03. Pero la
historia de la contaminación del Planeta se prolonga
Porque a todo esto, hay que sumar, entre
otros, el fenómeno de las llamadas “Chemtrails” o estelas químicas de nanopartículas, no menos
perniciosas para los suelos cultivables y la salud de millones de seres
humanos, a raíz de que, un día sí y otro también, aviones militares sin matrícula
dejan suspendidas en la atmósfera sobre ciudades, bosques y demás superficies
del Planeta. Trazos de materia que no por ser masa microscópica, dejan de
gravitar hacia la superficie terrestre, en apariencia inofensivamente. A la
vista es muy similar al residuo de vapor carburante que expulsan las aeronaves
comerciales en vuelo. Pero su composición química no es la misma ni se disipa
tan rápido, sino que permanece suspendida en el aire bastante más tiempo, hasta
que por su propio peso, sus partículas acaban siendo imperceptiblemente
absorbidas por la tierra en las zonas rurales, e inevitablemente inhaladas por
la población urbana fuera y dentro de sus hogares.
Se trata de una solución de bario,
aluminio y polímeros, en
parte tendentes a que el pH del suelo cultivable —en condiciones normales moderadamente ácido— se torne alcalino[1]. Y así resulta que, no por casualidad,
esta práctica se asocia o compagina con lo que la poderosa multinacional
agrotécnica norteamericana "Monsanto", ha
conseguido sintetizar y poner a la venta. Se trata de semillas artificialmente
modificadas a partir de las
naturales, después de ser químicamente manipuladas mediante técnicas secretas de ingeniería genética, para que puedan germinar en este tipo manipulado de suelos alcalinos, no aptos para el cultivo tradicional. Pero con la particularidad de que estas semillas,
una vez sembradas y vueltas a recolectar, son estériles: sirven para la venta como materia prima, pero no para una nueva siembra con arreglo a sucesivas cosechas. Lo cual obliga
forzosamente a los agricultores —clientes de esta empresa—, a permanecer
vinculados a ella sine die, comprándoles granos para sucesivas siembras. A esta
práctica monopolística y totalitaria se le ha dado en llamar: "Tecnología
Terminator".
Es el producto más genuino del poder económico
concentrado por un monopolio
industrial y comercial, que se trasmuta en poder político sobre sus clientes cuando
destina millones de dólares
invertidos en publicidad engañosa
—que reparten por distintos países—, tolerada por sus respectivos Estados
nacionales, para fines de enriquecimiento de las acaudaladas minorías sociales propietarias
de esas empresas que mandan sobre ellos. Así es como esta multinacional
agroquímica norteamericana consiguió, con total impunidad, que cada vez más
agricultores en el Mundo, se conviertan en clientes cautivos
permanentes de esa compañía,
única suministradora en el Mundo de tales engendros genéticos. Las
consecuencias económicas sobre el
trabajo
agrícola-ganadero por un
lado, y sobre la salud de los habitantes de la Tierra consumidores de tales productos, por otro, se van sufriendo allí donde al suelo y a
las personas se les hace subrepticiamente objeto de semejantes prácticas criminales con fines de lucro esencialmente oligopólico.
La ingeniería genética demostró que los
cromosomas no sólo se modifican por adaptación espontánea al medio en que
viven las diversas especies
naturales del Planeta. Cierto: el tamaño, el color, el número de flores y de
frutos, el funcionamiento de los sentidos y hasta cierto punto la conducta de
los organismos vivos,
todo eso está regimentado por sus respectivos códigos genéticos
naturales. Pero precisamente
por ser los patrones que determinan el carácter funcional de cada especie
animal y vegetal, también ha quedado demostrado que, mediante manipulación genética estratégicamente orientada para fines diversos —no todos al servicio del equilibrio termodinámico y
ecológico—, es posible cambiar el destino de especies naturales e individuos en
comunidades enteras, para fines
específicos gananciales. Y lo que desde los tiempos de investigadores
como Liebig se ha podido saber, es que, la vida de todos los organismos existentes, desde los más
simples a los superiores, dependen del común medio de vida natural que comparten y, por tanto, requieren de un entorno ecológico equilibrado para mantener su estabilidad natural. Cuando este
equilibrio se rompe —y esto bajo el capitalismo sucede por determinados
intereses creados—, el sistema ecológico y las especies que viven en él,
degeneran con tendencia al aniquilamiento del medio natural.
