05. El totalitarismo explotador de
las minorías III
Desde la Revolución francesa hasta nuestros días
La idea de
“libertad” bajo el capitalismo, se ha erigido sobre el concepto de propiedad privada íntimamente
vinculado a la noción de individuo,
que se postula y
sostiene sobre el derecho de cada
cual a disponer libremente
de lo que es suyo. Empezando por el propio
cuerpo como la forma de propiedad más elemental de las almas[1]. Esta noción de
las “almas propietarias de su
relativo cuerpo”, que por determinado tiempo durante cada día laborable
enajenan los explotados a cambio de un salario, fue introducida por John Locke. Una idea
según la cual, todos los
seres humanos ―sean patronos capitalistas o asalariados―, se
“igualan” en la libertad que les permite disponer de lo que es suyo propio.
Pues bien, esta universal “libertad igual” de los individuos es la que bajo el
capitalismo se ha venido consagrando jurídica, política y moralmente, para
justificar la explotación del trabajo asalariado.
Una libertad que por estar basada en la desigual propiedad de cada
individuo, no puede inducir a la unión, fraternidad o solidaridad entre los
seres humanos, sino a su inevitable división y potencial confrontación, tal como es lo que ha venido sucediendo
sistemáticamente tanto en las familias como en el resto de las instituciones
sociales y políticas a lo largo de toda la historia
moderna y contemporánea:
<< ¿En qué
consiste el derecho humano de la propiedad privada?
Artículo 16 (Constitución francesa de 1793): “El derecho de propiedad
es el que corresponde a todo ciudadano de disfrutar y disponer a su
arbitrio de sus bienes, de sus ingresos, del fruto de su trabajo y de su
industria”. Así pues el derecho humano de la propiedad privada es el derecho a
disfrutar y disponer de los propios bienes a su antojo, prescindiendo de los
otros seres humanos, independientemente de la sociedad; es el derecho del egoísmo. Aquella
libertad individual, al igual que esta aplicación suya, constituye el fundamento
de la sociedad burguesa[2]. Lo que dentro de ésta
puede encontrar un hombre en otro hombre, no es la realización sino al
contrario, la limitación de su libertad. Pero el derecho humano que ésta
proclama es ante todo el “de disfrutar y disponer a su arbitrio de sus
bienes, de sus ingresos, del fruto de su trabajo y de su industria”. Quedan aún los otros derechos humanos, la égalité [igualdad] y la sureté [seguridad][3]. La
égalité, aquí en su significado apolítico, se reduce a la igualdad de la
liberté que acabamos de describir, a saber: todos los hombres en cuanto tales
son vistos por igual como mónadas
independientes[4].
De acuerdo con este significado, la Constitución de 1795 define el concepto de esta
igualdad así:
Artículo 3: “La igualdad consiste en que la ley es la misma para
todos, sea protegiendo sea castigando.” [La misma igualdad y la misma Ley que los
cristianos le atribuyen a su Dios, administrando el destino de las almas
humanas en el reino de los cielos]
¿Y la sureté?
Artículo 8 (Constitución de
1793): “La seguridad consiste en la protección acordada por la sociedad a cada
uno de sus miembros para que conserve su persona, sus derechos y sus
propiedades”.
La seguridad es
el supremo concepto social de la sociedad burguesa, el concepto del orden
público: la razón de existir de toda la sociedad es garantizar a cada uno
de sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su
propiedad. En este sentido Hegel llama a la sociedad burguesa “el Estado de la
necesidad y del entendimiento discursivo” (Filosofía del Derecho, §183).
La idea de
seguridad no saca a la sociedad burguesa de su egoísmo, al contrario: la
seguridad es la garantía de su egoísmo[5].
Ninguno de los llamados derechos humanos va, por
tanto, más allá del ser egoísta, del ser como
miembro de la sociedad burguesa, es decir del individuo replegado sobre sí
mismo, su interés privado y su arbitrio privado, disociados de la comunidad[6]. Lejos de concebir al
ser humano a nivel de especie, los derechos humanos presentan la misma vida de
la especie, la sociedad como un marco externo a los individuos, como una
restricción de su independencia originaria. El único vínculo que les mantiene
unidos es la necesidad natural, apetencias e intereses privados, la
conservación de su propiedad y de su persona egoísta>>. (K. Marx: “La cuestión judía” Otoño de 1843. El subrayado y lo entre
corchetes nuestro) Versión
digitalizada Pp. 24
Por tanto, el derecho a la libertad burguesa
basado en la propiedad sobre los medios
de producción y de cambio, no tiene nada que ver, con la igualdad, ni con la fraternidad, ni con la seguridad, ni con la solidaridad, sino con sus
respectivos contrarios significantes, es decir sus antónimos.
