13. La Revolución rusa en Febrero de 1917
<<El cuidadoso, sabio,
democrático y valiente genio convincente de Lenin. El atropellado, ignorante,
oportunista y burocrático arbitrio personal de Stalin>> G.P.M.
Poniendo en valor la teoría
científica que la vanguardia revolucionaria rusa presidida por Lenin se ocupó
de actualizar —enriquecida por la experiencia de 1905—, los obreros
comprometidos en la revolución de 1917 se unieron a los campesinos pobres y esta vez no presentaron ninguna petición al
zar ni le suplicaron que prometiera nada. Combatieron a su régimen despótico
hasta derrocarlo.
Y así como en 1905 el
detonante de la insurrección obrera de Moscú había sido la guerra
ruso-japonesa, la causa inmediata
—aunque no fundamental— de la revolución rusa en febrero de 1917, fue la
participación de ese país imperialista en la Primera Guerra Mundial. A
principios de aquel mes, la penuria de la población a raíz de la destrucción
provocada por la contienda bélica, derivó en el desplome del poder adquisitivo de
su moneda provocado por la inflación galopante y el desabastecimiento de
alimentos. A ello se sumó el hartazgo del pueblo llano ante la prolongación del
conflicto, potenciado por la propaganda de los partidos revolucionarios. Las
protestas comenzaron el 23 de febrero en Petrogrado, donde las obreras del
textil y los asalariados metalúrgicos en Viborg, así como los de las fábricas
de municiones en Petrogrado, salieron en manifestación con pancartas que
reclamaban el final de la guerra y el derrocamiento del Zar, llegando a sumar
entre 80.000 y 90.000 manifestantes, produciéndose saqueos en tiendas de
comestibles.
Al
día siguiente, las manifestaciones se extendieron por toda la capital y
recrudecieron los enfrentamientos entre la policía y las masas obreras, una
multitud de 160.000 personas. Más de 200.000 contando con los estudiantes,
tenderos y amas de casa que se habían sumado al movimiento maldiciendo al
gobierno y exigiendo reformas. La situación se agravó el sábado 25, cuando el Zar Nicolás II ordenó cerrar el parlamento y hacer uso de las armas. Pero según los
efectivos militares encargados de reprimir veían caer las víctimas entre sus
filas, comenzaron a desmoralizarse. Hasta que los mandos perdieron el control
sobre sus tropas y se mostraron incapaces de acabar con la revuelta.
El
domingo 26, el monarca decretó el estado de sitio y la disolución del
parlamento, rechazando el plan para formar un nuevo consejo de ministros.
Empezaron los motines en los distintos destacamentos militares, al tiempo que
los parlamentarios decidieron indisciplinarse con el gobierno y apoyar la
rebelión popular. Ese día una parte de los soldados del regimiento Volynski decidieron desobedecer las órdenes de disparar contra
los sublevados y se unieron a los parlamentarios. Y aun cuando al principio no contaron
el apoyo del resto de sus compañeros, sí consiguieron que el gobierno perdiera
capacidad represiva y que no pocos oficiales abandonaran sus puestos o no
acudieran a ocuparlos, lo cual contribuyó a difundir la desafección de las
tropas por sus mandos, sentimiento que se prolongó durante todo el desarrollo
de los acontecimientos.
A
mediodía del lunes 27, mientras las
tropas zaristas se amotinaban contra el régimen y los obreros se
armaban, los miembros de la Duma (parlamento) se constituyeron en Comité
Provisional nombrando presidente a Mijail Rodzianko, quien pidió permiso al Zar para formar un
nuevo gobierno en sustitución del Zar. Por la tarde, el Estado Mayor de las
FF.AA. fue informado por el Ministro de Defensa, de que la situación estaba fuera de control, pidiendo el
envío de tropas provenientes del frente de guerra. Por la noche, Miguel Románov, hermano del Zar, le rogó que aceptase la
petición de Rodzianko, que el monarca rechazó, diciéndole que se disponía a
resolver la crisis de gobierno, marchando personalmente con los destacamentos
militares hacia la capital y acabar con la revuelta. Para ello ordenó al general
Nicolai Ivánov —consejero militar suyo— que hacia allí se
dirigiera con varias unidades de tropas procedentes de los frentes norte y
occidental, confiriéndole poderes dictatoriales. Parte de esas tropas
desertaron durante el trayecto ferroviario, cuando al cruzarse con un tren
proveniente de la capital, sus viajeros —entre civiles y militares— comunicaron
la incontrolable situación que allí se vivía, a raíz de lo cual, resultaron
vanos los esfuerzos del general Ivánov por restablecer la disciplina entre sus
propias tropas. Pero a pesar de las desalentadoras noticias provenientes de la
capital y de experimentar la deserción en
sus propias filas, el general Ivánov decidió proseguir el viaje.
El martes 28, los
revolucionarios pasaron a controlar Moscú y la base naval en Kronstadt, a 30
Km. de San Petersburgo. En ese momento el 16% de los 160.000 soldados que habían sido destacados
por el Zar para controlar la capital, habían desertado pasándose a las filas de
la rebelión, mientras los 130.000 que seguían obedeciendo las órdenes de sus
mandos naturales, se veían desbordados por los obreros y soldados sublevados,
superiores en número. Soldados, marinos y trabajadores de Výborg, Helsingfors, Reval, Pskov, Dvinsk y Riga se unieron a la revolución.
El 1º de marzo, Petrogrado cayó en manos de
los sublevados y el Sóviet de esa ciudad —que se disputaba el poder de decisión
con el Comité de la Duma—, acordó en formar un Gobierno Provisional. En esas circunstancias y tras
sucesivos escarceos, idas y venidas con los ya ex miembros de su régimen —que
se prolongaron hasta el día siguiente—, al comprobar que sus mandos militares
le habían retirado el respaldo, el Zar en un principio acepto ceder el poder en
favor de su hijo, Alexis
Nikoláievich, Pero al saber por los médicos que no viviría más de seis años —sufría de
hemofilia—, optó por delegarlo en su hermano, el duque Miguel Románov, quien temiendo por su seguridad en
semejantes circunstancias, lo rechazó. Finalmente, por la tarde el Zar acabó abdicando
sin condiciones en su nombre y el de su heredero.
