15. La revolución alemana 1918-1919
<<No hemos sabido qué
hacer ni cómo ante la realidad en que todavía permanecemos sometidos, porque
nos adaptamos a la tan interesada como falsa idea, de ver al sistema capitalista
con los ojos apologéticos engañosos de nuestros mandatarios. Como si el capitalismo
fuera una realidad reformable y siempre perfectible. Un hábito que nos impide
saber cuál es el verdadero fundamento de esa realidad fatalmente provisoria,
para poder concluir en que es necesario y cada vez más urgente revolucionarla>>.
GPM.
Desde la contrarrevolución burguesa triunfante
en junio de 1848, la política “revolucionaria” en Alemania había venido discurriendo
bajo la tutela preservativa de la
alianza entre la nobleza y la burguesía. La derrota del movimiento
revolucionario alemán y europeo aquél año, retrotrajo la dialéctica entre
las clases antagónicas a la situación inmediatamente anterior. Si entre 1840
y 1848 prevaleció la crítica radical a la propiedad privada, desde mediados
de 1848 se impuso entre los explotados
la tendencia a buscar mejoras al interior del capitalismo. Y la forma organizativa
con que se conjugó semejante filosofía política contrarrevolucionaria, fue
el movimiento cooperativista bajo el patronato del Estado burgués, cuyo adalid
entre los asalariados desde 1860, se llamó Ferdinand Lassalle, precursor de segundo orden —después de Pierre Joseph
Proudhon— del reformismo político
burgués como antídoto del socialismo
revolucionario propugnado por Marx y Engels. Dos íntimos amigos y correligionarios todavía
en plena juventud.
El reformismo de Lassalle fungió, pues, como nexo de unión
entre la fase artesanal más antigua y la fase más moderna del movimiento asalariado al
interior del capitalismo temprano en
expansión. En ese momento, las cooperativas
(subvencionadas por el Estado) y los sindicatos,
fueron las dos formas de organización
obrera actuantes en el cuerpo social capitalista, al modo como las
células de un organismo humano lo son, esencialmente, con fines preservativos de su crecimiento
y supervivencia. No cuestionan el sistema sino que lo integran como asalariados que se explotan a sí mismos,
repartiéndose los beneficios según el capital que —bajo la forma de ahorros—
cada uno de ellos aporta en su respectiva empresa. Y al respecto de lo que
atañe a su participación política,
se asumen como un factor de poder
en interacción democrática con los demás partidos burgueses, que hacen a la constitución de cada Estado nacional. En su discurso
de 1862 acerca de este asunto, Lassalle dijo que:
<<…la verdadera Constitución de un país, reside en los
factores reales y efectivos de poder que en (en la sociedad civil y política de) ese país rigen, y (donde) las
Constituciones escritas no tienen valor ni son duraderas más que cuando dan
expresión fiel a tales factores de poder imperantes en la realidad social (dentro
del mismo sistema capitalista global) , de ahí los criterios fundamentales
que deben ustedes retener>>.
(Lo entre paréntesis nuestro)
Por
eso Lassalle se arrimó en Alemania al por entonces todopoderoso
Otto von Bismarck, conocido como el “canciller de hierro”, quien entre 1862 y
1890 actuó en nombre del monarca Guillermo II (1859-1941), cuando en Alemania la nobleza ejercía
todavía el poder dominante y la burguesía era subalterna
política suya. Un contexto en el que cupo a Lassalle la tarea de
engrilletar el movimiento obrero al Estado feudal de ese país, poniendo en
valor los mismos principios del poder real y efectivo ejercido
por el más fuerte, como único “fundamento” de las constituciones
promulgadas en todos los países europeos, independientemente de cualquier
razón histórica que pudiera justificar su existencia. Ni más ni menos
que como se verifica en cualquier manada de fieras:
<<Se sabe que su correspondencia secreta no ha sido revelada
hasta después de su muerte, pero los otros socialistas no han dejado de
denunciar la colusión de Lassalle con el Estado (burgués tutelado por la nobleza feudal). Lassalle describe su
organización (cooperativista) a Bismarck como “mi imperio” (diciendo):
“las clases trabajadoras están predispuestas por instinto hacia la
dictadura, si se sabe convencerlas bien, de que dicha dictadura se ejerce en su
interés>>. (Jean Barrot y Denis Authier: “La izquierda comunista
en Alemania” Ed. Zero, S.A./1978 Pp. 50. Lo entre paréntesis nuestro)
La historia del Lassallismo comenzó en 1863, cuando ese sujeto creó
la “Unión General de Trabajadores Alemanes” o “Allgemeine Deutsche
Arbeiterverein”, organización sindical que dará origen al Partido Social Demócrata Alemán.
Ese mismo año Lassalle conoció en Berlín a Helene von Dönniges, hija de un
diplomático bávaro residente en Génova, con quien se casó durante el verano. Fue
aquel un año que acabó siendo fatídico para él, cuando supo que su flamante
esposa estaba siendo presionada, para que rompiera su vínculo matrimonial y se
uniera sentimentalmente al Conde von Racowitz. Furioso y dispuesto a saldar la
disputa amorosa según sus propios principios de que prevalezca el poder del más
fuerte, tras escribirle varias cartas a Racowitz le retó a un duelo, en el cual
murió el 31 de agosto de 1864:
<<Parece ser que Lassalle ni siquiera
levantó su pistola, sino que sonrió enigmáticamente cuando su rival le apuntó.
¿Había llegado a pensar en su propia invencibilidad? ¿O acaso había decidido
que una romántica y prematura muerte le aseguraría la inmortal fama? Todo
estuvo rodeado de un gran misterio. Como comentó Engels: “Esas cosas sólo
podían ocurrirle a Lassalle, con su extraña y originalísima mixtura de
frivolidad y sentimentalismo de judío y de caballero>>. (Francis
Wheen: “Karl Marx” Ed Debate)
En 1875, como resultado
de la fusión entre el “Partido de Eisenach” (dirigido por Karl
Liebnekcht y August Bebel), y la “Unión
General de Trabajadores Alemanes” bajo el influjo de los sucesores de
Lassalle, durante el Congreso de
Gotha —reunido entre el 22 y el 25 de mayo de 1875—, nació el Partido Socialdemócrata de Alemania
(SPD), cuyo programa —previamente redactado y aprobado por los discípulos de
Lassalle— fue votado durante sus deliberaciones. Una grosera tergiversación del
“Manifiesto Comunista” que Marx se encargó de reprobar severamente en su
“Crítica
del Programa de Gotha”.
En ese momento, Rosa Luxemburgo era una niña que había cumplido cuatro años. Nació el 5 de marzo de 1871
en la ciudad polaca de Zamosc, por entonces bajo el dominio ruso. Dos años después,
en 1876, Bismarck ilegalizó al SPD. El tan inteligente como prestigioso sociólogo y economista
burgués, Max Weber (1864-1920), siempre le censuró esa
decisión —nunca revocada por Bismarck mientras estuvo a cargo del gobierno
alemán hasta 1890— de haber proscrito a ese partido. Le reprochaba haber impedido que los asalariados alemanes
se integraran pacífica y consensualmente
en el Estado, o sea, permitiendo que conservaran su independencia política. Y cuando
el emperador Guillermo II destituyó al “Canciller de Hierro” —no casualmente
un año después de fundada la IIª Internacional— y volvió a legalizar al SPD,
sus dirigentes consiguieron escaños en el Reichstag (parlamento), donde a pesar de su retórica comunista
se ocuparon, primordialmente, de obtener ventajas parlamentarias para su enriquecimiento
personal, mientras Weber saludaba la medida pronunciando estas palabras:
<<Se puede uno preguntar
quién tiene más que perder en ello: ¿la sociedad burguesa o la
socialdemocracia? En cuanto a mí, yo pienso que pierde la socialdemocracia.
Concretamente, aquellos de sus adherentes portadores de la ideología
revolucionaria>>
(Cfr. Jean Barrot y Dennis Authier: “La
Izquierda Comunista en Alemania” Cap. II. El subrayado nuestro)
La lucha de clases es flujo y movimiento, pero también
cristaliza en organizaciones revolucionarias
y contrarrevolucionarias. Y aun cuando el movimiento proletario es
impulsado por las contradicciones del capitalismo hacia la revolución, si
está dirigido por una organización política en cuyos dirigentes ha cuajado
ya la contrarrevolución —como producto de su compromiso continuado con el
Estado burgués y la Bolsa—, no hay perspectiva revolucionaria posible. Sí,
la Bolsa. Una institución desde la cual, la burguesía en todo momento ha venido
rigiendo férreamente los más importantes asuntos de Estado en todo el Mundo.
Un poder subjetivo institucional, que sin embargo está objetivamente predeterminado por
la anarquía sistémica del aparato económico capitalista productor de ganancia
en las empresas, cada una independientemente
de las demás:
<<Considerad el parlamento burgués. ¿Puede
admitirse que el sabio Kautsky no haya oído decir nunca que los parlamentos
burgueses están tanto más sometidos a la Bolsa y a los banqueros cuanto más
desarrollada está la democracia? (…). En el más democrático Estado
burgués, las masas oprimidas tropiezan a cada paso con una contradicción
flagrante entre la igualdad formal, proclamada por la “democracia” de los
capitalistas, y las mil limitaciones y tretas reales que convierten a los
proletarios en esclavos asalariados. Esta contradicción es lo que abre a las
masas los ojos ante la podredumbre, la falsedad y la hipocresía del
capitalismo>>. (V. I. Lenin: “La
revolución proletaria y el renegado Kautsky” Noviembre de 1918. Pp. 17.)
“Transparency International” es
actualmente una organización dedicada a denunciar la corrupción política en el
Mundo. El Índice de Percepción de la Corrupción que presentó para el año 2001,
clasificó a 91 países. Este índice ha sido elaborado basándose en el grado de
corrupción percibido por empresarios, académicos y analistas de riesgo. Se mide
por una escala que se extiende entre el 100 (altamente limpio) y 0 (altamente
corrupto). En la percepción para el año 2001 sobre 90 países, casi dos tercios
obtuvieron una puntuación menor a 5, todos ellos pertenecientes al llamado tercer
mundo. El índice para 2012 mantuvo esos mismos baremos.
A
primera vista, este resultado sugiere la engañosa idea de que, en los países de
mayor desarrollo económico y de más “democracia” en las instituciones
políticas, se verifica una menor corrupción. Este engaño se desvela comprobando
que los altos índices de corrupción
que registran los países económicamente dependientes del imperialismo en el
llamado “tercer mundo”, se explican por la presencia
e incidencia en ellos, del gran capital multinacional excedentario
acumulado en los países económicamente
más poderosos, que emigran desde las más grandes metrópolis
capitalistas hacia su periferia menos desarrollada, cotizando en las bolsas de
esos países y sobornando a destacados personeros de los partidos políticos “democráticos”
eventualmente a cargo de sus respectivos gobiernos, que así se lucran mutuamente con la
realización de jugosos proyectos de inversión en las diversas ramas de esas economías
nacionales dependientes. Todo a expensas del trabajo asalariado.
Entre las
formas de soborno a partidos políticos, una de las más utilizadas es la
financiación de las campañas electorales. Y cuanto mayor es la masa del gran capital extranjero
invertido en la sociedad civil de esos países, mayor es la irresistible presión política que ejerce
sobre sus aparatos estatales a través del soborno a los políticos profesionales
que se enriquecen actuando en función de gobierno, cuando no alternan esas
funciones —ya sea en el poder ejecutivo, en el parlamento o en la magistratura—
con altos cargos en grandes empresas privadas nacionales participadas por
capital extranjero. Un fenómeno que actualmente se ha dado en llamar “la puerta
giratoria”. Así es
cómo tras haber sido altos burócratas con información privilegiada e influencia
sobre el aparato estatal de sus países de origen, pasan a ejercer como
intelectuales orgánicos al servicio del capital imperialista. De este modo, la dependencia económica de los
países subdesarrollados respecto del gran capital multinacional, indirectamente
y hasta cierto punto de modo subrepticio, se traduce en dependencia diplomática y política.
