06. ¿Hay un fetichismo del sujeto
revolucionario?
A juzgar por lo que sostiene Kohan así
lo parece. Acerca del pasaje citado con el que acabamos el apartado anterior, hay
que empezar por decir que allí Kohan dio por bueno el supuesto más alejado de la realidad, con el
que Marx inició la exposición de ese capítulo para probar la tendencia al descenso gradual de la tasa General de Ganancia; el más favorable a que tal tendencia se confirme. Porque Marx
ahí, siguiendo el método de las aproximaciones
sucesivas a la realidad, empezó por suponer que la tasa de explotación es constante, cuando en realidad,
históricamente no deja de aumentar, aunque, como hemos visto, cada vez menos. Y en efecto, así
lo confirma el propio Marx en ese mismo capítulo más adelante, donde dice:
<<Por consiguiente, el cuadro hipotético que figura al
comienzo de este capítulo expresa la tendencia real de la producción
capitalista. Ésta, a medida que se acentúa el descenso relativo del capital
variable con respecto al constante, hace que la composición orgánica del
capital en su conjunto sea cada vez más elevada, y la consecuencia directa de
esto es que la cuota de plusvalía se exprese en una cuota general de ganancia
decreciente, aunque permanezca invariable e incluso aumente el grado de explotación
del trabajo>>. (Op. cit. Subrayado nuestro)
Pero lo más sorprendente de Kohan, es haber
atribuido a Marx algo que jamás se le pasó siquiera fugazmente por la cabeza: la
idea de que las crisis económicas no
estallan por efecto de las propias leyes objetivas del sistema, y que
la condición necesaria y suficiente de su estallido, está en la intervención del factor subjetivo revolucionario
encarnado en el proletariado. Así lo dice:
<<Para
que la crisis deje de ser una mera posibilidad y se desencadene, tiene que intervenir
un sujeto ya
que si este sujeto no existiera, afirmar que la crisis —no su mera posibilidad—
se desencadena “sola”, al margen del sujeto, al margen de la lucha, [lo
cual] presupone creer que la economía
marcha “por sí misma”, con “piloto automático”, al margen de las luchas de
clases (luchas que, en última instancia, son recluidas en este tipo de
razonamientos al ámbito de las “superestructuras” políticas, como si estuvieran
“afuera” de las relaciones sociales de producción –es decir, “afuera” del capital,
“afuera” del valor, etc., etc. —...separando entonces de manera dualista
política y poder, por un lado, de economía, por el otro...). Si el pasaje de la
mera posibilidad de la crisis a la crisis real presupone un sujeto (colectivo y
social), cabe entonces preguntarse: ¿cuál es el sujeto?, ¿el capital?
Evidentemente no. Porque si así lo fuera este sujeto se estaría suicidando.
Teóricamente debe haber otro sujeto,
que no es el trabajo muerto devenido “vivo”, “autonomizado” y “preñado de nueva
vida” –el capital-. El otro sujeto, la fuerza de trabajo, la clase trabajadora,
la clase obrera, no existe como sujeto, sino como un objeto subordinado y subsumido en
la relación de capital. Para dejar de ser un mero objeto subsumido de manera
heterónoma y poder intervenir en la lucha de clases contribuyendo a
desencadenar la crisis debe poder constituirse como sujeto contra el sujeto que
lo subordina y lo subsume: contra el capital>>. (Néstor Kohan Op. cit. Lo entre corchetes nuestro)
Lo que Kohan omitió aquí, es haber probado
fehacientemente esta
proposición suya que acabamos de citar, tal como nosotros hemos expuesto la de
Marx que le contradice. Y a
propósito, lo que también fue mérito de Marx, es haber desmentido categórica y
rotundamente, el infundio de que las
crisis sean el resultado de las luchas del proletariado, demostrando
que, paradójicamente, se producen bajo condiciones de euforia especulativa, en
el punto más alto de la prosperidad
general, donde los salarios ascienden
a la cota más alta en la fase expansiva del ciclo económico, momento en el
que las luchas del proletariado no encuentran justificación alguna:
<<Decir
que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de
la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal. El
sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que pueden
pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis
(propio de los indigentes) o el del "pillo". Que las mercancías sean
invendibles significa únicamente que no se han encontrado compradores capaces
de pagar por ellas, y por tanto consumidores (ya que las mercancías, en última
instancia, se compran con vistas al consumo, productivo o individual. Pero si
se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda
diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio
producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera una fracción
mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con
observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en el que
el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter
(realmente) una porción mayor del producto destinado
al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del
"sencillo" (!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían
conjurar las crisis. Parece, pues que la producción capitalista implica
condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones que sólo
toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre
en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de la crisis.>> (K.
Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX. Ed. Siglo
XXI/1976 Pp. 502. Subrayado nuestro)
Las luchas del proletariado, pues, se ven inducidas a posteriori del estallido de las crisis,
durante los prolongados períodos de recesión con pronunciado descenso de los
salarios a raíz de la desinversión de
capital por falta de rentabilidad suficiente, al mismo tiempo que,
contradictoriamente, esa propensión a la lucha obrera se ve desalentada por el consecuente
paro masivo, que enfrenta a unos asalariados con otros en disputa por puestos
de trabajo[1],
presionando así los salarios todavía más a la baja, recrudecida ya por los
métodos más crueles, genocidas y retrógrados de explotación: combinando la mayor extensión de la jornada
individual con la más alta intensidad
en los ritmos de trabajo, en medio de una miseria creciente que induce
a los parados de larga duración —muchos de ellos desahuciados de sus casas cuya
hipoteca no pueden pagar— a dormir en la calle y rebuscar comida entre los
cubos de la basura. Tal como ahora mismo verifican las imágenes de los
telediarios en el Mundo entero, seis años después de haberse pinchado la
burbuja especulativa en EE.UU. que precedió a la crisis. Precisamente cuando el
periodismo venal aquerenciado en la izquierda burguesa, se pregunta, una y otra
vez, cómo es posible que no se produzca el estallido social.
Otra cosa es sostener la tesis del derrumbe económico automático del
sistema, como fue el caso del ruso-americano Vladimir G. Simknovitch y los
alemanes Werner Sombart y Arthur Spietoff, a quienes se sumó el francés George
Sorel. Justamente a la conclusión
contraria había llegado Marx en 1844 durante sus primeras
investigaciones económicas, quien así se lo explicó a Engels en el parisino y
ya desaparecido “Café de la Régence”, según
relato de Paul Lafarge en el otoño de ese año, trece antes de haber comenzado a
dar forma expositiva a esas investigaciones. Una convicción sobre las
condiciones de la revolución, precedida por necesarias marchas y contramarchas,
que dejó plasmada en la primavera de 1852 distinguiendo entre las revoluciones burguesas del Siglo
XVIII y las revoluciones proletarias
del Siglo XIX:
<<…las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se
critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia
marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para comenzarlo de nuevo desde
el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los
lados flojos y de la mezquindad de los primeros intentos, parece que solo
derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y
vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente
aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se
crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias
mismas gritan: ¡Hic Rhodus, hic salta”! ¡Aquí está la rosa baila
aquí! [2]
(K. Marx: “El
18 Brumario de Luis Bonaparte” Cap. I. Subrayado nuestro)
En este pasaje, Marx ha querido significar implícitamente, con toda claridad, dos cosas: 1) que la subjetividad revolucionaria en
todas las transiciones de un período histórico a otro del progreso humano, estuvo siempre objetivamente determinada,
y 2) Tan claro fue en esto, como al señalar que ningún presunto automatismo pueda causar por sí mismo el derrumbe del sistema capitalista. ¡¡Al
contrario!! La prueba está en que desde el “Manifiesto
Comunista”, no ha dejado de sostener, con Engels, que “la historia es la historia de la lucha de clases”. Sus
investigaciones económicas sobre el modo de producción capitalista, todas ellas
le han llevado a concluir que las crisis económicas periódicas son inevitables,
cada vez más profundas y difíciles de superar. Pero en tanto y cuanto el
proletariado retrocede ante esas
fatales y dolorosas consecuencias, las crisis constituyen una causa contrarrestante que impide toda posibilidad real de
superación automática del sistema,
necesidad que en el curso de esas sucesivas indecisiones se vuelve más y más perentoria,
enseñando que solo hay una salida: derrotar a la burguesía. En esta única forma
de hacer posible lo necesario insistió Marx una y otra vez, como una expresión
de deseo compartida durante años, en carta que remitió a Engels el 30 de abril
de 1868:
<<...En fin, dando por sentado que estos tres elementos
salario del trabajo, renta del suelo y ganancia, son las fuentes de ingreso de
las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas y la
de los obreros asalariados —como conclusión, LA LUCHA DE CLASES, en la cual el
movimiento se descompone y es el desenlace de toda esta mierda...>>
El progreso
humano en la sociedad de clases, ha sido invariablemente el resultado
de procesos, en última instancia siempre
determinados por las condiciones
materiales de vida de las mayorías sociales explotadas. Bajo el
capitalismo, según su proceso específico determina que el salario se convierta
en plusvalor por influjo de la productividad del trabajo y a instancia del
aumento en la composición orgánica del capital, sucede que la acumulación de
plusvalor se vuelve cada vez más dificultosa. Y aun cuando debido a la
modalidad del trabajo a tiempo
parcial, el paro parezca remitir durante las fases expansivas periódicas de los ciclos cortos, no es así
sino al contrario. Y en las fases
recesivas prolongadas aumenta de forma históricamente creciente. La
humanidad en la sociedad moderna ha alcanzado este punto crítico desde la depresión de los años treinta que
desembocó y la segunda guerra mundial. Es aquí, cuando la propia lógica objetiva del capital le reitera
a la burguesía, que ha devenido en ser una
clase social ya por completo decadente y que, por tanto, debe dejar el testigo de la historia en
manos de los trabajadores emancipados de su yugo social.