Así
fue como la Revolución de Febrero derivó en una situación de doble poder. A un lado, estaba
el ejercido por el Gobierno Provisional, integrado por parlamentarios de la
Duma, todos ellos representantes políticos de la burguesía, interesados en una
política arquitectónica miserable, que en Europa se había venido practicando
desde mediados del siglo XIX: apuntalar el aparato de Estado semifeudal zarista
y, sobre esa base, encauzar la revolución con vistas a construir otro de nuevo de
cuño capitalista. No tenían ningún interés por las aspiraciones del pueblo
ruso, ni en materia de libertades cívicas ni de reivindicaciones sociales. Al
contrario. Querían prolongar la guerra de rapiña anexionista entre los países
imperialistas beligerantes. Al otro lado estaban los Soviets de diputados,
obreros y soldados, genuinos parlamentos democrático-revolucionarios elegidos
en los barrios y en las fábricas de las ciudades. Eran contrarios a proseguir
la guerra; pero seguían confiando en
el Gobierno Provisional y querían llegar a un acuerdo con él. ¿Por qué?
Porque el proletariado ruso, sin advertirlo, se estaba dejando conducir por la pequeñoburguesía, temerosa de romper
amarras con la burguesía y los terratenientes cuyos representantes políticos predominaban
en el Gobierno Provisional, de modo que
así, el poder se había escorado hacia el chovinismo:
<<Desde estos dos órganos (antagónicos) de poder se vieron
enfrentadas dos concepciones de la democracia: la representativa y la directa.
Y detrás de ellas dos clases: la burguesía y el proletariado, que la caída del
zarismo puso frente a frente>> (Pierre Broué: Op. cit. Pp. 114. Lo entre paréntesis nuestro. Digitalizada)
En
los Soviets, la mayoría la ostentaban los mencheviques y los socialistas
revolucionarios. Para ellos, solo la
burguesía podía ocupar el lugar del zarismo. E inmediatamente
proclamaron el Gobierno Provisional que ellos pasaron a copresidir. Sus
prejuicios de clase pequeñoburguesa subordinada
a la gran burguesía terrateniente, comercial, industrial y financiera,
pudieron más que la memoria histórica trasmitida desde 1789. Toda esa
experiencia anterior no les había
servido para nada. En ese momento, desde el 5 de marzo se había
reanudado la publicación del periódico bolchevique “Pravda” (la verdad). Y para dirigir su consejo de redacción, el 13
de ese mismo mes habían sido designados los dirigentes: Matvei Muranov, Lev Borísovich Kámenev y Iósif Stalin.
Alarmado por la política oportunista y conciliadora
que —según percibía estaban llevando adelante estos dirigentes del partido
bolchevique con el Gobierno Provisional a través de su órgano de difusión—, cuando todavía
permanecía en Zúrich Lenin dirigió a “Pravda”
cuatro cartas, conocidas luego como “Cartas desde lejos”. En la primera
de ellas fechada el 7 de marzo, propuso que el proletariado en alianza con el
campesinado pobre y medio, debía tomar el poder, destituyendo al Gobierno provisional que se proponía restaurar la monarquía y proseguir la
guerra imperialista de rapiña en curso. Y debía hacerlo enarbolando las
consignas de “paz, pan y libertad”:
<<Quien diga que
los obreros deben apoyar al nuevo
gobierno en interés de la lucha contra la reacción zarista (y aparentemente
esto han dicho los Potrésov, los Gvózdiev, los Chjenkeli y también Nicolai
Chjeídze, pese a su ambigüedad),
traiciona a los obreros, traiciona la causa del proletariado, la causa de la
paz y de la libertad. Porque, en realidad, precisamente
este nuevo gobierno ya está atado
de pies y manos al capital imperialista, a la política imperialista de guerra y de rapiña; ya ha comenzado a pactar (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; se
encuentra ya empeñado en la
restauración de la monarquía zarista; Ya auspicia la candidatura de Mijáil
Románov como nuevo reyezuelo. ¡No!. Si se ha de luchar realmente contra la
monarquía zarista se ha de garantizar la libertad en los hechos y no solo de
palabra; no solo con las promesas versátiles de los Miliukov y Kérenski; no son los obreros quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino es
el gobierno quien debe apoyar a los obreros. Porque la única garantía de
libertad y destrucción completa del zarismo, reside en armar al proletariado, en consolidar, extender, desarrollar el
papel, la importancia y la fuerza del sóviet de diputados obreros>> (V.I. Lenin: “Cartas desde lejos”. En Obras
Completas. Ed. Akal/1977. Tomo XXIV
Pp. 343. Versión digitalizada: ver Pp. 10).
Y ese gobierno que debe apoyar a los obreros y
a los pequeños campesinos —apoyándose a la vez en ellos—, no es el Gobierno provisional, —sostenía Lenin en contra de la opinión que
parecía dominante en el Partido bolchevique— sino el gobierno de los Soviets de obreros y soldados.
En la “Segunda carta”, Lenin fue más allá
advirtiendo que:
<<La designación de un Louis
Blanc ruso, Kérenski, y el llamado a
apoyar al nuevo gobierno, son, se puede decir, un ejemplo clásico de
traición a la causa de la revolución y a la causa del proletariado,
traición que condenó a muerte a muchas revoluciones del siglo XIX,
independientemente de lo sinceros y leales al socialismo que hayan sido los
dirigentes y los partidarios de tal política>>. (V. I Lenin: Op. cit.
Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Las
cuatro primeras “Cartas desde lejos”
fueron escritas por Lenin entre el 7 y el 12 de marzo. La primera fue publicada
en los Nos. 14 y 15 de “Pravda” con
modificaciones que Kámenev y Stalin decidieron introducirle para desmerecer las
proposiciones de Lenin en ese texto. Las cartas segunda, tercera y cuarta no
fueron publicadas en 1917. Al respecto Pierre Broué dice lo siguiente:
<<Sólo la
primera de las cuatro cartas será publicada, pues los dirigentes bolcheviques,
asustados por el carácter radical de este punto de vista, prefirieron
suponer que Lenin estaba mal informado>> (Pierre Broué: Op. cit. Cap. IV. Subrayado nuestro.)
Kámenev y Stalin, pues, como militantes del partido
bolchevique no solo actuaron contra
el Partido Bolchevique sino, además, contra las aspiraciones del pueblo Ruso. Según E. H. Carr, en el Nº 15 del “Pravda” Kámenev introdujo en primera plana una proclama chovinista
(patriota) del Sóviet de Petrogrado dirigida “A los pueblos de todo el mundo”, donde se apuntalaba la política belicista del gobierno
diciendo que: “defenderemos resueltamente
nuestra propia libertad” (la suya según él la entendió, naturalmente) y
que: “la Revolución rusa no retrocederá
ante las bayonetas de los agresores”. Y seguía un artículo firmado por él,
donde acentuó el chovinismo imperialista que alentaba diciendo:
<<Cuando un ejército se enfrenta con otro, sugerir a uno de esos
ejércitos que deponga sus armas y se retire sería la política más inane. No
sería una política de paz sino una política de esclavitud, que sería rechazada
con disgusto por un pueblo libre>> (Eduard Hallett Carr: “La Revolución bolchevique” Ed. Alianza Universidad/1985. T.1 Aptdo. 4. Ed. Cit. Pp. 92)
Como si los soldados que hasta ese momento
habían venido siendo en esa guerra carne de cañón —y podían seguir contándolo—,
se hubieran podido sentir libres alguna vez en su vida antes de abatir a la autocracia zarista, y proponerse convertir esa guerra imperialista en
guerra civil revolucionaria contra los belicistas rusos. Aquí tenemos al
desnudo la política vacilante y de término medio propia de los socialdemócratas
oportunistas:
<<En el curso de la discusión, Stalin y Muranov (viendo que la autoridad de Lenin había calado
en las bases del partido) desautorizaron
las opiniones de Kámenev, quien se sometió a las decisiones de la mayoría y
pasó a adoptar en la organización una ‘posición moderada’. Pero el resultado de
la discusión fue más bien un punto muerto que un compromiso: si bien Pravda no publicó más artículos como el
de Kámenev, que propugnaran abiertamente la defensa nacional, también se
abstuvo de atacar al Gobierno Provisional o a su política de guerra. La
diferencia entre Kámenev y los demás editorialistas (como Stalin), es que estos últimos adoptaron una
postura neutral de no apoyar ni combatir al Gobierno provisional, mientras que
el primero consideraba “imposible” esta actitud y deseaba (que se le diera)
un apoyo franco>>. (E. H.
Carr: Op. cit. Pp. 100. Lo entre paréntesis nuestro)
Ante semejante torbellino de confusión
arrojado sobre las masas por aquellos dirigentes “bolcheviques”, Lenin no vio otra forma de resolver el
problema que regresar de inmediato a
Rusia, momento propicio en el cual el partido bolchevique había vuelto
a la legalidad. Cuando se dispuso a dejar Suiza, los Aliados le negaron todo
tipo de visado de tránsito por Alemania, viéndose obligado a negociar su pasaje
con los servicios consulares de ese país “enemigo”. Lo hizo por mediación del
socialista suizo Patten. Así fue como Lenin y sus compañeros pudieron atravesar
Alemania en un vagón “extraterritorializado”, comprometiéndose a cambio, gestionar
la entrega de un número igual de prisioneros alemanes:
<<Con esta concesión, el Estado Mayor alemán creyó introducir en
Rusia un nuevo elemento de desorganización de la defensa que terminara por
facilitar su victoria militar, cuando lo que hizo en realidad, es permitir
involuntariamente el retorno y el triunfo de un hombre que dirigió todos sus
esfuerzos a la destrucción de los imperialistas (malográndoles sus planes de continuidad
bélica)>>. (Pierre Broué: “El Partido bolchevique” Op. Cit. Pp.
117. Lo entre paréntesis nuestro. Digitalizada)
Mientras
tanto, el Congreso Nacional del Partido Bolchevique se había reunido en
Petrogrado el 27 de marzo. Allí Stalin, designado poco antes para integrar el
comité ejecutivo central de los soviets y sabiendo de antemano lo que Lenin
pensaba sobre la situación en Rusia y lo que había que hacer sin pérdida de
tiempo, presentó un informe donde falseó totalmente la realidad y la visión de
Lenin en sus cartas remitidas desde Suiza:
<<De hecho, el Soviet (de Petrogrado) ha tomado la
iniciativa de los cambios revolucionarios […] controla al Gobierno provisional
[…]. El Soviet moviliza las fuerzas, controla; el Gobierno provisional,
tropezando, vacilando, adopta el papel de consolidador de las conquistas del
pueblo que, en realidad, éste ya ha alcanzado[1]>>.
(Jean-Jaques Marie en: “Stalin” Ed.
Palabra/2008 Pp. 152).
Lo hizo con la inocultable intención de lograr
que se apruebe una precursora “división del trabajo” entre las dos organizaciones
políticas:
<<Consecuente con su análisis, el 1º de abril, Stalin se declara
favorable a la reunificación con los mencheviques y añade: “No hay que
adelantarse y anticipar los desacuerdos; sin desacuerdos no hay vida en un
partido; los pequeños desacuerdos se resolverán en el interior del partido[2]”.
[…] Él es quien presenta la moción a favor de la unificación adoptada por 14
votos contra 13, en el congreso que le nombra para ocupar la cabeza de la
delegación bolchevique encargada de negociar las condiciones>>. (Op. cit.).