Aunque tan alto grado
de corrupción estaba todavía lejos de ser alcanzado por los partidos políticos de la IIª
Internacional estatizados antes de la Primera Guerra Mundial, Rosa
Luxemburgo pudo comprobar cómo en Alemania, el SPD se deslizaba ya cada vez más
hacia ese abismo de inmoralidad reaccionaria
por la pendiente de las instituciones del Estado, que eran el medio natural de
actuación política de sus dirigentes. Pero para combatir esta prevista deriva del SPD y demás partidos
políticos europeos en tanto que organizaciones
política burguesas estatizadas, regidas desde la sombra por el gran
capital internacional, Rosa siempre confió en que tal desviación reaccionaria
sería espontáneamente corregida
por la supuesta fuerza revolucionaria
de las masas, tras la próxima explosión de las contradicciones cada vez más
agudizadas del sistema.
Pues bien,
los hechos
históricos están ahí para quien tenga interés en conocerlos. En 1914, la
mayoría de los representantes del SPD en el parlamento, revelaron todo el peso
de su corrupta lógica
contrarrevolucionaria, cuando el 3 de agosto decidieron en bloque votar a favor
de los créditos para financiar al ejército alemán en la primera guerra mundial.[1]
El 2 de diciembre, Karl Liebnekcht fue el único diputado
socialdemócrata que se negó a votar los nuevos créditos de guerra. Por esa
época Rosa Luxemburgo en nombre del Grupo
Espartaco pronunció su famosa frase:
<<Después del 4 de agosto de 1914, la
socialdemocracia no es más que un cadáver nauseabundo>>.
Pero siguió utilizando todos los recursos de su retórica
y su autoridad, para evitar que ese partido se debilitara fragmentándose por
la izquierda y los obreros revolucionarios cortaran sus lazos con ese “cadáver”,
pretextando que las masas se encuentran a ese nivel y no hay que aislarse
de ellas. Rosa nunca dejó de profesar el culto al fetichismo de las mayorías
sociales ideológicamente más atrasadas,
presa como permaneció de la inconcebible y pueril creencia en la posibilidad
de educarlas para la revolución al interior de Partidos políticos contrarrevolucionarios como el SPD.
A raíz de la opción
socialimperialista de su voto a los créditos de guerra, al interior del SPD surgieron a su izquierda tres
fracciones. Una de ellas fue el grupo conocido por “Liga Spartacus”. Sus miembros conformaron un cuerpo
ideológico y político compacto movido por un espíritu auténticamente revolucionario que negaron en la práctica,
al no concebir la revolución fuera del SPD.
Otra fracción al interior del “Partido Socialdemócrata de Alemania” (SPD), sintetizó en el “Partido
Socialista Independiente de Alemania” (USPD), con su propia organización sindical: los “Hombres
revolucionarios de confianza” (R.O.). Este partido se constituyó en
oposición a los métodos burocráticos del SPD, pero esencialmente por haber
votado los créditos de guerra, decisión que adoptaron después de que 20 de sus
miembros fueran expulsados de la fracción parlamentaria en marzo de 1917.
Disponía de una izquierda de composición obrera que actuaba en la calle, y una
derecha que maniobraba en el parlamento. Fue la expresión alemana de lo que
Lenin designó con la palabra “centrismo” a nivel internacional. Cuando el USPD
se constituyó, en abril de ese año, la “Liga Spartacus” ingresó al SPD
como grupo supuestamente autónomo.
Finalmente estaban los “Socialistas
internacionalistas de Alemania” (ISD), dirigidos por Anton Pannekoek; coincidían en el mismo ideario
revolucionario con la gente de la “Liga Spartacus”, pero a diferencia de
éstos —que junto con el USPD fueron expulsados en 1919— los grupos
oposicionistas que conformaron el ISD rompieron definitivamente con el SPD en
diciembre de 1916, dejando de pagar todas sus aportaciones a esa formación
política. Querían una nueva organización efectivamente revolucionaria que
evitara la formación de una casta de burócratas corrompidos. El 23 de noviembre
de 1918, reunido en Brena, el ISD adoptó la sigla IKD: “Internationale
Kommunisten Deutschlands”. Tras su conferencia nacional realizada el 24 de
diciembre en Berlín, se acordó la fusión con la “Liga Spartacus”, siempre
que esta organización abandonara el USPD. Así nació el Partido comunista de
Alemania (KPD).
Anton Pannekoek profundizó en el análisis acerca de la
aparente traición cometida
por los burócratas arribistas dirigentes del SPD. Y lo explicó diciendo que,
estos dirigentes aupados a la máxima
representación política de los
asalariados en la IIª Internacional, se transformaron en burócratas entre 1894
y 1913 durante los estertores del capitalismo
nacional de libre competencia en expansión, que durante ese período se
convertiría en capitalismo
oligopólico internacional dando pábulo a la etapa imperialista. Un período en el cual el sistema
permitió que los asalariados con sus luchas pudieran mejorar sus condiciones de
vida. En este contexto, la IIª Internacional fue la instancia superior de las
negociaciones que fructificaban en tales mejoras. Pero todo ese castillo de naipes construido durante la expansión
de los negocios, se vino abajo con el desastre de la guerra. Como todas las
guerras entre clases dominantes, aunque los socialchovinistas o patriotas
quisieron presentarla como una guerra por la defensa de la patria, aquella
guerra no dejo de ser una guerra interimperialista de rapiña. Y a semejante
impostura se prestó la Socialdemocracia europea. De lo cual Pannekoek concluyó que:
<<El
partido se adaptó tan bien a esta función [bucólica transitoria], que la [necesaria] acción revolucionaria (de las masas que
intervienen directamente sin que haya necesidad de actuar en su lugar, es
decir, en que ellas no son ya masas sino clase y, tendencialmente la
humanidad), se presenta ante [los burócratas ya consolidados de] la organización socialdemócrata, como una
perspectiva peligrosa en general y, sobre todo, para su propia conservación [como
casta privilegiada]>> (Jean
Barrot y Denis Authier: Op cit. Cap. IV Ed. Cit. Pp. 87/88. Lo entre corchetes
nuestro)
Rosa —junto a Liebnektch— no dejó de luchar contra esa
guerra. Pero sin haber comprendido, que la condición
de eficacia de esa lucha, pasaba por romper con la disciplina no solo de los partidos políticos
contrarrevolucionarios que integraban la IIª Internacional, sino con la propia
Internacional. El punto central de sus tesis
adoptadas por la conferencia de Die Internationale el 1 de enero de 1916, había sido formulado en
la tesis número 12, tras el
análisis sobre el fracaso de la II Internacional. Decía ella que:
<<Dada la traición cometida
por los representantes oficiales de los partidos socialistas de los principales
países, contra los fines e intereses de las clases trabajadoras, con la
intención de desviarlas de la base de la Internacional proletaria hacia una
política burguesa imperialista, es para el socialismo una necesidad vital crear
una nueva Internacional obrera que tendría como tarea guiar y unificar
la lucha de la clase revolucionaria contra el imperialismo en todos los
países>> (Pierre
Broué: “La
Revolución en Alemania” Pp. 75. El subrayado nuestro)
Pero sin cortar sus
vínculos con la vieja, creyendo en la posibilidad de reciclarla por dentro, pero desde fuera, es decir, por el efecto demostración de las luchas sociales espontáneas
supuestamente resultantes de las dolorosas consecuencias de la guerra. Tal era
la tesis de Rosa. Por eso la carta de presentación del grupo pacifista
Spartakus en el Reichstag el 30 de marzo de 1916 decía:
<<Ni partido nuevo ni partido viejo sino
reconquista del partido de abajo a arriba por medio de la rebelión de
las masas (directamente contra
la guerra e indirectamente contra los dirigentes del SPD que habían votado a
favor de participar en ella>> (Op. cit. Pp. 54. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros)
Lenin respondería que
esta tesis teórica capital
expuesta por Rosa, estaría desprovista de toda trascendencia práctica si no iba presidida por la decisión previa de romper a tiempo en
cada país, no sólo con las organizaciones que habían aceptado
participar en esa guerra, sino con la IIª Internacional contrarrevolucionaria,
a fin de reunir orgánicamente
en la lucha, a los elementos revolucionarios de la Internacional ¡todavía por construir! A fines
de diciembre de aquél año, esta tesis de Lenin recusando a Rosa, fue avalada
por Karl Radek desde las columnas de su “Arbeiterpolitik” (Política obrera):
<<La
idea de construir un partido común con los centristas es peligrosamente
utópica. Los radicales de izquierda, tanto si las circunstancias son favorables,
como si no lo son, deben, si quieren realizar su misión histórica, construir su
propio partido>>. (Op. Cit.
Pp. 55)
Su culto al fetichismo de la lucha elemental
espontánea del proletariado, le hizo creer a Rosa que una ruptura con el SPD antes de que las masas en su
conjunto hubieran tomado conciencia de la traición de sus dirigentes, sería
ineficaz y desembocaría en el aislamiento de los revolucionarios. Permanecía
ciega frente a la realidad de que los
fuertes vínculos de ese partido con el bloque histórico de poder entre
la burguesía y la aristocracia, impedían en
él y, por tanto, fuera de él, toda libertad de movimiento, en tanto que
como condición de pertenencia se exige ajustarse a su disciplina partidaria,
convirtiendo así la idea de concienciar a las masas desde ahí, en una labor
ilusoria[2].
Ella misma lo pudo comprobar cuando en junio de 1916 intentó la realización de una huelga
general, razón por la cual el día 28 ella y Liebnektch fueron sentenciados a
dos años y medio de cárcel sin que su partido moviera un dedo. Fue en esas
circunstancias cuando ratificó la ingenuidad de su concepción política
pronunciando la célebre frase: “La libertad es y siempre ha sido la libertad de
los que piensen diferente”.
El invierno de
1915-1916 había sido muy duro y las provisiones se helaban en los almacenes, al
tiempo que la cosecha de patatas —que antes de la guerra había promediado los
46 millones de toneladas, en 1916 no alcanzó a sobrepasar los 23 millones.
Mientras el mercado negro se limitaba a satisfacer la demanda de los más
pudientes y enriquecía a los especuladores, el hambre se extendía entre los
barrios obreros. Si los almacenes estaban aprovisionados, las cartillas de
racionamiento daban “derecho” a 1,5 kg de pan, 2,5 kg de patatas, 80 gr de
mantequilla, 250 gr de carne, 180 gr de azúcar y ½ huevo por semana, un total
que alcanzaba solo a la tercera parte de las calorías necesarias.
Ante semejante
situación agravada por las noticias provenientes de la guerra en las
trincheras, reflejada en los hospitales abarrotados de heridos, jóvenes
mutilados, listas cada vez más largas de muertos o desaparecidos, el deseo de
paz habría podido llegar a realizarse de no ser por la represión votada en el
“Reichstag” o Parlamento del Sacro Imperio Romano Germánico, decisión que los
antecesores de sus colegas socialdemócratas de hoy apoyaron. No obstante, el 28
de mayo de 1.915 más de mil mujeres se manifestaron por la paz frente a ese
edificio.
Las batallas de 1.916
habían sido muy costosas. Entre febrero y diciembre 240.000 soldados alemanes
cayeron en Verdun, sin que el Estado Mayor obtuviera el resultado previsto. Ante las
pérdidas en sus tropas, los generales alemanes desde el frente reclamaron los
medios que creyeron necesarios para la victoria. En tales circunstancias, la revolución rusa de febrero en 1917,
tendría en la opinión pública de Alemania una repercusión enorme. A primera
vista, se puede interpretar como si esa victoria del Proletariado ruso sobre la
coalición aristocrático-burguesa de su país, hubiera sido posible por causa del
esfuerzo de guerra alemán. Esto es lo que sostuvo en su momento el revisionista
Eduard David. Pero pronto pudo saberse que la autocracia zarista había caído a
manos de una sublevación popular.
