Un Estado democrático
y laico en la Palestina histórica: ¿a quien se
le ha terminado el tiempo?
Ghada Karmi *
Al-Adab,
julio de 2003
Traducción: Paloma Valverde, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Dada la estructura
actual del Estado de Israel y de los Territorios Ocupados, que
es una estructura binacional en todo menos en el nombre, una
política formal binacional no es descabellada. En último
extremo, allanará el camino para un Estado laico democrático
en la historia palestina. Ahora, esto podría parecer una
utopía, pero: ¿no hay nada más aparte de
la empresa sionista de construir un Estado judío en la
tierra de otro pueblo?"
Durante las dos últimas décadas, la idea de
la solución en forma de Estado bipartito ha sido un tema
de discusión permanente en el conflicto israelo-palestino.
En 1993, cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo, prevalecía
la idea que la creación de un Estado palestino independiente
era sólo una cuestión de tiempo. A pesar de que
los Acuerdos [de Oslo] no exponían abiertamente esta idea,
en realidad tampoco indicaban una fecha límite, ello no
impidió que la mayoría de los palestinos y otras
personas pensaran eso. Ahora, casi nueve años después,
y pese a los cambios esenciales producidos, la posición
oficial palestina en relación con un Estado independiente
sigue siendo la misma. De hecho, esta postura se ha reforzado
con la ayuda, al menos verbal, europea y estadounidense. Ahora
esta postura representa el punto de vista oficial y el fin último
de las aspiraciones palestinas.
La historia del Estado palestino nace de la decisión,
tomada en 1974 por el Consejo Nacional Palestino (CNP), de
crear una "autoridad" en cualquier parte de la Palestina
liberada. Posteriormente, esta "autoridad" pasó
a ser sinónimo de Estado [palestino] y, desde entonces,
el líder palestino ha intentado por todos los medios lograr
un Estado independiente, establecido en Gaza y Cisjordania, con
Jerusalén Este como capital de dicho Estado. La Liga Árabe
aceptó, en 1976, a Palestina como un Estado miembro. En
noviembre de 1988, el CNP se reunió en Argelia y aceptó
formalmente la existencia de dos Estados independientes: Israel
y la nueva Palestina. En 1997, Yaser Arafat anunció que,
el 4 de mayo de 1999, la OLP declararía la creación
de un Estado palestino independiente. Aunque esto nunca ocurrió,
Arafat ha estado, desde entonces, reiterando su posición.
Pese a que las fronteras de este Estado aún no se han
definido, y pese a los rumores que fueron tomando cuerpo en las
conversaciones de Camp David y Taba en 2000-2001, la idea de
esa "entidad a lo largo de Israel" se ha consolidado.
Parece que se ha extendido la aceptación tácita
de la idea, incluso en Israel. A pesar de que nunca ha existido
aprobación alguna de ningún Estado Palestino, existe
un sentimiento de resignación hacia este hipotético
resultado. Como consecuencia de todo ello, la solución
al conflicto en forma de dos Estados ha resultado ser tan predominante
que ha desbancado cualquier otra posible solución. Sin
embargo, el actual asedio militar israelí sobre los cantones
palestinos y la nula descolonización de la tierra palestina
ha hecho obligatorio volver a revisar esta postura. En las actuales
circunstancias, ¿es posible aún la creación
de un Estado palestino?
La solución de dos Estados
Sin tener en cuenta si esta solución es políticamente
acertada, o deseable, una ojeada al último mapa de los
Territorios Ocupados (TTOO) sugiere la imposibilidad de llevarla
a la práctica por una mera cuestión logística.
Cisjordania hoy en día es una salpicadura de puntos rodeados
de asentamientos judíos que separan cada una de las ciudades
palestinas, entrecruzadas por carreteras construidas únicamente
para uso exclusivo israelí y para desgajar, aún
más si cabe, los territorios palestinos. Compartiendo
Gaza y Cisjordania con los palestinos hay alrededor de 180.000
colonos judíos y una población de alrededor de
200.000 judíos en Jerusalén Este y sus alrededores.
