PRECARIEDAD
LABORAL EN PRISIÓN
JORNADAS "CUESTIONANDO LA PRISIÓN"
Amaia Pérez
Orozco, economista y miembro de
la Comisión contra la precariedad y la exclusión de la CGT
Es necesario explicar de dónde surgen las reflexiones que se
van a exponer en este texto antes de pasar a ellas. Las ideas sobre precariedad
que aquí comentaremos se enmarcan en las líneas de reflexión
y debate que se están siguiendo en la comisión confederal
contra la precariedad y la exclusión de CGT. Esta comisión
surge de la constatación de que la problemática a la que
se enfrenta CGT como sindicato y como movimiento social está cambiando.
La precariedad y la exclusión se están convirtiendo en realidades
sociales de una importancia enorme, por su extensión y profundidad.
Ante situaciones de empleo precario, CGT ha desarrollado dos modelos de
intervención, el de telemárketing y el de autoorganización
de algunos colectivos de inmigrantes. A pesar del cierto éxito
de estos dos casos, estos modelos no son adaptables a otras circunstancias.
Por todo esto, se plantea la necesidad de conocer más a fondo los
fenómenos de la precariedad y la exclusión. De esta inquietud
surge esta comisión, con varios objetivos: reflexionar y analizar
estos dos temas, trabajar en la sensibilización, concienciación
y difusión de su problemática y permitir el cambio de dinámicas
de trabajo y acción por parte de la organización. Es en
el contexto de este grupo de trabajo donde surgen las ideas sobre precariedad
que vamos a compartir con vosotras/os.
Comencemos por un breve resumen de lo que vamos a contar, a fin de que
sea más fácil seguir el hilo argumental. Enmarcamos la precariedad
laboral (es decir, la precariedad en el empleo, en el trabajo remunerado
tanto formal como informal) dentro de una idea más amplia de precariedad
en la vida, que incluye aspectos no directamente vinculados al empleo.
Preguntarnos qué significa eso de precariedad en la vida significa
preguntarnos qué cosas necesitamos para vivir, cuya falta o inseguridad
nos genera malestar (o nos excluye socialmente). Veremos así diferentes
formas de vivir la precariedad (o las precariedades) relacionadas con
los distintos ámbitos de las necesidades y de las formas de satisfacerlas.
Enmarcaremos todo este proceso en una reflexión sobre cómo
que esto ocurra es posible porque vivimos una sociedad que se ha organizado
con los mercados como epicentro y que los establece como prioridad social.
Es decir, estamos en una sociedad que permite que la lógica de
acumulación que rige a los mercados capitalistas sea también
la lógica que rige al conjunto del sistema socioeconómico.
Por último, intentaremos establecer ciertos vínculos entre
la precariedad y la exclusión, fenómenos que entendemos
que no están claramente diferenciados, sino profundamente interrelacionados.
1 Una
idea de precariedad
Proponemos definir la precariedad como la inseguridad en el acceso sostenido
a los recursos necesarios para satisfacer las necesidades. Es decir, no
estamos hablando de precariedad en el empleo, ni en el acceso a un salario.
Ni siquiera hablamos de precariedad en la obtención de un ingreso
monetario, sea vía mercado laboral (salario) o vía prestaciones
públicas (salario diferido). Proponemos una concepción más
amplia, que englobe al conjunto de necesidades y que, luego, pase a ver
por qué no se satisfacen o no es seguro que se puedan satisfacer.
La precariedad laboral / en el empleo será una parte importante
de esta idea amplia de precariedad, pero no será el todo. Creemos,
además, que hablar en este sentido extenso puede ayudar mejor a
entender fenómenos de precariedad en las prisiones que una idea
estrecha relacionada con la falta o inseguridad de un trabajo remunerado
o de un sueldo.
2. ¿De
qué necesidades hablamos?
Es la primera pregunta a la que tenemos que responder si queremos entender
la inseguridad en su satisfacción. Habitualmente, mencionar la
palabra necesidades nos lleva a hablar, estrictamente, de necesidades
materiales (comida, vivienda, abrigo, transporte...) y también
suele traernos unas ciertas connotaciones miserabilistas, como si estuviéramos
dando un discurso asistencial constreñido a pedir necesidades de
supervivencia para los "millones de pobres del planeta". Sin
embargo, estos presupuestos nos ayudan muy poco o más bien nada
en la lucha política o en un cuestionamiento global del sistema
económico y social en que vivimos.
