La lógica del proceso de negociación
ha favorecido que se perpetúe el control territorial, demográfico,
político y económico de Israel sobre los territorios y la
población palestinos
La negociación palestino-israelí:
una evaluación crítica
Loles Oliván
(Arabista,
miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe)
Publicado en el núm. 42 de Nación
Árabe. Otoño, 2000
A pocos días de que se cumpla el plazo
previsto para la consecución del acuerdo palestino-israelí
sobre el estatuto final que debería haber conducido a la declaración
del Estado independiente de Palestina, el denominado fracaso de Camp David
ha venido a demostrar que los últimos siete años de negociaciones
entre la Autoridad Palestina (AP) e Israel no han servido para avanzar hacia
una solución que ponga fina al corazón del conflicto. Por
el contrario, Jerusalén, los refugiados, los asentamientos y la soberanía
palestina se han evidenciado como las cuestiones innegociables de la intransigencia
israelí y por ello indefinidamente postergadas desde los primeros
acuerdos con la AP. Sin embargo, los efectos del proceso abierto en Madrid
en 1991 han tenido ya serias implicaciones: mientras los acuerdos han permitido
a Israel seguir consolidando su proyecto sionista para Palestina, la consecución
de las aspiraciones nacionales de independencia y soberanía palestinas
se han visto progresivamente frustradas. En consecuencia, las expectativas
creadas en 1991 han derivado en un aumento creciente de las voces palestinas
que, en el interior y en la diáspora, manifiestan su escepticismo
y rechazo a los acuerdos por las negativas repercusiones que su aplicación
está teniendo dentro de los territorios palestinos. Incluso son muchos
los que se manifiestan contrarios a la declaración de un Estado palestino
bajo las presentes circunstancias que Israel ha impuesto a través
de las negociaciones (1). Ello constituye un indicador determinante que obliga
a reflexionar a cerca de la denominada paz que ofrece el actual marco negociador
entre la Autoridad Palestina (AP) e Israel.
Varias son las cuestiones sobre las que cabe plantear
dicha reflexión. La primera, necesariamente, es el punto de partida
que dio origen al proceso de paz en la Conferencia de Madrid (noviembre,
1991) cuando, terminada la Guerra del Golfo, la nueva realidad creada por
la intervención internacional contra Iraq culminó con una
extrema división del mundo árabe oficial que determinaría
la radicalización de su debilidad como conjunto regional frente al
nuevo ordenamiento internacional marcado por la hegemonía de EEUU.
En lo que respecta a Oriente Medio, tal hegemonía significó
la determinación norteamericana de poner en marcha el llamado Nuevo
Orden Regional, cuya configuración abarca, al menos, tres facetas
integradas: la política, a través de la apertura del proceso
de paz árabe-israelí; la económica, mediante la implantación
de procesos de transformación de las estructuras económicas
de los estados árabes, de acuerdo con las prerrogativas derivadas
del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM); y la de
seguridad, a través de la instalación de nuevos sistemas que
han repercutido, por ejemplo, en la presencia y estacionamiento indefinidos
de tropas militares de EEUU y Reino Unido en varios países árabes,
en la creación de una alianza militar entre Turquía e Israel,
y en el compromiso de varios estados árabes con el diseño
estratégico-militar que la Administración estadounidense ha
definido para la zona.
En este contexto, la convocatoria de una Conferencia
Internacional de Paz árabe-israelí promovida y auspiciada
por Naciones Unidas (NNUU) y basada en la legalidad y cumplimiento de todas
sus resoluciones referente básico para la resolución del conflicto
reclamado desde las dos décadas anteriores no sólo por el
conjunto popular y oficial árabe sino por la comunidad internacional,
vino a substituirse por una convocatoria que abrió un proceso diseñado,
establecido y supervisado unilateralmente por EEUU. La participación
árabe y de la OLP en este nuevo marco supuso asumir un proceso negociador
notoriamente desequilibrado, en el que la parte más débil,
la palestina, ha debido aceptar las imposiciones, ritmos y criterios de
la parte más fuerte, Israel, con el respaldo norteamericano que ha
operado, sin duda, a favor de los intereses israelíes. Paralelamente,
la comunidad internacional y la UE en particular, han ajustado su posición
a la mediación unilateral de EEUU reduciendo su función a
una labor diplomática de escasa repercusión y al sustento
financiero del proyecto derivado de los acuerdos.
Con estos antecedentes, tras casi diez años
de iniciadas las primeras negociaciones palestino-israelíes y firmados
varios acuerdos entre la OLP e Israel, siempre bajo la supervisión
unilateral norteamericana, la nueva realidad que se ha gestado para el pueblo
palestino en su conjunto ha demostrado sobradamente que la lógica
que subyace a este proceso no sólo no ha derivado en un arreglo justo
y digno que garantice el establecimiento de un Estado palestino independiente
y soberano de acuerdo con las legítimas aspiraciones palestinas,
sino que ha favorecido que se perpetúe el control israelí
sobre los territorios palestinos y sobre su población.