Según
el relato de David Shub, al apearse del tren procedente de Zúrich aquél 3 de
abril de 1917, hacía diez años que Lenin no pisaba suelo Ruso. Allí le
aguardaba una comitiva de obreros presididos por el menchevique georgiano Nicolai Chjeidze, entonces presidente del Sóviet de
Petrogrado, quien pronunció una tan breve como inconsistente alocución de
bienvenida diciendo que:
<<…la tarea primordial de la democracia revolucionaria hoy, es
defender nuestra revolución de cualquier clase de ataques, vengan de dentro o
de fuera…Esperamos que te unas a nosotros en nuestros esfuerzos por
lograrlo>> (David Shub: “Lenin: 1917-1924” Ed. Alianza 1977 Tomo
II Pp. 290)
Seguidamente, desde la Estación de Finlandia
el amplio cortejo le acompañó al Cuartel General del Partido bolchevique,
instalado en el palacio de la Ksheninskaya (una bailarina de ballet que fuera
favorita del zar), desde uno de cuyos balcones del segundo piso Lenin habló a
los presentes, asegurándoles que:
<<…se avecinaban revoluciones socialistas en Alemania, Inglaterra y
Francia. La Revolución rusa —les dijo— ha marcado el comienzo de un
levantamiento general de todas las masas oprimidas del Mundo>> (Op. cit.)
Y tras hacer este optimista pronóstico,
comenta Shub que:
<<Ya de vuelta al amplio salón donde se habían reunido los dirigentes
bolcheviques, Lenin escuchó, con una leve sonrisa desdeñosa en los labios, los
sucesivos discursos de unos y otros, esperando a que terminase el último. A
continuación se levantó y reconvino ásperamente a todos por haber apoyado de
algún modo al Gobierno provisional mientras él estaba en Suiza. “No hay que
sostener al Gobierno provisional” fueron prácticamente sus primeras palabras.
Aun antes de regresar a Rusia ya había insistido en carta a Lunacharsky y
Ganetski, que se imponía huir de todo acercamiento a cualquier otro partido, y
que era imposible confiar en Chjeidze o en los socialistas de izquierdas
Sujanov y Steklov. Aquella ruptura contundente y completa con la línea de
moderación seguida por Stalin y Kámenev como directores de “Pravda”, dejó boquiabiertos a sus más inmediatos
colaboradores>> (Ibíd.)
Lenin
había vuelto a Rusia dispuesto a combatir por los mismos principios
revolucionarios que Marx y Engels habían sostenido en su momento contra las asechanzas del oportunismo,
donde pudo comprobar que sus previsiones acerca de la opinión política
predominante radicalmente opuesta a la suya, se confirmaban. Y en efecto:
<<A despecho del entusiasmo previo a su llegada en la estación de
Finlandia, cuando las circunstancias del retorno de Lenin a Rusia llegaron al
conocimiento general, amplios sectores de trabajadores, marinos, soldados y
estudiantes de Petrogrado se sintieron heridos y decepcionados. Los marinos de
la II Flota del Báltico que habían participado desde lugar preferente en la
manifestación de bienvenida a Lenin, aprobaron el 17 de abril una resolución en
la que se le condenaba por haber aceptado la ayuda de Alemania. En los
cuarteles del Regimiento Volynski, el destacamento que con su insurrección
había hecho posible el derrocamiento de la monarquía, se llegó a discutir la
conveniencia de arrestarle; también entre los soldados del (regimiento) Moskovsky y del Preobrazhensky cundió el resentimiento contra el líder
repatriado, y en muchas reuniones de tropas revolucionarias, se resolvió pedir
al Gobierno provisional, que investigase las circunstancias del viaje de Lenin
a través de territorio alemán. La Asociación de estudiantes de los liceos
organizó una manifestación contra Lenin frente al palacio Kshensinski, y una
representación de soldados y marinos heridos de guerra, hizo acto de presencia
con pancartas en las que podía leerse: “Lenin y compañía, ¡volveos a Alemania!”.
Estos veteranos, muchos de ellos con muletas, se dirigieron a continuación al
palacio Tauride para pedir que “se pusiese coto inmediato y por todos los
medios a las actividades de Lenin”. Por añadidura se negaron a escuchar a
Tsereteli y Skobelev cuando intentaron hablar en defensa de Vladimir Ilich.
Finalmente, la sección de soldados del Sóviet presentó una moción a favor de
entablar “una batalla sistemática contra los leninistas”>>. (D. Shub:
Op. cit. Pp. 294. Lo entre paréntesis nuestro)
Lenin
se vio desautorizado por el Soviet de Petrogrado que votó en contra de sus
proposiciones calificadas de anarquistas:
<<La mayoría de sus miembros eran del parecer que el concepto de
“destrozar el aparato estatal” (destituyendo al Gobierno Provisional para reemplazarlo por los soviets,) representaba la anarquía, y que el sistema
leninista de la “revolución permanente” era irrealizable. Gran parte del Comité Central bolchevique se declaró
partidario de una nueva unión con los mencheviques>>. (Steffan T. Possony: “Lenin”.
Ed. Iberia. Barcelona 1970 Pp. 242/43).
Lenin
no consiguió que sus tesis llamadas “de abril”, fueran aprobadas por la
conferencia bolchevique ni por el Comité central del Partido reunido el 6 de
abril. Fue cuando Stalin dijo secamente:
<<Estas tesis no son más que un esquema que carece de hechos>>
(Burdjalov: “Sobre la táctica de los bolcheviques en
marzo-abril 1917” Voprossy i Istorii Nº 4, 1956 Pp. 51. Citado por Jean-Jaques
Marie en Op. cit. Pp. 154)
Lenin
había salido de su exilio en Ginebra, con plena conciencia de que esto era lo
que le esperaba en Rusia y no solo debería soportar, sino superar logrando que
los obreros y campesinos rusos se sobrepusieran a la ignorancia que alimentaba
sus prejuicios políticos urdidos por los mencheviques.
El
primer acto del drama revolucionario que le tocaba protagonizar al proletariado
ruso en aquellas cruciales circunstancias, consistía en salir de su atraso ideológico y organizarse
dotado de un mayor grado de conciencia acerca de lo que era necesario hacer junto al campesinado pobre, para lograr su emancipación política realizando esa imprescindible tarea.