Y para saber hasta qué extremos de
criminalidad puede llegar la inescrupulosa e impune manipulación química con fines inconfesables, no deja de ser altamente aleccionador volver a
recordar la experiencia vivida por la sociedad española durante la grave epidemia declarada en enero de 1981, al principio circunscripta a los
aledaños de la base aérea de utilización conjunta en la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz, que
por entonces la aviación de este país compartía con la OTAN[2]. Probablemente
se trató de un accidente
ocasionado por el escape involuntario de gas tóxico, una versión bélica
perfeccionada —que se comenzó a emplear durante la Primera guerra mundial— y
que afectó a un centenar de
militares adscritos a la base, por lo que fueron inmediatamente trasladados a
hospitales de EE.UU. y Alemania. Como si en España no hubiera servicios de
salud especializados con la misma capacidad o más que en esos países.
Fue aquél un accidente de tal repercusión, que de haber trascendido a la
opinión pública su verdadera causa
material y la localización del siniestro en semejante antro militar,
potencialmente destructivo de riqueza y vidas humanas, hubiera puesto en serio
peligro no solo el ingreso de España en la OTAN, sino la propia estabilidad
política del sistema capitalista en ese país.
Había pues que alejar siquiera la
sospecha, de que en esa base
aérea pudo estar el origen fáctico causal de esas muertes, tal como todas las
evidencias indican que así fue. Más aún si se llegara a saber, que el agente
químico que la provocó, fue de naturaleza organofosforada, una sustancia que no existe espontáneamente en la naturaleza, sino
que desde la Segunda Guerra Mundial fue obtenido por síntesis química
en laboratorio, como un arma letal en forma de gas asfixiante.
No fue casual, pues, que el 1º de febrero
saltara a la opinión pública la muerte en esa misma localidad, del niño Jaime
Vaquero, afectado por los mismos síntomas de asfixia, mientras era trasladado
en ambulancia al Hospital de La Paz. Tampoco lo fue que esa muerte haya sido
seguida por otras entre la población civil, a raíz de una sustancia compuesta
por un átomo de fósforo unido a 4 átomos de oxígeno, o en algunos casos por 3
de oxígeno y uno de azufre, cuya misión química consiste en inhibir la colinesterasa contenida en la sangre humana y en las sinapsis
nerviosas, que permiten la función muscular refleja o involuntaria de la respiración, con resultado de muerte por
asfixia para la persona o animal que ingiera este criminal neumicida, sea por vía cutánea, respiratoria
o digestiva.
Para que no se olvide semejante genocidio
disfrazado por las autoridades del Estado Español en aquella época, queremos
volver aquí sobre lo que al respecto de este crimen de Estado publicamos en octubre de 2007. Y si volvemos ahora sobre él, es en homenaje a la
verdad histórica, personificada en el extinto investigador Antonio Muro y sus colegas de profesión: Luis Sánchez Monge, Luis Fontela, Francisco Javier Martínez Ruiz y María Jesús Clavera, quienes supieron estar a la altura de aquellas
circunstancias, poniéndose incondicionalmente al servicio de la dignidad humana más
elemental. Un desafío que
afrontaron valientemente, a
despecho del escarnio y aislamiento a que fueron sometidos, incluyendo al ya
desaparecido letrado, Rafael Pérez Escolar, en mérito a lo que aportó en sus Memorias",
para escarnio de los secuaces del poder criminal constituido en la
sombra, cuyos nombres
omitimos no solo porque así lo merece la propia ignominia de su comportamiento, sino porque mencionarles
exigiría ocupar un espacio que no se merecen.
Pero, sobre todo, porque para erradicar las
causas de los males en una sociedad, no se trata de encontrar culpables individuales a
modo de chivos expiatorios, sino causas objetivas sistémicas para erradicarlas. Aunque para ese fin haya que
combatir contra quienes esgrimen tales instrumentos. En este último caso, TODOS los partidos políticos del arco parlamentario español,
sin excepción —a derecha e izquierda del hemiciclo—, cuyos dirigentes y militantes
se hicieron cómplices aquél crimen ignominioso ocultándolo falsamente, atribuido
al llamado "síndrome del agente tóxico" supuestamente incorporado al aceite de colza para el consumo
humano.