En febrero de 1917, el spartakista Fritz
Heckert declaró
que: “el proletariado alemán debe sacar
las lecciones de la revolución rusa y tomar en sus manos su propio destino”,
mientras que Clara Zetkin desde Rusia, en una carta
dirigida al congreso del USPD, afirmó:
<<Frente a
vuestro congreso se inscribe en letras de fuego la acción del pueblo de Rusia,
una acción cuya alma ardiente y motor está constituido por el joven
proletariado, bajo la dirección de una socialdemocracia que ha sabido, también
durante el tiempo de guerra, mantener alta y sin tacha la bandera del
socialismo internacional. ¡Espero, deseo que vuestras deliberaciones y vuestras
decisiones sean dignas de este excelente acontecimiento del siglo! Vayamos a la
escuela de la maestra heroica de todos los pueblos y de todos los tiempos: La
Revolución>>. (Op. cit. Pp. 61)
Durante
la primera quincena de Enero en 1918,
Spartakus difundió una octavilla llamando a la huelga general. El partido centrista
USPD se dividió entre partidarios y contrarios a su convocatoria. El círculo de
delegados revolucionarios se reafirmó en la necesidad de su convocatoria y la
propagó con gran acogida en las fábricas, mientras Spartakus hacía circular una
octavilla informando sobre la ola de huelgas en Austria y Hungría, donde se
reclamaba: “¡lunes veintiocho de enero, huelga general”. Ese día por la mañana,
400.000 obreros de Berlín se declararon en huelga. Y al mediodía, 414 delegados
aprobaron provisoriamente un programa de siete puntos, tal como fue diseñado en
Brest-Litovsk por la delegación rusa presidida por Trotsky, según los
siguientes puntos: 1) paz sin anexiones ni indemnizaciones, sobre la base del
derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos; 2) representación de los
trabajadores en las conversaciones de paz; 3) mejora del reavituallamiento y
derogación del estado de sitio; 4) restablecimiento de la libertad de expresión
y de reunión; 5) leyes que protejan el trabajo de mujeres y de niños; 6)
desmilitarización de las empresas; 7) liberación de los detenidos políticos y
democratización del Estado a todos los niveles, comenzando por la concesión del
sufragio universal prusiano.
Allí
mismo se decidió invitar al USPD a que envíe tres de sus representantes
(minoritarios) al comité de acción. Un spartakista propuso extender la invitación
a los mayoritarios para “desenmascararlos”. Primero desestimada por dos votos,
la propuesta fue finalmente aprobada, para evitar que el movimiento pudiera ser
acusado de “disgregador”.
En
la siguiente reunión, en representación de los minoritarios acudieron Hugo Haase, George
Ledebour y Wilhelm Dittman. Por los mayoritarios: Friedrich Ebert, Philipp Scheidemann y Otto Braun. Ebert pidió la palabra para
declarar inaceptables algunas de las reivindicaciones que habían sido
adoptadas. Proposición que fue rechazada por mayoría, a raíz de lo cual los
tres representantes del USPD mayoritarios abandonaron el lugar.
Durante
la noche del treinta al treinta y uno de enero, la comandancia militar hizo
colocar grandes carteles rojos anunciando el refuerzo del estado de sitio y el
establecimiento de cortes marciales extraordinarias. Ese día, 5.000
suboficiales fueron llamados para reforzar a la policía de la capital. Por la
mañana estallaron los primeros incidentes entre obreros huelguistas y
tranviarios no huelguistas. Se respiraba un aire de guerra civil. Los tranvías
fueron saboteados y se produjeron las primeras detenciones. En el mitin del parque
Treptow y a pesar
de la prohibición militar, Ebert tomó la palabra y pronunció la siguiente
arenga patriótica:
<<Es un deber de los trabajadores sostener a sus hermanos y padres
del frente y forjarles las mejores armas (…) como lo hacen los trabajadores
ingleses y franceses durante sus horas de trabajo. (…) La victoria es el deseo
más querido de todos los Alemanes>> (Pierre Broué: “La Revolución en Alemania”/1: De la guerra a la revolución. Pp.
72)
Abucheado,
tratado de “amarillo” y de “traidor”, Ebert se ratificó solidario con los
huelguistas, pero no en su acción sino sólo en sus reivindicaciones sindicales.
Y naturalmente, no fue detenido. Pero sí Dittman, que fue acusado de subversivo
y condenado a cinco años de prisión. El día 3 el gobierno anunció que
militarizaría en las fábricas a los asalariados que no reanudaran su trabajo al
día siguiente, mientras los diputados mayoritarios del USPD en el comité de
acción, insistían sobre la necesidad de abandonar la huelga:
<<Los
peligros —dicen— son inmensos para los obreros, ya que las autoridades
militares se preparan para la represión; la peor política es proseguir la
huelga>>. (Op. cit.)
A
pesar de que los Spartakistas siguieron presionando para el endurecimiento de
la huelga, el Comité de acción acordó finalmente la orden de levantarla el
mismo tres de febrero. Las consecuencias de semejante decisión no se hicieron
esperar: la policía persiguió a los revolucionarios y cincuenta mil obreros berlineses —uno de cada
diez huelguistas—, vieron su asignación especial anulada y fueron movilizados.
El dieciocho de febrero, el ejército alemán lanzó una ofensiva
sobre el frente del este, y sus rápidos éxitos en territorio ruso permitieron a
los generales asegurar el abastecimiento de las tropas con el trigo de Ucrania.
En el Oeste, la ofensiva comenzó el veintiuno de marzo. Entre ese mes y
noviembre, la guerra le costó a Alemania 192.447 muertos, 421.340 desaparecidos
y prisioneros, 860.287 heridos y 300.000 muertos civiles más que en 1917, al
tiempo que la tasa de mortalidad infantil se duplicaba. Pero:
<<Desde el 18 de julio de 1918, el Estado Mayor
sabe que el ejército alemán se bate a la defensiva por el ataque del Mariscal
de campo francés Ferdinand Foch y la intervención de los carros de combate sobre el frente occidental, sin
posibilidades razonables de conseguir la victoria. El mismo Erich Ludendorff se convence de que hay que poner fin a la guerra>>. (Op. cit. Pp. 85)
En agosto,
Alemania llegó
al borde del colapso militar y económico. Ante la
ofensiva del ejército aliado en las postrimerías del conflicto, la burguesía alemana seguía sin
controlar el poder político en un Estado propio, todavía en manos de la
aristocracia feudal remanente de los Hohenzollern bajo el reinado del
emperador prusiano Guillermo II. Ese mes, las derrotas sucesivas del ejército
germánico provocaron las primeras revueltas de soldados. El fracaso de Montdidier (batalla del Marne) en el frente
del Oeste, el día ocho, dio la pauta de que toda esperanza de victoria militar
era vana y que los jefes ya no tenían control sobre el desarrollo de la guerra,
transformada en un “juego de azar”.
Mientras
todo esto sucedía en Alemania, los socialistas revolucionarios en Rusia
preparaban un atentado contra Lenin, que perpetraron el día 30 de ese mismo mes
de agosto, cuando tras pronunciar un discurso en la fábrica de armamento “Mijelson”,
una mujer militante de ese partido le disparó tres tiros, uno de los cuales
le atravesó el abrigo, el segundo dio en su hombro y el tercero le atravesó el
pulmón, herida esta última de la cual no se pudo volver a recuperar y sería el
principio de su muerte, acaecida el 21 de enero de 1924. Su asesina, Fanni Kaplan, nació el
año 1887 en la provincia ucraniana de Zhytomir, con el nombre de Feiga Jaimova Roitman.
Poco después del episodio,
en setiembre de 1918 el jefe del Estado mayor alemán, Paul von Hindenburg, informó a Guillermo II que la situación en el frente del Este era crítica, aconsejándole que
abandonase Rusia, al mismo tiempo que, en acuerdo con su lugarteniente, Erich Ludendorff, propuso ampliar el Gobierno para
permitir la negociación con las potencias triunfantes en la guerra, sobre la
base más sólida posible:
<<Ambos coincidían con el Secretario de Estado, Paul Von
Hintze, en que “es necesario prevenir el
desmoronamiento desde abajo, con la revolución (burguesa) desde arriba”. El objetivo es constituir un Gobierno conforme a la
mayoría del Reichstag, integrando en el gobierno a ministros
socialdemócratas>> (Op cit. Pp. 86. Lo entre paréntesis nuestro)
Ese mismo mes, el canciller
George von
Hertling dimitió, y Guillermo II nombró en su lugar al Príncipe Max de Bade, quien
propuso al presidente norteamericano Thomas Woodrow Wilson acordar
un armisticio con el enemigo de guerra sobre la base de catorce puntos.
Mientras el ocho de noviembre la delegación del gobierno viajaba para acordar
el armisticio, los jefes militares consideraban tal situación como inaceptable.
Pero en todos los ámbitos de la sociedad civil alemana, era notorio que sobre
la burguesía teutona ya pesaba el oprobio del proletariado, por el doble fracaso que le suponía no
haber podido ahogar en sangre la revolución de octubre en Rusia, sumada a la
derrota de su aventura militar en territorio francés, que debieron abandonar a
solo 100 Km. de París. Para prevenirse de las más que probables consecuencias
políticas, la pequeñoburguesía encarnada
en los dirigentes del SPD, apelaron a su órgano de difusión, el Vorwärts,
para que organice una campaña
propagandística insistiendo en que las “soluciones rusas” son impracticables en
Alemania:
<<La
revolución rusa ha anulado la democracia y establecido en su lugar la dictadura
(sobre las clases dominantes minoritarias) de los consejos de obreros y soldados. El partido socialdemócrata
rechaza, sin equívocos, la teoría y el método bolcheviques para Alemania y se
pronuncia por la democracia (bajo el poder real de la burguesía)>>. (“Vorwärts”, 21
octubre 1918: “dictadura o democracia”. Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)
Mientras
tanto, en la base de la sociedad alemana se manifestaron claros signos de una
radicalización popular creciente. La atmósfera política que se respiraba en
Berlín era de huelga. Pero entre los dirigentes políticos del movimiento, los
que no vacilaban retrocedían. En la conferencia del partido independiente,
Haase y Rudolf Hilferding —que en el SPD habían ambos
votado a favor de los créditos de guerra— junto a Wilhelm Dittmann (que en enero de 1919 se
desmarcaría de los marinos durante la sublevación en el puerto de Kiel), a
duras penas lograron detener la consigna de “dictadura del proletariado”, y se prodigaban en denunciar el “gusto romántico por la revolución
bolchevique”. Karl Kautsky se sumó a estas medias tintas
desde sus escritos en el Vorwärts.
Haase confesó a Ernst Däumig que no tenía ninguna idea de lo
que pasaría, mientras Lenin escribía a la dirección de “Spartakus”: “Ha llegado el momento”, y se prodigaba en aportar en
todo lo posible por ayudar a la revolución alemana.
El
siete de octubre se celebró en Berlín una conferencia del grupo “Spartakus”, en la que participaron los
delegados comunistas de Bremen. Se analizó allí la situación de Alemania
caracterizándola como “revolucionaria”. Y después de poner a consideración
todos los problemas que la burguesía alemana fue incapaz de resolver en la
revolución de 1848, se presentó un programa que propuso la amnistía para todos
los adversarios a la guerra, civiles y militares; la abolición de la ley sobre
la mano de obra y el estado de sitio; la anulación de todas las deudas de
guerra; la incautación de la banca, minas y fábricas; la reducción del tiempo
de trabajo; el aumento de los salarios bajos; la incautación de las propiedades
rurales, grandes y medianas; la concesión a los militares del derecho de
organización y reunión; la abolición del código militar y su reemplazo por la
función disciplinaria a cargo de delegados elegidos por los soldados; la
abolición de los tribunales militares y la liberación inmediata de los que han
sido condenados; la abolición de la pena de muerte y de trabajos forzados por
supuestos “crímenes” políticos y militares; la entrega de los medios de
abastecimiento a los delegados de los trabajadores; la abolición de los Länder
(comunidad autónoma o provincia) y
la destitución de las dinastías reales y principescas. Para la realización de
este programa, se convocó a crear “consejos
de obreros y soldados allí donde aún no existan”, para cuya dirección se
ofrecieron los más destacados revolucionarios.
