Manolo Garí
La encefalopatía
espongiforme de transmisión bovina (EBB) o mal de las "vacas
locas" es una nueva expresión de una de las dos grandes
crisis alimentarias que azotan la humanidad en el actual contexto
de globalización capitalista. En el ámbito de los paises
empobrecidos las hambrunas por infraproducción y carencias
en el consumo siguen provocando la subalimentación y la muerte.
Por contra, en el de los países industrializados los hábitos
alimentarios inducidos basados en el exceso de consumo de carnes ha
provocado la carrera de la sobreproducción asociada a la agro-ganadería
intensiva. Esta modalidad productiva está en el origen de la
extensión de enfermedades como la de Creutzfeld-Jakob
-tristemente noticia de primera página en la Unión Europea
por haberse cobrado ya más de noventa muertos-, pero también
en el del rebrote de otras como la tuberculosis o la brucelosis cada
vez más difíciles de tratar por la aparición
de cepas bacterianas resistentes a los antibióticos, tal como
han señalado la Organización Mundial de la Salud (OMS),
la Organización para la Agricultura y la Alimentación
(FAO) y la propia Comisión Europea.
En el marco de la Unión Europea y también en nuestro
país -como resultado de la Política Agraria Común
(PAC)- las últimas décadas han supuesto, tal y como
señala Ecologistas en Acción, un proceso de intensificación
y especialización agraria. La producción ganadera se
ha divorciado del campo y transformado en una actividad semi-industrial
orientada a maximizar -que no a optimizar- producciones y ganancias
cada vez más dependientes de paquetes tecnológicos e
insumos externos procedentes Estados Unidos y de las multinacionales
que controlan el mercado de la soja Cargill, Renessen (filial de la
anterior), ADM, y Sygenta, asociada de la anterior y producto de la
suma de Novartis y Astra-Zeneca. De hecho la Europa comunitaria es
deficitaria en un 70% de sus necesidades de proteína vegetal
para piensos compuestos. Esta tendencia se ha visto reforzada por
el acuerdo agrícola cerrado en la Ronda de Uruguay sobre Libre
Comercio (GATT) entre la CEE y EE.UU y por el acuerdo Blair House.
Ambos acuerdos agravan la dependencia comunitaria dado que la Unión
Europea se compromete a limitar la superficie sembrada de oleaginosas
en su territorio.
Todo ello provocó que industriales sin escrúpulos y
sin atender al más mínimo principio de precaución
comenzaran a fabricar harinas para el ganado hervíboro compuestas
por residuos de origen animal. Estas harinas pueden provocar la encefalopatía
espongiforme a través de una proteína alterada, el famoso
prión, que tiene un comportamiento patógeno en el organismo
de los animales ya que trasmite a las proteínas normales un
defecto -el del plegamiento erróneo- causando la acumulación
de las mismas porque las enzimas, que en condiciones normales degradan
las proteinas, no son capaces de descomponerlas. A través de
los alimentos, de ciertos tratamientos médicos y procedimientos
quirúrgicos, y del uso de grasas animales para la fabricación
de cosméticos y otros productos se han abierto vías
de infección para el ser humano porque los priones han superado
la "barrera de las especies" en la transmisión de
enfermedades y el agente infectante parece adquirir especial virulencia.
Los priones se han revelado como muy resistentes al calor, el alcohol,
los desinfectantes, la luz ultravioleta y la radiación ionizante,
en definitiva a la acción física y química según
la Organización Mundial de la Sanidad Animal. La enfermedad
de Creutzfeld-Jakob, que produce demencia y afecta al sistema
neurovegetativo, parece surgida de la nada, está latente durante
largos periodos en animales y personas y el agente patógeno
puede sobrevivir durante años enterrado en el suelo, lo que
nos plantea un grave riesgo inmediato y un peligro para las generaciones
futuras.
Para la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad
Pública (FADSP) la encefalopatía espongiforme transmisible
"se trata de un efecto del proceso de globalización de
las relaciones económicas sin los controles adecuados que ha
determinado que los intereses económicos primen sobre el derecho
a la protección de la salud y del abandono por parte de los
estados de su papel de regulación y control, lo que ha determinado
la contaminación de los piensos y el trasiego de reses contaminadas
por toda Europa". En lo tocante al gobierno español (Ministerios
de Sanidad y de Agricultura) califica su actitud de incapaz e irresponsable
ante la gravedad de la epidemia y denuncia como obsoleta la estructura
de la sanidad veterinaria pública falta de recursos materiales
y humanos incluyendo los del Laboratorio Nacional de Referencia, así
como la ausencia de controles suficientes y la existencia de mataderos
clandestinos. El problema de salubridad alimentaria es de grandes
dimensiones, baste recordar que en una simple hamburguesa puede haber
carne de hasta 60 animales distintos. En el Reino Unido la cuestión
ha adquirido una dimensión clasista: precisamente los pasteles
de carne más baratos, consumidos por las clases trabajadoras,
son los fabricados con carnes potencialmente más infectadas,
por lo que la incidencia de la enfermedad es desigual según
el nivel de renta.
Junto a la dimensión de la sanidad pública, la EEB o
"mal de las vacas locas", comporta otros dos tipos de problemas:
los relacionados con la salud de los trabajadores y los medioambientales.
Ante la extensión desconocida de la enfermedad en la cabaña
bovina, el gobierno español (y el resto de los de la Unión
Europea) tiene ante sí dos graves problemas: cómo tratar
los residuos de miles de vacas potencialmente enfermas y cómo
eliminar unas 500.000 Tn de harinas fabricadas con despojos de animales
que se han convertido en residuos biocontaminados. Dado que el enterramiento
de animales y harinas es una muy peligrosa solución, el gobierno
y la industria cementera españoles están a punto de
firmar un acuerdo para la incineración de harinas en estas.
Dado que las cementeras suelen carecer de sistemas apropiados de control
de la combustión y de depuración de los gases para evitar
la y destruir las dioxinas, furanos y metales pesados que se generan,
esta solución no parece adecuada sin un previo estudio del
impacto ambiental y una evaluación de los riesgos laborales
por exposición a aerosoles y partículas. Dicha evaluación
de riesgos laborales debería extenderse a todo el proceso de
manipulado de animales y harinas, incluyendo el despiece y transporte.
Por otro lado, debería procederse al control y descontaminación
de los elementos y maquinaria que han intervenido en todo el ciclo
de fabricación de harinas así como a los útiles
y herramientas de las salas de despiece en los mataderos y carnicerías
que hayan podido manipular animales infectados.
Hoy es ineludible estudiar urgentemente la viabilidad técnica
de opciones alternativas, sin reparar en medios económicos,
para el tratamiento de los residuos basadas en procedimientos combinados
de autoclave prologado con una posterior estabilización mediante
biodigestión con el fin de conseguir la completa degradación
de los mismos y la desnaturalización del prión. No hay
excusa alguna ni argumento válido que impidan acabar con la
locura actual, la provocada por un modelo productivo ganadero irracional,
unos industriales cuya única religión es la del becerro
de oro y unos gobernantes que además de mostrar incompetencia
e irresponsabilidad han hecho dejación de sus obligaciones
como tales.