12. Primera Guerra Mundial
En nuestro trabajo titulado:
El móvil de las guerras en el Medio Oriente y Ucrania, que publicamos en enero de 2015, hemos venido
incidiendo sobre la incontrovertible idea de que las guerras en la más moderna
sociedad —tanto las nacionales como las internacionales— son la continuidad de
la competencia inter-capitalista por medios bélicos. Es éste un concepto que
vio por primera vez la luz durante el Congreso del movimiento socialista
internacional celebrado en París a principios de 1889, ratificado por los de
Bruselas, Zúrich y Stuttgart celebrados en 1891, 1893 y 1907 respectivamente.
Durante ese período, el
triunfo de Japón sobre el colonialismo de los Zares rusos en 1905, indujo a la
revolución en Persia que obligó al monarca de ese país, a promulgar una
constitución y crear el primer Parlamento en su historia. Fue éste un efecto
demostración, que amenazó con derribar todas las “zonas imperialistas de
influencia” conquistadas en esa zona por las potencias europeas, como fue el
caso del movimiento constitucional en Turquía, Macedonia, Asia Central y el
Extremo Oriente, que propició los movimientos nacionalistas en la India,
Indochina, Birmania e Indonesia, país este último donde, en 1908, nació la
asociación nacionalista Budi Utomo.
Fue
precisamente en este contexto geopolítico mundial, donde Lenin destacó el íntimo vínculo de las guerras entre países con el sistema capitalista y su
consecuencia directa: la competencia
económica. Con tal finalidad, en julio de 1908 escribió un breve
artículo publicado por la Revista “Proletari”,
donde citó un pasaje de la Resolución aprobada en el Congreso de Stuttgart que
dice:
<<Las guerras entre los estados
capitalistas son, por lo general, consecuencia de su competencia en el
mercado mundial, ya que cada Estado procura no sólo asegurarse una zona de
venta, sino conquistar nuevas zonas, desempeñando el principal papel en
ello el sojuzgamiento de otros pueblos y países. Estas guerras son
engendradas, además, por el constante armamentismo a que da lugar el
militarismo, instrumento principal de la dominación de clase por parte
de la burguesía y del sometimiento político de la clase obrera.
Terreno propicio para las guerras, son los prejuicios
nacionalistas sistemáticamente cultivados en los países civilizados por el
interés de sus clases dominantes, con el propósito de distraer a las masas
proletarias de sus propios objetivos de clase, obligándoles a olvidar el
deber de la solidaridad internacional entre ellas.
Por lo tanto, las guerras tienen sus raíces
en la propia naturaleza del capitalismo; sólo cesarán cuando deje de
existir el régimen capitalista, o cuando los inmensos sacrificios humanos y
monetarios que origina el desarrollo técnico y militar, así como la indignación
popular que provocan los armamentos, conduzcan a la eliminación de este
sistema.
La clase obrera, primordial proveedora
de soldados y sobre la que recae el peso fundamental de los sacrificios
materiales, es, en particular, enemiga natural de las guerras, ya que éstas
contradicen sus objetivos: la instauración de un régimen económico basado en
los principios socialistas, que convertirá en realidad la solidaridad
entre los pueblos>>. (V. I. Lenin: “El militarismo
belicoso y la táctica antimilitarista de la socialdemocracia” Obras
Completas T. XIII Ed. Akal/1977 Pp. 195. El subrayado nuestro)
Solidaridad entre los pueblos de distintos países contra el carácter belicista del
capitalismo en su etapa postrera. Esto explica la razón contenida en el
capítulo 11 que precedió a éste titulado: “El
carácter internacional de la revolución proletaria en la etapa imperialista del
capitalismo”.
La primera guerra
mundial, pues, tuvo sus antecedentes históricos en los distintos intereses económicos de expansión geopolítica que,
a partir de 1882, dividió y enfrentó a los imperios
asentados en el Occidente europeo y parte de Asia, todos ellos gobernados por
el contubernio entre la
moderna clase social burguesa y la vieja nobleza de origen feudal, temerosas
ambas de la alianza política
entre proletarios y campesinos. En vísperas de la primera conflagración bélica mundial, por un
lado estaba la llamada “Entente
cordiale” entre el Imperio británico y la República francesa, a
la que en 1907 se adhirió el imperio Ruso y así pasó a llamarse “triple
entente”. Por otro
lado conspiraba la Triple Alianza entre el imperio alemán, el de
Austria-Hungría y el Reino de Italia. Así las cosas, el 28 de setiembre de 1914
Lenin dejó dicho negro sobre blanco lo siguiente:
<<La guerra europea, preparada
durante decenios por los gobiernos y los partidos burgueses de todos los países,
se ha desencadenado. El aumento de los armamentos, la exacerbación extrema de
la lucha por los mercados en la época de la novísima fase, la fase
imperialista, de desarrollo del capitalismo en los países avanzados y los
intereses dinásticos de las monarquías más atrasadas, las de Europa Oriental,
debían conducir inevitablemente y han conducido a esta guerra. Anexionar
tierras y sojuzgar naciones extranjeras, arruinar a la nación competidora,
saquear sus riquezas, desviar la atención de las masas trabajadoras de las
crisis políticas internas de Rusia, Alemania, Inglaterra y demás países,
desunir y embaucar a los obreros con la propaganda nacionalista y exterminar su
vanguardia a fin de debilitar el movimiento revolucionario del proletariado: he
ahí el único contenido real, el significado y el sentido de la guerra presente.