Así lo expuso al redactar la primera de sus famosas “Tesis de Abril” al día siguiente de volver a pisar suelo ruso:
<<La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera fase de la revolución, que ha dado el
Poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de
conciencia y de organización, a su segunda fase, que debe poner el Poder en manos del
proletariado y de las capas pobres del campesinado.
Este tránsito se caracteriza, de una parte,
por el máximo de legalidad (Rusia es hoy el más libre de todos los
países beligerantes); de otra parte, por la ausencia de violencia contra las
masas y, finalmente, por la confianza inconsciente de éstas en el gobierno
de los capitalistas, de los peores enemigos de la paz y del socialismo.
Esta peculiaridad exige de nosotros,
habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del
Partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado, que acaban de
despertar a la vida política>> (Op. cit.)
De
la ingenua confianza del proletariado ruso en el Gobierno provisional, ya
estaba informado Lenin desde marzo, discutiendo por escrito del asunto con
Kámenev, según lo que había leído de él en el Nº 26 del “Pravda”. Confundiendo el concepto de revolución política con revolución
social, “de un modo abstracto y simple” Kámenev acusaba falsamente a Lenin,
de haber propuesto que el proletariado pasara a concretar la revolución socialista, afirmando
que la revolución
democrático-burguesa ya se había consumado.[3]
Lo que venía diciendo Lenin es que, al abdicar el Zar, el poder político había pasado a manos del Gobierno
Provisional, es decir, de la burguesía. Esto es lo que, para Lenin, significaba
el hecho de haberse consumado la revolución política democrático-burguesa. Lo
cual estaba muy lejos de que la revolución
social burguesa se hubiera podido realizar, como para que se justifique
proclamar el socialismo en Rusia.
Esa era una tarea que recién comenzaría con la consolidación del poder político en la sociedad rusa por el
proletariado.
Por eso mientras redactaba el artículo de
respuesta a Kámenev publicado en “Pravda”
el 13 de abril, Lenin preguntaba:
<< ¿Cubre esta
realidad (la que en esos
momentos estaba ante los ojos de cualquier ciudadano ruso desprejuiciado y
sincero que quisiera verla) la vieja
fórmula bolchevique del camarada Kámenev, que dice que la revolución (política) democrático burguesa no se ha
consumado?>> (V.I. Lenin: “Cartas
sobre tácticas” en Obras Completas.
Ed. Akal/1977. Tomo XXIV Pp. 455. Lo
entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada en Pág. 111)
Lenin tenía razón. Esa revolución política democrático-burguesa en febrero de 1917,
se había efectivamente realizado
por el hecho de que el poder político
había pasado a manos de la gran burguesía, a través de sus representantes en el
Gobierno Provisional. Ni más ni menos que como se dio por consumada la
revolución política de la burguesía en Francia con la toma de la Bastilla en 1789
por el proletariado de París. ¿Significa esto que se hubiera consumado por
entonces en Francia la revolución
social capitalista? En absoluto. Esa revolución recién había comenzado.
Para consumarla había que acabar con el feudalismo, en
tanto que sistema social todavía
dominante. Pero tras derrocar a la nobleza, en vez de encargarse de
realizar esa tarea, la pequeña y mediana burguesía francesa delegó el poder que
había conquistado —a instancias del proletariado y el campesinado pobre—, en manos de la coalición política de grandes
burgueses y terratenientes. ¿Y qué hizo ese bloque histórico de poder en el
gobierno a través de sus representantes políticos? Pues, volverlo a poner en manos de la nobleza para garantizar la
estabilidad de sus propios intereses por temor al pueblo.
¿Debía,
pues, el pueblo Ruso repetir en 1917 la misma experiencia, entregándole el
poder a la burguesía después de habérselo arrancado a la autocracia rusa? Esto
es lo que desde febrero de 1917 preconizaba torticeramente Kámenev
—reconvertido al menchevismo— ante la opinión pública Rusa en su disputa con
Lenin a principios de abril. Esto mismo es lo que muy astuta y embozadamente también sostenían desde un segundo
plano Muránov y Stalin, desde que el 13 de marzo se hubieran
encaramado a la dirección del Comité de redacción del diario “Pravda”. El tan sorprendente como valiente
y severo discurso de Lenin en la sala Ksheninskaya, sin duda solo se explica
porque, todavía estando en Suiza, sabía ya lo que sucedía en Rusia.
Si
como es cierto que los obreros y los campesinos pobres habían venido
combatiendo abnegadamente contra
la monarquía zarista, por la
libertad, por la tierra para los campesinos, por la paz para toda Rusia
y contra la matanza de los
imperialistas beligerantes en esa guerra de rapiña, contemporizar con el
Gobierno Provisional suponía renunciar a los propósitos de esa lucha que, hasta
ese momento, habían conseguido con la caída del zarismo. Porque tanto el jefe
del partido burgués constitucionalista, Kerenski, como el Zar Nicolás II, querían proseguir con esa
guerra. Y el Gobierno Provisional también. Pero entre el pueblo había calado ya
la consigna “Pan, paz, tierra y libertad” que los bolcheviques adoptaron en un
momento en que los soldados desobedecían a sus oficiales, una consigna a la que
Lenin había apelado en su “Segunda Carta
desde Lejos” dirigida al pueblo ruso el 07 de marzo de 1917, pero que no
fue publicada[4]:
<<La revolución (de febrero) ha sido obra del
proletariado, que ha dado muestras de heroísmo, que ha vertido su sangre, que
ha sabido llevar a la lucha a las más amplias masas trabajadoras y a las más
amplias capas de la población; que exige pan, paz y libertad, que exige la
república y simpatiza con el socialismo. Y un puñado de capitalistas
encabezados por los Guchkov y los Miliukov, quiere burlar la voluntad y los anhelos de
la mayoría de la población; cerrar trato con la monarquía
tambaleante para sostenerla y salvarla: ponga vuestra
majestad, el gobierno en manos de Lvov y Guchkov y nosotros estaremos con la monarquía, contra el pueblo. ¡Éste
es el sentido, ésta es la esencia de la política del nuevo gobierno!>> (Op. cit. Ver Pp. 89).