En primer lugar, hemos de atender a la faceta multidimensional de las
necesidades, evitando esa asociación directa entre necesidad y
recursos materiales. Efectivamente, existen necesidades materiales (que
podemos ver de forma más o menos amplia: desde tener agua potable
hasta poder permitirte los cigarros diarios que quieras/necesites). Pero
hay una dimensión inmaterial de las necesidades que, muy a menudo,
permanece en el limbo de lo invisible. Estas necesidades inmateriales
hacen referencia a: los afectos, las relaciones sociales, la libertad,
la autonomía personal, la identificación cultural... Y,
sin embargo, las dos dimensiones no son escindibles, no pueden comprenderse
por separado. Por ejemplo, queremos tener un empleo para tener un ingreso,
pero no queremos que sea un empleo alienante. O necesitamos una vivienda,
pero también poder escoger dónde, con quiénes compartirla
y en qué condiciones. O, en caso de enfermedad, necesitamos medicinas,
pero también a alguien que nos cuide y nos apoye. En prisiones,
quizá podemos decir que las necesidades materiales están,
más o menos, cubiertas (al menos, cubiertas, en general, a un nivel
de supervivencia básica). Todo el mundo tiene una cama, y algo
que comer, y ropa que ponerse. Pero la faceta más inmaterial está
totalmente al descubierto, partiendo de que hablamos de una privación
básica de libertad.
Por otra parte, las necesidades tienen un componente relacional central.
Es decir, más allá de la mínima supervivencia, no
pueden definirse en abstracto, sino en relación con una sociedad
dada, con un momento dado, y con un colectivo dado. En cada sociedad,
y en cada momento, pueden considerarse como necesarias cosas totalmente
distintas: la necesidad de tener luz eléctrica no es universal
ni ahistórica, y tampoco lo es la necesidad de "formar una
familia". Además, en su construcción entran en juego
diversos sistemas de poder. El caso más comentado es el del capitalismo
a través de la publicidad. El capitalismo tiene que originar constantemente
nuevas necesidades en las/os consumidoras/es para mantenerse en funcionamiento.
Pero también otros sistemas crean necesidades. Por ejemplo, el
patriarcado hace que la sexualidad (y, por tanto, las necesidades sexuales)
se perciban de forma diferente por mujeres y hombres, o la necesidad de
cuidarse el cuerpo, o el que los hombres necesiten un empleo, mientras
que durante largo tiempo las mujeres no se sentían frustradas por
no tenerlo. También las clases, los niveles de educación,
la cultura o religión de que se provenga... todos estos aspectos
demarcan lo que se entiende por necesario. Así, en prisiones, se
destruye, por ejemplo, la necesidad de organizar tus horarios vitales.
Y, finalmente, las necesidades son algo subjetivo. En última instancia,
cada persona percibe como necesario cosas totalmente distintas, porque
esto es parte intrínseca de su identidad.
3. Formas
de precariedad
Partiendo de que la precariedad es la inseguridad en el acceso sostenido
a los recursos que nos permiten satisfacer las necesidades y dado que
vemos las necesidades como un concepto muy amplio, podemos hacer visibles
muchas formas de precariedad que pueden vivirse simultáneamente
y que están, claro, interrelacionadas.
Hablemos de la precariedad laboral, la relacionada con el empleo, esa
que tantas veces se considera como la única y que es parte fundamental,
pero en absoluto única y menos aún irremediablemente fundamental,
de la precariedad en nuestras vidas. Por precariedad en el empleo entendemos
varias cosas: la inseguridad en la duración del empleo, la inseguridad
en las remuneraciones y unas condiciones de trabajo inseguras. La inseguridad
en el cuánto y cuándo vamos a trabajar (a cambio de un salario)
viene por múltiples vías:
- contratos temporales en auge
- facilidades crecientes de despido
- contratos a tiempo parcial
- flexibilización de la jornada en función de los intereses
empresariales
- obligatoriedad de las horas extras
- convivencia del paro, el trabajo a tiempo parcial etc. con el pluriempleo,
las horas extras, el destajo...
