El capitalismo postrero y
la necesidad de la revolución socialista
01.
Introducción
De Don Quijote a Sancho: “….sé breve en tus razonamientos que
ninguno hay gustoso si es largo”[1]. Miguel de Cervantes Saavedra: “El
Ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha” Libro I Primera parte Cap. XXI.
La concepción
del mundo adoptada interesadamente por los teóricos
liberales burgueses desde los tiempos de la Revolución Francesa, es que
el pilar básico que sostiene la idea más originaria de la palabra “democracia”,
es la “libertad”. Un andrajoso popurrí de conceptos,
según el cual los seres humanos más primitivos conviviendo en el medio natural,
no se pudieron cohesionar solidariamente porque dados los escasos recursos
existentes cada cual hacia todo lo posible para conservar su vida, no pudiendo
así evitar el conflicto con sus semejantes esgrimiendo su propia libertad. Y resulta
que por causa del enfrentamiento permanente de dichos seres humanos entre sí —tratando
de prevalecer los unos sobre los otros—, se abrió necesariamente paso la ley
haciendo posible así, la vida en comunidad de los seres humanos igualmente
libres. Todo muy bucólico.
Semejante razonamiento acerca de presuntos
individuos aislados y sin pertenencia a ninguna clase social determinada, permite afirmar la especie de que precisamente
a raíz del “estado de guerra permanente”
que no menos supuestamente ha existido entre ellos, se hizo necesaria la
ley y, por lo tanto, el Estado. Así fue cómo según esta peregrina
interpretación de la historia social, aquel ser humano genérico individual decidió
renunciar a su libertad personal, para poder vivir libremente en comunidad
respetando las leyes del Estado, lo cual hizo posible de tal modo la vida en
comunidad. Como si entre un esclavista, un señor feudal y un capitalista, no
hubiera ninguna diferencia de trato respecto a sus correspondientes súbditos explotados y
oprimidos. Y para reafirmar sus proposiciones filosóficas estos señores han
apelado a Kant donde supuestamente sostiene que:
<<El
hombre sólo es libre si tiene que obedecer a las leyes y no a las
personas>>
Pero
es un hecho incontrovertible que desde los tiempos en que la sociedad humana se
dividió en clases sociales,
dominantes y dominadas, las leyes jurídicas fueron hechas y se siguen
promulgando para favorecer a las primeras en detrimento y perjuicio de las
segundas. Lo cual presupone con absoluta certidumbre, que tales leyes han sido
concebidas y aplicadas, para que unas personas prevalezcan económica y
políticamente sobre otras. Y además lo cierto es 1) que antes de dividirse en
clases, la sociedad pasó por el comunismo
primitivo, donde la colaboración en el trabajo
prevaleció necesariamente sobre la rivalidad, precisamente por el atraso en el
desarrollo todavía muy primitivo de su fuerza productiva y 2) que una vez
divididos en clases sociales —dominantes y dominadas—, el grado de libertad entre los individuos nunca fue ni sigue
siendo al día de hoy el mismo. Por tanto, aunque desde la Revolución francesa
se venga pregonando que todos los
ciudadanos somos iguales ante la ley, los hechos manifiestos han venido
demostrando que las clases dominantes mandan y las clases subalternas siguen
sometidas a esa “libertad” clasista. Y entrecomillamos la palabra libertad,
porque la verdad es que quienes siguen prevaleciendo todavía hoy sobre sus
subordinados, no han sido ni son capaces de mandar sobre sí mismos. Tampoco
ellos pueden considerarse realmente libres, sometidos como permanecen a la ley objetiva del valor económico de
la que se han podido venir beneficiando, pero a la que jamás pudieron, pueden
ni podrán gobernar mientras el sistema capitalista siga vigente. Y al respecto
cabe recordar aquí, lo que Barak Obama le aconsejara en mayo de 2010 al por
entonces presidente español Rodríguez Zapatero
en su conversación telefónica de 20 minutos: “Hay que calmar a los mercados”,
como si fueran dioses todopoderosos.