Contra
ese objetivo contrarrevolucionario de la burguesía rusa en alianza con la
aristocracia terrateniente, lo que propuso Lenin en su tercera carta fue, en
primer lugar, armar a los Sóviets como órganos del poder popular, para derrocar
al Gobierno Provisional e implantar la Dictadura
Democrática del proletariado y los campesinos pobres, esto es, un
gobierno decidido a realizar la consigna de “Pan, Paz y Libertad”. Y para ello,
inspirado en la experiencia revolucionaria del proletariado parisino en 1871,
Lenin esclareció diciendo:
Necesitamos un Estado. Pero no la clase de Estado que ha creado la
burguesía en todas partes, desde las monarquías constitucionales hasta
las repúblicas más “democráticas”. Y en ello nos distinguimos de los
oportunistas y de los Kautskistas, de los viejos y decadentes partidos socialistas [de la IIª Internacional], que han olvidado o deformado las enseñanzas de la Comuna de París y
el análisis que, de estas enseñanzas, hicieron Marx y Engels.
Necesitamos un Estado, pero no del tipo que necesita la burguesía,
con organismos de gobierno —en forma de policía, ejército y burocracia (altos
funcionarios públicos) separados del
pueblo y en contra de él. Todas las revoluciones burguesas se han limitado a
perfeccionar esa maquinaria del
Estado, a transferirlas simplemente de manos de una
partido a las de otro.
Si el proletariado quiere
defender las conquistas de la presente revolución y seguir adelante, si quiere
conquistar el pan, la paz y la libertad, debe —empleando la expresión de Marx— destruir esa maquinaria del Estado
“prefabricada” y reemplazarla por otra nueva, fusionando la policía, el ejército y la burocracia con “todo el pueblo armado”. Siguiendo el
camino señalado por la experiencia de la Comuna de París en 1871 y de la
Revolución rusa en 1905>>. (V. I. Lenin: “Cartas desde lejos” Tercera
Carta. Publicada por primera vez en 1924: Revista “Internacional Comunista” Nº 3-4. Lo entre corchetes nuestro. Versión digitalizada Pp. 83).
Sin
embargo y a pesar de todos estos argumentos, según reporta Schapiro en “The
Communist Party” Pp. 164 citado por Possony:
<<Numerosas organizaciones locales del
partido, siguieron siendo de composición menchevique-bolchevique hasta la toma
del poder por los bolcheviques, pese a los esfuerzos de Lenin>>. (Op. cit.)
¿Qué
consecuencias habían sacado los Piatakov y los Kámenev, los Stalin, los Ríkov y los Noguín, de los
análisis de Marx y Engels sobre las enseñanzas de la Comuna de París? Se cagaron en ellos. Pierre
Broué ha dicho que: “Stalin, al parecer,
adoptó inmediatamente las tesis de Lenin”. Sí. En la Conferencia Nacional
del Partido que se reunió el 24 de abril, Stalin —junto a Zinóviev, Bujarin y 147 delegados más—, votó a favor de las “Tesis” de
Lenin. Pero, ¿por qué? La respuesta en los siguientes hechos: Seis días antes, Pavel Miliukov, por entonces ministro de relaciones Exteriores
del Gobierno Provisional, declaró públicamente que: “Todo el pueblo aspira a proseguir la guerra
mundial hasta conseguir un triunfo decisivo", ante lo cual y por toda respuesta entre el 20 y el 21 de
abril y de modo espontáneo, 100.000 obreros recorrieron las calles de
San Petersburgo enarbolando carteles donde se exigía: “Que se publiquen los tratados secretos”, “Abajo la guerra” y “Todo el
poder a los soviets”. En tales circunstancias, el general Lavr Kornílov, comandante en jefe del ejército, ordenó
disolver la manifestación a tiros pero las tropas se negaron a ejecutarla. De
no ser por la determinación política de aquellos soldados, la escrupulosa
“discreción” de Stalin hubiera quedado enterrada en su euforia
contrarrevolucionaria, y el curso de su biografía política no sería tan
tortuoso como fue, sino más directo en dirección hacia donde había venido
insinuándose, compartiendo la dirección del “Pravda”
junto a los ya mencionados Kámenev y Muranov.
Una
cosa fue, pues, lo que había venido votando la mayoría de los representantes
bolcheviques en los órganos del partido contra Lenin entre el primero de marzo
y el 17 de abril, y otra muy distinta lo que las masas hicieron desde el 20 de abril
en adelante:
<<El 18 de abril, una nota dirigida por Miliukov a los aliados, Ministro
de Asuntos Exteriores, en la que afirma que Rusia continuará la guerra hasta la
victoria final, prende fuego a la pólvora. Los días 20 y 21 de abril, decenas de miles de obreros y de
soldados apoyados por los bolcheviques, desfilan por las calles de la capital
exigiendo la dimisión de Miliukov. Stalin bolchevique conciliador, firma un
telegrama del Comité Ejecutivo Central “pidiendo” a los manifestantes que “se
abstengan” de continuar su movimiento a causa del “prejuicio que provocan todas
esas manifestaciones dispersas y desorganizadas”.[5]
Sin embargo, en el informe que
pronunció sobre la cuestión nacional —y que dejó indiferentes a los delegados—
durante su intervención el último día en el Congreso nacional, se alió a “la
orientación hacia la revolución socialista”. Salió elegido para el comité
Central en tercera posición por 97 votos sobre 109, detrás de Lenin (104) y
Zinoviev (101), pero delante de Kámenev (95 votos). En 1925 escribirá en su Prólogo a “Los Caminos de
octubre”:
<<El Partido se había detenido a mitad de camino en los temas de la
paz y del poder de los Soviets […] Yo compartí esta posición errónea con la
mayoría del Partido y a mediados de abril me separé de ella adhiriéndome a las
tesis de abril de Lenin[6].
