MASACRE DEL 11M
Elementos para un
juicio popular revolucionario al Estado “democrático” Español (3)
Introducción
El 11 de Marzo de 2004 —dos días antes de las elecciones generales celebradas
el 14― a partir de las 7,30hs hicieron explosión casi simultánea en cuatro
distintos trenes de la línea ferroviaria de cercanías, en Madrid, doce artefactos
explosivos conteniendo 20Kg. de dinamita cada uno. Los atentados ocasionaron
192 víctimas mortales y 1.200 heridos de distinta gravedad y consideración.
Tras las primeras investigaciones de rigor, y una vez descartada la autoría
de la organización nacionalista vasca radical, ETA y cualquiera otra, las autoridades
de
la Policía Nacional y de la Guardia
Civil coincidieron en señalar:1) que la dinamita había sido sustraída
de uno de los ocho “cofres de seguridad” (cinco para el almacenamiento de dinamita
y tres para detonadores) que se encuentran dentro de la jurisdicción de la Mina “Conchita”, propiedad de la empresa Caolines
de Merillés, S.L., situada en la localidad asturiana de Belmonte de Miranda.
Los informes de la Guardia Civil enviados al juez del caso en la Audiencia Nacional, Juan del Olmo, han revelado que estos cofres
de seguridad —con una sola llave de acceso, sin vigilancia continua, situados
en zonas aisladas donde nadie acude tras acabar la jornada laboral― son
muy vulnerables a un posible robo. Dichos informes aclaran que el robo en la
fábrica o en los depósitos intermedios, se considera algo casi imposible por
las enormes medidas de seguridad dispuestas en torno a los búnkeres en los que
se guardan los explosivos. Además, las llaves de la mayoría de ellos están en
poder de la Guardia Civil, encargada de abrirlos. Los minipolvorines, en cambio,
son como pequeñas cajas fuertes encastradas en las faldas montañosas próximas
a las bocas de las minas que albergan, con una capacidad media de 50 kilos de
dinamita cada uno o 500 detonadores. Según el Juez, a esta conclusión
se llegó a raíz del análisis de la dinamita contenida en tres sitios distintos,
a saber: en una de las mochilas supuestamente utilizadas en el atentado que
no llegó a explosionar; en unos restos de explosivo y detonadores encontrados
a las 9,50 del 11M en la furgoneta Renault modelo “kangoo” estacionada sobre
la calle de acceso a la estación de Alcalá de Henares; del explosivo —¡¿sin
estallar!?— hallado en un piso de la localidad madrileña de Leganés, donde seis
de los ejecutores de los atentados permanecían ocultos y, al ser sorprendidos
por la policía —según la versión oficial— decidieron suicidarse haciendo volar
el apartamento. Basado en los informes periciales de la policía y de la Guardia
Civil, para el juez Del Olmo estaba claro que el explosivo utilizado en los
atentados había sido proporcionado a sus autores materiales por la trama delictiva
asturiana localizada en Avilés. 2) Que el acto de entrega de los
explosivos a los autores de los atentados habría sido gerenciada por el ciudadano
español José Emilio Suárez Trashorras, en connivencia con su cuñado, José Antonio
Toro Castro y su novia, Carmen Toro Castro, con la colaboración necesaria del
marroquí Rafá Soller. A todos ellos se les atribuye haber participado en la
negociación y venta ilegal de los explosivos a la célula terrorista actuante
el 11-M, a cambio de dinero y drogas. Se da la circunstancia de que todos estos
sujetos eran —¿siguen siendo?— “confidentes” de la fuerzas de seguridad del
Estado, sea de la
Policía Nacional, como es el caso de Suárez Trashorras, José Antonio Toro Castro
y Carmen Toro Castro, o de la Guardia Civil, como Rafá Zouhier. 3)
Que hasta el momento de la ejecución de esa matanza, ni la
Policía Nacional ni la Guardia Civil, sabían nada de sus preparativos, ni tampoco
habían sido alertadas por sus respectivos confidentes acerca del trapicheo delictivo
con explosivos, ni de la identidad e intenciones de los interesados en adquirirlos.
Según consta en el auto del 18 de junio de 2004,
el Juez del caso, Juan del Olmo, afirma que la investigación de los atentados
del 11-M "en modo alguno" puede verse afectada por "la condición,
supuesta o no" de confidentes de la Policía de dos de los detenidos (Rafá
Zouhier y José Emilio Suárez Trashorras): <<En
atención a lo que consta en las actuaciones, (dichos confidentes) en modo alguno
transmitieron datos sobre los preparativos, intenciones o actuaciones que podrían
estar realizando sus “conocidos” para la perpetración de acción alguna de carácter
terrorista>> (Op. Cit.) En ese mismo auto, el Juez
Del Olmo sostiene que el comisario de Avilés —“controlador” de Suárez Trashorras—
ha declarado que antes del 11-M no le informaron sobre la venta de los explosivos,
y que Suárez Trashorras ha declarado que informó al comisario de que los marroquíes
vendían droga, pero no de que estaban tratando de comprar explosivos. O sea,
que el delincuente Suárez Trashorras podrá decir lo que quiera, que si un policía
dice lo contrario, habrá que creerle al policía. Esto es algo que cualquier
ciudadano medio suele tener muy claro, porque así se nos ha enseñado desde pequeños.
