COSTA NORTE DE PERÚ
CENTAUROS DEL OCÉANO: LOS HIJOS DE LOS CHIMU
Esteban Galera
Donde viven actualmente los descendientes de la cultura Chimu reinan el
Océano Pacífico y los desiertos marítimos del litoral
septentrional de Perú y a ellos estàn indisolublemente vinculados
desde hace muchos siglos. Los austeros paisajes formados por el mar y
el desierto se ven envueltos bajo la inconfundible y desbordante luminosidad
gris de las brumas del Pacífico que crean en la costa peruana atmósferas
de indescriptible belleza y desolación.
Los seres humanos pegados a estas tierras tuvieron desde siempre el regalo
de los frutos del mar y por ello lo adoraron; pero no dudaron en esforzarse
para sacarle a la tierra sus frutos y se internaron para trabajar en los
valles costeños para luchar con uno de los climas más secos
del planeta, que se ve reforzado por la heladora corriente de Humbold.
Y lo consiguieron, pues tanto la cultura mochica que se instaló
en el año 100 d.C. como la chimu 900 años despues, demostraron
dominar la agricultura en un medio tan hostil gracias a la construcción
de canales y acequias para conducir el agua que manaba de los breves manantiales
y arroyos.
La maravillosa ciudad de barro de Chan-Chan, catedral de la cultura Chimu,
muestra en sus sólidos muros una extraordinaria decoración
en relieves que representa elementos y animales relacionados con el mar
al que verdaderamente estuvieron entregados. La pericia marinera de estas
culturas lo demuestra su historia, basta para ello citar las hipótesis
sobre la navegación de los indígenas peruanos para llegar
hasta los Mares del Sur en pequeñas embarcaciones fabricadas con
juncos de totora y cañas. Más recientemente en la historia,
los incas no llegaron nunca a dominar completamente a los pueblos del
litoral por causa del dominio que estos ejercían sobre el cpmercio
marítimo. Los incas jamás fueron grandes marinos y necesitaron
pactar con estas culturas marineras para participar y establecer controles
en el negocio del mar.
Actualmente los/as descendientes de aquellos antiguos marinos chimús
no gozan de las riquezas ni del esplendor de entonces, pues a partir de
la conquista española vivieron el declive impuesto por la usurpación
de sus tierras y la opresión a la que fueron sometidos junto con
sus hermanos/as de las sierras andinas o del oriente amazónico.
Ahora padecen la pobreza con la dignidad que les dá el saberse
poseedores de ancestrales conocimientos que les permite sobrevivir en
las mismas tierras de sus antepasados.
La población indígena que habita la costa norte de Perú
es una gran desconocida para quienes suelen recorrer preferentemente los
paradigmáticos énclaves andinos como Machu-Picchu o el Lago
Titicaca u otros territorios como las selvas tropicales del Amazonas.
Sin embargo el norte marítimo contiene tesoros inapreciables como
los portentosos conjuntos de Huacas, la soberbia y enigmática ciudad
de Chan-Chan o lugares arqueológicos como la tumba del Señor
de Sipán y los oníricos valles de Lambayaque donde se extienden
la asombrosa ciudad de Túcume tambien conocida como el Valle de
las Pirámides, donde se alzan decenas y decenas de estas construcciones,
aún sin excavar, guardando celosamente sus misterios al conocimiento
del hombre moderno. Los/as indígenas de hoy son una muestra importante
de la pervivencia de muchas de las antiguas tradiciones culturales de
estas tierras. Una de estas tradiciones que han sobrevivido al paso de
los siglos para asombrarnos hoy en dia es la de la pesca con los "Caballitos
de Mar".
RECORRIENDO LA COSTA NORTE DE PERÚ
Visitando la zona próxima a Trujillo y luego la de Chiclayo, es
fácil percatarse de que, más allá de la arqueología
y de las piedras, en aquellas regiones costeñas se palpaba la existencia
de una "arqueología viva" que podía intuirse en
los rostros profundamente indígenas de las gentes que habitan estos
lugares.
