Desde el inicio de la segunda Intifada, los medios
de comunicación de EEUU y Europa no han cumplido con su deber de
informar de los hechos y transmitir una imagen fidedigna de lo que ocurre
en Palestina
La otra Intifada: Israel, EEUU y la
represión de las disonancias informativas
Iñaki Gutiérrez de Terán, arabista, miembro del Consejo de Redacción de Nación
Árabe. Para CSCAweb, 22 de junio de 2001
George Bush hijo se entrevistaba recientemente con el presidente de
gobierno español José María Aznar para comunicarle,
entre otras muchas cosas, su "inquietud" por el sesgo antiisraelí
que caracteriza, según Washington y Tel Aviv, la presentación
de los sucesos de la segúnda Intifada palestina en los medios de
comunicación españoles. Un análisis veraz y objetivo
del desarrollo de la Intifada en su vertiente informativa desde septiembre
de 2000 hasta hoy revela que, salvo excepciones honrosas, los medios de
comunicación europeos no han cumplido con su deber de informar de
los hechos y transmitir una imagen fidedigna de lo que allí ocurre.
Con motivo del secuestro simbólico de un equipo de reporteros
de la revista Newsweek en Gaza a manos de funcionarios de la Autoridad
Nacional Palestina (ANP), el gobierno y la prensa israelíes lanzaron
un ataque a gran escala contra la ANP para llamar la atención de
la opinión pública mundial sobre la presión ejercida
por los palestinos en los medios de prensa extranjeros que cubren la Intifada.
Al mismo tiempo, los círculos oficiales israelíes vienen quejándose
desde hace meses de la supuesta hostilidad de determinados periódicos,
radios y televisiones, sobre todo europeos, contra la política represiva
israelí, lo que ha llevado a más de uno a hablar de "propalestinismo"
a la europea y, cómo no, de antisemitismo. Esta preocupación
se ha extendido también, como suele ser habitual, a los dirigentes
estadounidenses. Del mismo modo que Bill Clinton, poco antes de abandonar
su cargo y semanas después de iniciada la Intifada actual, se permitía
amonestar al emir de Qatar por la cobertura "propalestina" de
su controvertida televisión vía satélite al-Yazira,
su sucesor George Bush hijo se entrevistaba recientemente con el presidente
de gobierno español José María Aznar para comunicarle,
entre otras muchas cosas, su "inquietud" por el sesgo antiisraelí
que caracteriza, según Washington y Tel Aviv, la presentación
de la tragedia palestina en los medios de comunicación españoles.
Por supuesto, la "inquietud" de Bush por el palestinismo de
la información española corresponde a un exceso dialéctico
que esconde una advertencia precisa: no están siendo ustedes suficientemente
proisraelíes. Basta leer, oír y contemplar la mayor parte
de los periódicos y boletines televisivos y radiados -los palestinos
"asesinan" (hasta con piedras), "atacan" y "violan
el alto el fuego"; los israelíes "provocan víctimas",
"se defienden" y llevan a cabo una "política de contención"-
para sospechar de los verdaderos motivos de Bush para mostrar tanta conturbación.
Tras meses de Intifada, no hemos visto ni por asomo rastros de documentales
y reportajes serios, concienzudos y valientes que hablen de la vida angustiosa
en los campamentos de refugiados, de la presencia asfixiante de los asentamientos,
del expolio y la dispersión de los palestinos, de la quimera de construir
un estado amorfo y subsidiario; tras meses de bombardeos, asedios y represión
no ha habido un intento continuado por exponer qué razones pueden
llevar a niños, hombres y mujeres a lanzarse a pecho descubierto
contra el sexto ejército del mundo. Ése es, precisamente,
el quid de la cuestión: tanto para los dirigentes norteamericanos
como para los israelíes: una buena cobertura de la situación
de Palestina es la que comprende y excusa a Tel Aviv o, cuando menos, calla.
De ahí la presión incesante y el seguimiento continuo de todo
lo que se dice y se retransmite en el mundo y muy especialmente en Europa
y los países árabes aliados de EEUU para, a la menor señal
de anomalía, activar los mecanismos de acción necesarios.