Más aun tratándose de un Juez, que se gana la vida con ese tipo de “razones”.
Pero el caso es que, a su condición de delincuente habitual, José Emilio Suárez
Trashorras llevaba adherida su función de confidente policial. Y esto cambia
mucho las cosas. Así se lo decía al periodista Fernando Múgica un “veterano
policía” en abril de 2004:<<El mundo de los choros [los
pequeños delincuentes] no se mueve como dicen que lo ha hecho José Emilio. No
dudo de que pueda ser capaz de vender dinamita por una cantidad razonable de
droga o de dinero. Se acababa de casar y podría necesitar más dinero. Pero lo
primero que habría hecho tras venderles el material habría sido acudir al policía
con el que tuviera más confianza para contárselo. Él sabe que esa información
es oro y que le van a deber así un gran favor. Ese tipo de personas no tiene
cuajo suficiente para callarse sin saber qué van a hacer con ese material. Las
cosas no funcionan así>>. (“Los agujeros negros del 11M”. En “El Mundo”
23/04/04) http://www.elmundo.es/elmundo/2004/04/19/enespecial/1082356558.htmlEsto
plantea dos interrogantes fundamentales 1) ¿Qué
es lo que explica esa aparente negligencia en materia de investigación y “torpeza”
operativa por parte de la Policía Nacional y la Guardia Civil,
en un país tan reconocidamente amenazado por el terrorismo etarra, al que ―tras
el papel jugado por España en la guerra de Irak aliándose con EE.UU.―
debía preverse que se le sumaría la amenaza del terrorismo islamista?
2) ¿Cómo encajar, en este caso, la lamentable actuación
de unos cuerpos armados de seguridad pública, cuyo probado celo profesional
y eficacia operativa les habían puesto a la altura de los mejores del mundo?
De ser cierto ―como dijo el presidente José Luis Rodríguez Zapatero ante
la Comisión parlamentaria
de investigación por el 11M― que todo fue obra del “terrorismo islamista”,
ejecutada por no más de veinte individuos sin preparación alguna y al coste
de un millón escaso de pesetas, entonces, a juzgar por los resultados de lo
que se hizo y dejó de hacer en todo este asunto, la ya proverbial eficacia del
Estado español ha quedado muy, pero que muy por debajo de sus impecables antecedentes
en la lucha policial contra el delito y la inseguridad ciudadana; tanto, que
hasta parece haber hecho de los profesionales de la seguridad a su servicio,
una malísima caricatura de lo que en realidad han venido probando que son. Y
a juzgar por las contradicciones de la versión oficial de esos hechos, se está
demostrando que —para quienes saben cómo hacer las cosas de su especialidad—,
es más difícil simular que se lo ha hecho mal, que hacerlo bien. Porque ¿cómo
es posible creer que el Estado español haya sido burlado por una minúscula panda
de delincuentes comunes de poca monta, ocasionalmente organizados nada más que
para este acto? Tal es el interrogante que hubiera debido orientar
las investigaciones del señor Juez de la Audiencia Nacional en lugar de
irse a indagar sobre un escenario parecido al que se montan ciertas aves que
llaman la atención con sus cantos, precisamente donde no tienen puestos sus
huevos o alimentan a sus crías. Pero ya se sabe que la división de poderes en
que ―por desgracia creen todavía muchos asalariados y― descansa
la supuesta independencia de los magistrados, sólo funciona a la hora de juzgar
a quienes carecen de recursos y/o de influencias suficientes y seguras en la
superestructura política del sistema; más aun en casos como este, donde esperar
que un juez haga justicia según la verdad de los hechos y sin interferencias
políticas de ninguna índole, es como pedir peras a un olmo, o como hablar de
la soga en casa del ahorcado, la soga en que ahogaría su futuro como servidor
del Estado el señor juez Juan del Olmo, de haber obrado con la independencia
política profesional que se presume de cualquier representante del poder judicial.
En realidad, los atentados del 11M forman parte del problema que el Estado español
está tratando de resolver, y que, para ello, ha debido cargarse no sólo el tan
mentado concepto de “seguridad ciudadana”, sino la supuesta independencia de
los poderes, e incluso el mismísimo significado de la palabra “democracia”.