Dicho esto y si las leyes jurídicas fueron
promulgadas según se nos enseña, presuntamente para regir el comportamiento de
las personas en igualdad de derechos
y libertades, lo cierto es que en los hechos, el comportamiento de los sujetos en la sociedad civil se
ajusta estrictamente a esa ley
económica objetiva de la oferta y la demanda, que hace a los mercados y
determina un estado de cosas totalmente contrario a ese ideal jurídico, pues resulta
que en este sistema de vida, la “libertad” y la “democracia” son palabras
totalmente vacías de contenido significante y realidad efectiva, que puedan
responder al significado que se les ha querido y pretende atribuir. Y para
demostrar esta contradicción social en sus propios términos, ahí está la
estadística que describe la creciente desigualdad exponencial en la
distribución social de la riqueza, entre las dos clases sociales universales
bajo el capitalismo: El más genuino producto resultante de la ley objetiva del
valor económico que rige férreamente el movimiento de esta sociedad. Una ley
económica totalmente a contrapelo de los ideales de libertad, igualdad y
fraternidad, que desde 1790 la burguesía ha venido tan cínica como
hipócritamente proclamando
“ad hominem” entre los seres humanos.
En su discurso pronunciado Gettysburg el
19 de noviembre de 1863 durante la guerra civil estadounidense, Abraham
Lincoln
definió a la democracia
representativa como “el gobierno
del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Una consigna literalmente
contradictoria con la realidad, porque resulta que, bajo el capitalismo, los
pueblos en general votan pero no
gobiernan. Tal como es costumbre desde hace doscientos años y así reza expresamente, por ejemplo, en el artículo 22 de la
Constitución Argentina actualmente
vigente sancionada en 1853, que no fue aprobada por el pueblo de la
nación sino por los gobiernos provinciales a excepción del Estado de Buenos
Aires, que no se adhirió a ella hasta 1860:
<<El
pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y
autoridades creadas por esta Constitución>>.
Según la ley
electoral sancionada por las constituciones vigentes en los países bajo este
sistema de vida, todo lo que el pueblo haga más allá del acto de votar periódicamente
a los representantes de su predilección, legalmente carece por completo de
valor y trascendencia política efectiva. O sea, que la “democracia” contemplada
desde esa limitada perspectiva de “libertad” y atribuciones del pueblo que periódicamente
se limita a meter su voto en la urna, consiste en un simple acto de fe manifiesto al decidir delegar en terceras
personas que prometen, nada más ni nada menos que el poder político de gobernar
a su país, sin garantía ninguna de que así lo harán: <<Prometer y prometer antes de meter. Luego de
metido, olvidar lo prometido>> He aquí la verdad del precepto
constitucional argentino encubierto en ese artículo 22, que se repite a escala planetaria en el resto de
los países igualmente gobernados por la “democracia representativa”. Es el “Tocomocho” universal de la política, donde tras la
“fiesta electoral” comienza el baile de intereses
comunes entre dos tipos específicos de estafadores: por un lado los representantes políticos
electos que pasan a gobernar en sus respectivas instituciones estatales y, por
el otro, ciertos empresarios igualmente inescrupulosos actuantes en la sociedad
civil. Un negocio cuyas víctimas propicias del mutuo enriquecimiento ajeno, pasan
ser los ingenuos votantes que
se han creído el cuento de las promesas electorales.