Acuerdos provisionales y hechos irreversibles
La firma de la Declaración de principios
(13 de septiembre de 1993) (2)
El primer acuerdo entre la OLP e Israel, denominado
también Oslo I, por el cual el ejército israelí desalojó
militarmente Jericó y la mayor parte de la Franja de Gaza confiriéndole
un régimen de autonomía (3), significó aprobar un modelo negociador basado
en la transitoriedad que además de relegar las cuestiones
centrales (soberanía, asentamientos, refugiados y Jerusalén)
a una fase posterior de la negociación, contribuyó a legitimar,
gracias a la ambigüedad calculada de algunos términos o a lo
explícito de otros, la posición israelí como parte
con derechos adquiridos sobre los Territorios Ocupados palestinos. Así,
los ejes que vertebran el conflicto, la ocupación militar y la usurpación
israelí de la soberanía palestina, se fueron difuminando progresivamente
mientras se afianzaba la noción de paridad entre dos partes que "se
disputan" territorios "en litigio". El avance hacia el establecimiento
de la AP y el traspaso israelí a ésta de ciertas competencias
exclusivamente administrativas (educación y cultura, sanidad, asuntos
sociales, impuestos directos, turismo) y de seguridad (mediante un contingente
policial de más de 30.000 miembros repartidos en varios cuerpos),
no ha sentado las bases sino para un reparto de funciones determinado por
Israel en el que este Estado ha seguido reteniendo el control efectivo que
le brinda la ocupación de los territorios palestinos tanto en lo
político, en lo militar y en lo económico.
Tras el reparto de competencias y funciones entre
la AP e Israel, el Acuerdo de París (29 de mayo de 1994) (4) dio lugar a la formulación
de un modelo económico para el futuro de la autonomía palestina
basado fundamentalmente en tres premisas: la vinculación permanente
de la economía palestina a la israelí, la dependencia para
su desarrollo de la ayuda internacional de los países donantes y
la adopción del modelo económico neoliberal bajo la supervisión
del FMI y el BM. A pesar de los múltiples incumplimientos israelíes
de las provisiones de este acuerdo (5)
, conviene destacar que la puesta en marcha del modelo
económico que propugna (y que la AP ha aceptado) ha condicionado
que la economía de la AP haya nacido ya con las cargas de una deuda
exterior calculada para 1995 en 760 millones de dólares (6) y que debido al esquema
de dependencia que fomenta respecto de Israel y de la ayuda internacional
institucional y privada impedirá la creación de un desarrollo
autosostenido para Palestina. Así, la aplicación de este acuerdo
transitorio determinará ha determinado ya una realidad económica
funesta para el futuro de los palestinos.
La perpetuación del control israelí
Tras el establecimiento de la AP en Gaza y Jericó,
las negociaciones dieron paso a través del acuerdo de Oslo II (23
de septiembre de 1995) a un proceso de repliegues escalonados y parciales
por parte del ejército israelí que se acomodan a la premisa
histórica de este Estado: mantener el control del territorio palestino
desembarazándose del problema demográfico que representa su
población. Así, la nueva configuración del espacio
creada por este acuerdo determina la existencia de tres áreas desiguales
tanto en extensión física como en volumen demográfico:
Zona A, territorios de repliegue israelí y control exclusivo
palestino que incluye las áreas más densamente pobladas; Zona
B, territorios de competencias compartidas entre el ejército
israelí y la AP, en los que se encuentran buena parte de los asentamientos
de colonos judíos, y Zona C, de jurisdicción exclusiva
israelí donde se ubican las zonas acuíferas palestinas y en
donde hay un índice muy bajo de población palestina.
Este diseño territorial, aceptado por la
AP, ha permitido a Israel soslayar el trazado de fronteras de acuerdo con
las líneas anteriores a la ocupación de 1967, creando un nuevo
referente fronterizo. Asimismo, la división territorial tiene una
función política precisa para Israel al resolver la
cuestión palestina estableciendo un mero reparto de funciones y responsabilidades
entre Israel y la AP. Es revelador a estos efectos comprender que la Zona
A, en que la AP tiene competencias exclusivas para gestionar las cuestiones
de seguridad (con un dispositivo previsto en los acuerdos de más
de 30.000 miembros) y administrativas locales (7), y que representa tan solo un 18% de los Territorios Ocupados,
sea también el área donde se concentra la mayor parte de la
población palestina de dichos Territorios Ocupados: los núcleos
urbanos y las grandes ciudades. Tras los últimos repliegues del ejército
israelí en mayo de 2000, la Zona B ocupa el 217% del territorio y
la Zona C el 603%. En las zonas A y B vive el 98% de toda la población
palestina de Cisjordania (8).
Esta nueva configuración del espacio geográfica
y demográfica está asociada a dos condicionantes: los recursos
naturales palestinos principalmente acuíferos y eléctricos,
ubicados en su mayoría en la Zona C, es decir, de control exclusivo
israelí, y los asentamientos de colonos judíos, en su mayor
parte situados en las Zonas B (de jurisdicción compartida) y C (bajo
control exclusivo israelí).
El diseño territorial que la transitoriedad
de Oslo prefigura tiene una primera repercusión negativa para los
palestinos: rompe la continuidad territorial imprescindible para la configuración
de un futuro Estado independiente y soberano al quedar los territorios rodeados
por asentamientos protegidos por la presencia militar del ejército
israelí y escindidos mediante una nueva red de carreteras construida
desde principios de los años 90 que, partiendo del Estado de Israel,
cruzan los territorios palestinos aislándolos entre sí para
conectar los asentamientos con dicho Estado.