Éstos van desde campañas de visitas oficiales, presiones manifiestas
o encubiertas, campañas de difamación o, también, la
participación entusiasta de los más mediáticos de entre
los políticos e intelectuales israelíes (el ex embajador de
Israel en España, Shlomo Ben Ami, el rostro amable del sionismo brutal,
es el buque insignia para el mundo hispanohablante), todo ello unido a las
inefables películas y documentales sobre el holocausto.
La efectividad de esta labor de reacción-represión israelí,
que cuenta con el apoyo impagable de la Administración estadounidense
y todos los lobies y organizaciones amigas de Israel en el mundo, es apreciable.
Un último ejemplo: la avalancha de protestas y reclamaciones que
han llovido sobre la BBC británica tras (y antes) de la emisión
de un documental, el pasado 17 de junio, sobre las matanzas de los campamentos
de refugiados de Sabra y Chatila en 1982, la implicación del por
aquel entonces ministro de Defensa y hoy primer Ministro de Israel Ariel
Sharon y la posibilidad de encausarle por tales atrocidades. El vendaval
desatado contra la BBC (que nunca ha tenido fama de propalestina sino de
todo lo contrario) ha sido de tal calibre que los responsables de la cadena
hacen lo que pueden por alejar de sí la funesta acusación
de antisemitas y evalúan incluso la posibilidad de hallar algún
tipo de apaño para contentar a los israelíes y con ellos a
la influyente comunidad judía de Gran Bretaña, la cual ya
consiguió que la cadena presentase sus excusas y explicitase a posteriori,
para burla infamante de la deontología profesional, la filiación
religiosa de un colaborador suyo. Esta grotesca situación se dio
tras el reportaje firmado por un periodista británico de confesión
musulmana sobre las tendencias israelófilas de los políticos
de Reino Unido y el consecuente malestar de la comunidad musulmana. Gracias
a la actividad y vitalidad de los grupos de presión proisraelíes,
capaces de movilizar a miles de internautas, espectadores o radioyentes
en cuestión de horas, cualquier atisbo de crítica o, simplemente,
de dar un punto de vista ponderado sobre la situación, es objeto
de una estrategia de acoso y derribo que suele terminar en el silenciamiento
o desprestigio de las voces más críticas. En Estados Unidos,
por ejemplo, algunas asociaciones proisraelíes asentadas en la red
como la Onsite Reporting abastecen a los internautas con modelos
de quejas y protestas listas para firmar y enviar a los periodistas críticos
como Robert Fisk, de The Independent, uno de los pocos profesionales
europeos de cierta envergadura que mantiene una postura firme a pesar de
los lobies sionistas, o, incluso, y agárrense fuerte que se las trae,
a la... ¡CNN!
Un análisis veraz y objetivo del desarrollo de la Intifada en
su vertiente informativa desde septiembre de 2000 hasta hoy revela que,
salvo excepciones honrosas, los medios de comunicación europeos no
han cumplido con su deber de informar de los hechos y transmitir una imagen
fidedigna de lo que allí ocurre. Y a pesar de las proclamas israelíes,
los periodistas no han sufrido coerción y acoso de parte de los
palestinos sino del ejército y las autoridades israelíes.