- el desempleo visible (oficial)
- el desempleo invisible (el paro oculto, que no entra en las estadísticas
oficiales: personas en paro que no buscan "activamente" empleo
porque están desanimadas; o que están subempleadas, con
menos horas de las que querrían; o que quieren y buscan empleo,
pero no están inmediatamente "disponibles")
- ...
La inseguridad en el empleo también aparece por la vía de
las remuneraciones. Los salarios pierden poder adquisitivo, la proporción
fija y preestablecida de los sueldos es cada vez menor y aumenta la variable
en función de comisiones, trabajo realizado, resultados empresariales...
Y la inseguridad está también en función de las condiciones
de trabajo. La movilidad geográfica (entre ciudades o dentro de
la misma ciudad, que, en urbes como Madrid puede suponer que lo que tardes
en llegar al curro varíe en más de una hora según
donde te toque esta vez). El cambio de labores a ejecutar (la polivalencia
de los conocimientos). Las condiciones laborales, que pueden poner en
riesgo la salud física y psíquica... Todas estas formas
de precariedad se agravan y acumulan en el empleo informal, aquel que
no está cubierto por la legislación laboral.
No sé sabe muy bien cuándo, cuánto y por qué
dinero vamos a currar. Ni en qué condiciones lo vamos a hacer.
Y, si esto es así fuera de las prisiones, en ellas, la precariedad
en el empleo adquiere proporciones extremas.
Pero la precariedad en el acceso a recursos es más amplia que la
precariedad en el empleo. Por una parte, la precariedad en el acceso a
unos ingresos monetarios puede venir por más vías. Se puede
recibir dinero (un medio para satisfacer necesidades, gracias a la compra
de bienes y servicios en los mercados, no lo olvidemos) de personas cercanas,
sobretodo familiares, o del estado. En el primer caso, la "dependencia"
de los ingresos que te proporcionan personas cercanas puede generar situaciones
de inseguridad, porque el que sigas o no recibiendo está en función
de que la relación se mantenga, o de que se mantenga en buenos
términos, o de que esas personas, a su vez, tengan alguna fuente
de ingresos. En prisiones, la mayoría de las/os presas/os reciben
dinero de personas en libertad.
Por otra parte, en lo que se refiere a recibir ingresos del estado, hay
que apuntar que las incertidumbres que se viven en el empleo se reproducen
a la hora de recibir prestaciones públicas a causa de cómo
funciona el llamado estado del bienestar. Luego comentaremos más
este punto.
Pero los recursos monetarios no son todos los recursos que necesitamos.
También necesitamos otros y, en el acceso a ellos, también
podemos vernos en situaciones precarias. Por ejemplo, un recurso es el
espacio. El no disponer de un espacio propio, o de la capacidad de decisión
sobre el espacio en el que vives, eso también es precariedad. Como
lo es el no disponer de tiempo para ti, o no poder decidir qué
hacer con tu tiempo. En prisiones, todo tu tiempo y todo tu espacio está
socializado, se comparte y no se puede decidir sobre ellos, lo cual genera
una fuerte sensación de precariedad, de incertidumbre vital. Otra
serie de recursos son, por ejemplo, los papeles que te otorgan residencia
legal o ciudadanía. La falta de papeles supone una inseguridad
permanente, porque no puedes exigir derechos, porque en cualquier momento
puedes ser detenida/o... O porque dependes de unas instituciones públicas
desconocidas o de personas particulares y de su "buena voluntad"
para que tu situación se "regularice" mediante un permiso
de residencia, un contrato de trabajo etc. Otra necesidad fundamental
es la de cuidados. Somos personas interdependientes. A lo largo de nuestra
vida, nos toca cuidar (sobretodo, es a las mujeres a quienes nos toca),
pero también nos vemos en situaciones en que necesitamos que nos
cuiden. Nos puede cuidar alguien pagado para ello, o una persona cercana.
En el segundo caso, las relaciones afectivas que se establecen, la cobertura
de esa faceta inmaterial de las necesidades es mucho más fuerte.