Asentado el proyecto de control territorial por
parte de Israel de acuerdo con la aplicación de los acuerdos de Oslo,
la conclusión de un acuerdo final sobre el territorio de la futura
entidad palestina y del Estado de Israel debería abordar la definición
de las fronteras y de la soberanía interna de dicha entidad (9). Según el mapa propuesto por Israel
sobre el estatuto final para Cisjordania el pasado mes de mayo (10),
la única soberanía que Israel contempla para el Estado palestino
se basa en las provisiones que los acuerdos de Oslo han instituido: mantenimiento
de la escisión del territorio palestino y atribución de competencias
limitadas a la AP según varios grados de jurisdicción. En
cuanto a la disposición geográfica y la delimitación
de sus fronteras, la primera consideración destacable es que el futuro
Estado palestino aparece rodeado en todas sus partes por el Estado de Israel,
lo que significa que además de quedar insertado en el "territorio
israelí" estará aislado de su contexto natural árabe
al no compartir fronteras exteriores con ningún país vecino.
Asimismo, la propuesta israelí consolida la división territorial
de Palestina derivada de Oslo definiendo cuatro grandes áreas que
permanecen inconexas: área de Nablús-Yenin; área de
Ramala; área de Belén-Hebrón y área de Jericó,
cuyo único elemento de conexión será la construcción
de puentes y túneles que necesariamente tendrán que bordear
los territorios de Israel y, por tanto, estarán sujetos a su control.
La consideración de que en el mapa propuesto por Israel no aparezca
la Franja de Gaza despierta la inquietud del futuro de dicho territorio
en tanto que a pesar del establecimiento de la AP en el 60% de la Franja,
los asentamientos sujetos a la jurisdicción israelí esparcidos
en el restante 40% han aumentado su población judía en los
últimos años hasta 7.400 colonos. Por lo que toca a la retirada
del ejército, Israel dará por finalizado el compromiso de
devolución de territorios por fases con los últimos repliegues
previstos en el acuerdo de Sharm al-Sheij (septiembre, 1999) (11).
Respecto a las atribuciones de soberanía,
y pese a denominarse "mapa para el estatuto definitivo", la lógica
imperante de la provisionalidad que ha marcado los acuerdos transitorios
sigue siendo constante en la definición israelí: así,
la demarcación de las llamadas "líneas verdes" (que
hacen referencia al corredor del valle del Jordán que linda con Jordania
y que rodea el área de Jericó) como territorio temporalmente
bajo control israelí no contempla para un futuro indefinido sino
una cesión limitada de competencias y atribuciones para la entidad
palestina, reteniendo y detentando el control militar las fuerzas de seguridad
israelíes permanentemente (12).
Asimismo, no hay que olvidar que las funciones
de la AP han sido otorgadas por Israel y que las provisiones de los
acuerdos definen bien explícitamente el alcance limitado de sus competencias,
hasta el extremo de que su autoridad en cuestiones como la defensa exterior
(terrestre, marítima y aérea) o las relaciones exteriores
con terceros países, han quedado supeditadas a la autoridad política
de Israel. Por contra, Israel se ha asegurado bien que sea la AP quien tenga
soberanía para gestionar el problema que representa la aglomeración
poblacional en un medio con las grandes carencias en infraestructuras y
falta de servicios derivadas de 30 años de ocupación devastadora.
De igual modo ha sabido resolver Israel a su favor la cuestión de
la seguridad, determinando que sea la AP quien garantice el control,
a través de sus propias fuerzas de seguridad, de los críticos
y opositores palestinos al proceso de paz. Si se considera que tal competencia
ha quedado sometida al asesoramiento y supervisión de los servicios
secretos norteamericanos la CIA desde la conclusión del acuerdo Memorándum
de Wye Plantation, (octubre, 1998), ¿qué grado de soberanía
puede esperarse de la entidad política resultante de este proceso
negociador si desde su gestación se ha aceptado explícita
y vergonzosamente que esté controlada por la CIA?
Control económico y social de la población
Pero no es sólo el mecanismo de control
político el que Israel ha impuesto en los acuerdos con la AP. Es
el control permanente sobre el territorio y sobre toda la población
palestina incluso en las llamadas "áreas liberadas" lo
que Israel ejerce asimismo desde 1993 siempre que, aclamando "razones
de seguridad", ejecuta la llamada "política de cierres
de fronteras" que implica aislar a la población de los centros
urbanos y las aldeas y que paraliza la vida pública y privada de
toda la población (13).
Los cierres valorados como una práctica
israelí de castigo colectivo y justificados oficialmente como "medida
de seguridad" ante la previsión de eventuales "acciones
terroristas" o tras su ejecución afectan a todos los ordenes
de la vida palestina y tienen efectos devastadores para la economía
local, al impedir que los obreros palestinos mano de obra barata en el mercado
laboral israelí puedan acceder a sus puestos de trabajo con normalidad.
En 1994, antes de firmarse el Acuerdo económico de París,
el número de permisos de trabajo concedidos a los palestinos para
engrosar el mercado laboral israelí ascendía a 120.000, cifra
que debía mantenerse según lo previsto en dicho acuerdo; en
1997 la cifra descendió a 17.365, siendo todos ellos susceptibles
de quedar en suspenso siempre que se declara un cierre (14)
.