A todo esto, Karl Liebnekcht
permanecía encarcelado en Luckau. Para impedir que se agrande su
aureola de mártir, los ministros socialdemócratas trataron de dar a la opinión
pública obrera una prueba de buena voluntad “democrática”, planteando en el
consejo de gobierno que sea rápidamente decretada la amnistía para los presos
políticos, y que Liebnekcht sea liberado. Aun contando con la reticencia de los
militares, la liberación del dirigente spartaquista se decidió el 21 de
octubre. Pero Liebnekcht estaba casi sólo. En Berlín, quienes pudieron ayudarle
eran “jefes sin tropa” que no pasaban de cincuenta:
<<La verdadera vanguardia de
las tropas de las fábricas está (mayoritariamente influenciada y) organizada en las filas del partido socialdemócrata independiente
(USPD), bajo la dirección de los
centristas, contra los que Liebknetch ha luchado tanto, y particularmente en el
núcleo de delegados revolucionarios de las fábricas. Con ello se plantea el
problema de una conexión directa (entre el USPD y la
contrarrevolución)>> (Op. cit. Pp. 88. Las comillas y lo entre paréntesis
nuestro).
El
caso de Wilhelm Pieck —que había regresado de Holanda
para reanudar su militancia— es elocuente. Cuando el 23 de octubre el USPD le
ofreció a Liebnekcht incorporarse a la dirección del partido, éste pidió que se
convoque a un congreso donde se condene el pasado centrista de esa
organización, y autocríticamente reconozca que los spartaquistas han tenido
razón durante los últimos años. Pero los dirigentes “independientes” solo
aceptaron redactar una “declaración de
intenciones, reconociendo que su punto de vista se ha venido aproximando al de
Spartakus”. Ante lo cual Liebnekcht declinó la cooptación ofrecida, pero
aceptó ser un invitado del ejecutivo en las reuniones donde ese partido adopte
decisiones trascendentes.
Ese
mismo día 23, los ministros del gobierno aconsejaron que el Kaiser Guillermo II
abdique. Los altos dirigentes socialdemócratas
Scheidemann y Ebert, insisten sobre la misma idea el día treinta y uno
de octubre, a la que se adhirió una delegación del partido y los sindicatos el
tres de noviembre. Konrad Haenisch fundamentó
los motivos de tal proposición en una carta privada:
<<Se trata de la lucha contra la revolución
bolchevique que asciende, siempre más amenazante, y que significaría el caos (para la burguesía, naturalmente). La cuestión imperial está estrechamente
ligada a la del peligro bolchevique. Es necesario sacrificar al emperador para
salvar al país. Esto no tiene absolutamente nada que ver con ningún dogmatismo
republicano>> (Eberhard Kolb: “Los
consejos obreros en la política interior alemana” Citado por Pierre Broué
en Op. Cit. Pp. 91. Lo entre paréntesis nuestro)
El
26 de octubre, el núcleo directivo de las bases obreras que decidieron erigirse
en consejo obrero provisional de Berlín, contaba con tres spartaquistas:
Liebnekcht, Wilhelm Pieck y Ernst Meyer:
<<Esta dirección
revolucionaria, improvisada, pasó enseguida a la discusión de la situación y a
sus perspectivas, para concluir en que era necesario estar preparados para una
acción inmediata, en caso de que el gobierno de Max Baden rehusase proseguir las conversaciones de paz y lanzase una llamada a la
“defensa nacional”>>. (Op. Cit. Pp. 89)
No
satisfecho con este análisis que juzgó puramente pasivo y expectante, sometido
a la iniciativa del adversario, Liebnekcht rehusó seguir la idea de los
delegados según la cual, las masas no estaban preparadas para batirse, excepto
por una provocación gubernamental. Y vio la prueba de lo contrario en las
iniciativas que se producían en todas partes, y en la combatividad de los
jóvenes que habían celebrado su Congreso precisamente en Berlín, los días 26 y
27:
<<El 26 por la tarde, ha habido dos
mil manifestantes en Hamburgo, el 27 el doble en Friedrichshafen. El 27 por la
tarde, a la salida de un mitin independiente durante el cual ha tomado la
palabra Andreas Festsäle, arrastra tras de sí hacia el centro de la
ciudad, a varios centenares de jóvenes y de obreros, que chocan con la
policía>>. Op. Cit. Pp. 89
Para
Intentar convencer de ello a los dirigentes de los delegados revolucionarios,
durante la jornada del veintiocho de octubre Liebnekcht sostuvo una larga
discusión con Ernst Däumig y Emil Barth. Según él, en todos los casos, e
incluso si el Gobierno no intentara prolongar la guerra en nombre de la
“defensa nacional”, los
revolucionarios tienen el deber de preparar la movilización de masas
mediante mítines y manifestaciones, que le harán tomar conciencia de su fuerza,
elevarán su nivel de conciencia y su voluntad de victoria:
<<Däumig y Barth dudan, están a punto de acusar
a Liebnekcht de confundir deseos con realidades, sólo consienten, finalmente,
en la organización de mítines, rechazando categóricamente las manifestaciones
en la calle. En la reunión plenaria de la tarde, Wilhelm Pieck hace
adoptar su propuesta de difundir una octavilla, invitando a los obreros a rehusar
las llamadas de movilización que les están llegando>>. (Op. Cit. Pp. 89)
He
aquí el espíritu pequeñoburgués, siempre temeroso, vacilante y acomodaticio a
“lo que hay”. Como el falso dado que va de un lado a otro del tapete hasta
detenerse sobre su base más pesada. El
cuatro de noviembre, Friedrich Ebert telefoneó al secretario de Estado, Arnold
Wahnschaffe, asegurándole que los sindicatos estaban empleando toda su autoridad en
apaciguar a los obreros. Dos días antes se había celebrado una reunión con los
dirigentes del USPD y con los delegados
revolucionarios de las fábricas. Allí, Georg
Ledebour introdujo a un oficial del 2° batallón de la Guardia,
el teniente Waltz, puesto él mismo y su unidad a disposición del Estado Mayor revolucionario
para la insurrección. La mayoría de los presentes acogieron con entusiasmo a
este recién llegado con capacidad de aportar fuerzas armadas y material, haciendo al fin concebible una victoria.
Waltz, bajo el seudónimo de “Lindner”, es adjunto de Ernst Däumig en los preparativos técnicos —militares y estratégicos— de la próxima
insurrección.
Pero,
¿es razonable plantearse la insurrección sin pasar exitosamente la prueba de la
huelga general? Haase propone impaciente fijar la fecha de la insurrección
armada para el 11 de noviembre. Ledebour todavía más la adelanta al día cuatro.
Karl Liebknecht, tras haber
conversado de este problema con los rusos en la embajada, desacuerda con uno y
con otro. Rechaza categóricamente cualquier propuesta tendente a desencadenar
la insurrección armada sin preparación ni certeza acerca de cuál es la real
predisposición en quienes de ellos dependerá el triunfo o la derrota de la iniciativa:
<<Es necesario, según él, lanzar la consigna de
huelga general, y que decidan los mismos huelguistas la organización de
manifestaciones armadas para la paz inmediata, el levantamiento del estado de
sitio, la proclamación de la república socialista y del gobierno de los
consejos de obreros y soldados. Afirma que sólo durante la huelga general “la
acción debería ser seguida (o no) de medidas cada vez más
atrevidas, hasta la insurrección”>> (Op. cit. Pp. 90)
A
falta de un partido efectivamente
revolucionario, fuertemente cohesionado en torno al materialismo
histórico y con influencia de masas,
ya constituido, todos estos escarceos previos serán desbordados por el
desenlace incontrolable de los acontecimientos.
En
Stuttgart, los spartaquistas ocupaban sólidas posiciones en el USPD, donde uno
de ellos, Fritz Rück, no solo presidía el ejecutivo,
sino que también formaba parte del consejo de redacción del periódico “Der Sozialdemokrat”, en cuya sección titulada “Diario de un
spartaquista” escribió:
<<Se trata de poner a las masas en movimiento. Esto sólo puede
hacerse a partir de las fábricas. La adhesión oficial al partido independiente,
por antipática políticamente que nos sea, nos deja las manos libres y nos permite
construir en las fábricas, bajo la cobertura de un trabajo de organización del
partido legal, un sistema bien soldado de hombres de confianza>>. (Op. Cit. Pp. 91)
El
dos de noviembre, el comité de acción de Stuttgart que participó en la
discusiones con los delegados revolucionarios de Berlín, informaron que la
insurrección fue decidida para el día cuatro simultáneamente con la huelga
general. También se decidió allí la publicación inmediata de un periódico, Die Rote Fahne (La Bandera Roja), que se pronunció
inmediatamente por el establecimiento en Alemania de una República de consejos obreros.
A
todo esto, el 28 de octubre entre la tripulación de los barcos de guerra
anclados en Wilhelmshaven, cunde la inquietud al saberse que
el Estado Mayor se dispone a librar un combate con la flota rusa en el Mar del
Norte. Recordando el motín de 1917, los marinos inmediatamente pidieron el
apoyo de los obreros, y durante las manifestaciones un millar de hombres fueron
detenidos, mientras cinco navíos zarpaban hacia Kiel. El 1º de noviembre se reunieron en la sede sindical de esta
ciudad, decidiendo una manifestación por las calles al día siguiente. Allí tomó
la iniciativa Karl Artelt sobre un
torpedero, proponiendo que se forme un consejo de marinos, el primero de la revolución alemana:
<<Por la mañana temprano, se encuentra
encabezando un comité designado por veinte mil hombres. Los oficiales están
desbordados. El almirante Wilhelm Souchon que manda la base, claudica frente a todas las reivindicaciones que le
presenta Artelt en nombre de sus camaradas: supresión del saludo, disminución
del servicio, aumento de los permisos, liberación de los detenidos. Por la
tarde, toda la guarnición está organizada en una red de “consejos de soldados”,
la bandera roja ondea sobre los navíos de guerra, muchos oficiales son
arrestados por sus hombres. En tierra, socialdemócratas independientes y
mayoritarios han llamado juntos a la huelga general, después a la designación
de un consejo obrero que se fusionará con el de marinos. El socialdemócrata Gustav Noske, nombrado gobernador de Kiel por el gobierno, se apresura a reconocer la
autoridad del nuevo consejo de obreros y soldados para calmar a los marinos y
localizar el incendio>> (Op. Cit. Pp. 92).
En
Hamburgo, el cinco la policía
prusiana descubre abundante material de propaganda en la valija diplomática
rusa, y el gobierno del Reich da seis horas a Adolf Ioffe y a los representantes de la
embajada de ese país en Berlín para abandonar el territorio alemán. La
revolución se propagó rápidamente por todo el país. Ese día, tras la revuelta
en Kiel, estalló en Hamburgo una huelga
general, en cuyo puerto la multitud se apoderó de los barcos de guerra, de los
sindicatos, de la estación central del ferrocarril y del regimiento principal,
donde los huelguistas se armaron. Durante la noche, cien hombres entraron en la
sede de los sindicatos y llamaron a una manifestación central para el mediodía
siguiente. En la mañana del día 6, algunos militantes planificaron la acción y
un consejo obrero provisional se constituyó en la sede de los sindicatos. A la
hora prevista, se reunieron más de cuarenta mil manifestantes. Un dirigente
independiente hizo aclamar la toma del poder político por el consejo de obreros
y soldados. El radical de izquierda Fritz
Wolffheim propuso
aprobar la consigna de la República de los consejos. Por la tarde se formó el
consejo de obreros y soldados presidido por el radical de izquierda Heinrich
Laufenberg. Durante
este tiempo, Paul Frölich, a la cabeza de un grupo de
marinos armados, había ocupado los locales y la imprenta del periódico “Hamburger
Echo”, donde se imprimió el primer número del
periódico del consejo de obreros y soldados de Hamburgo llamado “Die
Rote Fahne” que proclamó:
¡Es el principio de la revolución alemana, de la
revolución mundial! ¡Salud a la más poderosa acción de la revolución mundial!
