza o capacidad
de trabajo. O sea que, desde el punto de vista del contenido económico
de la relación social capitalista, el cambio entre patronos y obreros
no es lo que parece desde el punto de vista de su forma;
no es, pues, un intercambio entre equivalentes sino un intercambio de más
trabajo por menos trabajo, de más valor por menos, intercambio cuya forma
de aparente igualdad o equivalencia, encubre su contenido,
el hecho de que es un intercambio desigual.
Aquí está el secreto de esa aparente contradicción que
Marx formula diciendo que el plusvalor o tiempo de trabajo excedente surge y
al mismo tiempo no surge de la circulación; dice que surge virtualmente
de la circulación cuando ambas partes “libres e iguales”
firman el contrato de trabajo y el patrón de hecho se apropia del trabajo
excedente potencial, aunque éste realmente surja
o se materialice “post festum”, no en el ámbito espacio-temporal
de la circulación, que es cuando virtualmente
se lo apropia, sino en el sitio y momento de la producción o proceso
de trabajo:
<<De otra parte, cuando {un burgués} compra una fuerza de trabajo —o el uso diario (por ejemplo de 12 horas) de una fuerza de trabajo— con una suma de dinero equivalente al producto de seis horas de trabajo, le pertenece el trabajo de las doce horas, [este trabajo] es apropiado por él antes de realizarse. Se transforma en capital mediante el mismo proceso de producción. Pero esta transformación es un acto posterior a su apropiación.>> K. Marx: op. cit. Cap. XXIII – 3. Lo entre llaves y el subrayado son nuestros. Lo entre corchetes del traductor)
Por tanto, el trabajo asalariado de uno es la mercancía cuyo tiempo de uso por otro determina el valor de las demás y rige su intercambio según la ley de los equivalentes. Pero para ella misma, para el trabajador, para el trabajo asalariado como mercancía, no rige esa “ley de los valores”; de lo contrario el capitalismo carecería de razón histórica de ser y no hubiera existido. Y esto, para Adam Smith —y también para Marx—, es “un problema” una “contradicción” contenida en la forma de valor, en la forma del intercambio entre equivalentes. Un problema insoluble para el capitalismo que sólo puede ser resuelto por el proletariado, consiguiendo que los contenidos de la economía del tiempo de trabajo se liberen de la forma burguesa, enajenada y enajenante del valor y de su aparente intercambio entre equivalentes:
<<Ahora bien, el trabajo asalariado es una mercancía. Y es, incluso, la base sobre la que descansa la producción de los productos como mercancías. No rige con él la ley de los valores (el intercambio de equivalentes). No gobierna, por tanto, la producción capitalista en términos generales. Hay aquí, pues, una contradicción. Éste es, para Smith, uno de los problemas.>> (K. Marx: Op. cit. Cap. XV – B-1. Lo entre paréntesis y el subrayado son nuestros)
Más claro el agua: el intercambio de equivalentes no gobierna en términos generales la producción capitalista. El otro problema —derivado de éste— que Marx ha visto a través de Smith, es que la valorización de las mercancías objeto de intercambio, no se determina por el trabajo que contienen, sino por el trabajo de que disponen al socializarse o realizarse mediante el cambio. Dado que bajo el capitalismo no se trata de cambiar valores de uso sino valores, y no sólo valores sino plusvalor para su capitalización, lo que prima en el comercio no es el trabajo contenido en cada mercancía, sino el plustrabajo que se obtiene cambiándola por otra. Tal es, según Marx, la ley del intercambio de mercancías como capital:
<<El segundo (problema) que más adelante encontraremos desarrollado en Malthus, [es el de que] la valorización de una mercancía (como capital) no es proporcional al trabajo que encierra, {no consiste} en que contiene trabajo sino en que puede disponer de trabajo ajeno, en que manda sobre más trabajo ajeno del que en ella se contiene. Y esto [es] in fact un segundo motivo secreto para afirmar [que], con la aparición de la producción capitalista, el valor de las mercancías no se determina por el trabajo que éstas contienen, sino por el trabajo vivo de que disponen, es decir, por el valor del trabajo. {…} “No son iguales” [dice Smith] la cantidad de trabajo que se emplea en producir una mercancía y a la cantidad de trabajo que puede comprarse con ella. Se contenta con registrar este hecho. Pero, ¿en qué se distingue la mercancía trabajo de otras mercancías? La una es trabajo vivo, las otras, trabajo materializado. Por tanto, dos formas distintas de trabajo. Y si la diferencia es puramente formal, ¿por qué rige para una (el trabajo materializado), la ley que no vale para la otra (el trabajo vivo)? (K. Marx: Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro).
Sencillamente porque si el intercambio de equivalentes rigiera para el trabajo vivo, el capitalismo desaparecería. En este ámbito fundamental de la circulación, pues, no hay intercambio de equivalentes. Ni siquiera hay un intercambio, porque, en realidad, el capitalista no da al obrero nada a cambio de su trabajo. Porque a los asalariados se les paga por trabajo ejecutado. Tanto la materia como el valor objeto de ese presunto intercambio, salen, pues, del trabajo del obrero:
<<…Toda esta transacción revela, por consiguiente, con toda claridad, que los capitalistas y terratenientes se limitan a entregar al trabajador, por su trabajo de una semana, una parte de la riqueza que han recibido de él, del trabajador, la semana anterior, lo que equivale exactamente a no entregarle nada a cambio de algo…La riqueza que el capitalista parece entregar a cambio del trabajador no ha sido creada ni por el trabajo ni por la riqueza del capitalista, sino que debe su origen al esfuerzo del trabajador, apropiado por aquél, día tras día, gracias a un sistema fraudulento de cambio desigual. Toda transacción entre productor y capitalista es un fraude manifiesto, una pura farsa.>> (John Francis Bray: “Labour’s Wrongs and Labour’s Remedy, etc”. Leeds, 1839 Pp 49. Citado por Marx en Op. cit. Cap. XXI - 4)
El intercambio fundamental o fundacional de la sociedad burguesa entre capitalistas y asalariados es, según este razonamiento —que compartimos—, un intercambio desigual, determinado por la diferente condición material de la patronal respecto de los asalariados al interior de la formación social capitalista., Es decir, la relación entre el capital global en funciones y la masa de asalariados, supone que la patronal detenta la posición de monopolio social o de clase burguesa sobre los medios de producción y, por tanto, de dominio sobre su contraparte asalariada. Tal es el trasfondo social del intercambio desigual entre patronos y obreros que la burguesía hace aparecer como intercambio entre equivalentes.
(1) “La naturaleza no produce por una parte poseedores de dinero o de mercancías y por otra personas que simplemente poseen sus propias fuerzas de trabajo. Esta relación en modo alguno pertenece al ámbito de la historia natural, ni tampoco es una relaciópn social común a todos los períodos históricos” (K. Marx: Ibíd) ¿Por qué Marx llamó “capital variable” al salario? Porque según los términos de cada contrato de trabajo respecto de la distinta remuneración, de la especifica cualificación del trabajador, de la extensión de la jornada laboral y a la intensidad en los ritmos, así como de la mayor o menor eficacia relativa de los medios de trabajo, depende que este capital pueda convertirse en una mayor o menor magnitud de plusvalor o capital adicional. De ahí el calificativo de “variable”.
(2) Aquí Marx cita a Sir George Barth Ramsay en “Un ensayo sobre la distribución de la riqueza”, donde dice: “La ganancia, en las condiciones habituales del mercado, no se obtiene por medio del intercambio. (Pero) Si no hubiera existido previamente, tampoco podría existir después de esa transacción". (op. cit. Pp. 184. Lo entre paréntesis nuestro)
El intercambio desigual de mercancías en los albores del capitalismo
En sus escritos de 1861-1863, Marx trae a colación una cita de Adam Smith, donde éste fundamenta la causa del intercambio desigual de valor entre la ciudad y el campo en la tardía Edad Media (siglo XVII) dentro de un mismo reino:
<<“Es cierto que cada clase, por medio de sus reglamentos, se veía obligada en cuanto a las mercancías que debía comprar en la ciudad a los comerciantes y artesanos de las otras clases, a comprarles algunas cosas más caras de lo que sin esto habría podido hacer; pero, a cambio de ello, estaba también en condiciones de venderles más caras las suyas, en la misma proporción, de modo que, hasta aquí, como suele decirse, allá se iba lo uno con lo otro, y en las transacciones que las diversas clases hacían en la ciudad las unas con las otras, ninguna salía perdiendo con estas reglamentaciones. Pero en las que (el conjunto de estas clases de la ciudad) hacían con el campo, todas encontraban por igual grandes beneficios, y en este tipo de negocios consiste todo el tráfico que sostiene y enriquece a las ciudades. No hay ninguna ciudad que no extraiga del campo todo su sustento y todas las materias primas para su industria. Y todas pagan estos objetos, principalmente de dos maneras: la primera consiste en devolverle al campo, elaboradas y manufacturadas, una parte de estas materias primas, en cuyo caso su precio es aumentado con los salarios de los obreros y el importe de las ganancias de sus patronos o de quienes directamente los emplean; la segunda, en enviar al campo, el producto, tanto en bruto como manufacturado, bien de otros países, bien de los lugares más alejados del mismo país que la ciudad importa, en cuyo caso el precio originario de estas mercancías se ve también acrecentado por los salarios de los carreteros y marineros y la ganancia de los comerciantes. Lo que se gana en la primera de estas dos ramas del comercio constituye todo el beneficio que la ciudad obtiene con sus productos manufacturados. Lo que se gana en la segunda representa la ganancia total que a la ciudad le reporta su comercio interior y su comercio exterior. La totalidad de lo que se gana en cada rama consiste en los salarios de los trabajadores y en las ganancias de quienes los emplean. De este modo, todas las reglamentaciones encaminadas a hacer que estos salarios y estas ganancias aumenten por encima de lo que naturalmente debieran ser, tienden a poner a la ciudad en condiciones de comprar, con una cantidad menor de su trabajo, el producto de una cantidad mayor del trabajo del campo” (A. Smith: “Investigación acerca de la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones” Cap. X. Citado por Marx en: “Teorías sobre la Plusvalía” Libro II Cap. X Ed. FCE/80 Pp. 208. Lo entre paréntesis nuestro)
Sobre este pasaje de Smith, Marx comenta lo siguiente:
<<{Como vemos, Adam Smith vuelve aquí a la acertada determinación del valor. Esto último [en] l.c., t.I 1.1, Cap. X p. 259. Determinación del valor por la quantité du travail. Como ejemplo de ello podemos aducir su exposición de la plusvalía. Si los precios de las mercancías que se intercambian entre la ciudad y el campo representan quantités égales du travil, lo mismo sucede con las mercancías [mismas]. No es posible, por tanto, que el salario y la ganancia determinen estos valores, sino que es el reparto entre estos valores el que determina el salario y la ganancia. De ahí que Smith aprecie también que la ciudad, cuando intercambia una menor quantité du travail por otra mayor del campo, obtiene con respecto a éste una plusganancia y un plussalario. Lo cual no sucedería si la ciudad no vendiera al campo sus mercancías por encima de su valor, pues en este caso los “profits et salaires” “no resultarían más elevados de lo que de otro modo serían”. Si, por tanto, la ganancia y el salario son ce qu’ils doivent éter naturellement (lo que deben naturalmente ser), en vez de determinar el valor de las mercancías, se hallan determinados por él. De este modo, la ganancia y el salario sólo pueden nacer del reparto del valor dado de la mercancía, que es la premisa de ellos, pero este valor no puede interponerse, sino que de él se derivan las ganancias y los salarios}>>. (Op cit. Lo entre llaves y corchetes corresponde a los redactores de la edición alemana. Lo entre paréntesis es nuestro)
Y aquí Marx da entrada nuevamente a Smith certificando su acuerdo con él, en que los comerciantes y artesanos de las ciudades vendían sus productos al campo por encima de sus valores, para que la consecuente lucha urbana entre patronos y obreros se encargara “post festum” del reparto de este sobrevalor entre ganancias y salarios, que, de este modo:
<<…..proporcionan a los comerciantes y artesanos de la ciudad una ventaja sobre los propietarios, arrendatarios y trabajadores del campo, rompiendo aquella igualdad natural que, sin ello, existiría en el comercio entre una y otro. La totalidad del producto anual del trabajo de la sociedad se divide anualmente entre estos dos diferentes sectores del pueblo. La eficacia de estas reglamentaciones consiste en procurar a los habitantes de las ciudades una parte mayor del producto de la que sin esto les correspondería, reservando otra menor para quienes viven en el campo. El precio que las ciudades pagan por los víveres y materias primas que los que anualmente importan son todos los objetos manufacturados y demás mercancías que año con año exportan. Cuanto más caras se venden estas mercancías, más baratas compran las otras. La industria de las ciudades resulta, con ello, favorecida y la del campo perjudicada.>> (A. Smith, citado en Op. Cit.)
Ya en la tardía Edad Media, pues, se verificaban modificaciones a la ley del valor en el intercambio, es decir, entre no equivalentes, entre la ciudad y el campo, hecho que Marx reconoció también en el intercambio entre países, según veremos más adelante. Obviamente, el sobrevalor al que los comerciantes y artesanos urbanos vendían sus mercancías a los propietarios, arrendatarios y trabajadores del campo, no era producto de un simple arbitrio, sino el resultado de condiciones objetivas más favorables a los primeros, donde la división del trabajo entre la ciudad y el campo se daba en condiciones de la más absoluta dispersión geográfica y consecuente aislamiento social entre los pequeños productores rurales, de tal modo impedidos de relacionarse para crear los necesarios mecanismos de cooperación objetiva, tales como la socialización de sus técnicas agrarias a través de la comercialización de sus propios productos:
“Los moradores de una ciudad, reunidos todos en el mismo lugar, pueden fácilmente comerciar los unos con los otros y entenderse. Hasta los más insignificantes artesanos empujados a las ciudades, se ven, por tanto, obligados a organizarse gremialmente en uno u otro sitio. (…) Los pobladores del campo, dispersos en lugares muy distantes entre sí, no pueden entenderse fácilmente los unos con los otros. No sólo no se han agremiado nunca, sino que jamás ha reinado entre ellos un espíritu gremial. Nunca se ha creído necesario implantar un período de aprendizaje en la agricultura, que es la gran rama de producción del campo.” (A. Smith: citado en Ibíd.)
Este atraso relativo de la producción rural durante la etapa infantil del capitalismo, determinó la ausencia de vínculos o mediaciones socio-económicas que posibilitaran la creación de un mercado nacional, el necesario espacio unificado de circulación de los valores para confrontar objetivamente las diferentes productividades del trabajo a instancias de la diversa composición orgánica de los capitales en la ciudad y el campo, de lo que resulta naturalmente la formación de una tasa nacional de ganancia media, que fija los beneficios según la masa de capital con que cada cual participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno. De ahí que Marx descartara por completo introducir este concepto de ganancia media para el análisis de ese contexto históricamente determinado sobre el que teorizó A. Smith:
<<Por tanto, si, según expone A. Smith, las mercancías urbanas y las rurales se vendieran en proporción a la quantité de travail que recíprocamente se contiene en ellas, se venderían por sus valores, y la ganancia y el salario, por ambas partes, no podrían, consiguientemente, determinar estos valores, sino que [a la inversa] serían determinados por ellos. La compensación de las ganancias —distintas, por virtud de la diferente composición orgánica de los capitales— para nada nos interesa aquí, ya que, en vez de introducir una diferencia en las ganancias, lo que hace es nivelarlas>> (K. Marx: Op. Cit.)
Esto, a nuestro modo de ver, significa que, en aquellas formaciones
sociales nacionales del capitalismo incipiente, se verificaba un intercambio
desigual como consecuencia del desarrollo económico desigual extremadamente
acusado entre el modo de producción urbano y el modo de producción
rural. Se trataba de una totalidad todavía simple
de formación de valor en Inglaterra, donde, además, severas leyes
gremiales imponían rígidamente a los maestros artesanos un número
limitado de aprendices que podían emplear, tanto como para evitar su
conversión en capitalistas, al tiempo que, por la misma razón,
esas reglamentaciones permitían que los comerciantes compraran todo tipo
de mercancías excepto fuerza de trabajo.(3)
Por un lado, estos reglamentos constituían un obstáculo para que
la división social del trabajo —donde cada
taller se dedicaba a fabricar y vender un solo producto,
empleando a un número limitado de artesanos encargados de ejecutar todas
y cada una de las sucesivas operaciones
necesarias para su fabricación— se conservara superándose
a sí misma en la división manufacturera del trabajo,
concepto según el cual un número ilimitado
de asalariados se dedicaban a ejecutar cada cual solo una de las tantas operaciones
simples como fuera posible dividir el trabajo total, para acabar el producto
en el menor tiempo, rompiendo así el espinazo de la organización
del trabajo artesanal para dar el primer paso hacia el más moderno modo
de producción capitalista.
Como estaba previsto en la lógica del universal abstracto
capitalista contenido en el modo de producción mercantil simple todavía
predominante, las nuevas condiciones históricas de la explotación
burguesa del trabajo social urbano acabaron imponiéndose, determinando
un proceso de acumulación de capital cuya magnitud llegó en determinado
momento a un punto, en que su masa no podía seguir empleándose
en las ciudades sin merma en los beneficios que justifiquen semejante límite
a su empleo y realización en la esfera de la circulación. Esta
situación determinó que los capitales excedentarios en las ciudades
se apoderaran paulatinamente de considerables cantidades de trabajo rural, procediendo
así a ir nivelando las diferencias entre la productividad del trabajo
en ambos grandes sectores de la economía nacional a instancias de una
mayor composición orgánica del capital creada en el campo.
Tal ha sido la consecuencia histórica que tuvo su causa eficiente en
la lógica del capitalismo contenida en ese universal simple
originariamente indeterminado llamado mercancía.