Asimismo, la actividad comercial palestina, principalmente
la exportación de los productos agrícolas producidos en los
Territorios Ocupados y en las Áreas Autónomas cítricos
y flores que se exportan a Israel o vía Israel a terceros países,
el intercambio de bienes entre Cisjordania y Gaza, y la importación
de productos desde Israel o desde el exterior, se ve seriamente dañada
por efecto de los cierres. De acuerdo con fuentes de NNUU, la pérdida
económica acumulada en la economía palestina como consecuencia
de la política de cierres es de 6,5 mil millones de dólares
entre 1993 y 1996, 4,4 millones de dólares al día. Esta cantidad
representa cinco veces la suma total de la ayuda internacional de los países
donantes en el mismo periodo e implica un empobrecimiento alarmante del
nivel de vida palestino: en la actualidad dos tercios de la población
vive por debajo del nivel de la pobreza. El BM y el FMI han calculado un
descenso del Producto Interior Bruto (PIB) palestino entre 1995 y 1999 de
más de un 20% asociado a las consecuencias del cierre.
Asimismo, los cierres de fronteras alteran la cotidianidad
palestina en todas las facetas: la libertad de movimiento se suspende rompiéndose
el ritmo, por ejemplo, del curso político del Consejo Legislativo
Palestino (CLP), que debe interrumpir sus sesiones permanentemente ante
la imposibilidad de reunir a todos sus miembros. La actividad educativa
y académica de los estudiantes que se desplazan habitualmente a otras
ciudades o pueblos palestinos para atender sus clases en los institutos
o en las universidades se paraliza a veces durante semanas. La cobertura
sanitaria palestina ya de por sí pobremente desarrollada después
de tres décadas de ocupación israelí se bloquea al
impedir el ejército israelí el acceso a los hospitales de
aquellos palestinos necesitados de tratamientos médicos continuados
o puntuales, habiéndose registrado más de diez muertes de
enfermos como consecuencia de los retrasos en los puntos fronterizos o por
la negativa israelí a permitir el paso de ambulancias.
El control del territorio: los asentamientos
Cuestión central del proceso y por ello
dejada su resolución para las negociaciones del estatuto final, los
asentamientos constituyen una de las piedras angulares de la estrategia
de control israelí sobre el territorio palestino. Pieza clave del
proyecto de colonización sionista para Palestina, su creación
y ampliación ha sido y sigue siendo objeto de un consenso unánime
por parte de todos los gobiernos israelíes independientemente de
su signo político, y por todos ellos apoyados y financiados.
La creación de asentamientos está
directamente asociada desde el inicio de la ocupación y, particularmente
desde que comenzara el proceso de paz, a alterar la composición demográfica
de los territorios palestinos por medio de la creación de hechos
consumados que deriven en una realidad irreversible ante una prevista negociación
final entre la AP e Israel. Así, los acuerdos de Oslo perpetúan
el estatuto especial otorgado a los asentamientos al menos "hasta que
las partes alcancen una resolución final", si bien estipulan
que no se crearán nuevos ni se extenderán los ya existentes.
Sin embargo, Israel ha incumplido permanentemente
dicho acuerdo; desde 1993 el número de colonos se ha incrementado
de 100.000 a más de 400.000 para lo que ha sido preciso confiscar
buena parte de las mejores tierras agrícolas de Cisjordania y Gaza
y crear nuevas colonias y autovías que las comuniquen con el interior
de Israel. Desde julio de 1999 en que se produjo la llegada del Partido
Laborista al poder, el gobierno de Ehud Barak ha potenciado la creación
y ampliación de asentamientos a un ritmo que supera no sólo
al marcado por el anterior gobierno de Netanyahu sino al de la época
de mayor creación de asentamientos, durante la Administración
de Isaac Shamir en los años 80. Así, entre el 15 de octubre
y el 13 de diciembre de 1999, el gobierno de Barak dio luz verde a la construcción
de 2.757 nuevas viviendas en asentamientos ya existentes de Cisjordania,
aprobó el proyecto de 2.139 unidades adicionales y el montaje de
85 viviendas prefabricadas; asimismo presentó un nuevo plan de construcción
de 3,196 viviendas en Cisjordania (sin incluir Jerusalén) y Gaza.
A finales de febrero de 2000, 7.120 viviendas estaban en diversas fases
de construcción en Cisjordania y en Gaza, cuya previsión de
población debía aumentar la presencia de colonos en 30.000
(15).
Asimismo, Israel ha demolido desde 1993 hasta Julio
de 2000 más de 968 viviendas palestinas en Cisjordania y Jerusalén
(16) bajo la excusa
de que no cumplían con la autorización requerida. La imposición
de un restrictivo sistema de permisos para la construcción de viviendas
palestinas sigue siendo utilizada por Israel al objeto de limitar el crecimiento
natural de la población palestina y de consolidar el control del
territorio por medio de los asentamientos, las carreteras y las áreas
militares israelíes.
De igual modo ha de evaluarse la administración
israelí de los recursos palestinos, principalmente el agua (17): Israel desvía
anualmente unos 500 millones de metros cúbicos de agua palestina
desde la base acuífera del este de Cisjordania. Mientras la población
palestina solamente está autorizada a consumir un total de 218 metros
cúbicos anuales per cápita, los colonos consumen 2.500 (18). Dicho consumo es tres
veces más caro para los palestinos que para los colonos israelíes.
Además, alrededor del 25% de la población palestina carece
de conexión a los sistemas de distribución de agua para consumo
doméstico.
La postura israelí respecto a las exigencias
palestinas de desmantelar los asentamientos que estén dentro de los
Territorios Ocupados ha quedado ya fijada: Israel no desmantelará
ningún asentamiento; antes bien anexionará el territorio de
la gran mayoría de los ubicados en Cisjordania. Igualmente, la Administración
israelí ya ha puesto sobre la mesa la discusión a cerca de
los derechos de los 40.000 colonos cuyos asentamientos inevitablemente
queden integrados en áreas de la futura entidad palestina (19).