¡¡Tal es la naturaleza del capitalismo!! Esto explica el hecho de que los
burgueses necesiten mostrarse ante la sociedad —y así lo hacen—, como la imagen
de cualquier objeto frente a un espejo
cóncavo: invertida y por el revés de la trama que les ha hecho ser efectivamente
lo que son en realidad: unos taimados, astutos y mentirosos
contumaces[7]. Tanto como han
sido y son hechos inevitablemente a la medida del sistema. Junto, naturalmente,
con quienes se han venido prestando y se prestan a simular participando en las
instituciones del Estado burgués, ya sea en su profesión de políticos al
interior de los poderes ejecutivo y legislativo, ya sea como jueces y fiscales que
hacen a la jurisprudencia interpretativa de las leyes en el poder judicial;
también los intelectuales en general llamados “trabajadores de la cultura”.
Todos ellos beneficiarios en el mismo negocio de vender gato por liebre.
Nietzsche pensaba que, en este mundo, es
imposible vivir mirando de frente a la verdad. En general, tenía y sigue
teniendo razón. Por eso decía que “a cada acción debe corresponder un olvido”.
Según esta proposición, la norma de toda conducta “ética” muy al uso en el arte
de la publicidad, consiste en ocultar el verdadero significado e intención de
lo que se le propone al potencial cliente, cambiándolo por otro en apariencia complaciente y atractivo, pero esencialmente falso aunque no lo
parezca. Éste, que fue un
dogma de la vieja retórica sofista en la sociedad
clásica griega, ha sido perfeccionado al extremo y sigue hoy vigente, tanto en
la calle como en las escuelas; tanto en el discurso de los empresarios que venden objetos materiales y servicios, como
en el de sus políticos
institucionalizados que venden programas de gobierno. La misma
filosofía de la vida que obligadamente utilizan los maestros de escuela y los profesores universitarios, así como los periodistas y el común de los artistas, cuyo “arte” consiste en hacer que las cosas no
valgan por lo que son, sino por lo que la gente pueda llegar a creer que son,
trucando lo verdadero por lo verosímil.
Tales son los mecanismos ideológicos y
psicológicos que ―convenientemente instrumentados por los “mass
media”―, hacen a la sociología como “ciencia”, a través de los cuales se
refuerza la función enajenante de las llamadas “ciencias sociales”, impartidas todas
ellas desde la óptica del pensamiento
unidimensional burgués, a fin de que la mayoría de los asalariados y
demás sectores sociales subalternos,
se amolden a las formas simbólicas
creadoras de una falsa conciencia
social adaptativa a la realidad vigente, la que los patronos capitalistas
y sus intelectuales se fabrican para usufructuar sus privilegios y conservar el
dominio políticos sobre las mayorías explotadas; difundiendo unas ideas que
invierten la noción del mundo real y son materia de obligada enseñanza en los
aparatos ideológicos de todos los Estados nacionales del Mundo.
Así es cómo los burgueses consiguen que la
violenta necesidad de vender
fuerza de trabajo, pase por “libertad”;
y el acto de contratar su venta se confunda con la “igualdad” resultante del “amistoso acuerdo” entre distintas partes; y para que la insolidaridad o desunión que
real y efectivamente resulta de la explotación a la que son sometidos los
vendedores (de fuerza de trabajo) por los compradores (propietarios de los
medios de producción y de cambio), pase por “solidaridad” o “unión”
meramente formal, en virtud
de ese “libre acuerdo” forzado
por la necesidad; una falsa unión
a la que se ve violentada la parte más débil del acuerdo, sin otra opción que formalizarlo
como una cuestión de vida o muerte.
Estos son los abalorios filosóficos y jurídicos que la burguesía ha venido
consagrando de hecho en todas partes para conservar su dominio político, exhibidos
como preciosas verdades sociales que muchos jóvenes de clase media ―más o
menos agraciados por las circunstancias— se vuelven proclives a aceptar. Un vil
trucaje de la realidad que aceptan porque así les han enseñado desde pequeños y
ven que tales embelecos rigen a escala universal. Y aunque las miserias de otros
no les dejan indiferentes, optan por justificar su privilegiada situación haciendo
de vez en cuando caridad con lo que les sobra, como quien pretendiera tratar un
tumor cerebral con aspirinas.