De las 25.000 víctimas de aquello, sobrevivieron
16.000 sufriendo las consecuencias. De las cuales no se sabe hoy si todavía
viven. La mayoría de ellas de condición asalariada. No es casual que la
variedad de tomates envenenados en Roquetas de Mar con la química letal de los organotiofosforados,
haya sido la variedad más barata, conocida por la denominación
"lucy", ajena a las preferencias consumidoras de los más adinerados.
Todas las víctimas han presentado afectación neurológica, esclerodermia (piel
dura), hepatopatía crónica e hipertensión pulmonar. La hepatopatía crónica
deriva en cirrosis con resultado de muerte. La hipertensión pulmonar consiste
en un estrechamiento de las arterias que llevan sangre a los pulmones y sólo se
cura mediante trasplante[3].
En su obra escrita entre 1873 y 1886 que
tituló: "Dialéctica de la Naturaleza", Federico Engels
criticó duramente la concepción unilateral de los naturalistas en general, por sostener que los
seres humanos no inciden para
nada en los sucesos de la naturaleza y que, por el contrario, es la naturaleza
la que influye exclusivamente
sobre sí misma para provocarlos. A esto contestó Engels poniendo por ejemplo la
situación en Alemania:
<<Muy poco, poquísimo, es lo que
hoy queda en pie de (lo que
hace) la "naturaleza" (por
sí misma) en Alemania desde los tiempos de la inmigración de los germanos. Todo
en ella ha cambiado hasta lo indecible, la superficie del suelo, el clima, la
vegetación, la fauna y los alemanes mismos. Todos estos cambios se han
producido por obra de la actividad humana, siendo incalculablemente
pequeños, insignificantes, los que durante estos siglos se han producido por la
naturaleza en Alemania sin la intervención del ser humano>>. (Op. cit. Dialéctica Aptdo. b). Pg. 196 de la versión electrónica en
castellano. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros)
Engels atribuyó semejantes dislates a los
llamados "empiristas de la observación", quienes sostenían que para saber lo que
necesariamente sucede en el mundo natural, basta con observar los fenómenos que ocurren en ella, suponiendo que la causa y su
efecto nunca salen del ámbito de la propia naturaleza, confundiendo así los
conceptos de correlación y causalidad. La correlación entre dos hechos o de un mismo hecho que se repite,
excluye categóricamente la relación necesaria de causa-efecto que los hace realmente posibles y hasta cuándo. Para
corregir este error comprometiendo a la
sociedad humana sistémicamente organizada en lo que sucede con la naturaleza, Engels destacó el experimento como causa añadida a las puramente naturales diciendo:
<<Hasta tal punto es esto cierto,
que del constante espectáculo de la salida del sol, en la aurora, no se deriva
que necesariamente vuelva a alumbrar al día siguiente. Y ya hoy sabemos, en
realidad, que (por efecto de la
entropía o muerte térmica del universo) llegará el momento en que el sol, un
día, no saldrá. La prueba de la necesidad (de que se reiteren episodios naturales como la salida
del Sol día que pasa) radica (cada vez más) en el experimento; en
el trabajo: qué puedo hacer yo para que siga saliendo>> (Op. cit. Pp. 194 Lo entre paréntesis nuestro).
Y el experimento, la actividad humana en interacción dialéctica
con la naturaleza, siempre
ha procedido según el desarrollo científico-técnico de las fuerzas productivas,
condicionado
por el modo de producción y de vida adoptado por la sociedad en cada etapa de su desarrollo. La conclusión
resultante de este razonamiento a la luz de los hechos, es que, en la sociedad de clases y más específicamente bajo el capitalismo, se han venido creando y reproduciendo constantemente
valores
de uso aptos para la vida
humana que, al acabar destruyéndose por su consumo productivo —sea inmediato, durable o por obsolescencia técnica—,
pierden su valor de cambio al servicio del equilibrio ecológico entre los seres humanos y la naturaleza. Pero al mismo tiempo y con fines inconfesables, la burguesía —más que nunca en la etapa tardía o postrera
del capitalismo y, también
como consecuencia del desarrollo científico-técnico aplicado a los medios de
trabajo—, ha venido creando y reproduciendo valores de uso que pierden su valor de
cambio al destruirse, provocando destrucción de riqueza y/o vidas humanas; atentando gravemente contra el necesario equilibrio ecológico en el que se sustenta la dialéctica
constructiva, entre los seres humanos y el medio natural en que viven.
