¿Dejamos el futuro del Planeta en manos de
los capitalistas?
<<Lo que caracteriza a este siglo XIX es el
contraste entre, por un lado, las fuerzas industriales y científicas
inimaginables en épocas anteriores y, por otro lado, los síntomas de un declive
que sobrepasa los horrores atestiguados por los anales de la caída del Imperio
romano. De un lado, vemos las máquinas capaces de reducir el esfuerzo humano,
del otro constatamos la miseria de la masa; las fuentes de riqueza
recientemente descubiertas convertidas en fuentes de miseria, los triunfos del
espíritu pagados al precio de una pérdida de carácter. A medida que la
humanidad domina la naturaleza, el hombre se convierte en esclavo de otro o de
su propia infamia, su ciencia parece que no puede brillar más que sobre el
sombrío fondo de la ignorancia, sus invenciones y progresos tienden a dotar a
sus fuerzas materiales de vida intelectual y a rebajar la vida humana al nivel
de una fuerza material sin alma. Es como si cualquier progreso en el orden de
la técnica y de la ciencia debiera ir fatalmente acompañado de una regresión en
las relaciones sociales y las instituciones políticas>> (K. Marx: Discurso en un mitin obrero reunido en
Londres durante la primavera de 1856, para celebrar el cuarto aniversario del órgano
cartista “The People’s Paper. Citado
por Maximilien Rubel en “Marx sin mito”. Edición Octaedro, Barcelona/2003, Pp.
187).
01. Antecedentes históricos del
problema
Entre 1830 y 1840 Marx estudió los trabajos
del célebre científico naturalista Liebig, quien entendió
el metabolismo en animales
y vegetales, como procesos bioquímicos que denominó “fuerza vital”. En 1840
esta tesis fue superada por Julius Robert Mayer,
uno de los cuatro descubridores de la ley de
la conservación de la energía, sosteniendo que el metabolismo se
explica por la llamada energética, que
comprende a otras ciencias como la termodinámica, la química, la biología, la bioquímica
y la ecología. Pero el verdadero precursor de este impulso en la biología, sin
duda fue Liebig. Cuatro años después, en sus “Manuscritos
económico-filosóficos” Marx
concibió a los seres humanos como componentes constitutivos de la naturaleza:
<<Que la vida física y espiritual
del hombre está ligada a la naturaleza, es como decir que la naturaleza está
ligada consigo misma, pues el hombre es una parte de la naturaleza>>. (K. Marx: Op. cit. Ed. Juan F. Fajardo/2001)
Y en 1864, siguiendo las investigaciones del
científico John Tyndall —quien
validó la tesis de Mayer— Marx pudo indagar sobre los trabajos del fisiólogo
alemán Theodor Schwann,
quien en 1839 había introducido la noción de “metabolismo celular”. Por su
parte, Engels también aportó lo suyo en “Dialéctica
de la naturaleza”. Así fue cómo Marx pudo concebir al “metabolismo”,
como el principio activo de la existencia, no solo de las distintas especies
vegetales y animales sobre la Tierra, sino también de la vida inteligente más
allá del instinto, definiéndolo como un intercambio entre los seres
humanos genéricos y la naturaleza, a instancias del trabajo social[1]:
<<El trabajo es, en primer lugar,
un proceso entre la humanidad y la naturaleza, donde el ser humano media,
regula y controla su metabolismo con la naturaleza, ejerciendo su poder natural
sobre ella. Pone en movimiento las fuerzas naturales que forman parte de su corporeidad,
brazos y piernas, cabeza y manos, a fin
de apropiarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su
propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior
a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza.
Desarrolla las potencias que dormitaban en ella y las somete a su
señorío>>. (K. Marx: Libro I Cap. V Ed. Siglo XXI/1978 Pp. 215/216)[2]
La libertad
del ser humano genérico, consiste precisamente en esto, en su trabajo; pero con
absoluto respeto por la naturaleza exterior a él, a la que transforma para sus propios fines como especie animal
racional, al mismo tiempo que la
conserva. La conclusión a la que llegaron Marx y Engels estudiando el modo de producción capitalista,
es que este sistema de vida y su clase dominante, con su propensión hacia la
obtención de la ganancia inmediata
como móvil fundamental de su existencia, provoca una irreparable ruptura del necesario metabolismo entre los
seres humanos y su entorno natural. En un pasaje de su “Dialéctica de la Naturaleza”, Engels pone como ejemplo de esa
ruptura la desertización a largo plazo de tierras, mediante la quema de bosques
cubanos por sus terratenientes españoles, para dedicar esa superficie a
rentabilizar el cultivo de café:
<<Lo mismo frente a la
naturaleza que frente a la sociedad, en el régimen de producción capitalista
solo interesa de modo predominante, el efecto inmediato y más tangible>> (Op. cit.)
Y en 1873 publicó su “Contribución al problema de la vivienda”, donde puso en evidencia otra
forma de ruptura entre las humanidad y sus medios de trabajo al confrontar el
campo con la ciudad, mostrando cómo al sustituir mano de obra por máquinas en
el agro, el capitalismo desatendió el cuidado de la tierra y propendió a su esterilización,
forzando a que masas ingentes de población rural emigre buscando empleo en las industrias
urbanas, donde fue hacinada en viviendas precarias e insalubres. A esto Engels
llamó oposición entre la ciudad y el campo:
<<La supresión de la oposición entre la ciudad y el campo,
no es ni más ni menos utópica que la abolición de la oposición entre
capitalistas y asalariados. Cada día se convierte más en una exigencia
práctica de la producción industrial como de la producción agrícola. Nadie
la ha exigido más enérgicamente que Liebig en sus obras sobre química agrícola,
donde su primera reivindicación ha sido siempre que el hombre debe reintegrar a
la tierra lo que de ella recibe, y donde demuestra que el único obstáculo es la
existencia de las ciudades, sobre todo de las grandes urbes. Cuando vemos que sólo
en Londres, se arroja cada día al mar, haciendo enormes dispendios, mayor
cantidad de estiércol que la que produce el reino de Sajonia>>[3].
(Op. Cit. Subrayado nuestro)
¿No es esto lo que se sigue viendo todavía,
en los numerosos vertederos de todas las grandes ciudades del Mundo,
desperdicios muchos de ellos que acaban recalando en los suburbios
internacionales del sistema?
[1] Independientemente de su adscripción o pertenencia, a
una determinada clase social, raza, nacionalidad, confesión religiosa o sexo.
[2] Todos estos datos bibliográficos los hemos recogido de
la obra escrita por John
Bellamy Foster titulada: “La
ecología de Marx”, publicada
en castellano por la Editorial “El Viejo Topo” en 2004 Pp. 246-248.
[3] El fenómeno
típicamente capitalista de la emigración poblacional del campo a la ciudad, se
explica por el hecho de que la tierra cultivable es el único medio de
producción que no se puede reproducir
a voluntad y su extensión está absolutamente limitada por la superficie
del Planeta, de modo tal que, según progresa la productividad en las tareas
agrícola-ganaderas, la población asalariada activa disminuye cada vez más y el paro obrero se
incrementa, viéndose forzada a emigrar buscando empleo en las industrias
urbanas.