En prisión, nadie cercano puede atenderte, existe una tremenda
precariedad en el acceso al cuidado. Estos son simples ejemplos de una
visión más amplia de la precariedad como inseguridad, incertidumbre
en la disponibilidad de los recursos que necesita una persona.
Por otra parte, también se puede trabajar en precario en trabajos
no remunerados. Las personas trabajamos en muchas más cosas aparte
de aquellas por las que nos pagan. Hay un montón de trabajos gratuitos
que tenemos que realizar (trabajo comunitario, trabajo doméstico
y de cuidados...) y las condiciones en que tenemos que realizar estas
actividades también pueden ser de precariedad. Porque no da derecho
a un ingreso (sueldos o prestaciones públicas), porque la cantidad
de trabajo que tengas que realizar varía constantemente, no hay
nada que lo delimite, porque no genera reconocimiento social, no suele
valorarse...
Por último, la precariedad puede verse como falta de autonomía
personal, como una forma de anulación psicológica o como
la pérdida o no seguridad en el control de tus procesos vitales.
Pongamos un ejemplo que puede relacionarnos esta forma de precariedad
con las anteriores. En el caso de la prostitución, la precariedad
viene por muchas vías. Viene por el hecho de que ese trabajo no
tiene cobertura legal (esos aspectos de precariedad en el empleo que decíamos
que se agudizaban cuando el empleo era informal). Viene también
por la ilegalidad, la falta de papeles, de muchas de las trabajadoras
del sexo. En estos dos aspectos, la precariedad vital que genera es muy
similar a la que viven las mujeres inmigrantes trabajadoras domésticas.
Pero ambas situaciones se diferencian en un punto clave: el estigma que
rodea el trabajo de las prostitutas y que marca toda la vida de estas
mujeres. Este estigma tiene efectos directos sobre esa capacidad de autonomía,
la autoestima etc., es decir, incide directamente en esa forma de precariedad
relacionada con lo psico-social.
Evidentemente, todas las formas de precariedad comentadas (y otras que
podamos reconocer) se concatenan. No se dan por separado, sino que parecen
a la vez, se refuerzan, tienen efectos unas sobre otras. Además,
en todos los casos, la precariedad se vive de forma fragmentaria y transitoria.
Decimos que se vive de forma fragmentaria porque se percibe como una situación
individual con características peculiares y propias. No se percibe
el nexo entre esa multitud de situaciones de precariedad individual, no
se encuentran los elementos comunes, sino los distintivos. A esto ayuda
el que la precariedad se vive por cada persona en un espacio diferente
o con unas condiciones y características diferentes. Se vive de
forma transitoria porque se entiende como una fase de la vida, una situación
que pasará con el tiempo y con una inserción más
favorable en el mercado de trabajo. Una persona no es precaria, sino que
está en precario. Ambos aspectos, esas percepciones fragmentaria
y transitoria, hacen que sea muy difícil la organización
política, la capacidad de expresar como demandas, de un colectivo
social a otro, lo que se siente como necesidades individuales insatisfechas.
4. Precariedad
en el empleo y precariedad en la vida
Acabamos de ver que existen muchas más formas de precariedad además
de la que se vive en el empleo. Pero también es cierto que las
condiciones de empleo son una parte crucial del conjunto de la precariedad,
es decir, que existe un nexo muy claro entre condiciones de empleo y condiciones
de vida. Lejos de tomar este nexo como indiscutible o inevitable, aquí
hemos intentado mostrar cómo el empleo no es lo único que
importa a la hora de explicar la precariedad en la que vivimos instaladas/os.
Ahora toca hablar de, a pesar de todo, por qué existe ese nexo
que hemos querido cuestionar.
El que las condiciones de empleo sean un elemento absolutamente fundamental
de las condiciones de vida es la consecuencia directa de vivir en un sistema
socioeconómico que se ha organizado con los mercados capitalistas
como epicentro. ¿Qué quiere decir esto? Decir que nuestras
sociedades se han organizado en torno a los mercados (capitalistas) significa
decir muchas cosas.
Significa decir que el trabajo remunerado, el empleo, es el único
que da derecho a reconocimiento social y a contraprestaciones. El empleo
es el elemento clave para que a una persona se le reconozca un cierto
status social, una condición de miembro activo, válido,
de la sociedad. El resto son las/os inactivas/os, con todas las connotaciones
negativas y de pasividad que este término tiene. Además,
el empleo, actual o pasado, es el único que da derecho a un ingreso.