Más tarde y por mediación dialéctica de intereses particulares
nacionales dados —en nuestro caso los del campo y la ciudad—, ese
universal simple fue desplegando sus determinaciones en un proceso donde su
metamorfosis en capital, actualizó en cada país los procesos de
división del trabajo hasta completar la formación social
nacional burguesa y la unidad económica
de sus respectivos mercados internos, base material sobre la que se han podido
constituir las diversas singularidades o individualidades
políticas de las distintas clases burguesas dominantes en cada país:
los Estados capitalistas nacionales. Fue en esta singularidad
de su respectivo Estado nacional, donde cada burguesía nacional reforzó
la subjetivación de su concepto
de clase dominante, por el hecho de ejercer el poder político institucionalizado
sobre sus clases subalternas, cuya divisa fue y sigue siendo la moneda
nacional.
Finalmente, es mediante esta subjetivación de su concepto como clase
dominante nacional, que las distintas burguesías singulares
devienen en clases autoconscientes de sí mismas como clase capitalista
universal o internacional, en la medida en que las determinaciones de la Ley
general de la acumulación capitalista prevalecen cada vez
más al interior de los distintos Estados burgueses nacionales (la llamada
globalización), a expensas de sus respectivas clases asalariadas subalternas.
En este punto de nuestra meditación acerca del trabajo de Rolando, surge
la pregunta: aun prevaleciendo actualmente el desarrollo internacional desigual
entre el centro y la periferia capitalista, ¿puede hablarse, sin embargo,
de un intercambio de equivalentes?
(3)K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII Punto 4
Concepto de valor en Marx
En el contexto de su obra central, Marx define el trabajo como “gasto productivo de fuerza humana” creadora de valor económico medido en unidades convencionales de tiempo:
<<Un valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor porque en él está objetivado o materializado trabajo abstractamente humano (trabajo simple o general). ¿Cómo medir, entonces, la magnitud de su valor? Por la cantidad de “sustancia generadora de valor” —por la cantidad de trabajo— contenida en ese valor de uso. La cantidad de trabajo se mide por su duración, y el tiempo de trabajo, a su vez, reconoce su patrón de medida en determinadas fracciones temporales, tales como hora, día etcétera.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I apartado 1)
Pero, seguidamente, Marx aclara que el tiempo de trabajo creador de valor no es un concepto temporal absoluto, es decir, que las cosas no valen simplemente por el tiempo que cada individuo tarda en producirlas, sino por el tiempo de trabajo social promedio vigente en un momento dado y al interior de una determinada sociedad o país, concepto que Marx sintetiza en la expresión: trabajo socialmente necesario y lo define así:
<<El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad (o país) y con el grado social medio de destreza e intensidad de trabajo. Tras la adopción en Inglaterra del telar de vapor, por ejemplo, bastó más o menos la mitad de trabajo que antes para convertir en tela determinada cantidad de hilo. Para efectuar esa conversión, el tejedor manual inglés necesitaba emplear ahora exactamente el mismo tiempo de trabajo que antes, pero el producto de su hora individual de trabajo representaba únicamente media hora de trabajo social.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Aptdo. 1)
Bajo estas nuevas condiciones determinadas por la significativa extensión social en el uso del telar de vapor, las empresas que seguían funcionando con los telares movidos manualmente, se vieron precisados a ofrecer sus productos a la mitad por debajo de su valor individual so pena de quedarse sin venderlos. Y aquí Marx introduce el concepto de magnitud de valor, según el cual, determinada cantidad de unos valores uso, adquieren la capacidad de intercambiarse por determinada cantidad de otros:
<<Es sólo la cantidad de trabajo socialmente necesario, pues, o el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de un valor de uso, lo que determina su magnitud de valor. Cada mercancía es considerada (socialmente) aquí, en general (dentro de una sociedad o país determinado), como ejemplar medio de su clase. Por tanto, las mercancías que contienen cantidades iguales de trabajo, o que se pueden producir en el mismo tiempo de trabajo, tienen la misma magnitud de valor.>> (K. Marx: Op. Cit.)
Esto supone que el concepto de magnitud de valor
se refiere exclusivamente al tiempo de trabajo contenido
en uno o varios productos. Actividades productivas como, por ejemplo, los trabajos
del metalúrgico y del carpintero, siendo ambos gasto productivo de cerebro,
músculo, nervio, articulaciones, etc., por sus productos respectivos
podemos saber que se trata de dos formas distintas de emplear y gastar fuerza
humana de trabajo. Pero en tanto sus respectivas unidades de producto insumen
el mismo tiempo de trabajo social medio o tiempo de trabajo socialmente necesario,
esos dos trabajos producen la misma magnitud de valor,
son de la misma cualidad económica.
La categoría de magnitud de valor difiere en
el concepto de tiempo respecto de la categoría
fuerza productiva del trabajo. La magnitud de valor
atiende al tiempo de trabajo abstracto siéndole
indiferente el tipo y la cantidad de productos en que se encarna, mientras que
la productividad del trabajo se refiere al tiempo
de trabajo concreto materializado en determinado tipo y cantidad
de productos:
<<El mismo tiempo de trabajo, pues, por más que cambie su fuerza productiva, rinde siempre la misma magnitud de valor. Pero en el mismo espacio de tiempo suministra valores de uso en diferentes cantidades: más cuando aumenta la fuerza productiva, y menos cuando disminuye.>> (K. Marx: Op. Cit. Punto 2. Subrayado nuestro)(4)
De todo este razonamiento se desprende que todo tiempo de trabajo contenido en cualquier mercancía, debe traducirse necesariamente en una determinada magnitud de valor, de modo que si en cualquier relación mercantil se intercambia más trabajo por menos, esto significa que se intercambia más valor por menos en una magnitud determinada por esa diferencia de no equivalentes en trabajo insumido, aunque según los precios en dinero parezca que se intercambien equivalentes.
(4) El concepto de magnitud de valor es históricamente relativo y especifico, propio de la sociedad de clases; el concepto de fuerza productiva del trabajo es absolutamente genérico al ser humano, anterior y trascendente a la sociedad de clases. Una cosa es la economía del tiempo de trabajo y otra el tiempo de trabajo enajenado.
Fuerza productiva del trabajo y magnitud de valor
La diferencia entre estos dos conceptos: fuerza productiva
y magnitud de valor, se desprende del doble carácter del trabajo contenido
en la mercancía que, para Marx, es “el eje en torno al cual gira
la comprensión de la economía política”.
La magnitud de valor o tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en
determinada cantidad de valores de uso diferentes, es lo que determina el valor
de cambio o relación de intercambio, por ejemplo entre X
mercancías del trabajador metalúrgico, e Y mercancías
del carpintero.
Que distintas cantidades de diversos
valores de uso sean susceptibles de cambiarse porque contienen la misma cantidad
de trabajo socialmente necesario, no quiere significar que esas cantidades sean
las mismas a lo largo del tiempo; no sólo varían
al interior de un mismo país, sino entre espacios económicos de
diversos países.
Estas variaciones en la magnitud de diversas mercancías, obedecen al
desigual progreso que opera la fuerza productiva del trabajo en las distintas
ramas y ámbitos nacionales e internacionales del trabajo social. En el
apartado 2 del primer capítulo, Marx ofrece el ejemplo de dos magnitudes
de valor equivalentes contenidas en dos valores de uso distintos,
a saber una chaqueta (trabajo de sastre) y 10 varas de lienzo (trabajo de tejedor),
y nos dice que, partiendo de esa relación originaria de equivalencia:
1 chaqueta = 10 varas de lienzo,
la primera pasa a valer el doble que la segunda, porque contiene el doble de horas de trabajo socialmente necesario o, lo que es lo mismo, porque tras la introducción del telar de vapor, la fuerza productiva del trabajo para producir el lienzo (trabajo del tejedor) se había multiplicado por dos, mientras que para producir la chaqueta (trabajo del sastre) se había mantenido constante, de modo que:
<<En términos generales: cuanto mayor sea la (variación en la) fuerza productiva del trabajo, tanto menor será el tiempo de trabajo requerido para la producción de un artículo, tanto menor la masa (de trabajo) cristalizada en él, y tanto menor su valor. A la inversa, cuanto menor sea la fuerza productiva del trabajo, tanto mayor será el tiempo de trabajo necesario para la producción de un artículo, y tanto mayor su valor. Por ende, la magnitud de valor de una mercancía varía en razón directa a la cantidad de trabajo efectivizado en ella e inversa a la fuerza productiva de ese trabajo.>> (K. Marx. Op. cit. Cap. I Punto 1)
Por lo tanto, en el ejemplo de Marx, al abaratarse a la mitad el lienzo en Inglaterra por haberse duplicado la fuerza de trabajo en esa rama de la industria con la introducción del telar de vapor, la relación de valor pasa a ser:
1 chaqueta = 20 varas de lienzo,
aun cuando la magnitud de valor contenida
en cada uno de los términos de la relación social entre estas
dos mercancías, sigue siendo la misma, en tanto que no ha variado el
tiempo de trabajo insumido en la producción de los dos términos
que constituyen la relación de equivalencia entre esas dos mercancías
dentro de un mismo espacio económico nacional. Pero dado que en la rama
de producción textil aumentó la productividad de trabajo al doble,
se duplicó también el número de unidades de valores de
uso, en este caso, varas de lienzo, descendiendo, por tanto, su valor de cambio
a la mitad o lo que es lo mismo, la magnitud de valor contenida en cada unidad
de ese producto.
Ahora bien, si la jornada normal de trabajo se mantiene constante, al aumentar
la fuerza productiva del trabajo, el plusvalor obtenido por la patronal aumenta
a expensas del trabajo necesario o salario medio del trabajador, aunque su poder
adquisitivo se mantenga constante o incluso pueda aumentar. En efecto, al acortarse
el tiempo de trabajo necesario para producir los medios de vida de los asalariados
en proporción a la productividad del trabajo determinada por el progreso
técnico incorporado a la producción —definida como la capacidad
de un operario para poner en movimiento más y mejores medios de trabajo
con el mismo gasto de trabajo por unidad de tiempo empleado— el coste
del salario se abarata aunque el obrero no pierda poder adquisitivo, pero en
cualquier caso el plusvalor, naturalmente, aumenta.
Esto, desde el punto de vista del proceso de valorización, además
de un aumento del plusvalor, significa también, en general, que disminuye
la magnitud de valor, de cada unidad de producto, cualquiera sea
el espacio económico en que se opere el proceso, aunque en distinto
grado según el diverso progreso en las respectivas fuerzas
productivas del trabajo.
Pero, además de aumentar el trabajo excedente abaratando el trabajo necesario,
el progreso de la productividad del trabajo operado en el proceso
de producción, tiene un efecto decisivo sobre el proceso
de valorización, cual es el de que reduce el tiempo de rotación
de una determinada masa de capital en funciones, de modo que, cuanto menor es
el tiempo en que el capital global de un país se reproduce, incrementa
y realiza su producto, más veces rota al cabo de un determinado lapso
de tiempo; por tanto mayor es el ritmo o velocidad en que acumula plusvalor
en el tiempo, y mayor la masa de capital acumulado resultante en cada vez más
cortos períodos según progresa la fuerza productiva del trabajo.
En este punto es necesario señalar que el grado de acumulación,
es decir, el plusvalor que el trabajo vivo añade a la masa de capital
originario, depende de su volumen, de la cantidad de capital que determinada
masa salarial pone en movimiento durante cada rotación. Suponiendo que
un capital de 1.000 crea un plusvalor de 100, el capital acumulado resultante
será = 1.100. Pero si el capital es de 100 y el plusvalor de 20, el capital
acumulado será = 120. La tasa de ganancia en el primer caso será
del 10% y en el segundo de 20%, es decir, el doble. Sin embargo, en el siguiente
período de rotación, de los 100 agregados al capital originario
de 1.000, será posible acumular proporcionalmente más plusvalor
(10) que de los 20 agregados al capital originario de 100 (4), a pesar de que
su tasa de ganancia sea menor:
<<Por donde, el torrente del capital —prescindiendo de su depreciación por el incremento de la productividad— crece en proporción al volumen que ya tenga, y no en proporción al nivel de la tasa de ganancia.>> [K. Marx: “Teorías sobre la Plusvalía” Cap. XXI punto e)]
Y este aumento en la acumulación del capital como consecuencia
de una mayor productividad relativa, es el que, en cada Estado Nacional, constituye
lo que se denomina “Producto Interior Bruto” (PBI), el cual, grosso
modo, se calcula según el índice deflacionado de precios de los
productos y servicios finales del país, cuya unidad de medida es la moneda
nacional. Y dado que el signo monetario de cada Estado nacional es la expresión
de sus precios internos —cuya sumatoria ponderada constituye su capital
nacional— el poder adquisitivo de la moneda nacional es igual a la inversa
de esos precios nacionales, de modo que, cuanto menores sean esos precios como
resultado de una mayor productividad del trabajo en un determinado país,
mayor será el poder adquisitivo de su moneda y, por tanto, más
elevado su “tipo de cambio” respecto de las monedas de otros países.
El resultado de ello es que en sus relaciones mercantiles con el capital extranjero
cuya fuerza social productiva sea de un desarrollo relativo menor, podrá
comprar más trabajo por menos.
Esto no es ni más ni menos que obra del dinero en tanto que capital,
cuya función no es simplemente la de fungir como medio de cambio, sino
como representación del trabajo abstracto; y a través de esta
función, que el conjunto de los capitalistas obtengan plusvalor a cambio
de nada, y que determinados capitalistas obtengan más plusvalor, por
menos. De todo esto se concluye que, cuanto mayor es el desarrollo relativo
de la fuerza productiva del trabajo social en un país:
1) mayor es la magnitud de valor de su capital nacional en funciones;
2) mayor el incremento relativo de plusvalor obtenido en cada rotación
3) mayor el valor de su PBI —aunque relativamente menores los precios nacionales de cada unidad de sus productos;
4) mayor el poder de compra de su moneda nacional respecto del extranjero y,
5) mayor su capacidad de cambiar con el exterior relativamente menos trabajo por más, que el dinero traduce en un aumento de su tasa general de ganancia nacional, o en que su decremento sea menor o más lento.
Concepto general de circulación, valor
de cambio, dinero y capital
Para determinar este concepto de circulación, es necesario
antes refrescar brevemente la distinción entre las nociones de valor
y valor de cambio. El valor de cualquier mercancía
—incluida la fuerza de trabajo— está determinado por su coste
social de producción (no confundir con el costo económico
de una determinada empresa), es decir, por el tiempo de trabajo socialmente
necesario para producirla.
El valor determinado por el trabajo privado
independiente contenido en cualquier objeto útil o valor
de uso, se manifiesta y realiza como trabajo social
cuando se confronta con los demás trabajos privados en el mercado. Es
allí donde los distintos valores uso adquieren la entidad de valores
mercantiles o valores de cambio, y sus correspondientes trabajos privados adquieren
realidad o reconocimiento social como parte del trabajo total de la sociedad.
Un producto cuyo tiempo de trabajo insumido para producirlo es más elevado
que el tiempo social promedio determinado por el mercado, no se vende, y si
no se vende no tiene realidad mercantil:
<<Si los objetos para el uso se convierten en mercancías, ello se debe únicamente a que son productos de trabajos privados ejercidos independientemente los unos de los otros. El complejo de estos trabajos privados es lo que constituye el trabajo social global. Como los productores no entran en contacto hasta que no intercambian los productos de su trabajo, los atributos específicamente sociales de estos trabajos privados no se manifiestan sino en el marco de dicho intercambio.>> [K. Marx: Op. cit. Cap. II 3 c)]
El acto de intercambio entre dos mercancías expresa
su valor de cambio. Esta idea tiene una historia que
arranca cuando la humanidad se encontró con que sus fuerzas sociales
productivas crearon para ella una cantidad de productos que excedió a
sus necesidades, lo cual dio pábulo al valor de cambio, cuya esencia
es la cantidad de trabajo contenido en la relación entre dos mercancías.
Pero una cosa es la esencia determinada de un ser y
otra la determinación de su concepto como unidad
del ser y su razón de ser en la conciencia de los sujetos. La esencia
de un producto es lo que lleva puesto “en sí”
por el trabajo, como un valor todavía no manifiesto ni realizado. Por
eso es “en sí”, al interior del ser
valor como producto. Al relacionarse unos productos con otros en el mercado,
puede decirse que cada producto toma conciencia de su ser valor como “ser
para sí” pero en otro. Cada producto sabe lo que vale a través
de su equivalente encarnado en otro u otros productos con los que se confronta.
El concepto es lo que ese ser valor alcanza a ser por sí mismo;
este “ser por sí mismo” del valor económico bajo la
etapa de la producción mercantil simple, es el dinero, en tanto que él
es la representación del valor en general o la representación
universal de todos los valores: su equivalente general.(5)
Pero tampoco el valor de cambio pudo superar su dependencia respecto de la mercancía
con la generalización del intercambio mercantil simple a instancias del
dinero-mercancía representado en metales preciosos —como el oro
y la plata— convertidos en medios universales de cambio o equivalentes
generales del valor de las mercancías. En efecto, bajo la forma de valor
en la etapa del intercambio mercantil simple: M1—M2,
el valor de cambio entre dos mercancías se extingue en el acto mismo
del trueque al intercambiar una mercancía por otra. Y esto se verifica
cualesquiera sean las respectivas cantidades que satisfacen su equivalencia,
dado que la finalidad de ambas partes comprometidas en ese acto, es el consumo.
Y ahí, el valor de cambio deja incluso de existir.
Lo mismo sucede bajo la forma dineraria del valor: M1—D—M2,
donde el dinero funge como mediación en el intercambio entre dos mercancías;
en el primer acto de venta, la mercancía M1
se cambia por su equivalente en dinero según la forma de valor M1—D.
En el segundo acto, de compra, la misma cantidad de dinero se cambia por su
equivalente contenido en la mercancía M2, completando así el ciclo
de la circulación mercantil según la forma M1—D—M2.
Aquí, el valor de cambio sigue preso de la sustancia
mercantil (trabajo privado) contenido en la relación entre las mercancías
M1 y M2,
donde el dinero no funge más que como simple mediador, dado que su finalidad
no es según su esencia: el cambio por el cambio
sino el consumo de ambas mercancías.
