CARTA
ABIERTA DE UN INMIGRANTE AL SEÑOR JOSÉ MARÍA AZNAR
Ignacio
Reggiani, periodista
argentino llegado al Estado Español hace 4 meses
Me dirijo a usted con el mayor respeto, que no se lo confiere el hecho
circunstancial de ser presidente del gobierno español, sino su
condición de ser humano.
Soy ciudadano argentino. De la República Argentina vengo. De ese
lugar que, según el documento que le otorga el estado español
a los que obtienen la ciudadanía, es una provincia de España.
La situación de mi patria es ampliamente conocida por todos los
ciudadanos de este país que usted gobierna por la gracia del pueblo.
Situación que bien conocen las empresas españolas que usted
defiende con firme determinación. Empresas que dejaron de ganar
mucho dinero en los últimos tiempos. Compatriotas míos que
dejaron de comer hace muchos días. Compatriotas que, como niños
asustados que buscan los brazos de su madre, acudieron a ese lugar al
que nos enseñaron a llamar "madre patria" en los libros
escolares. Pero la madre estaba demasiado ocupada para atenderlos. Nos
recibió con desgano a aquellos que cumplimos todos los innumerables
requisitos para acceder a la categoría de ciudadanos del primer
mundo. Obligó a deambular por infinitos pasillos burocráticos,
de la mano de la más absoluta desinformación, a los que
creímos que podríamos encontrar un lugar para seguir soñando,
entregando a cambio nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y nuestros impuestos.
Desconoció y expulsó a los que no pudimos conseguir alguno
de los miles de certificados que nos exigieron.
Quisiera aclararle que siempre tuve mucho cariño y admiración
por "lo español". Al menos, por lo que había conocido
hasta ahora. Fui educado por religiosos marianistas españoles con
un corazón enorme, llegados a mi país cuando España
no era exactamente un paraíso y la Argentina amenazaba con parecerse
a un lugar de ensueño. Entre lo mucho que me enseñaron,
me hicieron ser una persona agradecida. Y supuse, entonces, que la gratitud
sería un denominador común en su patria. Por la forma en
que los argentinos somos tratados en este momento, me asalta la duda.
Tal vez usted, señor Aznar, tenga la fortuna de que ninguno de
sus parientes o amigos se haya visto obligado a emigrar a mi país.
Eso creo, o quiero creer, para no tener que cambiar mis viejas certezas
sobre la gratitud española.
Me enseñaron también a no discriminar a nadie, bajo ninguna
circunstancia. Sin embargo, los argentinos que llegan ahora a su país,
son tratados como ciudadanos de segunda, de tercera o de cuarta, de acuerdo
a la cantidad de documentación que hayan logrado rescatar del laberinto
de la administración pública. Supongo, señor Aznar,
que sus decisiones estarán condicionadas por la política
común de la Comunidad Europea. Es, quizás, la explicación
que se me ocurre para que miles de inmigrantes, argentinos o no, entiendan
por qué serán expulsados de España. Para que miles
de niños entiendan las idas y vueltas de sus padres y se acostumbren
a un mundo que no los dejará ir libremente a donde quieran ni les
permitirá elegir dónde vivir, aunque sean honestos y trabajadores.
Porque así es, ¿verdad, señor?. Serán expulsados
por motivos administrativos y burocráticos. Aunque en realidad,
según parece, los inmigrantes somos los nuevos delincuentes, los
que provocamos la falta de trabajo, los que amenazamos el bienestar y
la posibilidad de cambiar el coche cada año. Si no es así,
¿de qué se nos acusa? El camino para la extradición
de un asesino suele ser extenso, trabajoso y muchas veces no se llega
al final. Sin embargo, deportar a un inmigrante acusado del delito de
querer trabajar es un trámite muy simple. Algún funcionario
anónimo sella y firma una orden de salida con absoluta tranquilidad,
sin comprender que condena a una persona o a una familia a regresar a
situaciones siempre difíciles, volver a empezar con pocas posibilidades
de éxito, o permanecer en una ilegalidad que le niega todo derecho.
Sí le agradezco, señor Aznar, que nos haga comprender a
los argentinos dónde estamos ubicados en el mundo. Ahora, quizás,
asumamos que estamos al sur del Sur. Que integramos la mitad del mundo
devastada y apaleada. Argentina creyó, a lo largo de su historia,
que algún día el primer mundo se dignaría a darnos
acceso al porvenir. Hoy, gracias al primer mundo, los muchos argentinos
que golpeamos las puertas de la comunidad europea asumimos que, como siempre
debimos haberlo entendido, somos iguales que el resto de Latinoamérica,
iguales que los magrebíes y los turcos, similares a los africanos
y los refugiados del este europeo arrasado por la guerra. Si algún
día todos entendiéramos y aceptáramos esta realidad,
tal vez, Dios quiera, no necesitemos molestarlo, señor Aznar, pidiendo
lo que cae de su mesa.
Alégrese, señor Aznar, porque trabajaré defendiendo
su cruzada. Trataré de que todos los argentinos, mientras puedan
tener una mínima luz de esperanza para resistir, no se vayan del
país, al menos para emigrar hacia España. La forma en que
somos tratados no vale la pena el esfuerzo. La dignidad de un ser humano,
como usted o como yo, no se negocia por un puñado de euros o un
coche nuevo.
Como creo profundamente en la democracia, le pido que siga adelante con
su gobierno. Los votos de sus compatriotas lo han puesto en el lugar que
ocupa y allí lo mantienen, lo que implica que la mayoría
de los ciudadanos españoles comulgan con sus propuestas y firman,
una a una, las expulsiones de los inmigrantes. Yo me quedaré con
la solidaridad de otros muchos españoles que sienten la vergüenza
por lo que ocurre. Y trataré de explicar a mis hijos por qué
su madre llora y su padre carga la frustración inevitable que provoca
el ser tratado como un delincuente.
Y también les enseñaré, se lo juro señor Aznar,
que si algún día la historia con sus vueltas pone a los
españoles en una situación similar a la que vivieron hace
muchos años y emigran hacia la Argentina, se ocupen de pelear para
que sean recibidos como hermanos, y tengan un lugar para volver a soñar.
Porque ésa es la verdadera grandeza de una Nación.
Y no se preocupe, señor Aznar, que ya no lo molestaré. He
recibido la orden de expulsión.
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