Todo este trucaje de la realidad para
beneficio de unos pocos opulentos que todavía siguen prevaleciendo en la
sociedad, se ha venido repitiendo en todo el mundo desde la “Ilustración” hasta hoy. Y a este respecto cabe recordar
aquí el episodio de corrupción a raíz de la guerra franco-prusiana, en la que Alemania
desbarató al ejército enemigo francés que acabó capitulando, lo cual propició
el levantamiento del pueblo galo conocido como “La Comuna de Paris”. Ante
semejante situación, el 26 de febrero de 1871 Francia firmó el tratado
preliminar de paz con Alemania, comprometiéndose a solventar el gasto que le
costó a los alemanes mantener el medio millón de sus efectivos en suelo francés,
para derrocar la insurrección de su pueblo en Paris. Además del pago por indemnización
en concepto de deuda de guerra (siempre a cargo del perdedor), de cinco mil
millones de Francos, más el 5 por ciento de interés por los pagos aplazados. Entre
toda esta ceremonia de la confusión, Adolphe Thiers y demás secuaces suyos: Jules Favre, Ernesto Picard, Agustín Pouyer-Quertier y Jules Simon, gestionaron ante Alemania un préstamo adicional de
dos mil millones de francos, que estos sujetos se repartieron en concepto de
comisión, una coima que no se acordó hacer efectiva, hasta que las tropas
prusianas consiguieron pacificar París. ¿Cuántos crímenes y actos de corrupción
política perpetrados desde el ejercicio del poder —como éste—, se han podido
venir cometiendo en el mundo impunemente
en nombre de esa bendita palabra: naturaleza,
cuyo significado bajo el capitalismo tanto se parece a esta otra: facilidad?
¿Y qué cabe decir
de gobiernos plurinacionales en estos tiempos, como es el caso de la Comunidad Económica
Europea durante la última etapa de la llamada globalización
económica?
Un despotismo impune basado en la libre
e irrestricta circulación de los capitales a escala planetaria, foros donde
los pueblos no deciden absolutamente
nada y sus respectivos gobiernos nacionales permanecen supeditados, a
lo que allí deciden discrecionalmente y en absoluto secreto hacer, unos comisionados que se reparten
entre ellos las atribuciones —también al margen de la voluntad democrática de
los pueblos a los que dicen representar—
pero que sólo obedecen al dictado de las minorías sociales capitalista irrisorias,
con quienes comparten el producto de la explotación a que son sometidos los
relegados de siempre:
<<En la era de la
globalización, la eliminación gradual de la toma de decisiones en las
cámaras democráticas por parte de las élites económicas de la Unión Europea,
sirve de plan de acción para la gobernanza postdemocrática (totalitaria del gran capital) en todo el mundo. Las personas
progresistas deben ser ambiciosas y empezar a proponer ideas para un Gobierno
mundial democrático como alternativa viable.
La realidad es
que las estructuras postdemocráticas que gobiernan la eurozona, existen también
a lo ancho de la UE y son anteriores a la introducción del Euro. La Comisión
Europea no se elige. Los miembros del Consejo de Ministros y su
encarnación al máximo nivel, el Consejo Europeo, solo se eligen indirectamente
y las leyes son elaboradas en secreto durante el transcurso de sesiones,
a las que no se permite la entrada ni a la prensa ni al público. Los
legisladores habituales del Consejo no son ni siquiera ministros nacionales,
sino diplomáticos trileros del Comité de Representantes Permanentes (COREPER) y las docenas de subcomités y
grupos de trabajo que deliberan, también en secreto, (lo hacen) fuera del escrutinio de los electores.
El presidente
del Consejo Europeo —llamado a menudo ‘presidente europeo’—tampoco se elige;
se le escoge, cual papa secular, tras puertas cerradas después de horas de tira
y afloja entre jefes de Estado y de Gobierno. La única institución elegida directamente
de la fábrica de salchichas legislativa que es la UE —el Parlamento Europeo— no
tiene derecho de iniciativa legislativa; es decir, no puede proponer ni
aprobar leyes. Solo puede enmendar lo que la Comisión y el Consejo le envíen
para su conformidad. Estos poderes son importantes y los grupos de presión
de las (más
poderosas) empresas (privadas) y
de las ONG (desde la sociedad civil) sienten tanta atracción por los escaños mellizos de Bruselas y
Estrasburgo, como por los del Congreso estadounidense en Washington, pero al
estar restringido de esta manera, el Parlamento Europeo no se parece a ningún
otro Parlamento del mundo democrático.
Los europarlamentarios no son representantes
de un pueblo europeo soberano sino los ‘recogepedos’ de los altos funcionarios
de la tecnocracia en las instituciones de la UE>>. Leigh Phillips: “El orden global postdemocrático” El subrayado y lo entre paréntesis
nuestros).
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