De este modo, en la circulación simple el valor de cambio
solo se activa en la metamorfosis M1 — D
y persiste durante el intervalo de tiempo en que, bajo la forma de dinero, permanece
fuera de la circulación como una “realización
puramente ilusoria” o “evanescente” en el bolsillo del vendedor
de M1, hasta que su existencia como valor
de cambio se desvanece nuevamente con la compra de la mercancía
M2, destinada igualmente a ser destruida
en el consumo, confirmándole así como un valor recurrentemente
condicionado por el cuerpo o valor de uso de las mercancías que le sirven
de soporte para circular.
La capacidad esencial del valor de cambio
para autodeterminarse y autoreproducirse
en la circulación, apareció por primera y última vez en
la historia cuando el dinero se convirtió en capital
a instancias del trabajo asalariado abstracto(6).
Así, el valor de cambio en su nueva forma de capital,
no es ya solo una simple medida del valor ni tampoco un simple medio de cambio,
un mero equivalente que sirve como pura objetivación universal del valor
de cambio para intermediar en las relaciones mercantiles, que esa fue la función
del dinero en las sociedades precapitalistas.
Ahora, bajo su nueva forma de capital, el valor de cambio
se constituye en el principio y fin de sí mismo, en la autodeterminación
y autoreproducción de si mismo como capital.
Así, a diferencia de la forma de valor en la circulación simple:
M1—D—M2,
donde el dinero media entre una misma magnitud de valor contenido en las mercancías
1 y 2 que se intercambian para su consumo, la forma de valor correspondiente
a la circulación del capital: D—M—D’,
es determinada magnitud contenida en la mercancía fuerza de
trabajo, la que media entre dos distintas magnitudes
de valor representadas en la misma forma dinero. La mercancía
fuerza de trabajo, pues, resulta ser el medio del que
se vale el valor de cambio autodeterminado bajo la forma
de capital-dinero, para reproducirse y autovalorizarse,
es decir, incrementarse sin otro límite económico que el de su
propia acumulación.
En esta nueva fórmula del capital: D—M—D’
—donde D’ = D + incremento de D— tal como
en la anterior: M—D—M correspondiente a la etapa
del intercambio mercantil simple, el verdadero punto de partida de la circulación
sigue siendo el trabajo abstracto como contenido
de la forma valor de cambio. Pero como capital
el dinero no funge ya como simple objetivación de una equivalencia en
términos de trabajo materializado en determinadas mercancías que
permite el acto del intercambio, sino como valor de cambio objetivado,
independizado de las mercancías que le sirven de soporte.
Es decir, que el valor de cambio como capital, actúa como trabajo abstracto
que por si mismo entra en la circulación y se vale de ella sin salir
de allí nunca, para autovalorizarse, es decir, para incrementarse, para
acumularse. O sea, que el dinero-capital es el concepto del valor de cambio,
su autoconciencia y su autodeterminación. Pero en tanto que, para eso,
necesita y se vale del trabajo enajenado, el valor
de cambio resulta ser la autodeterminación del trabajo enajenado como
capital:
<<Cuando aquí hablamos de capital, hablamos sólo de un nombre. La única determinación en la que es colocado el capital a diferencia del valor de cambio inmediato (el de las mercancías) y (el) del dinero (en la etapa de la circulación simple) es la de valor de cambio que se conserva y perpetúa en la circulación y mediante la circulación. (Este valor de cambio es el capital)>> (K. Marx: “Grundrisse” Cap. III. Lo entre paréntesis nuestro)
Y en efecto, fijémonos que en la fórmula de la circulación correspondiente a la etapa precapitalista del intercambio mercantil simple, ambos extremos son mercancías cualitativamente distintas, o sea que el contenido y finalidad de esta forma de intercambio mediado por el dinero, no está dentro sino fuera de la circulación, dado que ambos valores de cambio acaban su andadura en la esfera del consumo. Muy por el contrario, en la fórmula del capital: D—M—D’, los dos extremos tienen la misma forma económica o cualidad: el dinero; la única diferencia entre los dos extremos de este movimiento es de carácter cuantitativo, donde D resulta ser necesariamente siempre menor que D’, dado que esta diferencia en más del extremo D’ = D + D, donde el ciclo de la circulación da término a una de las rotaciones del capital para reiniciarse sin solución de continuidad, es precisamente la finalidad de está fórmula, de modo que si el contenido del dinero consiste en ser la representación universal de los valores de cambio, es decir de magnitudes de valor equivalentes, el contenido del dinero como capital consiste en procesar el incremento del valor de cambio, en ser la representación de valores de cambio no equivalentes. Es la circulación del valor de cambio representado por el dinero para la obtención de más dinero como capital que circula:
<<La circulación mercantil simple —vender para comprar— sirve, en calidad de medio, a un fin último ubicado al margen de la circulación: la apropiación de valores de uso, la satisfacción de necesidades. La circulación del dinero como capital es, por el contrario, un fin en sí, pues la valorización del valor existe únicamente en el marco de este movimiento renovado sin cesar. El movimiento del capital, por ende, es carente de medida.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV 1)
Pero esta metamorfosis del dinero como medio de cambio en capital, no significa que la forma del valor de cambio propia de la circulación mercantil simple haya desaparecido. Fue superada y al mismo tiempo conservada al interior de la forma dominante de la circulación capitalista, donde el dinero es el punto de partida y el punto final de todo proceso de circulación.
(5) Pero ésta es la lógica del trabajo enajenado en la sociedad de clases. Previamente, cuando el ser humano se superó históricamente pasando de la recolección a la economía del tiempo de trabajo comunitario —transformador de la naturaleza para los fines del consumo— aquella fue la etapa de su desarrollo en que hizo aparición el valor económico. Pero no todavía como el ser en sí del trabajo sino directamente como su concepto, sin necesidad de pasar por “el para sí” de su “ser en otro”, en nuestro caso, el capital, la burguesía. En esta etapa del llamado “comunismo primitivo”, el concepto del trabajo se hacía evidente a la subjetividad de los trabajadores sin necesidad de pasar por las “horcas caudinas” de la “lógica del ser” y la “lógica de la esencia”: “<<Los diversos trabajos en que son generados esos productos —cultivar la tierra, criar ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas— en su forma natural son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y ésta practica su propia división natural del trabajo (...) Pero aquí el gasto de fuerzas individuales de trabajo, medido por la duración, se pone de manifiesto desde un primer momento como determinación social de los trabajos mismos, puesto que las fuerzas individuales del trabajo sólo actúan, desde su origen, como órganos de la fuerza de trabajo colectivo de la familia.>> (K.Marx: "El Capital" Libro I Cap. I punto 4. Subrayado nuestro). Lo cual quiere decir que, en este período, la producción estaba directamente determinada por las necesidades colectivas, y entre el acto esencial de la creación y lo creado no había ninguna ruptura epistemológica. Para captar la esencia de las cosas, quienes vivieron durante aquella etapa histórica no tuvieron necesidad de pasar por los vericuetos de la metafísica tradicional ni por la dialéctica hegeliana; para aquellas gentes, la contradicción dialéctica entre el ser "puesto" que "parece" y al mismo tiempo se oculta y "brilla" en el "parecer" carecía por completo de sentido, porque la esencia o razón de ser puesta por el trabajo social en cada ser producido, era directa e inmediatamente percibida como una unidad de concepto y sustancia que Hegel atribuye a la Idea. Esto era así porque los distintos actos de la producción colectiva eran actividades directa y conscientemente decididas por quienes las ejecutaban. Y sus productos adquirían realidad como valores (de uso) en el consumo, no en el mercado.
(6) Esto significa que el trabajo abstracto es el presupuesto o condición de existencia, tanto de la circulación simple como del propio valor de cambio que le da razón de ser. Su verdadero punto de partida.
Valor y precio
En este sentido, el valor de cambio
de una mercancía es su valor real expresado en
el valor real de otra, y esto sigue vigente. Pero cuando
una mercancía se intercambia por dinero, su valor
de cambio se convierte en precio, lo cual implica que
el precio o valor nominal de
cualquier mercancía, es su valor de cambio expresado en dinero.
Ahora bien, si el dinero tiene su soporte material en una mercancía,
como el oro, por ejemplo, el valor de cambio de las demás mercancías
que expresan su valor en la mercancía oro, pasará a depender no
sólo del tiempo de trabajo para producir cada una de ellas, sino del
tiempo de trabajo para producir oro. De este modo, dado el tiempo de trabajo
contenido en las demás mercancías, un aumento o disminución
en el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir oro —suponiendo
que todo lo demás permanece invariable—, determinará que
el precio o poder adquisitivo
de las demás mercancías experimente respectivamente un descenso
o incremento proporcional a la variación en el tiempo de
trabajo para producir oro. O sea, que el valor o poder adquisitivo de cada mercancía
—en este caso su precio en oro— variará en relación
inversa a la variación en el valor del oro como equivalente general.
En una economía como la actual, que funciona con en llamado “dinero-papel”
inconvertible, es decir, sin valor objetivo intrínseco, el referente
del precio o poder adquisitivo de cada mercancía pasan a ser los precios
de todas las demás expresados en la unidad nominal de ese “dinero
de papel” o moneda fiduciaria. Por tanto, el poder adquisitivo de ese
“dinero-papel”, es igual a la inversa del nivel de precios o sumatoria
ponderada de los precios de las mercancías más representativas
de un determinado país, esto es, mayor cuanto más productivo deviene
en cada país el trabajo social para producir las mercancías y,
por tanto, menor su nivel general de precios expresados en unidades de “dinero-papel”.
Pero el valor de cambio expresado en dinero o precio de cada mercancía,
no sólo está en función del promedio en las variaciones
del tiempo de trabajo socialmente necesario para producir cada una de las mercancías
de un país en un período dado. Este precio también depende
de los cambios en la oferta y la demanda del mercado. Es precisamente en la
esfera de la circulación donde se opera este
tipo de fenómenos o variaciones de los precios o valor de cambio en dinero
de las mercancías con respecto a sus valores reales o valores de producción,
descendiendo cuando la oferta supera a la demanda solvente y viceversa, lo cual
da pábulo al movimiento nominal de los precios en torno al valor real
de las mercancías.
De este modo, dada la función del dinero como forma de manifestación
del valor de las mercancías, es decir, el hecho de que los intercambios
se realicen según sus precios en dinero, brinda
la apariencia de que el principio de su movimiento está en ellos mismos,
en los precios según la ley de la oferta y la demanda. Esta visión
empírica y abstracta —por tanto equívoca— que induce
a pensar en la autonomía de los precios en dinero respecto de sus respectivos
valores de producción, es lo que sostienen todos los teóricos
apologetas del capitalismo, aunque en realidad no sea sino precisamente al revés,
los precios de las mercancías jamás rompen su vínculo con
los cambios operados en sus respectivos valores, es decir, según la ley
del tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlos.
Lo que hace el desequilibrio cuasi permanente entre la oferta y la demanda,
es encargarse de que los precios se acerquen o alejen de sus respectivos valores
sin coincidir nunca o muy breve y excepcionalmente con ellos. Esto se debe,
precisamente, a que bajo el capitalismo la producción no se rige con
arreglo a las necesidades humanas colectivas, sino por decisiones individuales
o de grupos económicos independientes los unos de los otros en busca
de la ganancia, de lo cual resulta una realidad económica anárquica
que determina los desequilibrios permanentes entre la oferta y la demanda en
el mercado. De semejante realidad esencialmente anárquica, se infiere
que, de no existir el referente objetivo de los valores determinados según
el mayor o menor tiempo de trabajo para producir las mercancías, el movimiento
de los precios desembocaría en un caos insostenible, en tanto que tornaría
superfluo el cálculo de los costes y de la ganancia capitalista como
una magnitud objetivable, dejando sin sentido la identidad de cada empresa o
grupo de empresas y, por tanto, a la propia competencia. Algo parecido a lo
que sucedería en la naturaleza de no existir el núcleo atómico
de la materia en torno al cual giran las partículas elementales que,
en conjunto, constituyen la identidad de cada objeto distinto de los demás
por la cualidad química de sus elementos y por la magnitud física
de su masa:
<<Ellos (valor y precio) son constantemente diferentes y no coinciden nunca, o sólo ocasionalmente y como excepción. El precio de la mercancía está siempre por encima o por debajo del valor de la mercancía, y el mismo valor de la mercancía sólo existe (en tanto que se manifiesta) en el up and down (sube y baja) de los precios de las mercancías. La demanda y la oferta determinan constantemente los precios de las mercancías; estas (oferta y demanda) no coinciden nunca, o sólo ocasionalmente (en el punto en que el coste social de producción de una determinada cantidad de productos, equivale a lo que sus demandantes están dispuestos a gastar por ellos); pero los costes de producción determinan por su parte, las oscilaciones de la demanda y la oferta (dado que ése es su referente real y único centro gravitatorio de sus oscilaciones)>> (K. Marx: “Líneas fundamentales de la crítica de la economía política” (Grundrisse) Cuaderno II. Lo entre paréntesis nuestro)
En “El Capital” es donde Marx explicitó
y aclaró todavía más este concepto de la relación
entre valor y precio en el contexto de la circulación, esto es, en el
ámbito del mercado, de la interacción entre oferta y demanda.
Marx dice aquí que, bajo el capitalismo, en ausencia de un plan predeterminado
y un control de la producción por parte de sus productores con arreglo
a las necesidades sociales, la coincidencia entre oferta
y demanda, es decir, entre el volumen de trabajo social global empleado en fabricar
cualquier artículo en un determinado espacio económico, y las
necesidades sociales que conforman su demanda, es casual,
aleatoria o fortuita.
Y cuando ese artículo determinado ha sido fabricado en un medida que
excede las necesidades sociales, se dilapida o desperdicia una parte de ese
trabajo social, porque la demanda efectiva o solvente en el mercado, representa
una cantidad de trabajo social mucho menor que la contenida en la oferta. En
este caso, los precios descienden por debajo de su valor, es decir de lo que
ha costado realmente producir ese artículo. La medida del desperdicio
equivale a esa diferencia en menos del precio con respecto al valor.
Lo contrario sucede cuando la masa social de trabajo empleado para la producción
de ese artículo, resulta demasiado pequeña respecto del volumen
de trabajo efectivamente demandado por la sociedad para la fabricación
de ese artículo. En este último caso, los precios aumentan por
encima de su valor y una parte de la sociedad no puede acceder a ese artículo
porque su demanda solvente no alcanza a cubrir o satisfacer su precio de mercado.(7)
Pero siendo este desequilibrio la norma —dada
la irracional anarquía reinante en la producción, típica
de la sociedad capitalista—, su explicación no está allí,
en la irracionalidad del desequilibrio entre oferta y demanda, sino en la racionalidad
del equilibrio, en la coincidencia teórica entre precio y valor, en el
punto donde oferta y demanda coinciden:
<<El intercambio o venta de las mercancías a su valor es lo racional, la ley natural de su equilibrio; a partir de ella pueden explicarse las divergencias, y no a la recíproca, la ley a partir de éstas (divergencias).
Nada es más fácil de comprender que las desigualdades entre la oferta y la demanda, y la consiguiente divergencia entre los precios de mercado y los valores de mercado. La dificultad real estriba en definir qué debe entenderse por coincidencia entre la oferta y la demanda.
La oferta y la demanda coinciden cuando su relación es tal que el grueso de las mercancías de un ramo determinado de la producción puede ser vendido a su valor de mercado, ni por en cima ni por debajo de él. Esto es lo que se nos dice.
Lo segundo es esto: si las mercancías son vendibles a su valor de mercado, la oferta y la demanda coinciden, (por tanto) dejan de actuar (en ese punto de equilibrio, es decir, de quietud dinámica, deja de haber interacción entre esas dos fuerzas), y precisamente por ello se vende la mercancía a su valor de mercado. Si dos fuerzas actúan de igual manera en sentido opuesto, se anulan mutuamente, no tienen acción exterior (dejan de existir) y los fenómenos que ocurren bajo tales circunstancias deben explicarse de otro modo que mediante la interacción de esas dos fuerzas. Cuando la oferta y la demanda se anulan mutuamente, dejan de explicar nada, no actúan sobre el valor del mercado, y con más razón nos dejan a oscuras en cuanto a por qué el valor de mercado se expresa precisamente en esa suma de dinero y no en otra. Las leyes internas reales de la producción capitalista obviamente no pueden explicarse a partir de la interacción entre oferta y demanda. (…)
De hecho, la oferta y la demanda jamás coinciden, o si lo hacen en alguna ocasión, esa coincidencia es casual, por lo cual hay que suponerla como científicamente = 0, considerarla como no ocurrida. (…) ¿por qué? Para considerar los fenómenos en la forma que corresponde a sus leyes, a su concepto, es decir, para considerarlos independientemente de la apariencia provocada por el movimiento de la oferta y la demanda.>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. X. Lo entre paréntesis nuestro)
La conclusión a que llega Marx con este razonamiento rigurosamente científico, es que, en última instancia, los precios se explican por los valores, esto es, por los costes sociales de producción de las mercancías, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su elaboración. Señalando, seguidamente, que si esas divergencias entre precios y valores —que se suceden constantemente variando en un sentido y en otro— se consideran a lo largo de un período de tiempo suficientemente prolongado, puede comprobarse empíricamente que las diferencias en más y en menos de los precios respecto de los valores, se compensan y anulan, desvelando el hecho de que considerando el promedio del movimiento durante el tiempo de divergencia transcurrido, la oferta y la demanda coinciden como no puede ser de otro modo:
<<Por ello, la relación entre oferta y demanda sólo explica, por una parte, las divergencias de los precios de mercado con respecto a los valores de mercado, y por la otra, la tendencia (presidida por la ley del valor trabajo o costes sociales de producción) a la anulación de esta divergencia, es decir, a la anulación del efecto de la relación entre oferta y demanda>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Pero esta aclaración metodológica, para demostrar que los movimientos en la esfera de la circulación obedecen o están sujetos a la ley del costo social de producción, que determina la magnitud de los valores según el tiempo de trabajo socialmente necesario, no quiere decir que esas divergencias entre precios y valores dejen de provocar distribuciones desiguales de plusvalor entre los portadores de las mercancías objetos de intercambio. Porque no debe olvidarse que, en la sociedad burguesa el comercio no consiste en el simple intercambio de valores de uso, y ni siquiera de los valores que se intercambian, sino del plusvalor contenido en las mercancías que se cambian:
<<En la producción capitalista, no se trata de extraer, a cambio de la masa de valor volcada a la circulación en forma de mercancía, una masa de valor igual en otra forma —sea de dinero o de alguna otra mercancía— sino que se trata de extraer, para el capital adelantado con vistas a la producción, el mismo plusvalor o ganancia que cualquier otro capital de la misma magnitud, o pro rata a su magnitud, cualquiera sea el ramo de la producción en el cual se lo haya empleado; por consiguiente, se trata, cuando menos como mínimo, de vender las mercancías a precios que brinden la ganancia media, es decir, a precios de producción. En esta forma, el capital cobra conciencia de sí mismo como una fuerza social en la cual participa cada capitalista proporcionalmente a su participación en el capital social global. >> (Ibíd. El subrayado es nuestro)
Subrayamos la expresión “cuando menos como mínimo” para señalar, con Marx, que los precios a los que capitales de la misma magnitud venden sus mercancías, no tienen por qué ser siempre los de “producción” —que permiten realizar la ganancia media y no más— sino que algunos capitales, los de mayor masa de valor en funciones y de más alta composición técnica y orgánica, pueden, incluso, vender a precios de producción superiores, lo cual significaría que la distribución del plusvalor sería desigual y estos capitales obtendrían así una plusganancia o superganancia a expensas de sus compradores. Y la tendencia objetiva en la sociedad capitalista, es a que ésta y no otra sea la norma.