¡Viva el Socialismo! ¡Viva la República alemana de los trabajadores! ¡Viva el
bolchevismo mundial! (Op. cit.
Pp. 94)
En
Bremen, el día cuatro, un
mitin de masas reclamó el armisticio, la abdicación del emperador y el
levantamiento del estado de sitio, mientras la policía en todas las ciudades,
tiraba de sus informes y se dedicaba a detener a los obreros prontuariados que
habían participado en las huelgas de enero. En Wilhelmshaven, el día seis un incidente mecánico en un tren que
transportaba marinos detenidos, bloqueó la estación de Bremen, Los marineros
escaparon por la ciudad dispersándose entre los astilleros y pidiendo socorro a
los trabajadores. Se organizó espontáneamente una manifestación encabezada por
dirigentes del USPD que acudió a las cárceles y, después de abrir sus puertas y
liberó a los presos, proponiendo la elección de consejos de obreros y de
soldados y aclamando la consigna de “República socialista”. Pero el mitin se
dispersó sin tomar ninguna decisión. Una manifestación de marinos organizada
por el maquinista Bernhard
Kuhnt,
permanente del partido antes de la guerra en Chemnitz,
desencadenó la huelga general. Por la tarde, obreros y marinos eligieron un
consejo donde los socialdemócratas eran mayoría, mientras en Düsseldorf los obreros luchaban contra la
policía en torno a un tren de prisioneros detenido en una estación. Allí mismo
se constituyó un consejo de obreros y soldados. El siete la huelga surgida en los astilleros a orillas del río
Weser se generalizó, y los consejos de obreros fueron elegidos en todas las
fábricas. El nueve fue designado el consejo central local de los obreros y
soldados.
En
Baviera, el movimiento de los marinos fue
creado por un grupo de revolucionarios actuando en las filas del partido
independiente. Kurt Eisner, hijo de un acomodado hombre de
negocios judío, nunca pasó de ser socialdemócrata y un revisionista del marxismo, que se radicalizó durante la
guerra luchando por la paz, sin llegar a superar sus condicionamientos
políticos de clase media burguesa; organizó en Munich un círculo de discusión
en el que participaron unos cien obreros e intelectuales, que sumaron los primeros
cuatrocientos afiliados al centrista partido “independiente” (USPD) de Baviera,
quienes ejercieron una influencia determinante entre los trabajadores de la fábrica Krupp y de otras empresas, forjando
estrechos vínculos con el ala socialista de la Liga campesina dirigida por el
ciego Ludwig
Gandorfer. Apoyando
sistemáticamente la aspiración de las masas por acabar con la guerra, Eisner
contribuyó sin duda a preparar la revolución burguesa en Baviera. El siete de
noviembre, encabezó en las calles de Munich una manifestación por la paz,
durante la cual se decidió la huelga general y el asalto a los cuarteles, que
provocó la huida del Monarca y la proclamación de Eisner ese mismo día como
presidente del consejo de obreros y soldados de la República bávara.
En
el gobierno del Consejo tenían una considerable influencia revolucionaria los
anarquistas liderados por Erik Mühsam y
Gustav Landauer. Pero la aspiración política de Eisner no
era esa, sino que Alemania pasara a ser gobernada por su partido
socialdemócrata, que no bregaba por la ruptura con el poder compartido hasta
ese momento entre aristócratas y burgueses, comprometido como estaba con estos
últimos. Precisamente por eso y a
pesar de haber venido exaltando hipócritamente el poder de los consejos de
obreros y soldados, Eisner días después convocó a elecciones “democráticas”.
En
medio de una situación revolucionaria,
donde la lucha por el poder
entre dos fuerzas en pugna se inclinaba a favor de una de ellas: los consejos
de obreros y soldados —que no estaba todavía
resuelta y definitivamente consolidada—, el voto depositado en las urnas por buena parte de las mayorías explotadas, en ausencia de una organización revolucionaria con
influencia de masas, no puede sino ser la expresión de una voluntad colectiva fuertemente condicionada por los enemigos
de esa mayoría social. Y el caso es que, entre esos enemigos que conspiraban
contra la revolución, estaba el reaccionario partido socialdemócrata alemán,
con el que ni Rosa Luxemburgo, ni Liebknetch, ni tantos otros como Ledebourg y
Haase, decidieron romper a tiempo y combatirle
abiertamente. Esta renuncia explica que sujetos como el periodista del “Vorwärts”, un tal Stampfer, pudiera
decir que los obreros y los soldados no debían conservar el poder conquistado
desde los Consejos, argumentando que solo representaba a una parte de la población alemana: el proletariado. Así lo
inyectó en la opinión pública el día 13 de noviembre, haciéndose pasar como un
consejista:
<<Hemos
vencido, pero no lo hemos hecho para nosotros solos. ¡Hemos vencido para el
pueblo entero! Por eso nuestra consigna no es: ‘¡todo el poder a los
soviets!’, sino: ¡Todo el poder al pueblo entero!>> (Op. Cit. Pp. 108)
Los
centristas bávaros (USPD) procedieron, pues, según los intereses del SPD, es
decir, de la burguesía, al contrario de lo que había sucedido en Rusia un año
antes, donde los revolucionarios bolcheviques tuvieron este fundamental y decisivo detalle
muy en cuenta. De aquí que no cometieran el error por el que se deslizó el flamante
gobierno revolucionario alemán en Baviera y demás landers alemanes. Los bolcheviques optaron, en cambio, por no
abdicar el poder militar arrancado al zarismo; se resistieron a soltarlo irresponsablemente
dejándolo al albur de unas elecciones inmediatas. De esta trascendental experiencia
revolucionaria no aprendió Eisner.
Su democratismo formal
—típico del centrismo político
neutralizante— le impidió decidirse por el polo de la contradicción
dialéctica que pugna objetivamente
por resolverla en el sentido del progreso
histórico-social. Y el instrumento político que utilizó, temiendo que
la balanza del poder se inclinara demasiado en detrimento de uno de sus dos
polos, fueron las elecciones:
<<Así fue cómo el día 10 de
enero, Eisner no dudó en ordenar la detención de los partidarios del boicot a
esos comicios [miembros
del Partido comunista alemán (KPD) y
del Consejo obrero revolucionario animado por Mühsam]. Y como consecuencia de ello,
el día 12 el USPD (su propio partido) obtuvo
solo el 2,5% de los votos>> (Jean Barrot y Dennis Authier: “La izquierda comunista en Alemania”.
Ed. Cit. Pp. 125-126. Lo entre corchetes nuestro)
El
inconveniente de toda posición política a medio camino entre los dos extremos
políticos de la contradicción social, está en que bajo determinadas condiciones de inestabilidad, las mayorías
silenciosas que temen cambios le puedan confundir con cualquiera de ellos. De
esta confusión habría de ser víctima el propio Eisner, no solo por haber
perdido en el terreno electoral, sino fatalmente su propia vida tres meses
después[3].
En
la ciudad sajona de Chemnitz, el ocho
de noviembre los cuarteles fueron tomados por asalto y simultáneamente, Fritz
Heckert consiguió
organizar una huelga durante la cual, se procedió a crear un consejo de obreros
y soldados, en el que figuraron socialdemócratas
mayoritarios por el sindicato de la construcción que él presidió, y el
partido independiente del que era dirigente máximo de hecho; fue designado
presidente el nueve de noviembre.
Ese
día en Berlín, desde el
amanecer se distribuyeron volantes en las fábricas convocando a la
insurrección, al tiempo que la bandera
roja, emblema de la revolución mundial, flameaba sobre los edificios públicos
de todas las regiones alemanas. Sorprendidos ante la enorme magnitud de la población obrera marchando hacia el centro
desde todos los barrios industriales del Norte y del Este, sin
distinción de mayorías y minorías políticas fraccionales partidarias, los socialdemócratas mayoritarios se
cuidaron muy bien de ponerse frente a un movimiento al que sabían que no
podrían vencer:
<<Sus hombres de confianza reunidos aún de
madrugada en torno a Ebert, fueron categóricos: las masas siguen a los
independientes, escapan totalmente a los mayoritarios. Lo que hay que evitar a
cualquier precio, es la resistencia de los cuarteles y que haya combates en las
calles; (porque) entonces, lo peor sería posible, es decir,
una revolución sangrienta, y (como resultado) el poder en manos de los extremistas>>. Pierre Broué Op. Cit.
Pp. 97. Lo entre paréntesis nuestro)
Pero
la sorpresa parecía no haber dejado margen de tiempo suficiente, cuando desde
Sajonia un oficial del regimiento de cazadores de Naumburg, informó que sus hombres estaban
dispuestos a disparar sobre las masas y esperaba órdenes. Es lo que los SPD
mayoritarios querían evitar. Fue cuando Otto Wels acudió al cuartel Alexandre, en
Berlín, para convencer a los soldados que “no
deben disparar sobre el pueblo, sino al contrario, ir con él en esta revolución
pacífica” Los demás regimientos de la guarnición siguieron el ejemplo de
los cazadores. Un oficial de Estado Mayor, el teniente Colins Ross, hizo saber
a Ebert que el comandante en jefe había dado la orden de no disparar. El Vorwärts
lanzó una octavilla especial que decía: “No se disparará”. Finalmente ante la pasividad del ejército los
edificios del Reichstag (parlamento) fueron ocupados testimonialmente por la muchedumbre sin recibir un solo
disparo.
Poco
después, en el palacio imperial, subido al techo de un auto Liebnektch proclamó
la “república socialista alemana”. Y después, desde un balcón de la residencia
de los Hohenzollern dijo a la muchedumbre:
<<La
dominación del capitalismo que ha convertido a Europa en un cementerio, está
rota de ahora en adelante. Nos acordamos de nuestros hermanos rusos. Nos habían
dicho: “Si en un mes no habéis hecho como aquí, rompemos con vosotros”. Nos ha
bastado cuatro días. No porque el pasado esté muerto debemos creer que nuestra
tarea está terminada. Debemos aprovechar todas nuestras fuerzas para formar el
gobierno de los obreros y soldados y construir un nuevo Estado proletario, un
Estado de paz, de alegría, y de libertad para nuestros hermanos alemanes, y
nuestros hermanos de todo el mundo. Les tendemos la mano y les invitamos a
completar la revolución mundial. ¡Los que quieran ver realizadas la república
libre y socialista alemana y la revolución alemana levanten la mano!”. Un
bosque de brazos se levanta>>. (Ed. Cit. Pp. 98)
Pero esta exaltación no era más que un
espejismo político, porque a la hora de las votaciones en los órganos donde las
voluntades políticas contaban
realmente, la mayoría de los representantes —tradicionalmente socialdemócratas—
seguían siendo mayoría, tanto en el USPD como en el SPD. Y todos ellos jugaron
sus cartas ocultando sus verdaderos propósitos contrarrevolucionarios, apelando
a la consigna de la “unidad socialista para la defensa de la revolución, la
paz, la fraternidad”, etc., etc. Pero siempre en alianza con el gobierno
provisional y un tipo de Estado, que a partir del día siguiente, se convertiría
en permanente.