Capitalidad: el futuro de Jerusalén
Jerusalén Oriental, ocupada y anexionada
por Israel, es, más allá de la cuestión religiosa,
un lugar central en la vida de los palestinos, en el que se ubica la actividad
económica, social y cultural palestina. Su alcance simbólico
y político al ser reivindicada como la capital de un futuro Estado
palestino se contrapone a los intereses israelíes, por lo que su
solución definitiva ha quedado relegada a la negociación sobre
el estatuto final aunque sea causa irrenunciable para los palestinos, cuyos
derechos reivindican de acuerdo con las resoluciones de NNUU (20).
Desde 1967 la determinación de los gobiernos
israelíes y de las autoridades municipales de la ciudad ha operado
a favor de la transformación de la realidad social, política
y demográfica de la ciudad con el fin de lograr una mayoría
de población judía (21). Con ese fin se creó tras la ocupación un
departamento interministerial que programa y aplica políticas específicas
de judeización de la parte oriental y que combina la restricción
del crecimiento demográfico palestino (por medio de las trabas administrativas
a la construcción y rehabilitación de viviendas palestinas
y/o la demolición de las ya existentes) con la expansión del
círculo metropolitano de la ciudad mediante la adquisición
de tierras palestinas expropiadas en áreas de Cisjordania. La extensión
del círculo del Gran Jerusalén en dichas tierras está
directamente relacionada con la creación de nuevos asentamientos
y con la incorporación de los ya existentes ubicados en territorio
palestino ocupado (22).
El gobierno laborista autorizó en 1995 la creación de 5.000
nuevas viviendas para familias judías en Jerusalén Oriental,
que se unieron a las 3.350 ya existentes y a las 11.000 aprobadas por el
anterior gobierno del Likud. Paralelamente, los palestinos de Jerusalén
ven cómo una normativa administrativa discriminatoria les hace perder
los permisos de residencia en la ciudad, les prohibe construir viviendas
o les impide la reunificación familiar. El objetivo de la administración
israelí es lograr un porcentaje del 72% de habitantes judíos
frente a un 28% de palestinos en la ciudad ocupada.
La determinación israelí de mantener
el control sobre Jerusalén y sobre la mayor parte de los Territorios
Ocupados sigue siendo objeto de consenso entre las fuerzas políticas
mayoritarias de Israel (Likud y Laborismo), como lo demuestran las directrices
del denominado Documento Beilin-Eitan (23)
(enero, 1997), un acuerdo suscrito entre ambas fuerzas
políticas orientado a crear un frente de consenso nacional ante las
eventuales negociaciones del estatuto final entre palestinos e israelíes.
Dicho acuerdo constituye toda una declaración de principios, intereses
y proyectos cuya aplicación garantiza la preservación de los
objetivos sionistas en Palestina mediante el mantenimiento de la soberanía
israelí en la mayor parte del territorio ocupado, rechazando el retorno
de los refugiados palestinos de 1948 y 1967, manteniendo la unificación
y anexión de Jerusalén bajo exclusivo control israelí,
y haciendo de la futura entidad palestina una zona desmilitarizada pero
dotada de un fuerte contingente policial para control de la población
interna aunque sin prerrogativas de poder político para los palestinos.
La cuestión de los refugiados
La población palestina en su conjunto supera
en la actualidad los seis millones y medio de personas, de las cuales un
tercio vive en Gaza (1.054.000) y en Cisjordania (1.707.000). La mitad de
toda la población palestina es refugiada
(24). Un tercio de los refugiados y desplazados
están repartidos en 59 campamentos ubicados en Gaza, Cisjordania,
Jordania, Siria y Líbano (25). En contra de lo que la resolución 194 de NNUU
ha reclamado desde 1948 derecho al retorno o indemnización económica
por parte de Israel, la dinámica del proceso de paz ha conducido
a postergar la resolución del problema de los refugiados hasta la
negociación sobre el estatuto final. Mientras tanto, Israel ha fijado
su posición rechazando considerar la inclusión de los refugiados
de 1948 y aceptando negociar exclusivamente el regreso a Cisjordania de
un número limitado de desplazados de 1967, excluyendo así
la mencionada resolución 194 como base para un acuerdo. En 1993 EEUU
rechazó por primera vez votar la renovación anual de esta
resolución en la Asamblea General de NNUU argumentando que el futuro
de los refugiados está fuera de la competencia de ese marco internacional
desde que se iniciara el proceso de paz. A ello hay que sumar que esta cuestión
se aborda desde una perspectiva humanitaria y no política orientada
a una resolución que pasa por la naturalización de la población
refugiada en los países de acogida y/o a una mera compensación
económica parcial de una minoría de desplazados. La consideración
de que los acuerdos de Oslo no hacen mención alguna de los refugiados
de Líbano, Jordania y Siria ha generado una extrema sensación
de abandono entre esta población, agudizada por el hecho de que la
agencia especializada que NNUU creó en 1948 y que ha mantenido la
asistencia de los campamentos desde entonces, la UNRWA, haya entrado desde
principios de los años 90 en abierta descomposición como consecuencia
de la crisis financiera que padece y de la marginalización de la
que es objeto en el marco de las negociaciones.
