03. Se confirman las certeras predicciones
de Marx
La pobreza relativa creciente de los asalariados es una
realidad que los políticos profesionales representantes de la pequeñoburguesía denuncian
y condenan con la boca pequeña, como si de esa realidad no medraran ellos
mismos en su condición, muy bien remunerada, de sacerdotes políticos al servicio del sistema. Sin duda emulan
a los curas católicos que viven como Dios pregonando las sagradas escrituras, cuyas
tres cuartas partes glorifican a los pobres. Pero que cuando pasan a gobernar, no
hacen nada por erradicar las causas de esa penuria relativa creciente del
proletariado, sino que bien al contrario, se dejan llevar por las exigencias económicas
objetivas del sistema, que la gran burguesía impone desde la sociedad civil acentuando
esa desigualdad en el reparto de la riqueza, ante la que ellos permanecen
impasibles soslayando la cuestión.
Para explicar la creciente desigualdad
en el reparto de la riqueza a escala planetaria, basta un ejemplo: Los bancos privados, que durante la última fase cíclica expansiva de la producción y de los negocios,
habían venido concediendo créditos a distintas empresas para ampliar la
inversión y acumulación de sus respectivos capitales, dio por resultado que desde
el estallido de la última gran crisis mundial periódica todavía en curso, no
han podido recuperar ese dinero prestado más los intereses, a raíz de que por
causa de la semi-parálisis del sistema, tampoco los deudores pudieran vender
sus productos, con lo cual todos ellos, prestamistas y prestatarios, se
enfrentaban a una quiebra segura.
Pues, bien, para evitar
esta circunstancia, los Estados nacionales acudieron a lo que se conoce por
“rescate de los bancos” facilitándoles los medios financieros en el mercado
secundario,
también llamado “subprime”, convirtiendo así la deuda privada en deuda pública,
que a la postre para saldarla, debe salir del bolsillo de los contribuyentes vía
impuestos, en su mayoría de condición asalariada. Pero el caso es que los salvatajes millonarios —como los
comenzados en 2008—, en modo alguno permitieron relanzar un ciclo de ascenso
virtuoso en el conjunto de la economía mundial asentado en la producción
material, pues lo característico de las crisis, sigue siendo, justamente, la sobresaturación de capital, en
razón de que las ganancias del capital productivo disponible previstas a la
baja, no compensan su inversión. Así las cosas, esos fondos de rescate han ido a engrosar los mercados de
préstamos no con fines productivos
sino especulativos, provocando monumentales agujeros fiscales en toda
la línea, lo cual incrementó la deuda pública de los Estados. Tan es así que José
Viñals,
gerente del departamento de Capital Markets, del FMI, afirmó en su momento que
“los países desarrollados tienen hoy niveles de deuda iguales a los que habían
acumulado como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, pero esta vez sin
guerra”. Y lo peor es que, desde el 24/04/2010 en que Viñals difundiera esta
información, el volumen de deuda pública de los países no ha hecho más que
aumentar, porque la recesión tal parece que vino para quedarse, dando pábulo
como consecuencia a la política de austeridad, impulsada en Europa por su
gobierno al que no vota nadie.
¿No es esto, precisamente, lo que a
fines del año pasado acabó aceptando en Grecia su primer ministro Alexis
Tsipras, cediendo a esa imposición
dictatorial de la “Troyka” europea y que, para ello, se saltó a la torera lo aprobado
por el pueblo de ese país en el referendum que él mismo convocó? ¿Y no acaba
ahora mismo de aceptar la reducción de las pensiones y el
aumento de los impuestos, también
decidido dictatorialmente por esa misma minoría política continental, este
presunto representante político del pueblo griego, tan amigo de ese otro advenedizo
español llamado Pablo Manuel
Iglesias Turrión?