A la socialdemocracia le incumbe, ante
todo, el deber de poner al descubierto este verdadero significado de la guerra
y denunciar implacablemente la mentira, los sofismas y las frases “patrióticas”
propagadas por las clases dominantes, por los terratenientes y la burguesía en
defensa de la guerra.
A la cabeza de un grupo de naciones
beligerantes se halla la burguesía alemana, que engaña a la clase obrera y a
las masas trabajadoras, asegurándoles que hacen la guerra en aras de la defensa
de la Patria, de la libertad y de la cultura, en aras de la emancipación de los
pueblos oprimidos por el zarismo, en aras del derrocamiento del zarismo
reaccionario. Pero en realidad, precisamente esta burguesía, servil lacayo de
los junkers (terratenientes) prusianos encabezados por Guillermo II, fue
siempre la más fiel aliada del zarismo y enemiga del movimiento revolucionario
de los obreros y campesinos de Rusia. En realidad, esta burguesía, juntamente
con los junkers, orientará todos sus esfuerzos, cualquiera sea el desenlace de
la guerra, a sostener la monarquía zarista contra la revolución en Rusia>>
(V. I. Lenin “La guerra y la socialdemocracia de Rusia”. Lo entre
paréntesis nuestro)
A pesar de haber incorporado a su industria incipiente los más
recientes adelantos técnicos, por seguir siendo un país de desarrollo medio el Imperio zarista ruso carecía todavía de suficiente
capacidad económica, como para sostener una guerra de tal magnitud. Sólo corría
con la ventaja de integrar el bloque beligerante de países imperialistas, pero
muy detrás de los más poderosos:
<<La
burguesía rusa (semi-compradora) tenía [en esa
guerra] intereses mundiales
imperialistas, a la manera como el agente que trabaja en comisión, comparte los
intereses de la empresa a la que sirve>>. (L. D. Trotsky: “Historia de la revolución rusa” T. I. Pp. 54)
Así
las cosas y tras 18 meses de guerra, en el ejército ruso el bajo nivel cultural
de sus combatientes reclutados entre los campesinos pobres —incapaces de
adaptarse con eficacia al uso de las técnicas militares del momento—, se
combinaba con la desidia y venalidad irresponsables de sus altos mandos, hechos
a la molicie propia de su parasitaria condición aristocrática. Esto explica que
a mediados de 1915, las bajas rusas entre muertos, heridos y desaparecidos,
alcanzara los cinco millones de víctimas. Y la destrucción material sumó diez
mil millones de rublos. En tales condiciones y como resultado de la guerra, se produjo un
desmembramiento del imperio ruso cuyo anterior territorio soberano dejó lugar a
nuevos Estados extranjeros: Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, una soberanía territorial perdida por la Rusia
soviética a raíz de la obligada firma del tratado de paz en Brest Litovsk a que se
vieron obligados los revolucionarios el 3 de marzo de 1918.
Que fue ésta una guerra interimperialista de rapiña, dio fe la Conferencia de Paz celebrada en París el 18 de enero de 1919, entre los aliados triunfantes en el conflicto bélico y las potencias centrales, de la cual resultó una profunda reestructuración geopolítica en el mapa de Europa. Antes de la Primera Guerra Mundial, en el centro del continente había un gran país llamado Imperio Austro-Húngaro, que después de la guerra dejó lugar a distintos países: Austria, Checoslovaquia, Hungría, y unas pequeñas partes de Yugoslavia y Serbia. Antes del conflicto, al lado de Albania había dos pequeños países llamados Serbia y Montenegro que después de la guerra se convierten en uno sólo: Yugoslavia. El Imperio Alemán, que ocupaba un gran territorio, después de la guerra su nombre se convirtió en Alemania, perdiendo un trozo que pasó a llamarse Prusia. También a expensas de Alemania, pudo Dinamarca incrementar un poco el suyo. Y la burguesía griega, que también poseía una gran extensión, después de la guerra Bulgaria le rapiñó una parte. En cuanto a Rusia, antes de la Primera Guerra Mundial era el imperio más extenso de Europa. Después de la guerra, este gran país, perdió muchísimo terreno, dejando lugar así, a la creación de los siguientes países: Polonia, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia. Rumanía también ganó extensión a expensas del Imperio Ruso. La parte restante recibió el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Para ver los mapas antes y después de la guerra, pinchar en el aspa X. Esta guerra costó 186.000 millones de dólares en destrucción de riqueza creada, y las bajas humanas en los combates terrestres ascendieron a 37 millones, sin contar los diez millones de víctimas pertenecientes a la población civil, que fallecieron indirectamente a causa de la contienda.
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