A este
desequilibrio o desorden entre
los seres humanos y su entorno natural, también se le conoce por el nombre de "entropía". De esta Ley se desprende el corolario de que la
entropía se incrementa cuando partes crecientes del calor creado por el
sistema, se pierden por disipación en el ambiente exterior a ese sistema, como consecuencia
de tal desorden o desequilibrio termodinámico de un sistema, entre energía que genera
y calor aprovechado por él en forma de trabajo.
En tal sentido, cabe comprender que todo sistema,
como el solar, donde se desarrolla el drama humano, está sujeto inevitablemente
al proceso de entropía, por medio
del cual, el Universo va pasando más o menos aceleradamente, de estados
ordenados a menos ordenados y finalmente al caos. Pero ha sido probado
científicamente, que tal aceleración o retardo en la entropía del sistema
solar, depende no tanto de
la naturaleza como de lo que hacemos con ella los seres humanos que habitamos
en él. Y es un hecho también probado, que la entropía o muerte térmica del
sistema solar se ha venido acelerando desde fines del siglo XIX. Pero no por
causa de "la mano del hombre" como suelen interpretar y difundir engañosamente las usinas ideológicas de la burguesía, sino por el capitalismo como
sistema de vida en su etapa postrera.
La prueba está, en que la producción y
reproducción de valores de uso para fines destructivos y genocidas, son cada vez más y de mayor eficacia, al ritmo cada vez más rápido en que progresa el desarrollo
científico-técnico aplicado a tales instrumentos para el dominio sobre la
naturaleza. Esto es lo que la burguesía hace para que el sol social del
capital siga calentando sus
intereses bajo la consigna de: "a vivir que son dos días", aun a
costa de acercar el final de los días en que el núcleo terrestre y el Sol,
sigan alentando la vida de quienes habitan en este Universo. Semejante paradoja es parte esencial de la entropía o desorden
irreversible —propio del capitalismo
como sistema de vida—, que no tiene por qué coincidir con la entropía del
Universo, pero sin duda le afecta. Y el caso es que tal desorden del
capitalismo en modo alguno está
democráticamente determinado por las necesidades de la mayoría social
absoluta de la población mundial, sino por la perversa y criminal “necesidad” de supervivencia en el Universo, de una clase social
capitalista dominante, cada vez más parasitaria y absolutamente minoritaria —día que pasa más irrisoria—, que se vuelve tanto más proclive a la destrucción y
el genocidio, cuanto más relativamente minoritaria deviene respecto de su clase
asalariada subalterna —cada vez más mayoritaria—, que cada vez más
inexplicablemente le sostiene con su trabajo.
Y esta deriva entrópica esencialmente
antinatural, antidemocrática y genocida, se agrava según el sistema de vida
imperante determina, objetivamente, que la propiedad sobre los medios de producción
recaiga en cada vez menos individuos, quienes son irresistiblemente arrastrados por el sistema, a decidir despóticamente que tales medios se produzcan, para emplearlos en
destruir todo lo que sus intereses le inducen a pensar que sobra, es decir, riqueza material y seres humanos, entendidos
estos últimos contablemente, es
decir, no como riqueza útil y seres humanos vivos, sino como cifras, simple costo dinerario en medios materiales y mano
de obra. Solo para alejar así el horizonte de las crisis en pleno auge de los negocios y/o —cuando
inevitablemente las crisis se producen—, abreviar el período de la consecuente depresión
económica, con el propósito
de reiniciar más rápidamente una
nueva recuperación cíclica de la acumulación de capital —fatalmente cada vez
más breve— en medio de la devastación de recursos materiales y vidas humanas,
es decir de trabajo útil que se desperdicia, para volver a reproducir otro
excedente que el sistema exija volverlo a destruir. ¡¡A ver quién es capaz de
demostrar que no sea ésta la estúpida e inmunda filosofía del capitalismo!!
No queremos aquí extendernos más sobre este
asunto. Sin embargo, no podemos resistirnos a señalar lo que Marx aportó a
través de la economía política científica, estudiando la obra de su coetáneo,
el gran bioquímico alemán Justus Freiherr von Liebig (1803-1873), quien con su
pensamiento le ayudó a completar el concepto de metabolismo simbiótico de ordenado intercambio dialéctico complementario, entre los seres humanos y
la naturaleza, como condición del imprescindible equilibrio biológico y
energético para la
mutua supervivencia en este Planeta.