Si, efectivamente, advenedizo. Porque
este señor recién llegado a la práctica política, como con toda seguridad también
su colega griego debidamente instruidos ambos por los aparatos ideológicos del
sistema en sus respectivos países, han asimilado de Lord Keynes la peregrina
idea, de que el estímulo a la
producción de riqueza bajo el capitalismo, no está determinado por las ganancias crecientes del capital
productivo, sino por el aumento de la demanda de productos para el consumo
humano. Así es cómo han llegado a la conclusión de que, para evitar el
estallido de las crisis económicas periódicas, o bien paliar las consecuentes
recesiones, sólo basta con incrementar
los salarios, es decir, el poder adquisitivo de los consumidores. Este
asunto ya lo abordamos en diferentes ocasiones, pero como parece que nunca será
suficiente, debemos volver por un momento sobre lo que Marx aportó para
desmitificar este tipo de proposiciones:
<<Decir que las crisis provienen de la falta
de un consumo en condiciones de pagar, de la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una
tautología cabal. El sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores
que los que pueden pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis (propio de
los indigentes) o el del "pillo"
[conocido como “ladrón de gallinas”]. Que las mercancías sean
invendibles significa únicamente que no se han encontrado compradores capaces
de pagar por ellas, y por tanto consumidores (ya que las mercancías, en última
instancia, se compran con vistas al consumo, (productivo o individual). Pero si
se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda
diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio
producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera una fracción
mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con observar
que invariablemente las crisis son preparadas por un período en el que el
salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter (realmente)
una porción mayor del producto destinado al consumo. Desde el punto de vista de
estos caballeros del "sencillo" (!) sentido común, esos períodos, a
la inversa, deberían conjurar las crisis. Parece, pues, que la producción
capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad,
condiciones [objetivamente
determinadas] que sólo toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de
la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de
las crisis.>> (K. Marx: "El Capital" Libro II
Cap. XX. Ed. Siglo XXI. Madrid/1976 Tomo V. Pp. 502. Lo entre corchetes
nuestro).
La prueba de esta realidad coyuntural descrita por Marx,
está en el hecho reiterado por la historia del capitalismo tardío más reciente,
de que durante los momentos previos al estallido de cada crisis económica
periódica, la euforia de los negocios especulativos
en general, es incentivada no sólo por la oferta bancaria de créditos baratos
para la compra de viviendas con pago previsto a largo plazo por los vendedores —a
sabiendas por experiencia de que no habrá tal largo plazo—, sino al mismo tiempo por la confianza de los ingenuos compradores de condición
asalariada, en que podrán cumplir con sus obligaciones de pago hasta el
vencimiento de sus préstamos, creencia que sólo puede tener su estímulo en la
percepción del creciente poder adquisitivo coyuntural de sus salarios. Y a la
postre de este tramposo escenario preparado por el capital especulativo pre
crisis, el verdadero negocio comienza cuando los compradores de viviendas no
pueden pagar la deuda hipotecaria, por haber perdido su trabajo a causa de la
crisis y son desahuciados por los bancos, no pocos de los cuales, a su vez, tampoco
pueden hacer frente a las suyas, de modo que finalmente ese patrimonio queda en
manos de los llamados Fondos Buitre, dejando tras de sí una enorme cifra de
suicidios. Y así es cómo, de
crisis en crisis, el capital global periódicamente acumulado se centraliza en
cada vez menos manos.
Pero es que, además e
independientemente de circunstancias críticas puntuales a la que acabamos de
aludir y, si como es cierto que, dada la productividad
del trabajo contenida en determinados medios técnicos de producción, la ganancia del capital
productivo surge del valor creado por el tiempo de trabajo vivo empleado en
cada jornada de labor, deduciendo
la parte correspondiente al salario
contratado, está claro como el agua limpia que bajo cualquier circunstancia, todo
aumento del salario muy lejos de incentivar la producción, en realidad tiende a
retraerla porque disminuye la ganancia capitalista. Y en efecto, para reafirmar
esta proposición volvemos a recordar aquí lo dicho por Milton Friedman, nada sospechoso de ser un marxista, acerca de la
responsabilidad e interés de los capitalistas:
<<La "responsabilidad” [de
los ejecutivos de las empresas]… por lo
general será producir tanta ganancia como sea posible observando las reglas
básicas de la sociedad, tanto las que están contenidas en las leyes como
aquellas en las costumbres éticas [leyes y costumbres basadas en la
consagración del egoísmo personal de la propiedad privada]. Las únicas entidades que pueden tener responsabilidades son los
individuos...Una empresa no puede tener responsabilidades. Por lo tanto la
pregunta es: ¿Es que los ejecutivos empresariales, siempre y cuando cumplan con
las leyes, tienen otras responsabilidades por las actividades empresariales,
además de maximizar la ganancia para sus accionistas? Y mi respuesta es que,
no, ellos no la tienen. Un relevamiento realizado el año 2011 en diversos
países, reveló que los niveles de aceptación para dicho punto de vista fue del
30% al 80% entre el "público informado>>. («The Social Responsibility of
Business is to Increase Its Profits». Lo entre corchetes
nuestro).