De lo razonado hasta aquí se desprende,
que la estrategia del poder
socialista cabalga sobre la verificada incapacidad objetiva más y más notoria de la burguesía, para
garantizar la participación de sus explotados —cada vez más numerosos e
instruidos— en el creciente producto de su trabajo. Y al socaire de sus luchas infructuosas por satisfacer esa justa demanda dentro
del actual sistema de vida, la parte de ellos que actúan en función de científicos sociales se encargan
inteligente y pacientemente, de dibujar en la conciencia de sus compañeros, la razón revolucionaria devenida en
necesidad cada vez más
imperiosa y perentoria, de proceder políticamente
al cambio histórico-social alternativo que las circunstancias demandan.
Así es como la experiencia de las luchas obreras espontáneas se combina con los resultados de la moderna ciencia social —encarnada
en la vanguardia revolucionaria—,
para que tal combinación sintetice en el partido
independiente y su programa, como arma
política de la racionalidad histórica superadora, con que el
proletariado se sacudirá la tutela
del patrón capitalista y su Estado a escala planetaria. Todo este
proceso no es una previsión mental calenturienta y arbitraria de unos cuantos
visionarios inconformistas, sino que está
en la propia naturaleza de las cosas bajo el capitalismo.
Resumiendo: En la sociedad capitalista, el progreso técnico incesante
incorporado a los medios de producción, determina
objetivamente que el capital se acumule más rápido y en mayor masa que
la producción de plusvalor, agudizando las contradicciones del sistema bajo la
forma de sucesivas rebeliones
inconscientes de los explotados en el contexto de catástrofes humanas
(económicas, bélicas, epidemiológicas y ecológicas) de frecuencia y magnitud
crecientes, hasta el punto de poner al proletariado ante la necesidad de comportarse subjetivamente como clase revolucionaria, que cada
vez con más fuerza se ve impulsada objetivamente
a tomar la decisión de sustituir
la caduca forma social capitalista
de producir y su correspondiente democracia política formal, por la forma
socialista y su correspondiente democracia real de los productores libres asociados. Y en esas estamos.
El socialismo consiste, pues, en un proceso
revolucionario por medio del cual, las leyes objetivas, ciegas, irracionales y anárquicas del mercado,
que presiden el movimiento de la sociedad dividida entre capitalistas y asalariados,
son reemplazadas por decisiones
conscientes. Proceso éste que, según Marx, está, insistimos, objetivamente determinado.
La condición necesaria para
convertir esa necesidad social
en realidad efectiva de
este modo alternativo racional de producción
y reparto, es la abolición de la
propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Con
esta determinación, desaparece la explotación del trabajo ajeno y, por tanto,
el capitalismo como sistema de vida. De este modo, tienden a desaparecer,
también, las noxas o daños sociales derivados de los desajustes permanentes entre la producción y las necesidades
colectivas, que están en la lógica de las crisis
y que si no se superan políticamente, es porque los aparatos ideológicos de
las clases dominantes contribuyen a cosificar,
aun más si cabe, las relaciones sociales en la conciencia colectiva de los
explotados.
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[1] Kohan seguramente recuerda la letra del inolvidable tango donde Armando Discépolo dice: “Cuando manyes que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar”.
[2]
“Hic Rhodus, hic salta”,
frase tomada de una fábula de Esopo, en la que se habla de un fanfarrón que,
invocando testigos, afirmaba que en Rodas había dado un salto prodigioso. Los
que le escuchaban le con testaron: “¿Para qué necesitamos testigos? ¡Aquí está
Rodas, salta aquí!” En otras palabras:
demuestra con hechos lo que eres capaz de hacer. “Aquí está la rosa, baila
aquí”, substituto de la cita anterior, (‘Ποσος
palabra griega
que significa ‘isla’ y también ‘rosa’), empleado por Hegel en el prólogo de
su Filosofía del derecho.