Así fue cómo de ese hermanamiento científico
con Liebig, Marx llegó a demostrar que el capitalismo propende a la ruptura y
desquiciamiento de esa imprescindible armonía ecológica. Llegó a tal conclusión
analizando la evolución de la población respecto de la inversión del capital en
el medio urbano y en el medio rural, Marx descubrió la ley según la cual, el
desarrollo de las fuerzas productivas determina la tendencia al decrecimiento absoluto incesante de la población en el campo, y a su incremento absoluto en la industria urbana, aunque relativamente menos respecto de los medios de producción que pone en
movimiento. O sea, que del minifundio en el agro se pasa al latifundio, según
la masa de población rural —expropiada de sus tierras— emigra forzosamente a las ciudades y allí se reproduce, aumentando aunque
relativamente menos que el capital físico empleado en la industria urbana. De esta “lógica” irracional contenida en la Ley
General de la Acumulación Capitalista anunciada por Marx, resulta la formación
de un ejército industrial de asalariados en la reserva permanente del
desempleo. De semejante
dinámica destructiva y genocida, Marx sacó la siguiente conclusión:
<<La pequeña propiedad del suelo,
presupone que la parte inmensamente mayor de la población sea rural, y
que (allí) predomine no el
trabajo social (cooperativo), sino el trabajo
aislado; por consiguiente, bajo tales circunstancias queda excluida la riqueza
y el desarrollo de la reproducción (humana), tanto de sus
condiciones materiales (por la
baja productividad de los cultivos) como espirituales (provocadas por el aislamiento social). Por lo tanto,
asimismo (quedan excluidas) las condiciones de un
cultivo racional. Pero por otro lado, la gran propiedad del suelo reduce la
población rural a un mínimo en constante disminución, oponiéndole una
población industrial en constante aumento hacinada en las ciudades; de ese modo
engendra condiciones que provocan un desgarramiento insanable en la continuidad
del metabolismo social (destruyendo
la necesaria simbiosis entre los seres humanos y su entorno ecológico del cual
forman parte constitutiva) prescrito por la leyes naturales de la vida,
como consecuencia de lo cual se dilapida la fuerza del suelo, dilapidación ésta
que, en virtud del comercio, se lleva más allá de las fronteras del propio país
(Liebig)>>. (“El
Capital” Libro III Sección Segunda. Cap. XLVII. El subrayado y lo entre
paréntesis nuestro)
Esta realidad actual, prevista por la ciencia
personificada en Liebig y Marx —hace ya más de cien años—, explica que el 78%
de los bosques primarios del planeta hayan desaparecido, y el 22% restante
corra la misma suerte por la reiteración de múltiples incendios forestales —más
provocados que accidentales— para convertir los bosques en tierras de labor,
así como por la incontrolada deforestación al ritmo de 14,2 millones de
Hectáreas anuales, para proveer de materia prima a la industria de la madera.
Esta dinámica provoca que crecientes cantidades excesivas de dióxido de carbono
—provenientes de la combustión en las ciudades de productos orgánicos derivados
de la extracción del petróleo— permanezcan suspendidas en la atmósfera y no
alcancen a ser metabolizadas en oxígeno por la natural fotosíntesis de los
bosques y selvas subsistentes. Y de esta ruptura del equilibrio ecológico
entre los seres humanos y su medio natural, resulta que la ya reducida cubierta vegetal del
Planeta, sea sometida a la llamada “lluvia ácida” que la degrada todavía más y,
en verano, los bosques se siguen incendiando porque la creciente despoblación
absoluta en ese medio natural —determinada por la Ley General de la Acumulación
Capitalista— impide que se lo vigile, cuide y preserve de la maleza inflamable.
Ubicados desde esta perspectiva en el
contexto de la realidad actual, resulta ser falso, pues, afirmar, que la causa
del cambio climático sea la emisión de CO2 a la atmósfera
supuestamente atribuida “a la mano del hombre”, una entelequia tan falsa como afirmar que 2+2=5. Porque la verdad es
que ese desequilibrio entre
los seres humanos y la naturaleza, está férreamente determinado por el sistema capitalista de vida, cuyo principio activo consiste en desarrollar la fuerza productiva
potencialmente materializada en el desarrollo científico-técnico incorporado a
los medios de trabajo, para convertir cada vez más el trabajo necesario (equivalente al producto que los
asalariados necesitan consumir para renovar su energía diaria) en trabajo excedente (plusvalor) que sus patronos acumulan como capital.