A la dramática situación que padecen
los refugiados, al deterioro de las condiciones de vida, a la discriminación
política, social y laboral que sufren y a su marginalidad y miseria
hay que sumar el hecho de que Israel, la AP y los propios países
árabes que los acogen utilizan esta cuestión como baza negociadora
en sus respectivos acuerdos de paz. La debilidad de la parte árabe
en las negociaciones con Israel permite presagiar la imposibilidad de alcanzar
un arreglo justo basado en el cumplimiento de la resolución 194.
Antes bien, el liderazgo de la AP podría haber comprometido ya su
solución aceptando ciertas indemnizaciones económicas por
parte de Israel a cambio de asentar a un número escaso de refugiados
de 1948 en sus áreas. La Administración Clinton ha ofrecido
a la AP la creación de un fondo de compensación internacional
de más de 100 mil millones de dólares para la rehabilitación
de los refugiados en un periodo de 10 a 20 años (26). Dicho fondo se repartiría en 40 mil millones de
dólares para la AP, 40 mil millones para Jordania, 10 mil millones
para Líbano y otros 10 mil millones para Siria. El fondo de compensación,
cuya financiación correría a cargo de EEUU en un 25%, estaría
gestionado por el BM y el FMI, reemplazando así a la UNRWA y anulando
el mandato de protección y apoyo a los refugiados que NNUU ha depositado
en esta agencia desde 1948. La concesión de los fondos de compensación
a la AP ha sido explícitamente condicionada por parte de EEUU a la
aceptación por parte del liderazgo palestino de un compromiso sobre
Jerusalén que reduzca las reivindicaciones palestinas a las exigencias
de Israel (27).
Del mismo modo, el régimen jordano habría aceptado naturalizar
a más de un millón y medio de refugiados a cambio de recibir
asistencia financiera de EEUU para su realojo económico. En esta
dinámica, la UE ha aceptado aunque no formalmente favorecer la concesión
de visados a palestinos refugiados en Jordania, mientras EEUU ha hecho ya
pública su aceptación de un número indeterminado de
palestinos en su territorio. En un ejemplo de lo que constituye una negociación
desequilibrada que reduce injustamente los derechos nacionales palestinos
y el derecho al retorno de los refugiados a una simple cuestión de
mercadeo y acomodo al reordenamiento regional impulsado por norteamericanos
e israelíes en Oriente Medio, EEUU habría propuesto a Iraq
la aceptación de 300.000 palestinos a cambio de favorecer el levantamiento
definitivo del embargo y la incorporación del Estado iraquí
al proceso de normalización de relaciones con Israel.
Presos palestinos: moneda de cambio
La cuestión de los presos representa para
toda la población palestina un símbolo de la resistencia popular
frente a la ocupación militar, y por ello el movimiento de apoyo
a los presos ha sido tradicionalmente impulsado por todos los sectores de
la sociedad palestina sin diferencia de afiliación política
o de estrato social. De ahí se deriva que la excarcelación
incondicional y generalizada de todos los presos fuese una máxima
reivindicada como condición para establecer cualquier inicio de negociación
con Israel. Abandonada esta máxima por el liderazgo palestino al
inicio de las conversaciones de paz y diez años después de
iniciado el proceso, siguen encarcelados en prisiones israelíes más
de 1.600 presos y detenidos administrativos palestinos y árabes no
palestinos por causas políticas, cuya excarcelación se ha
utilizado reiteradamente en el marco negociador como moneda de cambio para
favorecer concesiones entre las partes.
La conmoción que genera la causa de los
presos en el seno de la sociedad palestina se recrudece tanto más
cuanto aumenta la frustración por los nulos beneficios de una paz
que excluye la amnistía incondicional de quienes fueron hechos prisioneros
en su día por defender los derechos nacionales palestinos y enfrentar
a la ocupación, mientras el liderazgo a cuyas órdenes lucharon
se rehabilita en su imagen internacional y adquiere pleno reconocimiento
y legitimación en las negociaciones con Israel. La cuestión
de los presos palestinos constituye el barómetro más significativo
para evaluar el proceso de paz desde el punto de vista palestino. No en
vano, la llamada "Intifada de los presos" que tuvo lugar el pasado
mes de mayo en los Territorios Ocupados y en las Áreas Autónomas
y que se saldó con ocho muertos como consecuencia de la represión
del ejército israelí fue desencadenada por una nueva huelga
de hambre que el colectivo de presos palestinos inició el 30 de abril
para protestar por su situación en el interior de las prisiones (28).
Los acuerdos de Oslo II contemplan en su artículo
XVI el compromiso de una excarcelación escalonada y parcial de los
presos políticos palestinos de acuerdo con varias categorías
(mujeres, menores, presos que hayan cumplido dos tercios de sus condenas,
detenidos administrativos y presos árabes no palestinos). Las excarcelaciones
aceptadas por Israel desde 1995 se efectuaron siempre fuera de plazo y atendiendo
básicamente a dos criterios unilateralmente establecidos: la mayoría
de los presos liberados ya habían cumplido sus condenas íntegramente
y/o aquellos excarcelados pertenecían a facciones políticas
comprometidas con el proceso de paz debiendo garantizar mediante documento
firmado no vincularse al activismo político palestino y renunciar
a volver a sus lugares de residencia si éstos no se encuentran dentro
de las áreas de la AP. La firma del Acuerdo de Way Plantation (noviembre,
1998) introdujo nuevos criterios de excarcelación determinados por
las fechas en que se cometieron los delitos (anteriores a 1995), la procedencia
geográfica de los presos, sus afiliaciones políticas y el
tipo de delitos cometidos. Ello originó que quedasen excluidos de
las posibles excarcelaciones todos los presos de Jerusalén, los procedentes
del interior de la llamada Línea Verde de armisticio entre 1948 y
1967, los presos de las organizaciones políticas de Hamas y de Yihad
Islámica, y todos aquellos acusados de asesinato o de herir seriamente
a ciudadanos israelíes. Este último criterio causa indignación
si se traen a la memoria las miles de víctimas mortales palestinas
que la represión del ejército israelí y la violencia
de los colonos judíos han ocasionado entre la población palestina
durante años.