En Cisjordania no existe ningún tipo de continuidad territorial
entre las zonas palestinas, aisladas entre sí, y aisladas
de Gaza y Jerusalén.
Si los asentamientos judíos permanecen, cualquier proyecto
de creación de un Estado palestino no tendría ningún
territorio en el que establecerse. El problema se complica aún
más por la falta de recursos naturales y por la desestabilización
económica que sufren, actualmente, las áreas palestinas.
Esto es la consecuencia de 30 años ocupación israelí,
ocupación que ha transferido los recursos naturales de
los habitantes de Palestina a los colonos, y consecuencia de
la política israelí de aislamiento impuesta en
Gaza y Cisjordania desde 1993. Las zonas palestinas sufren un
alto índice de desempleo (sobre el 50% en Gaza y un 30%
en Cisjordania), restricciones al comercio, una industria subdesarrollada
y escasos recursos naturales. Cualquier Estado palestino erigido
sobre estas bases no es económicamente viable y sólo
podría sobrevivir con ayudas de millones de dólares.
El punto de vista de Israel respecto al fin de los asentamientos
concede muy poco a las aspiraciones palestinas de creación
de un Estado propio. Israel mantendría la mayoría
de la tierra y los recursos bajo su control. Jerusalén
Este permanecería para siempre como la "capital indivisible"
del Estado de Israel. No ha existido ningún plan israelí
que haya ofrecido suficiente territorio a los palestinos para
poner en práctica un Estado palestino viable. Sin el total
desmantelamiento de los asentamientos judíos y la salida
de Israel de Jerusalén Este, la fórmula que existe
hasta el momento de establecer un Estado palestino en Cisjordania
y Gaza, con las fronteras de 1967 y con Jerusalén Este
como su capital, simplemente no puede ponerse en práctica.
Para lograr el objetivo de los dos Estados, habría que
plantearse, o bien una renuncia voluntaria israelí a los
asentamientos de Jerusalén Este, o bien la existencia
de un agente externo que presionara a Israel para hacerlo. Ninguna
de las dos opciones son posibles y, en cualquier caso, las dificultades
prácticas de evacuar a todos los colonos y separarlos
de Cisjordania, desde el punto de vista de la seguridad, el agua
y las infraestructuras, serían tan impresionantes como
para disuadir al gobierno israelí de llevarla a cabo.
La solución de un único
Estado
Por todas estas razones, un Estado palestino, tal y como se
imagina, no es viable, y la situación en el terreno hace
que, incluso, la separación física de los dos pueblos
sea muy difícil de lograr. Bajo estas circunstancias dejar
de lado la idea de los dos Estados a favor de la solución
de un solo Estado que incluya a los dos pueblos, parecería
una alternativa evidente. La historia de la solución en
forma de Estado único entre los palestinos, se remonta,
de hecho, a los años 30. La propuesta de creación
de lo que se ha dado en llamar un Estado democrático laico
en Palestina fue realizada por primera vez en 1969 por el ala
izquierda de la Organización para la Liberación
de Palestina (OLP), el frente Democrático para la Liberación
de Palestina (FDLP) y, formalmente adoptada en su versión
modificada de "Estado democrático de Palestina",
por el Consejo Nacional Palestino (CNP) en el congreso anual
de aquel año. Con pocas excepciones, la propuesta se enfrentó
al rechazo por ambas partes. Los israelíes consideraron
simplemente que se trataba de una fórmula para destruirles,
y los Palestinos pensaron que se trataba de una concesión
inaceptable al enemigo. Nunca tuvo aceptación en ningún
lado y, sin grandes alharacas, después de 1974, fue abandonada,
momento en el que la opción de un Estado en Cisjordania
fue tomando cuerpo.