Este pasaje desaparecerá de las ediciones posteriores, y Stalin pondrá bajo el celemín (haciendo desaparecer) el acta del congreso de abril, que solo se editará en la URSS después
de su muerte>> (Jean-Jaques Marie: “Stalin” Ed. Palabra/2003 Cap. VII Pp. 155).
A
propósito de este significativo y esclarecedor episodio de la lucha entre
clases en torno a la taimada semblanza de Stalin, Trotsky llama la atención
de que, en su obra autobiográfica no se haya referido a la Revolución de 1917:
<<Dondequiera
que interviene como autobiógrafo, Stalin no menciona aquel año grande, que dio
personalidad y moldeó a los más distinguidos líderes de la vieja generación.
Esto debiera tenerse siempre presente, pues dista mucho de ser accidental en su
autobiografía, que el siguiente año revolucionario de veras, 1917, habría de
constituir un punto tan nebuloso como el de 1905. Nuevamente encontramos a
Koba, ahora Stalin, en una modesta oficina de redacción, esta vez Pravda, de San Petersburgo,
escribiendo sin apresuramiento comentarios insípidos sobre hechos llenos de
sabor. Aquí hay un revolucionario constituido de manera que una revolución
auténtica de las masas le trastorna haciéndole saltar de su rutina y
despidiéndole a un lado. Nunca fue tribuno, ni estratega o dirigente de una
rebelión, sino tan sólo un burócrata de la revolución. Por eso, para
encontrar campo adecuado a sus peculiares talentos, se vio condenado a pasar el
tiempo en un estado semicomatoso (desapercibido) hasta que se
aplacaron los furiosos torrentes de aquel acontecimiento>>. (L. D.
Trotsky: “Stalin” Cap. III Pp. 82. Lo entre paréntesis
y el subrayado nuestros)
Ya en setiembre de 1905,
Lenin había actualizado
magistralmente ante su partido y ante la sociedad rusa, lo que Marx propuso al
proletariado europeo llevar a la práctica en marzo de 1850:
<<La actitud del
partido obrero revolucionario ante la democracia pequeñoburguesa (encarnada en los campesinos medios y pobres), puede
expresarse así: marcha con ella en contra de la fracción que se propone
derrocar (la aristocracia terrateniente); (pero) se enfrenta a ella en todo lo que haga o pretenda para
afianzarse por sí misma (limitándose) simplemente
a modificar las (sus) condiciones
sociales, de modo que la sociedad actual resulte lo más rentable y cómoda
posible para ellos>>. (K. Marx: “Circular
al Comité Central de la Liga de los Comunistas”. Londres, marzo de 1850.
En: Marx-Engels: Los grandes fundamentos. Ed. FCE/México 1988 Pp. 357)
He aquí el concepto de “revolución permanente”. Un
derrotero por el que debía discurrir y discurrió en Rusia la lucha entre las
distintas clases y sectores de clases entre 1905 y 1917, objetivamente trazado por la dialéctica de sus distintos y específicos intereses económicos
en cada momento. Así lo anticipó Lenin a los miembros del partido
socialdemócrata bolchevique, 55 años después de Marx parafraseando sus propias
palabras:
<<Apoyamos al
movimiento campesino por cuanto es un movimiento democrático revolucionario.
Nos preparamos (ahora mismo, inmediatamente), para luchar contra él cuando
comience a actuar como un movimiento reaccionario, anti-proletario. Toda la
esencia del marxismo está en esta doble tarea que solo quienes no comprenden el
marxismo pueden simplificar o reducir a una sola y simple tarea. (V. I. Lenin: “La actitud de la
socialdemocracia ante el problema campesino” Ver Pp. 67)
Además de los terratenientes y la gran burguesía
que todavía ejercían el poder avalado por el aparato estatal zarista y los partidos liberal constitucionalista y socialdemócrata menchevique
—integrantes del Gobierno Provisional—, las otras clases (subalternas) eran
entonces, según su importancia numérica: el campesinado medio y pobre dirigido por el partido de
los socialistas
revolucionarios y, en segundo término, el proletariado dirigido por el partido socialdemócrata bolchevique.[7]
Ante este cuadro de situación, Lenin formuló y fue respondiendo a los
siguientes interrogantes:
1) ¿A qué aspira el
actual movimiento campesino en Rusia? A la tierra y a la libertad.
2) ¿Qué significará la
victoria completa de este movimiento? Acabará con la dominación política que
los terratenientes venían ejerciendo sobre la mayoría social explotada a través
de los altos funcionarios del Estado, repartiendo la tierra entre los
campesinos.
3) ¿Acabará esta
revolución con la economía mercantil? NO, no acabará con ella.
4) ¿Suprimirá el
profundo abismo existente entre el campesino rico propietario de muchos
caballos y vacas, y el peón, el jornalero, es decir, entre la burguesía rural y
el proletariado agrícola? No, no lo suprimirá. Por el contrario, cuanto más
completa sea la derrota y la liquidación del estamento [feudal] superior (los terratenientes), más
profunda será la discordia de clase entre la burguesía agraria e industrial y
el proletariado.
5) ¿Qué importancia
tendrá la victoria completa de la insurrección campesina, por su significación
objetiva? Esta victoria barrerá todos los restos del régimen [feudal], la
servidumbre. Pero no suprimirá el régimen burgués de economía, no suprimirá el
capitalismo, la división de la sociedad en clases, en ricos y pobres, en
burguesía y proletariado.
6) ¿Por qué el actual
movimiento campesino es un movimiento [político] democrático-burgués? Porque al acabar con el poder de los
funcionarios y terratenientes, crea un régimen democrático en la
sociedad, sin modificar la base burguesa de esa sociedad democrática, sin
suprimir la dominación del capital.