Y para esto remitimos a las dos primeras leyes
de la termodinámica, sobre
las que debiera sustentarse la relación entre el trabajo (T)
realizado por la máquina llamada Universo —en que vivimos—, y la energía (E) como potencial de calor útil que recibe. De modo tal que su rendimiento R se aproxime lo
más posible a la unidad, es
decir, cuidar de que no se desperdicie.
Y el caso es que el capitalismo tiende objetivamente a desbaratar por completo este imprescindible
equilibrio ecológico y termodinámico. Tal es la fatídica consecuencia sobre la naturaleza, del desequilibrio económico-social cada vez más abismal y acelerado, a causa del reparto cada vez más
desigual de la riqueza entre
las dos clases universales antagónicas bajo el capitalismo; una obscena
distribución que está en la raíz más profunda de las crisis
y de la tendencia al derrumbe
de este sistema todavía vigente de vida. Y aquí volvemos a la demostración
matemática de Marx en sus “Grundrisse",
porque tal parece que nunca
será suficiente.
Así las cosas, el cambio climático y telúrico
artificialmente
producido, que trastorna el imprescindible equilibrio
termodinámico y ecológico
entre la naturaleza y los seres humanos en este Planeta, ha venido agravándose
primordialmente como consecuencia objetivamente determinada por la "Ley General de la Acumulación
Capitalista" desde los
orígenes de este sistema. (Cfr.:“El Capital” Libro I Cap. XXIII). Pero
es en la actual etapa tardía de su vigencia que las fatídicas consecuencias de este sistema de vida están llegando
a extremos demenciales, con la manipulación más criminal que la burguesía
mundial y los Estados nacionales más poderosos del Planeta, hacen de nuestro
entorno natural. No solo alterando la atmósfera, sino la relación entre energía
y trabajo en las propias entrañas de la Tierra, mediante movimientos sísmicos
inducidos por vía de explosiones nucleares subterráneas de consecuencias
catastróficas en la superficie.
Todo ello para contrarrestar la
tendencia histórica al descenso de la Tasa General de Ganancia Media, que deriva en las inevitables crisis periódicas de superproducción de
calor útil, generado
por el trabajo social empleado en producir capital sobrante. Y esto es así, porque el rendimiento de ese trabajo en forma de calor físico y plusvalor
económico contenido en sus productos, resulta ser menor del que, en términos
simbióticos de energía fisiológico-mecánica y su equivalente en valor
económico, costó generarlos.
De modo tal que en el sistema termodinámico supeditado al sistema
económico-social
capitalista, buena parte del valor calórico útil y su correspondiente valor
económico bajo la forma de
capital contenido en la riqueza producida por el trabajo material empleado en ello, resultan ser supernumerarios. Ergo: el valor calórico "excedente" se
disipa en el ambiente, mientras su equivalente económico en forma de plusvalor
capitalizado se devalúa en el mercado, cuando no es deliberadamente destruido. ¿Para qué? Para que los burgueses puedan seguir
disfrutando de su demencial propensión a la acumulación desmesurada de riqueza
en su poder.
Se trata pues, del juego diabólico que
consiste en producir ganancias crecientes y generar crisis de capital excedentario, para superarlas mediante guerras y/o supuestas "catástrofes
naturales" que lo
destruyen aumentando todavía más la entropía del Universo. Y esto, sencillamente, porque las clases dominantes usufructuarias del sistema capitalista, deciden que
toda esa energía mecánica y humana transformada en calor útil empleado en crear
riqueza material y su correspondiente valor económico —entendido como capital—,
desde el punto de vista sistémica del capitalismo, sencillamente sobra.
Tal es el mismo espíritu entrópico, desordenado
y destructivo, que el 08 de
febrero de 2013 el actual presidente de la patronal española, agrupada en la Confederación
Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), llamado Joan Rosell, esgrimió sin pizca de rubor alguno públicamente. Ese
día, compareciendo ante los medios de comunicación, —y tras hacer un obsceno y
despreciable símil entre los empleados de las administraciones públicas estatales
en este país y un ser humano que padece obesidad mórbida—,
este señor propuso que tales organismos estatales sean intervenidos
quirúrgicamente de urgencia, para extirparles la “grasa que sobra”. Tal fue, exactamente, la expresión que este
"distinguido" representante del capital en España utilizó, en alusión
directa y explícita a una parte de ese personal asalariado.