(7) Por “demanda solvente” se entiende no lo que se quiere o necesita, sino lo que se puede efectivamente obtener a cambio de dinero disponible: “Es cierto que la demanda existe también para aquel que no tiene dinero alguno, pero su demanda es un puro ente de ficción (…) La diferencia entre la demanda efectiva basada en el dinero y la demanda sin efecto basada en mi necesidad, mi pasión, mi deseo, etc., es la diferencia entre el ser y el pensar, entre la pura representación que existe en mí y la representación tal como es para mí en tanto que objeto real fuera de mí . (K. Marx: “Manuscritos económico-filosóficos”. Lo entre paréntesis nuestro)
Concepto materialista histórico de “fuerza económica combinada”
Ahora bien, al hilo de esto que venimos diciendo aquí,
Marx también dice en este pasaje de su obra, que la oferta resulta ser
la suma de los vendedores o productores de determinado tipo de mercancía,
y la demanda, es la suma de los compradores o consumidores solventes
finales particulares (individuales o colectivos) o consumidores
productivos (demandantes de medios de trabajo, fuerza de trabajo
e insumos, para la producción de plusvalor). Pero aclara que buena parte
de esta suma de vendedores y compradores actúan no sólo como un
agregado de patatas que entran en un mismo saco, es decir como vendedores y
compradores individuales “puros” y simples, sino también
como “fuerzas combinadas” —dice textualmente Marx—,
como coaliciones de empresas —sea del bando de los demandantes o de los
oferentes— que actúan como un todo colectivo organizado, lo cual
determina el “carácter social” de la producción y
el consumo, es decir, la socialización de la
oferta y la demanda en el mercado.
Y al hablar del “carácter social” o socialización
que la fuerza económica combinada confiere a la producción o al
consumo, Marx asocia el concepto de “fuerza combinada” al hecho
básico estructural de la socialización de la producción
y el consumo productivo en tanto que premisa del socialismo.
Esto quiere decir que, al lado de las interacciones entre empresas o individuos
“puros” o aislados que ofrecen o demandan, surgen estas fuerzas
económicas horizontalmente combinadas, que integran varias ramas de la
producción, donde el intercambio de productos no es el resultado de la
división del trabajo en la sociedad, sino de
la división técnica del trabajo al
interior de un conglomerado de empresas, donde el intercambio de
productos no es el resultado de la oferta y la demanda ni de la compra y la
venta en el mercado, sino de un intercambio puramente contable determinado por
un plan de producción en gran escala. Según la Organización
Mundial del Comercio (OMC), “aproximadamente un tercio del total de los
6,1 billones de dólares del comercio mundial de bienes y servicios en
1995, correspondió al “comercio” interno de las empresas,
por ejemplo, entre filiales de diferentes países o entre una filial y
su sede central. Ver:http://www.wto.org/spanish/thewto_s/whatis_s/tif_s/bey3_s.htm#investment
Frente a estos grandes capitales combinados, los otros capitales pequeños
y medianos —nacionales y extranjeros— que operan con “independencia”
y a menudo en contra de ellos —sea como demandantes u oferentes—,
constituyen el sector más vulnerable y dependiente respecto del sector
que actúa como fuerza económico-social orgánicamente combinada,
los llamados “conglomerados”:
<<El sector que por el momento es el más débil de la competencia, es al mismo tiempo aquel en el cual el individuo (empresa individual o colectiva) actúa independientemente de la masa de sus competidores, y a menudo en oposición directa a ellos, con lo cual, precisamente se hace perceptible la dependencia de uno con respecto al otro, mientras que el sector más fuerte siempre enfrenta al bando contrario más o menos como una unidad coherente.>> (K. Marx: Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)
Y si como es cierto que bajo el capitalismo no se trata de producir e intercambiar valores de uso sino valores, y no solo valores sino plusvalor, es evidente que la debilidad y fortaleza relativas entre competidores, debe traducirse necesariamente en transferencias de plusvalor de unos a otros a instancias del intercambio entre ellos. En este mismo sentido es que, en el primer capítulo de “El Imperialismo fase superior del capitalismo” Lenin cita a Hilferding quien, no por casualidad, coincide con Marx en el concepto de “fuerza económica combinada” que define al monopolio:
<<La combinación —dice Hilferding— nivela las diferencias de coyuntura y garantiza, por tanto, a la empresa combinada una norma de beneficio más estable. En segundo lugar, la combinación [naturalmente al interior de sí misma] determina la eliminación del comercio. En tercer lugar, hace posible el perfeccionamiento técnico y, por consiguiente, la obtención de ganancias suplementarias en comparación con las empresas “puras” (es decir, no combinadas). En cuarto lugar, consolida la posición de la empresa combinada en comparación con la “pura”, la refuerza en la lucha de competencia durante las fuertes depresiones (estancamiento de los negocios, crisis), cuando la disminución del precio de la materia prima va a la zaga con respecto a la disminución de los precios de los artículos manufacturados>> (Rudolf Hilferding, "Das Finanzkapital", 2a ed., pag. 254. Lo entre paréntesis es de Lenin. Lo entre corchetes nuestro)
De este razonamiento marxista o materialista histórico, Lenin concluye con toda claridad en lo siguiente:
<<La competencia se convierte en monopolio. De aquí resulta un gigantesco progreso de la socialización de la producción. Se efectúa también, en particular, la socialización del proceso de inventos y perfeccionamientos técnicos.>> (V.I. Lenin: Op. cit.)
Lenin había estudiado exhaustivamente a Marx y sabía muy bien que el monopolio no puede sobrevivir sin la competencia, generadora de la tasa de ganancia como promedio de las distintas relaciones matemáticas entre el rédito o plusvalor que cada fracción del capital global nacional produce, respecto de su masa de capital social invertido en la explotación de trabajo ajeno. Y para este promedio, el coro de los capitales que no actúan como “fuerza combinada” es de importancia decisiva:
<<La tasa de ganancia, es decir, el incremento proporcional de capital (plusvalor, respecto del capital comprometido), es especialmente importante para todas las derivaciones nuevas del capital que se agrupan de manera autónoma. Porque en cuanto la formación de capital cayese exclusivamente en manos de unos pocos grandes capitales definitivamente estructurados, para los cuales la masa de la ganancia compensara la tasa de la misma, el fuego que anima la producción se habría extinguido por completo. En ese caso, la producción se adormecería. La tasa de ganancia es la fuerza impulsora en la producción capitalista, porque sólo se produce lo que se puede producir con ganancia y en la medida en que pueda producírselo con ganancia.>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV – III)
Por tanto, suponiendo que haya sido bien traducido al castellano,
en lugar de utilizar el vocablo “monopolio”, Lenin hubiera debido
decir que, bajo el capitalismo tardío o fase imperialista, la competencia
perfecta del capitalismo temprano se ha convertido en competencia
imperfecta u oligopólica. Pero, al margen de esta observación,
¿quién puede negar que la socialización de la
producción y el avance tecnológico —que constituyen
empíricamente las premisas del socialismo— están hoy día
cuasi monopolizados por la centralización de los capitales en relativamente
pocas grandes corporaciones multinacionales con la mayor masa relativa de valor
en funciones?
Y si como parece ser cierto que en toda transacción se trata de obtener
como mínimo la misma masa de plusvalor promedio
que otros capitales de la misma magnitud, o sea la ganancia media, está
claro que la propensión a obtener el máximo rédito posible
por encima de ese promedio es la norma, y esto depende de la relativa magnitud
de los capitales que constituyen los dos polos opuestos de toda relación
de intercambio, es decir, de su masa de capital-dinero en circulación.
Y esta desproporción entre la fuerza combinada de los oligopolios y sus
competidores capitalistas menores que actúan individualmente, tiende
naturalmente a romper con la lógica del intercambio de equivalentes
y de hecho lo rompe aquí y allá, creando lo que Marx ha dado en
llamar “modificaciones de la ley del valor”. Es en este punto de
su razonamiento que Marx adelanta el concepto de “monopolio natural”
creado o “que surge del propio modo de producción capitalista”:
<<Cuando un bando tiene supremacía, ganan todos cuantos pertenecen a él; todo ocurre como si tuviesen que imponer un monopolio común. Si un bando es el más débil, cada cual podrá buscar, por su propia parte, la manera de ser el más fuerte, (por ejemplo, el que trabaja con menores costos de producción), o por lo menos (en condiciones económicas generales desfavorables) de salir librado lo mejor posible, y en este caso le importa un comino de su prójimo, aunque su propia acción lo afecta no solamente a sí mismo, sino también a todos sus cofrades>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Y aquí Marx cita a David Hume en “An Inquirí into Those Principles. Respecting the nature of demand …” para precisar las condiciones en que se verifican los conceptos de monopolio y competencia en la esfera de la circulación: el monopolio opera una redistribución del plusvalor creado a favor del bando de los más fuertes, es decir, de una parte de la burguesía en perjuicio del resto:
<<“Si cada hombre de una clase nunca pudiese tener [por sí mismo] más que una porción dada o una parte alícuota de las ganancias y las posesiones del conjunto, se uniría de buena gana [a otros] para elevar las ganancias (cosa que hace no bien lo permite la relación entre la oferta y la demanda): eso es el monopolio. Pero si cada cual piensa que de cualquier modo puede aumentar el monto absoluto de su propia parte [de ganancia disminuyendo los costes de producción], aunque sea en virtud de un proceso que haga descender el monto total, a menudo lo hará: eso es la competencia”>> (Op cit. Lo entre paréntesis de Marx. Lo entre corchetes nuestro)
Y si Marx admite —porque de hecho es así— que las condiciones oligopólicas de “monopolio” generan plusganancias para el bando capitalista más poderoso dentro de un mismo espacio económico de formación de valor, ¿por qué no ha de presentarse la misma situación en las relaciones de intercambio entre espacios económicos distintos, en nuestro caso entre el centro capitalista y su periferia de menor desarrollo relativo? De hecho estas transferencias se operan en masas de plusvalor relativamente mayores que en los espacios económicos nacionales de los países más desarrollados. Empezando por las diferencias entre los tipos de cambio entre las monedas fuertes respecto de las más débiles.
Esencia del dinero y tipos de cambio
Como hemos dicho más arriba refiriéndonos a la función del mercado y los precios en dinero respecto de los valores, el oro en los primeros tiempos del capitalismo, al mismo tiempo que mercancía, era dinero. Y sobre esto Marx sostiene taxativa y omnicontextualmente en toda su obra, que la función por excelencia del dinero no es ser mercancía sino representar el valor de las mercancías, ser la expresión de TODOS los valores económicos, esto es, su equivalente general. O sea, que TODAS las mercancías son susceptibles de intercambiarse por él o se metamorfosean en él, se transforman en él, son su expresión universal. Así lo empieza diciendo al exponer este asunto en el capítulo III de “El Capital”:
<<La primera función del oro consiste en proporcionar al mundo de las mercancías el material para la expresión de su valor, o bien en representar los valores mercantiles como magnitudes de igual denominación (que la suya, la que lleva inscripta en el soporte que funge como pura forma de manifestación del valor).>>
O sea, que el ser o esencia del dinero,
no consiste en tener valor, sino en significarlo, en actuar,
simplemente, como equivalente general de las mercancías.
Pero el dinero no ha sido ni es el principal actor de la economía política
—como así nos quiere hacer creer la burguesía—, sino
su variopinto personaje.(8)
Dado el relativamente lento desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo
en tiempos del capitalismo temprano, al ser del oro amonedado la burguesía
le hacía representar un poco más de valor respecto del mercantil
propiamente suyo; tanto como para que nadie se viera tentado a utilizarlo como
metal precioso. Pero, hoy día, en condiciones normales, la función
del dinero no la cumple ya ningún objeto económicamente valioso;
ha pasado a ser dinero-papel que carece por completo de soporte en una sustancia
mercantil propia. Tan es así que, llegado el caso, ningún Estado
emisor garantiza su conversión en algo tangible equivalente a lo que
cada billete dice representar. Salvo para los fines de la pura representación
fiduciaria, en sí mismo su soporte de papel carece de valor alguno y
no sirve para nada.
Vamos a analizar, ahora la función del dinero en los tipos
de cambio entre las diversas monedas nacionales, para ver qué
grano de verdad hay en la afirmación de que, en el comercio internacional
la ley del intercambio entre equivalentes se cumple, aun cuando en su comercio
con la periferia capitalista los países del centro relativamente más
desarrollados, intercambien menos trabajo por más, como “trabajos
que se validan en ámbitos de distinto desarrollo de las fuerzas productivas,
conectados por una relación de equivalentes –los tipos de cambio”.
Así lo dice el compañero Rolando Astarita en su trabajo:
<<Las empresas tecnológicamente atrasadas entregan más horas de trabajo a cambio de menos horas de trabajo, pero esto no significa que entreguen más valor; por eso en sentido estricto aquí no existe intercambio desigual, por lo memos tal como se lo entiende en la literatura marxista. (9) (R. Astarita: “Valor, mercado mundial y globalización”
Supongamos que esto es así, que no se trata de un intercambio
desigual de valor sino de un intercambio desigual de trabajo, de gasto en energía
laboral. Pero, ¿por qué hablar en estos términos? Para
contestar a esta pregunta debemos regresar al concepto de trabajo
socialmente necesario del que nos ocupamos brevemente más
arriba, donde aludimos al ejemplo que ofrece Marx acerca de que, según
se fue generalizando el uso del telar de vapor en Gran Bretaña, los capitalistas
al interior de ese país —que seguían usando telares manuales—,
se vieron forzados a modernizar su capital fijo so pena de arruinarse vendiendo
sus lienzos a la mitad de lo que les costaba fabricarlos. ¿Por qué?
Porque la fuerza productiva del trabajo social para elaborar tela en el área
económica de la Libra Esterlina, se había duplicado; es decir,
que el tiempo de trabajo socialmente necesario o gasto de energía laboral
en esa rama de la industria nacional, se había
visto objetivamente reducido o devaluado a la mitad.
Y con esa reducción del tiempo de trabajo social promedio para fabricar
lienzo, se redujo en Gran Bretaña la magnitud de valor
contenida en cada unidad de medida producida. Finalmente, esta devaluación
del trabajo social presionó sobre la oferta de telas en el mercado nacional
británico, determinando la reducción de su precio o expresión
monetaria de su valor en igual magnitud.(10)
Como resultado de esta lógica, parte de la patronal británica
cuyos costes del proceso de producción de sus telas eran superiores a
los nuevos precios medios de las telas, y carecían de capital suficiente
para actualizar técnicamente su capital fijo, desaparecieron; y el plusvalor
que producían —junto con la cuota de mercado que ostentaban—
fue absorbido o capitalizado por los sobrevivientes, al tiempo que el sector
de entre estos últimos que seguía produciendo a precios individuales
superiores a los precios de producción determinados por la tasa media
de ganancia, siguieron tributando plusvalor hacia los sectores patronales de
mayor composición orgánica del capital.
Esta lógica del desarrollo desigual en un mismo espacio económico
nacional, opera a través de la competencia devaluando el trabajo social
de los sectores patronales más débiles, para que los más
fuertes puedan succionarles todo o parte del plusvalor que producen. Pero, si
admitimos esto, debemos admitir con mayor razón que el capital multinacional
tecnológicamente más desarrollado también devalúa
el trabajo social de los países relativamente menos desarrollados, por
eso llamados dependientes. Por lo tanto, también convierte a las burguesías
nacionales dependientes en tributarias de plusvalor hacia los países
centros económicos o imperialistas. Para ello partiremos de las siguientes
premisas del Materialismo Histórico aplicado a este controvertido asunto:
1) Que el mismo tiempo de trabajo, independientemente de cualquier cambio en su fuerza productiva, rinde siempre la misma magnitud de valor, aunque suministre valores de uso en diferentes cantidades: más cuando aumenta la fuerza productiva y menos cuando disminuye.
2) Que la moneda de cada país, es la representación de la masa de valor mercantil creado por el trabajo abstracto social en su respectivo espacio económico nacional, y que, a mayor productividad del trabajo, mayor la masa de valor creado por su economía y menor el valor y el precio de cada unidad de sus productos.
3) Que cada moneda nacional tiene su propio poder de compra relativo al espacio económico que representa.
4) Que el poder de compra de cada moneda nacional, se mide por la productividad media de su trabajo abstracto social global, de modo que cuanto mayor es su productividad media menores son los precios de cada unidad de sus productos, mayor el poder de compra de cada unidad monetaria nacional.
