02. Génesis
de la corrupción política por la misma causa sistémica
Tal fue el
mismo error que por ignorancia, falsa creencia en la supuesta predestinación
de su persona y ambición de poder, cometió Hugo Chávez Frías contagiando de
ese mismo delirio suyo a Nicolás Maduro. Un prurito cuasi religioso inadvertidamente oportunista, por
debajo del cual no ha dejado de bullir el magma de la Ley del valor, que rige al sistema y, a su vez, genera
la política envilecedora que se apodera de sus mensajeros: los políticos eventualmente a cargo de los gobiernos
de turno. Y aquí no debe confundirse la causa con su consecuencia,
es decir, al sistema que objetivamente
hace a la política envilecedora,
con los políticos corrompidos que subjetivamente
hacen al envilecimiento de la política.
Porque la verdad es, que ese vértigo de todo ciudadano de a pie, que se apodera
de él cuando decide participar en las instituciones políticas de cualquier
Estado nacional, sólo puede provenir de la política corrupta envilecedora que envilece.
O sea, del sistema económico, de la Ley económica que actúa por mediación
de esa otra cosa antediluviana llamada mercado y su forma de manifestación:
el negocio entre partes
interesadas.
Estamos, pues, ante una especie de Ébola social que determina férreamente el comportamiento de los llamados “fondos de inversión” y, a través de tales instituciones económicas, se trasmite fatalmente hacia los políticos, jueces, fiscales y demás personal institucionalizado al interior de los distintos Estados nacionales, que juntos hacen a la Comunidad Internacional de los explotadores corruptos que todo lo corrompen. Esta verdad es la que no han podido asimilar con su pensamiento, los hoy doctores eméritos en “ciencias” políticas, líderes de “Podemos”. Y no porque nadie se lo haya impedido, sino porque ellos han elegido ese camino: el más corto y complaciente para calmar el prurito personal de triunfar en la vida, que sin duda también está en los genes de esta sociedad, induciendo al afán de figurar ambicionando el poder político. Por aquí comienza su faena contagiosa el germen de la corrupción. ¡¡No por otro sitio sino por aquí, señores!! Un germen con el que no se puede acabar, si no es eliminando de raíz el sistema que lo reproduce.
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