Con
esto Milton Friedman ha querido significar, que cuando los empresarios no
pueden maximizar ganancias tienen pleno derecho a dejar de invertir un capital
cuya inversión no le compensa. Así las cosas y si el socialdemócrata Alexis Tsipras
en su condición de primer ministro, comulgó en Grecia con las ruedas de molino movidas
por la dictadura de la Ley económica del
valor encarnada en unos burócratas políticos a los que nadie ha votado
y gobiernan dictatorialmente las instituciones internacionales europeas, cabe
preguntarse qué es lo que no aceptará la coalición política entre “Podemos” y sus
confluencias con Izquierda Unida en España, si tras las próximas elecciones
logran acceder al gobierno, habida cuenta de que como sucede en otros tantos
países, la deuda pública española ha superado ya el billón de Euros. Entre
otras causas porque el capital sobrante no se reinvierte en la producción de
riqueza, dado que las posibles ganancias en declive obtenidas no justifican su
inversión productiva, de modo que así huye de sus países de origen para recalar
en paraísos fiscales desde
donde sus propietarios incursionan en los mercados
especulativos y con cuyas ganancias retornan a esas bases alternativas libres de impuestos,
lo cual aumenta la deuda pública, como es el caso, por ejemplo, en España. Esto
explica la reciente ofensiva en la investigación y denuncia a destacadas
figuras de la política, el arte y el deporte, titulares de cuentas abiertas en
tales bases extranjeras para evadir impuestos, lo cual aumenta la deuda pública de esos países.
Así es cómo las nuevas generaciones de políticos advenedizos, que se salvan de
la denuncia, a la hora de postularse para gobernar y en medio de la pugna con
sus adversarios políticos por alcanzar el poder, estos sujetos de condición
social pequeñoburguesa se mienten a sí mismos y escamotean al conocimiento
público, toda la sinvergüencería subliminal
de que son potencialmente capaces, todavía oculta en lo más recóndito de su inconsciente
personal.
Y según la reiterada experiencia que
lo ratifica, tras haber vencido en las urnas se va despertando en ellos el más poderoso
estímulo, a ejercer la muy
atractiva y relativamente privilegiada función de representantes político-sociales electos. Hasta que a fuerza
de gozar de esa prerrogativa del poder político institucionalizado, y tal como describen
las sagradas escrituras que sucediera con Adán y Eva en el paraíso, esa piadosa
“simpatía de los pequeñoburgueses por los dolores del pueblo” se va diluyendo
en ellos, hasta quedar en un segundo plano, dejando paulatinamente expedito el
paso a las pulsiones en su espíritu, por disfrutar las “magnificencias de la
gran burguesía”. Así es cómo los políticos socialdemócratas van dejando de ser
los representantes que lo fueron del pueblo trabajador al principio de su
carrera. Hasta que una vez a cargo del gobierno y a fuerza de ejercer el poder,
como por arte de birlibirloque pasan a representar los intereses de la clase social burguesa dominante,
que a su vez obedece a la ciega ley del valor económico. Y si no que se lo
pregunten a sujetos como el que gobernó a España en la década de los ochenta el
siglo pasado, quien de haber sido aquel entrañable “Felipillo” que deslumbró
con sus discursos a las masas, una vez a cargo de la presidencia en el gobierno
entre 1982 y 1996, pasó a ser Don Felipe González —el mismo que consiguió
granjearse la amistad del multimillonario mexicano Carlos Slim—, privatizó las
empresas públicas del INI franquista y, seguidamente, metió España en la OTAN liderada por EE.UU. hasta que por ese derrotero acabó
usando una de las puertas
giratorias para “defender” a
las empresas privadas españolas y,
de paso, “forrarse” como consejero
de Gas Natural
Fenosa, viviendo hoy a cuerpo de
rey con un ingreso de 126.000 € mensuales en una lujosa mansión de Somosaguas:
<<Te
conquistaron con plata y (del suburbio) al trote viniste al centro, algo tenías adentro que te hizo
meter la pata……>> (“Tortazos”. Milonga. Música:
José Razzano. Letra: Enrique Maroni. Cantante: Edmundo Rivero. El subrayado
y lo entre paréntesis nuestros).