5) Que el intercambio internacional de mercancías se rige por los llamados tipos de cambio, según el mayor o menor poder de compra relativo de las distintas monedas nacionales, a la hora de que las empresas representadas por sus respectivas monedas nacionales participen con sus productos en el mercado internacional.
Así las cosas, y dado que el poder de compra de cada
unidad monetaria nacional es igual a la inversa del nivel medio de precios de
sus productos, y que cada nivel nacional de precios viene determinado por el
nivel de desarrollo de sus respectivas fuerzas productivas, resulta que el poder
de compra de las respectivas unidades monetarias correspondientes a los países
de mayor desarrollo económico relativo, es necesariamente mayor que el
de los países menos desarrollados, tanto más cuanto menor sea
en ellos el grado de desarrollo económico relativo y, por tanto, menores
sus precios en términos de las monedas más fuertes.
Y el caso es que el desarrollo de las fuerzas productivas de cada país,
se mide por la composición orgánica de sus capitales y. a su vez,
ésta última por la masa de capital en funciones. De esta forma,
el mayor poder de compra de las monedas nacionales correspondientes a los países
más desarrollados respecto de los menos desarrollados, condiciona los
tipos de cambio en su favor. Así, por ejemplo, si suponemos que en Japón
se conviene que el patrón de medida de cada unidad de Yen en términos
de tiempo de trabajo sea de una hora y el del peso Argentino de 1 minuto, el
tipo de cambio a igual productividad del trabajo en ambos países será
de 60 Yenes por cada peso. Pero si, dada esta relación o tipo de cambio
base, la productividad media del trabajo en Japón aumenta un 35% respecto
de Argentina, ese patrón de medida se reduce en 21 minutos, por tanto,
el tipo de cambio Yen/Peso pasa a ser de 39 Yen por cada Peso, que es aproximadamente
la paridad del tipo de cambio actual entre ambas monedas: http://www.xe.com/ucc/convert.cgi
O sea que, en virtud de una mayor productividad del trabajo en Japón,
su moneda nacional, el Yen, se revaloriza frente al Peso argentino, es decir,
aumenta la paridad de su poder de compra en un 35%. ¿Poder de compra
sobre qué? Naturalmente sobre mayores unidades de tiempo de trabajo incorporado
a los productos que se fabrican en Argentina, de modo que Japón intercambia
un 35% menos de trabajo por más de Argentina. Y dado que el dinero es
la medida del valor en ambos países, pues ese intercambio de un 35% menos
trabajo incorporado a los productos japoneses a cambio de más trabajo
incorporado a los productos argentinos, debe naturalmente traducirse en un intercambio
de menos valor producido en Japón por más producido en Argentina.
En definitiva, ¿no son los tipos de cambio verdaderos sustitutos de las
tasas nacionales de ganancia media a los fines de la distribución del
plusvalor internacional entre los distintos espacios nacionales en favor de
los más desarrollados? Y ¿no supone esta realidad una modificación
de la ley del valor?
<<El mismo trabajo, pues, por más que cambie la fuerza productiva del trabajo, rinde siempre la misma magnitud de valor en los mismos espacios de tiempo. Pero en el mismo espacio de tiempo suministra valores de uso en diferentes cantidades: más cuando aumenta la fuerza productiva, y menos cuando disminuye.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Punto 2)
Por tanto, si admitimos que a través del mayor poder de compra de sus respectivas unidades monetarias nacionales el centro imperialista cambia con su periferia subdesarrollada menos trabajo por más, hay que admitir que, a la postre, esto se traduce en menos plusvalor por más.
(8) Salvo para el pragmatismo, filosóficamente hablando el puro “ser como” constituye un sinsentido para cualquier escuela de pensamiento. El ser algo sólo puede “comportarse como” un ser otro, sin dejar de ser lo que es según su esencia o razón de ser. Tal fue la función de la mercancía oro “como dinero” que no por eso dejó de ser mercancía oro. Pero el ser del “dinero-papel”, ¿dónde reside su esencia? Precisamente en el permanente ser otro “como sí” fuera sí mismo. La forma dinero, pues, viene a ser la forma de la enajenación universal. Porque el ser del dinero papel tiene su esencia en la pura representación de “lo otro”, es decir, que tiene su esencia en el no ser. El “ser como” del “dinero-papel”, es el ser sin esencia del pragmatismo filosófico burgués, el ser de la pura representación que, en realidad, no es nada. Aunque no por eso deje de ser una “realidad actual”. Para discernir sobre este concepto de “realidad actual” ver:http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/11.htm y http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/12.htm
(9) Lo anterior explica la diferencia entre las horas trabajadas y la creación de valor. Según los datos que proporciona Martínez Peinado, el conjunto de los países de la periferia proporcionaban, en 1995, el 70% del tiempo de trabajo total mundial dedicado a la manufactura. El autor elabora estas cifras a partir de datos de la OIT. En 1995 en el centro se trabajaban 128.463 millones de horas de trabajo, y en la periferia 288.404 millones. Sin embargo la participación de la periferia en el valor añadido global en la manufactura era de apenas el 22,5% del total [Martínez Peinado (2000) p. 260 y ss]. Ver: Javier Martínez Peinado: “Globalización, fábrica mundial y progreso” Cuadro I
(10) Con este ejemplo queda demostrado que los precios de las mercancías están determinados por las variaciones de su valor de producción según el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas, desvirtuando así la peregrina teoría burguesa acerca de que los precios se determinan en la esfera de la circulación como resultado de los movimientos de la oferta y la demanda en el mercado.
Trabajo complejo, derechos de patente e intercambio entre equivalentes
Precisamente para esto sirven y se utilizan también
las patentes de invención comprendidas en los llamados derechos de la
propiedad intelectual —verdaderas prácticas monopólicas
por parte de los grandes conglomerados empresariales— para colocar en
los mercados de la periferia los productos que incorporan esas innovaciones
tecnológicas, vendiéndolos por encima de sus precios nacionales
de producción, o alquilando esas innovaciones para la fabricación
de productos bajo licencia, al mismo tiempo que hacen “dumping”
con otros productos que también exportan a esos mismos países,
bajando los precios para conquistar sus mercados internos.
Por ejemplo, según Lu Da —subdirector de una compañía
estatal china de investigación— entre el 70% y el 80% de los soportes
DVD que se venden hoy en el mundo son producidos en China, pero los fabricantes
del país tienen que pagar a las compañías extranjeras que
detentan el derecho de patente. “Ese derecho de patente supone un 40%
del coste total del disco digital, resaltó el responsable de la compañía
china”. Con el objetivo de "romper el monopolio de las compañías
extranjeras" en el sector del DVD, el Estado chino anunció que en
los próximos años lanzará al mercado un nuevo formato —incompatible
con el sistema HD-DVD desarrollado por las japonesas Toshiba e Hitachi: "Con
el formato y los estándares relacionados, podremos tener nuestra propia
voz en la industria del DVD", aseguró Lu Da a la agencia estatal
Xinhua. Además, según la misma fuente, el formato chino producirá
"mayor definición y mejor sonido", y lo que es más importante,
"una forma más segura de proteger los derechos de propiedad intelectual",
algo muy importante en China, donde se calcula que los DVD “piratas”
alcanzan un 90% de las ventas nacionales. Se prevé que el formato de
DVD de alta definición chino salga al mercado antes de 2008. Ver: http://www.consumer.es/web/es/tecnologia/2005/10/04/145882.php
Ahora bien, si el 40% del coste para poner en el mercado cada DVD fabricado
con licencia, corresponde al derecho de patente, ¿cuanto de ese 40% equivale
al trabajo complejo incorporado en cada DVD bajo la forma de salarios, una vez
deducidos los costes del capital constante para el funcionamiento de la planta
de investigación, más los gastos de obtención y mantenimiento
de la patente?
Para contestar a esta pregunta, hay que tener en cuenta, en primer lugar, que
cualquier planta dedicada a la innovación, necesita equipos de la más
alta tecnología, a cargo de un relativamente poco numeroso equipo de
investigadores. Por ejemplo, “Telefónica I+D”, que
es la empresa más importante de España dedicada a la investigación
y desarrollo, cuenta con 1.271 asalariados distribuidos en distintas plantas
del país, todos ellos tecnólogos y científicos especializados
en las disciplinas de telecomunicaciones e informática, con una media
de edad de 35 años y más de 10 de experiencia laboral. El salario
medio de este tipo de personal en régimen de dedicación exclusiva,
ronda en España los 4.000 € mensuales; por tanto, los 1.271 altos
empleados de Telefónica insumen una inversión en capital variable
de aproximadamente 61 millones de Euros anuales. Supongamos que la tasa de explotación
en este tipo de trabajo ascienda al 250%. Luego, la masa de plusvalor de los
productos tecnológicos patentados será de 152.500.000 € anuales
y el producto de valor en el mismo período de 274.500.000 €.
En cuanto a los gastos en materia de patentes, su obtención no excede
los 30.000 €, pero su mantenimiento es otra cosa. Este derecho de exclusiva
sobre el precio de venta de un producto de tecnología punta mientras
no sea desplazada por la generalización de otro invento, constituye un
verdadero monopolio. Por tanto, los gastos de su mantenimiento en no pocas ocasiones
adquieren una importancia económica considerable. Es precisamente el
alto valor económico en las superganancias que proporcionan estos monopolios,
lo que urge a la empresa titular de la patente, a amortizar la inversión
que ha realizado en incorporar esa patente al nuevo producto, en el menor tiempo
posible, teniendo en cuenta que su vigencia —y las ganancias extraordinarias
que le reporta durante el tiempo que la competencia lo permita— están
sujetas a lo que el resto de los competidores hagan para que esas superganancias
cambien de dueño, como bien lo demuestra nuestro ejemplo de los DVD.
En definitiva, todo solicitante de patente ha de hacer frente a unos costes
—especialmente en asistencia jurídica— que son más
cuantiosos cuanto mayor sea el número de Estados en los que se desea
obtener la correspondiente protección.
Con el objeto de aliviar esta onerosa carga —especialmente gravosa en
los primeros años de solicitud de la patente— los Estados burgueses
facilitan la obtención de ayudas y subvenciones que conceden sus distintas
administraciones públicas. La mayoría de estas ayudas forman parte
de programas más amplios de promoción de ciertos sectores económicos,
o de ayudas para la internacionalización de las empresas radicadas en
una determinada región del Primer Mundo.
Las patentes se conceden por períodos de hasta veinte años, previo
el correspondiente procedimiento administrativo ante la oficina nacional de
patentes y marcas. Durante este procedimiento, será preciso cumplir los
trámites legal y reglamentariamente establecidos, además de abonar
las tasas previstas por la ley. El solicitante que quiera obtener una patente
en otros países, podrá hacer uso del procedimiento internacional
de presentación previsto en el Tratado de Cooperación en Materia
de Patentes (PCT), solicitar una Patente Europea o bien acudir directamente
a la Oficina del Estado en el que se desea obtener la correspondiente protección.
En todos estos casos, es necesario hacer frente al pago de tasas y, por lo general,
será conveniente (cuando no obligatorio) contar con el asesoramiento
profesional de un agente de la propiedad industrial, a quien habrán de
serle abonados sus honorarios profesionales.
En definitiva, todo solicitante de patente ha de hacer frente a unos costes
que son más cuantiosos cuanto mayor sea el número de Estados en
los que se desea obtener la correspondiente protección. ¿Es razonable
pensar que “Telefónica I+D” se limitará,
simplemente, a trasladar proporcionalmente su producto de valor anual, más
los gastos a que nos hemos referido aquí, al precio de cada uno de los
productos sobre los cuales detenta el monopolio de las innovaciones que contienen?
Ejemplos como los dos que referenciamos aquí, son el resultado de un
proceso inducido por la competencia monopólica, que determina el acelerado
aumento en la composición orgánica del capital invertido en el
centro capitalista. Este proceso reduce el incremento del plusvalor respecto
del aumento en el capital global comprometido, haciendo bajar la tasa de ganancia,
que así actúa en el sentido de la tendencia objetiva al derrumbe
del sistema, esto es, en perjuicio de la cofradía de los capitalistas
en su conjunto.
De ahí que las burguesías metropolitanas se vean obligadas a succionar
plusvalor desde su periferia. Tal es la conclusión a que llagó
Marx. Y aunque esto no alcanza a detener o invertir la tendencia al descenso
de sus tasas de ganancia —dado que la composición orgánica
de los capitales aumenta allí más rápidamente que el capital
adicional acumulado después de restar el fondo de consumo de los capitalistas—
sin duda enlentecen su dinámica al descenso. Tal es la contradicción
insoluble y cada vez más agudizada en que se debaten las relaciones económicas
internacionales interburguesas, especialmente entre el centro y su periferia.
De no ser porque el centro capitalista convierte a las burguesías periféricas
en tributarias sistemáticas de plusvalor mediante prácticas monopólicas,
a nuestro modo de ver no se explicaría el ensanchamiento histórico
de la brecha entre desarrollo y subdesarrollo relativo en el Mundo. Y ojo que
estamos centrando nuestro análisis en el intercambio de mercancías
y servicios, haciendo abstracción de las inversiones directas de capital,
que suponen una succión de plusvalor tan significativa o más,
que el intercambio de mercancías y servicios, como es el caso, por ejemplo,
actualmente, en Bolivia con las inversiones españolas y sus prácticas
abusivas en los yacimientos de gas natural.
Progreso técnico y prolongación de la jornada colectiva de labor
En el Libro 1, punto 3 de:“El Capital” Marx explica el movimiento contradictorio resultante de esa modalidad históricamente progresiva de extraer plusvalor sin aumentar la fuerza productiva del trabajo. Por un lado, como se ha dicho antes, la mecanización del trabajo se resuelve en un aumento de la productividad del trabajo, esto es, en la reducción del tiempo de trabajo necesario para la producción de una determinada mercancía. Pero, al mismo tiempo, el capital materializado en las maquinas, se convierte…
<<…en el medio más poderoso de prolongar la jornada de trabajo más allá de todo límite natural.>> (K. Marx: Op. Cit. b))
¿Cómo opera este movimiento contradictorio?
Por un lado, la productividad de la maquinaria discurre en relación inversa
a la magnitud de su propio valor transferido al producto durante el proceso
de trabajo de su vida útil, de modo que, cuanto más largo sea
este período, mayor será la cantidad de productos entre los que
el valor de la máquina se distribuye y, por tanto, menor el valor trasladado
a cada uno de ellos. Pero, por otro lado, el período útil de cada
máquina está determinado por la extensión de la jornada
laboral, multiplicado por el número de días en que se repite.
Esto último es importante. Una máquina puesta a funcionar siete
años y medio durante 16 horas diarias, al desgastarse por el uso trasladará
a sus productos el mismo valor que si lo hiciera 15 años durante sólo
ocho horas diarias:
<<…Pero en el primer caso el valor de la máquina se habría reproducido con el doble de rapidez que en el segundo, y el capitalista, por medio de la misma, habría engullido tanto plustrabajo en 7 años y medio como en el otro caso en 15.>> (Ibíd)
Por otra parte, el desgaste de la máquina es de dos tipos, una deriva del tiempo de uso, el otro del no uso que se haga de ella. El primero está más o menos en razón directa del uso normal que se haga de ella, mientras que el segundo en razón inversa. Marx cita al prestigioso investigador británico, Andrew Ure en: The Philosophy of Manufacturers (1835) donde dice:
<<Causa del deterioro de las delicadas partes del mecanismo metálico de las máquinas es la inactividad>>
Pero además de su desgaste material, las máquinas
están sujetas a lo que Marx ha denominado “desgaste moral”
más conocido por “obsolescencia”, o pérdida de valor
de cambio, a medida que, en períodos cada vez más cortos de tiempo,
el desarrollo científico aplicado consigue generalizar el uso de máquinas
del mismo tipo a menos precio, o que permiten una mayor productividad del trabajo
por unidad de tiempo empleado en su funcionamiento productivo. Así, cuanto
menor sea el tiempo en que una máquina se amortiza trasladando su propio
valor a los productos que contribuye a crear, tanto menor será el riesgo
de que se vuelva obsoleta, y este período será más breve
cuanto más prolongada sea la jornada laboral que la mantiene funcionando.
Dado el número de horas de la jornada laboral y un determinado modelo
de máquinas, para duplicar el numero de obreros explotados habrá
que duplicar tanto la inversión en maquinaria y edificios como en materias
primas, combustible, lubricante, etc. Pero al prolongar la jornada laboral se
amplia la escala de la producción con igual inversión en capital
fijo. No sólo se obtiene así más plusvalor sino que disminuyen
relativamente las inversiones necesarias para su obtención, porque el
capital fijo se amortiza más rápido, se recupera el valor de la
inversión en menos tiempo.
Ahora bien, el plusvalor surge exclusivamente de la
parte variable del capital, es decir, de la fuerza de trabajo
convertida por el capitalista en trabajo, es decir,
fuerza de trabajo en acción o acto de producir
por la articulación entre el obrero y “sus”
medios de producción. Y dada la extensión
de la jornada laboral, la tasa de plusvalor se determina por la proporción
en que la jornada de labor se distribuye entre el trabajo necesario y el trabajo
excedente o plustrabajo. A su vez, el número de obreros ocupados simultáneamente
—que constituye la jornada colectiva de labor— depende de la parte
invertida en capital constante (máquinas, herramientas, materias primas
y auxiliares) y el capital variable (salarios)
Pero, a los fines de apreciar el verdadero alcance y consecuencias económicas,
sociales y políticas de la productividad del trabajo en el capitalismo,
hay que tener en cuenta un hecho fundamental, y es que:
<<…la industria fundada en la maquinaria, por mucho que extienda el plustrabajo a expensas del trabajo necesario —gracias al acrecentamiento de la fuerza productiva del trabajo—, sólo genera ese resultado mediante la reducción del número de obreros ocupados por un capital dado.>> (Ibíd)
Si las demás variables del sistema se quedan como están,
por un lado se genera un mayor plusvalor (relativo) a expensas del trabajo necesario,
sin perjuicio para el nivel de vida ni para las condiciones de trabajo de los
asalariados. Pero a medida que partes variables del capital o fuerza viva de
trabajo son reemplazadas por su equivalente en capital fijo —que no produce
plusvalor— por necesidad inmanente del capitalismo los capitales más
productivos ven acercarse el horizonte del límite teórico absoluto
que reduce a cero la jornada colectiva de trabajo por eliminación de
uno de los elementos fundamentales de la relación social que da sentido
a la existencia misma del capitalismo: el trabajo vivo.