Además del establecimiento unilateral de
criterios y de los incumplimientos israelíes en las excarcelaciones,
hay que añadir la consideración de que las fuerzas de seguridad
israelíes siguen aplicando el procedimiento de la detención
administrativa, es decir, sin juicio ni cargos. Esta practica ilegal utilizada
desde los años posteriores a la ocupación y especialmente
durante la Intifada, se ha extendido en los últimos años hasta
el punto de que su regulación ha sido revisada y modificada por el
Ministerio de Justicia israelí, habiéndose aprobado en 1996
la extensión de los periodos de detención hasta seis meses
susceptibles de renovarse indefinidamente en otros seis y seis meses. La
detención administrativa y la extensión de su periodo constituye
un instrumento político y no judicial de represión y castigo
contra la población palestina políticamente activa que opere
en contra de los intereses de Israel en el proceso negociador. Desde 1993
cerca de 1.000 palestinos han sido detenidos administrativamente y privados
de libertad durante meses sin que existieran cargos contra ellos. En la
actualidad más de 300 palestinos son detenidos administrativos. A
esta práctica se suma la utilización sistemática que
las fuerzas de seguridad israelíes hacen de la tortura contra los
detenidos palestinos en los periodos de interrogatorio. La legalización
de esta práctica por el Tribunal Supremo israelí y ratificada
por el Parlamento en 1997 convirtió a Israel en el primer Estado
que legalizó la tortura, si bien la contestación que tuvo
por parte de movimientos asociativos de derechos humanos israelíes
y palestinos así como la presión internacional obligaron a
revisar dicha legislación que ha quedado parcialmente derogada hasta
una nueva revisión.
Balance final
Tras casi diez años de "proceso de
paz", el balance de la aplicación de los acuerdos y sus
múltiples incumplimientos por parte de Israel, permiten caracterizar
el proceso en sí como un fraude político amparado por el respaldo
norteamericano a los intereses de Israel, mientras la UE se inhibe permanentemente
de su papel político y asume una funcionalidad financiera subsidiaria
(oficial, privada y a través de las ONG) para dar viabilidad económica
a las Áreas Autónomas palestinas. Ello, junto a la intransigencia
israelí, ha operado en contra de los derechos nacionales palestinos.
Hay que recordar que han sido los propios acuerdos
de Oslo, por su concepción, diseño y aplicación parcial,
los que han favorecido la permanencia de un statu quo que beneficia
a los intereses israelíes consolidando su control territorial, demográfico,
político y económico sobre los Territorios Ocupados y las
Áreas Autónomas. Por ello, la realidad que subyace bajo del
proceso negociador tiene que ver menos con el establecimiento de un Estado
palestino independiente y soberano que con la prioridad israelí de
asegurar la normalización con los países árabes
vecinos afianzando su inserción en la economía regional (como
ya ocurre en el caso de Jordania (29)). Hasta el momento, Israel ha utilizado los acuerdos de
paz a su conveniencia, ignorando las obligaciones asumidas con la parte
palestina sobre calendarios e incumpliéndolas, o recurriendo a ellos
cuando exige de la AP garantías de control interno y represión
de la población palestina políticamente contraria al proceso
negociador.
Asimismo, mientras la frustración y el empobrecimiento
son las únicas contrapartidas para la población palestina
del interior y para los refugiados que siguen reclamando su derecho al retorno,
el liderazgo palestino de la AP se instala progresivamente en las prácticas
más contrarias a los principios legales y democráticos del
poder: la corrupción generalizada y la malversación de fondos
públicos, junto a la desactivación de la oposición
interna mediante una fuerte represión inspirada en las peores prácticas
israelíes, son causa de una desconfianza creciente y de un sentimiento
colectivo de fracaso entre la población palestina.
Las perspectivas que esta situación abre
para la consecución de un acuerdo sobre el estatuto final no pueden
sino despertar, como despiertan entre los palestinos, un intenso temor de
que la paz firmada por su liderazgo haya conducido a la renuncia.
- Las últimas encuestas en el interior
de los Territorios Ocupados y de las Áreas Autónomas, han
mostrado un evidente descenso en el entusiasmo palestino ante la posible
declaración del Estado de Palestina por parte de Arafat. Citado
en Jatib, G.: "State or not State, thats not the question", Palestinian
Report on Line, vol. 6, núm. 44, 30 de mayo, 2000.
- Para una revisión de los acuerdos
palestino-israelíes entre 1993 y 1998, véase la sección
Informe "De Oslo al Memorándum Wye", Nación
Árabe, núm. 36, 1998. Veáse en este mismos Informe
el cuadro de la cronología del proceso de negociación de
1991 a 2000.
- A pesar de la implantación de
la AP en Gaza, el ejército israelí sigue controlando el 40%
del territorio de la Franja incluyendo asentamientos, instalaciones militares
creadas por Israel durante los años de la ocupación, y las
denominadas "áreas amarillas" designadas como "áreas
de seguridad" y bajo control unilateral israelí.