Los datos de la violencia del ejército israelí son elocuentes:
ocho enviados de prensa internacional muertos y numerosos heridos, por no
hablar de los periodistas palestinos. Pero la hostilidad del régimen
de Tel Aviv hacia la prensa no domesticada no se detiene ahí. Como
han denunciado numerosos periodistas reunidos en un congreso celebrado recientemente
en Jerusalén, el hostigamiento incluye también amenazas de
altos cargos israelíes, alusiones más o menos veladas sobre
que la acreditación de este o aquel reportero puede ser o es de hecho
retirada, el envío de quejas formales y documentadas sobre determinadas
coberturas particulares a los medios de comunicación con reporteros
en la zona, campañas de difamación... Un poco de todo esto
tuvo que sufrirlo la periodista Susan Goodelberg, corresponsal del The
Guardian inglés, a la que, por ser judía, no han podido
acusarla de antisemita sino de "judía que se odia a sí
misma". Una labor de zapa y estorbo que persigue la eliminación
como sea de la voz discordante. Esta política de mantener un control
férreo sobre los corresponsales que cubren las noticias de Palestina,
mantenida desde hace decenios y reforzada con motivo de la presente Intifada,
explica la notable presencia de reporteros de sionistofilia reconocida o
con un perfil muy bajo y ramplón que les lleva a creer a pies juntillas
las versiones oficiales israelíes. Cuando se protesta a los medios
informativos sobre por la profusión de corresponsales fascinados
por los pintorescos mitos de la pseudohistoria de Israel, enviados embotados
por los informes e informaciones aportadas por los canales oficiales o incapaces
de buscar nuevos puntos de vista más allá de su cómoda
habitación de Jerusalén o Tel Aviv, se responde que este tipo
de periodistas, algunos de raza judía o cercanos por una razón
u otra a las tesis sionistas, están "mejor preparados"
que los otros (se refieren a los "palestinos" y los "propalestinos")
y tienen un mejor acceso a "las fuentes de información",
queriéndose decir con esto último que su forma de enfocar
la noticia no despierta la animosidad de los responsables israelíes
y por lo tanto no se les impide moverse con libertad y entrar en las zonas
calientes, cosa que sí se impide o dificulta al menos cuando se trata
de profesionales más quisquillosos. Una explicación similar,
basándose en el primer punto, dio hace decenios el New York Times
para justificar el envío de T. Freedman, defensor a ultranza
del Estado de Israel, a cubrir la cuestión palestina. Cuando se preguntó
a los responsables del periódico, que junto con el Washington
Post conforma el mascarón de proa mediático afín
a Israel en los EEUU, el porqué del envío de un judío
a la zona en cuestión aun cuando el periódico había
puesto continuo énfasis en la necesidad de no delegar en componentes
de las partes implicadas en el conflicto, aquéllos respondieron diciendo
algo así que daban por sentado su profesionalidad y objetividad.
Una respuesta hilarante si se tiene en cuenta lo que ha venido escribiendo
el sujeto desde entonces.
Como contraste con la ausencia de un peso específico palestino
en la prensa occidental, individuos, organizaciones y redes de intereses
próximos a las tesis israelíes dominan de forma directa o
indirecta numerosos grupos de comunicación. Un caso notorio, por
el grado de influencia de que gozan sus publicaciones, es el del magnate
R. Murdoch o el de Conrad Black, editor de tres publicaciones británicas
(Telegraph, Sunday Telegraph y Spectator), admirador confeso
de la política israelí. En otro prestigioso diario británico,
The Times, la labor del redactor jefe, Peter Steward, uno más
de entre los defensores a ultranza de Israel, fue decisiva a la hora de
fijar la línea informativa del periódico en contra del punto
de vista del corresponsal en la zona, que acabó renunciando a su
puesto. Otro tanto puede decirse de periódicos franceses, alemanes
o españoles, incapaces muchos de ellos de dar un información
fiable y no manipulada por determinados filtros e intereses. Esta preocupación
desproporcionada por las coberturas informativas que puedan incomodar a
Israel y sus intereses transciende el ámbito periodístico
y llega al político. Algunos partidos europeos y no digamos ya los
estadounidenses incluyen secciones o asociaciones más o menos orgánicas
cuya única finalidad es velar por que la opinión pública
local tenga una imagen acorde con su visión particular sobre la cuestión
palestina. En Gran Bretaña, por ejemplo, una agrupación perteneciente
al partido conservador invita de vez en cuando a algunos periodistas "díscolos"
a comer al parlamento para tratar de reconducir sus posicionamientos. En
otros países como Francia no es infrecuente ver a diputados, senadores
o ediles de algunos partidos hacer campaña a favor en pro de Israel
y en defensa de su integridad, amenazada según una especie difundida
en los últimos meses por el "ejército palestino",
la "violencia palestina" y el "antisemitismo palestino",
tres absurdos, en fin, tan imposibles como un día sin noche, una
sangre sin rojura y un proyecto sionista que respete y comprenda al prójimo.
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