En los últimos tiempos, y dado el actual impasse
de la situación política, la idea de un Estado
para los dos pueblos ha comenzado a resurgir entre un pequeño
número de izquierdistas palestinos e israelíes,
si bien es cierto que desde distintas perspectivas y por diferentes
motivos. El debate se centra en la forma que este Estado debería
tener, si debería ser un Estado binacional, o un Estado
laico y democrático. El binacionalismo no es una idea
nueva en Israel. Durante los años 30 y 40 los intelectuales
europeos sionistas, como Martin Buber, Judah Magnes y Arthur
Ruppin, estuvieron muy interesados en la creación de un
Estado binacional en Palestina en el cual las dos comunidades
pudieran convivir. Algunos sionistas propusieron la convivencia
con los árabes dentro de una organización cantonal,
como en Suiza. Esto daría la autonomía a los judíos
en las localidades en las que vivirían y el resto del
país se dividiría en cantones autónomos,
cristianos y musulmanes.
Algunos palestinos estuvieron de acuerdo con la idea de los
cantones, porque pensaron que sería una forma de detener
las ambiciones sionistas de la creación de un Estado judío
en Palestina. Pero la mayoría se opuso al binacionalismo
en cualquiera de sus formas, ya que ello habría supuesto
la concesión de un estatus de igualdad, con los palestinos,
a una minoría extranjera sin derechos en Palestina, lo
que les permitiría proseguir con el objetivo sionista
de dominación. Entre los judíos, quienes abogaban
por un binacionalismo formaban un grupo pequeño e inefectivo
y abandonaron estas ideas en 1948, cuando Israel se estableció
como un Estado judío. El discurso sobre este tema fue
totalmente olvidado, pero ha renacido en estos días entre
unos poco sionistas del ala izquierdista, que están preocupados
otra vez con el binacionalismo.
En un Estado binacional, judíos y palestinos existirían
como comunidades separadas dentro de un marco federal. Cada pueblo
se organizaría de forma autónoma y el derecho legítimo
del uso de la lengua propia, de la religión y de sus tradiciones
estarían garantizados. Ambos [judíos y palestinos]
participarían en un gobierno con un único parlamento,
que podría ocuparse de asuntos de importancia supranacional,
defensa, recursos, economía, etc. Un Estado así
estaría basado en un modelo de cantones, como el suizo,
o en el modelo binacional de Bélgica. En el caso de Palestina
e Israel, la estructura cantonal estaría basada en la
actual estructura demográfica del país, donde las
zonas árabes densamente pobladas, como la de Galilea,
se convertirían en cantones árabes, y las [zonas]
judías, como Tel Aviv serían cantones judíos
y así sucesivamente. Esto dejaría pendiente por
resolver un numero de cuestiones prácticas, como por ejemplo,
los poderes y la composición del parlamento, el ejercicio
del derecho al retorno de judíos y árabes, etc.
Sin embargo, el debate todavía no ha calado en Palestina
más allá de en un pequeño grupo de gente,
entre quienes se encuentran dos figuras destacadas, el diputado
de la Knesset [Parlamento israelí] Azmi Bishara, y el
académico palestino Edward Said. Pero, al menos, implícito
en estas propuestas está el reconocimiento de que Israel
es, de hecho ya algo parecido a un Estado binacional, puesto
que una quinta parte de su población actual, dentro de
la Línea Verde [de armisticio de 1967], es árabo-palestina.
Por otra parte, el Estado laico y democrático demanda
un solo individuo, un solo voto político, sin relación
con la étnia o la confesión religiosa. El objetivo
sería la creación de una sociedad pluralista basada
en el modelo democrático de Occidente, y a ésta
se opondría un modelo basado en la separación de
ambas comunidades. Esta última idea tiene menos adeptos
y éstos, aparte de las ordenadas filas de judíos
antisionistas, como el Profesor Ilan Pappe de la Universidad
de Haifa y de otros, como yo misma, son sobretodo palestinos.
Objeciones a la solución de
un único Estado
Independientemente del sistema que se elija, es poco probable
que la solución de un Estado único fuera aceptada
entre las masas palestinas o israelíes. Actualmente, existen
varios argumentos en contra:
Primero, se dice que los judíos israelíes y
los palestinos no aceptarán nunca la integración.
Existe, sin embargo, una diferencia entre la separación
y la conquista militar de una parte sobre la otra. La separación
es la más humana de estas posibilidades.