Otro sector de la llamada “juventud” perteneciente
a los más bajos estratos sociales, es el comprendido dentro del fenómeno de la marginación o exclusión social que
padecen, quienes carecen de medios para poder sobrevivir con dignidad. A pesar
de que por su más baja condición social tampoco están preparados para ser una
alternativa política frente al sistema, sin embargo, siendo una juventud
proletaria sin expectativas de futuro dentro de esta sociedad, en lo inmediato muchos
de ellos resultan ser una dificultad añadida para la burguesía. Un problema de
“seguridad ciudadana”. Intentando vanamente resolverlo, la burguesía combina la
represión directa sobre ese subconjunto social, con la oferta de empleo como trabajadores
sociales a sueldo en las “Organizaciones no Gubernamentales” financiadas por
los gobiernos, especializadas en reconducir esas conductas de frustración con
el sistema, donde se ponen en práctica programas de “reeducación” para prevenir
los efectos potencialmente delictivos de la marginación, así como otros tantos
canales de una falsa integración a través de la participación de esos jóvenes
en distintas tareas sociales, culturales, lúdicas o de asistencia social, como
el voluntariado, el ejército profesional, etc.
Que hoy existan en el Mundo decenas de
millones de jóvenes en paro adscritos a organizaciones paraestatales por el
estilo, abrazados a la odiosa idea cristiana de la limosna disfrazada de
solidaridad humana, lo dice todo acerca de la decadente podredumbre moral de
este sistema de vida, que se va quedando sin otro sustento social más allá de
esa minoría de sátrapas arribistas, viviendo de sembrar la estupidez política entre
la inmensa mayoría explotada y oprimida.
Consciente de que ya no puede solucionar problemas de marginación
social permanente —como el paro, las drogas, la delincuencia o la
prostitución—, la burguesía recurre cada vez más a medidas paliativas, tales
como el aumento del presupuesto para los organismos represivos y de control
social, las convocatorias al ejército profesional, las “narco-salas” de
venopunción o espacios controlados para la compra-venta de sexo vivo,
demostración cabal de su creciente incapacidad para evitar la desintegración y
descomposición social de sectores cada vez más numerosos de la población, que
toman cada vez más distancia de su tan proclamado sistema vida, actualizando
dramáticamente lo que Marx y Engels preanunciaron con más de 150 años de
antelación en su “Manifiesto comunista”:
<<Es, pues, evidente, que la
burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de
la sociedad ni de imponer a esta, como ley reguladora, las condiciones de
existencia de su clase. Es incapaz de dominar, porque no es capaz de garantizar
a sus esclavos la existencia siquiera dentro del marco de su esclavitud, porque
se ve forzada a dejarles decaer hasta el punto en que se ve obligada a
mantenerles en lugar de ser mantenida por ellos. La sociedad no puede seguir
viviendo bajo su dominación; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con
la de la sociedad>>. (Op. Cit.
Cap. I. Enero de 1848)
http://www.nodo50.org/gpm
e-mail: gpm@nodo50.org
[1] De aquí deriva el concepto jurídico más moderno de “persona”, indisolublemente unido al de patrimonio desde el mismo nacimiento, a través del derecho de herencia. Cita de Marx
[2] El fundamento mismo de la sociedad burguesa es esa libertad del individuo propietario de mercancías y contrapuesto a los otros individuos; es la libertad del egoísmo y la indiferencia con respecto al ser humano mismo. En vez de encontrar en el otro humano su confirmación como comunidad, la libertad encuentra en el otro los límites a su libertad. Cita de Marx
[3] Igualdad y seguridad, Marx sigue utilizando el francés para referirse a los
derechos del ser humano. Cita de Marx
[4] La libertad y la igualdad entre individuos libres, propietarios y opuestos entre sí es lo que reproduce la sociedad mercantil. De ahí surge toda la codificación en “derechos del hombre y del ciudadano”, constitutivas de la democracia como modo de dominación (dictadura) de la sociedad capitalista. Cita de Marx.
[5] La coherencia es total entre la libertad, tal como
viene de ser expuesta, y la seguridad como poder político garantizando la
propiedad privada. La sociedad, como enorme acumulación de mercancías, requiere
el terror de Estado para la reproducción de la libertad de privar, para garantizar el egoísmo como modo de vida
social. Cita de Marx
[6] Esta crítica radical de todos los derechos del hombre y de la democracia
misma hace de este artículo, como de los otros que presentamos en esta
selección, la razón por la cual estas páginas de Marx fueron tan malditas como
para haber ocultado o deformado su contenido. Véase la “Presentación del
editor” al principio de la obra. Cita del reproductor.
[7] El
antecedente histórico más remoto del burgués moderno, se remonta a la figura del comercio desde sus orígenes
en la antigua Grecia, representado por las alas del viajante, la astucia de dos
serpientes simétricamente confrontadas simbolizando el equilibrio del contrato que
sintetiza en el intercambio entre dos distintas fuerzas opuestas, y la gorra ominosa
de ladrón asaltante de caminos que malogra los negocios.