Y en efecto, el 10 de noviembre, durante la decisiva reunión de delegados de los consejos en la región
de Berlín, el revolucionario Ledebour, quien también confiaba en que
tras el impacto de los
acontecimientos en las calles los revolucionarios contarían con una
mayoría entre los representantes
de las bases obreras, al descubrir el fiasco se manifestó partidario de rechazar cualquier forma de colaboración
con los mayoritarios del USPD y SPD. Los que según parece volcaron la balanza
en las votaciones, fueron los representantes de los consejos de soldados, entre
quienes tenía predicamento el representante Max Cohen-Reus, otro pequeñoburgués —consecuente
con su extracción de clase—, hijo de un comerciante. Otras delegaciones de
obreros reclamaron que Liebknecht integrara el gobierno:
<<Cuando llega Liebknecht, al final de la tarde,
afirma que es imposible rehusar categóricamente toda colaboración con los
mayoritarios (del SPD), como propone Ledebour, sin correr el
riesgo de no ser comprendido y aparecer ante las masas como enemigo de la
unidad a la que aspiran. Apoyado por Richard
Müller y Däumig, puso seis condiciones:
proclamación de la República socialista alemana, entrega del poder legislativo,
ejecutivo y judicial a los representantes elegidos por los obreros y soldados,
no a los ministros burgueses, participación de los independientes limitada al
tiempo necesario para la conclusión del armisticio, ministerios técnicos
sometidos a un gabinete puramente político, paridad en la representación de los
partidos socialistas en el seno del gabinete>> (Op. cit. Lo entre paréntesis
nuestro)
Finalmente, esa reunión de
delegados —a propuesta de Paul Eckert—, acabó aprobando una proclamación
dirigida al “pueblo trabajador”, publicada al día siguiente por el periódico de
derechas liberal-burgués, “Vossische
Zeitung”, donde decía:
<<Ya no existe la vieja Alemania. (…) Alemania
se ha transformado en una República socialista. Los detentadores del poder
político son los consejos de obreros y soldados>> (Op. cit.)
Pero
ante los hechos consumados esa proclama era todo un sarcasmo político, porque
se aprobó después de que, en esa misma reunión, se aprobara el nombramiento de
un consejo ejecutivo de “comisarios
del pueblo”, integrado por 6 representantes del SPD, otros 6 del USPD y
12 soldados, todos ellos favorables al SPD y contrarios a entregarle el poder a
los Consejos, dejando esa proclama en papel mojado; un hecho que se vio
ratificado en la segunda quincena del mes siguiente durante el Congreso
pan-alemán de Consejos Obreros. La contrarrevolución
política estaba servida. Para más inri, ese mismo día 10 de noviembre,
el General Wilhelm Groener
llegó a un acuerdo secreto
con el presidente socialdemócrata Friedrich Ebert, por el que éste se
comprometía a mantener la autonomía
del ejército y a inutilizar
a los Consejos de Soldados, a cambio
del apoyo del ejército a la república
burguesa[4]:
<<A escala nacional, el congreso pan-alemán
de los consejos de obreros y soldados (16-20 de
diciembre de 1918 llamado “consejo imperial”), otorgó el poder al consejo de
comisarios del pueblo, en el que sobre los 485 delegados,
375 estaban ya en el gobierno y eran SPD y USPD de derechas. Liebknetch y
Luxemburgo no fueron aceptados como delegados por ser spartaquistas; y dado que
los comunistas internacionalistas de Alemania (IKD), decidieron no asistir, la
única oposición (al oficialismo del SPD) en ese congreso, fueron hombres revolucionarios de confianza como
Richard Müller, Ledebour y Däumig por el USPD no spartaquista. Su oposición
consistió en que se conceda una mayor importancia a los consejos en la próxima
constitución>> (Jean Barrot y Dennis Authier: Op. cit. Cap. VII Pp.
118. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros)
Todo
este tinglado contrarrevolucionario fue posible, porque los consejos de obreros y soldados alemanes se habían suicidado
al dejar intangibles los partidos
políticos y demás instituciones de Estado burguesas preexistentes. A
diferencia de los sóviets en
Rusia, que fueron concebidos, creados y esgrimidos como formas de organización política nacional permanentes, alternativas y
sustitutas de tales organizaciones
estatales burguesas hechas a la medida del capitalismo. Y si los
asalariados en la Rusia soviética pudieron barrer con toda esa escoria
política, fue porque su vanguardia —los bolcheviques—, decidieron romper a tiempo no sólo ideológica y políticamente
con la contrarrevolución
encarnada en sujetos como Bernstein, Kautsky, Scheideman, Ebert y Noske, con
partidos burgueses como el SPD y con las instituciones políticas de Estado que
dichos sujetos y partidos integraban.
Una vez constituido el “Consejo imperial de comisarios del pueblo”
que neutralizó el poder de los Consejos, este es recién el momento en que los
miembros de la Liga Spartakus
decidieron romper con el SPD disolviéndose en el Partido Comunista de Alemania
(KPD). Al mismo tiempo en que Ebert y la plana mayor del SPD, creyeron oportuno
asestarle a la revolución alemana el golpe de gracia, decidiendo atacar a su
reducto militar: la Volksmarinendivisión
integrada por 3.000 marinos acantonados en Kiel, pero que se habían trasladado a
Berlín “para defender las conquistas de
la revolución contra los ataques de la reacción”. Se decidió provocarlos
dejando de pagarles sus sueldos de diciembre. Los marinos respondieron ocupando
la cancillería el día 24. Ebert
inmediatamente tomó contacto con el General
Arnold Lequis, quien al mando de los cuerpos de seguridad ordenó
cercar a los marinos en torno al palacio real que les servía de acantonamiento.
La batalla se saldó a cañonazos con
60 muertos y heridos entre los marinos, que resistieron hasta que una
manifestación de obreros radicales rodeó a las tropas de Lequis obligándoles a
retroceder, y cuyos oficiales no fueron linchados gracias a un discurso
hipócritamente conciliador de Ebert. Los manifestantes ocuparon por primera vez
el “Vorwärts” recuperándolo
fugazmente para la revolución durante algunos días publicado con el nombre de “Vorwärts Rojo”, donde los marinos declararon no ser
spartaquistas, ante lo cual la “Rothe
Fane” replicó:
<<El espíritu de esta tropa
es el espíritu de nuestro espíritu, espíritu de la revolución socialista
mundial>>. (Op. cit. Pp. 120)
Tras
esta ofensiva fallida del Estado alemán y ante la presión que venía soportando
desde el día 21 de diciembre por los “hombres de confianza” del USPD, sus
miembros en el gobierno provisional, renunciaron a sus puestos en el “Consejo
General de comisarios del pueblo”. Este vacío fue ocupado por miembros del SPD,
entre ellos el ya citado Gustav Noske, quien se hizo cargo del aparato militar y el día 4 de
enero de 1919 destituyó al prefecto de policía Eichhorn, miembro del USPD,
creador de las Sischerheitswehr (fuerzas de seguridad), a raíz de lo cual el
día 5 de febrero, una manifestación de 700.000 personas exigió su restitución
en el cargo. Ése mismo día, el centrista USPD formó un “comité insurreccional”,
al que se sumaron los spartaquistas recién llegados al Partido Comunista Alemán
(KPD) liderados por Rosa Luxemburgo y Liebknecht. Una insurrección que apuntó
contra el gobierno pero no contra el
Estado. Todo se iba quedando en casa. Ese mismo día, el KPD, los
“hombres de confianza (RO) y el USPD, difundieron una octavilla convocando a
una manifestación para abolir el “despotismo del gobierno”.
Por
la noche, al mismo tiempo que el comité insurreccional elaboraba un plan de
acción para el día siguiente, Noske ordenaba evacuar sus tropas de la ciudad de
Berlín y agruparlas en la periferia con
un plan de reconquista. El día 6, las masas ocuparon los puntos estratégicos de
la capital, y un Comité
revolucionario integrado por Liebknecht, Ledebourg y un hombre de
confianza llamado Scholze, declaró la destitución del gobierno. Pero en el
ínterin, el USPD no dejó de negociar con Noske, mostrando toda su claudicación
de principios. La reconquista comenzó el día 7:
<<La burguesía niega la lucha de clases en la teoría, pero la
reconoce (y asume) mejor que los obreros en su práctica.
Luxemburgo persistió en continuar hasta el final al lado de los sublevados (en
un partido político
contrarrevolucionario. Y en tales circunstancias decisivas) la idea de “fundirse” con las masas es tan
falsa como la de “dirigirlas”. Detenidos el día 15 de febrero, Liebknecht y
Luxemburgo fueron brutalmente asesinados (el cadáver de Rosa fue arrastrado
por las calles de Berlín)>> (Op.
cit. Pp. 121. Lo entre paréntesis nuestro)
Leo Jogiches, compañero sentimental de Rosa, fue
asesinado el 10 de mayo de en la prisión
donde permanecía confinado. Durante todo ese mes de enero, los muertos en la
revolución alemana superaron a los de las dos revoluciones rusas juntas: la de
febrero y la de octubre. Y aquí es necesario insistir en que, el error de Rosa Luxemburgo, Liebknetch y
demás líderes políticos revolucionarios alemanes durante los sucesos entre 1918
y 1919, radicó en hacer seguidismo del
presunto espontaneismo
revolucionario de las luchas protagonizadas por las masas explotadas,
un prejuicio nunca debidamente fundamentado porque caree de todo fundamento,
que hasta el fracaso inevitable les mantuvo sometidos a la disciplina
contrarrevolucionaria del SPD, en la creencia de que esas luchas impulsarían a ese
partido hacia posiciones de ruptura con el capitalismo.
Los bolcheviques en Rusia, por el
contrario, comprendieron a tiempo la
necesidad de que la teoría
revolucionaria se deba y pueda expresar políticamente con toda libertad
para educar al proletariado en la práctica de la revolución, evitando que se
ilusione con el discurso y las promesas de los partidos políticos y las
instituciones “democráticas” de la burguesía. Pero para eso era necesario crear un partido efectivamente
revolucionario y preservar su independencia organizativa, única
garantía de que su militancia se mantenga férreamente unificada e instruida en
torno a la teoría revolucionaria, tal como lo viniera predicando Lenin desde
1902 en su ¿Qué hacer?”:
<<Sin teoría
revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se
insistirá lo suficiente sobre esta idea, en un momento en que, a la prédica en
boga del oportunismo, va unido un apasionamiento por la actividad práctica. Y,
para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor aun, debido
a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia, a saber: primeramente por
el hecho de que nuestro partido sólo ha empezado a formarse sólo ha empezado a
elaborar su fisonomía, y dista de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento revolucionario,
que amenazan con desviar al movimiento del camino correcto. Por el contrario,
precisamente estos últimos tiempos se han distinguido (como hace ya mucho
predijo Axelrod a los “economistas”), por una reanimación de las tendencias
revolucionaras no socialdemócratas. En estas condiciones, un error, “sin
importancia” a primera vista, puede ocasionar los más desastrosos efectos, y
sólo gente miope puede encontrar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación precisa
de los matices. De la consolidación de tal o cual “matiz”, puede depender el
porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años.
En segundo lugar, el movimiento socialdemócrata es, por su
propia naturaleza, internacional. Esto no solo significa que debemos
combatir el chovinismo nacional. Esto significa, también, que el movimiento
incipiente, en un país joven, únicamente puede desarrollarse con éxito a
condición de que aplique la experiencia a otros países.>> [V.I.
Lenin: “¿Qué
hacer?” Cap. I. Aptdo. d). El subrayado nuestro]
De ahí que, desde 1903, los
bolcheviques se opusieran radicalmente a cualquier
compromiso de partido con todo tipo de personas carentes de principios teórico-científicos firmes.