Pero, ¿esta premisa es cierta? En realidad hay muchos
ejemplos en la historia del mundo sobre integración de
pueblos que parecían totalmente irreconciliables antes
de que se llegase a la resolución del conflicto. Quizás,
la más relevante, aunque todavía frágil,
es el ejemplo de Sudáfrica. Inglaterra, después
de su Guerra Civil es otro ejemplo. No podemos olvidar jamás
que la mitad de la población judía de Israel proviene
de países árabes, donde los judíos se encontraban
relativamente bien integrados. Aunque la mayoría de ellos
ahora hablan hebreo, y se ven así mismos como israelíes,
conservan importantes elementos de su cultura árabe y
han empezado a manifestarla abiertamente.
Segundo, se ha señalado que Israel hace lo que quiere
porque posee el poder militar para ello. En estas circunstancias,
los palestinos deberían apropiarse de lo que pudieran
y vivir, dejando la lucha a un lado. Esto debería ser
una filosofía realista, pero los palestinos no muestran
ninguna inclinación a capitular. A pesar de su debilidad
militar, siguen luchando en la actual Intifada, como estamos
viendo, porque son conscientes de que el poder militar no es
la única forma de poder. Hay un argumento moral en contra
de la capitulación a la injusticia, y esto ha calado hondo
en la conciencia del pueblo palestino. Los últimos acontecimientos
internacionales parecen haber reforzado esta posición.
Cualquier postura que ignore al argumento moral está destinada
a su rápida desaparición.
Tercero, se ha argumentado que, aunque lejos de la perfección,
la solución de un Estado binacional ofrece una salida
hacia delante, que más tarde podría avanzar hacia
una solución más justa, por ejemplo una federación
o una unión económica. Otros verían esta
solución como el primer paso hacia un futuro Estado único.
Muchos apoyan esta postura porque creen que un enfrentamiento
directo con el sionismo, dado el desequilibrio de fuerzas, sería
totalmente ineficaz. Creen que mientras la realidad demográfica
y económica va calando, la solución es alejar lo
más posible el sionismo.
No atacar al sionismo ahora simplemente aparca el problema
para un futuro. El desequilibrio de poder entre Israel y un Estado
palestino aseguraría que un "futuro desarrollo"
siempre sería favorable a Israel y desfavorable para Palestina.
En este contexto, producto de la naturaleza esencialmente racista
del sionismo, no puedo concebir que la solución de un
Estado binacional pueda derivar en alguna forma de igualdad entre
ambos pueblos.
Cuarto, aquellos que propugnan un Estado unitario son acusados
de desviar la fuerza y la atención lejos de aquello que
es factible (dos Estados) en aras de sostener una utopía
de imposible realización (un Estado). Esta objeción
podría justificarse si la solución de un Estado
binacional fuera deseable en términos morales pero impracticable.
Quinto, se mantiene que la creación de un Estado único
plantea tremendos obstáculos. ¿Como se llevaría
a cabo? ¿Tendrían los judíos el derecho
al retorno al igual que los palestinos? ¿Qué carácter
tendría el Estado híbrido resultante y cómo
sería aceptado por el resto del mundo árabe? ¿Sería
predominantemente árabe con aspectos judíos o todo
lo contrario?
Todas estas preguntas son muy difíciles de responder.
No tenemos un precedente histórico al que mirar para guiarnos.
La verdad es que habrá que enfrentarse a estas cuestiones
cuando se dé el primer, y más difícil, paso,
que es la decisión de establecer un Estado unitario. Una
vez que esto se logre, el resto debe someterse a la discusión
y al conocimiento. Sería inútil pretender que el
proyecto sionista en Palestina no ha creado un problema de grandes
dimensiones en la región. Lidiar con estas consecuencias
no será fácil, pero ello no puede ser una razón
para apoyar la supervivencia del sionismo sosteniendo la continuación
de un Estado judío.