- Véase en este mismo informe Samara,
A.: "Paz y globalización: un modelo neoliberal para
Palestina".
- De acuerdo con el Protocolo de París,
la economía palestina debería transformarse de un modelo
primario basado en la exportación de mano de obra a otro de exportación
de bienes a través del comercio con Israel y con terceros mercados.
Con ese fin los productos manufacturados y agrícolas palestinos
e israelíes deberían estar sujetos al libre comercio a excepción
de cinco tipos de productos agrícolas a los que se les impuso cuotas
de acuerdo con un plan quinquenal. Sin embargo, la administración
israelí ha seguido empleando diversos mecanismos que contravienen
este acuerdo: los cierres de fronteras interiores, las trabas administrativas
en las fronteras externas, que impiden la exportación e importación
normalizada de los productos palestinos a terceros países o la existencia
de una unión aduanera que impide a la AP defender sus intereses
comerciales con terceros países.
- Brynen, R.: The very Political Economy
of the West Bank and Gaza: Learning Lessons about Peace Building and Development
Assistance, Montreal, McGill University, 1996, pp. 3-4.
- El Acuerdo sobre la Franja de Gaza
y Jericó de 1994, en su artículo 6, apartado 2.a no reconoce
a la AP sino competencias administrativas muy limitadas que por ejemplo
no contemplan desarrollar funciones en política exterior ni firmar
acuerdos con terceros Estados.
- La posición israelí sobre
futuros repliegues es tajante: lo extensión máxima de desalojo
no afectará a más del 80% de Cisjordania y en ningún
caso se desmantelarán asentamientos de colonos.
- Conviene recordar en este punto que debido
a la naturaleza colonizadora y ocupante del Estado, Israel no ha definido
nunca formalmente la extensión de sus fronteras ni promulgado una
Constitución, habiéndose regido desde su creación
por un compendio de leyes básicas y provisiones que integran el
corpus legal del Estado.
- Véase
la reproducción que del mismo hace el geógrafo holandés
Jan de Jong.
- Hasta le fecha y en lo que afecta a los
repliegues del ejército israelí que prevén los acuerdos,
Israel sólo ha cumplido con la primera fase del primer repliegue
(10 de septiembre, 1999) y, fuera de plazo, con la segunda fase del mismo
(21 de marzo, 2000). Véase en esta sección la reproducción
del mapa de la retirada hecha por Jan de Jong.
- Aronson, G.: "Mapping Palestinian
Sovereignty", Center for Policy Analysis on Palestine, en http://www.palestinecenter.org.
- El número de días de cierre
en Cisjordania fueron 17 en 1993, 58 en 1994, 84 en 1995 y 132 en 1996.
En el caso de Gaza fueron 26 días en 1993, 76 en 1994, 102 en 1995
y 138 en 1996. Israel ha seguido utilizando esta práctica hasta
la actualidad.
- Solamente desde el 15 de febrero al 13
de marzo de 1999, Israel canceló más de 1.200 permisos de
trabajo a palestinos residentes en Gaza.
- "Report on Israeli Settlement Activity
and Land Confiscation in the West Bank and Gaza Strip (July 1999-Present)",
en página web oficial de la AP, 18 de mayo, /2000.
- Según cifras de la organización
de derechos humanos israelí Btselem, en página web.
- Izquierdo Brichs, F.: "El agua en
la cuenca del Jordán pieza clave de la negociación árabe-israelí",
Nación Árabe, núm. 36, 1998.
- "Enforcing the International Covenant
on Economic, Social and Cultural Rights", CESR Reports on Israel,
January, 2000, Center for Economic and Social Rights, Gaza, January, 2000,
pág. 14.
- "An American Report on the Secret
Talks", artículo aparecido en el diario israelí Yedioth
Ahronoth, 2/6/2000) y difundido por Nisar Shakakini.
- Resoluciones del Consejo de Seguridad
de NNUU 242 (1967), 252 (1968), 276 (1969), 338 (1973), etc.
- Sobre el proyecto israelí para
Jerusalén véase Nación Árabe núm.
28, 1996 y núm. 36, 1998.
- El Plan Urbanístico del Gran Jerusalén,
aprobado por el anterior gobierno del Likud y ratificado por el actual
Laborista, implica la anexión de los territorios donde se ubican
dichos asentamientos que son, a su vez, territorios ocupados de Cisjordania
y, por tanto, objeto de la futura negociación sobre Jerusalén.
- El Documento Beilín Eitán
está recogido en Nación Árabe, núm.
31/32, 1997.
- Naciones Unidas reconoce como refugiados
a los palestinos que tuvieron que abandonar sus hogares en 1948 y a sus
descendientes y desplazados a los que huyeron durante la guerra
de 1967 y a sus descendientes.
- Sobre los refugiados palestinos, véase
el Informe dedicado a la cuestión en Nación Árabe,
núm. 34, 1998, actualizado en el núm. 41, 2000.
- "An American Report on the Secret
Talks", op. cit.
- Según Selim al-Sanun, miembro
del equipo negociador palestino, Jordan Times, 19 de agosto, 2000.
Selim al-Sanum cifra la cantidad del fondo destinado a la AP en 30 mil
millones de dólares.
- Nación Árabe, núm. 41, 2000.
- Jordania firmó un tratado de paz
con Israel en 1994 que, no obstante, ha generado un fuerte movimiento antinormalizador
entre la población.
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