Y esto tiene importancia fundamental para la cuestión que analizamos
aquí a la luz de la siguiente situación imaginada por Marx, donde
se demuestra que el capital más desarrollado no puede sobreponerse históricamente
a los inevitables efectos del creciente aumento en su
composición orgánica del capital y en la productividad del trabajo
sobre el capitalismo en su conjunto; entre otros el que nos interesa aquí,
a saber, que en cuanto a la creación de valor, el número de asalariados
resulta decisivo:
<<…Es físicamente imposible que el tiempo de plustrabajo, por ejemplo, de dos hombres que sustituyan a veinte como consecuencia de cualquier aumento del tiempo de plustrabajo absoluto o relativo. Si los veinte hombres solo aportan dos horas de plustrabajo diario, aportarán [entre todos] 40 horas de trabajo y [no cabe duda de que] el tiempo total de vida de los dos hombres durante un día, no puede exceder de 48 horas.>> (K. Marx: “Teorías sobre la Plusvalía” Cap. XXI Apartado 3 e) Lo entre corchetes del traductor)
Sobre este mismo razonamiento volvió Marx en el capítulo
XIII, Libro I de “El Capital”, para explicar los límites
al aumento de plusvalor mediante el incremento de la productividad con el mismo
gasto en trabajo.
La lógica del capital genera, pues, una contradicción. Por un
lado, el incremento de la relación orgánica entre sus partes constante
y variable, hace progresar la fuerza productiva del trabajo, que a su vez aumenta
la masa de plusvalor (relativo) abatiendo el valor de la fuerza de trabajo o
salario; pero, por otro lado, expulsa trabajo vivo que así deja de producir
plusvalor. Y de esta contradicción la tendencia objetiva empíricamente
verificable es, a que la masa de plusvalor aumente cada vez menos como consecuencia
de que el incremento absoluto de la parte de ese plusvalor destinada a la inversión
en salarios, va siendo cada vez menor respecto de la parte destinada a la inversión
en capital constante.
Erróneamente inducido por su falsa teoría de los rendimientos
históricamente decrecientes en la agricultura, David Ricardo pensaba
que la tasa de ganancia desciende sólo por un aumento en el precio en
los alimentos que presiona al alza de los salarios y a un descenso del plusvalor.
Marx, rebatió esta teoría demostrando que la tasa de ganancia
desciende ante un aumento en la composición orgánica del capital,
por el hecho de que el mayor plusvalor relativo causado por un aumento en la
productividad, no puede compensar el lucro cesante derivado de un descenso mayor
en el empleo de capital variable respecto del capital constante, aun cuando
el precio de los alimentos disminuya:
<<La tasa de ganancia desciende —aunque la rate of surplus value (tasa de explotación) permanezca invariable o aumente— porque el capital variable disminuye al desarrollarse la productividad del trabajo en relación con el capital constante. Por tanto (la tasa de ganancia como porciento entre el plusvalor y el capital invertido) desciende, no porque el trabajo se haga más improductivo, sino porque se hace más productivo. No porque el obrero [en nuestro caso por el capital A)] sea menos explotado, sino porque es más explotado, sea porque aumente el absolute surplus time (el tiempo excedente absoluto de trabajo) o porque cuando el Estado lo impida (reduciendo la jornada de labor), la producción capitalista lleva implícito el que el relative value of labour (valor relativo del trabajo) baje (aumentando el ritmo o intensificación del trabajo), aumentando con ello, por tanto, el relative surplus time (el tiempo excedente relativo de trabajo)>> [K. Marx :“Teorías sobre la plusvalía” Cap. XVI a). Lo entre paréntesis es nuestro]
Progreso técnico e intensificación del trabajo
Esta realidad resultante de la contradicción implícita en el aumento histórico en la composición orgánica del capital, ha venido determinando otro fenómeno de la explotación del trabajo por el capital, cual es, el de la intensificación del trabajo, entendida por un mayor gasto de energía laboral para la producción de valor y plusvalor en un mismo lapso de tiempo:
<<…En general, el método de producción del plusvalor relativo consiste en poner al obrero, mediante el aumento de la fuerza productiva del trabajo, en condiciones de producir más, con el mismo gasto de trabajo y en el mismo tiempo. El mismo tiempo de trabajo, agrega al producto global el mismo valor que siempre, a pesar de que este valor de cambio inalterado se representa ahora en más valores de uso, y por tanto, se abate (hace disminuir) el valor de cada mercancía singular (producto de un menor tiempo de trabajo necesario). Otra cosa acontece, sin embargo, no bien la reducción coercitiva de la jornada laboral —con el impulso enorme que imprime al desarrollo de la fuerza productiva y a la economización de las condiciones de producción (máquinas y materias primas)—, impone a la vez un mayor gasto de trabajo en el mismo tiempo, una tensión acrecentada de la fuerza de trabajo, un taponamiento más denso de los poros (de tiempo muerto o improductivo) que se producen en el tiempo de trabajo (menos intenso), esto es, impone al obrero una condensación del trabajo en un grado que es sólo alcanzable dentro de la jornada de labor reducida.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XIII Punto 3. c)
Pero, a diferencia de lo que ocurre con el aumento del plusvalor
relativo que el capital obtiene incrementando la productividad del trabajo —con
el mismo gasto de energía laboral por mediación
de la ciencia aplicada a los medios de trabajo—, la intensificación
del trabajo, esto es, la condensación de más gasto
de energía productiva por unidad de tiempo
que se obtiene aumentando el ritmo de las sucesivas
operaciones previstas por el diseño de la maquinaria atendida por cada
operario, desemboca en un aumento del plusvalor relativo
manteniendo igual el valor del producto.
En “Teórías de la Plusvalía”, Marx
trató el asunto de la intensificación del trabajo como consecuencia
de la aplicación de la maquinaria en manos del capital, sobre la base
de una composición orgánica del capital constante, cuando a cada
obrero se le pone a mover más medios de producción al mismo tiempo.
Esto sólo es posible si la productividad del trabajo sigue siendo la
misma pero se aumenta el ritmo de funcionamiento del capital fijo
poniendo a cada operario en trance de tener que ejecutar más operaciones
en un mismo espacio de tiempo por un mismo salario. Por ejemplo, que en cinco
horas despliegue más energía y su trabajo rinda más producto
que en ocho. En este caso, si tal como hemos supuesto la productividad se mantiene
constante, el producto global sigue conteniendo el mismo valor que antes; pero
aumenta el número de unidades del producto mientras que la retribución
salarial sigue siendo la misma; por tanto, su valor en realidad aumenta, y este
aumento de valor o plusvalor es embolsado por el capitalista. Así:
<<…El capitalista saldrá aquí ganando 3 horas, exactamente lo mismo que si aumentara la productividad del trabajo, cuando, en realidad, este no ha aumentado su productividad.>> (K. Marx: Op. Cit.)
Ahora bien, si se trata de uno o varios casos aislados en el marco de un mismo país o espacio económico de formación de valor, el mayor grado de intensidad del trabajo aplicado en estas esferas de la producción y su plusvalor resultante, se contará como “trabajo simple potenciado” o “trabajo compuesto”. Pero, en realidad, bajo semejantes condiciones estas expresiones no son más que eufemismos para ocultar que se trata de una modificación de la ley del valor que permite vender mercancías por encima de su valor, esto es, que se anula la ley del intercambio entre valores equivalentes, del mismo modo que una nave espacial puede anular la ley de la gravedad en tanto que opera en otro sistema de referencia o bajo distintas condiciones (de ingravidez), lo cual no hace más que confirmar la ley general bajo las condiciones no modificadas. Tan es así que, no bien la excepcionalidad de esos casos de mayor intensidad relativa del trabajo se generaliza en un determinado mercado nacional, el precio de cada mercancía debe descender con arreglo a las cantidades ofrecidas en el mercado, tal como cuando la nave espacial regresa a la Tierra. Así lo dice Marx y es cierto no precisamente porque se haga falacia de autoridad:
<<Si esta intensificación del trabajo fuese general, descendería necesariamente el valor de la mercancía con arreglo a la reducción del tiempo de trabajo. El grado de intensidad se convertiría en su grado medio, en su cualidad natural. Pero cuando esto ocurre en determinadas esferas, se trata de trabajo compuesto, de trabajo simple potenciado. Menos de una hora de trabajo más intensivo rendirá entonces tanto como el más extensivo y aportará el mismo valor. […]
Dentro de estos límites, podemos afirmar lo siguiente:
Si el capitalista no paga nada por la extensión o intensificación del trabajo, aumentará su surplus value [plusvalor] (y también la ganancia, suponiendo que no se dé cambio alguno en el value del capital constante, puesto que el modo de producción sigue siendo el mismo) —su ganancia— ha aumentado más rápidamente que su capital. No pagará no necessary labour [ningún trabajo necesario].>> (Op. Cit. Lo entre corchetes es nuestro.) (11)
Pero mientras en el mercado internacional se mantenga el desarrollo desigual entre el centro capitalista y la periferia, como consecuencia directa del progreso desigual en la composición orgánica del capital a escala internacional, los diversos grados de intensificación del trabajo no dejarán de ser la causa de una distribución internacional de plusvalor por efecto de un intercambio internacional también desigual. Marx vuelve sobre este mismo pensamiento en el capítulo XX B del mismo Libro I, donde al principio se refiere a la diferenciación salarial entre distintos países como consecuencia de su desarrollo nacional desigual que no puede nivelarse mediante la tasa de ganancia media porque se trata de la formación del valor en dos espacios distintos o aislados, como en dos sistemas de referencia del valor diversos. Y en tanto esta realidad persista, la jornada laboral más intensa en los países de mayor desarrollo relativo, seguirá contando como creadora de mayor valor relativo, concluyendo que:
<<…La jornada laboral más intensa de una nación se representa en una expresión dineraria más alta que la jornada menos intensa de otra.>> (K. Marx. Op. Cit.)
Allí nos describe y explica, también los diversos factores que intervienen en la determinación de la magnitud de valor de la fuerza de trabajo en distintos países, como son:
<<(el) precio y volumen de las necesidades vitales elementales —naturales e históricamente desarrolladas—, costos que insume la educación del obrero, papel desempeñado por el trabajo femenino y el infantil, productividad del trabajo, magnitud del mismo en extensión e intensidad. Incluso la comparación más superficial exige, por de pronto, reducir a jornadas laborales iguales el jornal medio que rige en las mismas industrias de diversos países.…>> (K. Marx: Op. Cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Y seguidamente agrega, como requisito importante para la burguesía, el hecho de aplicar el método de pago a destajo o por pieza, dado que esta forma de remuneración estimula en el obrero una mayor explotación de su trabajo, y a la patronal le facilita un más exacto discernimiento entre salario y plusvalor en términos de productividad e intensidad del trabajo:
<<…Tras esta equiparación de los jornales, se debe traducir nuevamente el salario por tiempo en pago a destajo, ya que sólo este último constituye un indicador tanto de la productividad como de la intensidad del trabajo>> (Op. Cit.)
Como vemos, Marx aquí menciona los costes de formación (educación) que constituyen el llamado “trabajo complejo” por contraposición al trabajo simple. Pero seguidamente, entre todos esos factores no parece ser precisamente ése el que releva entre los que, a su juicio, intervienen decisivamente en la determinación de esas diferenciaciones salariales entre distintos espacios nacionales. Pero lo que sí observa Marx con toda nitidez como característica de las relaciones internacionales de intercambio, es que “en la mayor parte de los casos”, a cambio de un precio relativamente inferior de la fuerza de trabajo que los capitalistas de los países más desarrollados pagan a sus obreros, cobran un precio relativamente más elevado del trabajo vivo incorporado a los productos que exportan a los países menos desarrollados: Así lo dice Marx:
<<En la mayor parte de los casos, encontraremos que el jornal (costo de la fuerza de trabajo) inferior de una nación (más desarrollada), expresa un precio más elevado del trabajo, y el jornal más elevado de otra nación (menos desarrollada), un precio inferior del mismo (trabajo)>> (Op. Cit. El subrayado es nuestro)
Naturalmente que el precio de la fuerza de trabajo
o jornal debe ser siempre menor que el coste de poner en movimiento esa fuerza
de trabajo, ya que el trabajo incluye no solo el tiempo
necesario, sino el tiempo excedente que
constituye el plusvalor. Y en el caso de una nación
desarrollada, la patronal capitalista no solo obtiene buena parte del plusvalor
sin pagar o pagando relativamente menos a cambio de la mayor productividad de
ese trabajo más intenso, sino que al poder procesar este mayor trabajo
con el mismo capital fijo, lo amortiza en menos tiempo convirtiendo así
este doble ahorro en más plusvalor. Este mayor plusvalor relativo por
vía de un menor coste de poner en movimiento la misma cantidad de trabajo,
se acrecienta todavía más allí donde predomina el salario
a destajo —régimen cuya intensidad del trabajo permite
alcanzar la mayor productividad por unidad de tiempo aumentando el trabajo excedente,
mientras el coste del trabajo por jornada se reduce todavía más,
aunque el tiempo en que opere se mantenga constante, debido precisamente al
mayor ritmo que se autoimponen los trabajadores sometidos a este régimen.
Es en este contexto que se hace preciso entender inequívocamente lo que
significa la expresión de Marx “precio más elevado”
del trabajo de los países más desarrollados,
y que, a nuestro juicio, no es ni más ni menos que un sobre precio por
encima del coste real del trabajo, relativamente bastante
menor en los países desarrollados, en razón de la mayor productividad
e intensidad del trabajo a que son sometidos sus asalariados, es decir, del
mayor plustrabajo que tiene su contrapartida en el menor coste de poner en movimiento
el trabajo.
Para ilustrarlo, en este punto Marx cita a James Anderson quien, en polémica
con Adam Smith a propósito de este asunto, arroja más claridad
diciendo lo siguiente:
<<“No es, en efecto, el salario que se le da por día al trabajador lo que constituye el precio real del trabajo aunque sea su precio aparente. (Para Anderson, lo que el patrón compra al trabajador no es su fuerza de trabajo sino su trabajo, porque eso es lo que adquiere y usufructúa). El precio real es lo que al patrón le cuesta efectivamente cierta cantidad de trabajo ejecutado, y, desde este punto de vista, en casi todos los casos el trabajo es más barato en los países ricos que en los pobres (dado que por cada unidad de tiempo extraen más tiempo excedente o plusvalor respecto y a expensas del trabajo necesario o salario), aunque el precio del trigo y de otros medios de subsistencia usualmente sea mucho más bajo en los últimos (los pobres) que en los primeros…Calculado por días, el trabajo es mucho más barato en Escocia que en Inglaterra…(sin embargo) La tarifa de destajo por lo general es más baja en Inglaterra” (cuesta menos)>> (James Anderson citado por Marx de “N. 2079 en “Teorías sobre la Plusvalía” Cap. XIII 4. Lo entre paréntesis es nuestro)
Por eso Marx aconseja —según lo citado más
arriba— que para calcular el valor real creado por el trabajo en todos
los casos, hay que reducir el pago de los salarios por días, a jornal
por destajo, porque ahí se ve con claridad el valor que la patronal de
los países desarrollados perciben por los conceptos de productividad
e intensidad del trabajo, en detrimento de sus colegas en los países
de menor desarrollo relativo. Cobran por un gasto en trabajo que no pagan, aunque
los salarios que perciben sus trabajadores tenga un poder adquisitivo mayor
que el de los países menos desarrollados.
De estas observaciones de Anderson, Marx concluye lo siguiente:
<<La jornada nacional de trabajo más intensa y más productiva, pues, en términos generales se representa en el mercado mundial en una expresión dineraria más alta que la jornada nacional de trabajo menos intensa o productiva (en los países menos desarrollados). Lo que vale para la jornada laboral se aplica también a cada una de las partes alícuotas (salario y plusvalor). Por consiguiente, el precio dinerario absoluto del trabajo puede estar más alto en una nación (menos desarrollada) que en otra (más desarrollada), aunque el salario relativo, esto es, el salario comparado con el plusvalor producido por el obrero, o su producto total de valor, o el precio de los víveres sea menor (en el país más desarrollado).>> (K. Marx: Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)
Esto remite al análisis crítico que hace Marx en el capítulo de “Teorías de la Plusvalía” acerca de la teoría de la renta de Smith en cuanto a los efectos del maquinismo sobre el producto del trabajo social, donde viene a decir que, con el progreso técnico incorporado al capital fijo, se necesita una cantidad “mucho menor” de trabajo vivo “para producir cada unidad elaborada” aun cuando el precio de la fuerza de trabajo “tenga que elevarse muy considerablemente”. De esto concluye Smith que “la gran reducción de la cantidad” de trabajo asalariado que la producción de cada mercancía requiere, “hace que, generalmente, se compense con creces la mayor alza que pueda darse en los precios” —por el efecto de los mayores salarios— que así deberían descender (los precios de cada mercancía). Esta realidad verificable para cada unidad de producto, multiplicada por el número de productos que hacen al PBI de un país desarrollado, no puede sino revertir en un descenso de su tasa general media de ganancia. Tal es el corolario que Marx pudo sacar de este razonamiento basado en la lógica del aumento en la composición orgánica de los capitales, diciendo:
<<Por tanto, el valor de las mercancías baja al bajar la cantidad de trabajo necesaria para producirlas, y baja a pesar de aumentar el prix réel du travail (precio real del trabajo, porque, en ese caso deberá descender el plusvalor y, con él, la ganancia). Si aquí se entiende por prix réel du travail el valor [del trabajo] (es decir, su producto de valor constituido por la suma de salario + plusvalor), la ganancia tendrá necesariamente que descender con el descenso de su valor (el de las mercancías, incluida la fuerza de trabajo). Si, por el contrario, se entiende por ello la suma de medios de sustento entregada al trabajador, la tesis de Smith será exacta incluso cuando la ganancia baja. (dando a entender que los efectos de la mayor productividad del trabajo en condiciones de competencia pura imponen su ley)
Cómo A. Smith —cuando en realidad razona— llega a una definición exacta del valeur, lo demuestra también en la investigación que hace al final del capítulo sobre por qué los draps de laine (paños de lana) eran más caros en el siglo XVI, etc.