Y mucho nos tememos que este desbarajuste pueda explicarse por la supuesta “descoordinación”
entre los cuerpos represivos, aunque esto sea bien cierto por “razones” corporativas,
lo cual da pie para que barbaridades como ésta —que tienen su causa en otros
ámbitos— puedan ser todavía más factibles. Según todos los indicios,
el 11M ofrece una curiosa similitud con el 11S, como dos gotas que debieran
estar rebasando el vaso de la paciencia popular para hacer tronar el escarmiento
de su propia justicia. Pero como esta hipótesis sigue siendo sólo tardanza de
lo que está por venir, el problema para las clases dominantes de este país,
manifiestamente divididas desde la famosa reunión del triángulo de las Azores[1]
, era y sigue siendo otro. No es casual que el atentado ocurriera a dos
días vista de las elecciones generales, donde lo que se decidía tenía muy poco
que ver con la solución a las crecientes dificultades que afrontan día que pasa
las mayorías sociales. Porque en esa jornada electoral no estaban en juego las
políticas siquiera moderadamente paliativas respecto del paro masivo o las leyes
laborales vigentes que legitiman el despido libre, la creciente disminución
del salario relativo, la más absoluta precariedad en el empleo, la inseguridad
laboral y las más extremas condiciones de superexplotación en el trabajo; tampoco
de esas políticas se podían esperar mejoras significativas en el servicio de
la salud pública, la educación en sus distintos niveles o en el acceso a la
vivienda. En estos puntos ―aun cuando estuvieran presentes
como promesas en los planteos electorales de las distintas formaciones políticas
institucionalizadas― no hay ni puede haber diferencias significativas
como para poder hablar de que, en realidad, las haya y puedan concretarse. Y
no las puede haber, en primer lugar, porque la situación económica general del
capitalismo a escala planetaria lo impide absolutamente. En segundo lugar, y
como consecuencia de aquél hecho básico estructural, porque lo sustancial de
la política en esas materias no es una cuestión de partidos; y no lo es porque
todo lo que el sistema no permite, deja de ser una política de partidos en tanto
“arte de lo posible”; porque, cuando una reivindicación de las clases subalternas
es de imposible realización en aras del insultante fondo de consumo de los explotadores,
toda pretensión de ir con ella más allá de la simple enumeración de derechos
constitucionales o de promesas electorales no cumplidas, pasa a ser una cuestión
de seguridad; pero no de la ciudadanía sino del Estado, dado que atenta contra
la estabilidad política del sistema capitalista en su conjunto, es decir, del
conjunto de la burguesía. Tal es la esencia de la “democracia” capitalista;
y los asalariados que quieran seguirle dando vueltas a esta cuestión buscándole
el lado bueno que les muestran los patrones, se engañan gratuita y miserablemente.
Si con los pies en la tierra descartamos que el 14M estuvieran en juego las
soluciones a los acuciantes problemas que afectan a las mayorías sociales en
España ¿qué es lo que quedaba para dirimir en esa confrontación electoral? Pues,
poco más que las relaciones del Estado con la Iglesia y alguna que otra menudencia, ajena
a las reales necesidades de las mayorías. ¿O no? Pero en ese poco
más que se jugaba en los comicios, había una cuestión de fundamental importancia
para los intereses representados por esas fuerzas políticas en pugna dentro
del Estado Español. Y esa diferencia era y sigue siendo la orientación de la
política exterior y territorial española. Y nadie puede dudar que las elecciones
decidieron efectivamente sobre estos puntos, esto es, si debía revisarse la
política territorial del Estado español tal y como había quedado atada y bien
atada en la constitución de 1978, y si España debía seguir privilegiando la
relación con EE.UU y Gran Bretaña o pasaba a priorizar y apoyar el bloque burgués
dominante en la UE representado por el eje franco-alemán. Nosotros
estamos entre los que piensan que los atentados del 11M en España, estuvieron
determinados por este problema, por esta diferencia, por esta fractura expuesta
del capital internacional a raíz de los sucesos del 11S; más concretamente,
por una de las consecuencias inmediatas de su lógica: la intervención militar
en Irak. Esta movida rompió el frágil equilibrio entre los grandes bloques de
poder de la burguesía internacional que se había estado manteniendo ―cada
vez más precariamente― desde la caída del “Muro de Berlín” y la inmediata
debacle del sistema burocrático soviético mal llamado “comunista” o “socialista”,
que ―tras la muerte de Lenin― abandonó por completo esa perspectiva
social y política, para pasar a ser sólo un híbrido perverso en franca regresión
histórica al capitalismo, como así se ha demostrado. Poniendo la
lupa del análisis de clase sobre este punto de fractura en el espinazo de la
política exterior y territorial de España —provocada por la disputa entre os
dos grandes partidos de su aparato político institucional— entramos en el meollo
de la política de andar por casa de la burguesía internacional
proyectada al interior del Estado español; se trata de la “pequeña política”;
de la que dirime las relaciones de poder entre fracciones de una misma clase
dominante en el contexto socio-económico del mismo sistema de vida capitalista
a escala nacional e internacional en situación de crisis económica general no
superada, y en ausencia de una alternativa de Gran Política por parte de la
clase estratégicamente enemiga de la burguesía: el proletariado, los asalariados,
también a escala nacional y planetaria combinadas.
Y dado que nuestro trabajo en curso tiene
por objeto explicar las causas y consecuencias de lo acontecido el 11 de marzo
de 2004, acontecimiento que —como se ha visto hasta aquí— compromete a las
llamadas “fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado” como organismo relativamente
autónomo, esto exige que, previamente, nos pongamos de acuerdo sobre el origen,
naturaleza y función política del Estado capitalista y de sus fuerzas armadas,
en general y, particularmente del Estado español, en las presentes circunstancias.