Productividad
y sobresaturación permanente de capital
Dado
el nivel histórico de progreso científico-técnico alcanzado por el desarrollo
de la fuerza productiva del trabajo social y el consecuente aumento en su composición de valor, a
principios del siglo pasado el sistema por primera vez se topó con el límite que supone la sobresaturación permanente de
capital, que afectó a un cada vez
mayor número de países, donde sus tasas
de acumulación llegaron a ser tan
elevadas, que impedían sucesivos incrementos
de plusvalor cuyos costos no justifican producirlo.[1]
En tales condiciones, por entonces ese capital excedentario solo podía ser rentabilizado
exportándolo a otros países o invertirlo como capital de riesgo en diversos
mercados internacionales especulativos.
Una realidad que Lenin observó que se verificaba y denominó “nuevo capitalismo”:
<<Lo
que caracterizó al viejo capitalismo, en el cual dominaba por completo la libre
competencia, era la exportación de mercancías. Lo que caracteriza al capitalismo moderno (de tipo oligopólico) es la exportación de capital>> (El imperialismo
fase superior del capitalismo” Cap. 4. Lo entre paréntesis nuestro)
Pero hoy día, el “nuevo capitalismo” —más caduco ya
que los trapos—, no solo es esto. En nuestra reciente publicación titulada: Sí, se puede. ¡¡NO sin acabar con
el capitalismo!!, referenciamos
la enajenación de 68 empresas públicas españolas privatizadas entre 1985 y 1996
por el gobierno del PSOE. Hoy a la vista está, que bajo el nuevo gobierno del
Partido Popular la sobresaturación
del capital excedentario sigue presionando todavía
más, porque es mucho mayor que por entonces. Y esta vez ejerce presión sobre
los restos del llamado Estado
del Bienestar, materializado en los servicios
públicos de salud, educación y protección a la dependencia, pugnando
por su privatización, que se volverá irresistible si es que el proletariado no
decide acabar con el capitalismo.
A juzgar
por el resultado de tales
presiones, está claro que los aparentes
enfrentamientos entre las distintas fracciones
políticas de la derecha y la
izquierda en cada Estado nacional —fuera y dentro de las instituciones
“democráticas”—, esconden el
hecho cierto de que se reparten las tareas
estratégicas que exige el sistema, según las condiciones que, en cada
momento los propietarios de los
medios de producción y de cambio desde la sociedad civil les ordenan
ejecutar. Y esto es rutina
común en todos los países del Mundo sin
excepción. La prueba está, por ejemplo, en que así como la izquierda española
gobernó asumiendo disciplinadamente la responsabilidad de comenzar la liquidación
del llamado Estado del Bienestar entre 1985 y 1996, privatizando las empresas públicas
del INI, la derecha está tratando hoy de
acabar esa tarea privatizando
los sistemas públicos de
salud, educación y asistencia social a los discapacitados dependientes de sus
familias, tal como así lo exige la Ley General de la acumulación capitalista en
su etapa tardía y la burguesía pugna por ello.
Y de
seguir con esta misma rutina política “democrática”, donde parece que la derecha liberal y la izquierda “socialista”
son como el agua y el aceite pero subrepticiamente
rige la dictadura del capital,
la humanidad se verá condenada a repetir la misma historia. “El eterno retorno
de lo mismo” que decía Nietzsche.
Por más
vueltas que se le dé a este asunto, tal como sucede con el péndulo en los
viejos relojes, el hecho de que la voluntad política electoral de las mayorías
sociales vaya y venga en el tiempo entre la izquierda y la derecha política en
las instituciones del Estado, no por eso cambia en absoluto el mismo punto de
referencia existencial que es el sistema
económico capitalista: la dictadura del capital. La sobresaturación de capital excedentario
determina hoy que la mayoría de los servicios públicos de salud y educación sean
privatizados. Y esta es una
tendencia objetiva que solo se puede impedir acabando con el capitalismo. ¿Queremos capitalismo? Pues,
¡¡toma capitalismo!!
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[1] La tasa de acumulación es un indicador de la proporción en que —según progresa la fuerza productiva del trabajo—, parte del salario es convertido en plusvalor ya capitalizado. Proceso que, dados los férreos límites naturales de la jornada de labor media, llega a un punto en que su continuidad se torna imposible.