La metamorfosis social que bajo tales condiciones se opera en
los políticos profesionales de filiación socialdemócrata, habiendo alcanzado las
más altas cúspides del poder político institucional, es el producto de unas relaciones específicas que, en
el fondo de todo el tinglado farisaico del capitalismo, la fuerza que las mueve
no es en modo alguno de carácter subjetivo sino sistémico y, por tanto, objetivo
e impersonal, donde la sociedad resulta ser una selva que convierte a los seres humanos en
animales de rapiña y así se escribe la historia. Es esta una definición que se
aproxima mucho, a lo que Marx dejó negro sobre blanco en el prólogo a la
primera edición alemana de su obra central:
<<Dos
palabras para evitar posible equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto,
las figuras del capitalista y el terrateniente. Aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación
de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de
clase. Mi punto de vista con arreglo
al cual concibo como proceso de
historia natural el desarrollo de la formación económico-social (del
capitalismo), menos que ningún otro
podría responsabilizar al individuo, por relaciones de las cuales él sigue
siendo socialmente una creatura, y aunque subjetivamente pueda lograr elevarse
sobre las mismas>>. (K. Marx: “El
Capital” Libro I Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 8. Traducción de Leon Mames. Lo
entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada).
Y en cuanto a la minoría de sujetos
como nosotros, que nos proponemos irrenunciablemente aportar a la tarea teórica
y práctica de emancipar universalmente al ser humano genérico, todavía sometido
al fetichismo de toda esta basura histórica clasista del capitalismo —hoy día
ya en trance de colapsar—, decir que nuestro mérito no está en haber inventado nada
sino en afanarnos incansablemente,
para comprender la verdad científica ya desvelada
por otros antes y difundirla.
¡¡Difundirla!! Plenamente
conscientes de que, como también acertara en sentenciar V. I. Lenin,
“sin teoría revolucionaria no puede
haber movimiento revolucionario”.
Finalmente queremos insistir ante las mayorías sociales que, siendo de
condición asalariada, se siguen dejando embaucar y deciden ignorar la verdad sobre la realidad que les
toca vivir, carentes de vocación por el conocimiento y firme constancia en el
afán de comprenderla para
poder actuar en consecuencia. Y decirles que de seguir por ahí, el camino hacia
la emancipación de la humanidad será más largo y doloroso, especialmente para
ellos. Pero que de no suceder en ese transcurso del tiempo ningún
acontecimiento apocalíptico, con toda seguridad todos ellos acabarán comulgando
con esa verdad, forzados por el cada
vez más insoportable sufrimiento que provoca la equivocada decisión de permanecer,
tozudamente amarrados a la mentira predominante:
<<…Hasta
que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias
mismas gritan: ¡¡Demuestra lo que eres capaz de hacer!! (K. Marx: “El 18 brumario de Luis Bonaparte” Cap.
I Ed. Ariel/1982 Pp. 17). Versión digitalizada Pp. 9
De
todo lo dicho hasta aquí cabe deducir, con total certidumbre y absoluta lógica,
que la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio hace al origen y continuidad del contubernio explotador, dictatorial,
corrupto y genocida, entre el empresariado que actúa y se proyecta hacia la
obtención de las más altas cotas de riqueza desde la sociedad civil, y los
políticos profesionales que hacen lo propio desde la comunidad política en cada
país. Y ni que decir tiene de lo que esta caterva de oportunistas hechos a
medida por el sistema, consigue cumpliendo con su “deber” en las instituciones políticas internacionales,
cuyo entramado jerárquico también contribuye a la sistémica y creciente distribución desigual de la riqueza en
favor de los explotadores, y el sometimiento político más despótico de los
explotados.
Total, que de toda esta porquería y
como conclusión, cabe afirmar que el futuro de la humanidad no está en la tan
proclamada competencia destructiva
del ser humano genérico, con su “lado bueno” y su “lado malo”, sino en la colaboración solidaria.