Así como su distinta naturaleza biológica impide a los renos relacionarse
con los bueyes almizcleros al interior del mismo hábitat, Lenin fue inflexible
con todo tipo de militante proclive a
implicarse orgánicamente con los enemigos de la revolución, sea por
ignorancia o por pura inclinación oportunista, consciente o inconsciente. Y a
propósito rememora David Shub en su biografía de Lenin, la discusión que
mantuvo con Nicolai Valentinov, a raíz de que éste le
observara su tolerante indiferencia frente a la conducta de un miembro del
Partido, a quien provisto de un pasaporte se le facilitó dinero para regresar a
Rusia de su exilio, que decidido malversar en un prostíbulo:
<<La explicación de Lenin fue reveladora: “Seguramente tú no habrías ido a ese
burdel ni te gastarías el dinero del Partido en una taberna. Tu debilidad no es
la bebida, pero estás en camino de llegar a cosas peores. Eres capaz de
intrigar con Aleksandr
Samoylovich Martynov, ese menchevique, enemigo
recalcitrante de nuestra ortodoxia revolucionaria, ya desde los tiempos de “Iskra”. Eres capaz de aprobar la reaccionaria teoría burguesa de Ernst Mach, hostil al materialismo dialéctico. Eres capaz de admirar la supuesta
‘búsqueda de la verdad’ de Serguéi Nikoláievich Bulgákov. Y todo esto suma un burdel muchas
veces peor que ese prostíbulo de chicas desnudas que visitó el camarada “X”. Tu
burdel envenena y nubla la conciencia de clase de los trabajadores. Y si
comparamos tu conducta con la del compañero “X” desde este punto de vista, el
único válido para un socialdemócrata, las conclusiones serán bastante
diferentes: tú mereces el oprobio por haber tratado de sustituir el marxismo
por una turbia doctrina, mientras que la conducta de “X” puede perdonarse
fácilmente. Como miembro del partido, “X” es un revolucionario leal, adicto y
maduro, que se ha conducido como tal antes del congreso, durante el congreso y
después del congreso (Se refiere al IIº Congreso del POSDR,
celebrado entre el 30 de julio y el 23 de agosto de 1903), lo cual es de
suma importancia…”. Y más adelante le confesó: “Tienes razón en eso, tienes
toda la razón: todo aquél que vaya contra el marxismo es mi enemigo; rehúso
estrechar su mano y sentarme a la misma mesa con los filisteos.”>> (David
Shub: “Lenin” T.I Cap. 4: El
nacimiento del bolchevismo. Lo entre paréntesis nuestro)
Ni Rosa Luxemburgo ni Leo Jogiches, Liebknecht,
Ledebourg y demás compañeros de partido —que intentaron poner en práctica la
revolución alemana sin abandonar el SPD— siguieron esta norma política
elemental ni supieron reparar su error a tiempo, obnubilados como
permanecieron, aprisionados por el falso, engañoso e inocuo espontaneismo revolucionario de
masas explotadas inconscientes
en movimiento. Un fenómeno al
que atribuyeron la virtud mágica tan
poderosa, como para inducirles a confiar en que, sin más requisitos, el
partido socialdemócrata, ese “cadáver maloliente” que lo fue para Rosa desde
que sus máximos dirigentes votaron los créditos de guerra en agosto de 1914,
pudiera dejar de ser contrarrevolucionario
no se sabe por qué raro sortilegio para trasmutar en revolucionario y, por el mismo arte de birlibirloque, la sociedad capitalista se
pudiera convertir en socialista. Que nosotros sepamos, jamás un partido
político de cuño burgués ha
variado el rumbo de su acción contrarrevolucionaria. ¿Qué lectura hicieron los
spartaquistas de la deriva experimentada por la socialdemocracia tradicional en
Rusia entre 1900 y 1917? Por lo visto, ninguna que hubiera sido de provecho a
la humanidad durante la revolución en Alemania.
Su filosofía política se redujo esencialmente, a la idea según
la cual, la conciencia revolucionaria
de los explotados surge directa y
espontáneamente de su lucha elemental
contra los explotadores. Es decir, sin un partido cuyos integrantes cumplan con
tres requisitos previos que para el Materialismo Histórico son insoslayables:
1) comprender la racionalidad histórica que justifica el proyecto político socialista; 2) adoptar las preceptivas
formas de lucha para procesarlo
y 3) garantizar la independencia
política de ese partido. Este último requisito es el que los
spartaquistas soslayaron convirtiendo la lucha espontánea de los explotados en un fetiche. Así lo dejó
sintetizado la propia Rosa en su obra de 1904 titulada: “Problemas organizativos de la socialdemocracia”:
<<…el ejército proletario es reclutado y adquiere
conciencia de sus objetivos en el curso de su lucha (espontánea. Da igual en qué tipo de organización política
milite)>>.
Si consideramos, como es incontrovertiblemente cierto,
que toda lucha se asimila a cualquier proceso
de trabajo, comparemos el concepto inmediatista
y empírico del vocablo “conciencia” —que adoptaron los spartaquistas al
interior del SPD—, acudiendo al esclarecedor pasaje de la obra de Marx, donde distingue
entre el proceso de trabajo propio de los animales y el de los seres humanos:
<<Una araña ejecuta operaciones que semejan
a las manipulaciones del tejedor, y la construcción
de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un
maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja,
desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la
construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de
trabajo, brota un resultado que antes de comenzarlo existía ya en la mente del obrero; es decir,
un resultado que tenía ya existencia ideal.
El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la
naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza
en ella su fin, fin que él sabe que
rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente
que supeditar su voluntad>> (K. Marx: El Capital” Libro I Cap. V. El proceso de trabajo. El subrayado
nuestro)
Otro tanto es preceptivo que suceda, sin duda, a la hora de construir una organización
revolucionaria, cuyo carácter objetivamente
transformador también deber ser necesariamente producto de un proceso de trabajo presidido por
un proyecto teórico previo,
ajustado a la finalidad que se
persigue.
En “Reforma o Revolución”, Rosa en modo alguno pasó por alto la importancia de la teoría en el
proceso revolucionario. Acordando con Lenin, señaló allí la importancia de la
teoría como primordial condición para la práctica política revolucionaria,
acusando a oportunistas como Eduard Bernstein de:
<<…mellar
el arma de la crítica con la cual, aun siguiendo materialmente sujeto al yugo
de la burguesía, el obrero la derrota, puesto que la convence del carácter
efímero y temporal de la sociedad actual, de la inevitabilidad del triunfo
proletario, hecha ya la revolución en el reino del espíritu>> (Op.
Cit. Pp. 90)
Pero
descuidó pensar, en que, para no mellar el arma de la crítica teórica
revolucionaria, ésta debe unificarse
con la práctica política consecuente. Dos categorías distintas pero
esencialmente compatibles y contrarias a que cualquiera otra tercera parte
interfiera y desbarate su afinidad
electiva. Por ejemplo, el ácido sulfúrico es un compuesto químico
altamente corrosivo, formado por la unión entre dos átomos de hidrógeno y
cuatro de azufre que así permanece estable:
<<Si se pone un
trozo de piedra caliza en (contacto con) una solución diluida de ácido sulfúrico,
éste toma la cal y resulta yeso; en cambio, ese ácido (ya) débil de forma gaseosa se desprende. Aquí
hay una separación, se ha dado una nueva síntesis y resulta justificado
usar el término “afinidad electiva” (entre la cal y el ácido sulfúrico), puesto que realmente parece que una
relación resulte preferida a la otra y se elija aquella en lugar de
esta>> (Johann
Wolfgang von Goethe: “Las afinidades electivas” Cap. I. Ed.
“Icaria” S.A./1984 Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro, Cfr. Versión
digitalizada)
Goethe apeló a la
química para explicar lo que suele suceder entre las personas, cuando en la
relación previa entre dos afines irrumpe una tercera que destruye tal afinidad.
Y ante la observación de uno de los personajes de su obra, quien no veía en el
experimento una elección sino
una necesidad natural, objetiva,
ajena a la voluntad de las partes
comprometidas en el experimento, Goethe explica que, en la química, como entre
los seres humanos:
<<La ocasión crea
relaciones, igual que hace al ladrón (“y ¿cómo
es él, en qué lugar se enamoró de ti…”);
y si hablamos de vuestros cuerpos naturales, me parece que la elección está
meramente en las manos del químico que (deliberadamente) reúne estas (tres) substancias. Pero una vez que están juntas, ¡Dios tenga compasión de
ellas! En el caso presente, solo me duele por el pobre ácido gaseoso, que tiene
que volver a dar vueltas por el infinito>>. (Op. cit. Lo entre
paréntesis nuestro)
O
sea, que según la naturaleza de las sustancias que se unan o relacionen, resulta
una cosa u otra. Pues bien, los “químicos” que sin previsión alguna experimentaron
con esa mezcla entre el
Partido político marxista de Eisenach y el Sindicato de trabajadores alemanes,
de la cual sintetizó el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata Alemán), fueron
el marxista Wilhelm
Liebknecht y el
socialdemócrata
August Bebel, quienes quisieron
ver en esa mezcla una afinidad
electiva proclive a la revolución
socialista. Dos conceptos de la práctica política en modo alguno afines
el uno al otro, sino al contrario, cuya síntesis resultante de mezclar ambos,
permitió al Sindicato de trabajadores alemanes actuar con el partido marxista,
como la piedra caliza con el ácido sulfúrico, convertido así en un gas evanescente
sin eficacia política ninguna, condenado a vagar sin oficio ni beneficio por el
éter.
Y si quisiéramos ver el
experimento de esta misma relación
desde el punto de vista físico-mecánico
—donde cada producto es el resultado de relacionar el trabajo humano colectivo
con instrumentos idóneos y adecuados a una finalidad específica—, decir que los
revolucionarios de la Liga “Spartacus”
procedieron tan errónea e infructuosamente, como lo harían unos empresarios
capitalistas que decidieran emplear el trabajo asalariado en mover medios
técnico-mecánicos propios de una fábrica
de embutidos, queriendo producir
automóviles.
Liebknecht y Bebel no
repararon en que un partido político verdaderamente revolucionario, con un
proyecto político teóricamente diseñado para una finalidad científicamente
prevista, no se puede construir vinculándose orgánicamente ningún sindicato, no
apto para destruir la
relación capitalista entre obreros y patronos, sino para conservarla. Porque esa es, precisamente, la condición de
existencia de cualquier sindicato: limitarse a luchar dentro del sistema por mejores condiciones de vida y de
trabajo de sus afiliados, dejando intacta
la relación con sus patronos. Una organización que así, solo puede
reclutar mayorías obreras contrarrevolucionarias,
tal como resultó siendo el caso en el SPD.
El instrumento idóneo para la lucha efectivamente
superadora de la sociedad capitalista es, por tanto, el partido revolucionario sin más aditamentos. Un partido
verdaderamente independiente
que siga sus propios principios
fundamentados en la moderna ciencia social, donde prevalezca un criterio de reclutamiento basado
en la calidad ideológica y
política de sus militantes, en su comprensión de la teoría revolucionaria
basada en la moderna ciencia social, no en la mera cantidad de adeptos formados en la tradicional concepción burguesa de la
sociedad. Unos militantes que participen y actúen no como meros asalariados y
sindicalistas, sino como teóricos del partido revolucionario ante los de su
misma condición asalariada, convirtiendo
la cantidad en calidad:
<<Por eso, todo
lo que sea rebajar la ideología socialista, todo lo que sea alejarse de
ella equivale a fortalecer la ideología burguesa. Se habla de espontaneidad.
Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente
hacia su subordinación a la ideología burguesa, marcha precisamente por el
camino del programa del “Credo”, pues el movimiento obrero espontáneo es
tradeunionismo (sindicalismo), es Nur-Gewerkschaftlerei (sólo sindicalismo), y el tradeunionismo implica precisamente
la esclavización ideológica de los obreros por la burguesía. Por esto es por lo
que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consiste en combatir la espontaneidad,
consiste en apartar el movimiento obrero de esta tendencia espontánea del
tradeunionismo a cobijarse bajo el ala de la burguesía y atraerlo hacia el ala
de la socialdemocracia revolucionaria>>. (V.I. Lenin: “¿Qué Hacer?” Cap. II.)
Tal es la función propia de un partido revolucionario; la
imprescindible tarea tiende a destruir
políticamente la relación económica y
social desigual entre patronos y obreros, como conditio sine que non para construir una verdadera sociedad entre iguales. Y la organización hecha a
la medida de esta función, es el único medio
o instrumento que garantiza la suficiente
libertad de acción, para convertir la crítica teórica científica en práctica política revolucionaria aplicada sobre los
cimientos del edificio ideológico y político de la sociedad burguesa.