7) ¿Cuál debe ser la
actitud del obrero con conciencia de clase, del socialista, ante el actual
movimiento campesino? Debe apoyarlo, ayudar con la mayor energía a los
campesinos, ayudarlos hasta el fin a desembarazarse, tanto del poder de los
funcionarios como de los terratenientes [acabar con la componenda entre los aristócratas y los burgueses, entre el
capitalismo y el feudalismo]. Pero al
mismo tiempo, debe explicar a los campesinos, que no basta desembarazarse del
poder de los funcionarios y terratenientes. Es necesario prepararse al mismo
tiempo para destruir el poder del capital, el poder de la burguesía; y para
este fin, hay que propagar sin demora la doctrina plenamente socialista,
es decir, marxista, y unir, cohesionar y organizar a los proletarios rurales
para la lucha contra la burguesía agraria, industrial y financiera en su
conjunto.
8) ¿Debe el asalariado
con conciencia de clase olvidar la lucha democrática en aras de la lucha
socialista o viceversa? No. El asalariado consciente se llama socialdemócrata
precisamente, porque ha comprendido la relación que existe entre una y otra
lucha. Sabe que el único camino para llegar al socialismo pasa por la
democracia. Por la libertad política. Por eso tiende a la realización
completa y consecuente de la democracia a fin de alcanzar el objetivo final, el
socialismo.
9) ¿Por qué no son
iguales las condiciones de la lucha democrático-burguesa y las de la lucha
socialista? Porque en una y otra lucha los asalariados tendrán infaliblemente
aliados distintos. Despliegan la lucha democrática aliándose con una parte de
la burguesía, sobre todo con la pequeñoburguesía. Sostienen la lucha socialista
contra toda la burguesía. La lucha contra los funcionarios y
los terratenientes podrán y deberán libarla los asalariados junto con todos
los campesinos, incluidos los ricos y los medianos. Mientras que la lucha
socialista contra la burguesía y, por tanto, contra los campesinos ricos, los
asalariados deberán librarla con la mayor seguridad junto con el proletariado
rural. (Cfr. V. I. Lenin: "El socialismo
pequeñoburgués y el socialismo proletario”. Página 73. Setiembre de 1905)
Tal es el concepto de “revolución permanente” que Marx
anunció y propuso llevar a la práctica en marzo de 1850, como una exigencia de
la ley general de la acumulación
capitalista descubierta por él. Una exigencia que se insinuó por
primera vez en Rusia durante aquél “domingo sangriento” en 1905, y que recién
se pudo concretar entre febrero y octubre de 1917. Revolución “ininterrumpida”
al decir de Lenin, que en ese momento atravesaba en Rusia su primera fase democrático-burguesa. Se trataba
de confiscar las tierras en
manos de los aristócratas latifundistas y entregarla a la mayoría social campesina pobre y media, para que la ley objetiva del valor hiciera
lo suyo alumbrando en la conciencia de los explotados devenidos en mayoría absoluta de la población, la exigencia
de pasar a la fase última de
la revolución democrático-socialista.
¿Fue democrática pues, la lucha del proletariado y los campesinos rusos en
general contra los altos funcionarios, los terratenientes y la gran
burguesía industrial de ese país a principios del siglo XX? Sí, porque fue la
lucha de una gran mayoría consciente,
contra una irrisoria minoría. ¿Es democrática hoy día la proposición de que el proletariado urbano y rural
luche por el poder contra el conjunto
de la burguesía en todo el Mundo? Sí, porque es más que nunca la lucha
de una apabullante mayoría social absoluta explotada, contra una cada vez más reducida
minoría relativa explotadora, genocida y decadente.
[1] Acta de la Conferencia pan-rusa (de marzo) de los
militantes bolcheviques en: “Voprossy i Istorií”. Nº 5, 1962 Pp. 112
[2] “Voprossi i Istorii”. KPSS Nº 6,
1962 Pp.40.
[3] La revolución política en cualquier
país, tiene por objeto y finalidad sustituir a una clase social por otra a
cargo de la dirección política de su respectivo Estado nacional. La revolución social apunta a que
la clase social sustituta cambie el sistema
de relaciones económico-sociales vigente, por otro radicalmente distinto al interior de dicho Estado.
[4] La
primera carta apareció en los números 14 y 15 de Pravda, 21 y 22 de
marzo (3 y 4 de abril), con considerables recortes y ciertos cambios realizados
por el comité editorial, que desde mediados de marzo incluía a L.B. Kámenev y
J. Stalin. El texto completo de la carta fue publicado por primera vez en 1949,
en la cuarta edición de las Obras Completas de Lenin. La segunda carta no
se conoció hasta que fue publicada en octubre de 1924 por la revista “Bolshevik”. La tercera y cuarta cartas tampoco
fueron publicadas en 1917. Tal fue el “aporte” de Stalin y Kámenev a la
revolución, todavía por entonces desde sus puestos de dirección editorial de la
revista “Pravda”. Las ideas básicas
de la quinta carta incompleta, fueron desarrolladas por Lenin posteriormente en
sus “Cartas sobre táctica” (Pp. 113) y en “Las tareas del proletariado en nuestra
revolución” (Pp. 27).
[5] “Izvestia” 22 de abril de 1917.
[6] Stalin: Na Putiaf
Oktiabria. Moscú 1925 Pp. VIII-IX.
[7] Lenin
distinguía entre el campesino medio y el kulak o terrateniente, en que aquél no
recurre a la explotación de trabajo ajeno: “El
kulak roba dinero y trabajo de otros. Los campesinos pobres, los
semiproletarios, son los que sufren esa explotación; campesino medio es el que
no explota a otros, el que vive de su propia hacienda; tiene aproximadamente el
cereal necesario para vivir él y su familia, pero no llega a kulak ni puede ser
incluido entre los pobres. Esos campesinos vacilan políticamente entre nosotros
y los kulaks. Un pequeño número de ellos, si les sonríe la fortuna, pueden
llegar a ser kulaks, por eso aspiran a ser como ellos. Pero la mayoría jamás
podrá llegar a serlo”. (V.I. Lenin: “Informe
sobre la política interior y exterior del Consejo de Comisarios del Pueblo ante
la sesión del Sóviet de Petrogrado” 12/03/1919. Obras Completas Ed.
Akal/1978 Pp. 369). Versión
digitalizada ver Pp.109.