02. El truco
del almendruco.
Observemos ahora la relación de intercambio entre burgueses y asalariados. Es, formalmente
hablando, una relación entre sujetos
libres e iguales, que tratando de convertir para sí una cosa en otra, llegan
a un acuerdo de voluntades mediante un contrato en el mercado de trabajo, donde
cada obrero supuestamente se
“iguala” con quien pasa a ser su patrón por tiempo determinado, comprometiéndose
diariamente a trabajar para él durante X horas, a cambio de una cantidad de
dinero llamado salario, equivalente
a lo que necesita para reproducir su fuerza de trabajo diaria. O sea, que en
esta instancia, la relación social entre capitalistas y obreros no va más allá
de esa formalidad solo potencialmente
fetichista.
Y en
efecto, siguiendo el relato esclarecedor de Marx, una vez firmado el contrato
de trabajo, seguidamente resulta que durante cada jornada laboral, los asalariados son puestos a trabajar
ese tiempo pactado, en el que no solo crean una riqueza que ipso facto deja de
pertenecerles, sino que producen más
valor incorporado a ella, del que reciben a cambio, de modo que sus
patronos obtienen así un plus del que se apropian sin contraprestación alguna; tanto más cuantos más obreros
contraten y utilicen para tal fin en cada jornada
colectiva. Así las cosas, del formal
y abstracto acuerdo de intercambio y como por arte de birlibirloque, la
presunta relación social formal
entre personas que libremente acuerdan cambiar
cosas equivalentes, resulta que se transforma
en un intercambio realmente desigual.
Ni más ni menos que como cuando el trilero prestidigitador, consigue
que la semilla de almendro con premio, aparezca en el cubilete distinto al
elegido por su ocasional embaucado. Cierto: el cambio de una cosa por otra
resulta ser una relación fetichizada. Pero es tan real como la vida misma. Así describe Marx la conversión
de salario en capital una vez firmado el acuerdo entre las partes implicadas
donde se oculta el truco del almendruco:
<<Al abandonar
esta órbita de la circulación simple o cambio de mercancías, donde (se formalizó el contrato de trabajo y…) el librecambista
vulgaris va a buscar las ideas, los conceptos y
los criterios para enjuiciar la sociedad del capital y del trabajo asalariado,
parece como si cambiase algo la fisonomía de los personajes de nuestro drama. El antiguo poseedor de dinero abre la
marcha convertido en capitalista, y tras él
viene el poseedor de la fuerza de trabajo, transformado en obrero suyo; aquél, pisando recio y sonriendo desdeñoso, todo
ajetreado; éste, tímido y receloso, de mala gana, como quien va a vender su
propia pelleja y sabe la suerte que le aguarda: que se la curtan>>. (K. Marx: “El
Capital” Libro I Cap. VI Aptdo. 3: Compra y venta de la fuerza de trabajo)
Pero,
sigamos en el siguiente apartado el razonamiento de Marx, para ver qué pasa
después de que el intercambio desigual
real entre obreros y patronos se concreta en el proceso productivo,
y los productos resultantes salen de la esfera de la producción e ingresan en el mercado para su venta y realización del plusvalor
contenido en ellos.
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