“Costaba una cantidad mucho mayor de trabajo llevar la mercancía al mercado; y, una vez allí, podía, por tanto, necesariamente, comprar u obtener a cambio el precio de una cantidad mucho mayor de trabajo, o disponer de él”
El error, aquí —comenta Marx— se halla implícito solamente en la palabra “prix” (que hubiera debido reemplazar por la palabra valor)>> (Op cit. Apartado 2. Lo entre paréntesis nuestro. Corchetes del traductor)
Y cuando Marx atribuye aquí a Smith ser exacto en cuanto
a la teoría del valor trabajo, lo dice en el sentido de que el valor
de las mercancías está determinado por el gasto de energía
humana en trabajo, y que la mayor productividad del trabajo debe invariablemente
traducirse en un descenso del valor de las mercancías, porque reduce
el tiempo de trabajo para producirlas, a pesar del aumento en los salarios.
Y dado que, la productividad del trabajo en el capitalismo está determinada
por el aumento en la composición orgánica del capital, está
claro cual es la causa del descenso tendencial de la tasa de ganancia en los
países desarrollados. Y el resultado de esta lógica en términos
de magnitud de valor, se sobrepone a la causa contrarrestante de una mayor intensidad
del trabajo determinada por el progreso tecnológico incorporado al capital
fijo.
Aunque aquí no lo expongamos para abreviar la exposición, nosotros,
como el compañero Rolando, también estudiamos el asunto partiendo
de dos capitales A y B de igual
magnitud de valor, aunque operando con diferentes composiciones
técnicas y orgánicas. A partir de aquí, llegamos a la misma
conclusión en cuanto a que: dado el mayor coeficiente económico
y técnico relativo y la consecuente mayor capacidad de acumulación
del capital nacional en el país más desarrollado A), al cabo de
los años estemos hablando de dos capitales nacionales de muy
desigual magnitud de valor acumulado, uno de ellos: A
de mayor peso económico específico relativo, esto es, de un bando
de mayor poder económico y hasta político y diplomático
—que también incide en las relaciones internacionales de intercambio.
(11) “Si la intensidad del trabajo aumentara en todos los ramos industriales al mismo tiempo, y de manera uniforme (en un determinado país) el nuevo grado de intensidad, más elevado, se convertiría en el grado normal social establecido por la costumbre, y dejaría por tanto de contar como magnitud de extensión.” (Op. Cit.)
El supuesto metodológico introducido por Marx en “El Capital”, de que las mercancías se intercambian por sus respectivos equivalentes y la realidad del capitalismo
Al iniciar sus investigaciones para descubrir la naturaleza
de su objeto de estudio: la economía política bajo el capitalismo,
Marx se encontró con el problema de que, el movimiento de categorías
como el dinero y los precios de las mercancías, la tasa de interés,
las variaciones entre oferta y demanda etc., como consecuencia de la competencia,
así como el efecto de los cambios en la productividad del trabajo sobre
la formación del valor y el plusvalor, todas estas variables constituían
obstáculos fenoménicos en la tarea de determinar la naturaleza
o principio activo de ese objeto de estudio.
Así, por ejemplo, las modificaciones que una determinada masa de valor
creado sufre en el transcurso de su circulación, se expresa bajo la forma
de precios en dinero, el cual funge como medida de valor
indispensable para determinar su intercambio con otra masa de valor. Pero, dada
la anarquía del capitalismo donde los productores actúan independientemente
los unos de los otros no con arreglo a las necesidades sociales colectivas,
sino a la ganancia de cada cual, los precios en dinero sufren modificaciones
según los imprevisibles cambios en la productividad del trabajo, en la
oferta y la demanda y en el propio valor del dinero. De ahí que Marx
procediera metodológicamente según la máxima acuñada
por la tradición científica desde los tiempos de Galileo: “Mide
todo lo que sea medible, y lo que no, conviértelo en medible”.
¿Cómo? Eliminando del análisis los fenómenos perturbadores
que se interponen entre el observador y el núcleo interno, naturaleza
o principio activo del objeto de estudio a descubrir.
Para tal fin, en las ciencias de la naturaleza se utiliza el microscopio y los
reactivos químicos. Pero para el análisis de las formas económicas
estos medios no sirven. En su reemplazo la ciencia social debe apelar a la abstracción
metodológica mediante los llamados “supuestos simplificadores”.
Así, para determinar la influencia de los cambios en la productividad
del trabajo sobre el valor y el plusvalor contenido en las distintas mercancías,
Marx procedió a hacer abstracción de los cambios en los precios
determinados por el cambio en el “valor” del dinero, suponiéndolo
inalterable.
Pero el valor y el plusvalor de las mercancías no sólo se ve obscurecido
al investigador por efecto de los cambios en el valor del dinero —uno
de los dos polos de la relación de intercambio— sino de las variaciones
en la oferta y la demanda de las mercancías en el mercado. Para eliminar
esos factores de perturbación por el lado de las mercancías, Marx
apeló a un supuesto ficticio imaginando una situación
en que las mercancías se intercambian por sus equivalentes expresados
en dinero, cuya representatividad de valor se mantiene constante en términos
absolutos. Ciertamente, a lo largo de toda su exposición en “El
Capital”, Marx supuso una situación de equilibrio general,
donde la relación de intercambio fundamental entre los propietarios de
dinero y los propietarios de mercancías, se lleva a cabo entre equivalentes.
Pero introdujo este “quid pro quo” en su análisis no como
un reflejo fiel de lo que ocurre en la realidad, sino para investigar su objeto
de estudio, el valor de las mercancías, en toda su pureza, sin los movimientos
perturbadores en la oferta y la demanda, en los precios expresados en dinero,
en el mismo precio del dinero o tasa de interés y en la productividad
del trabajo.
El error de Astarita está no en suponer el intercambio entre equivalentes
como un requisito metodológico para determinar el movimiento interno
del objeto económico de estudio, sino en su esfuerzo por demostrar que
ese intercambio entre equivalentes se verifica en todo momento. Dicho de otro
modo, para Astarita la relación entre oferta y demanda no
está afectada por factores —entre otros de naturaleza
oligopólica— que interfieren, obstaculizan o perturban su equilibrio,
volcando el platillo de esa balanza en favor de la fuerza económica burguesa
económicamente más poderosa —oferente o demandante—
en detrimento de la fracción burguesa más débil. Al contrario,
para Rolando parece que la competencia tiende al equilibrio entre los distintos
capitales, no al oligopolio, por eso presenta las relaciones económicas
internacionales como un intercambio entre equivalentes.
Y aunque para la tarea científica de descubrir la naturaleza
económica del sistema sea necesario suponerlo permanentemente
en equilibrio, donde la oferta y demanda coinciden y los precios de las mercancías
y del dinero, así como la productividad del trabajo se mantienen constantes,
en realidad, como ya hemos visto más arriba señalado por Marx,
ese equilibrio entre oferta y demanda jamás se verifica o sólo
excepcionalmente y por azar.
Y el problema está en que no se trata aquí de explicar el núcleo
interno de la economía capitalista, sino lo más visible de él,
en nuestro caso la dialéctica entre imperialismo y burguesías
nacionales dependientes, donde opera ese desajuste cuasi permanente entre la
oferta y la demanda de las mercancías, los servicios y el dinero, así
como la productividad del trabajo en distintas partes del mundo, especialmente
en los países de mayor desarrollo relativo respecto de los menos desarrollados.
Por tanto, para estudiar los intercambios internacionales no se puede obviar
ese desajuste suponiendo al sistema en equilibrio, porque entonces eliminamos
del análisis el fenómeno que se quiere explicar.
A la naturaleza del sistema, a su dialéctica
interna, solo se la puede descubrir y explicar científicamente
mediante el recurso a la abstracción de todas sus formas de manifestación
o fuerzas que interactúan y parece que se mueven caóticamente
velando u oscureciendo la ley que preside ese movimiento aparentemente anárquico.
Por eso hay que suponer todos esos factores como no existentes, para poder explicar
los fenómenos económicos por su núcleo interno “en
la forma que corresponde a su concepto”, esto es la Ley del valor.
Pero una vez que se ha descubierto la Ley o núcleo interno que preside
el movimiento de ese objeto de la economía política que es el
valor y el plusvalor, para explicar sus formas de manifestación no se
las puede seguir considerando como no existentes desde la quietud del equilibrio,
porque entonces no podemos explicar nada o lo que expliquemos no corresponderá
al concepto de ese objeto en su existencia.
Y como en nuestro caso hay que explicar las formas de manifestación de
la ley del valor en el ámbito de las relaciones económicas internacionales,
esto ya no se puede hacer sin abandonar el supuesto del equilibrio, es decir,
del intercambio de equivalentes, porque lo que precisamente hay que estudiar
es el desequilibrio, es decir, el intercambio entre no equivalentes, las modificaciones
a la Ley del valor en contradicción con su cumplimiento como prueba de
que esa ley rige sin embargo tal anarquía. De lo contrario, deberíamos
admitir, como hacía David Ricardo, que el comercio exterior consiste
en el simple cambio de unos valores de uso por otros de distinta clase, esto
es en resolver un simple problema de realización de valores equivalentes
por ambas partes en una relación de intercambio y no de acumulación
de plusvalor por una de ellas. Y esto, en la realidad, no es así:
<<Consideremos el problema tal como ha sido configurado históricamente. Si se admite —como lo hace Ricardo— la absoluta validez de la ley del valor, o sea, si se supone la venta de las mercancías a su valor en el comercio internacional, entonces el comercio exterior carece de importancia para el problema del valor y de la acumulación de valor. A través del comercio exterior, dadas estas circunstancias, solo son intercambiados valores de uso de una clase por valores de uso de otra, con lo cual la magnitud del valor y de la ganancia permanece invariable. (…)
Pero dado que en el comercio internacional no se intercambian equivalentes, porque aquí, lo mismo que en el comercio interno, existe la tendencia a la nivelación de las tasas de ganancia, entonces las mercancías del país capitalista más altamente desarrollado, o sea, de un país con una composición orgánica media del capital más elevada, son vendidas a precios de producción que siempre son mayores que los valores, mientras que, al contrario, las mercancías con una composición orgánica del capital inferior, son vendidas en libre competencia a precios de producción que, por regla general, deben ser inferiores a sus valores.>> (Henryk Grossmann: “La Ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Cap. XIV 1 c)
Sin la tarea previa de descubrir la Ley del valor no se pueden
explicar científicamente los fenómenos de la economía política;
pero una vez descubierta esta Ley, hay que aplicarla a los fenómenos
tal y como se presentan, no como nosotros suponemos que se presentan. Por tanto,
lo que no se puede hacer es aplicar la Ley del valor a los fenómenos
del desequilibrio permanente suponiendo el equilibrio permanente.
En el capítulo VIII del Tercer Libro, Marx presentó la alternativa
a Ricardo sobre el problema del intercambio internacional. Allí puso
un ejemplo en el que se comparan dos capitales de igual magnitud de valor, pero
que operan con distintas composiciones orgánicas, esto es, con diversa
productividad del trabajo. Por tanto, con desiguales tasas de explotación
y de ganancia. El ejemplo es el siguiente: un país europeo donde la composición
media de valor de su capital social global es:
84Cc. + 16Cv. + 16Pv. = 116
y un país asiático cuya composición media de valor es:
16Cc. + 84Cv. + 21Pv. = 121
Donde Cc. significa “capital constante”,
Cv “capital variable” y Pv plusvalor.
De aquí se desprende que la tasa de explotación de los capitalistas
europeos es del 100%, mientras la de los asiáticos es del 25%, o sea
que, en proporción a sus obreros empleados —un 525% menos que los
asiáticos—, los europeos producen un 25% más de plusvalor
que los asiáticos. Pero la tasa de ganancia de los capitales europeos
es del 16% mientras que la de los asiáticos del 21%, o sea, más
de un 25% mayor que la de los capitalistas europeos.
Ahora bien, tal como sucede en los respectivos mercados internos de los diferentes
países, la competencia internacional tiende a nivelar las distintas tasas
de ganancia, no el valor de las mercancías. ¿Por qué? Pues,
porque bajo el capitalismo no se trata de producir valores de uso sino valores
y no sólo valores sino plusvalor para los fines de la acumulación.
Esta es su especificidad sistémica. Por lo tanto, las mercancías
de los países capitalistas altamente desarrollados con una composición
orgánica media relativamente más alta, deberán ser vendidas
a precios de producción mayores a los valores creados por sus asalariados,
mientras que, al contrario, las mercancías de países que operan
con una composición orgánica media relativamente más baja,
serán vendidas en libre competencia a precios de producción por
lo regular inferiores a sus valores. Porque a lo que tiende la competencia intercapitalista
no es a que se intercambien equivalentes, sino a fijar unos precios de intercambio
que distribuyan la ganancia social producida por los distintos capitales según
su respectiva masa en funciones. Y esta es la finalidad del intercambio, su
ley interna que la oferta y la demanda se encarga de ejecutar. Por tanto, dada
la diferente composición orgánica —o sea, la distinta productividad
de los capitales que intercambian sus productos— los precios a que se
realiza ese intercambio deberán necesariamente diferir de los valores
creados por sus distintas estructuras productivas, de tal modo que el mercado
opere una determinada transferencia de plusvalor desde
la estructura capitalista menos productiva hacia la más productiva:
<<En el ejemplo de Marx arriba mencionado, esto significaría que, (a instancias de la competencia internacional entre los distintos capitales) en el mercado mundial se formaría una tasa de ganancia media del 18,5% y que, por lo tanto, el país europeo vendería sus mercancías a un precio de 118,5 en lugar de 116. De esta manera, en el mercado mundial se producen, dentro de la esfera de la circulación, transferencias del plusvalor producido en el país poco desarrollado al capitalista altamente desarrollado, dado que la distribución del plusvalor no se realiza según la cantidad de obreros ocupados sino según la magnitud del capital en función.>> (H. Grossmann: Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Marx ha puesto el ejemplo de dos capitales de igual magnitud de valor. Pero en la realidad, la magnitud de valor en funciones de los capitales altamente desarrollados es significativamente mayor que la que de las empresas de los países subdesarrollados, de lo cual se desprende que la masa de plusvalor que las burguesías dependientes tributan a los oligopolios internacionales localizados en los países imperialistas, es también significativamente mayor, dado que el reparto del plusvalor producido está en proporción a la magnitud de valor con que cada capital participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno en el mundo.
Conclusión
Al contrario de lo que sostiene Astarita pues, nosotros pensamos
que lo normal en espacios económicos nacionales distintos
es que las empresas capitalistas que operan en países de
mayor desarrollo relativo con capitales de una mayor magnitud de valor en funciones,
una más alta composición orgánica y menor tasa de ganancia,
deban vender sus mercancías a precios de producción por encima
de sus valores individuales, en tanto que, por el contrario, las empresas menos
productivas localizadas en los países dependientes —cuyos capitales
son de una magnitud de valor en funciones relativamente menor y operan con una
más baja composición orgánica, pero redituando una mayor
tasa de ganancia media—, deban vender sus mercancías por debajo
de sus valores de producción individuales o empresariales, de tal modo
que se convierten en tributarias de plusvalor de las que venden por encima de
esos valores. Tanto más cuanto mayor sea la masa de capital con que operan
las empresas del país imperialista más desarrollado. Ni más
ni menos que como resulta del intercambio entre diversas empresas que operan
en un mismo espacio nacional. Sólo que los mecanismos de ajuste no son
los mismos en uno y otro caso.
No hay, pues, intercambio internacional de equivalentes,
porque el desarrollo internacional desigual, determina unas condiciones
de circulación que fijan o permiten concretar una distribución
internacional de plusvalor —de acuerdo con determinadas condiciones
desiguales de producción— que normalmente favorecen
al bando económico más poderoso, a expensas
de los más débiles o relativamente menos desarrollados.
Y no parece que esto sea debido a la diferencia entre trabajo simple y trabajo
complejo, sino a las distintas masas de valor y composición orgánica
de los capitales en función que intercambian sus mercancías, es
decir, a sus desiguales capacidades estructurales de producir plusvalor. Como
hemos visto, en países de menor desarrollo económico relativo
el coste salarial por jornada es comparativamente mayor —y, por tanto,
menor el plusvalor relativo— que en los países capitalistas metropolitanos;
dicho de otro modo, dado el atraso relativo de su modo de producción,
los asalariados de los países económicamente dependientes deben
emplear más tiempo de cada jornada de labor en reproducir el equivalente
a sus propias condiciones de vida y, por tanto, menos tiempo de esa misma jornada
en producir plusvalor para sus patronos.