Es decir, tienes que estar en el mercado de trabajo o haberlo estado por
cierto tiempo para poder recibir un ingreso monetario (en una sociedad
donde tener dinero es absolutamente indispensable para comprar toda una
serie de recursos). El resto de trabajos, comunitarios, de cuidados etc.
(donde las mujeres son las protagonistas indiscutibles) no conllevan ni
reconocimiento social, ni derecho a integrarse en el sistema como consumidoras/es
(nuestro "papel" fundamental).
El llamado estado del bienestar sacraliza esta estructura al funcionar
como un sistema contributivo. Es decir, tienes derecho a una serie de
prestaciones (jubilación, paro, la baja...), por un cierto tiempo
y una cierta cuantía según lo que hayas cotizado previamente
a la Seguridad Social. Si no tienes derecho a una prestación contributiva,
es decir, a un ingreso monetario fijo y suficiente por "méritos
propios", pasas a depender, bien de que tu familia te ayude monetariamente,
bien de que el estado te conceda una ayuda social (prestaciones no contributivas)
o una prestación por causa de tus relaciones familiares con alguien
que sí haya contribuido (prestaciones derivadas como, por ejemplo,
la de viudedad). Si dependes de tu familia, aparecen situaciones de precariedad
ya comentadas. Por otra parte, las prestaciones no contributivas tienen
unas condiciones pésimas, todas ellas están bajo el umbral
de la pobreza y, además, conllevan una enorme injerencia del estado,
un fuerte control de tu vida (es decir, pérdida de autonomía
personal). Las diferentes formas de precariedad se unen. En el caso de
las derivadas, hay que decir que éstas son menores en cantidad
y calidad que las contributivas directas (las que obtienes tú por
tu propio empleo) y que, además, conllevan que dependas de que
tu relación con la persona que te da derechos se mantenga; pierdes,
por tanto, control sobre tus relaciones íntimas.
¿Qué quiere decir todo esto? Quiere decir que el estado
considera que la responsabilidad de "ganarse la vida" es una
responsabilidad de cada persona mediante su trabajo remunerado. Y, si
no, de la familia de esa persona. Y sólo en el caso de que ambas
cosas fallen (ni tengas tú o hayas tenido un empleo, ni tu familia
pueda ayudarte), aparece el estado para evitar (cuando lo evita) las situaciones
de pobreza más extremas. No existe una responsabilidad social en
el sostenimiento de la vida. Cada persona es responsable de sí
misma, cada familia es responsable de sus miembros (y, dentro de las familias
las responsables finales son las mujeres) y en todos los casos hay que
pasar por el mercado. No existe responsabilidad social en la reproducción.
Sin embargo, los mercados dependen de que existan toda una serie de trabajos
que no se pagan y que no se reconocen. A la par que a los mercados no
se les exige que se involucren, que se responsabilicen de la sostenibilidad
de la vida, de la satisfacción de necesidades del conjunto de la
población, estos mercados se están aprovechando de los millones
de horas que la población trabaja gratuitamente. La dependencia
de los mercados de los trabajos no remunerados se invisibiliza y aparecen
como los únicos que satisfacen necesidades: la sociedad ha puesto
a los mercados en el centro de atención y no es capaz de ver más
allá, ni tampoco de exigir responsabilidades. Hay un trasvase constante
de recursos del conjunto de la sociedad a los mercados y de los grupos
sociales con posiciones más desfavorables en los mercados a los
grupos sociales con más poder.
Por último, decir que hemos puesto a los mercados como epicentro
de nuestra organización social y económica quiere decir
que la lógica que guía a los mercados (una lógica
de la acumulación, del beneficio) es la que guía a toda
la sociedad. En vez de que sea una lógica de sostenibilidad de
la vida, de satisfacción de necesidades la que guíe la organización
social, es el objetivo de acumulación el que establece cómo
tienen que estructurarse los tiempos, los espacios,... el qué,
cómo y cuánto producir. El mantenimiento de la vida (garantizado,
en última instancia, por los trabajos no remunerados) queda en
un segundo plano y condicionado a que se cumpla el objetivo prioritario
de acumulación de capital. Se crea así una tensión
insostenible: entre el objetivo de los beneficios y el objetivo de satisfacer
necesidades, mantener la vida. En una sociedad que prioriza lo primero,
la vida estará siempre en el límite. La fase actual del
capitalismo necesita la precariedad como una condición estructural.