El binacionalismo y el derecho al
retorno
En el contexto de la solución de un Estado unitario,
el Estado binacional resulta, evidentemente, menos inaceptable,
puesto que puede diseñarse para que se asemeje lo más
posible a la solución del Estado binacional propuesta
por el lado más fuerte. Pero desde el punto de vista palestino,
para que un Estado binacional sea equitativo, y no simplemente
un nuevo caos de la fórmula actual de hegemonía
de Israel, debe garantizar el derecho al retorno de los refugiados
palestinos a este [nuevo] Estado y la devolución de la
tierra y de los recursos que les han sido robados. Tiene que
abolirse la Ley israelí del Retorno judío [cualquier
judío del mundo tiene derecho a ser ciudadano de Israel]
y el Estado binacional debería configurarse a lo largo
de las fronteras no sionistas, puesto que ello forma parte de
la naturaliza exclusivista y discriminatoria del sionismo, que
ha sido el origen del problema.
El destacado sociólogo israelí Sami Smoocha,
que ha dirigido numerosas investigaciones desde la década
de los 70, ha observado que "los judíos de Israel
eran, al mismo tiempo, racistas e inflexibles" y ello es
la causa de que persista el conflicto israelo-árabe.
La discusión es, sin embargo, académica, a la luz
de la actual opinión pública israelí, que
en su mayoría no apoya la solución de un Estado
binacional.
El Estado democrático y laico
Se puede presumir que la idea de un Estado democrático
y laico, atraiga en este momento a pocos, porque sería,
evidentemente, el fin del sionismo y obligaría a los israelíes
a compartir en igualdad la tierra que ellos ven exclusivamente
como tierra judía habitada por no judíos. El Estado
laico y democrático es apenas mejor para los palestinos,
para quienes significaría el fin del sueño de un
Estado palestino soberano, sueño que se ha convertido
en algo familiar y, hasta hace muy poco, alcanzable. La idea
de vivir con los israelíes, después de décadas
de odio y de sufrir el actual asalto israelí, parecería
inaceptable. Y ¿aún así la alternativa de
un Estado único sigue sobre la mesa? Irónicamente,
es la política anexionista del gobierno israelí
en los TTOO la que precisamente ha destruido la opción
de los dos Estados. Fragmentando Cisjordania de forma tan eficaz,
se ha asegurado que allí no pueda existir ningún
Estado y así se abrió la puerta a la solución
de un Estado único. Como consecuencia de ello, la opción
de un Estado palestino deja de ser débil.
Tampoco es deseable, desde el punto de vista palestino, la
solución de un Estado binacional. En caso de que hubiera
ocurrido, habría sido inestable y, finalmente, inaceptable
para los propios palestinos. Les habría proporcionado,
como mucho, una identidad rota, cierto grado de desmilitarización
y una dependencia económica sobre 1/5 de la tierra primitiva
(incluso aunque les hubieran ofrecido toda Cisjordania, Gaza
y Jerusalén Este, ello alcanzaría sólo
el 23% del Mandato de Palestina). Sería un Estado incapaz
de absorber los 4 millones de desplazados palestinos, y pondría
fin a las esperanzas del derecho al retorno a los hogares que
les pertenecieron. Más importante, habría sellado
con su aprobación la reivindicación sionista de
que la tierra palestina es la tierra exclusiva de los judíos
en la que jamás ningún palestino será aceptado.
El sentido palestino de la injusticia, que deriva fundamentalmente
de la pérdida de su hogar de su tierra- y de la negación
del derecho al retorno, no podría ser resarcido con un
acuerdo desigual entre dos Estados. Y si la injusticia se deja
sin resolver, ello será una fuente constante de inestabilidad
y una causa de terrorismo en la región. Nadie niega
que hay una cantidad ingente de problemas en la manera de poner
en práctica un único Estado en Israel/Palestina.
Tampoco nadie niega que el pasado no puede cambiarse, pero una
solución, incluso a estas altura, que permita que toda
la tierra sea compartida de forma equitativa por los dos pueblos
y que permita la repatriación de los refugiados ayudaría
a poner los cimientos de un futuro estable. Dada la estructura
actual del Estado de Israel y de los TTOO, que es una estructura
binacional en todo menos en el nombre, una política formal
binacional no es descabellada. En último extremo, allanará
el camino para un Estado laico democrático en la historia
palestina. Ahora, esto podría parecer una utopía,
pero ¿no hay nada más aparte de la empresa sionista
de construir un Estado judío en la tierra de otro pueblo?
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