Para poner en evidencia semejante falsedad y
falta de escrúpulos, sería inapropiado y hasta injusto, devolver al señor Joan
Rosel todo el desecho moral perverso que arrojó sobre quienes no son de su
misma condición social, aunque compartan su misma naturaleza humana. Y sería
injusto, porque la grasa que viene sobrando en este mundo desde hace ya mucho, no es de naturaleza humana
genérica sino de raíz sistémica y
social. Y es que,
efectivamente, la causa de ese desecho insalubre no está en individuos como Joan Rosell, sino en el sistema capitalista que les metaboliza en clase social burguesa
deshumanizada, prácticamente desde
pequeños, despojándoles de su condición racional de seres humanos hasta convertirles en selváticos animales
irracionales de rapiña, que
solo se rigen por el más primitivo instinto de conservación para el
aumento de su riqueza personal y poder político sobrevenido a expensas del trabajo ajeno. Salvo rarísimas excepciones, claro está:
<<Nací de padres acomodados, me
ataron un moño al cuello y me enseñaron en el arte de mandar>> (Bertolt Brecht: "Perseguido por buenas
razones")
Estamos hablando de las "buenas
razones" personificadas
en determinados individuos por el poder económico y político que detentan, de modo que a fuerza de ejercerlo les
enceguece y deshumaniza hasta el extremo de aplicarlo, incluso del modo más
despótico y brutal, sobre quienes no solo estos poderosos se sienten superiores y con
el derecho jurídico y moral vigente a explotarles. Porque así como está visto y
comprobado que el sistema les confiere la facultad de decidir por ellos hasta
cuando conservan su puesto de trabajo, también incluso les mandata para que
decidan incluso omnímodamente sobre su propia existencia como seres vivos en
este mundo. Ni más ni menos
que como, por ejemplo, sucedió a principios de 1981 en España, con las más de
25.000 víctimas causadas por el supuesto "síndrome del aceite de
colza". Eso sí, lo deciden y llevan a cabo clandestinamente y sin el menor
remordimiento de conciencia, sabiéndose amparos por la impunidad. Porque, lo
que estos selectos socios del Club de Bilderberg deciden hacer, cómo y cuándo con nosotros para
recreación suya, eso solo ellos lo saben dando ejemplo de su tan cacareada
"transparencia".
Vaya el haber dicho esto último acerca del
totalitarismo con ropaje retórico "democrático" y "humanitario", para rendir también homenaje al gran cineasta sueco
Ingmar Bergman, a propósito de su obra: "El huevo de la
serpiente".
Allí nos trajo a colación
un documental sobre ciertos experimentos secretos llevados a cabo con seres humanos
indigentes, sin esperanza ninguna en aquél mundo degradado —como este de hoy—,
realizados por un médico alemán en una clínica de Munich llamada "Santa
Ana", durante los estertores de la República de Weimar: aquel engendro socio-político incubado por la coalición
socialdemócrata gobernante liderada sucesivamente por Friedrich Ebert, Gustav
Noske y Hermann Muller entre 1918 y 1933, a cuyo calor político se gestó la serpiente nazifascista de Hitler. Este film es un
ejemplo de lo que la burguesía ya decadente pudo conseguir en Alemania manipulando
conciencias y vidas humanas con sustancias químicas e intervenciones
quirúrgicas aberrantes, para fines destructivos de sus caracteres humanitarios.
Allí Bergman muestra a una miserable joven mujer recogida en los suburbios,
quien a cambio de albergue y alimentos acepta cuidar a un niño tras habérsele
operado el cerebro, de tal modo que no deje de llorar. La secuencia termina,
cuando el cruel e inaguantable tormento al que se vio sometida moralmente
aquella desgraciada, transforma su genérico instinto maternal de protección, en
instinto asesino del que ella misma cae víctima suicida, tras hacer objeto de
la misma vesánica propensión a la pequeña criatura, matándola con sus propias manos
como único recurso disponible bajo tales condiciones, para que ambas pudieran
acabar con aquella tortura deliberadamente provocada[4].