De este razonamiento cabe concluir, que Rosa Luxemburgo y demás colegas de
la “Liga Spartakus”, sin duda destacaron con insuperable
brillantez, tanto en haber comprendido el proyecto político marxista, como en
su hábil, sincera y honesta intención de realizarlo. Su fatal error consistió, en haber errado en su concepción
organizativa; en no haberse puesto a
tiempo manos a la obra para romper
sus vínculos políticos con la contrarrevolución enquistada en el SPD.
Independizarse de él y crear el instrumento
adecuado a los fines de guiar el proceso de la lucha de clases en
dirección al socialismo era lo correcto y preciso. Pero para tales objetivos
proclamados, optaron en cambio por seguir usando el “arma mellada” de la
socialdemocracia burguesa. Lo intentaron infructuosamente desde el cepo de un partido reaccionario.
Y no es ninguna paradoja sino la consecuencia
de una imprevisión teórica, que como resultado de esa errónea opción
política, acabaran brutal y vilmente asesinados por sus propios “camaradas” de
partido, los máximos dirigentes de ese engendro: Philipp Scheidemann, Friedrich Ebert y
Gustav Noske, quien pasó a la historia como “el perro sangriento de la
revolución alemana”.
Tras la derrota definitiva de Alemania en
1919 y ser declarado el armisticio, los Aliados (Francia, Reino Unido y Estados
Unidos), se reunieron el 18 de enero en la Conferencia de Paz de París para
acordar sus términos con Alemania, el desaparecido Imperio austrohúngaro
—entonces ya dividido en la República de Austria, Hungría, Checoslovaquia,
Polonia y Yugoslavia—, el decadente Imperio otomano y el Reino de Bulgaria. Para
tales efectos, los Aliados vencedores redactaron y firmaron tratados con cada
una de las potencias vencidas; el Tratado de Versalles que se le impuso a
Alemania, fue asumido por la llamada República de Weimar, que entró en vigor en
1920 y, según el artículo 231, este país y sus aliados fueron declarados responsables de la guerra
de acuerdo con el siguiente texto:
<<Los gobiernos aliados afirman, y Alemania
acepta, la responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todos
los daños y pérdidas a los cuales los gobiernos aliados y asociados se han visto
sometidos como consecuencia de la guerra impuesta a ellos por la agresión de
Alemania y sus aliados>>.
Creada una “Comisión de reparaciones
de guerra” cuyo monto quedó por definir, Alemania fue conminada a entregar
todos los barcos mercantes de más de 1.400 Tm. de capacidad y la cesión anual
de 200.000 Tm. de nuevos barcos, en sustitución de la flota mercante que las
potencias triunfantes perdieron durante el conflicto; se le obligó, también, a
entregar anualmente 44 Tm. de carbón, 371.000 cabezas de ganado y la mitad de
su producción química y farmacéutica durante cinco años. Además de afrontar el
pago de 132.000 millones de marcos alemanes. Pese a que los militares alemanes
se negaron a aceptar la derrota y los acuerdos impuestos por los vencedores de
la contienda, el gobierno comenzó a cumplir los costes que le impuso el
tratado, lo cual fue causa de la hiperinflación que acabó implantando el
régimen totalitario nazi en ese país.
Los bolcheviques en Rusia comprendieron
que a la hora de marcar el curso de la historia en un determinado país, cumplir
con la condición de
independizar organizativamente
el ejercicio político de la
teoría revolucionaria, es decisivo. Este principio ha sido
confirmado por la experiencia histórica durante la revolución alemana. De otro
modo no se explica que los obreros de ese país tomaran el poder construyendo
sus propios organismos de democracia directa: los consejos de fábrica, para
delegarlo mansamente inmediatamente después, en la democracia burguesa de la
Constituyente dominada por el SPD. El estado de ánimo de los obreros alemanes
en octubre de 1918 era revolucionario, pero su conciencia política y firme
determinación para completar la revolución, permanecieron paralizados por su
sometimiento a la disciplina política de ese partido contrarrevolucionario, tal como se demostró. Esto es
lo que la burguesía en alianza con la nobleza no pudo conseguir en Rusia, dado
que las masas de ese país estaban teóricamente instruidas en los principios básicos
del marxismo, comprobando que esos mismos principios animaban la política del partido
revolucionario bolchevique. Y es que la lucha de los explotados es flujo y
movimiento, pero, según la distinta concepción de esa lucha asumida por
determinados grupos políticos de vanguardia
al principio de la acumulación de fuerzas políticas de los explotados,
ese movimiento también cristaliza en organizaciones dirigentes revolucionarias
y contrarrevolucionarias.
Una vez que el proletariado alemán decidió estúpidamente volver a confiar en
la burguesía, delegando en la Constituyente burguesa el poder que habían
conquistado luchando desde su doble
poder en los Consejos Obreros, el jefe del Partido Socialdemócrata
Alemán (SPD), Friedrich Ebert, en ese momento presidente de la nueva República
Alemana, declaró terminada la revolución y, haciendo suyo el pensamiento de
Eduard Bernstein declaró:
<<Al
estar el partido de la clase obrera en el poder, la clase obrera ha tomado el
poder político, la transformación de las relaciones sociales (llamada
socialización) es, de ahora en adelante, cuestión de tiempo: se trata de
un proceso progresivo y pacífico. Hay que desarrollar todavía el capital,
pues sólo un capital llevado al último estadio de su desarrollo, podrá ser
"socializado". Para ello hay que hacer reinar el orden y aplastar
a los "spartaquistas"...>> (Jean
Barrot y Denis Authier: "La
izquierda comunista en Alemania" Cap. VI. Ed. Zero, S.A./1978 Pp. 107.
Subrayado nuestro).
¿Quién puede negar que aquél error teórico deslizado por Engels
en ese texto de su ‘Introducción’ a “La
lucha de clases en Francia”, prolongado por Eduard Bernstein en 1899, no
fuera el que motorizó la acción política de la contrarrevolución dirigida por
socialdemocracia alemana desde el poder conquistado en 1918 gracias al voto de
los asalariados? ¿Quién puede negar que tal error teórico sirviera a ese
partido para justificar la contrarrevolución en Alemania? Para nosotros no cabe
duda que quienes en el curso de aquellos acontecimientos asesinaron a Rosa
Luxemburgo arrastrando su cadáver por las calles de Berlín antes de arrojarlo
junto con el de Karl Liebnektch al río Spree, han
llegado al colmo de la vileza sintiéndose respaldados por la autoridad
intelectual y moral de Engels a instancias teóricas de Bernstein .
De haber podido protagonizar aquellos decisivos acontecimientos en
Alemania que signaron también el mismo destino a la Revolución rusa de Octubre,
estamos seguros de que Engels hubiera enmendado políticamente aquel desliz teórico suyo hacia el
revisionismo político reformista, optando por luchar hasta las últimas
consecuencias junto a Rosa Luxemburgo y Liebnektch.
Como hemos
visto, Engels publicó su Introducción a “Las
luchas de clases en Francia”, poco antes de morir el 5 de agosto de 1895.
La Obra de Eduard Bernstein (1850-1932): “Las
premisas del socialismo y las tareas de la Socialdemocracia”, apareció tres
años y medio después, el 14 de marzo de 1899, publicada por la revista “Die Neue Zeit” dirigida por Karl
Kautsky. No sería casual que el revisionismo de Bernstein y Kautsky se hubiera
inspirado en los errores teóricos que Engels deslizó en ese texto póstumo suyo.
En su “¿Qué Hacer?” publicado en
1902, Lenin aludió a las consecuencias
prácticas de los errores
teóricos, precisamente en el apartado del Cap. I donde se refiere a la
importancia de la lucha teórica:
<<Sin teoría
revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. Jamás se
insistirá bastante sobre esta idea en unos momentos en que a la prédica de moda
del oportunismo se une la afición a las formas más estrechas de la actividad
práctica. Y para la socialdemocracia rusa, la importancia de la teoría es mayor
aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con frecuencia. En primer
lugar, nuestro partido sólo empieza a organizarse, sólo comienza a formar su
fisonomía y dista mucho de haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias
del pensamiento revolucionario que amenazan con desviar el movimiento del
camino justo. Por el contrario, precisamente los últimos tiempos se han
distinguido (como predijo hace ya mucho Axelrod a los "economistas")
por una reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas. En
estas condiciones, un error "sin importancia" a primera vista puede
tener las más tristes consecuencias, y sólo gente miope puede considerar
inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la delimitación
rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual "matiz"
puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa durante muchísimos
años>>. (Op. cit. Cap. I: Engels sobre la importancia de la lucha teórica).
<< ¿En qué descansa su carácter inevitable en la sociedad capitalista? ¿Por qué es más profundo que las diferencias de las particularidades nacionales y el grado de desarrollo del capitalismo? Porque en todo país capitalista existen siempre, al lado del proletariado, extensas capas de pequeña burguesía, de pequeños propietarios. El capitalismo ha nacido y sigue naciendo, constantemente, de la pequeña producción. Una serie de nuevas "capas medias" son inevitablemente formadas, una y otra vez por el capitalismo (apéndices de las fábricas, trabajo a domicilio, pequeños talleres diseminados por todo el país para hacer frente a las exigencias de la gran industria, por ejemplo de la industria de bicicletas y automóviles, etc.). Esos nuevos pequeños productores son periódicamente arrojados, de modo no menos infalible, a las filas del proletariado. Es muy natural que la concepción del mundo pequeñoburguesa irrumpa una y otra vez en las filas de los grandes partidos obreros. Es muy natural que así suceda, y así sucederá siempre hasta llegar a la revolución proletaria. Y sería un profundo error pensar que la revolución socialista debe postergarse, hasta que la mayoría de la población se proletarice "por completo". La experiencia que hoy vivimos, a menudo sólo en el campo ideológico, es decir las discusiones sobre las enmiendas teóricas a Marx; lo que hoy surge en la práctica sólo en problemas aislados y parciales del movimiento obrero, tales como las diferencias tácticas con los revisionistas y la división que se produce en base a ellas, todo ello lo experimentará en escala incomparablemente mayor la clase obrera cuando la revolución proletaria agudice todos los problemas en litigio, concentre todas las diferencias en los puntos que tienen la importancia más inmediata para determinar la conducta de las masas, y en el fragor del combate haga necesario separar los enemigos de los amigos, echar a los malos aliados para asestar golpes decisivos al enemigo. (V. I. Lenin: “Marxismo y revisionismo” Pp. 39)
[1] Los bonos de guerra son un instrumento financiero “patriótico”
que emplean los Estados nacionales para financiar las
operaciones militares durante una guerra en la
que sus clases dominantes deciden intervenir. Al igual que cualquier bono devenga intereses. Y el Estado que los emite y vende, adquiere una
deuda con el particular o institución que los compra, debiendo devolverle al acreedor su dinero prestado más los intereses correspondientes.
Estos bonos pueden estar garantizados o no, y tener una duración de corto,
mediano o largo plazo. Pero aún estando garantizados, si el Estado emisor pierde
la guerra y se arruina, el comprador de esos bonos corre el riesgo de perder el
dinero invertido.
[2] El SPD
recién decidió hacerse cargo del poder en solitario obligado por las
circunstancias, cuando la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial se
llevó por delante a la Aristocracia gobernante del Sacro Imperio Romano
Germánico.
[3]
<<Eisner
es un bolchevique, un Judío que no es alemán, no se siente alemán, subvierte
todos los pensamientos y sentimientos patrióticos. Es un traidor a esta
tierra>>. Así le definió un joven
aristócrata —austríaco
de nacimiento—, que había vuelto del frente de guerra en Francia, frustrado ante
la derrota de su patria adoptiva. E hizo público el epitafio para justificar
haberle asesinado el 21 de febrero de 1919, por ser pacifista.
[4]
Tras la revolución rusa de febrero (1917), el
General alemán Groener conspiró con el General ruso de origen cosaco Pavló Skoropadski, quien
después de que los bolcheviques tomaran Kiev, el 23 de abril de 1918 dio un golpe
de Estado en Ucrania, organizando ambos la defensa de esa región contra la
ofensiva soviética. Todo un paradigma de internacionalismo militar burgués.