A pocos kilomtros de Trujillo se llega a Huanchaco, una pequeña
villa de pescadores, bañada por las altas olas del Océano
Pacífico y ubicada en una hermosa caleta con enormes playas despobladas
y situadas al borde del desierto. Esta parte de la costa transmite sensaciones
de paz y sosiego, amplificadas por la hermosura de aquella bahía
desértica que en épocas remotas se llamó Guanokocha,
"Laguna Hermosa de los peces dorados", como evidencia de lo
maravilloso del lugar. Por sus aguas surcan legendarias embarcaciones
conocidas como "caballitos de mar" construidas con juncos de
totora y caña. Todavía los pescadores se hacen a la mar
para pescar en las frágiles embarcaciones. Este hecho parece casi
increíble por tratarse de navegar en aquel bravo y rugiente Océano
que cobra en ese litoral toda su fuerza arrolladora. Y es una interesante
experiencia el observar la llegada de los barcos pesqueros con sus vivos
colores contrastando con las brumas grises y plateadas tan características
de aquí. Vienen con sus preciosas cargas de pescado que rapidamente
son desembarcadas en la playa, en medio de un ambiente ajetreado y bullanguero
repleto de vida y movimiento. La mayor parte de los pescadores son indígenas
que habitaron desde siempre estas gigantescas y desoladas costas.
Cerca se encuentra Puerto Chicama, donde pueden verse las famosas embarcaciones
vegetales hundidas de popa en la arena de la playa. Su imagen erguida
con la puntiaguda popa hacia el cielo llamaba poderosamente la atención.
Aunque más dificil es la vu¡isión de los pescadores
de los "caballitos de mar" en plena faena.
Aquellas costas suponen un espectáculo único que ofrece
la portentosa naturaleza marinera que desarrolla aquí algunas de
las olas constantes mayores del mundo. Ya acercandose a Pacamayo, una
pequeña localidad portuaria a la que llegan contadísimos
lunáticos de la arqueología, pueden contemplarse las ruinas
de Pacatmaní donde se encuentran vestigios pertenecientes a las
culturas Gallinazo, Moche y Chimu.
LOS CENTAUROS
DEL OCÉANO
Ascendiendo hacia el norte aparece la moderna ciudad de Chiclayo, cuya
actividad mercantil la ha situado en la cuarta ciudad más importante
del país. Tambien existe la oportunidad de encontrar algunos de
los grandes mitos de la arqueología del norte de Perú, como
los vestigios del Señor de Sipán o Túcume el prodigioso
valle de la Pirámides.
A continuación
y en el litoral se encuentra el increíble pueblo pesquero de Santa
Rosa un verdadero santuario de tranquilidad donde habita una comunidad
indígena de pescadores.
A tan solo 4 km. de santa Rosa aparece Pimentel, lugar afamado por poseer
las playas más hermosas de arenas blancas en toda esta región.
Lo primero que destaca en Pimentel es su extraño y larguísimo
malecón, una estructura de madera con más de cien años
de antigüedad que se adentra como una saeta afilada hacia el interior
del Pacífico. Los pescadores que mantienen viva la tradición
de pescar con "caballitos de mar", uno de los espectáculos
más grandiosos de las tradiciones seculares, salen de madrugada
a faenar para regresar a las playas hacia las tres de la tarde con sus
cargamantos para venderlos. Es impresionante la contemplación de
decenas de pescadores cabalgando sobre sus embarcaciones, sorteando y
saltando las bravas olas que espumean desde el horizonte sobre un mar
de color de plata. Es como un ejército de centauros marinos impartiendo
la más asombrosa lección de arqueología viva que
pareciera situarse fuera del tiempo. Es realmente sobrecogedor contemplar
unos hechos que se repiten inalterados desde siglos atrás. Aquellos/as
indígenas significan el dominio y el equilibrio del ser humano
sobre el mar y a la vez el juego más apasionado de entes vivos
indisolublemente unidos.
Las ancestrales embarcaciones se construyen mediante el tejido de cañas
y juncos de totora que sirven para unir los materiales vegetales. La proa
está erguida para avanzar más facilmente entre las olas
y la popa en cambio es plana. Los pescadores van montados a horcajadas
sobre la barca y cabalgan literalmente encima de las olas. Para avanzar
y mantener el equilibrio utilizan un solo remo, hecho cortando longitudinalmente
por la mitad una caña gruesa y larga. En la parte trasera de la
embarcación hay una pequeña bodega donde guardan la pesca
que obtienen con su redes.
La procesión de de totoras va acercándose a la playa al
ritmo de la brava marea para desembarcar. Una multitud acude a este acontecimiento:
son las mujeres e hijos/as de los pescadores que salen cada dia a su encuentro
para ayudarlos a descargar y con el deseo de que el mar no se haya cobrado
el tributo de ninguna vida de estos heroícos pescadores, verdaderos
centauros del Océano.
La playa va cobrando una vida desbordante para convertirse en un gran
mercado de pescados, cuyos puestos son las mismas totoras sobre las que
se exponen las mercancías. La pesca se vende y se subasta, en ocasiones,
pieza a pieza en medio de una algarabía que añade la sinfonía
musical al espectáculo visual marinero rebosante de luz, color
y sonido que brota desde los tiempos lejanos y llenos de esplendor.
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