Por tanto, no es posible eliminar la precariedad dentro del sistema en
que vivimos. Mientras no se cambie la lógica que rige todo el funcionamiento,
mientras no se priorice la sostenibilidad de la vida, la precariedad seguirá
siendo elemento inevitable de nuestras vidas. En este sentido, es necesario
decir que, si bien la precariedad laboral se está extendiendo hoy
rápidamente, la precariedad en sentido más amplio ha existido
siempre para los colectivos insertados desfavorablemente en el mercado
de trabajo (en gran medida, mujeres). Y la precariedad laboral era ya
característica del empleo femenino.
Es decir, la extensión de la precariedad de hoy se inserta en un
proceso de feminización del trabajo, en el cual las condiciones
laborales (trabajo remunerado y no remunerado) que históricamente
han vivido las mujeres se están extendiendo al conjunto de empleos
masculinos. No es un fenómeno nuevo, aunque sí lo sea la
gravedad con la que afecta al colectivo masculino. Por tanto, la precariedad
y la tensión entre los objetivos de sostener la vida y acumular
capital han existido siempre en el actual sistema (donde las mujeres tenían
una posición especialmente precaria e insegura). Luchar contra
la precariedad no es sólo luchar por mejores legislaciones en el
mercado de trabajo o por mayores prestaciones sociales, es luchar contra
la lógica profunda y oculta que rige nuestras vidas.
5. Precariedad y exclusión social
Entendemos la exclusión como, fundamentalmente, el estar excluida/o
del ámbito social de los derechos reconocidos, lo cual suele estar
acompañado de la exclusión a la riqueza y la pérdida
de redes sociales. El reconocimiento de derechos tiene varios niveles
que determinan el que una persona disfrute, realmente, de ellos. En primer
lugar, tiene que existir un reconocimiento formal de los derechos individuales
y colectivos por parte del conjunto de la sociedad (por ejemplo, el reconocimiento
del derecho a una vivienda digna en la constitución). En segundo
lugar, tiene que haber una articulación legal de esos derechos,
unas reglamentaciones que delimitan el acceso a ellos. Y, en tercer y
último lugar, tiene que darse un ejercicio individual de esos derechos
reconocidos y regulados.
En el caso de la exclusión social, la concatenación entre
esos tres niveles también existe, pero en sentido negativo. Hay
derechos que no se reconocen formalmente (por ejemplo, el derecho a la
salud a las/os adultas/os inmigrantes sin papeles). Pero en el caso de
que se reconozcan una serie de derechos a un colectivo excluido, suelen
existir múltiples trabas e impedimentos legales para su ejercicio.
Si, a pesar de todo, hay un acceso posible, la persona individual no lo
ejerce por diferentes motivos: por desconocimiento, por rechazo, o por
las consecuencias que pueda tener (tener que empadronarse las/os indocumentadas/os;
control estatal...).
No existe una clara división entre la precariedad y la exclusión.
Son dos puntos de una línea continua en la degradación de
las condiciones de vida. Un proceso por el que se van perdiendo derechos
y se pierden también redes sociales que compensen esa pérdida.
Por tanto, todo lo dicho anteriormente sobre la precariedad es también
relevante para la exclusión. Las distintas formas de precariedad
se acumulan, se refuerzan, se unen en un proceso de avance hacia la exclusión.
Por último, consideramos la exclusión como un mecanismo
del sistema, en el sentido de que es el miedo a caer en la exclusión
otro de los factores que evita la organización para luchar contra
la precariedad. La exclusión, vista como fallos individuales en
el imaginario colectivo, sirve de amenaza constantemente presente que
hace que las personas, por evitarla, no se atrevan a cuestionar la precariedad
en la que viven. Toda situación de precariedad tiene en el miedo
a la exclusión su posibilidad de existir y, sin embargo, es en
muchos casos la antesala de la exclusión.
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