Sin embargo, la tasa de ganancia suele ser allí mayor que en los países
económicamente más desarrollados. ¿Por qué? Pues,
porque en los países más desarrollados, el capital constante en
funciones crece más rápidamente que la diferencia entre el mayor
plusvalor creado allí respecto del menor plusvalor creado en los países
de menor desarrollo relativo, es decir, que en los países desarrollados,
cada vez más plusvalor realizado se emplea en capital constante a expensas
o en detrimento de la inversión en salarios o capital variable. Y dado
que el plusvalor sale o brota del trabajo asalariado, la relación entre
el plusvalor y el capital total invertido —o tasa de ganancia— tiende
en esos países a descender históricamente. O sea, que, por efecto
de la competencia interburguesa, los capitalistas de los países desarrollados
destinan una parte superlativamente mayor de plusvalor a la inversión
en capital constante respecto de sus colegas de los países subdesarrollados,
y eso determina que se apropien de una parte cada vez mayor en concepto de plusvalor,
pero menor en concepto de ganancia (12):
<<El surplus value, la explotación del obrero aumenta (en los países de mayor desarrollo relativo), pero al mismo tiempo baja la tasa de ganancia, al bajar el capital variable con respecto al constante; porque el volumen del trabajo vivo en general desciende relativamente con respecto al capital que lo pone en movimiento. El capitalista se apropia bajo la rúbrica de capital (adicional o plusvalor) una parte mayor del producto anual del trabajo (añadido) y una parte menor bajo la rúbrica de ganancia>> [K. Marx: “Teorías sobre la Plusvalía” Cap. XXI – 3 e)]
Como hemos visto, este es el argumento central de la crítica de Marx al concepto de ganancia de Ricardo, y a su idea sobre la limitada importancia del comercio exterior para los países más desarrollados. El razonamiento de Marx contra Ricardo concluye en que una mayor productividad del trabajo incorporada al capital fijo, tiende necesariamente a disminuir la magnitud de valor del producto, hasta el punto de reducir, incluso, la ganancia capitalista aunque descienda el precio de los alimentos que integran el costo salarial. De ahí la importancia del comercio exterior para la burguesía de los países metropolitanos, que Marx ya entendía como una causa contrarrestante al descenso tendencial de la tasa de ganancia en esos países, por efecto del progreso de la fuerza productiva del trabajo sobre el proceso de valorización:
<<Llevado de toda su falsa concepción de la tasa de ganancia, Ricardo tergiversa totalmente la influencia del foreign trade (comercio exterior) aun cuando éste no hace bajar directamente el food (precio de los alimentos) de los labourers (obreros). No comprende cuan enorme es la importancia que, para Inglaterra tiene, por ejemplo, la obtención de materias primas más baratas para [abastecer a] la industria y que, en este caso, como ya he dicho más arriba, aunque los precios (de los alimentos) suban, la tasa de ganancia aumenta, mientras que en el caso contrario, al subir los precios (de las materias primas de uso industrial), la tasa de ganancia puede descender, aun cuando en ambos casos se mantengan invariables los salarios. >> (K. Marx: “Teorías sobre la Plusvalía” Cap. XVI-2)
Con esto Marx no menosprecia la importancia del más
bajo precio o valor relativo de las materias primas y alimentos de origen agrario
provenientes de países subdesarrollados —donde la mayor productividad
natural de la tierra más feraz, compensa con creces el menor acervo de
capital fijo empleado en el trabajo rural. Lo que dice en el contexto de su
polémica con Ricardo, es que la tendencia al descenso de la tasa de ganancia
media en los países desarrollados no está determinada por los
presuntos rendimientos decrecientes en la agricultura —como sostiene Ricardo—,
sino por el irrefrenable aumento en la composición orgánica de
su capital global, de ahí la importancia decisiva de las materias primas
más baratas de origen no agrícola procedentes del exterior, para
la valorización del capital en esos países desarrolados.
Pero la importancia del comercio exterior para los países de mayor desarrollo
relativo, no consiste sólo en las transferencias de plusvalor desde los
países subdesarrollados, que les permiten ralentizar la tendencia al
descenso en sus tasas medias de ganancia, abaratando los alimentos y materias
primas importadas de uso industrial. En el caso de los alimentos, abaten el
valor de los salarios y, en el caso de las materias primas industriales reducen
el coste de esa parte del capital constante; en el primer caso porque aumentan
el plusvalor relativo, en el segundo porque incrementan directamente la tasa
de ganancia.
Pero es que, además, este intercambio desigual que succiona plusvalor
desde la periferia al centro capitalista, refuerza en estos países todavía
más la contratendencia a la baja de sus tasas de ganancia nacionales,
al permitirles aumentar la escala de su producción industrial por la
disponibilidad para inversión de una mayor masa de plusvalor. Pero, contradictoriamente,
esto sólo puede conseguirse elevando todavía más la composición
orgánica del capital, es decir, elevando el incremento relativo de la
parte constante por cada unidad de capital adicional invertido, en detrimento
de su parte variable para el empleo de trabajo vivo, lo cual refuerza todavía
más la tendencia al descenso en la tasa general de la ganancia media
por vía de un menor incremento histórico en la masa de plusvalor
capitalizable en esos países, respecto del capital global invertido.
Tal es el drama al que se enfrentan los países de mayor desarrollo relativo
y por extensión lógica, el sistema en su conjunto. Lo cual amenaza
la continuidad de su proceso de acumulación como un perpetuum
mobile sin interrupciones violentas, al coste de dolorosas consecuencias
humanas. Y es en este momento de su análisis, cuando Marx se pregunta
si el capital invertido en las industrias cuya producción se orienta
hacia el comercio exterior, obtiene o no una tasa de ganancia más elevada
en virtud del intercambio desigual, ante lo que contesta taxativamente:
<<Los capitales invertidos en el comercio exterior pueden arrojar una tasa de ganancia superior porque, en primer lugar, en este caso se compite con mercancías producidas por otros países con menores facilidades de producción, de modo que el país más avanzado vende sus mercancías por encima de su valor, aunque más baratas que los países competidores. En la medida en que aquí el trabajo del país más adelantado se valoriza como trabajo de mayor peso específico, aumenta la tasa de ganancia al venderse como cualitativamente superior el trabajo que no ha sido pagado como tal (se refiere al trabajo más intenso). La misma relación puede tener lugar con respecto al país hacia el cual se envían las mercancías (producto de un trabajo de mayor peso específico) y del cual se traen mercancías (producto de trabajos de menor peso específico); a saber, que dicho país dé mayor cantidad de trabajo objetivado in natura [en especie] que el que recibe, y que de esa manera, no obstante, obtenga la mercancía más barata de lo que (a) él mismo podría (costarle si se pusiera a) producirla>>(K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XIV – V. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)
Aunque sólo se trate aquí de un país —el más avanzado— en relación al resto de países desarrollados que compiten con él, para Marx esto supone ya una modificación de la ley del valor respecto al intercambio de equivalentes. Y aquí, en tanto se trate de trabajo no pagado que la burguesía de los países más desarrollados pueda capitalizar sobre la base del intercambio desigual, da lo mismo que este plusvalor sustraído de los países dependientes sea considerado como gasto de “trabajo complejo” o de “trabajo más intenso” en tanto que se trate de trabajo no pagado:
<<Es exactamente lo mismo que el fabricante que utiliza un nuevo invento antes de generalizarse, vendiendo más barato que sus competidores, no obstante lo cual vende su mercancía por encima de su valor individual, es decir, que valoriza como plustrabajo la fuerza productiva específicamente más elevada del trabajo que ha empleado. De esta manera realiza una plusganancia.>> (Loc. Cit.)
En cualquier país o espacio nacional en que se opera
una determinada formación de valor, las fracciones de la burguesía
que —con la misma masa de capital en funciones— producen plusvalor
en más tiempo de trabajo respecto al promedio nacional
que fija la ganancia media, la competencia se encarga de que —si consiguen
no desaparecer— deban ser proporcionalmente tributarias de plusvalor hacia
las fracciones que producen por debajo de ese promedio.
Y en el terreno internacional, es decir, entre espacios económicos nacionales
distintos, debe pasar lo mismo, sólo que no a través de la formación
de la tasa de ganancia media y la diferencia entre los valores individuales
y sus correspondientes precios de producción, sino a través del
mayor poder adquisitivo de las monedas fuertes y de la fijación de precios
de las mercancías de exportación por encima de los precios internos
de producción. Tal es lo que se concluye de lo razonado por Marx, tanto
en sus “Teorías sobre la Plusvalía” como
en “El Capital”, aun cuando nunca haya podido presentar
un desarrollo sistemático de su pensamiento acerca del asunto.
Cierto, como hemos visto y en coincidencia con lo que sostiene Rolando según
cifras elaboradas por Javier Martínez Peinado en: “Globalización,
fábrica mundial y progreso” http://www.redem.buap.mx/word/martinez3.do,
<<…el conjunto de los países de la periferia proporcionaban, en 1995, el 70% del tiempo de trabajo total mundial dedicado a la manufactura. El autor elabora estas cifras a partir de datos de la OIT. En 1995 en el centro se trabajaban 128.463 millones de horas de trabajo, y en la periferia 288.404 millones. Sin embargo la participación de la periferia en el valor añadido global en la manufactura era de apenas el 22,5% del total.>> (Op. cit. Cap. 11)
Pero es precisamente por esto que los países más
desarrollados del centro capitalista tienen el poder de sustraer plusvalor creado
en la periferia a cambio de nada, para incrementar sus tasas de ganancia nacionales
en detrimento de la masa de plusvalor creado en los países de las burguesías
nacionales dependientes. ¿Cómo?: vendiendo sus mercancías
—allí donde pueden porque la competencia se lo permita— a
precios internacionales de mercado superiores a sus precios nacionales de producción.
Según este razonamiento de Marx, el comercio exterior
de mercancías no sólo sirve a las burguesías nacionales
de los países imperialistas como medio de realizar el plusvalor creado
en sus espacios nacionales, sino para capitalizar plusvalor producido en los
países económicamente dependientes. De lo contrario, no vemos
cómo puede hablarse de países económicamente
dependientes si es que no son tributarios de plusvalor al centro
burgués imperialista, ni cual es la base económica que explica
esa contradicción burguesa que todavía incide sobre la superestructura
política, traducida en las distintas variantes del reformismo nacionalista
burgués.
Desde el punto de vista de la explicación científica de los fenómenos
económicos, Rolando tiene razón cuando recusa a Hilferding y a
Mandel en el capítulo 6 de su libro al preguntar:
<<….¿por qué la tasa de ganancia del monopolio se establece a tal nivel y no a otro? La única respuesta posible remite al poder de mercado y de manipulación de precios de las empresas. O sea, la tasa de ganancia monopólica dependería de las relaciones de fuerzas y no de los tiempos de trabajo social. No hay manera de encajar la ley del valor en este enfoque.>> (Op. Cit.)
Frente a esta objeción, a nosotros se nos ocurre contestar
con esta otra pregunta. ¿Por qué razón objetiva se explica
una de las causas contrarrestantes que Marx destaca a la tendencia descendente
de las tasas de ganancia en los países imperialistas, si no es por las
“modificaciones a la ley del valor” —determinadas
por el desarrollo internacional desigual del trabajo— que suponen las
relaciones de fuerza prevalecientes en el mercado entre el capital oligopólico
de los países imperialistas y las burguesías nacionales dependientes
de la periferia internacional capitalista?
Que la tasa de ganancia oligopólica niegue la ley del valor no quiere
decir que esa ley deje de actuar marcando el paso de la tendencia a la igualación
internacional de las tasas de explotación nacionales, y en esto consiste
esencialmente la globalización. Pero, de momento, la realidad es la que
es y hay que aceptarla como una condición de existencia del capitalismo
actual que es necesario superar políticamente. La intención de
forzar teóricamente esa realidad para facilitar la lucha política
contra el reformismo nacionalista burgués, sin duda es loable, pero no
deja de ser idealista. Y ya sabemos que el idealismo jamás ha conducido
a nada de provecho para la revolución, porque al no reconocer la realidad
tal cual es forzándola teóricamente con la intención de
superarla políticamente, lo que se hace en realidad es confirmarla. En
tal sentido, la base material del fenómeno “de la manipulación
de precios” por parte de las fuerzas oligopólicas, aparentemente
no puede explicarse por la ley del valor, como tampoco parece que esta ley pueda
explicar, según veremos, el desigual salario entre obreros de países
con diferente productividad. En efecto, si como es cierto que:
<<El mismo trabajo, pues, por más que cambie la fuerza productiva del trabajo, rinde siempre la misma magnitud de valor en los mismos espacios de tiempo.>> (K. Marx: Libro I Cap. XX)
Pero, si como también es cierto que los obreros de los países relativamente más desarrollados necesitan trabajar menos que los obreros de los países subdesarrollados para crear el mismo valor incorporado a sus medios de vida, esto explica que el precio internacional de la fuerza de trabajo o salario de los primeros sea mayor que el de los segundos, tal como hemos visto más arriba en la cita de Marx sobre la que volvemos nuevamente aquí. Sin embargo:
<<En la mayor parte de los casos encontraremos que el jornal inferior de una nación (más productiva o desarrollada) expresa (en el mercado internacional) un precio más elevado del trabajo, y el jornal más elevado de otra nación (menos desarrollada) un precio menor del mismo>> (K. Marx: “El Capital”Libro I Cap. XX)
Esto quiere decir que el precio o
la forma de manifestación en dinero de una cosa,
puede diferir de su valor y normalmente esto es lo que
pasa con los salarios. ¿Por qué? Pues, porque aun cuando la dinámica
económica del capitalismo se explica científicamente por el equilibrio
en los mercados, su función en la realidad no es precisamente respetar
ese equilibrio, sino transgredirlo. Pero este desequilibrio, esta diferencia
entre el precio de mercado fijado en dinero por la oferta y la demanda, y el
valor fijado en cada caso por el tiempo de trabajo necesario para producir esa
misma cosa en espacios económicos distintos, solo puede darse fuera de
una situación de equilibrio, es decir, cuando el intercambio no se realiza
según la razón de sus equivalentes o, por mejor decir, según
su concepto. ¿Quiere esto decir que la ley del valor deja de actuar en
semejantes circunstancias? Al contrario, el desequilibrio indica que actúa.
Simplemente significa que el mercado verifica una modificación de esta
ley universal en la economía política, del mismo modo que un avión
en vuelo verifica una modificación de la ley de la gravedad universal
en la física. Pero el avión tiene que aterrizar, del mismo que
los precios tienden a ajustarse a los valores fluctuando en torno a ellos.
No es pues, la equivalencia de los tiempos de trabajo lo que determina normalmente
los intercambios mercantiles en la realidad de la economía política
—como se empeña en demostrar Astarita en su libro— sino el
mercado. Y lo que sucede normalmente en la esfera de la circulación,
en el mercado, es que los precios a los que se intercambian los productos —incluida
la fuerza de trabajo— fluctúan en torno a sus valores pero “jamás
coinciden”; y si lo hacen es sólo excepcionalmente y por casualidad,
como sostiene Marx en el pasaje de “El Capital” citado
más arriba.
Porque, contradictoriamente, es durante esos momentos fugaces en que estas casualidades
puntuales del equilibrio se producen y las mercancías se intercambian
por sus valores, cuando la ley del valor deja de actuar. Y es precisamente ahí
donde se la puede estudiar con el mayor rigor y en toda su pureza. Por eso Marx
ha supuesto la constancia en el valor del dinero como oro amonedado y el equilibrio
entre oferta y demanda en los mercados, donde, bajo estos supuestos, los precios
se equiparan con los valores. Pero no hay que confundir el método científico
para descubrir la ley general de la acumulación
capitalista que rige el movimiento del capital social global,
con el método para explicar ese movimiento, la dialéctica
entre capitales particulares. Allí debe suponerse el equilibrio
a través de la abstracción científica, aquí debe
explicarse el desequilibrio habitual entre precios y valores aplicando la ley
del valor.
El corolario de este razonamiento, es que el desequilibrio entre precios y valores
explica el intercambio internacional desigual, pero
el intercambio internacional desigual se explica por el desarrollo
internacional desigual. Finalmente, el desarrollo internacional
desigual se explica por la diferente composición orgánica media
entre los capitales sociales globales de los diferentes países, lo cual
se expresa en el precio de sus respectivas monedas nacionales, y en los distintos
tipos de cambio de las monedas nacionales en los mercados monetarios internacionales.
Dicho de otro modo, no es en la circulación internacional de las mercancías
sino en su producción donde hay que ir a buscar la explicación
de las relaciones económicas internacionales. Para nosotros, pues, el
intercambio desigual es la base material sobre la cual cabalga la dialéctica
internacional entre los distintos capitales nacionales y, por tanto, también
a nivel internacional entre imperialismo y burguesías nacionales dependientes.
Y esta dialéctica se explica por las modificaciones de la
ley del valor que determinan el intercambio internacional desigual.
Pero el intercambio internacional desigual se explica por el desarrollo internacional
desigual, es decir, por la mayor o menor capacidad de producir y acumular plusvalor
entre la burguesía de los diferentes países. Y esta mayor o menor
capacidad para acumular viene directamente determinada por la diferente composición
orgánica media de los distintos capitales globales nacionales.
Teniendo en cuenta que la lógica de todo este complejo de relaciones
está férreamente determinada por el principio activo del capitalismo
o “Ley General de la Acumulación Capitalista” —consistente
en convertir la mayor parte de trabajo necesario en excedente o plusvalor para
los fines de la valorización— la conclusión de este razonamiento
es que al reformismo nacionalista pequeñoburgués no se le debe
combatir políticamente desde la teoría basada en el supuesto equilibrio
de los mercados internacionales para demostrar que no hay intercambio desigual
ni tampoco expolio de las burguesías dependientes por las burguesías
imperialistas, sino desde la teoría basada en la tendencia objetiva al
derrumbe del capital global en su conjunto, como consecuencia de la creciente
insuficiencia de su base social de valorización que es el trabajo asalariado
Y en tanto que la pequeñoburguesía participa de la misma lógica
de la explotación del trabajo asalariado, jamás será capaz
de salir por si misma de esa lógica sino al contrario, razón por
la cual deberá ser el proletariado quien lo haga por ella pero no con
ella sino contra ella, en tanto comprenda que nadie hará por él
lo que él no sepa hacer por sí mismo.
(12) El plusvalor es siempre una magnitud absoluta, en tanto que la ganancia es el resultado de una relación, de ahí que el plusvalor puede estar registrando un aumento en su masa, al tiempo que, puesto en relación con el capital invertido, la tasa de ganancia verificar un descenso en su incremento. Y esto sucede cuando una parte creciente y considerablemente mayor de plusvalor obtenido en cada rotación, se invierte en capital constante a expensas de capital variable.
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e-mail: gpm@nodo50.org