¿De qué naturaleza humana nos vienen hablando
los burgueses y sus políticos profesionales institucionalizados?
http://www.nodo50.org/gpm
e-mail: gpm@nodo50.org
[1]. La sigla pH significa “potencial de
hidrógeno”. Es un patrón de medida para determinar el grado de alcalinidad o
acidez que contiene un compuesto de materia. La escala de pH
típicamente va de 0 a 14 en disolución acuosa, siendo ácidas
las disoluciones con pH menores a 7 y
alcalinas las que tienen pH mayores de 7. El pH = 7 indica
la neutralidad de la disolución (cuando el disolvente del compuesto es agua).
Los “polímeros” son macromoléculas (generalmente orgánicas), formadas por la
unión de moléculas más pequeñas llamadas monómeras.
[2] Esta epidemia a raíz del imprevisto y no
declarado ni asumido accidente por escape químico involuntario en
la base aérea de Torrejón de Ardoz, fue el "cambio climático"
de naturaleza política, que tuvo sus antecedentes inmediatos en la dimisión de
Adolfo Suárez al frente del gobierno el 29 de enero, seguido por el discurso de
investidura de Calvo Sotelo el día 18 de febrero —donde anunció que propondría
la entrada de España en la OTAN—, y la intentona golpista "fallida"
cinco días después. Cuatro acontecimientos que, en sucesión —sobre todo el
asalto al Congreso el 23 de febrero—, permitieron disuasivamente llevar a cabo
el secreto acuerdo diplomático previo entre los poderes fácticos
norteamericanos y españoles, para que este país pase a formar parte de ese
bloque militar imperialista durante la llamada "Guerra Fría". A
ultimar los detalles de tal acuerdo, vino a España el Secretario de Estado
norteamericano Alexander Haig,
quien aterrizó de incógnito durante la madrugada del 08 de abril en esa misma
base militar de "utilización conjunta" procedente de Oriente Medio.
Proceso en el que se puso de manifiesto el común carácter genocida de todos los
partidos políticos españoles institucionalizados, de derecha, centro e
izquierda, comprometidos estratégicamente hasta los tuétanos
en preservar el status quo capitalista a escala planetaria.
[3] Tres años después, el 3 de diciembre de 1984, sucedió
algo parecido en
la ciudad india de
Bophal, donde por un accidente similar al ocurrido en la Base de Torrejón, las
multinacionales químicas Unión Carbide y Dow Chemical, debido a las nulas
medidas de seguridad en la planta de esta última empresa, casi medio millón de
personas quedaron expuestas al gas isocianato de metilo,
a raíz de un escape químico que trascendió los límites de esa ciudad. Desde
entonces, a consecuencia de sus efectos han muerto en ese país más de 22.000
personas y hay 150.000 supervivientes que padecen enfermedades crónicas, muchos
de ellos niños nacidos con horribles deformidades físicas o que sufren retrasos
de crecimiento y mentales, paladar hendido y parálisis cerebral. El gobierno de
la India prometió que, en el juicio, exigiría responsabilidades criminales
además de civiles, y que perseguiría duramente a las empresas químicas
americanas Union Carbide y Dow Chemical (actual propietaria de Union Carbide).
Pero todo ha quedado en papel mojado. Nada se sabe, tampoco, de la asunción de
responsabilidades civiles y políticas ni de la limpieza de la contaminación
dejada por la empresa, que desde entonces envenena el agua potable de los
25.000 habitantes de Bhopal, ni de la promesa de creación de una Comisión que estudie
y atienda al cuidado y las necesidades de los supervivientes, ni menos aun a la
restauración ambiental, social, económica y sanitaria de la zona. ¿Quien dijo
que la hechura moral de los políticos profesionales en la sociedad capitalista,
está diseñada por ese mismo "espíritu emprendedor" sistémico
de la impunidad criminal? Aquí, por impunidad criminal sistémica,
debe entenderse a la conversión o metabolismo de seres humanos
normales en genocidas.
[4] "La
Estadística de suicidios (en España) se ha realizado ininterrumpidamente desde
1906 hasta 2006. Con periodicidad anual, ha recogido información tanto de los
suicidios consumados como de las tentativas, estudiando el acto del suicidio con
todas las circunstancias de tipo social que puedan tener interés. Desde
2007, siguiendo los estándares internacionales en la materia, se ha adoptado
(también oficialmente en España) la decisión de suprimir los
boletines del suicidio, y obtener la información estadística
relativa al suicidio a partir de la información que ofrece el
boletín de defunción judicial que se utiliza para la Estadística
de "Defunciones según la Causa de Muerte."